Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

26 de noviembre de 2018

Hacia la luz



Camino por el túnel. No tengo sensación de ahogo, el aire es puro y la oscuridad no me incomoda. Palpo las paredes rugosas de la cueva y me guío por ellas. Me siento tranquilo y apenas tropiezo.

De repente, al fondo, un punto de luz se hace ver. Mi corazón comienza a latir frenéticamente. Allí está la salida, allí la salvación. Me pongo muy nervioso. Mi nerviosismo crece según me acerco a ese punto de luz que se agranda cuando avanzo hacia él.

Estoy llegando y ahora las paredes de la cueva se juntan, el túnel se está haciendo más estrecho. Me agacho, erguido no puedo caminar, no hay espacio. Ya solo faltan unos pocos metros para llegar a la luz, a la salida, a la salvación, pero la cueva se estrecha mucho más, se encoge sobre sí misma, me tengo que tumbar cuan largo soy. Entro en pánico, sentir las paredes rozando mi cuerpo me agobia hasta el punto de marearme. Estoy sudando profusamente, el corazón brinca en mi pecho como loco. El sudor me empapa, estoy tiritando. El temblor de las manos, de las piernas, de todo el cuerpo, me incapacita por completo. No consigo avanzar más.

Tengo que arrastrarme para salir, pero no puedo, ese último tramo es imposible de recorrer. Los últimos metros, donde espera la luz, son una distancia insalvable. Me quedo dentro. Incapaz de moverme, incapaz de arrastrarme a la liberación, me quedo esperando. Pero ¿qué puedo esperar? Nadie sabe dónde estoy, ni siquiera yo. Esperaré a que el hambre o el frío o la desesperación, acaben conmigo. Mientras, no puedo dejar de mirar hacia la luz, esa luz que me indica la salida y que es el anuncio de mi perdición.

Abrí los ojos, no sé en qué momento me dormí, busqué la luz, esa luz brillante, cercana pero inasible, imposible de alcanzar. Pero no estaba. En cambio había una iluminación tenue que perfilaba levemente el lugar en el que me encontraba. Distinguí una mesa de escritorio, una estantería con libros y un armario. Estaba tumbado boca arriba y en algo mullido. Era una cama. Extendí los brazos y comprobé que no tocaba ninguna pared, había sitio, había espacio.

¿Dónde estaba la cueva?

Aturdido busqué insistentemente la luz punzante. Entonces, algo empezó a vibrar y a emitir un zumbido. Era un despertador. Poco a poco la luz se hizo en mi cabeza, en mi entendimiento. El  despertador me avisaba del inicio de una nueva jornada. Enfoqué mejor la vista y a los pies de la cama, de mi cama, estaba mi uniforme de trabajo: un mono azul, un chaleco reflectante, un casco amarillo y unas botas de goma.

Me levanté y me dispuse a iniciar mi jornada laboral, una nueva jornada extenuante como pocero en el alcantarillado.







NOTA: Este relato corresponde a un ejercicio donde había que contar una pesadilla y la posterior sensación al despertar. El uso de diferentes tiempos verbales según se cuenta el sueño y la vigilia era el quid de la cuestión.
Mi actividad profesional nada tiene que ver con la pocería, pero la pesadilla que cuento es real, suelo tenerla a menudo, así que para describir ese sueño recurrente no necesité la inventiva.

22 de noviembre de 2018

"Ordesa" - Manuel Vilas



La novela que hoy traigo está siendo un éxito de ventas en España. Son muchas las reseñas que se han escrito sobre ella y todas (al menos, las que yo he leído) ensalzan a su autor y su prosa. Sin embargo yo tengo el corazón dividido y no sé muy bien cómo enfocar mi crítica. Reconozco que en mi andadura bloguera esta es la primera vez que dudo tanto al calificar mi impresión sobre un libro.

Por un lado me ha encantado, pero por otro no me ha gustado nada. Me siento “bipolar” a la hora de definir mi grado de satisfacción. Así que expondré lo que me ha gustado y lo que no, luego que cada uno decida si pesa más lo bueno o lo malo. Para no ser negativa empezaré por lo que no me gustó y terminaré con lo que más me satisfizo.

Pero primero un breve apunte sobre de qué va la novela, si es que a estas alturas todavía hay alguien que no ha oído hablar de ella.

Manuel Vilas reflexiona mediante cortos capítulos sobre diferentes aspectos de la vida, al mismo tiempo rememora hechos puntuales de su propia existencia. A través de esos apuntes nos sumergimos en la biografía del autor y especialmente en su estado anímico.

Para el autor el estado mental en el que se encuentra se escenifica en un lugar, Ordesa, donde fue de excursión en 1969 con su padre.

“En Ordesa todas las insanias de la vida se mueren ante el esplendor de las montañas, los árboles y el río.”



En todos estos recuerdos, y en sus reflexiones, hay un referente constante e insistente: la pérdida de sus padres. Tomando siempre como punto de referencia a sus progenitores, Vilas reflexiona sobre lo que ha sido su vida y sobre lo que será en un futuro, recalcando la importancia de la impronta que nuestros padres dejan en nosotros de forma que nos marca para ser lo que somos y lo que seremos.

“Nos vendría muy bien escribir sobre nuestras familias, sin ficción alguna, sin novelas. Solo contando lo que pasó, o lo que creemos que pasó. La gente oculta la vida de sus progenitores. Cuando yo conozco a una persona, siempre le pregunto por sus padres, es decir, por la voluntad que trajo a esa persona al mundo.”

Mientras que el autor recuerda a sus padres, se lamenta de las cosas que nunca se dijeron, de las preguntas que no les hizo y que se han quedado sin respuesta. Ahora que ya no los tiene con él es cuando es consciente de cuánto los quiso; sentimientos que nunca valoró ni percibió cuando estuvieron vivos y convivió con ellos. Esa sensación de pérdida irreversible planea en toda la lectura; hasta en los detalles más nimios la ausencia del padre y de la madre pesa como una losa en el escritor hasta convertirse casi en una obsesión.

Y esta obsesión es una de las cosas que no me gustaron. Al principio, percibir esa angustia y tristeza por la pérdida de la infancia, de un estilo de vida pasado, me pareció entrañable y sentí cierta empatía con el protagonista. Pero cuando llevas más de doscientas páginas rondando el mismo tema… se vuelve algo cansino, la verdad.

Además, el pesimismo atroz que impregna toda la lectura empieza a hacer mella a partir de la segunda mitad del libro, algo que dice mucho del autor pues consigue que el lector haga suyo su desaliento pero que, personalmente, a mí me resultó angustioso, de tal manera que tuve que hacer un esfuerzo importante para animarme a terminar el libro.

“Me asustan los viejos. Son lo que seré.”
“El envejecimiento es nuestro futuro.”
“No esperes a mañana, porque el mañana es de los muertos.”

Soledad, vejez, decrepitud, muerte, son temas recurrentes en la novela. Entre el desaliento y la reiteración, el libro se me hizo muy cuesta arriba.


Las reflexiones son muy variadas aunque con diferentes grados de interés. La utilidad y la fascinación por las papeleras, la altura de las mamparas de baño o las ventajas de las marcas blancas en los electrodomésticos son el objeto de alguna de estas reflexiones. Cada uno es muy libre de reflexionar sobre lo que le dé la gana, pero siempre hay temas más interesantes que otros y según en qué momentos de la lectura estas digresiones a mí me aburrieron bastante.

Pero lo que menos me gustó fue la forma de narrar. Y en esto también me siento bipolar, o más bien debería decir que el bipolar es el autor, pues el estilo narrativo cambia mucho entre capítulos. Algunos están llenos de belleza y naturalidad, pero otros tienen un estilo tan barroco que es difícil (imposible) desentrañar el significado de algunos párrafos. Esta dicotomía me hizo pensar que había dos autores tras las páginas: uno magnífico y estupendo, y otro caótico, redicho y pedante.

“El reconocimiento de la vulgaridad es el primer gesto de emancipación hacia lo extraordinario.”

 “El martirio es un deseo de desnudez catastrófica.”

“Los muertos son la intemperie del pasado que llega al presente desde un aullido enamorado.”

“El terror es ver el fuselaje del mundo.”

En algunos casos esa forma de escribir tan retorcida se convierte en un auténtico galimatías que deja a la altura del betún algunos trabalenguas.

“Mi madre era el presente. La fuerza de sus instintos la conducen a mi presencia. Su presencia en mi presencia se convierte en presencia en mis hijos presentes, y al hacerse presente en mis hijos presentes, avisa de su presencia en los hijos de mis hijos cuando estos se conviertan en presente.”

Confieso que cuando leía párrafos de este jaez debía dejar el libro porque la migraña amenazaba con atacarme.


Pero también hubo cosas buenas.

Me sentí identificada con el autor en algunas cosas que por simples y anodinas me sorprendieron. Por ejemplo: el padre del autor ponía una manta en el maletero del coche y no sabía por qué aunque él mismo hizo lo propio con su coche. Pues a mí me pasa lo mismo, tengo en mi coche una especie de alfombrilla cubriendo el maletero emulando la costumbre que también tenía mi padre.

Otra cosa común con el autor: su madre se asustaba mucho con las tormentas y solía tirar muchas cosas cuando se ponía a ordenar. A la mía le pasaba algo parecido, cuando había tormenta no me dejaba poner la tele "por si se colaba un rayo a través de la antena”. Al igual que le ocurrió al autor yo también he echado de menos algunos recuerdos de mi adolescencia que acabaron en la basura por un afán desmedido de mi madre de “hacer limpieza”.

No solo coincido con el autor en temas baladíes como poner una manta en el maletero del coche, también estoy plenamente de acuerdo en lo que da sentido a la vida y la frase que viene a continuación me parece excelente:

“Que te espere alguien en algún sitio es el único sentido de la vida, y el único éxito.”

A pesar del pesimismo que se respira en todo el libro, hay momentos de un gran sentido del humor; dado el talante depresivo del autor se trata más bien de humor negro, pero humor, al fin y al cabo.

    El sarcasmo con el que Vilas toca algunos temas me encantó. En un momento dado comenta lo injusto que resulta que un oncólogo que trata mayoritariamente con moribundos cobre lo mismo que un ginecólogo que se dedica mayoritariamente a traer vida y por tanto su cometido es mucho más alegre.

Si antes he criticado algunas cuestiones objeto de cavilación por insustanciales, tengo que señalar que otras fueron interesantes, como cuando reflexiona sobre la manera de escribir, a mano, con ordenador o con pantalla táctil. Es en esta reflexión cuando vuelve a haer gala de su particular sentido del humor comentando que Moisés solo escribió diez mandamientos porque cincelar la piedra es muy cansado.

Y si también antes he criticado la manera tan retorcida de escribir algunos pasajes, ahora resaltaré los que me parecieron bellos y cargados de sabiduría.

“Debería encontrar un nombre de un compositor célebre para cada persona a la que amé, y llenar así de música la historia de mi vida.”

“Ojalá pudiera medirse el dolor humano con números claros y no con palabras inciertas. Ojalá hubiera una forma de saber cuánto hemos sufrido, y que el dolor tuviera materia y medición. Todo hombre acaba un día u otro enfrentándose a la ingravidez de su paso por el mundo. Hay seres humanos que pueden soportarlo, yo nunca lo soportaré.”

En resumen, un libro con altibajos, con algunos pasajes preciosos pero con otros pesados y recurrentes. Cuando me encuentro con un libro así, donde no sé muy bien decir si me gustó o no, me hago una pregunta que suele aclararme bastante las ideas: ¿Volvería a leer este libro? En este caso tengo muy clara mi respuesta: no.



16 de noviembre de 2018

Flores para los vivos



Hace unos días di un paseo por el cementerio. Lo suelo hacer a menudo y no es porque sea una persona morbosa o con tendencias depresivas. Tengo varios motivos para ir a pasear allí.
 
Los cementerios me parecen lugares tranquilos; en ellos se respira serenidad y un aire muy puro pues prácticamente no pasan coches. Además, al lado de mi casa se encuentra uno, el de la Almudena (yo prefiero llamarlo cementerio del Este, su nombre primigenio) y encima es de los más grandes de Europa por lo que sitio para caminar tengo de sobra sin necesidad de pasar varias veces por el mismo lugar. Pero sobre todo voy porque allí se encuentran seres queridos –mis padrinos, mi suegro y mi madre así que me doy una vuelta y les hago una visita. En esta ocasión fui porque se cumplían siete años de la muerte de mi madre y ese día, al igual que hago cuando es la fecha de su cumpleaños, me gusta ir a saludarla (sé que ella en realidad no está allí pero es una manera simbólica de rendirle homenaje).

Para ir a visitar a mi madre entro por la puerta que llaman de las Trece Rosas. Este nombre es en recuerdo a trece mujeres republicanas que fueron fusiladas al lado de dicha puerta, en la tapia, nada más acabar la Guerra Civil (que el número no lleve a engaño porque en esa tapia fusilaron a muchas más personas). El columbario de mi madre está a poco más de un kilómetro de la puerta y el paseo para llegar allí es de lo más agradable.

Por una avenida de dos carriles de ida más otros dos de vuelta (que digo yo, que con el poco tráfico que hay para qué tanto carril) y con una gran mediana de césped, recorro el camino flanqueado por numerosas tumbas.


Siempre que deambulo por esa avenida me llaman la atención los diferentes tipos de sepulturas y fabulo sobre cómo fueron quienes allí reposan, o cómo sería la familia que mandó erigir esos monumentos. Por el camino se pueden ver tumbas muy sencillas con una simple cruz, a veces sin ni siquiera cruz, a estas yo las llamo minimalistas y suelen ser las que más me gustan. Pero, por el contrario, hay otras que tienen esculturas de ángeles más grandes que una persona, vírgenes dignas de estar en una catedral o niños arrodillados en actitud penitente (estos últimos a mí me dan mucho repelús). También hay algunas que tienen la escultura de un libro abierto con palabras grabadas en él, tipo ‘Vuestros seres queridos nunca os olvidaremos’ y cosas así. Pero las tumbas que más me llaman la atención son aquellas que tienen forma de libro cerrado, esas me alucinan. Cuando las veo pienso si sus ocupantes serían grandes lectores, o escritores, o bibliotecarios. No sé, me parece curioso, y un ataque a la estética también. A mí me gustan mucho los libros pero ver una tumba con esa forma me parece algo hortera, la verdad.

Poco a poco las tumbas dejan paso a los panteones, ahí también hay variedad en cuanto a arquitectura, aunque como están cerrados con una verja, las tumbas no se ven apenas y la diversidad tan solo se centra en qué tipo de cobertura tiene el panteón -si es un tejado a dos o a cuatro aguas, es una cúpula o es un techo plano- o de qué color es la piedra con la que están construidos.

Luego, cuando llego a mi destino, hay un poco de todo: tumbas, panteones, nichos y columbarios, y ahí me viene a la mente esa frase tan manida pero llena de verdad, ‘la muerte nos hace a todos iguales’: aunque la vivienda para pasar la eternidad no sea igual de grande, el barrio es el mismo.


Pero sobre lo que yo quiero reflexionar hoy no es sobre tipos de sepulturas sino sobre las flores que se ponen en ellas.

Yo nunca le he llevado flores a mi madre en el cementerio porque tampoco le regalé flores en vida. Ella prefería las plantas (de esas sí que le regalé muchas). Le gustaba verlas crecer en las macetas o en las jardineras y sentirlas vivas. A mi madre las flores la deprimían porque se marchitaban, y además, con el sentido pragmático que siempre la caracterizó, no le gustaban porque primero huelen muy bien pero cuando empiezan a ponerse mustias despiden un olor dulzón muy desagradable y hay que tirarlas.

Independientemente de los gustos particulares de mi madre, yo siempre me he preguntado por qué se llevan flores a los muertos. Cuando paseo por esa gran avenida del cementerio y veo los ramos de flores que hay en casi todas las tumbas (algunas tienen hasta enormes jarrones tipo dinastía Ming) me pregunto si los moradores de esas sepulturas recibieron alguna vez regalos de ese tipo cuando estaban vivos.

Desde luego, estéticamente es muy bonito, aunque a mí la presencia de flores en un lugar así me infunde tristeza, no sé muy bien por qué. Las flores y su colorido son –o deberían ser sinónimo de alegría, pero sobre una tumba las flores me entristecen.

Cuando mi paseos se dan pocos días después de fechas señaladas como el día del padre, o de la madre, o el de difuntos, el cementerio parece más el jardín botánico que un camposanto. Dado que el fallecimiento de mi madre ocurrió pocos días después del Día de Todos los Santos, día por antonomasia para visitar el cementerio, este paseo al que me refiero fue asombroso en cuanto a profusión de flores.

En algunas tumbas es tanta la abundancia de flores que tapan por completo la lápida, dando una sensación de agobio. Tanta ostentación me parece un exceso, igual que esos ángeles de más de dos metros de altura que dan la nota en medio de tumbas más sencillas. Cuando veo esas sepulturas repletas de flores no sé qué pensar, si es que tienen muchos familiares y todos acuden a la vez a poner ramilletes o es que están compitiendo en un particular concurso floral a ver quién lo tiene más grande (me refiero al ramo).

Pero de todas las tumbas hay una que se lleva la palma cuando voy a visitar a mi madre. No solo está completamente cubierta de flores en cualquier época del año, es que son de dos colores siempre; los colores varían mucho aunque el blanco suele ser siempre uno de ellos y el otro es rojo, o rosa o incluso azul. Pero además las flores están dispuestas de tal manera que representan figuras. El color y las representaciones cambian a menudo porque siempre que voy el diseño es distinto. Unas veces hay una cruz, otras un corazón, otras una paloma. Es alucinante. Un día, intrigada me acerqué a ver quién yacía allí y comprobé con consternación que era la tumba de un niño de siete años que falleció en los años setenta. No sé quién o quienes, después de tanto tiempo, aún se toman el enorme trabajo de confeccionar esas auténticas obras de arte tan efímeras.

Esta tumba tan peculiar además de llamar mi atención me sirve para avisarme de que he llegado a mi destino pues se encuentra a unos diez metros de donde reposan las cenizas de mi madre. La tranquilidad que hay en los cementerios es un buen complemento para pasear y reflexionar pero un problema si te pierdes ya que no hay a quien preguntar. Si, además, estás en un cementerio más grande que algunas capitales de provincia, perderte puede suponer dar vueltas durante horas sin salir de allí. Por eso siempre es bueno tener puntos de referencia, y esa tumba tan adornada lo es para mí.

Lo de contar con lugares concretos para orientarme es algo que tengo muy presente desde un día que me perdí, y además fueron las flores las responsables de que me perdiera. Desde la atalaya donde está el columbario de mi madre –se encuentra en una zona elevada con una panorámica espectacular del cementerio vi bastante lejos una tumba que me llamó la atención por el colorido de las flores depositadas en ella. Me decidí ir hasta allí a ver esas flores de cerca. Otro motivo más para interesarme fue que esa tumba se encontraba en la zona más antigua del camposanto donde los sepulcros tienen más de un siglo y donde no suele haber precisamente muchas flores porque los familiares de quienes allí yacen ya han fallecido también.

El caso es que me dirigí allí. Por el camino, y como era de esperar, fui comprobando que la antigüedad de las lápidas era cada vez mayor, y la presencia de flores menor. Entre lápida y lápida, entre ramo y ramo… me perdí. No llegué a la tumba deseada aunque sí di con las sepulturas de algunos personajes famosos de nuestro panorama cultural. Muy interesante el paseo pero me había perdido.

Como he reseñado, el problema de tanta tranquilidad en un cementerio radica en que no hay transeúntes a quienes dirigirte en caso de pérdida. Siempre cabe la posibilidad de recurrir a algún miembro del personal de mantenimiento, pero estos pululan por las zonas donde las sepulturas son más actuales –por lo visto los fallecidos en el siglo XIX no les dan demasiado trabajo. Durante una media hora deambulé hacia donde yo creía que estaba la salida y tras tres intentos infructuosos en los que me encontré con desniveles imposibles de salvar a no ser que tuviera la constitución de un atleta olímpico, conseguí salir de allí (he de puntualizar que cuando esto me ocurrió yo no tenía GPS en mi móvil, así que lo de darle al Google Maps para salir del paso no era una opción).


Pero me estoy desviando de mi objetivo: las flores para los muertos. Tengo mis dudas de que esos adornos tan bonitos los disfruten los destinatarios, pero desde luego es un regalo para la vista de quienes por allí pasamos asiduamente, aunque en mi caso me produzcan tristeza. Además, sobre una fría lápida o en un florerito pegado a un nicho me parecen una burla a la muerte. Quizás sea ese el objetivo, burlarse de la muerte poniendo algo vivo que a su vez morirá en breve pues esas flores también tienen los días contados. ¿Es acaso un simbolismo de lo efímera que es la vida? Puede.

Aunque la caducidad de las flores se puede combatir utilizando sucedáneos de tela o plástico, y entonces ya no hay simbolismo ni nada, ni siquiera belleza. En estos casos el remedio es peor que la enfermedad, porque cuando observo esas pseudo flores llenas de polvo y ennegrecidas por la intemperie me embarga una sensación de decadencia aún peor que la tristeza que siento cuando veo las de verdad.

De todas formas yo sigo en mis trece, las flores mejor para los vivos, para los que pueden verlas, olerlas, tocarlas. Es más, y esto quizás sea algo genético dados los antecedentes con mi madre, a mí me gustan las flores pero en un tiesto, para que no se pongan mustias tan pronto y para que no lleguen nunca a oler mal. Y si es posible, prefiero verlas en mi casa que sobre mi tumba. Como diría mi madre, quien a los suyos se parece, honra merece. O como digo yo: genio y figura hasta la sepultura.





NOTA: Este texto, evidentemente, no es ningún relato sino una de las  reflexiones que me vienen a la cabeza cuando me pongo cavilosa. Con él he pretendido recuperar otra sección del blog que tenía abandonada desde hace tiempo, 'Las cosas de Kirke'. 

12 de noviembre de 2018

"Las dos muertes de Mozart" - Joseph Gelinek


Mientras en la Toscana aparece el cadáver de una persona envenenada con una pócima típica del siglo XVIII, en la localidad de Legnano Teresa Salieri emplea toda su fortuna en limpiar el buen nombre de su antepasado, Antonio Salieri, pues este pasó a la posteridad como el compositor envidioso que envenenó a Wolfgang Amadeus Mozart.

Además, un prestigioso director de Hollywood quiere hacer un remake de ‘Amadeus’ pero Teresa no piensa consentir que, otra vez, se denigre a su antepasado con mentiras como las que aparecían en aquella primera película y que fueron responsables, en gran medida, de la mala fama de su antecesor. Por ello intentará convencer al director de cine por las buenas, o por las malas.

Esta sería, a grandes rasgos, la sinopsis de esta entretenida novela, y la excusa para viajar en el tiempo al siglo XVIII  y a Salzburgo, o a la Viena imperial de José II, o la Venecia de las veladas operísticas en La Fenice. Así veremos cómo Mozart se hace un hueco en el selecto panorama musical y cómo su genialidad asombra a la corte austriaca. Pero también conoceremos la vida de Antonio Salieri, un músico de una gran calidad y muy alejado de la imagen que Milos Forman nos presentó en la icónica película ‘Amadeus’.

La idea de que Salieri había envenenado a Mozart movido por la envidia parte de una noticia que se publicó en un periódico alemán cuando el compositor murió. Al parecer, cuando Wolfgang muere en 1791, su cadáver está hinchado y huele muy mal, características propias de un envenenamiento, y así lo cuenta un periodista en un artículo. Sin embargo, ni el médico que atendió al músico ni su propia esposa creían que hubiera sido envenenado. Pero, en 1830, casi cuarenta años después, Italia (patria de Salieri) y Austria (patria de Mozart) se llevan fatal y el enfrentamiento entre nacionalistas italianos y austriacos es feroz, entonces la causa de la muerte de Mozart se emplea como arma arrojadiza y Salieri es la diana perfecta. Cuando el compositor italiano es calumniado, sufre una crisis nerviosa que le obliga a ingresar en un psiquiátrico donde siempre negó que hubiera causado la muerte de su colega. La ópera rusa ‘Mozart y Salieri’ basada en un poema de Pushkin, incidió en la idea de la animadversión entre los dos músicos y posteriormente la obra de teatro ‘Amadeus’, de un escritor británico, volvió a cargar las tintas en este tema.

Esta es la parte documentada de la historia, pero luego viene un director de cine que toma como punto de inicio la obra de teatro británica y se basa en estas suposiciones para realizar una película donde la libertad creativa hace todo lo demás. Por suerte o por desgracia, el cine nos hace mella muchas veces y tendemos a creer lo que nos cuenta como si de un libro de Historia se tratara. Esto es lo que pasó con la película ‘Amadeus’. El gran éxito que obtuvo propició que el público poco preparado musicalmente (entre el que yo me encuentro)  tuviera una idea bastante distorsionada de la figura del malo de la película, Salieri, e incluso del bueno, Mozart.

De manera animada en esta novela se desmontan algunas premisas que en la película ‘Amadeus’ se muestran, especialmente cuando describen a Salieri. Tan solo para demostrar hasta qué punto Forman se equivocó, pondré algunos gazapos de este celuloide.

Según la película el emperador José II era un ignorante en música. En la realidad tocaba el chelo y el clave como un profesional, por lo que algo de música sí que debía de saber.

En la cinta, un Salieri demente y senil confiesa que mató a Mozart. Según la documentación que consta en el psiquiátrico donde estuvo ingresado el compositor italiano negó en todo momento su participación en la muerte del austriaco.

En el film, Salieri se muestra envidioso del talento de Wolfgang porque él es un músico mediocre que nunca podrá ni parecérsele ni ser tan famoso. Sin embargo, Salieri era considerado el mejor compositor de la época, reconocido en la corte (José II le llega a declarar el mejor compositor de Europa, lo que viene a ser del mundo entero) y con unas retribuciones económicas que le procuraron un elevado estatus social.

Ahondando en la idea de que Milos Forman se trabajó poco el guion y la época de su película, solo añadiré que en esa cinta aparecen vestidos con cremalleras cuando esa manera de cerrar o abrir prendas de vestir no se inventó hasta el siglo XX. Los actores encargados de interpretar a los dos músicos se llevan bastantes años entre sí, pero en la vida real Salieri tan solo era seis años mayor que su oponente. Aunque el mayor gazapo fue ignorar que Mozart era zurdo; el actor que le encarnaba, Tom Hulce, aparece completamente diestro (me refiero a usar la mano derecha, no a que hiciera una buena interpretación), se ve que estaba más centrado en reproducir sin ton ni son esa risita histérica tan peculiar (y que a mí me ponía de los nervios).

Pero en la novela no solo se critica la manipulación/engaño de los medios audiovisuales cuando se escudan en la creatividad, sino que, en un intento de demostrar que todos somos capaces de inventar, a partir de los hechos constatados documentalmente, el autor se inventa otra versión donde, por qué no, el envidioso y el malo de la historia no sería Salieri, sino el padre de Wolfgang, Leopold Mozart. Este individuo tendría envidia de Salieri por su buena posición económica y por el gran ascendiente en la corte de José II, y con su insidia envenenaría la mente de su hijo para hacerle partícipe de su propia inquina. El atribuir el papel del villano a este personaje se basa en que durante la infancia y la adolescencia de Wolfgang, su progenitor le expuso a condiciones completamente insalubres cuando lo llevaba de una ciudad a otra para que interpretara sus creaciones en veladas musicales y hacerlo famoso. De hecho, durante esta etapa de su vida el compositor austríaco contrajo diferentes enfermedades (viruela, fiebre reumática, tifus, etc.) que le dejaron secuelas convirtiéndolo en un individuo con una salud muy frágil.

Con unos villanos o con otros, Joseph Gelinek (alias del periodista Máximo Pradera) nos hace una estupenda recreación de la época de estos dos grandes genios: Mozart y Salieri. Nos cuenta muchas anécdotas, como cuando el emperador enfrenta en un duelo musical a los dos compositores con sendas óperas y sendos estilos diferentes (duelo que ganó Salieri, precisamente). También se nos cuenta cómo los dos músicos se admiraban mutuamente sugiriendo que la rivalidad no era tan enconada como parecía.
 
Una entretenida novela donde yo he aprendido muchas cosas sobre música, sobre ópera y sobre que hay que acudir a fuentes documentadas y acreditadas para hacerse una idea más o menos fiel de la realidad. Bueno, esto último ya lo sabía, pero ahora estoy más convencida.



6 de noviembre de 2018

"Johnny cogió su fusil" - Dalton Trumbo

Dicen que una imagen vale más que mil palabras, extrapolando a la literatura yo diría que una frase de un libro vale más que mil opiniones sobre ella. Esto es lo que pienso cuando leo determinadas novelas, es tanta la belleza o la sabiduría que encierran algunos párrafos que me siento incapaz de calificarlos, es como si al hablar sobre esas palabras yo les restara fuerza.

Esta sensación es la que me impulsó hace tiempo a realizar vídeos artesanales con frases de algunas novelas que me gustaron mucho. En esos vídeos transcribo fragmentos completos para disfrutar de la belleza que el autor (o autora) transmite. 

Hasta ahora, esos vídeos eran un aditamento a la reseña pertinente, pero desde hoy la cosa va a cambiar y, ya de paso, abro una nueva sección en el blog: Vídeo-Reseñas. Por si el título mueve a confusión, y a pavor, aclaro que no voy a salir yo en ningún momento en imágenes hablando de un libro; tranquilos. Esta sección constará de un corto vídeo con textos íntegros de una novela y, si acaso, algún pequeño comentario de una servidora. Para que el visionado se haga más llevadero irán acompañados de música que intentaré, en la medida de lo posible, esté acorde al tema de la novela en cuestión.

Y, sin más dilación, aquí viene la primera entrada.

Jhonny cogió su fusil

La novela que inaugura esta sección está considerada un icono del antibelicismo. Si bien no es una maravilla de la literatura, sí se pueden leer en ella algunas proclamas incendiarias que en su día causaron estupor por revolucionarias. Teniendo en cuenta que se escribió en el año 1939, el autor demostró una gran valentía al mostrarse un "anti-sistema" en toda regla.

Vaya por delante que el estilo literario no me agradó, entre otras cosas, porque en toda la novela, salvo en la introducción, no hay una sola coma y eso provocó que leyera algunos párrafos algo despistada y con la lengua fuera cuando estos eran demasiado largos. A pesar de esto sí me impactaron, y mucho, las frases cargadas de denuncia contra la guerra y su sinsentido. Todo un canto a la vida.


(Como el vídeo pesa bastante Blogger no me permite colgarlo como un fichero, así que os pongo el enlace para acceder a él.)



Para ver el vídeo pincha AQUÍ




NOTA: Para quienes no conozcan la canción que sirve de fondo musical, Children's crusade de Sting, pongo la letra original en inglés y la traducida (de manera algo deficiente) al español.

Children's crusade
Young men, soldiers, Nineteen Fourteen
Marching through countries they'd never seen
Virgins with rifles, a game of charades
All for a Children's Crusade

Pawns in the game are not victims of chance
Strewn on the fields of Belgium and France
Poppies for young men, death's bitter trade
All of those young lives betrayed

The children of England would never be slaves
They're trapped on the wire and dying in waves
The flower of England face down in the mud
And stained in the blood of a whole generation

Corpulent generals safe behind lines
History's lessons drowned in red wine
Poppies for young men, death's bitter trade
All of those young lives betrayed
All for a Children's Crusade

The children of England would never be slaves
They're trapped on the wire and dying in waves
The flower of England face down in the mud
And stained in the blood of a whole generation

Midnight in Soho, Nineteen Eighty-four
Fixing in doorways, opium slaves
Poppies for young men, such bitter trade
All of those young lives betrayed
All for a Children's Crusade

Cruzada de los Niños
Hombres jóvenes, soldados, mil novecientos catorce
Marchan a través de países que nunca habían visto
Vírgenes con fusiles, un juego de charadas
Todo para la Cruzada de los Niños

Los peones en el juego no son víctimas del azar
Sembradas en los campos de Bélgica y Francia
Amapolas para hombres jóvenes, el amargo comercio de la muerte
Todas esas jóvenes vidas traicionadas

Los hijos de Inglaterra nunca serían esclavos
Están atrapados en la alambrada y mueren en oleadas
La flor de Inglaterra boca abajo en el barro
Y se tiñó con la sangre de una generación entera

Generales corpulentos seguros detrás de las líneas
Las lecciones de historia se ahogan en vino tinto
Amapolas para hombres jóvenes, el amargo comercio de la muerte
Todas esas jóvenes vidas traicionadas
Todo para la Cruzada de los Niños

Los hijos de Inglaterra nunca serían esclavos
Están atrapados en el cable y mueren en oleadas
La flor de Inglaterra boca abajo en el barro
Y se tiñó con la sangre de una generación entera

Medianoche en el Soho, Mil novecientos ochenta y cuatro
La fijación en las puertas, los esclavos del opio
Amapolas para hombres jóvenes, el amargo comercio de la muerte
Todas esas jóvenes vidas traicionadas
Todo para la Cruzada de los Niños


1 de noviembre de 2018

Ada Lovelace


Nadie sabe el potencial que encierra este poderoso sistema; algún día podrá llegar a ejecutar música, componer sinfonías y complejos diseños gráficos.
ADA LOVELACE (1815-1852)


Después de varios meses con la sección “Demencia, la madre de la Ciencia” abandonada, vuelvo a este rincón sobre la vida de algunos científicos, y lo hago con una mujer: Ada Lovelace,  la madre de la informática. 

Ada nace el 10 de diciembre de 1815 en Londres. Sus progenitores son personajes prominentes de la sociedad británica. Su madre es Anna Isabella (Annabella) Milbanke, una mujer muy preparada intelectualmente (estudió geometría, álgebra e incluso astronomía), pero también es una gran activista social implicada en la causa antiesclavista.  Su marido se refería a ella como la ‘Princesa de los paralelogramas’ y es que el esposo de Annabella fue, nada más y nada menos, que el poeta Lord Byron. Pero el matrimonio entre el poeta y Annabella no dura demasiado, apenas un año, pues los constantes devaneos amorosos del escritor hacen muy complicada la convivencia conyugal. El que Byron mantuviera una relación incestuosa con su medio hermana Augusta es la gota que colma el vaso y que desencadena la ruptura.

Ada se va a vivir solo con su madre y esta le proporciona una buena preparación académica pero también un régimen de vida muy estricto donde la niña apenas tiene amigos con quienes jugar. A la edad de doce años se interesa por las matemáticas y también se obsesiona con la idea de volar, observa la anatomía de las aves y realiza algunos curiosos bocetos.

Ada es una niña tímida y también enfermiza. Con catorce años padece una enfermedad que la deja momentáneamente paralítica y la obliga a guardar cama durante tres años. Su madre, ejerciendo de celosa guardiana del bienestar de su hija, recurre a prácticas médicas poco aconsejables pero habituales en aquella época, como la aplicación de sanguijuelas con sangrías constantes.

Afortunadamente Ada se recupera de su dolencia y con dieciocho años empieza una frenética actividad social bajo el control permanente de su madre. Frecuenta círculos sociales donde conoce a personajes del mundo de las matemáticas. Entre estos personajes cabe destacar dos que la marcarán mucho: Mary Somerville y Charles Babbage. Somermille es una reputada matemática que populariza la astronomía y que consigue hacerse un hueco en la misógina sociedad científica de la época. Babbage es, a su vez, un matemático involucrado en crear una calculadora mecánica que funcione sin la ayuda de un humano.

Pero también conoce a Willian King, un aristócrata muy influyente. Con apenas veinte años cumplidos, Ada se casa con él, convirtiéndose en lady King. Cuando, dos años después, su marido obtiene el título de conde de Lovelace, ella pasa a llamarse Ada Lovelace y así se hará nombrar desde entonces. Ada y Willian tienen tres hijos, dos varones y una mujer. 

A pesar del matrimonio y de la maternidad, Ada quiere seguir instruyéndose pero no encuentra el mentor apropiado. Recibe clases del matemático Augustus de Morgan pero este empieza a quejarse de la actitud de su alumna. Por lo visto, Ada pregunta demasiado y tiene un afán desmedido por aprender, algo que el timorato profesor no ve con buenos ojos en una fémina. Es entonces cuando Ada inicia una intensa relación epistolar con Mary Somerville, otra mujer que también lidia con la retraída sociedad de aquella época por su condición femenina. En Somerville encuentra apoyo y desahogo.

Pero no todos los varones desaprueban que las mujeres aprendan materias alejadas de las ocupaciones relacionadas con la maternidad o el matrimonio. El propio marido de Ada se hace miembro de la Royal Society para que su esposa pueda acceder a libros y trabajos científicos. Como esta sociedad científica no permite el ingreso de las mujeres en sus instalaciones, William llega a copiar alguno de estos trabajos para que Ada pueda leerlos.

Gracias a la amistad con Babbage, Ada se interesa en el proyecto de éste, una máquina que pueda realizar operaciones. Babbage estudia la idea desde un punto de vista teórico, pero Ada la concibe como algo tangible, algo que tenga aplicación en la práctica.

Los trabajos de Babbage y Lovelace se basan en otra máquina: el telar de Jacquard. Este telar tiene una peculiaridad al usar tarjetas perforadas para crear patrones de tejidos. Observando este mecanismo Ada idea un sistema donde tarjetas perforadas “tejen” secuencias de números cuyos códigos permitirían hacer cálculos matemáticos complejos.

Telar de Jacquard

Una vez más, mi completa ineptitud para entender las matemáticas me impide explicar aquí en qué consistió realmente el trabajo de estos dos científicos. Pero remarcaré que a Ada se la considera la primera programadora informática, es la primera persona que describe un lenguaje de programación a partir de las ideas de Babbage. Aunque algunos expertos recalcan que la idea original partió de Babbage y por tanto restan importancia a la labor de Ada, el propio Babbage reconoció que el trabajo de su colaboradora tenía entidad propia y todo el merecimiento.

Curiosamente, el trabajo de Ada nunca fue publicado como tal. Ella tan solo escribe una serie de notas (Babbage lo calificó como un trabajo completo). Dentro de esas anotaciones aparece lo que hoy se denomina “el algoritmo de Ada” (no voy a explicar en qué consiste, básicamente porque no sé qué es un algoritmo). Esas notas se publican en una revista científica pero van firmadas con sus iniciales (AAL) pues se considera inapropiado que las mujeres publiquen y encima con su propio nombre. 

Pero el carácter pragmático de Ada la impulsa no solo a teorizar sino a llevar a la práctica sus cálculos y conclusiones. Sin embargo, la tecnología de la época no está preparada para construir una máquina así. Ada emplea mucha energía y dinero en su fabricación y se arruina. En un ingenuo intento por conseguir fondos se aficiona a apostar en las carreras de caballos con resultados desastrosos.

Además, en 1843, y con tan solo veintiocho años, enferma gravemente. Otra vez su madre se encarga de cuidarla y en esos cuidados la trata de nuevo con sangrías y con drogas, como el láudano o la morfina, que le dejan secuelas. Ada se convierte en una drogadicta dependiente de estas sustancias tóxicas y durante ese mismo año su estado anímico oscila entre el éxtasis y la depresión.

Con esfuerzo Ada consigue superar su adicción al láudano pero no su dependencia del juego. Contrae importantes deudas con los corredores de apuestas. Poco tiempo tiene para lamentarse de esta situación porque enferma de "histeria" según los médicos (cáncer, en realidad) y fallece; tiene treinta y séis años.

Sus restos reposan al lado de su padre, lord Byron, en Nottinghamshire.



Durante décadas a Ada Lovelace se la consideró como una simple transcriptora del trabajo de Babbage, pero con el transcurrir de los años y con una sociedad más avanzada en la que se considera a la mujer suficientemente capacitada para realizar cualquier tipo de actividad intelectual, se ha valorado su labor con justicia. 

Ada, a partir del trabajo de Babbage, obtuvo sus propias teorías y originales conclusiones. Cien años después de su muerte, en 1953, su trabajo fue nuevamente publicado y esta vez con su nombre completo, nada de iniciales. En la actualidad se reconoce que la máquina ideada por Ada es un modelo rudimentario de ordenador y sus notas una descripción del software correspondiente.

Por todo esto a Ada Lovelace se la considera hoy en día la primera programadora de la historia y, en un gesto de reconocimiento, el lenguaje de programación Ada, creado por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos, lleva ese nombre en homenaje a esta mujer.

Ada no consiguió ver su trabajo reconocido pero, finalmente, se encuentra en el lugar que le corresponde. No obstante, la mayoría del público desconoce a esta mujer, es más, en muchos sectores relacionados con la informática su nombre no es célebre. Ojalá que esta publicación ayude a enmendar ese error.




Hada verde:Cursores
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