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Me levanté con un buen dolor de cabeza. La imagen que me devolvió el espejo del baño la mañana siguiente a mi “aventura romana” no era nada alentadora. Una protuberancia del tamaño de una nuez sobresalía del centro de mi frente, tenía un color granate que anunciaba lo dolorosa que era pues el más leve roce me hacía ver las estrellas.
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Me levanté con un buen dolor de cabeza. La imagen que me devolvió el espejo del baño la mañana siguiente a mi “aventura romana” no era nada alentadora. Una protuberancia del tamaño de una nuez sobresalía del centro de mi frente, tenía un color granate que anunciaba lo dolorosa que era pues el más leve roce me hacía ver las estrellas.
No conseguía
recordar cómo ni cuándo me había golpeado, tan solo tenía la explicación
onírica que mi aturdida memoria me ofrecía: un tío enorme golpeándome con un
hacha. Pero, evidentemente, la causa real debía ser otra, aunque no fuera capaz
de recordarla.
Tras tomarme
una aspirina con el café del desayuno decidí salir a dar un paseo para
despejarme. Un manto gris de espesa niebla cubría la comarca, las pocas casas
del pueblo donde me alojaba apenas se dejaban ver entre la bruma húmeda de las
nubes que se habían aposentado como un huésped más de la zona. Entre amortiguados
ladridos de perros madrugadores deambulé por las calles solitarias de la aldea.
Mientras paseaba seguía rumiando sobre el
origen de mi doloroso chichón, me preocupaba que el golpe me hubiera provocado cierto
tipo de amnesia, aunque estaba segura de que la responsable era Ruxa y algún
alucinógeno propio de su oficio.
Tan sumida en
mis pensamientos me hallaba que no me percaté de que la niebla se había
espesado aún más. Levanté la cabeza y comprobé que no se veía nada, ni casas ni
árboles ni, mucho menos, la montaña que enseñoreaba el lugar. Empecé a alarmarme
porque ni siquiera la senda por la que había transitado se veía ahora. Todo
estaba cubierto por un manto gris, espeso y húmedo.
Con el pulso
disparado me obligué a tranquilizarme para no entrar en pánico y no
hiperventilar. Realicé unas cuantas inspiraciones profundas cerrando los ojos,
pero cuando los abrí seguía sin ver un carajo. Busqué en el bolsillo del
pantalón el teléfono móvil para pedir ayuda, pero comprobé desolada que me lo
había dejado en la habitación. ¡Maldita sea! Para una vez que lo necesitaba de
verdad, no lo llevaba encima.
«Tranquila,
estamos en el mes de julio, esto no puede durar mucho, seguro que la niebla
acabará por levantar» pensé en un vano intento de serenarme mientras volvía a
cerrar los ojos. De repente, se levantó un viento inesperado, abrí los ojos y
comprobé que no había ni rastro de la niebla, ante mí se desplegaba el poblado,
pero con unas construcciones muy distintas a las que había visto hasta
entonces. Las casas eran de adobe, muchas de ellas con la planta circular y con
el tejado hecho de cañas y ramas secas. El aspecto era paupérrimo, nada que ver
con la parte por la que había empezado a caminar. «Esta debe de ser la zona
pobre de la aldea» me dije.
Una mujer salió
de una de las cabañas con un caldero humeante en las manos, era extremadamente
delgada y el rostro cadavérico anunciaba que no tenía un buen estado de salud.
Un niño pequeño sucio de mugre y mocos en la cara se agarraba a la saya de la
mujer sujetándose torpemente sobre sus famélicas piernecitas.
Instintivamente,
y curada ya de espanto, me toqué mis propias ropas para ver cómo iba vestida yo
porque lo primero que me vino a la mente contemplando aquello es que estaba
otra vez alucinando. Pero mi vestimenta era la misma con la que había salido de
mi alojamiento, nada de armaduras ni sandalias ni yelmo ni espadas. «Parece que
sigo siendo yo, algo hemos mejorado» me dije aliviada.
Me acerqué
tímidamente a la mujer y el niño, pero antes de que pudiera llegar hasta ellos
desaparecieron en el interior de otra cabaña. Los seguí, pero me detuve en el
umbral y desde allí asistí a una escena desoladora.
En el fondo de
la estancia, en un catre tirado en el suelo, yacía un hombre con aspecto
demacrado que luchaba por respirar entre quejidos angustiosos. Una anciana se
hallaba a su lado aplicándole unas cataplasmas, como estaba de espaldas a mí no
podía verle el rostro, pero su manera de moverse y su figura me resultaron
familiares. La mujer y el niño se acercaron a ellos.
―Aquí tienes el
agua caliente ―le dijo la mujer a la anciana.
La vieja tomó
el caldero y sumergió en él unas hierbas secas que extrajo de uno de los
pliegues de su túnica. Al girarse comprobé con sorpresa que se trataba de Ruxa,
la bruja que me encontré en la cueva. Entonces, sin ser consciente de ello,
salí de mi anonimato y exclamé.
―¡Ruxa! ¡Qué
sorpresa verte aquí!
Sin embargo, la
hechicera ignoró mi exclamación y siguió atendiendo al hombre postrado.
Entonces decidí entrar en la cabaña para hacerme ver mejor.
―¡Hola, Ruxa!
¡Nos volvemos a encontrar! ―le dije acercándome a ella y con una sonrisa de
oreja a oreja. Aunque le echaba la culpa de mi ‘affaire’ con la llorona y el
golpe final resultante, tenía que reconocer que me hacía ilusión verla de
nuevo.
Pero, la vieja siguió
ignorándome. La mujer y el niño también pasaron de mí olímpicamente pues me
encontraba en el centro de la estancia y actuaban como si yo no estuviera allí.
Algo mosqueada
me dispuse a agarrar a Ruxa por el brazo para obligarla a prestarme atención,
sin embargo, cuando fui a tocarla mis manos atravesaron su brazo como si
estuviera hecho de humo.
Me quedé
congelada por el estupor.
«Ya estoy otra
vez alucinando. Esto empieza a ser preocupante» pensé aturdida y decidida a
visitar un neurólogo en cuanto llegara a Madrid.
Pero como, una
vez más, era incapaz de gobernar lo que me estaba sucediendo, me aparté y me
dispuse a ver en qué acababa todo aquello.
―Esto lo mantendrá medio dormido y aliviará el dolor ―le dijo Ruxa a la mujer
mientras intentaba que el hombre tomara el bebedizo que había preparado― pero
poco más puedo hacer. Prepárate para lo peor.
La mujer empezó
a sollozar y el niño, asustado ante la reacción de la que supuse sería su
madre, también comenzó a llorar.
―¡No puede
morir! ¡Esfuérzate! ¡Conjura a Brixit y aleja a las curuxas*!
―Ni Brixit
podría sanar a tu hombre. Sus pulmones están llenos de sangre, las costillas
rotas los han perforado.
―¡No lo dejes morir! ¡No lo mates!
Tras el reproche de la mujer, Ruxa se levantó airada y se le encaró.
―¡Yo no mato a nadie! Échale la culpa a la montaña y al oro maldito que
escupe. La codicia de vuestros nuevos amos, esa es la que os está matando a
todos. Pronto no seréis más que polvo disuelto en el barro que os rodea por
todas partes.
―¡Eres cruel! ¡Maldita seas!
―Guarda tus maldiciones para quienes os han llevado hasta aquí, los
arrogantes que se enfrentaron a quienes eran superiores en todo. Hay que saber cuándo no se puede ganar y
cuándo hay que someterse.
La mujer dejó de llorar súbitamente tras las últimas palabras de Ruxa y
con fiereza se le enfrentó.
―Además de cruel eres una cobarde. No creas que se me ha olvidado que
fuiste de las que insististe en rendir las armas cuando esos malditos romanos
llegaron hasta aquí, que aconsejaste a los ancianos de la tribu que nos
entregáramos. ¡No tienes orgullo! Pero, claro, eres una asquerosa bruja, ¡qué
sabrás tú de honor! ―le espetó con una mueca de asco.
―¡Ah, ya salió el honor a relucir! ―replicó la anciana haciendo burla―.
Vosotros y vuestro honor. Dime de qué os ha servido. ¡Mira a tu alrededor,
idiota! Vivís peor que los animales. Si los jefes me hubieran hecho caso…
Cualquiera con una mínima inteligencia habría visto que enfrentarse a ese
ejército era un desatino que solo podía llevar al desastre. Si hubierais
aceptado el pacto que os ofreció aquel general ahora no estaríais así. Pero,
no, vuestro honor no os permitía capitular ―volvió a hacer burla―. El orgullo y
la estupidez os han llevado a esto ―señaló al hombre tendido―. Dime dónde está
ese honor, ¿aquí? ―rio con amargura― ¿en esta cabaña que huele a vómitos y
sangre? ¿en la cara de tu hijo, lleno de mocos y garrapatas? ¡Mírate! ¿Dónde
está el honor? ¡Dímelo!
Ruxa estaba muy enfadada, y la verdad es que daba un poquito de miedo.
Aunque no presentaba el mismo aspecto desaliñado de la primera vez que la vi,
su imagen era inquietante, en esos ojos grises la ira confería a su mirada
cierta amenaza que asustaba.
―¡No podíamos hacer otra cosa, Ruxa! ―contestó la mujer que volvió a
llorar― Tú no lo entiendes, no eres de los nuestros. Si nos atacan, luchamos.
Vencer o morir, ese es nuestro lema.
―¡Vencer o morir, qué palabras más bonitas! ―espetó Ruxa burlándose de
nuevo― Ojalá os hubieran pasado a cuchillo cuando llegaron, porque la muerte es
mejor que lo que os toca vivir ahora.
―¿Qué querías que hiciéramos? Rendirnos nos habría convertido en esclavos.
―Si fuerais esclavos viviríais mejor. El trato del general romano era
bueno. Un esclavo trabaja de sol a sol para sus amos, pero a cambio recibe sustento
y cobijo. En cambio, vosotros, con vuestra resistencia y vuestro honor ―escupió
la bruja con desprecio― habéis conseguido ser menos que los esclavos. Además de
trabajar para el opresor, el poco tiempo libre que os deja la mina lo tenéis
que emplear en buscar un magro alimento que apenas consigue manteneros en pie.
¡Estúpidos!
Mientras las dos mujeres discutían, fuera de la cabaña se escuchó ruido
de voces y movimiento de gente. Salí al exterior y me topé con un destacamento
de soldados romanos que irrumpían en el poblado. Al frente de la unidad se
encontraba un conocido mío: Flavio. En un primer momento pensé en dirigirme al
que consideraba compañero de armas en mi otra vida, aquella en la que yo fui un
legionario seguramente como fruto de mi estado de alucinación, pero enseguida
caí en la cuenta de que en esta nueva ensoñación yo no era visible, así que desistí
y seguí como espectadora de lo que allí estaba pasando.
―¡Vamos, haraganes! ¡Quiero veros agrupados ahora mismo! La mina os
espera ―ordenó Flavio mientras empujaba sin ninguna consideración a los
habitantes del poblado que habían empezado a salir de sus casas.
Entre los que se agrupaban para ir a trabajar a la mina había hombres
jóvenes y no tan jóvenes, pero también mujeres y niños, incluso algún anciano
pude ver que se disponía a formar parte del grupo. Todos, hombres, mujeres,
niños y ancianos presentaban un aspecto lamentable, estaban famélicos y con
signos evidentes de enfermedad. ¿Cómo era posible que gente en tan malas
condiciones pudiera trabajar en nada, y mucho menos en algo tan penoso como una
mina?
―Podías ser caritativo con esta pobre gente y dejar que algunos se
quedaran hoy en su casa. La mayoría no se tiene en pie.
Era Ruxa la que hablaba, había salido de la cabaña donde atendía al
herido y, como si me hubiera leído el pensamiento, así se dirigió a Flavio. Le
hablaba con un tono amable, pero sin perder nada de dignidad.
―Roma no pierde el tiempo con caridad. Si queréis clemencia, llegáis
tarde. Ya pasó vuestra oportunidad ―replicó Flavio mientras seguía empujando a
los remisos que aún no estaban junto a sus compañeros de trabajo.
― Cuando el poderoso reparte generosidad es cuando demuestra su
verdadero poder ―sentenció la bruja.
Como al aludido no pareció afectarle el comentario, Ruxa decidió
dejarse de soflamas filosóficas y pasar a algo más prosaico.
―Además, no fue Roma quien te curó ese absceso tan feo y tan doloroso
que te salió ahí ―insistió mientras dirigía su mirada a la entrepierna del
legionario.
Flavio se quedó mirando a Ruxa y, tras unos instantes de duda en los
que pareció quedarse enganchado a los ojos de la hechicera, se dirigió al grupo
de aldeanos que esperaban delante de él.
―Tú, tú, tú y tú ―señaló a dos ancianos y a dos niños que eran la viva
imagen de la desolación― quedaos hoy aquí. Los demás seguidme.
Nada más decir aquello se oyó un estruendo que reverberó en todo el
valle. La tierra tembló bajo mis pies y creí que estábamos sufriendo un
terremoto. Me dispuse a poner pies en polvorosa pero como vi que ni los
soldados ni los habitantes del poblado se asustaban, pudo más la curiosidad y
me quedé para averiguar qué había pasado.
Tras el ruido, una gran polvareda se pudo ver en lo más alto de la
montaña. Cuando se disipó en gran medida, asombrada vi que donde antes se
hallaba un pico montañoso con rocas y vegetación, ahora había un agujero
enorme. Un cráter de tierra arcillosa se había originado tras el estruendo. Al
mismo tiempo pude ver cómo grandes cantidades de agua acompañadas de un
torrente de lodo bajaban por las laderas.
Entonces recordé las explicaciones del día anterior cuando nuestra guía
nos internó por las antiguas minas de oro. El tipo de explotación minera de
aquella zona consistía en horadar la montaña con pequeños túneles que luego
rellenaban con agua, la presión que ejercía esta al pasar por canales estrechos
hacía reventar literalmente la montaña, dejando al descubierto grandes
cavidades y liberando en su derrumbe el metal precioso que albergaba en su
interior.
Ruina Montium se llamaba esa técnica que, como su nombre en
latín indica, se basa en cargarse la montaña. Se ve que en aquella época el
movimiento ecologista aún no estaba consolidado y por eso se permitía semejante
atrocidad paisajística. El sistema era efectivo desde el punto de vista de la
explotación minera, pero en cuanto a sostenimiento del ecosistema dejaba
bastante que desear. Me di una palmada en la frente al recordar y solté una
maldición porque el manotazo me hizo ver las estrellas. Aquello sería una
ensoñación, pero el chichón era real y tocármelo me había hecho daño.
Entre el dolor que me había provocado yo misma y el espectáculo que
ante mí se ofrecía, apenas presté atención a las palabras de mi excompañero de
armas.
―¡Vamos! Hay que llegar ya a la zona de lavado. El agua ya ha hecho su
trabajo, ahora os toca a vosotros. La eficacia romana no defrauda, bruja
―añadió dirigiéndose a Ruxa directamente.
―Ni la mía con tus dolencias, soldado ―replicó Ruxa volviendo a mirar
la entrepierna de Flavio.
Aunque la forma de hablar seguía siendo amable, Flavio pudo percibir
cierto tono amenazante en las últimas palabras de la anciana. Mirándola de
reojo salió del castro seguido por el grupo de desgraciados a los que les
esperaba una jornada extenuante para recoger oro con el que engrosar las arcas
del Imperio Romano.
Tras la marcha del destacamento con su carga de mano de obra gratis el
poblado quedó casi desierto. Los pocos moradores que permanecieron en él, se
dispusieron a realizar sus tareas dejando las sucias callejuelas vacías de
gente. Tan solo Ruxa y yo quedamos fuera. Me dispuse a regresar a mi
alojamiento confiando que al salir del poblacho aquella ensoñación
desaparecería, o eso esperaba porque la vez anterior necesité un cachiporrazo
para volver a la realidad y con un chichón ya tenía suficiente.
Cuando pasé delante de Ruxa no hice ningún ademán para comunicarme con
ella porque sabía que no podía verme. Sin embargo, cuando la rebasé y le di la
espalda ella soltó una carcajada para, seguidamente, decir:
―Deberías cuidarte ese chichón.
(Continuará…)
(*) Brixit: diosa celta de la curación. Curuxa:
lechuza que, según la mitología astur, si se posa o ronda la casa de un enfermo
significa que este enfermo va a fallecer.
NOTA: La feroz resistencia
que opusieron los astures de la zona del Bierzo a los romanos provocó la ira
del imperio; cuando finalmente fueron sometidos, las tribus se vieron obligadas
a acatar las órdenes de los nuevos señores de la comarca que consistían en
trabajar de sol a sol en las minas de oro, pero sin ni siquiera alcanzar el
estado de esclavos (estos tenían derecho a alojamiento y manutención). Esta
manera de explotación laboral era un auténtico chollo para Roma porque el
trabajo le salía a coste cero y el poco oro que se obtenía (las minas nunca
fueron especialmente productivas) era todo ganancia.
Me has dejado intrigadísima. ¡Menudo relato más bueno! Me encanta lo que cuentas y como lo haces. Quedo a la espera de la segunda parte, porque la primera me ha gustado mucho, muchisimo.
ResponderEliminarUn abrazo. Kirke
Hola, Rita.
EliminarEn realidad esta es la tercera entrega ya, como viene en la carátula.
Me alegro de que te gustara.
Un abrazo.
Sigo con ganas y deleite este relato por entregas. Quedo expectante a la espera de la cuarta parte.
ResponderEliminarBuen largo fin de semana, Paloma
Un beso
Hola, Juan Carlos.
EliminarMe alegra que te guste.
Dentro de un par de semanas aparecerá la cuarta entrega.
Un beso.
Espero con impaciencia ver la continuación. Me encanta lo que cuentas, pero sobre todo cómo lo cuentas. Está muy bien escrito y todo encaja en su sitio a la perfección.
ResponderEliminarTe voy a contar otra cosa que puede que ya sepas, pero por si acaso. Las castañas que hay en toda la zona, se supone que las introdujeron los romanos para alimentar a los esclavos. La castaña parece ser que la trajeron de Egipto, aunque también he oído que de alguna zona del Asia Menor.
Geniales tus crónicas bercianas.
Un beso.
Hola, Rosa.
EliminarSí sabía lo de las castañas, pero no lo he puesto pues al aparecer un personaje, Flavio, que estaba cuando empezó la invasión, supuse que los castaños aún no podían haber crecido como para dar frutos ya, ja, ja, ja.
A cuenta de esos castaños introducidos por los romanos tuve una discusión con un escritor que me dejó un manuscrito para leerlo, la acción transcurría antes de la invasión romana y hablaba de castaños en la zona norte, le dije que eso no podía ser y no me creyó.
Que una leonesa de pro como tú me diga que la historia está encajando es todo un piropazo. ¡Gracias!
Un besote.
Hola, Paloma. Me he reído a cuenta del ecologismo berciano ja, ja, ja. Felicitaciones por esta tercera entrega y por saber mantener ese estilazo literario de tus crónicas bercianas. Todo el aire de cuento mágico que va impregnando la historia más las anotaciones históricas a pie de página hacen de la lectura un placer.
ResponderEliminarUn beso marciano, berciano y romano :)
Hola, Miguel.
EliminarLos romanos fueron unos genios en muchas cosas y grandes defensores de la cultura y la civilización, pero hay que reconocer que en ecología suspendieron, las cosas como son.
Me alegra que te estén gustando estas crónicas, la comarca se merece que se escriba sobre ella porque la magia impera por todas partes y por eso me pasaron esas cosas tan raras, pero que me han servido para poder escribir después.
Un beso de puente largo.
Hola, Paloma. Toda una lección de historia contada de la mejor forma posible: con un relato de ficción y de fantasía. Al margen de tu estilo tan personal, que me encanta, has tocado de paso un tema de gran enjundia: ¿qué tan realista es esa proclama de "más vale morir de pie que vivir de rodillas"? ¿Hasta dónde se puede resistir un ataque del que sabemos que no podremos salir airosos? ¿Debemos rendirnos o luchar hasta el final? Y eso no solo aplica a tiempos pretéritos sino en muchas circunstancias de la vida actual.
ResponderEliminarVolviendo a tu historia, la protagonista, gracias a esa magia potagia, está viviendo una experiencia inolvidable, que me tiene enganchado. Veremos cómo continua y cómo acaba. Espero que felizmente, je,je.
Un beso.
Hola, Josep Mª.
EliminarPuede que como yo soy una cobarde y tengo poca tolerancia al dolor, eso de 'vencer o morir' me parece una estupidez. La vida es un bien preciado y no se puede dar así como así.
Cuando me enteré de cómo Roma trató a los vencidos y por qué se ensañó con ellos por culpa de tanta resistencia, lo primero que me vino a la cabeza fue "Estos astures ¿en algún momento creyeron que tenían una posibilidad de vencer a tres (¡tres!)legiones enteras?" porque el despliegue militar romano fue total y cualquier jefe de tribu debería saber que ahí no había nada que rascar.
Tanto para enfrentarse a los romanos como para enfrentarse a cualquier tipo de obstáculo hay que saber calibrar las fuerzas y evaluar si el riesgo merece la pena y hasta qué punto es factible la posibilidad de sacar algo en claro, de lo contrario es perder energía y el tiempo.
Aún tengo cosas que contar, pero de momento la protagonista ha sacado una tumefacción dolorosa.
Gracias por el seguimiento.
Un besote grande.
Los romanos eran unos expertos mineros,... y como todos los mineros tienen poca consideración por el medio ambiente (recuerda el fracking, una variante más sibilina que la Ruina montium de los romanos). Muy cerca de las médulas en Quiroga (Galicia) se encuentra Montefurado, un túnel romano construido en el siglo II durante el mandato del emperador Trajano para desviar el curso del río Sil y poder extraer el oro depositado en el meandro de su antiguo cauce. Como ves no se andaban con chuiquitas jajaja.
ResponderEliminarHola, Norte.
EliminarSupongo que los romanos, como cualquier otro tipo de "empresario", a la hora de buscar el beneficio no se paran con "tonterías medioambientales". La pela es la pela.
Es cierto que el actual fracking no es precisamente muy ecológico y ahí está, a pesar de que ahora se supone que estamos más concienciados, pero... la pela es la pela.
No conozco Montefurado, pero me apunto el lugar para cuando vuelva por la zona (porque pienso volver).
Un abrazo.
¡Hola, Paloma! Leyendo las sabias palabras de Ruxa me acordé de una escena magnífica de La vida de Bryan de los Monthy Pyton. Cuando los judíos tramaban contra la ocupación romana, y uno preguntó qué nos aportaron. Y el resto empezó el listado... Bueno, como se dice la valentía está bien, pero los cementerios están llenos de valientes. Más vale en según qué casos obrar con la inteligencia de Ruxa para salir bien librado de las batallas que no se pueden ganar. No conocía esa técnica de despanzurramiento de las montañas. Sin duda, eran listos estos romanos.
ResponderEliminarA ver cómo sigue esta ficción histórica. Un fuerte abrazo!!
Hola, David.
EliminarRecuerdo la escena que comentas de La vida de Bryan, y es hilarante y mordaz porque la crítica a los "rebeldes" contra la opresión es muy buena.
Por ahí hay un dicho que avisa de que hay que elegir bien las batallas en las que una va a luchar, es decir, hay que evaluar antes si hay alguna posibilidad de éxito, si la probabilidad es muy baja, lo mejor es reservar las fuerzas para otras actividades que den resultados válidos.
La técnica de Ruina Montium a mí me dejó alelada cuando me la explicaron, pero el caso es que funcionaba. Me recordó, salvando las distancias, a ciertos tramos de algunas líneas de metro en Madrid. En la estación aledaña a la de mi barrio, en lugar de horadar el túnel abrieron un boquete del tamaño de varios campos de fútbol, hicieron el trazado y luego lo taparon.
Ya solo queda un episodio más, estas crónicas bercianas llegan a su fin, y te anuncio que aunque Ruxa seguirá por ahí, el escenario temporal dará un salto importante.
Un abrazo.
Muy buena historia que contada por ti es todo una delicia de relato. Esperamos el siguiente. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Mamen.
EliminarMe alegro de que te esté gustando esta serie del Bierzo. Ya solo queda un episodio más, ojalá te guste también.
Un besote.
Nos estás metiendo poco a poco dentro de una lección que es mitad historia y mitad leyenda. Estas tierras leonesas y astures tienen todavía mucho misterio en sus gentes y paisajes.
ResponderEliminarSigo con atención tus curiosos periplos viajeros que dan tanto para escribir, imaginar, filosofar y reir con ese humor peculiar que es propio de bruxas.
Besos.
Hola, Javier.
EliminarMe encanta viajar, y cuando lo hago a sitios tan mágicos como es El Bierzo, es casi imposible impedir que la imaginación vuele y haga de las suyas. Según iba recorriendo el paraje me venían un montón de temas para escribir. Desde luego es un lugar especial para la inspiración.
Me alegra mucho que sigas esta serie con atención. Ya queda poco, solo un episodio más y estas crónicas llegarán a su fin.
Un beso grande.
Pues desconocía esas técnica romanas para explotar minas y estoy de acuerdo contigo que por aquella época el movimiento ecologista no tenía mucho que hacer con los romanos, a los que no creo yo demasiado pacientes...
ResponderEliminarMe quedo intrigada esperando ver ese juego que se trae la bruja, que tan pronto ve como la ignora y sus consejos aunque sabios no siempre son bien recibidos.
Se te da muy bien lo de novelar leyendas y ese juego entre lo actual y lo antiguo me parece de lo más interesante.
Besos
Hola, Conxita.
EliminarLa bruja se está comportando como lo que es, como una verdadera bruja porque me está vacilando de mala manera. Pero gracias a ella puedo contar todo esto, así que no puedo más que estarle agradecida.
Me gusta contar las cosas con 'casos prácticos', me parece que es más visual y si el rigor de lo que se cuenta no desaparece creo que es una manera más entretenida de explicar las cosas.
Gracias por tu fidelidad, sé que el tiempo libre no te sobra y que lo emplees para visitar este blog es algo que yo te agradezco especialmente.
Un beso muy grande, guapa.
Es un placer Paloma😘
EliminarQué buena continuación, Paloma. La historia cada vez genera más intriga y enganche, porque lo estoy, y mucho, necesito saber como sigue, :) Y a parte, como ya te han comentado, nos introduces datos de una manera tan divertida que haces que todavía sea mejor. Bueno lo del absceso, no tanto, ja, ja
ResponderEliminarEspero con ganas la próxima entrada.
Un beso enorme.
Hola, Irene.
EliminarQuería contar cómo explotaron las minas en El Bierzo los romanos pero para hacerlo de una manera académica ya están los libros de texto (y la Wikipedia, ja, ja, ja) así que preferí viajar en el tiempo y contarlo como si fuera una espectadora más de lo que allí se hizo (más o menos).
Gracias por tu tiempo y por tu comentario tan generoso.
Un besote.
Me he metido tanto en el relato que he sentido esa niebla y el consiguiente cambio de entorno, he podido ver al niño mocoso y me ha llegado esa incomprensible indiferencia de Ruxa. La conclusión que saco es obvia: tejes la historia de tal manera que atrapa como una tela de araña (y eso que sabes que no soy yo muy amiga de los relatos con retazos históricos). También me parece muy buena la parte reivindicativa que late en cuanto a los destrozos paisajísticos que se producían.
ResponderEliminar¡Genial, Paloma!
Otro beso
Hola, Chelo.
EliminarSi has visto al niño con los mocos, si has sentido la niebla, me puedo dar por satisfecha, porque eso quiere decir que he conectado contigo a través del relato, y eso es toda una satisfacción.
Me alegra que, a pesar de que el género no sea de tus preferidos, la historia te esté atrapando. De todas formas, ya queda poco, tan solo un episodio más que aparecerá la semana que viene o puede que más adelante porque ando más liada que la pata de un romano (nunca mejor dicho en este caso).
Un besote, compañera.
Hola Paloma, buenas noche perdona que no haya podido venir antes, pero es que estoy un poco liada
ResponderEliminarCon unas cosillas de ganchillo, y el otro día vi tu publicación y no pude pasar, y paso a estas horas que tengo un rato y te digo que esto cada vez está más interesante, hija mía que gusto me da leerte, ya que lo vivo como si estuviese allí como tu de espectadora, me quedo a la espera del continuación de la historia.
Te deseo una feliz noche besos de flor.
Hola, Flor.
EliminarNo necesitas disculparte, el tiempo libre es valioso y, por desgracia, no da para tanto como queremos hacer.
Te agradezco la visita y el esfuerzo, así como tu generoso comentario.
Me alegro de que disfrutes de esta serie. El último episodio ya está publicado y es el broche final a estas crónicas del Bierzo.
Un beso.