Al borde de un palacio que mira al mar, junto a un foso de agua, hay
una mujer: Zoraida. Desde poniente se acerca un hombre mayor, le acompaña otro
más joven que lleva un libro precioso con pastas celestes y letras doradas, en
él hay imágenes que aparecen y desaparecen, la representación de las historias
que se proyectan en el agua del foso.
Zoraida le pide al joven que le cuente un cuento, «¡Busca en tus
palabras la propiedad del lenguaje que sea capaz de enamorar a las estrellas!»
y al hombre mayor le pide que busque en sus sueños «la luz intensa que te haga
rejuvenecer cuando de mis labios salga el beso de la espera».
Con este inicio tan onírico y tan fantástico, comienza el libro de
relatos «Cuentos del Espejo de Agua».
Entre sus páginas se van desgranando diferentes historias que Zoraida
escucha y siente a través del reflejo del agua en el foso de su palacio. Hay
historias con un final feliz o con un final desdichado, incluso hay historias
con dos finales.
Que la palabra «cuento» que se encuentra en el título no lleve a engaño
porque este no es un libro para niños, estos son cuentos al estilo de «Las mil
y una noches,» de hecho, el autor hace un guiño/homenaje a esa obra.
Además de tener finales felices, no felices o más de uno, estas
historias tienen poesía, y mucha, además. El lenguaje poético del que hace gala
el autor, Francisco José Sánchez Muniz, es asombroso. Yo, que soy una inútil
con la poesía, me he quedado enganchada y anonadada con el despliegue de
adjetivos y metáforas.
Podría pararme
más a hablar sobre el tipo de historias que el lector se puede encontrar, pero
el autor, Francisco José Sánchez Muniz, hace una descripción fabulosa en el
proemio, por lo que si alguno necesita más información que se haga con un
ejemplar y se lo lea porque yo estoy aquí con una reseña kirkeniana y, los que
ya me conocéis, sabéis que este tipo de publicaciones se alejan mucho de una
reseña al uso.
Para que veáis que sigo fiel al espíritu de las reseñas a lo Kirke a
partir de ahora dejaré de nombrar al autor con sus dos nombres y dos apellidos
para dirigirme a él con el, mucho más cómodo, diminutivo de Paco. Pensaréis que
es demasiada familiaridad y pensaréis bien, pero resulta que me une al autor,
Paco, una relación especial, de ahí que se haya ganado aparecer por aquí.
Paco fue mi
director de tesis doctoral.
Podríais pensar también que, siendo mi director de tesis, no voy a ser
ecuánime y puede que sea así, pero os aseguro que lo bueno que diga de él no
será coaccionada por los resultados de esa tesis porque me doctoré hace ya
muchos años.
Durante la realización de aquella tesis comprobé lo bien amueblada que
tiene la cabeza Paco. Su mente científica me deslumbró desde el inicio.
Asustada («¿Qué pinto yo trabajando con este hombre?») y agradecida («¡Lo que
estoy aprendiendo!») a partes iguales me dejé dirigir al tiempo que disfrutaba
de su prosa… científica. Los artículos que acabaron publicados en diferentes
revistas de ciencia fueron en su mayor parte una labor de él, yo casi, casi,
solo fui la amanuense (y la que se pegaba con la estadística haciendo cientos
de gráficas y tablas buscando una p significativa, pero esa es otra
historia).
En la actualidad Paco es catedrático emérito de Nutrición en la
facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid. Si alguien tiene
interés en indagar sobre su trayectoria profesional puede bucear en la red y emplear
unas cuantas horas leyendo porque su curriculum vitae es muy extenso.
A lo que voy: yo ya sabía que Paco escribe muy bien, lo que no me podía
imaginar es que también escribía ficción. Fuera del ámbito académico conocía
sus otras aficiones como la de tocar la guitarra, cantar y contar chistes; lo
de los chistes es algo que uno averigua de Paco en el minuto cero de conocerlo,
es andaluz y ya se sabe, los andaluces antes se quedan sin respirar que sin
contar un chiste. El caso es que de lo de escribir en plan creativo me enteré
mucho más tarde, prácticamente finalizando ya mi tesis.
Cuando me dio por desahogarme escribiendo «Doctoranda al borde de un
ataque de nervios» y al compartir ese compendio de penurias doctorales me
enteré de que mi director, Paco, también escribía.
Empezó a mandarme alguno de sus relatos para que le diera mi opinión y
flipé en colores. «¿Dónde tienes esto, Paco?» «Guardado en una carpeta del
ordenador» «¡No, hombre, no! Esto merece ser leído por más gente.»
Fue así como primero abrió un blog y luego se decidió a mandar algunos
relatos a revistas y asociaciones de escritores noveles. Quiero presumir, y
presumo, de que el empujoncito para que se animara a compartir sus escritos
salió de mí.
En nuestra relación académica se había filtrado un virus contagioso: la
escritura creativa. No solo nos gustaba la ciencia y nos dedicábamos a ella
(con mejores resultados él que yo), también nos molaba escribir historias.
Nos presentamos a algunos concursos, participamos en foros de
literatura e, incluso, hemos publicado juntos en antologías con otros autores.
La última colaboración fue con el colectivo literario Bremen (que yo le
presenté) en «Decamerón del siglo XXI».
Recuerdo con una sonrisa cómo, entre una estadística horrenda y el
rechazo de una editorial para publicar un artículo de mi tesis, Paco me mandaba
uno de sus cuentos. «Anda, échale un vistazo y dime qué te parece», entonces yo
desconectaba del súper cabreo originado por los resultados doctorales, dejaba
de lanzar maldiciones a los editores que me habían tumbado el artículo y me
evadía con las historias que generosamente me mandaba mi director.
En algunas ocasiones, pocas, hasta me permití el lujo de corregirle,
¡toma ya! Además, él, como es tan buena persona, no se lo tomaba a mal y encima
me hacía caso. Un cielo.
De hecho, entre las frases introductorias del libro aparece lo
siguiente: «A mis musas que fueron capaces de aguantar mis desconocimientos
lingüísticos y corregirlos». Diréis que soy una vanidosa, pero yo me he dado
por aludida.
En resumidas cuentas, puedo presumir, y presumo, de que he asistido al
despegue de Paco como escritor creativo desde sus inicios por eso es motivo de
orgullo y satisfacción estar escribiendo esta reseña sobre su primer libro
publicado en solitario.
En junio fue la presentación del libro en Madrid y ahí estaba yo, toda
orgullosa ante el éxito de mi mentor académico. Hubo lleno hasta la bandera y fue
un acto muy bonito, pero para bonita la dedicatoria que me escribió en mi
ejemplar.
Ese «Te admiro» me dejó con la boca abierta durante varios minutos.
Tengo esa frase enmarcada, cuando me deprimo y me siento una inútil, la leo y me vengo arriba.
Podríais pensar que me estoy pasando en halagos porque me puede la conexión
con mi director de tesis. Es muy fácil sacaros del error: vosotros podéis
averiguar qué bien escribe Paco leyendo este libro y disfrutando de historias
llenas de magia y poesía.
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