Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

27 de marzo de 2021

Diccionario para una pandemia (II)


 Pruebas diagnóticas Covid: diferentes test para averiguar si uno ha pasado o está pasando la enfermedad y cuyo coste y complejidad es muy diverso. Las maneras de obtener la muestra a analizar también son variadas, así como las molestias que ocasionan, desde un test de anticuerpos simple con un pinchacito en el dedo, pasando por un test de antígenos donde te meten un palo por la nariz y hasta una PCR anal donde el palo te lo meten por el culo (en esto de diagnosticar, las autoridades también se han propuesto dar por saco).

 Vacuna de Pfizer y/o Moderna (al inicio de la vacunación): vacunas estadounidenses e innovadoras por ser las primeras que utilizan la técnica del ARN mensajero, poco fiables para la población y que nadie se quiere poner porque vaya usted a saber qué es eso del ARN mensajero.

 Vacuna de Astra-Zeneca (al inicio de la vacunación): vacuna convencional desarrollada por un laboratorio europeo, muy fiable para la población y que todo el mundo quiere ponerse.

 Vacuna de Astra-Zeneca (después de tres meses de vacunación): vacuna convencional desarrollada por un laboratorio europeo, poco fiable para la población y que nadie quiere ponerse porque los medios han anunciado a bombo y platillo que algunos vacunados han tenido procesos trombóticos, aunque no está claro qué los han producido.

 Vacuna de Pfizer y/o Moderna (después de tres meses de vacunación): vacunas estadounidenses e innovadoras por ser las primeras que utilizan la técnica del ARN mensajero, muy fiables para la población y que todo el mundo se quiere poner antes que la de Astra-Zeneca.

 Farmacovigilancia (antes de la pandemia): disciplina, desarrollada por médicos y expertos en farmacología, encargada de vigilar y evaluar la información que proporcionan las autoridades sanitarias sobre los efectos de los medicamentos en la población para detectar reacciones adversas y prevenir daños en los pacientes.

 Farmacovigilancia (durante la pandemia): disciplina en la que toda la población tiene preparación adecuada para estipular qué fármaco (léase vacuna) es bueno y cuál no basándose en la información que reciben de Manoli (la vecina del 5ºA) y de los tertulianos de Sálvame y El Chiringuito.

 Evidencia científica (antes de la pandemia): uso consciente, explícito y juicioso de datos válidos y disponibles procedentes de la investigación científica.

Evidencia científica (durante la pandemia): uso inconsciente, arbitrario y delirante de datos inciertos (y generalmente falsos) procedentes de Manoli (la vecina del 5ºA) y de los tertulianos de Sálvame y El Chiringuito.

 Protocolo de vacunación: normas a seguir para elegir los grupos prioritarios a la hora de vacunar. En algunas autonomías se ha optado por el orden alfabético: primero se vacunan los de la “A” es decir alcaldes y sus familiares (para disimular y que no se note demasiado el abuso, han incluido también a los ancianos, menos mal); el segundo grupo sería la “B” donde los burros van delante para que no se espanten y en el que se integran bastantes políticos; después vienen los de la “C” y aquí los concejales, consejeros autonómicos y muchos caraduras se han visto beneficiados por este método, así como la curia eclesiástica (obispos, clero de alto standing y algún que otro cura espabilado); luego iría la “D” de diputados, luego la “E” de enchufados, etc, etc, etc. (Para los que el abecedario no se les da bien, recordar que la “P” de pueblo llano va casi al final).

 

Continuará…





 

22 de marzo de 2021

Un mal trago


 

Atribuyen a Oscar Wilde una frase que dice «Ten cuidado con lo que deseas, se puede convertir en realidad». Por desgracia, tuve ocasión de comprobarlo y también de darme cuenta cómo el destino cuando se pone a jugar con los sueños se cachondea de ti y encima te lo hace pasar muy mal.

Entre mis deseos para el año 2021 pedí viajar, y casi, casi, mi deseo se cumple de manera tajante y definitiva porque me faltó muy poco para hacer un largo viaje, pero solo de ida, sin retorno posible; casi me voy de viaje al otro barrio, al más allá, al otro lado o como quiera llamarse a lo de estirar la pata. Vamos, que estuve a punto de espicharla.

Como siempre he pregonado que el humor es una buena terapia, vaya esta publicación como una forma de conjurar el mal rollo y la angustia que me generó una situación tonta y banal, pero que, como ya he anunciado, a punto estuvo de darme matarile.

En mi casa es tradición tomar un aperitivo en la cocina mientras hacemos la comida o la cena. El refrigerio suele consistir en un vinito o una cerveza acompañados por unas aceitunas o algo de jamón. Muy de tarde en tarde, el picoteo consiste en otro tipo de alimentos como patatas fritas o cortezas. Hace unas semanas mi media naranja se trajo, junto a la barra de pan para comer, una bolsa de cortezas y nos dispusimos a comérnoslas con la bebida correspondiente ―vino él, cerveza yo― mientras se terminaba de hacer el asado que estaba en el horno.

No sé si fue la primera corteza o la segunda que me metí en la boca, pero una de ellas ―puede que las dos― se me quedó atorada en la garganta. Intenté tragar haciendo esfuerzo y lo único que conseguí es que se atascara más: ni para arriba, ni para abajo. En principio no me preocupé demasiado, decidí beber un trago de mi cerveza para arrastrar la corteza maldita, sin embargo, lo que ocurrió fue todo lo contrario, la corteza se esponjó con el líquido, se hinchó y ahí ya la lié parda.

Que algo se atasque ya se intuye incómodo, pero que lo haga en el lugar donde pasa el aire y, por tanto, que impida respirar es muy, pero que muy peligroso. No voy a entrar en pormenores fisiológicos, pero creo que todos sabemos lo que pasa si nos quedamos sin aire.

Empecé a boquear como pez fuera del agua y aunque algo de aire sí entraba no era el suficiente y la angustia fue creciendo. Mi marido, con la cara desencajada, intentaba ayudarme, aunque no sabía muy bien cómo. Cuando, pasados unos segundos, yo seguía sin respirar bien con aquello atravesado en la garganta, él decidió llamar a urgencias.

Recuerdo que, mientras le veía llamar al 112, yo intentaba respirar con estertores agónicos que sonaban fatal. Me había convertido en una Darth Vaden de andar por casa y “flamenca” para más señas porque la desesperación de no conseguir respirar me hizo marcarme una especie de zapateado raro donde mis patadas eran la manifestación de la angustia.

El médico que atendió la llamada, y al saber qué es lo que estaba pasando, pidió a voces que intentara toser. El problema es que para toser se necesita coger aire y eso era precisamente lo que yo no podía hacer. Como el médico de la línea de emergencias no me oyó toser empezó a gritar histérico de forma que hasta yo le escuchaba, y esto me puso más nerviosa porque que un médico avezado en experiencias difíciles pierda los papeles es síntoma de que la cosa está jodida.

Dicen que cuando llega la hora final, tu vida pasa rápidamente ante tus ojos. A mí no me ocurrió nada de eso. Yo solo me dije: «Menuda manera más estúpida de morirme». Siempre pensé que moriría de alguna enfermedad, como el cáncer, o por un ictus o un infarto, o incluso por un accidente de tráfico, pero ¿por un atragantamiento? ¿en serio? Además, atragantada con una corteza, y encima del Mercadona. ¡Qué poco glamour! Si al menos hubiera sido con un trozo de jamón ibérico…

A partir de ese momento ya no sé muy bien qué pasó, me pareció escuchar a mi marido decir que una ambulancia del SAMUR estaba en camino, pero yo sabía que, si seguía sin poder respirar bien, para cuando quisieran llegar me encontrarían en parada cardiorrespiratoria porque los efectos de la hipoxia ya se estaban haciendo notar y empezaba a marearme. Creo que también pensé que ojalá llegaran a tiempo al menos para poder reanimarme.

En algún momento, supongo que fruto de la desesperación que da la necesidad de aire, conseguí toser débilmente, y algo se movió en la garganta, no se despejó del todo, pero sí noté que el aire llegaba en mayor cantidad que antes. Gateando por el suelo seguí tosiendo con el poco aire que me llegaba a los pulmones. Poco a poco, y entre toses cada vez más estentóreas, empecé a recuperar el resuello. Fue cuestión de unos pocos minutos, pero a mí se me hicieron eternos, y agónicos.

Para cuando llegaron los del SAMUR yo ya estaba sentada en el sofá con una taquicardia de mil demonios y, lo mejor, respirando, agitadamente, pero respirando, al fin y al cabo.

Los sanitarios llegaron cargados con una botella de oxígeno y un desfibrilador para reanimación cardiaca, lo que hizo que mi taquicardia se incrementara porque fui más consciente de que había faltado el pelo de un calvo para no contarlo.

Mientras una enfermera me cogía de la mano e intentaba tranquilizarme ―yo estaba pálida como un cadáver y mis labios apenas tenían color―, dos médicos me examinaron los pulmones, comprobaron la saturación de oxígeno y mirararon con un pequeño endoscopio que ningún trozo de la corteza maldita andaba aún por donde no debía; tras la exploración decidieron que estaba fuera de peligro y me instaron a que abandonara ciertas prácticas de aperitivo poco sanas, consejo que seguí a rajatabla y que se materializó con los restos de la bolsa de cortezas en la basura.

La médica al frente del equipo se paró a explicar qué había pasado y cómo el acto de beber ante la primera muestra de atragantamiento fue el desencadenante de la fase más grave. Nos instruyó qué hacer en casos así y nos enseñó cómo realizar la maniobra de Heimlich, esa que sale en las películas y que parece muy sencilla pero que tiene su intríngulis y que no es tan fácil.

Al final todo quedó en un susto y de los gordos. He tardado en contar esto porque el trauma ha sido difícil de superar ―me tiré un par de días con temblequera en las piernas y aún tengo pesadillas donde sueño que no puedo respirar y me despierto sobresaltada―.

He reflexionado mucho desde entonces, y son muchas las conclusiones obtenidas. Somos frágiles, la vida se te puede torcer irremisiblemente en un instante, no tenemos nada asegurado y la vulnerabilidad es patente; cualquier pequeña cosa, por inocua que parezca, nos puede dar pasaporte al más allá. Doy fe.

Así que hay que disfrutar de cada pequeño momento como si fuera el último: unas risas con tus seres queridos, un paseo por un parque o un aperitivo con tu amor… siempre y cuando no haya cortezas.




NOTA: Mi agradecimiento al personal sanitario del SAMUR que se personó en mi casa. Con la que está cayendo, ellos demostraron, además de ser unos profesionales de tomo y lomo, una excelente calidad humana en el trato exquisito y lleno de cariño que me dispensaron.

 

 

 

 

 

9 de marzo de 2021

Los restos de la batalla


 

Lola paseaba por el centro de Londres cabizbaja, no se acostumbraba a esa pertinaz llovizna que lo impregnaba todo de una humedad perpetua.

Cuando llegó a la Biblioteca Nacional saludó con una ligera inclinación de cabeza a la estatua de Cervantes situada en el centro de la escalinata que daba acceso al edificio de estilo herreriano. Una vez en el interior, y tras mostrar su carnet de investigadora, accedió a su rincón favorito de la sala de lectura: literatura del Siglo de Oro.

Manejó con sumo cuidado un ejemplar de Guillermo Chéspir, un dramaturgo con algo de fama en las islas británicas y que no era demasiado conocido fuera de allí, pero al que Lola le había tomado afición. Sus obras de teatro eran entretenidas, tenían de todo: traición, incesto, sangre, y drama, mucho drama; casi todos sus personajes acababan o locos o muertos. El estilo literario dejaba bastante que desear, se notaba que la lengua natal del autor no era el castellano.  

―Buenos días, Lola ―susurró la bibliotecaria jefa.

―Hola, Carmen. ¿Qué tal? ¿Tus hijos?

―Bien. Están en España con una beca de estudios ―suspiró aliviada―. En Inglaterra no hay oportunidades. Allí podrán prosperar.

―Me alegro.

Carmen se alejó y Lola, antes de regresar a su lectura, miró el cuadro de Velázquez que presidía la sala: un lienzo enorme donde se plasmaba la victoria de la Gran Armada sobre la flota inglesa previa a la invasión de las islas por parte del imperio español.

 



Punto Jonbar: En 1588 Felipe II envió una flota de barcos a Gran Bretaña con el objeto de destronar a Isabel I e invadir Inglaterra. Las condiciones meteorológicas hundieron la mayoría de los barcos y la invasión no tuvo lugar. Dicen que, de haber prosperado, ahora medio mundo hablaría español en lugar de inglés.



Hada verde:Cursores
Hada verde:Cursores