Este relato corresponde a una propuesta del Colectivo literario Bremen de versionar cuentos de los hermanos Grimm, en este caso toca "Los músicos de Bremen", para los que no conozcan o no recuerden este cuento pongo el enlace al mismo y, seguidamente, el relato que se me ha ocurrido.
Cuento "Los músicos de Bremen"
LOS JUBILADOS DE PATONES
El ánimo en el Centro de Mayores de Patones de Arriba no podía ser más triste. El ayuntamiento había comunicado que no recibirían más fondos para su mantenimiento por lo que el local iba a cerrar en breve. La crisis económica del país y la rapiña del concejal de Ocio y Tiempo Libre que se había triplicado el sueldo, hacían inviable que el refugio para los jubilados del pueblo siguiera abierto.
Cuatro hombres jugaban a las cartas con semblante preocupado.
¾¿Y
ahora qué vamos a hacer? ¾preguntó
Paco, antiguo bibliotecario¾.
Desde que dejé de trabajar este ha sido mi hogar. ¡Envido a la chica!
¾Jugador
de chica, perdedor de mus ¾contestó
Juan, ex profesor de literatura en un instituto¾. No te preocupes, Paco, la vida
nos da reveses, pero al final salimos adelante. Nuestra generación ha dado
muestras de ser muy dura. Paso. ¡Envido a la grande!
¾¡Lo
veo! No tengo yo muy claro qué haremos si este centro cierra, la verdad.
Podríamos reunirnos en un bar, pero no creo que ahí nos dejen pasar toda la
tarde con una sola consumición ocupando una mesa para jugar a las cartas. Esto
del cierre es una putada muy grande y un ataque en toda regla al proletariado.
Así nos pagan tantos años de esfuerzo y sacrificio. ¡Es intolerable! Deberíamos
movilizarnos.
Quien así hablaba era Carlos, guardia de seguridad y sindicalista cuando
estaba en activo.
¾¿Tienes
pares, compañero? ¾dijo
Antonio, ingeniero informático que se había acogido a la jubilación anticipada.
Juan contestó moviendo la comisura de los labios hacia un lado, asegurándose
antes de que no vieran ni Paco ni Carlos esa seña de medias.
¾¡Envido!
¾reaccionó
Antonio ante la señal de su pareja de mus anunciándole que tenía tres cartas
iguales¾.
Tienes razón, Carlos, este cierre es una putada. Pero poco podemos hacer.
¾Paso.
No veo tus pares¾contestó
Carlos¾.
Como tampoco veo que no podamos hacer nada. Callados y conformes no vamos a
ningún lado.
¾¿Alguien
tiene juego? ¾dijo
Paco mientras Carlos le guiñaba un ojo dándole a entender que llevaba treinta
y uno.
¾¡Envido!
¾fue
la respuesta de Juan.
¾¡Órdago!
¾contestó
Paco.
¾No
lo veo ¾replicó
Juan sospechando la jugada pues Carlos era mano.
¾¿Te
achantas? ¾contestó
mosqueado Carlos¾.
¿No lo veis? Nos acobardamos a la primera de cambio.
¾Es
pura lógica, Carlos ¾dijo
Juan¾.
Tus cartas suman treinta y una y vas antes que yo, los puntos son para ti. ¿A
santo de qué voy a aceptar la apuesta si no voy a ganar? Cuando se sabe que la
guerra está perdida es absurdo presentar batalla.
¾Estoy
con Juan. Nuestros esfuerzos deben ir encaminados a algo productivo y con visos
de éxito.
¾¿Cómo
qué, Antonio? ¾preguntó
Carlos beligerante.
¾He
oído que en Madrid hay muchos centros para jubilados, con bastantes comodidades
y mejor equipados que este. Podríamos probar suerte.
¾¿Y
abandonar nuestras casas? No pretenderás que nos desplacemos hasta allí todos
los días, se nos va la jornada en transporte, que ya no estamos para conducir
tanto ¾replicó
Carlos que se estaba empezando a enfadar, algo que resultaba intimidante porque
de su etapa como guardia de seguridad aún mantenía una envergadura corporal
considerable.
¾Vamos
a ver ¾intentó
conciliar Antonio¾:
a nosotros ya no nos queda nada en este pueblucho. No tenemos pareja, nuestros
hijos no viven aquí. ¿Por qué no probar suerte en la capital?
¾¿Y
de qué vamos a vivir? Nuestras pensiones no nos van a alcanzar para mucho con
los precios de la gran ciudad ¾dijo
pesaroso Paco, mientras tiraba las cartas al centro de la mesa.
¾¡Vivamos
una aventura! Dios proveerá ¾fue
la contestación de Antonio.
¾¡Habló
el ateo! ¾exclamó
Juan.
Tras un buen rato discutiendo, los cuatro amigos decidieron hacer las
maletas y encaminarse a Madrid. Tomaron un autobús que los dejó en la Plaza de
Castilla. Ya era de noche y no sabían muy bien dónde alojarse mientras
esperaban que la providencia divina los iluminara. Caminando sin rumbo fijo se
toparon con una sucursal bancaria cerrada, como era de esperar dadas las horas.
¾¿Nos
metemos aquí dentro? ¾propuso
Carlos.
¾¿Cómo
vamos a entrar? Estos sitios son fortines, por no mencionar que sería
allanamiento de propiedad privada ¾dijo
Juan.
¾¿Allanamiento?
Estos de los bancos sí que nos han allanado a nosotros el camino para
empobrecernos ¾respondió
Carlos mientras sacaba un juego de ganzúas que guardaba de su época de guardia
de seguridad.
Tras una breve manipulación, la puerta de la sucursal se abrió sin
problemas y con otra hábil maniobra el ex segurata inactivó la alarma. Los
cuatro hombres accedieron al interior y se acomodaron en los sillones dispersos
por toda la sala. Además, se tomaron unos cafés de la Nespresso colocada en un
rincón. Esta nueva moda de equipar los bancos como si fueran cafeterías era un
chollo.
Mientras se disponían a dormir oyeron unas voces procedentes del
despacho del director.
¾¡Joder!
¡Aquí hay gente! ¿Pero cómo pueden estar trabajando a estas horas? ¾exclamó
alarmado Paco.
¾Quien
quiera que sea no está trabajando ¾contestó
suspicaz Carlos.
Sigilosamente se acercaron a la puerta del despacho para escuchar.
¾¿Estás
seguro de no dejar huella alguna? ¾dijo
una voz.
¾Segurísimo.
La encriptación es perfecta, nadie sabrá dónde ha ido a parar el dinero ni,
mucho menos, quién ha sido el que se lo ha llevado ¾contestó otra voz¾. Dentro
de un par de días estaremos muy lejos de aquí viviendo a cuerpo de rey con
nuestra reciente fortuna en un paraíso fiscal.
¾No
sé… ¾dijo
la primera voz¾.
Nos estamos llevando el dinero de los ahorros de mucha gente.
¾¿Ahora
te entran remordimientos? Cuando te camelabas a los clientes para invertir en
fondos ruinosos no tenías tantos reparos. Si esa gente se hubiera gastado la
pasta, en lugar de ahorrar como hormiguitas, estas cosas no les pasarían.
¾Hombre…
Esa es una manera muy torticera de ver las cosas. Parece que se merecen que les
roben.
¾¡Exactamente!
No le des más vueltas. La operación ya está en marcha. Nos quedaremos esta
noche aquí hasta asegurarnos de que el dinero está en la cuenta de Suiza.
Mañana nos largamos antes de abrir la oficina.
Los cuatro amigos se quedaron estupefactos al escuchar la conversación
desarrollada en el interior del despacho. Carlos sacó la porra que siempre
llevaba encima (otro recuerdo de su trabajo como guardia de seguridad)
dispuesto a acabar con esos dos ladrones a base de porrazos, pero sus
compañeros se lo impidieron.
¾¡No
podemos consentir esto! ¾dijo
Carlos.
¾Tienes
razón, pero hay que pensar fríamente ¾le calmó Antonio.
Se retiraron al salón procurando no hacer ruido. Cavilaron durante un
buen rato y, tras ponerse de acuerdo, pasaron a la acción.
Delante de la puerta del despacho donde se escondían los dos
trabajadores del banco, Paco se puso a estrujar las hojas de un libro,
sacudiéndolas y restregándolas por el suelo produciendo un ruido siniestro.
¾¿Oyes
eso? ¾dijo
una de las voces¾
Hay alguien fuera.
¾¡¿Qué
dices?! Estamos solos.
¾Es
como alguien arrastrándose. Da mal rollo.
Durante un buen rato Paco estuvo deslizando las hojas por el pavimento
de la oficina. Seguidamente, Juan se acercó a la puerta del despacho y, con voz
cavernosa, empezó a recitar unos versos del Tenorio de Zorrilla.
¾
Por dondequiera que fui, la razón atropellé, la virtud escarnecí, a la
justicia burlé. Ni reconocí sagrado, ni hubo ocasión ni lugar por mi audacia
respetado; ni en distinguir me he parado al clérigo del seglar. A quien quise
provoqué, con quien quise me batí, y nunca consideré que puede matarme a
mí aquel a quien yo maté.
¾¡Joder!
¾dijo
una de las voces¾
¡Es un fantasma! ¡Y nos está amenazando!
¾¡No
digas tonterías! Será alguna conversación de la calle que llega hasta aquí. De
todas formas, vayamos a ver.
Cuando los dos empleados del banco salieron del despacho no encontraron
a nadie, pero al ir hacia la sala principal, en contraluz vieron la imponente
figura de Carlos empuñando la porra y agitando unas esposas. Los dos ladrones
salieron corriendo despavoridos.
Antonio se introdujo en el despacho y se sentó delante del ordenador. Gracias
a sus conocimientos informáticos desencriptó la encriptación y anuló la fuga
del capital que habían planeado los dos facinerosos, recuperando el dinero de
los clientes desplumados.
¾El
dinero ya está en el lugar que le corresponde ¾dijo Antonio ufano ante la
admiración de sus amigos.
¾Deberíamos
denunciarlo a las autoridades ¾añadió
Carlos¾
y que detengan a esos dos desgraciados.
Cumpliendo con el deber moral que sus recias educaciones les imponían,
así lo hicieron.
La noticia trascendió y los cuatro amigos jubilados salieron en todos
los informativos y en varias tertulias matutinas. La directiva del banco, para hacerse
perdonar el fallo de seguridad, decidió correr con los gastos de los cuatro
héroes para que vivieran en unos apartamentos de una de las zonas residenciales
más lujosas de la ciudad, con campo de golf, piscina climatizada, gimnasio asistido
por osteópatas, cobertura sanitaria las 24 horas del día y, por supuesto, una
amplia sala de ocio donde se podía jugar al mus.