CRÓNICAS ASTURES III
Después de una
noche en blanco dándole vueltas a cómo encontrar a la xana Ayalga me levanté de
muy mal humor. Irse de vacaciones supone para mí descansar y disfrutar; sin
embargo ni estaba descansando ni me lo estaba pasando muy bien con mi búsqueda
absurda.
Repasando lo
que el oso Furaco me contó (
Legítima defensa), recordé que me dijo algo sobre que la xana se había
encaprichado de un monje y que se había hecho cristiana. Esa información me dio
una idea: ¿y si en vez de buscar en el río, hábitat de las ninfas, lo hiciera
en un sitio donde hay monjes? Lo mismo la zona adecuada después de la
conversión de la xana era una iglesia en lugar de un río.
No soy yo mucho
de iglesias pero sabía que cerca de donde estaba mi hotel había una. Además era
de la época de Favila, de hecho la mandó construir él para homenajear a su
padre, don Pelayo. La iglesia en cuestión se llama de la Santa Cruz porque ahí
se guardó la cruz de madera con la que Pelayo ganó la batalla de Covadonga.
Como estaba cerca del Sella… igual Ayalga se había mudado allí por eso de ser
cristiana. Estaba hecha un lío y como no se me ocurría otra cosa decidí probar
suerte. Total, de perdidos al río, o mejor dicho, de perdidos a la iglesia, porque
en el río precisamente no había tenido éxito.
Esa tarde me
dirigí a la iglesia de la Santa Cruz. El cielo estaba cubierto de nubes que
amenazaban tormenta. Cuando iba a entrar en el templo, una mujer con una tarjeta
identificativa colgada del cuello, me impidió el paso; había que pagar una
entrada para acceder. Ahora la iglesia ya no es un lugar de culto sino un mini
museo donde se muestra una réplica de la Cruz de la Victoria y un dolmen que se
halla situado debajo del templo. Así que en esa iglesia ya no se realizan ritos
religiosos y desde luego no hay monjes.
¡Vaya chasco! Estaba
claro que las pocas probabilidades de encontrar a la xana allí se habían
evaporado completamente. Pero como estaba a punto de caer un buen chaparrón y como
no llevaba paraguas decidí pagar la entrada y visitar por dentro la iglesia. Accedí
a una pequeña capilla con media docena de bancos de madera, tras sentarme en
uno de ellos la portera-recepcionista puso un documental proyectado en una de
las paredes del recinto y se marchó. Yo era la única visitante en ese momento y
la proyección se convirtió en un pase privado. Me sentí una ‘vip’.
La película
duró unos diez minutos y en ella una voz en off contaba la historia de la
iglesia, la de la Cruz de la Victoria y también la del dolmen que se encuentra
debajo. Lo que contaban de la cruz me pareció curioso aunque algo retorcido
(por lo visto esa cruz fue la que consiguió la victoria en Covadonga y los
cientos de guerreros que las pasaron canutas en aquellos desfiladeros no
tuvieron mucho que ver con que se ganara la batalla).
Pero lo que me resultó
más interesante fue lo del dolmen. Parece ser que Favila no había encontrado
lugar mejor para construir el templo en honor a su padre que un enterramiento
celta con más de tres mil años de antigüedad. Que digo yo, con lo grande que es
Cangas de Onís y con la cantidad de terreno libre que debía de haber en aquel
lejano siglo VIII, ¿no podía haber elegido otro lugar?¿qué necesidad había de utilizar
un sitio ya ocupado?
Eso estaba
pensando al terminar el documental y apagarse la luz del proyector. Cuando me
levanté para irme, la voz en off continuó. Me volví a sentar creyendo que venía
otra película, pero el proyector seguía apagado, la única luz que había era la
que entraba por un ventanuco. Extrañada esperé a ver qué pasaba y presté
atención a la voz.
—¡Qué ultraje!
¡Maldita sea! ¡Qué ofensa, por Belenus!
Para ser
el locutor de un documental se expresaba muy coloquialmente, pensé. El caso es
que esa voz no era exactamente igual a la de la película que acaba de ver… Miré
a mi alrededor por si había entrado otro visitante, pero yo estaba
completamente sola. O no.
—¡Por Belenus y
todas las xanas!¡Qué ultraje!
Alguien que no
se dejaba ver seguía hablando y además había dicho ¡‘xanas’! Giré en redondo en
busca de quien así hablaba pero seguía estando sola. Sentí un déjà vu y
recordé cuando me encontré con el oso Furaco. Ya estamos otra vez, me dije. Lo
de oír voces empezaba a ser una costumbre y, la verdad, no me gustaba nada.
Pero esta voz había dicho ‘xana’ y eso era buena señal.
Al igual que en
aquella ocasión con el oso, hablé al aire.
—Hola. ¿Quién
eres?¿Cómo te llamas?¿Qué haces aquí?¿Qué te ha pasado?
Después de las
experiencias vividas ya tenía aprendida la lección y no me anduve con rodeos.
Había que ir al grano y dejarme de vaguedades.
—Que el cielo
esté contigo, visitante. Mi nombre es Brigo —contestó la voz.
—Gracias... Brigo.
Supongo que eres un sacerdote por el lugar en el que estamos y por esa manera
de saludar —respondí.
—Así es,
estimada dama.
—Y supongo
también que eres de una época muy lejana pues nadie se dirige hoy a las mujeres
con la palabra dama.
—Sí, tengo
muchos años. Demasiados…
—Por tus
lamentos te noto algo irritado y esa manera de maldecir en un lugar
consagrado... es un poco irreverente ¿no crees?
—Vuelves a
acertar. Pero de todos los años que llevo aquí, los últimos trece siglos están
siendo exasperantes. Exactamente, mil doscientos ochenta y un años y doscientos
sesenta días llevo enojado.
—Caramba ¡qué
precisión! ¿Qué pasó para que tengas en cuenta tan exactamente el paso del
tiempo? ¿Se trata de la fecha de tu muerte?
Si llevaba
trece siglos enfadado deduje que quien hablaba estaba muerto. Por otra parte, la
naturalidad con la que yo aceptaba que conversaba con muertos era para
preocuparse; o para pedirle a Íker Jiménez que me contratara.
—No, mi enfado
y mi indignación comenzaron cuando construyeron esta maldita iglesia.
—Pero has dicho
que eres sacerdote y se supone que a vosotros os gustan los templos, ¿no?
—Claro que me
gustan los templos, pero este edificio es un ultraje hacia mi persona y mi fe.
—¿Por qué? ¿No
te gusta el arte visigodo? Esta iglesia es muy pequeña, pero no está nada mal —le
contesté mientras miraba a mi alrededor y comprobaba que la capilla era
acogedora.
—No me gustan
los templos cerrados, con techos, paredes y puertas. Y menos me gustan los
crucificados que los adornan. Ese dios cristiano acabó con todo. Los dioses se
han de adorar al aire libre, en su mayor templo: la naturaleza.
—Oye, tú eres
un cura un poco raro.
—Será porque no
soy un cura.
—Dijiste que
eras sacerdote.
—Sí. Soy un
druida.
¡Acabáramos!
Por eso maldecía en una iglesia y estaba tan a disgusto.
—Y ¿qué hace un
druida como tú en un sitio como este? —dije arrepintiéndome al instante, por lo
visto el asiduo contacto con los muertos estaba afectando a mi comunicación
verbal con salidas de tono inapropiadas para hablarle a un druida.
—Intentar descansar eternamente. Pero es en vano porque los impertinentes cristianos me lo impiden al
profanar mi túmulo funerario erigiendo una iglesia.
Nada más decir
eso y con una rapidez de reflejos que me sorprendió, exclamé:
—¡Tú estás
enterrado en el dolmen que hay aquí!
—Sí. ¡Qué
ironía del destino! Yo, que tanto detesto a esa religión y a su cruz tengo que
reposar para toda la eternidad en uno de sus templos. Quizás Belenus me castigó por
decidir sobre mi propia muerte y ahora tengo que pagar mi suicidio.
—¿Te
suicidaste? ¿Por qué?
—Me equivoqué
en uno de mis vaticinios, creo que se me fue la mano con el beleño, y aseguré a
los guerreros de mi castro que iban a ganar la batalla contra otra tribu
enemiga, pero no fue así. El desastre de la derrota y la destrucción de nuestra
aldea me sumieron en la desesperación.
—Lo lamento.
—Más lo lamento
yo, porque lo peor estaba por venir. Nuestros clanes siempre han guerreado
entre sí pero la tradición permanecía. Desde mi tumba, en esta preciosa colina,
asistí a otro tipo de invasión mucho más destructiva y devastadora para
nosotros.
—¿A qué te
refieres?
—Al
cristianismo. Nuestras tradiciones se transformaron por culpa de esa religión
hasta el punto de ser una parodia de sí mismas. Ha sido muy duro ver cómo
nuestra cultura se distorsionó en manos de los nuevos sacerdotes.
—¿Que vuestra cultura
se distorsionó con el cristianismo? No lo entiendo.
—Esos monjes
cristianos no tenían imaginación y utilizaron nuestros mitos para dar forma a
su ideología. La mayoría de sus festividades religiosas están tomadas de
nosotros. El día de difuntos, la noche de San Juan, la Semana Santa, son
fiestas nuestras, Samhain, Beltane, Ostara, pero ahora tienen nombres
cristianos. ¡Es un ultraje!
—Bueno, puede
que las distintas religiones no sean más que la tradición que va evolucionando —dije
por cortesía, pero la verdad es que tenía razón.
—A mí me
indigna.
—Una cosita…
¿cómo te suicidaste? —con muertos o con vivos una servidora siempre ha sido bastante
cotilla y algo morbosa.
—Con un brebaje
de hojas de tejo. El árbol de la oscuridad fue un buen aliado para mi viaje al
inframundo. Tras ingerir el bebedizo vino la somnolencia y la muerte.
—Sí, la taxina
es un veneno muy potente. Produce parada cardiorrespiratoria —mi formación
farmacéutica apareció casi sin yo quererlo.
—No en vano
nuestro texu es el árbol que acompaña a los muertos. Hasta ese símbolo nos ha
sido robado. Ahora hay tejos plantados cerca de muchos cementerios cristianos,
¡qué desfachatez!
—Pero en ese
árbol no todo es veneno. ¿Sabes que también tiene una sustancia que sirve para
curar algunos tumores?
Quién me iba a
decir a mí, cuando estudiaba farmacología, que un día iba a compartir esos
conocimientos con un druida. ¡Qué cosas!
—Vaya, tú
también entiendes de plantas. ¿Eres una curandera? —exclamó Brigo con un tono
de extrañeza.
—En la
antigüedad a mis colegas de profesión se los consideraba así, pero ahora ya no,
aunque sí conozco algunas cosas sobre plantas y sus propiedades.
—Así que eres
una sanadora.
—Bueno, yo no
diría tanto —contesté ruborizándome porque me pareció notar un deje de
admiración en la voz de Brigo.
—Alguien que conoce
las plantas ama la naturaleza y alguien que ama la naturaleza es agradable para
mí. Sé bienvenida, mi señora.
Reconozco que
ese halago me gustó. No veía a Brigo, pero su voz era muy sugerente. Mientras
pensaba esto, el subconsciente me traicionó y dije en voz alta:
—¡Qué pena que
no pueda verte!
—Si no me ves es porque no estás mirando hacia el lugar
adecuado.
Abrí bien los
ojos pero no vi a nadie.
—¿Quieres dejar
de mirar al altar? Estoy aquí abajo.
Entonces me
incorporé hacia donde estaba el dolmen, en un agujero excavado en el suelo de
la iglesia y al que había que asomarse bastante pues estaba algo profundo. Allí,
entre varias losas de piedra, se encontraba un hombre sentado. Y ¡qué hombre! Vestía
una túnica oscura que dejaba la piernas y los brazos al descubierto, aparentaba unos treinta años, la melena le llegaba a los hombros y era morena al igual que
la piel, los ojos eran muy claros y una barba corta hacía destacar unos dientes
blancos en una encantadora sonrisa que me dedicaba enteramente a mí en ese
momento. Era muy guapo.
Hasta esa
ocasión nunca había visto druidas, pero siempre me los imaginé ancianos, con
largas melenas y barbas blancas. Como Gandalf, pero en celta. Brigo desde luego
no se parecía en nada al mago de Tolkien. En un acto reflejo me acicalé las
greñas y recompuse la poco favorecedora sudadera que llevaba con unos vaqueros
desgastados. ¡Qué pintas, por dios! Para un día que me encuentro con un druida
yo voy hecha unos zorros.
—Encantada de
conocerte, Brigo —balbucí con una risita idiota.
—Lo mismo digo…
¿Cómo te llamas?
—Paloma.
—Precioso
nombre. Entre los celtas, la paloma simboliza la liberación de las almas. El arrullo
de una paloma anuncia que un alma acaba de subir a los reinos celestiales.
Quien te puso ese nombre ¿era conocedor de nuestra tradición?
—No lo creo.
Fue más bien porque Paloma es el nombre de una de nuestras vírgenes (
Mi nombre).
—¡No me lo
puedo creer! ¿También nos han robado ese símbolo los cristianos? ¡Esto es
indignante! ¡Inadmisible!
Brigo se
levantó y, con una agilidad que me sorprendió, subió hasta donde yo me encontraba. De cerca pude comprobar que sus ojos
claros tenían un precioso color azul que me encandiló aún más de lo que ya
estaba, aunque ya no sonreía porque se le veía muy disgustado.
—Tranquilo, no te
enfades. También me llamo Kirke —dije para aplacarlo.
—Y ese nombre
¿de dónde viene, de otra de vuestras vírgenes? —respondió burlonamente.
—Bueno, eso
está mucho mejor. En cuanto te vi entrar sentí una conexión especial contigo. Conoces
las plantas, tienes el nombre de una hechicera… eres una de los nuestros —replicó
sonriendo de nuevo y acercándose más a mí.
Llegados a este
punto creo que empecé a babear, o al menos me quedé con la boca abierta, no estoy
segura. La proximidad de ese druida me
puso algo nerviosa. Brigo era todo un seductor y pensé que cuando estuvo vivo
debió de hechizar mucho y sin necesidad de ninguna planta ni conjuro.
Antes de perder
por completo los papeles y caer como una pava rendida a sus pies me obligué a
recordar el motivo de mi visita a tan extraordinario lugar.
—Al principio
citaste a un tal Belenus, que no sé quién es, y a las xanas. ¿Conoces a alguna
xana?
—Conozco a unas
cuantas, mi estimada Kirke —respondió sonriendo aún más—. Las que habitan en el
lago Enol son especialmente encantadoras y amigas de la alegría y la fiesta,
por lo menos cuando yo las frecuentaba —añadió con una expresión pícara en la
cara.
Sin perder la
sonrisa Brigo siguió evocando mientras estiraba las piernas en el estrecho
banco de madera.
—¡Qué tiempos
aquellos! En Beltane, a la luz de las hogueras, yo participaba en los ritos de
fertilidad. Las xanas acudían a nuestra fiesta y entonces yo me unía a ellas
para…
Antes de que Brigo
me contara detalladamente qué hacía exactamente en esos ritos fertilizantes decidí
interrumpirle.
—Ya, ya. Pero
entre todas esas xanas que conoces, ¿está una que se llama Ayalga?
—Ayalga. Me
suena mucho. ¡Ah, sí! ya sé de quién hablas —contestó torciendo el gesto e
incorporándose repentinamente serio— ¿Por qué preguntas por ella?
—Me gustaría
conocerla, tengo un recado que darle de parte de un amigo común.
—¿Amigo? Ayalga
no tiene amigos, al menos desde hace siglos. Traicionó a su estirpe y a sus
congéneres. No es una compañía recomendable.
—¿Por qué dices
eso?
—Cuando los
monjes empezaron a llegar hasta estos montes ella se quedó prendada de un joven
novicio. Era un lechuguino estirado y delgaducho. No sé qué vio en él, pero se
enamoró locamente. Contraviniendo nuestras normas se le apareció un par de
veces y el monje en lugar de corresponder a sus insinuaciones se encerró en un
monasterio pues creía que ella era el demonio que venía a llevárselo al averno.
Ayalga en aquella época era un bellezón, ¡y el frailuco la rechazó! De verdad,
vosotros los cristianos no podéis ser más idiotas.
—¡Pobre Ayalga!
—De pobre nada,
ese rechazo la convirtió en un ser amargado. Su resentimiento lo volcó en sus
compañeras y renegó de su entorno. Dicen que se convirtió al cristianismo en un
último intento de conquistar al mojigato novicio. Habrase visto, ¡una xana
cristiana! Otro ultraje más —respondió airadamente Brigo negando con la cabeza.
—De todas
formas me gustaría hablar con ella. ¿Sabes dónde puedo encontrarla?
—No lo sé. Al
hacerse cristiana dejó de frecuentar nuestros lugares, aunque el río sería el
mejor sitio donde mirar. Las xanas son seres acuáticos, necesitan estar cerca
del agua. Aunque cambien de dios, su naturaleza es la que es.
Me sentí
decepcionada al oír esto porque en el río ya había buscado sin resultados positivos.
Después de todo, este personaje tampoco iba a ayudarme a encontrar a la xana. Brigo
vio el desencanto en mi rostro y pasando su brazo por mi hombro me dijo.
—No te
entristezcas. Aunque la encontraras tampoco creo que te sirviera de mucho. Es
una loca.
—Sí, ya lo sé, una
loca enamorada, y rechazada, pero…
—No. Cuando
digo loca —me interrumpió Brigo— no estoy utilizando un recurso poético, estoy
dando un diagnóstico. Está loca de verdad. Hace muchos lustros que no la veo
pero la última vez iba desgreñada, hablando sola y diciendo incoherencias. Se
ha desquiciado completamente. Está ida, chalada, majareta —insistió.
—Cuando la
viste ¿dónde fue?
—Te digo que
fue hace mucho ya, no creo que aún ande por ahí.
—Da igual. Dime
el sitio, por favor.
—Cerca de aquí.
En un recodo del río.
—Ya he estado
en el Sella y no la encontré. Y no me apetece volver porque a quien sí vi fue a
una joven que lloraba desconsoladamente y que me puso la piel de gallina (
El beso).
—¿Una rubia con
una túnica verde?
—Sí, ¿la
conoces?
—Seguramente
sería Froiluba. Desde que se quedó viuda le da por acudir cuando anochece a la
orilla del río a lamentarse y a espantar a los pobres despistados que les da
por frecuentar el lugar a esas horas.
—Sí me pareció
que lloraba la ausencia de un amado. Me dio mucha pena.
—¡Que se
fastidie! Por culpa de ella y de su llorado esposo estoy cabreado desde hace
siglos. No me mires así. El amado por el que pena fue el que decidió construir
una iglesia encima de mi tumba. Su marido era Favila.
—¡Arrea! Pues
menos mal que no le pregunté por la xana porque si se llega a enterar que le
quiero hacer un favor al que la dejó viuda…
Brigo puso cara de no entender nada pero se me estaba haciendo tarde y aunque
me gustaba platicar con un hombre tan simpático —y guapo— decidí abreviar y no
dar más explicaciones.
—Entonces, ¿el
río es el único lugar donde puedo encontrar a la xana? Volveré al Sella, si no
hay más remedio.
—La última vez
que vi a Ayalga no fue en el Sella sino el otro río que está cerca de aquí, el
Güeña —me respondió Brigo.
¡Es verdad!
Había otro río en la zona. ¡¿Cómo no me había dado cuenta?!
En ese momento
un trueno retumbó anunciando que la tormenta ya estaba encima.
—Parece que
Ñuberu está aquí —dijo Brigo mirando por el ventanuco de la iglesia.
Ante mi cara de
extrañeza él aclaró.
—Ñuberu, el que
hace truenos. Uno de nuestros dioses.
—Será mejor que
me vaya antes de que se ponga a llover. No he traído paraguas y me están
esperando para cenar.
—¿Por qué no te
quedas un poco más aquí, conmigo? —me sugirió Brigo acercándose otra vez a mí
con su encantadora sonrisa.
Si nunca me
había imaginado a los druidas con la pinta de Brigo, tampoco me los imaginaba
tan ligones como él. Era un seductor en toda regla.
Hube de
esforzarme para no caer en las redes del donjuán celta, pero ese conquistador
fantasmal tenía más de tres mil años y era un poco mayor, incluso para
mí. Tenía que centrarme en mi misión: la promesa hecha a Furaco. Debía
encontrar a la puñetera xana e ir al Güeña a probar suerte allí.
—Gracias por tu
oferta tan tentadora, pero tengo que irme, de verdad. También te agradezco la
información que me has dado.
—Gracias a ti
por tu grata compañía, Kirke. Ha sido un gran placer conocerte. Antes de irte,
deja que te dé mi bendición.
—¿Bendición?
¿Eso no es cosa de los cristianos?
—Ese es otro de
los rituales que nos robaron esos plagiadores insoportables —contestó Brigo
volviéndose a enfadar.
—De acuerdo,
está bien —le contesté para calmarlo. Este druida además de seductor era algo
bipolar, pasaba del encanto al enfado muy fácilmente—. Dame esa bendición.
Brigo puso sus
manos sobre mis hombros y dijo estas bellas palabras:
Que el camino salga a tu encuentro.
Que el viento esté siempre detrás de ti y
la lluvia caiga suave sobre tus campos.
Y
hasta que nos volvamos a encontrar, que los dioses te sostengan suavemente.
Mientras decía
tan bonitas frases, me dejé acariciar por el suave tono de su voz cerrando los
ojos, los abrí cuando terminó y comprobé que Brigo había desaparecido. Miré por
todos lados, incluso donde estaba el dolmen, pero allí ya no había nadie.
Salí de la
iglesia con las últimas palabras de Brigo resonando en la cabeza. Ojalá que
todo lo que me había deseado se cumpliera, sobre todo porque en esa bendición
se contemplaba la posibilidad de volvernos a encontrar.
Cuando, ya
fuera del recinto, me reencontré con la recepcionista pensé que me recriminaría
mi larga estancia en el interior pues mi plática con Brigo había sido bastante
larga. Pero no, me despidió con una cordial sonrisa y unas frases dichas con el
acento tan encantador de estas tierras. Extrañada miré mi reloj y comprobé que
había estado en el interior de la iglesia tan solo diez minutos, los que había
durado la proyección. No podía ser, si había hablado con el druida un buen
rato. ¡Qué raro! Decidí no darle más vueltas al asunto y encaminarme al hotel
de una vez.
Afortunadamente Ñuberu tronaba pero aún no
había empezado a soltar agua, por lo que pude llegar a mi hotel sin empaparme.
Una vez más mi búsqueda de la xana no había sido fructífera pero había
conseguido importante información que podría ayudarme a encontrar a Ayalga.
Mi próxima
incursión sería en el río Güeña. Esperaba que allí se acabaran mis pesquisas
pues aunque la visita a la iglesia había sido sumamente agradable —conocer a Brigo
me había encantado— tanto indagar empezaba ya a hartarme un poquito.
Quizás fue el
embrujo del druida encantador o esa bendición última que me dio, pero me sentía
muy animada y segura de que mi búsqueda estaba a punto de llegar a su fin.
(Continuará…)
NOTA: La iglesia de la Santa Cruz se erigió en una pequeña colina y sobre un
antiguo enterramiento. Lo que queda del dolmen de aquel monumento funerario se
puede observar en el interior del pequeño templo a través de un orifico hecho
en el suelo. He intentado obtener información sobre qué tipo de enterramiento
era (celta, prehistórico, etc…) pero no conseguí averiguar mucho pues ni
siquiera hay demasiado consenso a la hora de datar exactamente su antigüedad,
así que me tomé la licencia literaria de ‘habitar’ esa tumba con un druida.
GALERÍA FOTOGRÁFICA
|
Iglesia de la Santa Cruz erigida por Favila. |
|
Entrada y relieve donde se representa la Cruz de la Victoria. |
|
Dolmen y altar de la capilla de Santa Cruz (como no se me permitió fotografiar en el interior, las fotos están tomadas de la red). Si me hubieran dejado hacer fotos me habría hecho un selfie con Brigo, pero no pudo ser. |
|
Una de las múltiples representaciones de la Cruz de la Victoria, esta se encuentra en el puente romano que cruza el río Sella. |
|
Uno de los muchos tejos (texu) que se encuentran en Asturias, este está situado delante del monasterio de San Pedro de Villanueva. |
|
Lago Enol, donde Brigo se montaba fiestas con las xanas. |