Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

31 de diciembre de 2020

¡Recapitulando, que es gerundio!

 


Hacía tiempo que no ponía estadísticas de lecturas en este blog, además, ahora que ya ni escribo reseñas, no tendrían demasiado fundamento. Que la última entrada del 2020 se trate de un balance ha sido una manera de conjurar este año maldito que tanto nos ha dado por saco.

Esta recapitulación tiene como objetivo dar un buen portazo al 2020 y cerrar de golpe un año aciago para todos.

Reconozco que personalmente, y viendo cómo les ha ido a muchos otros, yo no me puedo quejar. Físicamente he salido ilesa de esta pesadilla, aunque mentalmente no puedo decir lo mismo, pero en esto puede que la pandemia que nos azota no sea la responsable porque mi estabilidad mental nunca ha sido muy buena, las cosas como son.


He leído unos cincuenta y ocho libros en todo el año, puede que para los lectores compulsivos sea una birria, pero dadas mis condiciones laborales ―consisten básicamente en que me llaman para dar una asignatura nueva de un día para otro y me tengo que preparar las clases a salto de mata deprisa y corriendo― lo de encontrar un hueco para leer ha sido casi, casi, como poner una pica en Flandes; así que creo que me ha cundido.


Una vez más, la mayoría de mis lecturas han sido españolas. Me gusta leer la versión original para estar segura de que la buena o mala narrativa nada tiene que ver con el o la traductora, pero como no soy nada políglota ―mi acervo idiomático se reduce a un poco de francés, chapurreo malo en inglés y nivel más que aceptable de cheli― esta manía mía se traduce en que leo sobre todo a autores españoles y/o hispanoamericanos.

Se podría decir que me ha gustado bastante todo lo que he leído porque el porcentaje de libros abandonados es pequeño teniendo en cuenta que mi nivel de aguante es muy bajo y dejo una lectura al menor atisbo de aburrimiento o de encontrar algo que no me gusta. Donde no he estado muy fina ha sido en mi propósito de releer lo que me gustó hace tiempo, pero teniendo en cuenta que el tiempo para dedicarme a leer no era mucho creo que es comprensible, o no.


En cuanto a mis escritos, gana por goleada la serie dedicada al diario de un confinamiento, de hecho, fue el motivo de mi regreso al blog ya que estuvo cerrado unos meses por culpa de los motivos laborales que antes he reseñado. Además, ese diario se vio prorrogado por el reconfinamiento que sufrí gracias a la maravillosa, y nunca valorada en su justa medida, presidenta de mi comunidad autónoma que decidió encerrarme en una zona concreta de mi barrio. El segundo confinamiento no sirvió de mucho ―en realidad, de nada― pero literariamente dio mucho de sí como se puede ver por el número de publicaciones.



Las crónicas hercúleas también tuvieron su espacio; mis encuentros por la piel de toro con Hércules dieron pie a una serie con la que disfruté mucho. Este año 2020 aunque no pude viajar demasiado fue fructífero en cuestión de relatos y/o impresiones.

No sé qué nos deparará el 2021, pero espero que el año que entra mañana sea mejor que el que hoy se va ―tampoco lo tiene muy difícil porque mejorar este es bastante sencillo―.

Os deseo lo mejor para el 2021 y que los Reyes Magos os traigan sobre todo salud ―un don especialmente valorado estos últimos meses incluso por los que fardan de sanos―. En mi carta a los magos de oriente, yo he pedido que me pongan una vacuna para la Covid, espero haberme portado bien y que me la traigan.




25 de diciembre de 2020

Regalo de Navidad

 

REGALO DE NAVIDAD

Esta pandemia nos ha traído muy malos momentos, pero también nos ha regalado la faceta mejor de algunas personas, y no me estoy refiriendo solo a los sanitarios o a los trabajadores de servicios esenciales que han estado dando el callo desde el minuto cero.

Pequeños gestos, en principio sin importancia, han resultado reveladores y muestra de qué pasta están hechos algunos.

Durante el confinamiento más estricto en la primera ola estuve en contacto “estrecho” con una pareja muy mayor de vecinos. Ese contacto consistía en preguntar cómo estaban cuando coincidía con la mujer a través de nuestras respectivas ventanas de la cocina que daban a un pequeño patio. Tanto al tender la ropa, o al abrir para ventilar, si ella también estaba asomada hablábamos un poco, tan solo un «¿Qué tal vamos?» «¿Necesitan algo?» o simplemente un «Buenos días». Ella me comentaba sus miedos, su preocupación por la salud de su marido y también se interesaba por la salud de los míos. Entonces yo me ofrecía a ayudar en lo que fuera preciso, una ayuda que, afortunadamente, no fue necesaria.

Ese fue nuestro trato durante varias semanas.

Hoy, día de Navidad, mi vecina se ha presentado con un plato de repostería que me ha dejado con la boca abierta (y babeando). Sé que le ha costado mucho trabajo porque, a la laboriosidad del postre en sí, hay que añadir que ella no está muy bien de salud y tanto tiempo en la cocina ha debido suponer un gran esfuerzo, por eso se lo he agradecido aún más. Ella simplemente se ha dedicado a decirme con lágrimas en los ojos: «¡Feliz Navidad!», yo apenas pude balbucir un entrecortado «Igualmente». No hizo falta más.

 


 



15 de diciembre de 2020

Crónicas hercúleas IV


 

Caminaba entre la frondosa vegetación que jalona el río Bellos y acompañada únicamente por el ruido del agua y algún trino aislado de un mirlo acuático. Intentaba no tropezar y acabar despeñada por no mirar al suelo, ya que las impresionantes y verticales paredes calizas del cañón de Añisclo me invitaban a dirigir la mirada hacia el cielo. Tanto me embelesé con las vistas que me separé del grupo con el que me había internado en ese paraje espectacular del Pirineo aragonés.

Aunque me quedé sola no me preocupé, aún quedaban muchas horas de luz y sabía que siguiendo el curso del río acabaría en la ciudad donde nos esperaba el autocar. Así que me dispuse a disfrutar un buen rato de soledad en medio de una naturaleza espectacular.

Me senté en una roca de la senda para tomar unos frutos secos y echar un buen trago de agua. Oí unos pasos, supuse que sería algún excursionista solitario como yo. El contraluz me impedía verle la cara con nitidez, pero su silueta y la forma de caminar me resultaron conocidas, aunque lo que realmente me llamó la atención fue su gran estatura. Quien hacia mí se estaba acercando a través del camino era un gigantón. Antes de que relacionara lo que veía con mis recuerdos, una voz estentórea y de sobras conocida por mí, me saludó:

―¡Por Zeus y las Erinias! ¡Kirke, mi hechicera favorita!

―¿Hércules? De verdad, ¿eres tú? ―pregunté alelada mientras un trozo de avellana se escapaba de mi boca abierta.

―¿Qué te cuentas, bruja? ―prosiguió él como si tal cosa sentándose a mi lado y provocando que la piedra donde estaba se hundiera unos centímetros más en el suelo―. Los dioses nos regalan estar juntos.

Habían pasado más de siete meses desde la última vez que nos vimos, en Andalucía y Gibraltar, pero él reaccionaba como si aquello hubiera ocurrido el día anterior. Supuse que para los seres mitológicos el tiempo transcurre a un ritmo muy distinto que para los mortales.

―Pues, bien ―contesté yo sin reaccionar aún al inesperado reencuentro.

―¿Alguna novedad desde la última vez que nos vimos? ―siguió preguntando él.

―Pues… poca cosa. Tan solo que ahora hay una pandemia que me ha tenido encerrada en casa durante más de dos meses, el sistema sanitario de todo el planeta está colapsado y la economía mundial se va a la mierda por no hablar de los miles de muertos que se está llevando un virus muy puñetero. Pero, en general… estoy… bien.

Cuando me aturdo por algo que no me espero, en este caso encontrarme de nuevo con un héroe mitológico, suelo actuar como una auténtica estúpida y hablo a tontas y a locas. Bueno, en realidad esto lo suelo hacer casi siempre, pero en situaciones especiales, como esta, lo bordo y me supero a mí misma.

―Genial.

―¿Y tú? ¿Qué haces aquí?

―Pasear. Ya te dije que me gusta volver a los lugares en los que estuve.

―Creí que tu estancia en la península se limitó a hacer ese trabajo en el sur. ¿También te mandaron curro en el norte?

Hércules me miró muy serio y me extrañó porque lo que más recordaba de mis pocos, pero intensos, encuentros con él, era su alegría infantil y su sonrisa desenfadada.

―No, aquí no vine a hacer ningún encargo. Si regreso por estos parajes es por motivos más… personales ―añadió con un quiebro en la voz.

Nada más decir eso giró la cabeza de tal manera que no podía verle el rostro y creí oír un sollozo. Esperé a ver si seguía hablando y me contaba el porqué de su paseo por la zona, a ver con qué me salía esta vez. Mientras esperaba su explicación me imaginé cosas como que el cañón de Añisclo era el resultado de otro mamporro de los suyos ya que era tan aficionado a darle golpes a las rocas liándola parda y cambiando la orografía del lugar por donde pasaba, o podía ser que el río Bellos que discurría a nuestros pies fuera el resultado de una de sus meadas. Con este hombretón ya me esperaba cualquier cosa.

Sin embargo, Hércules permaneció callado mirando al lado opuesto donde estaba yo, como si rehuyera mi mirada. Mosqueada me incorporé y busqué sus ojos, estaban acuosos y dos lagrimones resbalaban por el rostro moreno de mi héroe favorito.

―¡Hércules! ¿Qué te pasa?

―Nada, no es nada ―respondió enjugándose los ojos y sorbiéndose los mocos con un ruido que enmudeció al que hacía el río despeñándose entre las rocas―. Es que este lugar me despierta recuerdos muy tristes.

―Vaya. Lo siento.

Debería haberme callado y dejar a Hércules con su dolor, pero la cotilla que reside en mí no me lo permitió, así que no pude evitar preguntar:

―¿Qué te pasó aquí, Hércules?

―Es una historia un poco larga, Kirke.

―Bueno, no tengo nada que hacer ahora mismo, así que me la puedes contar.

Hércules tomó aire profundamente y tras un largo suspiro, que hizo mover las ramas de los árboles más cercanos, empezó a hablar.

―Cuando iba camino de hacer mi trabajo más al sur…

―Lo de robarle las vacas al monstruo ese ―le interrumpí al recordar lo que me contó la primera vez que nos vimos.

―Sí, ese. Bueno, pues al pasar por este llano boscoso…

―Perdona ―volví a interrumpirle― ¿llano boscoso? ¿Esto? ―señalé a nuestro alrededor― ¿Estas montañas te parecen un llano?

―Cuando yo pasé por aquí, era un llano, y tenía bosques. Kirke, la historia es un poco larga, pero si me interrumpes constantemente se va a hacer más larga todavía.

Me miró mosqueado y decidí dejarle hablar dirigiendo dos dedos a mi boca y haciendo el gesto de cerrar una cremallera.

―Como te iba diciendo, pasé por aquí y en un claro del bosque vi a la mujer más bella que podía haberme imaginado y eso que he conocido a muchas bellezas, y a la mayoría las conquisté, sin ningún problema.

«Vaya, en estos meses sin vernos, la egolatría del buen mozo no había disminuido ni un ápice» pensé, pero me abstuve de decirlo por no interrumpirlo de nuevo no fuera a mosquearse y al final no me contara la historia.

―Sin embargo, aquella chiquilla era especial. Ella me vio, hablamos y enseguida nos enamoramos.

―¿Enamorado, tú? ―interrumpí a pesar de todo―. Vaya, al final resulta que también tienes tu corazoncito ―bromeé.

Hércules me dirigió una mirada helada y entonces decidí callarme para siempre porque me asustó bastante. Aquel hombretón estaba mostrándome una faceta inesperada.

―Nos vimos varias veces más. Ella era la hija del rey Tubal, el dueño de estas tierras, y como heredera de tan vasto reino, su padre le tenía destinado un buen matrimonio donde un héroe de tres al cuarto como yo no era suficiente para su adorada hija. En cuanto se enteró de lo nuestro le prohibió a ella que se viera conmigo y a mí me expulsó de su reino. Me fui, pero solo para idear la manera de estar con ella y burlar la prohibición de su padre. No debería haberme ido, lo lamentaré toda mi inmortal vida.

Hércules hundió los hombros y otra vez rehuyó mi mirada, así que supuse que, de nuevo, estaría llorando. La verdad, este cuarto encuentro me estaba resultado completamente extraño. No entendía nada. ¿Dónde estaba mi alegre y risueño hombretón?

Dejé que se repusiera de lo que parecían recuerdos dolorosos y, mientras, me imaginé que la historia que me estaba contando iba a acabar como el rosario de la aurora, algo que es habitual en todas las cosas que se relacionan con la mitología griega. Además, recordé que cuando le hablé de la historia entre los enamorados de Antequera (Crónicas hercúleas III) él me ofreció una solución bastante drástica y sangrienta, así que supuse que, en este caso, y según la idea que tenía Hércules de resolver este tipo de problemas, el padre de la princesa acabaría escabechado y la enamorada rompiendo con su amante por dejarla huérfana. ¡Qué equivocada estaba!

―En mi ausencia, Gerión, el dueño del rebaño que yo tenía que robar, también se encaprichó de mi princesa. Llegó hasta aquí y pidió la mano a su padre; como era un tío poderoso, al rey Tubal no le pareció mal pretendiente, pero mi amada se negó en redondo. Gerión la acosó y ella huyó a lo más profundo del bosque. Conocedora de los parajes que la vieron nacer supo esconderse, mientras daba aviso de su situación a un águila para que me pusiera al corriente de lo que le pasaba.

Hércules volvió a callar y tomó aire. Miró hacia el río y pareció que no iba a continuar. Se notaba que le costaba recordar el episodio y que le producía mucho dolor.

―Gerión, loco por no poder encontrar a la princesa, decidió quemar el bosque para así hacerla salir y llevársela consigo. Sin embargo, ella resistió esperando que yo llegara a rescatarla.

―Y llegaste ¿no? ―interrumpí arriesgándome a llevarme una bronca―. Por favor, dime que llegaste. Los héroes siempre llegan a rescatar, porque eso es lo que hacen, salvar a la gente, para eso son héroes.

Mi alocada verborrea era un signo evidente de que algo dentro de mí me decía que la cosa acababa mal y que los buenos no siempre atinan y hacen las cosas bien, que los héroes de la mitología no son como los de los cómics donde ellos siempre ganan.

―Sí, llegué.

―¡Uf! ¡Menos mal!

―Llegué para recoger el cadáver de mi amada. Toda la zona había sido arrasada por el fuego de Gerión, pero ella no quiso salir, no para acabar con alguien que no fuera yo.

―¡Mierda!

―La sepulté entre las cenizas del bosque quemado. Para que ninguna alimaña pudiera desenterrarla amontoné unas cuantas rocas encima. Cegado por la ira y la desesperación, estuve varios días acumulando piedras encima de su tumba, como una catarsis y como una manera de descargar mi furia haciendo lo que mejor se me da: utilizar la fuerza. Al final, su sepultura se convirtió en un mausoleo, un eterno recuerdo a ella.

Me quedé alelada. No soy muy amiga de las historias de amor, pero lo que me estaba contando Hércules era mogollón de romántico, triste, pero romántico a tope.

―Y ¿dónde está ese mausoleo?

―Aquí ―hizo un gesto abriendo los brazos.

―¿En el río?

―No. Aquí.

―¿En el cañón de Añisclo?

―Kirke, no seas simple. El mausoleo es TODO esto ―volvió a abarcar lo que nos rodeaba con un gesto de los brazos, indicando incluso las montañas más lejanas.

―¡¡¿Los Pirineos?!! ―exclamé asombrada―. Pues sí que es un mausoleo grande, anda que tú, cuando te pones a hacer cosas… Para que luego digan de las pirámides de los faraones.

―Mi amada Pyrene no se merecía menos ―añadió con lágrimas otra vez en los ojos.

―¿Se llamaba Pyrene? Anda qué casualidad, se parece mucho al nombre de la cordillera, Piri… ¡Ostras!

Me di cuenta de que el parecido de los nombres no era ninguna casualidad, los Pirineos no solo eran la tumba de la chica de Hércules, también llevaban su nombre como recuerdo a ella.

―¡Jo! ¡Qué guay! ¡Es súper romántico! Me ha llegado al cuore, de verdad. Y lo siento mucho, Hércules, en serio. Me alegro de que le quitaras todo el ganado al mamón de Gerión, se lo merecía.

―El ganado no fue lo único que le quité ―dijo con un brillo acerado en los ojos.

―¡Ah! ¿Qué le quitaste además? ―pregunté sospechándome que la tragedia griega aún no había terminado.

―La vida ―respondió encogiéndose de hombros―. Eso es lo que realmente se merecía.

Aunque me alegra saber que los villanos reciben su merecido no quise constatar mi alegría por no hacer apología de la violencia, pero el caso es que Hércules tenía razón: Gerión se lo merecía.

―A ese no le enterrarías, ¿no?

―No… exactamente. Me llevé su cabeza como trofeo y la dejé por ahí ―señaló al oeste―, lejos de este lugar. A veces voy allí, además, los humanos me construyeron en ese sitio una torre bastante chula que usaron como faro.

―¿La Torre de Hércules?

―Esa misma. Los mortales no son muy originales poniendo nombres, ¿no crees? ―me dijo guiñándome un ojo y volviendo a parecer el Hércules que a mí me gustaba.

―Pues yo la conozco bastante bien, porque la ciudad en la que se encuentra es el lugar donde nació mi madre. Suelo ir allí de vez en cuando.

―Entonces seguro que nos volvemos a encontrar de nuevo, Kirke. Los dioses nos han predestinado a encontrarnos y ellos son los que mandan. Si nos vemos allí te contaré otras historias más alegres. Creo que hoy no he sido una buena compañía, lo siento. Ahora me tengo que ir, cada vez que paso por aquí me siento muy triste y aunque no puedo evitar regresar de vez en cuando, cada visita me deja hecho polvo. Voy a ver si rompo algo y me animo un poco.

Antes de que me diera tiempo a despedirme de él, Hércules desapareció de mi vista. Recordar su historia tan triste y tan dramática con Pyrene le había sentado fatal y se ve que no tenía ganas de más plática. Natural. Mientras me disponía a seguir la senda y llegar hasta donde debían estar esperándome mis compañeros, anoté mentalmente hacer una visita a mi familia de La Coruña y acudir a ver de nuevo la famosa Torre de Hércules.

El resto de la semana anduve visitando diferentes parajes del Pirineo aragonés y francés. El valle de Pineta, Monte Perdido, Ordesa, los lagos de Neouvielle, el circo Barroude y muchos otros sitios más me asombraron con su orografía fabulosa, pero lo que realmente me sorprendió y me emocionó fue el saber que estaba caminando sobre la tumba más grande construida en un gesto de amor.



GALERÍA FOTOGRÁFICA








 


 

 

 

5 de diciembre de 2020

Diario de un REconfinamiento (Parte X)

 

Día 73 (1 de diciembre)

Estoy harta de tanto confinamiento arbitrario, pero también estoy muy cabreada por la sumisión con la que lo estamos llevando. He ido a la Asociación de Vecinos de mi barrio a pedirles explicaciones de por qué no hay protestas, sé que no es momento de manifestarse, pero al menos esperaba sábanas con mensajes de denuncia en los balcones o algo así.

Mi barrio siempre fue muy beligerante, de hecho, durante décadas fue un ejemplo a seguir y un grano en el culo de Esperanza Aguirre cuando fue nuestra presidenta. Y si con la Espe tuvimos motivos para protestar, con la Ayuso nos sobran.

En la asociación vecinal me han comentado que el silencio se debe a que muchos de los cabecillas que organizaban las algaradas, tras el confinamiento estricto de marzo, se han ido a vivir fuera de la ciudad. Estar encerrados en un piso parece que les pasó factura y decidieron cambiar de vida.

La mayoría se han ido al pueblo de sus padres porque allí tienen a la familia y hay dos que se han marchado a Galapagar porque allí viven unos amigos suyos.

 

Día 76 (4 de diciembre)

Hoy me han comunicado desde la Consejería de Sanidad que mi encierro perimetral básico se acaba dentro de dos días, el próximo domingo a las 12 de la noche. Deseando estoy que llegue el momento y contando las horas que faltan.

Han sido 76 días (el domingo serán exactamente 78) de un confinamiento absurdo y político que, a efectos prácticos y desde un punto de vista sanitario, estoy segura de que no ha servido absolutamente de nada, tan solo para cabrear al personal.

Doy por finiquitado este diario de un REconfinamiento.

Quiero agradeceros a todos los que, con paciencia infinita, habéis aguantado mis diatribas, mi mal humor y mi mala baba creados por la situación. Gracias por estar ahí, escuchándome y soportándome; ha sido un desahogo muy bueno el poder dar rienda suelta a mi frustración y saber que al otro lado de estas letras estabais vosotros. Gracias de corazón.

Voy a disfrutar de esta libertad (¿provisional?) a tope, y lo haré guardando las medidas de seguridad que el sentido común me dicta, pero saboreando cada minuto como si fuera el último, que no se sabe lo que nos depara el futuro ni esta pandemia.

Todo tiene un fin y este diario se acaba. Me gustaría decir que se termina definitivamente y que mi despedida es un «adiós» tajante, aunque mucho me temo que, en realidad, va a ser un «hasta luego» porque me da en la nariz que más pronto que tarde (al terminar las navidades), nos vuelven a confinar a todos. Ojalá me equivoque.

Adiós y cuidaos mucho, mucho, mucho.

FIN

(de momento)






 


Hada verde:Cursores
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