Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

31 de octubre de 2019

"Frankenstein" - Mary W. Shelley


Aquí traigo la vídeo reseña de todo un clásico: el libro sobre el monstruo más famoso de la literatura.
He leído esta novela varias veces, es todo un referente para mí. Lo que me gusta tanto de esta obra no es precisamente el argumento, o la historia en sí misma, (argumento archiconocido por las múltiples versiones cinematográficas), lo que me atrae son las reflexiones que se vierten en el texto.
Se hace un análisis muy interesante sobre la naturaleza humana y también sobre la ciencia, algo que a mí me resulta atractivo de antemano. De hecho, una de las frases está en la cabecera de mi otro blog, "Demencia, la madre de la Ciencia" pues me parece de lo mejor que se ha dicho nunca sobre la ciencia y los científicos.
Mary Shelley escribió esta historia en pleno siglo XIX cuando el mundo científico estaba sufriendo una gran revolución y los avances se veían con cierto recelo desde algunos sectores. En la sociedad se empezaba a plantear si deberían cuestionarse ciertos límites. 
La autora no es ajena a esta preocupación y vierte su filosofía particular en una obra rompedora para su tiempo donde remueve las conciencias al plantear el supuesto en el que el ser humano pueda crear vida y convertirse en el dios de su creación sin ser consciente de la responsabilidad que eso conlleva. 
La creación de un monstruo por parte del doctor Frankenstein es el resultado y el punto de partida para reflexionar sobre la ciencia, la felicidad; para reflexionar sobre la vida al fin y al cabo.
Sin más rollo os dejo con el vídeo para que el libro hable por sí mismo con las frases que he seleccionado.

NOTA: La banda sonora que se escucha de fondo corresponde a la serie de TV, 'The Frankenstein Chronicles', una versión muy libre del libro de la Shelley pero repleta también de mucha reflexión y con una puesta en escena fabulosa.




20 de octubre de 2019

Quien espera, desespera




―¿Y usted, cuánto tiempo lleva aquí?
―Pues… unas tres horas. No sabría decirle. Aquí el tiempo pasa tan despacio.
―Parece que llevan retraso, esto está a rebosar.
―No se crea, el otro día fue peor, había gente de pie por los pasillos, algunos tuvieron que esperar en la calle.
―Entonces hoy hemos tenido suerte.
―Igual sí. Pero no es cosa de risa, si se va a pitorrear de mí, lo dejamos ¿vale?
―No se enfade. No me estoy riendo, el gesto que hice no es de risa, es de dolor.
―Vaya, lo siento. Lo confundí, ha puesto usted una cara… ¿Qué le pasa?
―Pues eso me gustaría a mí saber, por eso he venido. Me duele mucho el costado, debajo de las costillas. No he pegado ojo en toda la noche.
―Eso va a ser flato.
―Señora, ¿qué sabrá usted? Si tanto entiende no sé qué hace aquí todos los días.
―No vengo todos los días, solo de vez en cuando. ¿Qué culpa tengo yo si estoy para el arrastre? Y usted, ¿qué? Si sabe que yo vengo a menudo es porque usted hace lo mismo.
―Mis males no son asunto suyo, sino de mi urólogo y del personal de urgencias.
―Si no puede mear, póngase una sonda.
―Y usted un bozal.
―¡¡¿Ruperto Cascales?!!
―Servidor, señorita.
―Pase a la consulta 3. Es la quinta vez que le llamo, a ver si prestamos atención. Si perdemos el tiempo en repetir la llamada esto se llena de gente.

(246 palabras)


NOTA: Con este mini relato/diálogo participo en el microrreto #3  de El Tintero de Oro





15 de octubre de 2019

¿Me quiere? ¿No me quiere?


No me gusta conducir. Lo confieso abiertamente. No me da miedo el volante, no me importa desplazarme por carreteras secundarias llenas de curvas ni circular por autovías a buena velocidad; pero no disfruto conduciendo. Si encima hay atasco, mi aversión se vuelve enfado y sufro hasta transformaciones fisiológicas muy parecidas a las que tenía el doctor Jekyll cuando se convertía en míster Hyde. Si al engorro de dirigir un coche y al fastidio de estar en un atasco se añade la posibilidad de que me pueda perder porque no atino con el camino correcto, entonces mi transformación deja a míster Hyde en una hermanita de la caridad.
Este nuevo curso empecé a impartir clases en una universidad distinta a la que acostumbraba ­―a la que acudía en metro, como una reinona―. Ahora, mi nuevo lugar de trabajo se encuentra en un sitio que es idílico para estudiar ­―al lado de la Sierra de Guadarrama, rodeado de naturaleza, aire limpio y tranquilidad ― pero que es un incordio para llegar hasta allí pues mi domicilio está a cincuenta kilómetros de distancia y el transporte público que me podría acercar es bastante malo, tirando a desastre. Total, que tengo que utilizar el coche.
Como el itinerario es algo complicado ―tengo que cambiar de carretera varias veces― encima necesito usar el GPS para asegurarme de que llego a la universidad y no me voy derechita a Segovia que anda por las cercanías del campus.
Nunca me he llevado bien con mi GPS, ya lo conté en una ocasión con detalle (El GPS y yo) y por eso procuro no relacionarme con él con frecuencia, pero ahora no tengo más remedio que utilizarlo casi todos los días y esa convivencia me ha hecho reflexionar sobre nuestra relación y me hace dudar, porque no sé si me aprecia cuando me avisa de que hay un atasco y me ofrece otra vía alternativa, o me tiene una manía horrible cuando me mete por sitios imposibles y de difícil acceso.
¿Me quiere? ¿No me quiere?
Supongo que ÉL ―aunque la voz que me habla es la de una mujer, yo lo considero masculino porque esta relación amor/odio entre nosotros no la concibo con alguien de mi mismo sexo― pretende asegurarse de que llegue sana y salva a mi destino, sin incidencias ni problemas. Es decir, quiere hacerme el viaje más llevadero y “fácil”. Pero, viendo la manera que tiene de mostrarme su “amor” yo tengo mis dudas.
¿Me quiere? ¿No me quiere?
Algunas expresiones que me dice no tienen ningún sentido y más que ayudar, despistan. Por ejemplo, cuando me dice «Mantente a la izquierda para seguir por la derecha». Vamos a ver, ¿en qué quedamos, izquierda o derecha? Porque si voy por la izquierda, no entiendo lo de seguir por la derecha. ¿Es que hay una izquierda menos izquierda y que, por tanto, es como la derecha? ―que conste que no estoy hablando de política, sino de rutas de carreteras―. Cuando me dice esa frase siempre me repito lo mismo: «Uno de los dos (el GPS o yo) deberíamos volver a ver el capítulo de Barrio Sésamo en el que se explica dónde está la derecha y dónde la izquierda».
Otro punto en el que “ÉL” y yo solemos discrepar es sobre los distintos conceptos que tenemos de algunos términos, como ‘vía rápida’ o ‘vía cómoda’. No sé qué entiende “ÉL” por vía rápida y/o cómoda, pero desde luego no es lo mismo para mí. Hace unos meses me fui con mi familia al pueblo de mi padre, en la provincia de Burgos. El lugar se encuentra a unos veinte kilómetros de la capital burgalesa y para llegar hasta allí, viniendo desde Madrid, hay que atravesar el centro de la ciudad. Es un recorrido que he hecho muchas veces, pero aquel día mi queridísimo esposo quiso ahorrar tiempo y semáforos y se le ocurrió “consultar” con el GPS. Este, todo educado, nos preguntó previamente si preferíamos una vía cómoda o rápida. Ahí yo me mosqueé, de hecho, sugerí ir por donde siempre y dejarnos de moñadas, pero mi querido maridito decidió que no, que “probáramos” nuevas rutas y eligió “la más cómoda”.
Bien, decidimos hacerle caso al GPS y, en vista del itinerario que nos hizo, resulta que, para ÉL, es mucho más cómodo pasar por pueblos donde las casas dejan el ancho de la carretera justito para que pase un coche no demasiado grande (y metiendo los espejos retrovisores para dentro), que circular por un trayecto con unas pocas curvas ―nos evitó un pequeño puerto con cuatro curvas mal contadas y sin demasiada dificultad, a cambio de atravesar aldeas donde las casas invadían, literalmente, la calzada―. En aquella ocasión ÉL nos llevó por sitios que ni mi padre, ni una prima que viajaba con nosotros y que se crio en la zona, habían visto en su vida, algo que ellos celebraron enormemente por el placer de descubrir parajes desconocidos de su tierra natal mientras yo juraba alternativamente en arameo y en latín por lo bajini.
 En este rollo insano que me traigo con mi GPS, hay situaciones en las que sencillamente estoy convencida de que me toma el pelo. ÉL, por el tono de voz tan amable, hace como que me avisa porque me estima y quiere cuidarme, pero ya os digo yo que se cachondea de mí. Porque a ver qué sentido tiene que en un atasco de tomo y lomo con el coche circulando a 10 km/hora, me salte una alarma para avisarme de que hay un radar de control de velocidad en las cercanías. Encima del embotellamiento, pitorreo. Demasiado.
Antes comenté que algunas alocuciones llevan al despiste, pero otras llevan al espanto.
A veces le consulto antes de empezar la ruta, la situación del tráfico, y ÉL, todo solícito me sugiere alternativas si en mi itinerario habitual hay algún percance, como un accidente y cosas así. Un día de lluvia ―algo que en Madrid siempre es sinónimo de atasco multiplicado por  diez ― y cuando me disponía a salir de clase, le pregunté cómo estaba el tema. ÉL me dijo: «Parece que el tráfico por tu ruta habitual está algo más complicado de lo normal», lo que traducido viene a decir «Te vas a cagar, morena, hoy llegas a las mil y monas a tu casa» porque, eso sí, ÉL es muy educado y no quiere alarmar por lo que recurre a eufemismos que a mí no me engañan.
Resignada arranqué el coche bajo un aguacero de mil demonios y me dispuse a soportar estoicamente el súper atasco que se me venía encima. Normalmente, con tráfico fluido mi recorrido es de 45 minutos, pero ya sabía que aquel día iba a tardar mucho más. Para no deprimirme demasiado, no quise mirar la hora estimada de llegada a mi domicilio. Sin embargo, como soy algo masoquista, al final miré de reojo el tiempo aproximado de duración del viaje y fue cuando vi que ponía ¡7 horas y media!
Lo primero que pensé es que, en lugar de poner la dirección de mi casa, le había puesto la de algún sitio de Francia, o de Italia, pero tras revisar el destino introducido, comprobé que la dirección estaba correcta. ¿7 horas y media para recorrer 50 kilómetros? Casi me da un ataque, y juro que pensé dar media vuelta y pedir asilo en la residencia de estudiantes de la universidad para que me acogieran y poder pernoctar allí. Bajo la lluvia y con los cinco sentidos centrados en la carretera porque no se veía un carajo del agua que caía, no dejaba de darle vueltas al asunto, hasta que llegué al primer punto caliente (o sea, donde todos los coches estábamos completamente parados) y pude manipular bien la aplicación para averiguar que ÉL, en un alarde de crueldad infinita, había elegido una ruta para ¡ir andando! en lugar de ir en coche. ¡Será capullo! ¡Qué susto!
Como ya reconocí en su día cuando me quejé de ÉL, sé que me ha sacado de apuros más de una vez, pero otras lo que ha conseguido es sacarme de quicio. Es un amor difícil el que nos traemos. Pero para que no se me enfade, y para que vea que yo pongo de mi parte, termino esta publicación dedicándole unos versos de Machado:
Ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio


6 de octubre de 2019

Arcanum fabulis - Pluribus auctoribus


En la publicación de mi regreso al blog, tras un periodo reflexivo y de reformas, avisé que las reseñas se habían acabado, pero que alguna sí aparecería como una peculiaridad ―por si no fuera ya suficiente mi manera tan particular de reseñar habitualmente― o si el libro era especial por algún motivo, y que esas reseñas se llamarían «reseñas kirkenianas». Bueno, hoy traigo una de ellas.
La peculiaridad reside en la naturaleza de los autores, pues el libro en cuestión es una antología de relatos ―de relatos misteriosos para más señas― donde la autoría corre a cargo de varios escritores. La reseña es especial porque entre esos autores me encuentro yo.


De estos escritores el denominador común es que somos aficionados, somos personas abducidas por la pasión de escribir y que nos hemos reunido en este libro para relatar diferentes historias con un nexo común: el misterio. En concreto, el misterio en forma de leyendas que recorre la geografía española con historias donde lo sobrenatural planea e impregna el relato, historias que solían contarse al calor de la lumbre en el hogar mientras las inclemencias meteorológicas se manifestaban en toda su crudeza en el exterior.
La Asociación Nacional de Escritores, Alfareros del Lenguaje ―qué nombre tan bonito y tan poético para una asociación literaria― convocó hace bastantes meses un reto: escribir un relato basado en alguna leyenda. Supe de esta asociación y de este reto tan particular a través de una bloguera, Lola O. Rubio administradora del blog ‘Tertulia de Escritores’, que me envió un comunicado de la asociación y a la que desde aquí quiero agradecer su generosidad.
Me apunté sin dudar y tuve la gran satisfacción de ver mi relato seleccionado para ser publicado junto a otros en la antología que hoy traigo. Esta fue la primera vez que tuve la fortuna de saber que un relato mío iba a ser publicado, y solo por eso este libro es entrañable como lo es el primer amor. Si bien es cierto que ya publiqué anteriormente otras dos reseñas donde hablaba sobre otros relatos de mi autoría que acabaron en letra impresa, este fue el primero. Avatares técnicos hicieron que la impresión se retrasara y no pudiera ver la luz en forma de libro hasta hace unas pocas semanas. Pero nunca es tarde si la dicha es buena y aquí está la antología, por fin.

Esta reseña es muy particular porque el nombre de una servidora aparece en la contraportada y un relato en el interior. Pero hay otra razón para hacer de esta reseña algo muy especial; entre los otros escritores de reparto se encuentra mi antiguo director de tesis, mi exjefe y compañero de letras con el que comparto no solo la pasión por la ciencia sino la pasión por escribir: Francisco José Sánchez Muniz, Paco.


No es la primera vez que mi nombre se encuentra al lado del de Paco en letra impresa. Hemos compartido muchas publicaciones científicas ―de las que yo he escrito, él sale en el 99%―. Tampoco es la primera vez que aparecen nuestros nombres juntos en un libro (tenemos un capítulo escrito entre los dos en un libro publicado por la Universidad Politécnica). Pero en todas esas ocasiones el tema a tratar siempre fue académico. Es verdad que nuestra querencia por la ficción y la literatura planeaba desde hace tiempo y se vio reflejada previamente en un artículo de divulgación científica donde combinamos refranero popular con fundamentos de ciencia ―un artículo que tuvo una gran aceptación entre los lectores, por cierto―.
Pero esta es la primera vez que compartimos un espacio literario al cien por cien, y estoy encantada.


Por si todo esto no fuera poco, ayer asistimos juntos a la presentación que se hizo en la localidad madrileña de Alcorcón, sede de la asociación. Fue un encuentro encantador con los integrantes de Alfareros del Lenguaje ―qué nombre tan bonito― y en el que, tanto Paco como yo, dirigimos unas palabras al respetable. En un ambiente muy distendido cada uno comentó diferentes aspectos sobre el relato que había escrito. Una tarde, la de ayer, sumamente agradable porque siempre es un placer estar rodeado de personas que aman la literatura.



NOTA: El texto publicado en la antología está en el blog, se titula “Noche de máscaras”

Hada verde:Cursores
Hada verde:Cursores