Cuando inicié la serie 'Doctoranda al borde de un ataque de nervios' nunca imaginé que disfrutaría tanto y que tendría tan buena acogida. Además el soporte moral que me disteis quienes habéis seguido las diferentes publicaciones fue fundamental a la hora de superar el estrés de presentar la tesis doctoral.
Lo que tampoco podía sospechar cuando empecé a escribir esa serie fue que algunas publicaciones trascenderían el blog y llegarían a los ojos del editor de una revista científica. Pero el caso es que así fue y este editor me ofreció amablemente colaborar en su publicación con otro artículo escrito en clave de humor.
Me puse manos a la obra y el artículo ya está publicado. Se titula "Lo impactante que es tener un buen factor de impacto". En él ironizo sobre una característica de algunas revistas científicas, el factor de impacto, y cómo un índice que se supone sirve para evaluar la calidad de un trabajo se convierte en un elemento distorsionador de la realidad (en el artículo explico qué es dicho factor y para qué sirve).
Me gustaría dar las gracias al doctor Culebras por darme la oportunidad de traspasar las fronteras del blog y al profesor Sánchez Muniz por animarme a hacerlo.
El enlace a la revista es este
y el del artículo este otro,
La
opinión de toda una multitud siempre es más creíble que la de una minoría.
MIGUEL
DE UNAMUNO
Para que un ser humano pueda
vivir necesita fundamentalmente agua, oxígeno, energía y nutrientes(1).
Si ese ser humano se dedica a la investigación necesita otro elemento más:
publicar en revistas científicas.
Un investigador científico si no
publica se muere, o no existe, que para el caso es lo mismo.
Escribir un artículo exige mucho
trabajo, primero hay que recopilar datos en el laboratorio, luego hay que
procesarlos, evaluarlos y extraer conclusiones —a ser posible conclusiones que
sirvan para algo—. Después hay que plasmar de forma concisa todo y bien
sustentado bibliográficamente; el artículo ha de entenderse y ser atractivo
para el editor de turno. Porque no solo hay que escribir, hay que publicar y en
este proceso es donde el investigador ha de demostrar que está hecho de una
pasta diferente a la del resto de los mortales.
El artículo ha de pasar una serie
de evaluaciones en las que el autor del mismo es sometido al tercer grado de
tantos requerimientos y explicaciones que piden algunas editoriales; conozco a
más de uno que ha necesitado apoyo psicológico e incluso tratamiento
psiquiátrico después de contestar a los comentarios de los revisores.
Si el editor y los benditos revisores
deciden que aquello merece la pena y se puede publicar, el investigador además
de sentirse eufórico, afortunado y agradecer a los dioses paganos y oficiales
la inmensa merced, está convencido de haber cumplido su misión. O no…
Porque aunque publicar cuesta un
Potosí —léase esto de manera figurada y también literal ya que en algunas editoriales
hay que pagar verdaderas fortunas para que te publiquen(2) — resulta
que no es suficiente. Y es que además de publicar hay que hacerlo en una
revista con un buen factor de impacto.
El término en sí ya da malas
vibraciones.
Impacto es sinónimo de “choque”, “colisión”
y “encontronazo”; estos vocablos, al menos para mi subconsciente, van acompañados
de la palabra “sufrimiento”.
¿Qué significa que algo tiene
impacto? Según se mire puede ser bueno o malo. Es como una sorpresa, puede ser
una sorpresa agradable (eso es bueno) o puede ser una sorpresa desagradable
(eso es malo). Impactar implica impresión, y volvemos a lo mismo, todo depende
de cómo sea la impresión. A todo esto hay que añadir que cuando de sensaciones
se trata hay un componente subjetivo que es imponderable y por tanto muy
difícil de cuantificar.
Pero volvamos al factor de impacto
en las revistas científicas.
Recalé en la investigación
después de años dedicada a otros menesteres profesionales alejados de ella, por
eso la primera vez que oí hablar de ese factor me puse en guardia pues me vino
a la mente el concepto “impacto” junto a todos sus sinónimos y la otra palabra
que yo asocio, “sufrimiento”.
Recuerdo que a raíz de mi primer
artículo publicado alguien me preguntó qué factor de impacto tenía. Yo,
ignorante de mí, me lo tomé al pie de la letra y contesté que sí que estaba
impactada pero que esperaba recuperarme pronto de la impresión. Después de que
mi interlocutor me sacara del error —y los colores de la vergüenza tras el
patinazo— busqué más información sobre el tema.
Resulta que el factor de impacto (FI)
indica el prestigio de una revista científica y parece que se relaciona con la
credibilidad otorgada a la misma. O sea, a mayor impacto, mayor credibilidad. El
FI de las revistas se publica cada año en el "Journal Citation
Reports", es como el ranking de la ATP pero en lugar de tenistas salen
revistas científicas.
Hasta aquí todo va bien. La cosa
se tuerce cuando uno indaga cómo se calcula dicho factor.
El FI resulta de un cociente, en
el numerador va el número de artículos de la revista que han sido citados
durante dos años, en el denominador va el número de artículos publicados en esa
revista y durante esos mismos dos años(3).
A mí este método no me termina de
convencer, porque cantidad (que es lo que realmente mide ese cociente) no es
sinónimo de calidad. Que algo esté en boca de todo el mundo no quiere decir que
ese algo sea bueno.
Si trasladamos este razonamiento
a los éxitos literarios me viene a la mente
“50 sombras de Grey”, superventas donde los haya la autora vendió los
libros como churros, ha sido citada en muchos medios de comunicación y hasta en
alguna que otra junta de propietarios, pero la novela es una birria de tomo y
lomo.
Que conste que no pienso que las
revistas con un FI elevado sean malas. Pero igualmente no creo que las revistas
que no tienen un buen FI —o que simplemente no lo tienen, ni bueno ni malo—
sean de peor calidad que las que sí lo poseen.
Encima eso de que es mejor
publicar en una revista con un buen FI ejerce el efecto llamada. Todos los
investigadores intentarán publicar en esas revistas por lo que tendrán muchos
artículos que publicar y también serán citados con mayor asiduidad, lo que hará
que el FI crezca sirviendo de reclamo para más investigadores. Es como la
pescadilla que se muerde la cola, y también como decía mi abuela: cría fama y
échate a dormir.
Además, aquí aparece otro tema
también controvertido: las citas —y no me refiero a los encuentros entre dos o
más personas sino a las bibliográficas que son bastante más aburridas que las
otras, dicho sea de paso—. ¿Quién cita a quién y por qué? Lo normal, cuando uno
investiga en un campo concreto, es que se cite a quien trabaja en algo
parecido, incluso de su mismo grupo. Esto es lo normal, pero lo picaresco
incluye que algunos se citen a sí mismos para subir ese FI en beneficio propio.
Con todo este embrollo de cita a cita y cito porque me toca, lo de la
pescadilla que se muerde la cola se convierte en un bucle sin fin y en otro
dicho de mi abuela: Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como.
En este escenario las nuevas
revistas, las que intentan hacerse un hueco en esto de publicar ciencia, lo
tienen más que crudo. Iniciar una nueva andadura siempre es complicado, pero
cuando se empieza una aventura en este campo con un lastre como es el FI, la
aventura puede convertirse en una auténtica odisea y los aventureros en héroes
espartanos.
Pero puede que se vislumbre una
luz al final del túnel. Desde el año 2012 la Declaración sobre Evaluación de la
Investigación de San Francisco (DORA) cuestiona recurrir al FI como un buen
indicador para evaluar los méritos de una investigación científica(4).
En esta declaración se defiende
que un trabajo de investigación se valore por lo que es y no por dónde se
publica, algo con lo que una servidora está completamente de acuerdo. Antes he
mencionado lo difícil que es para las nuevas revistas hacerse un hueco en el
mundo editorial científico, pero los nuevos investigadores lo tienen igual de
mal, o peor incluso.
A lo largo de mi corta labor
investigadora, he tenido que luchar contra molinos de viento en forma de
editoriales de revistas científicas con un FI elevado. Como tienen tantos
trabajos para publicar —recordemos que todos los investigadores quieren
publicar ahí porque así se les valorará más— cuando les llega un artículo de
alguien sin un pasado glorioso —léase sin muchos artículos publicados en revistas con FI elevado— yo
creo que ni se leen el título. Si a esta falta de pasado glorioso se le añade
que los datos no son demasiado relevantes o dan resultados negativos, la
tragedia está servida en forma de no publicar nada de nada, o como diría
también mi abuela: no te comes una rosca.
El caso es que cada vez son más
las instituciones que se suman a esta declaración de San Francisco y parece que
algo se está moviendo al respecto. Siempre es una buena noticia que el sentido
común se imponga, y para la que esto escribe un motivo de esperanza.
Sea como fuere, yo cada vez que
consiga que me publiquen un artículo en una revista —con un buen FI, con uno
malo o sin ninguno, da igual— me sentiré fuertemente impactada (en el sentido
positivo de la palabra). Ver mi trabajo editado y divulgado siempre es un
placer, y un impacto también.
Agradecimientos.
Mi más sincero agradecimiento al profesor Francisco José
Sánchez Muniz por la lectura crítica de este texto y por sus certeros consejos
y puntualizaciones.
BIBLIOGRAFÍA
1. Gil A. Tratado de nutrición. Editorial Médica
Panamericana: Buenos Aires; 2017.
2.
Sánchez-Muniz FJ., Bastida S. Y aún dicen que el
pescado es caro. JONNPR. 2016; 1(7):
239-243.
3.
Garfield, E. Journal citation reports. Current contents. 1976; 30: 5-20.
4.
Franco-López A., Sanz-Valero J., Culebras JM. El
factor de impacto ya no es el patrón oro; la declaración de San Francisco sobre
evaluación de la investigación. JONNPR.
2017; 2(5): 173-176.