Este es el cuarto libro de la Trilogía de Gengis Khan. Aunque pueda parecer una incongruencia eso de ser el cuarto libro de una trilogía, no lo es. La trilogía en sí habla de la vida del gran guerrero mongol Gengis que llegó a formar un imperio aunando todas las tribus mongolas. Supongo que la intención original del autor era escribir sobre este personaje pero viendo la buena acogida de estos libros decidió seguir escribiendo sobre sus sucesores una vez muerto el gran Gengis Khan.
Gengis Khan ha muerto y uno de sus hijos, Ogedai, le sucede. Sin embargo hay más aspirantes al khanato y la tarea de gobernar a todos los mongoles manteniéndolos unidos no será fácil.
El sucesor de Gengis se encuentra con vastos territorios conquistados por el empuje y la ambición de su padre pero esa vastedad hará que el estilo de vida mongol cambie mucho respecto al que su progenitor tuvo. "Gengis había conquistado el mundo desde un caballo, pero un khan no podía gobernar desde un caballo. Ogedai, parecía haberlo entendido mejor de lo que su padre lo entendió jamás."
Porque una cosa es guerrear y conquistar y otra muy distinta es gobernar. Ahora los mongoles son dueños de extensos territorios y el contacto con otros pueblos y formas de vida les hace percibir la realidad de otra manera. "Gengis Khan decía que la mejor forma que tenía un hombre de pasar la vida era dedicarla a combatir contra sus enemigos. Pero lo que construimos puede perdurar y ser recordado, quizá durante miles de generaciones".
De hecho Ogedai se dedica a la construcción de una ciudad para que el imperio creado por su padre tenga una capital: Karakorum. Este hecho hará que muchos de sus asesores y antiguos compañeros de armas cuestionen la capacidad de gobernar del nuevo khan porque el asentarse en una ciudad contraviene el espíritu original de las tribus nómadas mongolas.
No obstante las conquistas continúan y las nuevas generaciones, los sobrinos y nietos del gran Gengis Khan, siguen batallando. Esta vez su objetivo es Occidente y asolan Rusia, Hungría, Polonia y Serbia. Es decir, el espíritu combativo y aventurero no les abandona. Así Europa se ve amenazada por un ejército que tiene una forma de luchar muy peculiar. La organización de los tumanes y la manera de transmitir las órdenes en el campo de batalla es desconcertante para los ejércitos cristianos que se le enfrentan. Esta Horda de Oro será el nuevo enemigo a batir en Occidente y en los años venideros un auténtico suplicio pues aparecerán con un arma desconocida y mortífera que obtuvieron al conquistar los territorios chinos: la pólvora.
Al igual que en los otros tres libros las escenas bélicas son contadas de forma muy entretenida. Las cargas de la caballería mongola, una vez más, me hicieron disfrutar mucho. En algunas escenas el lector se ve inmerso en la batalla y puede oír los relinchos de los caballos con el silbar de las flechas. Una maravilla.
Cuando leí los anteriores libros me dejé un tiempo de descanso para recuperarme de tanta acción y porque leer tal cantidad de páginas sobre una misma historia, aunque los personajes se van reemplazando en la línea temporal, puede resultar cansado. A este respecto se puede decir que este cuarto libro es más de lo mismo pero Conn Iggulden tiene un estilo muy fresco y la lectura no se hace pesada. Las descripciones las realiza en la dosis justa y las intrigas y conspiraciones propias de un imperio las maneja de forma que mantiene al lector pendiente de la evolución de la historia. Quizás sí que se le puede acusar de cierto maniqueísmo a la hora de presentar algunos personajes.
De todas formas este género de aventura me gusta por la gran evasión que me proporciona. Ha sido refrescante viajar a épocas y lugares exóticos como Karakorum, Pekín o el sur de China.
Seguiré leyendo más adelante el quinto libro -creo que de momento no hay más- para seguir sabiendo de los descendientes del gran Gengis Khan.
Kirke