Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

22 de noviembre de 2017

Noche de máscaras


Este relato ha sido enviado a la Asociación Nacional de Escritores "Alfareros del Lenguaje" para su publicación en una antología de relatos de misterio que tiene como objeto recrear una historia alrededor de una leyenda de Madrid. 

Aquí os pongo el enlace de su página web por si queréis conocer mejor a esta asociación.



Quiero dar las gracias a Alfareros del Lenguaje por permitirme participar en tan bonita iniciativa y así sumergirme en una época y una ciudad que adoro: Madrid en el siglo XIX.

La leyenda que elegí para este relato fue la llamada "Leyenda de la máscara de la rosa blanca" (Leyenda de la dama de la rosa blanca). Los que queráis conocerla antes de leer el relato podéis picar en el título de la misma y os llevará a una de las versiones, pues hay varias formas de relatar esa historia. Los que queráis solo leer el relato y la historia añadida no tenéis más que seguir con lo que viene a continuación. Tan solo un apunte: al final del texto hay un vídeo con la música del vals de las flores, yo recomiendo que leáis este relato escuchando la música. ¿Por qué? Para saberlo tendréis que leer el texto. 

NOCHE DE MÁSCARAS



Lo conocen como el loco de la rosa. El anciano que ronda por el cementerio de San Isidro es casi una institución. Los visitantes asiduos del camposanto le consideran un habitante más del lugar. Ya nadie recuerda desde cuándo ese viejo loco se acerca cada martes a una de las lápidas más antiguas para sentarse con una rosa blanca en las manos, allí tararea una musiquilla durante varios minutos, lalala lalala, tarara, lalala lalala, tarara, después deposita la flor en la tumba y se marcha. Un ritual que lleva repitiendo desde hace lustros.
Nadie sabe cómo se llama ni qué conexión tiene con la moradora de esa tumba. Tan solo se sabe que los restos que reposan debajo de la lápida son los de una joven que falleció hace ya tantos años que ni del nombre tienen recuerdo pues el tiempo se encargó de borrar hasta las letras que en su día en la piedra se grabaron.
Nadie sabe que todo comenzó un mes de febrero de hace ya cincuenta años.
***
Dieter acababa de llegar a España. Su rudimentario conocimiento del idioma español había sido el mérito necesario para otorgarle un puesto en la embajada de su país en Madrid. Fue allí descontento, España se le antojaba atrasada y provinciana comparada con Alemania, pero se conformó pensando que solo sería un escalón más en su prometedora carrera diplomática, que solo sería una estancia provisional poco duradera.
Pero el destino le tenía reservada una sorpresa y Dieter se quedó atado a la ciudad como el preso que no abandona la celda a pesar de ver la puerta abierta. Aquella noche de carnaval de 1853 fue el comienzo de su felicidad y de su desdicha.
El salón de baile del palacio de Gaviria relucía con las lámparas del techo. La luz de los cientos de velas que iluminaban la estancia se reflejaba en el cristal de las copas y en las joyas de las damas. Todo un despliegue de lujo y esplendor que no consiguió impresionar al joven diplomático, más bien la velada se presentaba aburrida.
Hasta que ella apareció.
El vestido negro de seda y la máscara del mismo color resaltaban el blanco de su piel; su cara y sus brazos parecían de un mármol níveo. En el blanco rostro se distinguían dos ojos negros como el azabache y en su mano derecha, destacando entre los guantes de terciopelo morado, portaba una rosa blanca.
La joven de la rosa dirigió una mirada ausente a los invitados del baile de máscaras y finalmente sus ojos se detuvieron en Dieter. El alemán, que no había podido dejar de observarla desde que hizo acto de presencia, quedó sorprendido y enormemente dichoso al comprobar que la bella joven se dirigía hacia donde él se encontraba.
Cuando llegó a su altura la misteriosa mujer le dijo tenuemente y en un susurro:
—Sígame.
Dieter fue tras ella como un autómata y la siguió hasta uno de los balcones. Allí, ella le tomó la mano y le invitó a bailar el vals que en ese momento comenzaba a sonar. Al ritmo del vals de las flores1 los dos jóvenes giraron en el reducido espacio que la terraza les proporcionaba. Lalala lalala, tarara, lalala lalala, tarara.
Tras aquel vals sonaron otros y también los bailaron. Durante las dos horas más dichosas y más felices de su vida, Dieter disfrutó de la compañía y de la conversación de esa joven hermosa. Se sumergió en el pozo oscuro de unos negros ojos que miraban sin ver; se dejó hipnotizar por una voz distante y fría, tan fría como la blanca piel de su rostro y de sus brazos. Durante dos horas Dieter se enamoró mecido por el compás de un vals, lalala lalala, tarara, lalala lalala, tarara.
Pero de repente, ella quiso regresar a su casa y no quería hacerlo sola, por eso le pidió  que la acompañara. Dieter, que aún no estaba al corriente de los usos españoles, le preguntó si había venido en su propio coche a lo que la dama le contestó:
—Mañana tendré el coche más lujoso de todo Madrid. Pero esta noche quiero caminar por las calles de mi ciudad.
—Es una noche gélida, señorita –repuso Dieter– déjeme que vaya por mi abrigo y así no pasará frío.
—Es lo mismo. El frío se ha instalado en mí y ningún abrigo podrá ya quitármelo jamás. Acompáñeme, por favor, y no se preocupe de nada más –fue la extraña contestación que la joven le dio al diplomático.
Fue así como los dos jóvenes salieron a la calle Arenal. El frío de febrero penetraba en los huesos como puñales acerados y Dieter se estremeció bajo su fino frac. Sin embargo, ella parecía inmune a las gélidas temperaturas que a esas horas de la noche se hacían sentir.
—Le estoy sumamente agradecida, caballero. No quería marcharme sin asistir por última vez a un baile y gracias a usted mi sueño se ha visto cumplido. Pero ahora tengo que regresar a mi morada pues mañana parto de viaje.
—Para mí ha sido un auténtico placer, señorita. Sin embargo, no sé por qué se siente tan alicaída. Habrá más noches de carnaval, y más bailes a los que acudir. Su belleza y juventud le garantizan muchas parejas de baile, estoy seguro.
—Allá donde voy no existe la música, ni la danza, y la belleza y la juventud no son dones que de mucho valgan –contestó la joven sumiendo, una vez más, en la confusión a Dieter.
Mientras conversaban atravesaron la Puerta del Sol y siguieron por la calle Alcalá. Al llegar a la iglesia de San José, la joven se detuvo e hizo ademán de entrar por lo que Dieter le comentó:
—Es un poco tarde para asistir a un oficio religioso ¿no cree?
En su corta estancia en España, Dieter ya había tenido ocasión de conocer la extrema religiosidad de sus habitantes, pero querer entrar en una iglesia pasada la medianoche se le antojó, incluso para una española, un capricho excéntrico.
Sin embargo, ella empezó a subir la escalinata que conducía al interior del templo, haciendo caso omiso al comentario de su acompañante. Dieter la sujetó por el brazo y entonces la joven le contestó:
—Aquí está mi habitación y aquí vendrán a buscarme para realizar el viaje mañana. ¿Quiere conocer el lugar donde dormiré antes de mi partida?
Dieter sintió cómo un escalofrío recorría todo su cuerpo, pero asustado e intrigado a partes iguales por las palabras de su acompañante no pudo evitar seguirla al interior de la iglesia.
A la tenue luz de unas pocas velas encendidas recorrieron el templo y cuando estaban llegando al altar, el alemán distinguió la silueta de un ataúd. Fue entonces cuando ella balbució con un hilo de voz:
—Aquí está mi último lecho.
En ese instante Dieter salió del estado de estupor en el que se encontraba y despavorido  huyó de aquel lugar. Una vez fuera, en la calle, se dio cuenta de que llevaba en la mano la rosa blanca que en el baile portaba la joven.
Al día siguiente, Dieter se despertó con los sentidos embotados y el ánimo alterado. Recordaba lo vivido la noche anterior y el terror que sintió al final de la velada, se encontraba muy confuso y se tranquilizó pensando que todo había sido fruto de una pesadilla causada por el alcohol ingerido en el baile de máscaras. Sin embargo, el malestar que notaba no se parecía a otras resacas vividas y además, no podía quitarse del pensamiento una musiquilla que le martilleaba machaconamente la cabeza: lalala lalala, tarara, lalala lalala, tarara.
Empezó a dudar de que todo hubiera sido un sueño cuando alarmado vio sobre una de las sillas de su habitación una rosa blanca. Para darse sosiego decidió acercarse a la iglesia de donde salió huyendo en su, ya no tan segura, ensoñación y sin ser consciente de ello recogió la rosa que sobre la silla estaba.
Según se aproximaba al templo escuchó tañer las campanas del mismo. Tocaban a muerto. Un lujoso coche fúnebre, con cuatro caballos negros enjaezados con plumas del mismo color, se encontraba delante de la puerta de la iglesia de San José. A medida que se acercaba, Dieter comenzó a sentir una fuerte opresión en el pecho.
Decidió entrar en el templo y a los pies del altar estaba el mismo ataúd que tanto pavor le había provocado unas horas antes. Cuando, con el corazón martilleándole el pecho frenéticamente, el joven diplomático se acercó, pudo comprobar que en el interior del féretro yacía la joven con la que estuvo bailando la noche anterior. Iba ataviada con el mismo vestido de seda negro y los guantes de terciopelo morado, la misma piel marmórea adornaba su bello rostro. Con la visión nublada por las lágrimas, Dieter depositó la rosa blanca entre las manos de aquella hermosa joven mientras, ante la extrañeza de los allí reunidos, comenzó a tararear un vals: lalala lalala, tarara, lalala lalala, tarara.
***
Hoy Dieter acude fiel a la tumba de su amada, como lo lleva haciendo desde hace media centuria. No ha faltado ni un solo martes a su cita. Le lleva una rosa blanca, porque esa flor es su preferida y tararea el vals de las flores, lalala lalala, tarara, lalala lalala, tarara. Sabe que los asiduos del cementerio le llaman el loco de la rosa, pero eso le da igual. Él no está loco, él está enamorado. Enamorado de una blanca piel, de unos ojos negros y de un grácil cuerpo que baila al son de un vals.
Hoy Dieter se siente especialmente cansado, le ha costado mucho esfuerzo acercarse al cementerio para saludar a su amor y cuando llega a la tumba, después de depositar la rosa, se recuesta sobre la lápida para descansar un poco.
Cuando el vigilante lo encuentra al día siguiente, Dieter está frío como el mármol de la lápida sobre la que reposa, la expresión de su rostro es tan serena que se diría que está dormido, tan solo la lividez de su piel desmiente esa impresión. El guarda toca el silbato para dar la voz de alarma a su compañero, varios visitantes se acercan a comprobar qué pasa y todos ellos se miran extrañados pues del interior de la tumba donde está tendido el loco de la rosa sale una voz que tararea lo que parece un vals.
***

Dicen que en las noches gélidas de febrero, cuando se acercan los días de carnaval, en una tumba olvidada del cementerio de San Isidro, el aire huele a rosas y se ven las siluetas de un hombre y una mujer vestidos de época bailando un vals. Lalala lalala, tarara, lalala lalala, tarara.


Madrid, noviembre de 2017.


 (1) El vals de las flores se compuso en 1892. He querido emplear esa pieza como música de fondo en esta historia anterior en el tiempo por la relación entre la rosa blanca y el título del citado vals. Espero que se me perdone la licencia literaria.



16 de noviembre de 2017

Trotula de Salerno


Nueva entrega de Demencia, la madre de la Ciencia.

Todos los personajes que por esta sección pasan tienen en común la locura. La demencia que provoca la ciencia es un rasgo muy común entre los científicos, pero creo que de todos ellos las mujeres son las que más acusan esta característica. Porque además de bregar con lo que implica investigar tienen un inconveniente añadido: su condición femenina en un mundo que se rige por normas establecidas por hombres.

Hay que estar loco para dedicarse a la ciencia y encima ser mujer.

A lo largo de la Historia ha habido muchas mujeres científicas, pero en la memoria común permanecen muy pocas, incluso en la memoria de los que a la Ciencia se dedican, es decir los científicos –algo que es imperdonable–. Marie Curie y unas poquitas más son conocidas por casi todo el mundo, pero hay otras mujeres que contribuyeron sustancialmente a la Ciencia y hoy son unas completas desconocidas.

Entre este grupo de mujeres se encuentra Trotula de Salerno. Esta mujer apenas aparece en los libros de Historia, hasta tal punto que algunos autores contemporáneos dudan de su existencia. Y es que el acoso y derribo de este personaje fue tal que en los tratados que escribió se cambió su nombre por el equivalente masculino (Trottus) para finalmente borrarlo y dejarse de contemplaciones. 

Reconozco que yo nunca había oído hablar de Trotula hasta que leí una obra de Margaret Alic, 'El legado de Hipatia'. De hecho casi todo lo que voy a contar sobre esta mujer está tomado de ese libro pues apenas hay referencias sobre este personaje en ningún otro lugar.


Trotula de Salerno perteneció a un conjunto de mujeres que practicaban la medicina, e incluso la cirugía, en el siglo XI y a las que se llamaba “Las damas de Salerno”.

Salerno es una localidad del sur de Italia y fue un referente en medicina en la Edad Media gracias a su escuela. Además, la Escuela de Salerno fue el primer centro médico que nada tenía que ver con la Iglesia. Se la considera la primera universidad europea.

En este centro de erudición y estudio se traducían textos sobre medicina de los antiguos griegos que habían sido previamente analizados por los árabes,  debido a lo cual dicha traducción se hacía del árabe al latín.

Esta escuela, o universidad, no tenía inconveniente en aceptar mujeres entre sus alumnos e incluso entre sus profesores por lo que la presencia femenina en las aulas era frecuente. Esta buena costumbre se perdió tan solo cien años después cuando se excluyó a las mujeres de la educación superior y se empezó a desdeñar los trabajos previos de estas hasta ningunearlas y hacerlas desaparecer como autoras de sus propios escritos.

No se sabe con exactitud cuándo nació Trotula, lo hizo en Salerno y se cree que en los inicios del siglo XI porque parece que sí hay constancia de su muerte en el año 1097 y que falleció muy anciana.

Trotula perteneció a una familia noble, los Di Ruggiero. Estudió en la Escuela de Salerno y también impartió clases. Se casó con un médico, Johannes Platearius, y tuvo dos hijos que también ejercieron la medicina. 

Parece ser que toda la familia, los padres y los dos hijos, trabajaron durante años escribiendo una enciclopedia de medicina, la 'Practica brevis'. Pero su obra más importante fue 'Passionibus mulierum curandorum' (Curación de las dolencias de las mujeres).

Antes de seguir me gustaría pedir perdón por los latinajos, pero en aquella época el lenguaje empleado para los textos científicos era el latín (ahora es el inglés).

En el Passionibus se trata minuciosamente todas aquellas enfermedades propias de la mujer, es decir, es un tratado de ginecología en su mayor parte.

En este tratado se dan una serie de indicaciones que hoy pueden parecer obvias pero que en el siglo XI eran mucho más extrañas. Por ejemplo, se insiste en la importancia de la higiene para prevenir enfermedades, advierte de los peligros que conlleva la angustia y el cansancio mental y físico derivado de un estado de nerviosismo permanente (estrés) y se aconseja una dieta equilibrada combinada con ejercicio –esto último es actualmente la coletilla de todo médico de atención primaria–.

Este tratado también se caracteriza por una peculiaridad que a mí se me antojó muy curiosa: ‘aconseja remedios sencillos y baratos para los pobres’. Esta intención de que la salud llegue a las clases más humildes me parece llamativa y digna de encomio. 

Pero Trotula no solo habló de enfermedades, fue más allá. También escribió sobre el control de la natalidad y de cómo combatir la infertilidad. Toda una progresista. O quizás no. Antes de entrar en la oscuridad absoluta del siglo XII con sus trovadores cortesanos que loaban a la mujer como un objeto por el que guerrear pero también decorativo, las mujeres eran consideradas en muchos ámbitos y sus opiniones se tenían en cuenta.

Trotula también fue la primera persona en indicar cómo coser un perineo rasgado tras un parto: “Algunas mujeres son dañadas durante el parto por errores de los que las atienden. Hay algunas para quienes vulva y ano se convierten en un solo paso”. Además sugirió técnicas para colocar al inminente bebé en la posición más adecuada para que no se dé el desgarro. Aquí vuelvo a pedir perdón, en este caso por las escenas que describo, pero si ya todos sabemos que vivir no es fácil, nacer lo es aún menos.

En honor a la verdad no todo lo que escribió Trotula era sensato. No olvidemos que vivió en la Edad Media y por muchos estudios que se tuvieran, la investigación científica estaba muy verde. Por ejemplo, para las personas obesas tenía un tratamiento algo peculiar –por decirlo de una manera suave–, los obesos debían untarse con boñiga de vaca y vino para después colocarse sobre arena caliente. 

No voy a entrar en más detalles de este escrito, tan solo plasmar la opinión de una colega suya pero del siglo XX, Kate Campbell Hurd-Mead (obstetra): "Se adelanta mucho al siglo XI en cuanto a cirugía así como en el cuidado de la madre y del niño en el postparto".

El Passionibus fue un auténtico best-seller en el siglo XI y en los que le siguieron. Fue copiado con frecuencia y como aún no existía la imprenta fue en este proceso de copiado donde empezaron los problemas para Trotula.

En las sucesivas copias que se dan a lo largo de los años el nombre de su autora se va cambiando e incluso se las atribuyen a su marido. El golpe definitivo para llevar a Trotula al olvido viene cuando uno de estos copistas cambia su nombre por la forma masculina, Trottus. 

Para más inri, y ya con la existencia de la imprenta, a algunos editores no les hacía ninguna gracia que una mujer escribiera sobre ciencia en general y menos aún sobre aparatos sexuales y reproducción en particular.

A pesar de esos copistas y editores malintencionados, aún había cierto recuerdo de esta mujer. Pero ya se encargaron otros de terminar la faena. Charles Singer, un historiador de medicina del siglo XX, alegó que el tratado era "una obra de erotismo disfrazada de ginecología" y que el verdadero autor se hizo pasar por una mujer "para ocultar su naturaleza pornográfica". Menuda pieza el tal Singer.

Pero hubo más mentes '¿eruditas?' (y masculinas) que contribuyeron a denostar a Trotula. Karl Sudhoff, un médico alemán del siglo XIX especializado en Historia de la medicina, estableció que las damas de Salerno eran todas comadronas y enfermeras pero no médicas y por tanto ninguna hubiera podido escribir un tratado de obstetricia ya que para ello se necesitan conocimientos demasiado complicados para una mujer.

Otro inciso: si alguno tiene problemas para representarse cómo sería una conversación entre dos hombres del Paleolítico que se imaginen a Singer y a Sudhoff hablando juntos. Es más, yo estoy en la idea de que Darwin habría tenído sus dudas sobre la evolución si hubiera conocido a estos dos impresentables.

Puede que a estas alturas y con historiadores de la catadura de Singer y Sudhoff uno pueda dudar de la existencia de Trotula pero lo que nadie cuestiona es que en la Italia medieval sí pudo existir alguien así y si no fue Trotula quien escribió el Passionibus fue otra mujer. Porque solo una mujer en aquella época se puede preocupar tanto por evitar los daños de un parto, solo una mujer en aquella época puede pensar en la contracepción, solo una mujer en aquella época puede interesarse tanto en el cuidado del recién nacido para evitar la alta mortandad infantil.

Terminaré con una frase de Dra. Hurd-Mead sobre este tratado:

Se nota la mano suave de la mujer doctora en cada página. Está lleno de sentido común y es muy práctico.



12 de noviembre de 2017

"Los pacientes del doctor García"-Almudena Grandes

Esta es la cuarta novela de la serie Episodios de una guerra interminable. Después de Inés y la alegría, El lector de Julio Verne y Las tres bodas de Manolita, Almudena Grandes nos vuelve a contar episodios de la Guerra Civil española a través de personajes ficticios que pudieron ser reales y que convivieron con otros que aparecen en los anales de nuestra Historia.

La novela que nos ocupa es” la historia de tres impostores” y ficticios los tres: Guillermo, Manolo y Adrián. Tres hombres que perdieron una guerra y también su identidad, pues para poder sobrevivir necesitan cambiar de nombre y de ocupación. Guillermo y Manolo pertenecían al bando republicano y Adrián luchó en el rebelde y los tres perdieron. Porque para perder una guerra no es necesariamente obligado formar parte del bando vencido. La derrota puede afectar de muchas maneras y las batallas no solo se libran con un fusil.

Esta es la historia de hombres y mujeres que, cada uno a su modo, libraron una guerra personal al mismo tiempo que se daba otra entre ejércitos. Algunos eligieron el bando en el que luchar de manera voluntaria, otros se dejaron llevar por las circunstancias y se amoldaron como buenamente pudieron, aceptando lo que el destino les deparó. 

Y todos sufrieron las consecuencias de una lucha fraticida. Cuando el enemigo es tu vecino, cuando en el bando opuesto se encuentra un antiguo compañero del colegio o un familiar, cuando el enfrentamiento se da entre hermanos nadie sale vencedor de esa lucha; todos, de una manera u otra, acaban perdiendo.

Esta es la historia de tres hombres que afrontan su derrota y el precio que han de pagar para poder sobrevivir. Ese precio consiste en renegar de uno mismo hasta tener que cambiar de nombre e identidad, hasta cambiar de forma de pensar y actuar de manera contraria a los propios ideales. Vivir en la impostura es la única salida para poder vivir.

Es la historia de tres hombres que viven a pesar de todo y eso les hace sentir culpables, pero ¿se puede culpar a alguien por querer vivir?

Esta es la historia de hombres y mujeres que hacen cosas que están mal, o a lo mejor no ya que “nunca se duda de estar obrando bien porque se siguen los principios inculcados desde pequeño y por eso se mata sin sentirse un asesino”. Es la historia de hombres y mujeres que se preguntan “¿Qué estás haciendo?”o “¿Qué has hecho?” y se contestan “No lo sé”. 

Pero cuando “algunos prefieren morir como inocentes que vivir como asesinos” quienes anteponen la supervivencia a cualquier dilema moral se sienten más cobardes, se sienten más culpables. Sin embargo, el instinto de supervivencia acude en su ayuda y es cuando vienen las mentiras, es cuando los supervivientes se mienten a sí mismos y buscan responsables en otro lugar. Es entonces cuando la víctima se convierte en culpable y el verdugo se salva a sí mismo.

Pero esta novela es mucho más que la historia de tres impostores, de tres supervivientes. Para mí es la novela más ambiciosa, desde un punto de vista histórico, de la serie Episodios de una guerra interminable. También la más internacional.

En esta ocasión Almudena Grandes amplía los horizontes del conflicto bélico traspasando las fronteras mucho más allá de los Pirineos. Denuncia sin paliativos la indiferencia de las potencias occidentales europeas ante el asentamiento de la dictadura de Franco. 

Entre los muchos personajes reales (demasiados para mi gusto) que jalonan la novela destaca especialmente Clara Stauffer, una falangista española de origen alemán que se implicó en el auxilio de nazis tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Ante la vista de todos y sin apenas disimulo esta mujer ayudó a escapar a muchos militares del extinguido y derrotado ejército alemán (la mayoría implicados en crímenes de guerra), procurándoles nuevas identidades y un exilio dorado en varios países sudamericanos e incluso en España.

Hasta EEUU es cómplice y se involucra aceptando la colaboración de alguno de estos militares porque ahora, tras el final del conflicto bélico mundial, el enemigo a abatir es Stalin y el comunismo. El final de la Segunda Guerra Mundial implica un giro de 180 grados de tal manera que los antaño enemigos nazis ahora son aliados y se unen para combatir a Stalin, olvidando que el numeroso ejército soviético fue una pieza clave en la derrota del nazismo. Se da más importancia al desembarco de Normandía y se relega a un segundo plano la campaña del Este, aquella donde el ejército nazi sufrió más bajas y donde empezó el principio del fin. Paradojas e hipocresías de la política a gran escala.

En este escenario Franco se ve beneficiado. Es un fascista, es un dictador, coqueteó con Mussolini y Hitler, pero tiene una virtud que le hace merecer el beneplácito de las potencias occidentales: es anticomunista. 

Ahora el amigo de vuestros enemigos es vuestro amigo y los enemigos de Franco son los vuestros

El presidente norteamericano Eisenhower abrazando a Franco


Y en la otra cara de la moneda el pueblo español que hubo de lidiar con una dictadura más de cuarenta años, ante la indiferencia de Europa y abandonado por todos. Algunos se dedicaron a vivir sin intervenir en política ni asumir ideologías, otros decidieron encauzar su odio afiliándose clandestinamente a partidos prohibidos y militando se sintieron combatientes, útiles. Vana ilusión pues la dictadura acabó cuando el dictador murió de viejo y en su cama. 

Esta novela es la más ambiciosa y también la más completa en cuanto a datos históricos. Se tocan muchos temas, desde la primeras transfusiones de sangre por parte de un médico canadiense que creó el primer banco de sangre en España hasta la dictadura de Videla y sus desaparecidos en Argentina.

Abarca muchos años, desde los inicios de la guerra civil hasta los estertores de la dictadura de Franco; se cuentan las alianzas, los pactos entre gobiernos de distinto signo pero con intereses comunes, unos intereses que nada tienen que ver con los de la población que gobiernan.

La profusión de detalles y personajes históricos confieso que me llegó a abrumar. Almudena Grandes hace alarde de una gran documentación histórica al registrar detalles reales que sitúan previamente a los personajes ficticios para así comprender el marco en el que se desarrolla el argumento. Sin embargo, creo que yo habría agradecido algo menos de minuciosidad, tanta historia colateral y complementaria me aturdió.

Además, el libro es muy extenso, casi ochocientas páginas. Pero ni la profusión de detalles y personajes históricos ni la abundancia de páginas fueron un impedimento para disfrutar de la lectura de esta novela. Y es que ante todo y sobre todo está la narración pluscuamperfecta de Almudena Grandes. Escribe tan, pero tan bien, que no importa nada más. 

En ningún momento me llegué a aburrir. Al ser tan extensa esta obra y tener tantos personajes empleé casi un mes en su lectura (normalmente ningún libro me dura tanto) y esto, que en otros casos podría ser un defecto, con Almudena fue una virtud. Tanto tiempo compartido con los protagonistas me hizo ser partícipe de sus desdichas, de sus alegrías, de sus vidas. Establecí vínculos con ellos de manera que al terminar la novela tuve esa agridulce sensación que solo los buenos libros dejan: pesar por acabar y tener que despedirme de sus personajes. 

Es que Almudena Grandes escribe tan bien…



7 de noviembre de 2017

De encuentros y encontronazos


En este maravilloso mundo bloguero he tenido la suerte de conocer a gente estupenda. La comunicación que se ha dado a través de las letras ha dado paso a auténticas amistades. Muchas de ellas siguen en el territorio virtual pero otras han traspasado la barrera digital para cristalizar en encuentros personales, cara a cara, que han reforzado los lazos previamente establecidos por la red.

Hace algo más de un año me reuní con alguno de estos blogueros (si queréis recordar aquello aquí están los enlaces: La amistad y la distancia, La otra cara de la moneda) y solo puedo decir que esos encuentros no hicieron más que confirmar la impresión tan positiva que ya tenía de ellos cuando visitaba sus blogs o ellos visitaban el mío.

Hace un par de semanas tuve la oportunidad de conocer en persona a otra bloguera, Mamen Píriz (Alguien con quien hablar). Aprovechando que venía a Madrid desde Eibar con un viaje programado me planteó la posibilidad de vernos. Entonces yo me ofrecí como anfitriona para servir también de guía en algunos sitios emblemáticos de la ciudad y que ella quería volver a visitar.

Y aquí me pudo el entusiasmo. Me ofrecí de guía sin tener presente que yo soy un desastre y que mi mala cabeza y atolondramiento no son cualidades adecuadas para guiar a nadie.

Sé que Mamen anda diciendo por ahí (léase la blogosfera) que estuvo encantada de encontrarse conmigo, pero sabed que la realidad fue muy distinta. Ella como es bien nacida es agradecida, pero ya os digo yo que no había nada que agradecerme a mí.

Os cuento.

El fin de semana que vino Mamen coincidía con un evento en la capital llamado Luna de Octubre y que consistió en una serie de representaciones de luz y sonido a lo largo del llamado eje del arte (el recorrido que se da entre los museos del Prado, el Thyssen y el Reina Sofía). Yo le ofrecí quedar el sábado por la noche y enseñarle algo de esta movida.

Mamen se alojaba en un hotel de Chamartín, algo alejado de la zona donde íbamos a quedar. Como coger el metro para alguien que no está acostumbrado puede resultar agobiante, y más si hay que hacer trasbordo, le sugerí que tomara un autobús, concretamente la línea 27 que va por toda la Castellana hasta Cibeles, donde nos habíamos citado.

Cuando llego diez minutos antes al lugar de la cita (yo sí fui en metro) me encuentro que tooooooda la zona está cortada al tráfico y evidentemente los autobuses no pasaban por allí (ni por allí ni por dos kilómetros a la redonda). Toda apurada la llamo al teléfono y ella me dice que, después de esperar más de veinte minutos el bus decidió coger el metro y que iba con otro matrimonio que se había ofrecido a acompañarlos hasta nuestro punto de reunión porque esa pareja también iba a ver el espectáculo.

Media hora después de la hora convenida, y tras varias llamadas telefónicas, conseguimos reunirnos. Menos mal que aquel matrimonio tan amable iba al mismo lugar y pudo acompañar a Mamen, y su marido, hasta Cibeles. Lo malo es que además de ese matrimonio acudieron a la plaza varios miles de personas más y así estaba todo: abarrotado. 

La primera foto de nuestro encuentro la hicimos en La Cibeles, dado que Pepe (el marido de Mamen) y Jose (mi marido) son madridistas la instantánea tenía doble significado. Pero para que se note que son futboleros que llevan el ‘fair play’ a gala también se hicieron fotos en Neptuno (la fuente de los del Atleti) pero bastante menos concurrida que la de la diosa, y no es por malmeter.

Después de varios codazos entre el personal, porque no había manera de avanzar, conseguimos salir al Paseo del Prado. A lo largo del recorrido fuimos viendo varios montajes de arte (aquí podría volver a reflexionar sobre qué es arte y qué no pero lo voy a dejar).


Cuando llegamos al museo del Prado había una proyección muy bonita en la fachada. Podría haber sido mucho más bonita si yo me hubiera enterado de que era en 3D y había que conseguir unas gafas de esas de dos colores (rojo y azul) para ver la película como Dios manda.

En el Jardín Botánico también había más cosas pero no sabemos en qué consistieron porque la fila para entrar llegaba casi hasta los Jerónimos, así que decidimos quedarnos con la intriga. Como consolación vimos estas flores que estaban fuera de la verja del jardín.
 
Entre la gente que había y las cosas que jalonaban el Paseo del Prado nos dieron las diez, a esa hora se supone que teníamos que cenar. Yo había reservado en un restaurante muy chic de la zona de Chueca. Quería darle una buena impresión de la cocina madrileña a mi amiga Mamen y en esa zona se come muy bien. Pero hubo que cambiar de planes y la comida casera con tintes de nueva cocina característica de todos los restaurantes de Chueca fue sustituida por un bocata de calamares en un bareto de la Glorieta del Emperador Carlos V, es decir, Atocha.

Una vez terminada la cena nos fuimos calle Atocha arriba a tomar café a la plaza de Jacinto Benavente. En el camino pensaba enseñarle a Mamen el lugar donde estuvo emplazada la imprenta donde se imprimieron los primeros ejemplares de El Quijote. Quería darme el pisto de culta y de paso quedar como una buena guía y tratar así de olvidar los patinazos del tráfico cortado y de la comida cutre. Bueno, pues me quedé con las ganas. Resulta que el edificio estaba en restauración y no le pude enseñar nada. Cuando las cosas se tuercen, se tuercen y ya está.

Pero las meteduras de pata aún no habían terminado.

Mamen y su marido querían coger el metro para llegar a su hotel. Desde la Puerta del Sol es sencillo pues no hay que hacer trasbordo y mi marido y yo les íbamos a acompañar hasta el mismo andén para que no tuvieran problema de liarse con tanta línea como hay en esa estación. El problema lo tuvimos para sacar el billete. Resulta que han cambiado el software de las máquinas expendedoras de los tickets y ocurrió lo que suele pasar cuando se cambia algo viejo por algo nuevo: que no funciona.

Tras pelearnos con varias máquinas y tras mentar a toda la parentela del fabricante conseguimos sacar los billetes. Pudimos dejar a nuestros invitados en el andén correcto y nos despedimos hasta el día siguiente. Reconozco que yo no me quedé muy tranquila, porque viendo cómo había transcurrido la noche ya me estaba imaginando el convoy averiado en mitad de un túnel. Afortunadamente no fue así y pudieron llegar a su hotel sin contratiempos.

A la mañana siguiente quedamos en vernos en la puerta del museo del Prado y desde allí ir a dar un paseo a El Retiro. Cumplidora yo me situé en una de las puertas del museo y esperé a Mamen y a Pepe. Como era de día me llevé mi famoso (e instrumento de tortura para algunos) palo selfie. 

Cuando llegamos al parque me dispuse a utilizarlo y… resulta que había perdido una de las piezas (la que sujeta la cámara). Tras volver a desandar el camino entre el parque y el museo pude encontrar la pieza y recomponer el palo. Pero dio igual, resulta que no tenía batería y el bluetooth necesario para que funcione no iba, así que no hubo selfies. Cuando las cosas se tuercen, se tuercen y ya está.
Una servidora buscando la pieza del palo-selfie y renegando para mis adentros.

En El Retiro hice gala, una vez más, de mi mala preparación como cicerone. Mamen y Pepe me preguntaron por varios árboles que allí había y yo solo pude contestarles con frases como “un árbol muy grande” o “un árbol muy antiguo”.

Pero no solo me estrellé con la botánica. También lo hice con la hostelería. Resulta que Pepe quería tomarse un café. Nos sentamos en uno de los chiringuitos que están en el parque y cuando el marido de Mamen pidió su anhelado café, el camarero contestó que no tenían cafetera. Bravo, Paloma.

Al menos conseguí llevarlos de vuelta hasta el lugar donde les esperaba el autocar, porque si no soy capaz de conducirlos bien en un parque, llevármelos hasta Eibar... 

Gracias a que Mamen y Pepe son unas excelentes personas la velada fue estupenda, a pesar de todos mis patinazos. Nos lo pasamos francamente bien, charlando, riéndonos y disfrutando de la ciudad. 

Este encuentro permanecerá en mi memoria en forma de recuerdo entrañable, pero que sepáis que todo el mérito fue de ellos.



1 de noviembre de 2017

Rafael Alberti


En este mes de noviembre que hoy comienza el protagonista de Poemas y Cantares es Rafael Alberti.

Rafael Alberti nace el 16 de diciembre de 1902 en el Puerto de Santa María (Cádiz). Su familia proviene de italianos que recalaron en España para dedicarse al negocio vinícola.

Sus estudios los realiza en colegios religiosos pero la disciplina de este tipo de centros no le sienta bien al díscolo Alberti por lo que, con catorce años, es expulsado por mala conducta. Nunca terminó el bachillerato.

Con quince años se trasalada a Madrid con su familia. La vocación artística de Rafael comienza a manifestarse con la pintura. Pero en 1920 al morir su padre, Rafael escribe sus primeros versos inspirado por este luctuoso evento.


Sus delicados pulmones le obligan a trasladarse a la sierra de Guadarrama y allí, lejos del mar que le vio nacer, escribe los poemas que forman “Marinero en tierra” y por los que recibiría el Premio Nacional de Poesía en 1925.

Cuando se restablece de su afección pulmonar regresa a Madrid y entabla amistad con García Lorca, Vicente Aleixandre y Gerardo Diego en la famosa, y ya centro de reunión para mentes luminosas, Residencia de Estudiantes.

La mala situación económica por la que pasa, añadida a la salud endeble que tiene, junto a una pérdida de la fe le llevan a un estado de semi-depresión. Escribe en esta época sus versos más siniestros.

Pero la política viene a salvarlo. Participa en revueltas estudiantiles durante la dictadura de Primo de Rivera y se implica en la instauración de la Segunda República. Se afilia al Partido Comunista de España (PCE).

En esta fase Alberti entiende la poesía como un arma más poderosa que cualquier fusil para cambiar el mundo.

Durante la Guerra Civil española forma parte de la Alianza de Intelectuales Antifascistas (en este grupo también se encuentra Miguel Hernández y Luis Buñuel). En principio es una asociación cultural pero con actividades políticas donde se hacen llamamientos a la oposición al fascismo. Es en esta etapa cuando Alberti reprocha a algunos intelectuales su poco o nulo interés en combatir dicho fascismo, y entre estos intelectuales está Miguel de Unamuno, al que pone de vuelta y media en su sección de la hoja semanal El mono azul con un artículo titulado “¡A paseo!”.

En estos años de confrontación bélica Alberti tuvo un papel controvertido y aún hoy es motivo de polémica. Sus detractores le acusan de 'señorito comunista, disfrazado con un mono obrero' y lindezas de este estilo. Lo peor es que también le acusan de participar en las purgas políticas.

En el año 2009 un religioso redentorista, Antonio Hortelano, en su lecho de muerte acusó a Alberti de torturas, 'metía a los prisioneros en cabinas de teléfonos con las paredes electrificadas con alta tensión'. De difundir estas declaraciones se encargó el escritor Alfonso Ussía, de ideas políticas completamente opuestas a las del poeta. Además, Ussía tiene un contencioso con Alberti, pues le hace responsable de la ejecución de su abuelo, el escritor Pedro Muñoz Seca. Cuando el dramaturgo estaba preso en una checa por sus ideas monárquicas y católicas, un hermano de Rafael y amigo del prisionero intercedió por él ante Alberti pero sin éxito pues Muñoz Seca fue fusilado en Paracuellos del Jarama.

Pero los defensores de Alberti aducen que siempre militó por ‘el tratamiento humano del enemigo, a pesar de los fusilamientos y los bombardeos franquistas’. Como siempre que se trata este denigrante episodio de nuestra historia patria las versiones son opuestas y, posiblemente, interesadas. Bien pensado, cuando se trata de esta época y cuando se trata de cualquiera otra las versiones siempre son interesadas, no hay más que ver dos noticiarios de dos cadenas de televisión distintas para ver cuánta diferencia hay en la forma de contar un mismo hecho.

Donde sí parece haber consenso es en reconocer que Alberti colabora en la evacuación de los fondos del Museo del Prado para preservar este patrimonio de los bombardeos que la capital de España sufre durante la guerra.

Durante todo el conflicto emplea el arma que mejor maneja, la poesía, y escribe varios versos para incitar a la resistencia en un Madrid asediado.

La guerra termina y Alberti pertenece al bando perdedor. Se exilia en Francia pero las autoridades de aquel país lo consideran un comunista peligroso y se va a Sudamérica. Supongo que esa peligrosidad se basaría en que este personaje se dedica a escribir y vieron en esa actividad un alto riesgo. La pluma es más mortífera que la espada.

Tras pasar por Argentina y Chile, recala de nuevo en Europa, concretamente en Roma. Cuando Franco muere regresa a España. Es diputado por el PCE pero por poco tiempo, renuncia a su escaño para dedicarse a la pintura (afición que no abandona nunca) y a la poesía.

Su labor como poeta es reconocida con galardones muy prestigiosos, como el Premio Cervantes, el Premio Roma de Literatura o el Premio Lenin de la Paz. También le conceden el Premio Príncipe de Asturias, pero debido a sus fuertes convicciones republicanas renuncia a él. Además de buen poeta es muy coherente, algo que no suele abundar mucho, como la buena poesía.

Muere el 28 de octubre de 1999 en el mismo lugar que le vio nacer, tiene noventa y séis años.


Hay varias poesías conocidas de este autor pero me parece que la más famosa es la versionada en forma de canción por Serrat (posteriormente también por Ana Belén): La paloma. Dado que yo me llamo igual creo que es obligado que sea este poema el que aparezca en la publicación.

Se equivocó la paloma,
se equivocaba.
Por ir al norte fue al sur,
creyó que el trigo era el agua.
Creyó que el mar era el cielo
que la noche la mañana.
Que las estrellas rocío,
que la calor la nevada.
Que tu falda era tu blusa,
que tu corazón su casa.
(Ella se durmió en la orilla,
tú en la cumbre de una rama.)
Rafael Alberti (1902-1999)



Dejando las bromas aparte (en otra publicación, “Mi nombre”, hacía alusión a las chanzas que sufrí en el colegio por culpa de ese ‘se equivocó la paloma, se equivocaba’) me parece una poesía llena de significado. Esa desorientación que sufre la protagonista del poema es ahora mismo el estado en que muchos de nosotros nos encontramos, al menos yo. 

Confundir el trigo con el agua, el mar con el cielo o el calor con la nieve lo estoy viviendo con especial crudeza estos días. Los últimos meses mi país se ha sumergido en un sinsentido digno de una opereta de tres al cuarto o de los sueños delirantes de unos locos dementes. 

Ando confundida y desnortada, aunque no me importaría ir al sur si allí encuentro un poco de sensatez y cordura para no equivocarme más y centrarme un poquito, que falta me está haciendo. Que falta nos hace a muchos, no solo a mí.





Hada verde:Cursores
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