La novela que
hoy traigo está siendo un éxito de ventas en España. Son muchas las reseñas que
se han escrito sobre ella y todas (al menos, las que yo he leído) ensalzan a su
autor y su prosa. Sin embargo yo tengo el corazón dividido y no sé muy bien
cómo enfocar mi crítica. Reconozco que en mi andadura bloguera esta es la
primera vez que dudo tanto al calificar mi impresión sobre un libro.
Por un lado me
ha encantado, pero por otro no me ha gustado nada. Me siento “bipolar” a la
hora de definir mi grado de satisfacción. Así que expondré lo que me ha
gustado y lo que no, luego que cada uno decida si pesa más lo bueno o
lo malo. Para no ser negativa empezaré por lo que no me gustó y terminaré con
lo que más me satisfizo.
Pero primero un
breve apunte sobre de qué va la novela, si es que a estas alturas todavía hay
alguien que no ha oído hablar de ella.
Manuel Vilas reflexiona
mediante cortos capítulos sobre diferentes aspectos de la vida, al mismo tiempo
rememora hechos puntuales de su propia existencia. A través de esos apuntes nos
sumergimos en la biografía del autor y especialmente en su estado anímico.
Para el autor
el estado mental en el que se encuentra se escenifica en un lugar, Ordesa,
donde fue de excursión en 1969 con su padre.
“En Ordesa todas las insanias de la vida se mueren
ante el esplendor de las montañas, los árboles y el río.”
En todos estos
recuerdos, y en sus reflexiones, hay un referente constante e insistente: la
pérdida de sus padres. Tomando siempre como punto de referencia a sus
progenitores, Vilas reflexiona sobre lo que ha sido su vida y sobre lo que será
en un futuro, recalcando la importancia de la impronta que nuestros padres
dejan en nosotros de forma que nos marca para ser lo que somos y lo que
seremos.
“Nos vendría
muy bien escribir sobre nuestras familias, sin ficción alguna, sin novelas. Solo
contando lo que pasó, o lo que creemos que pasó. La gente oculta la vida de sus
progenitores. Cuando yo conozco a una persona, siempre le pregunto por sus
padres, es decir, por la voluntad que trajo a esa persona al mundo.”
Mientras que el
autor recuerda a sus padres, se lamenta de las cosas que nunca se dijeron, de
las preguntas que no les hizo y que se han quedado sin respuesta. Ahora que ya
no los tiene con él es cuando es consciente de cuánto los quiso; sentimientos
que nunca valoró ni percibió cuando estuvieron vivos y convivió con ellos. Esa sensación
de pérdida irreversible planea en toda la lectura; hasta en los detalles más
nimios la ausencia del padre y de la madre pesa como una losa en el escritor
hasta convertirse casi en una obsesión.
Y esta obsesión
es una de las cosas que no me gustaron. Al principio, percibir esa angustia y
tristeza por la pérdida de la infancia, de un estilo de vida pasado, me pareció
entrañable y sentí cierta empatía con el protagonista. Pero cuando llevas más
de doscientas páginas rondando el mismo tema… se vuelve algo cansino, la
verdad.
Además, el
pesimismo atroz que impregna toda la lectura empieza a hacer mella a partir de
la segunda mitad del libro, algo que dice mucho del autor pues consigue que el
lector haga suyo su desaliento pero que, personalmente, a mí me resultó
angustioso, de tal manera que tuve que hacer un esfuerzo importante para
animarme a terminar el libro.
“Me asustan los
viejos. Son lo que seré.”
“El
envejecimiento es nuestro futuro.”
“No esperes a
mañana, porque el mañana es de los muertos.”
Soledad, vejez,
decrepitud, muerte, son temas recurrentes en la novela. Entre el desaliento y
la reiteración, el libro se me hizo muy cuesta arriba.
Las reflexiones
son muy variadas aunque con diferentes grados de interés. La utilidad y la
fascinación por las papeleras, la altura de las mamparas de baño o las ventajas
de las marcas blancas en los electrodomésticos son el objeto de alguna de estas
reflexiones. Cada uno es muy libre de reflexionar sobre lo que le dé la gana,
pero siempre hay temas más interesantes que otros y según en qué momentos de la
lectura estas digresiones a mí me aburrieron bastante.
Pero lo que
menos me gustó fue la forma de narrar. Y en esto también me siento bipolar, o
más bien debería decir que el bipolar es el autor, pues el estilo narrativo
cambia mucho entre capítulos. Algunos están llenos de belleza y naturalidad,
pero otros tienen un estilo tan barroco que es difícil (imposible) desentrañar
el significado de algunos párrafos. Esta dicotomía me hizo pensar que había dos
autores tras las páginas: uno magnífico y estupendo, y otro caótico, redicho y
pedante.
“El
reconocimiento de la vulgaridad es el primer gesto de emancipación hacia lo
extraordinario.”
“El martirio es un deseo de desnudez catastrófica.”
“Los muertos
son la intemperie del pasado que llega al presente desde un aullido enamorado.”
“El terror es
ver el fuselaje del mundo.”
En algunos
casos esa forma de escribir tan retorcida se convierte en un auténtico
galimatías que deja a la altura del betún algunos trabalenguas.
“Mi madre era
el presente. La fuerza de sus instintos la conducen a mi presencia. Su presencia
en mi presencia se convierte en presencia en mis hijos presentes, y al hacerse
presente en mis hijos presentes, avisa de su presencia en los hijos de mis
hijos cuando estos se conviertan en presente.”
Confieso que
cuando leía párrafos de este jaez debía dejar el libro porque la migraña
amenazaba con atacarme.
Pero también
hubo cosas buenas.
Me sentí
identificada con el autor en algunas cosas que por simples y anodinas me
sorprendieron. Por ejemplo: el padre del autor ponía una manta en el maletero
del coche y no sabía por qué aunque él mismo hizo lo propio con su coche. Pues
a mí me pasa lo mismo, tengo en mi coche una especie de alfombrilla cubriendo
el maletero emulando la costumbre que también tenía mi padre.
Otra cosa común
con el autor: su madre se asustaba mucho con las tormentas y solía tirar muchas
cosas cuando se ponía a ordenar. A la mía le pasaba algo parecido, cuando había
tormenta no me dejaba poner la tele "por si se colaba un rayo a través de la
antena”. Al igual que le ocurrió al autor yo también he echado de menos algunos
recuerdos de mi adolescencia que acabaron en la basura por un afán desmedido de
mi madre de “hacer limpieza”.
No solo
coincido con el autor en temas baladíes como poner una manta en el maletero del
coche, también estoy plenamente de acuerdo en lo que da sentido a la vida y la
frase que viene a continuación me parece excelente:
“Que te espere
alguien en algún sitio es el único sentido de la vida, y el único éxito.”
A pesar del pesimismo que se respira en todo el libro, hay momentos de un gran sentido del humor; dado el talante depresivo del autor se trata más bien de humor negro,
pero humor, al fin y al cabo.
El sarcasmo con
el que Vilas toca algunos temas me encantó. En un momento dado comenta lo injusto
que resulta que un oncólogo que trata mayoritariamente con moribundos cobre lo
mismo que un ginecólogo que se dedica mayoritariamente a traer vida y por tanto
su cometido es mucho más alegre.
Si antes he
criticado algunas cuestiones objeto de cavilación por insustanciales, tengo que
señalar que otras fueron interesantes, como cuando reflexiona sobre la manera
de escribir, a mano, con ordenador o con pantalla táctil. Es en esta reflexión
cuando vuelve a haer gala de su particular sentido del humor comentando que Moisés
solo escribió diez mandamientos porque cincelar la piedra es muy cansado.
Y si también
antes he criticado la manera tan retorcida de escribir algunos pasajes, ahora
resaltaré los que me parecieron bellos y cargados de sabiduría.
“Debería
encontrar un nombre de un compositor célebre para cada persona a la que amé, y
llenar así de música la historia de mi vida.”
“Ojalá pudiera
medirse el dolor humano con números claros y no con palabras inciertas. Ojalá
hubiera una forma de saber cuánto hemos sufrido, y que el dolor tuviera materia
y medición. Todo hombre acaba un día u otro enfrentándose a la ingravidez de su
paso por el mundo. Hay seres humanos que pueden soportarlo, yo nunca lo
soportaré.”
En resumen, un
libro con altibajos, con algunos pasajes preciosos pero con otros pesados y
recurrentes. Cuando me encuentro con un libro así, donde no sé muy bien decir
si me gustó o no, me hago una pregunta que suele aclararme bastante las ideas:
¿Volvería a leer este libro? En este caso tengo muy clara mi respuesta: no.