Peer-review: el poder en la sombra
La expresión
peer-review se utiliza cuando en el ámbito académico se habla coloquialmente (y
también cuando se habla en inglés) del proceso de arbitraje que sufre todo
artículo científico antes de ser aceptado para su publicación.
La traducción
literal sería “revisión por pares” y lo de "pares" se debe a que el texto a
evaluar es revisado por otros científicos de igual o superior categoría que el
autor del artículo en cuestión. Es decir, varios colegas, que trabajan en
campos similares, deben leer y dar el visto bueno al artículo. Lo de “colegas”
ya lleva mucha retranca porque si uno se piensa que por ser un compañero de
área de investigación va a ser más comprensivo está muy equivocado. Además, en mi
caso, ya os digo que todos los revisores son de superior categoría a la mía por
lo que, además, eso de “par” me suena un poco a choteo.
El caso es que
estos señores, también llamados referees, tienen en sus manos el poder de dar luz verde a un artículo,
encumbrándolo al Olimpo de los artículos publicados, o mandarlo a la papelera
de la editorial en cuestión, sumiéndolo en el más oscuro ostracismo.
Se habla mucho
del cuarto poder (el de los medios de comunicación) o de la importante influencia de
los grandes lobbies que manejan los hilos de la economía mundial. Sin embargo
muy pocos conocen el poder absoluto que ejercen los referees de artículos
científicos.
Una de las
características de estos señores (y señoras) es el completo anonimato con el
que actúan, y en el que se escudan. Cuando mandan sus críticas a los autores de
un artículo nunca se identifican, algo que les viene muy bien a muchos pues así
aprovechan para poner de vuelta y media a quienes firman dichos artículos (o a
su trabajo, que viene a ser lo mismo).
Muchas de las
opiniones que vierten para calificar el trabajo revisado dejan bastante que
desear en cuanto a ecuanimidad e imparcialidad. Las escabechinas que realizan
dejarían en mantillas a algunas masacres bélicas -metafóricamente hablando,
claro- ya que algunos comentarios de estos colegas no es que sean implacables,
son auténticas sentencias de muerte (investigadora).
Es posible que
cuando los comentarios no son elogiosos el criticado se lo tome por lo personal
y puede que vea ofensas donde no las hay, pero al leer alguna de estas observaciones
recibidas una servidora ha llegado a pensar:
— Yo a
este tío le debo dinero o algo así, denoto cierta animadversión hacia mi
persona. ¡Qué manía me tiene!
Y es que, si
bien el anonimato se mantiene para los revisores, no lo hay para los autores.
Es decir, yo no sé quién me está evaluando pero quien me evalúa sí sabe quién
soy yo. Esto, a mi modo de ver, deja en clara desventaja al evaluado pues al
defenderse no sabe muy bien hacia dónde dirigir sus tiros (ni a la madre de
quién mentar).
La que esto escribe ha recibido muchas críticas negativas y demoledoras -unas veces con razón, otras
no tanto- incluso me han llegado a rechazar un manuscrito sin tiempo material
para leerlo. En esta ocasión en concreto estoy segura de que simplemente
contaron los (pocos) asteriscos de las tablas y tomaron la decisión de mandarme
a la porra.
Los comentarios
de los referees suelen ir acompañados de consejos. Consejos que son más bien
órdenes, -a ver quién es el guapo que les dice que no- y cuando leo las
objeciones a mi trabajo me afano con obediencia espartana en enmendar esos
fallos -que muchas veces no son tales pero para los revisores sí y yo les hago
caso porque me dan mucho miedo-. En raras ocasiones, y ante la absoluta falta
de razón del revisor, me niego a seguir las pautas recomendadas, pero esto
siempre que lo hago va acompañado de palpitaciones, sudoración fría y falta de
aire, es decir, bajo un auténtico ataque de pánico.
A pesar de todo, se
puede dar el caso de que esas modificaciones, una vez seguidas al pie de la
letra y con disciplina militar, al final no son suficientes y después de
trabajar durante muchas horas para adaptar el artículo a los gustos y/o
criterios de los referees, estos, en un alarde de refinada crueldad, decidan
rechazar finalmente el artículo en cuestión. Es en estas ocasiones cuando me
doy cuenta de la facilidad que tengo para renegar en varios idiomas y acordarme
de toda la parentela -la viva y la muerta- de los revisores de marras.
También en estas
ocasiones doy gracias por el anonimato en el que se encuentran estos sujetos,
de lo contrario ya contaría en mi haber varios delitos tipificados por el
Código Penal con muchos años de cárcel.
A lo largo de
la Historia se ha especulado mucho sobre cómo podría ser el infierno. Unos lo
describen como un lugar en llamas donde los penados sufren el martirio eterno
de quemarse a fuego lento; otros lo definen como la nada absoluta donde el
condenado queda relegado al olvido.
Yo me imagino el infierno lleno de revisores de
revistas científicas. En lugar de llamas que me queman y me causan dolor, me lo figuro con miles de referees exigiéndome montones de aclaraciones,
cambios en las tablas, añadir más citas bibliográficas y muchas cosas más para luego, en medio de estentóreas carcajadas, decirme que no les gusta el artículo y que
no lo van a publicar.
Eso sí que es
una tortura y no las quemaduras de tercer grado de las llamas eternas.
Tanto miedo me
da que exista un infierno así que he prometido portarme bien durante esta vida
para evitar sufrir ese suplicio en la otra.
Kirke
Anteriormente en "Doctoranda al borde de un ataque de nervios":
(III) Y eso ¿quién lo dice?
(V) Con tres basta