Por fin había llegado el día; el día para el que Firmino vivía el resto del año. Trescientos sesenta y cuatro días entrenando a todas horas para lucirse hoy.
En cuanto su trabajo en el barco pesquero le permitía
unos momentos de tranquilidad y ocio, se volcaba en su pasión: la gaita. Si
estaba en alta mar ensayaba en su camarote, a pesar de las protestas de sus
compañeros.
―¡Carallo, Firmino, deja ya de tocar las
narices! Nos vas a volver locos con tanta gaita. ¡Para quieto!
Una vez en tierra, en los días de descanso también se afanaba
en tocar el artilugio, entonces era su mujer la que se quejaba.
―Firmino, ¿no puedes dejar eso un poco? ¿Es que no te
cansas de tocarla? Suéltala ya, home, y vamos a dar una vueltiña
que me tienes muy abandonada.
―Estrela, si quiero ser bueno en esto tengo que
esforzarme, y la práctica hace la técnica. Quiero ser el mejor.
Sus esfuerzos serían visibles hoy, en A Xira, el
día de la gaita. El primer domingo de agosto, cientos de gaiteros se reunían en
Ribadeo para subir en romería hasta el monte de Santa Cruz al son de su música.
Alegres acordes sonarían en el ascenso y él daría muestra de su pericia y
buenhacer con su instrumento.
Varios miles de visitantes se congregaban para asistir
a tan pintoresca y musical celebración. Entre ellos se encontraban las esposas
de los gaiteros pertenecientes a la asociación Amigos da Gaita Galega,
organizadora del evento. La fiesta servía también para que ellas se reunieran y
aprovecharan para desahogar sus frustraciones devenidas de la afición de sus
maridos: las ausencias provocadas por los frecuentes ensayos, los instantes de
incertidumbre ante un recital donde iban a actuar, el drama cuando la gaita se
estropeaba y había que llevarla a reparar, la espera del diagnóstico por si
aquello se podía arreglar o había que sacrificar el instrumento y recurrir a
otro nuevo que habría que domar. Acompañar en sus zozobras musicales a sus
medias naranjas era muy duro. Muy sacrificado eso de ser esposa de gaitero.
―¿Este año ha venido más gente que el pasado? ¿O me lo
parece a mí?
La que hablaba era Margarida, la mujer de Amaro, otro
gaitero compañero de Firmino.
―¿Tú crees? No sabría decirte, ni que sí ni que no
―contestó Estrela.
―Puede. Lo que es cierto es que este año hay más
gaitas… o puede que no. Quizás.
―Bueno, muller. Lo que importa, haya más o menos
gente, es que nuestros maridos lo hagan bien ―añadió Estrela.
―¡Ay, filliña! No sé, no sé. Amaro no está en su
mejor momento, lleva unos meses que no se centra y no la toca tan bien como antes.
Yo creo que es cosa de la edad, siempre usa la misma y está ya vieja. Yo le
digo que la cambie por otra más nueva, pero él dice que le cogió cariño y no
quiere desprenderse de ella.
―Firmino también tiene la misma desde que se aficionó,
y claro, como es más joven, está mejor, pero tampoco te vayas a creer.
―¡Manda carallo! ¡Qué te vas a quejar tú! Pero si
Firmino es el mejor, a mí es el que más me gusta. Además, tiene una presencia
imponente. Tan grandote y qué bien se mueve, con esas borlas colgando y
balanceándose al compás. ¡Qué riquiño! ¡Da gusto verle! ―replicó
Margarida con una sonrisa boba en la cara.
―Es que cuando hay gente delante se esmera más, pero en
casa es muy poco virtuoso. A mí ya me empieza a aburrir. No sé, me gusta más
cómo lo hacen otros, supongo que en la variación está el gusto.
―No busques fuera de casa lo que ya tienes dentro y no
seas boba, muller. Lo que daría yo para que Amaro lo hiciera como tu
Firmino. Si hasta le cuesta sujetarla, dice que le pesa mucho. Y el punteiro…
aparte de que lo tiene más corto de lo habitual, no lo cuida nada y es lo más
delicado de todo el aparato: si se pone húmedo ya no funciona y si queda seco,
pues tampoco.
―¿Y con el soplete? ¿Qué tal? ¿Aguanta? ―preguntó
Estrela mirando con cara de compasión a su amiga.
―¿Con el soplete? Pues mal, para qué te voy a mentir.
No tiene ya fuerzas para soplar, ahora apenas es capaz de llenar todo el fuelle
y si no se llena, luego no tiene nada que sacar. A veces me pide a mí que
sople…
―¡¿Qué me dices, rapaza?!
―Lo que oíste. Llego reventada de mariscar en la ría y
encima me toca soplar. Y hacerlo en casa, tiene un pase, pero con público
delante… ahí tiene que hacerlo él soliño. Te digo que mi Amaro está
mayor.
Cuando todos llegaron a la cima del monte de Santa
Cruz, los músicos se reunieron alrededor del Monumento al Gaiteiro para tocar la
«Muiñeira de Chantada» que hizo bailar a la mayoría de los asistentes, algunos
con más fortuna que otros porque un norteamericano se arrancó por sevillanas que
era lo que le había enseñado un colega de Ohio tras volver de la Feria de
Abril.
Viendo al yanqui, y mientras se afanaba en soplar y
llenar el fuelle, Amaro pensó que los turistas deberían aprobar un examen de
costumbres locales antes de venir de vacaciones.
Cuando la famosa muñeira acabó, Amaro apenas podía
respirar, estaba muy fatigado. De hecho, tuvo que terminar antes de tiempo
dejando la faena algo deslustrada. Firmino, en cambio, aguantó muy bien; tenía
potencia y estaba en muy buena forma, para eso servían tantas horas de práctica.
Margarida se quedó mirando a Firmino embobada mientras
aplaudía a rabiar. Estrela también aplaudió, pero sin tanto interés. Tras los
aplausos y mientras se encaminaban a un tenderete donde se estaba repartiendo
orujo, Margarida exclamó.
―Tu Firmino es realmente bueno. ¡Qué bien lo hace! Qué
envidia me das, Estreliña. Ojalá lo tuviera yo en casa, me tendría contenta
a todas horas con esa manera de tocar. Vendríame bien que Amaro aprendiera
algunas cosiñas de él.
―Si quieres te lo mando un día de estos para que te
toque algo. Pero ya te dije que de puertas adentro es bastante más soso. No te
hagas ilusiones. Pero bueno, puede que contigo y con Amaro delante se comporte porque
se anima mucho cuando tiene espectadores.
―Entonces, ¿puede venir a mi casa?
―Cuando quieras. Y así yo también descanso un poco.
―¿El miércoles te viene bien?
―¿Y el jueves?
―Mejor el sábado, que no madrugo, porque entre
diario a la mañana no doy levantado. Que venga después de cenar. ¡Ah, y que se
traiga la gaita!
NOTA: Este relato corresponde a un imperativo del
taller Bremen en el que participo desde hace unas semanas. En esta ocasión el
tema a tratar era “El doble sentido”. Puede que, para algunos, el texto haya resultado
procaz, pero he de aclarar que en todo momento Margarida y Estrela hablaban de
las gaitas de sus maridos. ¿O no? ¿Quizás sí? ¿Quizás no? Puede ser.
Para los que se hayan imaginado cosas que no son, en la imagen de abajo vienen las partes de que se compone una gaita. Por cierto, dicen los entendidos que de la longitud del punteiro depende la calidad del sonido que sale de la gaita.
Y para los que no hayan oído nunca la muñeira de Chantada, os pongo un vídeo, no os la podéis perder, es realmente alegre. Seguro que os entran ganas de bailar, pero, por favor, que no sean sevillanas.