En la publicación anterior hablé de mi universidad y cité algunos estudiantes célebres que por allí pasaron. Hoy hablaré de otros estudiantes no tan célebres pero más cercanos: mis compañeros de estudios y yo.
Ya reseñé que Cisneros creó el primer campus universitario del mundo, y que se encontraba en la ciudad de Alcalá. Pero las disciplinas que se impartían en la época del fundador no tienen nada que ver con las actuales. Aunque, al día de hoy, en muchos de los edificios antiguos se ubican algunas facultades, como la de Filosofía y Letras o la de Derecho, los inmuebles primigenios no son adecuados para impartir materias que requieren el uso de laboratorios, por ejemplo.
Farmacia, Químicas o Biológicas necesitaban otro tipo de construcción, por lo que se emplazaron a las afueras de la ciudad, dándole todo el sentido a la palabra “campus” porque estaban en medio del campo (ahora está más urbanizado, pero cuando yo fui a estudiar allí era un lugar desolado y agreste).
Los terrenos de este nuevo campus habían pertenecido al Ejército del Aire y como la Administración siempre ha sido muy mirada con el gasto del dinero público –para lo que quiere– en esos terrenos ex-militares se aprovechó todo. Así la facultad de Farmacia en los años 80 se ubicó en un antiguo cuartel. Además, teníamos que compartir el edificio con otras facultades. Nosotros estábamos en la segunda planta pero la primera estaba destinada para la facultad de Químicas y la de Biológicas, mientras que la planta baja era el lugar donde se encontraban la mayoría de los laboratorios y la biblioteca. Hoy en día, cada una de estas facultades tiene su propio edificio.
Antiguo cuartel reconvertido en facultad de Farmacia, de Biológicas y de Químicas. Hoy es la facultad de Ciencias. |
Por otra parte, la antigua torre de control, que regulaba el tráfico aéreo de los aviones militares, se empleó como sede del rectorado y secretaría de toda la universidad. Muy apañado todo, aunque motivo de despiste para los que recalábamos allí más desorientados que un pulpo en un garaje.
Recuerdo el primer día que fui a hacer la matrícula en secretaría. Me bajé del tren y como una panoli pregunté por la facultad de Farmacia a otros estudiantes veteranos –que supieron reconocer mi cara de pardilla–, estos me señalaron un edificio blanco (el cuartel) pero me dijeron que si iba a hacer trámites administrativos tenía que ir hacia otro edificio de ladrillo rojo “que parece una torre de control porque lo es” (sic).
Cuando me dijeron lo de la torre de control pensé que me estaban gastando la típica broma del novato, pero cuando me acerqué y vi el edificio flipé en colores. Para dar más ambientación, por la megafonía de unas instalaciones que había cerca se oyó una voz que decía “Sargento Pérez, persónese en comandancia”. Al oír esto creí que me había salido del campus y temerosa de que me dieran el alto o, lo que es peor, que me reclutaran, me dispuse a dar media vuelta. Pero no era un error, al lado aún estaban operativos algunos edificios de los militares.
Antigua torre de control. Actualmente en este edificio se encuentran los servicios informáticos de la Universidad de Alcalá. |
De hecho, en una ocasión mientras hacía unas prácticas en el laboratorio, se escucharon unas voces, “¡Uno, dos! ¡Uno, dos! ¡Maaarchen!”, me asomé a la ventana para observar, atónita, que un grupo de soldados estaba, con los fusiles en la mano, corriendo por el campus. Di la voz de alarma creyendo que habíamos entrado en guerra y que, como suele ocurrir en casi todas las guerras, lo primero que querían era cargarse a los profesores y a los estudiantes. Pero no, tan solo estaban haciendo la instrucción. Menos mal.
Dentro de las aulas se dieron muchas anécdotas, como que en un examen final de fisiología y con los nervios a flor de piel, el catedrático nos saludó a los alumnos con un “Cuántas caras de septiembre estoy viendo” a lo que yo pensé, “Yo también te quiero, mamón”. O cuando el catedrático de parasitología me pidió en el examen final oral que le dibujara una tenia y ante el churro que me salió me dijo “Las artes plásticas no son lo suyo, señorita” a lo que yo pensé, “Por eso estoy estudiando Farmacia y no Bellas Artes… mamón”. O cuando nos explotó un recipiente en prácticas de química orgánica y unos estudiantes de Derecho, realojados en unas aulas prefabricadas, amenazaron con denunciarnos por atentar contra sus vidas. En fin, cosas así podría contar muchas pero no quiero hablar de estudios, quiero hablar de lo más divertido de la universidad: sus fiestas.
Recreación de una famosa farmacia de guardia televisiva en la cafetería de la facultad de Farmacia. |
No es por presumir, pero la celebración de la patrona de Farmacia, la Inmaculada Concepción, era famosa en toda la Universidad de Alcalá. Nuestras fiestas eran las mejores, y con diferencia.
Porque nuestra facultad no solo celebraba la festividad con una misa y con discursos que daba el decano y el rector. Los estudiantes nos empleábamos a fondo para organizar un evento divertido, fuera del protocolo académico. Y para ello contábamos con un “Clahustro” (con ‘h’ intercalada, no confundir con el claustro que es mucho más serio y más aburrido). Este clahustro estaba dirigido por un decaño (con ‘ñ’, no confundir con el decano que es mucho más serio y más aburrido) y formado por los delegados y subdelegados de todos los cursos así como por los Boticarios Mayores del Reino.
Para ser Boticario Mayor del Reino había que ganar un concurso que se celebraba precisamente el día de la patrona. Consistía este concurso en una serie de pruebas de lo más disparatadas. Yo me presenté un año y he de decir que sufrí mucho, porque las pruebas fueron dignas de cualquier novatada cruel de colegio mayor.
Aquel año, la prueba principal consistió en atrapar una gallina que habían soltado por el patio Tomás de Villanueva, en la universidad antigua, pero antes a los concursantes nos ataron un pie a nuestro compañero (se concursaba por parejas). Tengo que confesar que mi pareja, Raimundo (Rai), era un encanto de criatura, pero no nos compenetrábamos muy bien, porque cuando él iba para un lado yo tiraba para el otro, lo que se tradujo en varios tortazos contra el ilustre empedrado del patio cisneriano.
Otra prueba consistió en comerse un polvorón para después inflar un globo, el que antes lo consiguiera, sin morir atragantado, ganaba la prueba. Yo no me llegué a morir, pero sí estuve a punto de provocarme una embolia pulmonar cuando se me fue un trozo de polvorón por la laringe. También tuvimos que comernos una manzana impregnada de miel colgada de una cuerda, con el compañero enfrente y las manos atadas a la espalda; la manzana se llevó pocos mordiscos pero Rai y yo nos dimos unos cuantos lametones. Hubo otra prueba más de la que tan solo recuerdo que había que meter la cabeza en un barreño lleno de no sé qué (cerveza, vino o algo así).
Ni que decir tiene que no ganamos. Aquella edición se la llevaron unos compañeros de mi clase: Santiago y Pepa, pero porque jugaron con ventaja. Él era de un pueblo donde tenían como principal afición atrapar gallinas y lo demostró haciendo un placaje digno de una estrella del rugby; ella era de Estepa y en ese lugar los niños se destetan comiendo polvorones. Pero de todas formas me divertí mucho, aunque de resultas de la persecución a la gallina yo acabé con un tobillo torcido y me tiré el resto de la jornada a la pata coja.
Ese mismo año también teníamos un amigo que quería ser tuno –en la Universidad de Alcalá solo hay una tuna formada por estudiantes de todas las facultades– y los de la estudiantina le dieron una bandurria para que aprendiera a tocarla. Este compañero, Antonio, no tenía ni idea de solfeo y mucho menos de bandurria, por lo que se tiraba horas enteras con el soniquete de una canción que decía “Málaga, qué bonita es Málaga” mientras tocaba dos cuerdas del dicho instrumento (la bandurria tiene doce cuerdas, pero el muchacho solo conseguía sacar música de dos). A Antonio le queríamos mucho pero no soportábamos sus monótonos ensayos por lo que en cuanto aparecía con la bandurria en ristre, todos hacíamos mutis por el foro.
Antonio, una servidora y... la bandurria. |
Aquel día de la patrona no fue una excepción, Antonio se presentó además vestido de tuno con su capa y sus cintas y… con la bandurria y el eterno “Málaga, qué bonita es Málaga”. Una vez más, toda la pandilla salió escopeteada. Menos yo, como tenía el tobillo inflamado no estaba en condiciones para correr. Antonio vio el cielo abierto y teniéndome a mí como auditorio me dedicó dos lindas horas de estribillo malagueño. Doy gracias por no haber tenido un arma de fuego en aquella ocasión, de lo contrario ahora estaría contando esto desde la cárcel.
Pero no solo celebrábamos la patrona, también festejábamos la llegada de la primavera y en esta ocasión la fiesta se hacía en otra instalación que el Ejército del Aire tuvo a bien dejarnos: el hangar donde aparcaban los aviones. Las fiestas en aquel hangar forman parte de la historia contemporánea de la universidad (y también de las fichas policiales de algunos estudiantes).
Hangar en el campus de la Universidad de Alcalá. |
En aquella universidad fueron muchas las cosas que aprendí y no siempre tenían que ver con la práctica de la ciencia farmacéutica, pero todas me fueron muy útiles, pues aprender no solo consiste en memorizar datos o saber formular, hay otros aspectos que son necesarios para defenderse por la vida. Entre estas materias "extraescolares" destaca especialmente una: jugar al mus. Quien haya pasado por la universidad y no haya aprendido este juego no supo aprovechar el tiempo. En los planes de estudio en lugar del trabajo fin de grado deberían incluir un campeonato de mus y a quien resulte vencedor ponerle una matrícula de honor en el expediente.
Los recuerdos de mi etapa universitaria son entrañables. Hubo otros momentos no tan dulces –los días encerrada en casa o en la biblioteca estudiando o la amargura y la frustración cuando, a pesar de todos los esfuerzos, suspendía–. Pero el ser humano tiende a ser positivo, relega a un segundo plano las malas vivencias y se queda con los buenos recuerdos. Así hice yo con aquellos años universitarios. Hoy, mientras tarareo "Alcalá de Henares, donde siempre cuatro huevos son dos pares", los recupero de la memoria con ternura y una sonrisa en la cara.
Himno de Alcalá de Henares cantado por la tuna de la universidad.