Leer, el remedio del alma

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Imagen creada por Ilea Serafín

17 de febrero de 2021

Reseña kirkeniana: Pueblo sin rey - Olalla García

 Hace meses que me propuse no escribir reseñas por este blog; en septiembre de 2019 di un golpe de timón en el rumbo del blog y las reseñas se apearon de él. Sin embargo, avisé que quizás publicara alguna donde reflejar impresiones personales ligadas a uno o varios libros en concreto. También anuncié que este tipo de reseñas llevarían el calificativo de kirkenianas; bueno pues aquí va una de ellas.


«Pueblo sin rey» es una fantástica versión novelada de la revuelta comunera que se dio en Castilla cuando llegó al trono Carlos I. En los libros de Historia, o al menos en los que yo tuve en el colegio, se tildó a aquella sublevación de revuelta, pero lo cierto es que fue una guerra civil en toda regla.

Antes de pasar a contar los motivos de esta reseña especial, analizaré someramente la novela en sí.

Carlos I acaba de acceder al trono de España; es un rey nacido en Gante, en territorio flamenco, nieto de los Reyes Católicos y único heredero de los tronos de Castilla y Aragón pues todos los ascendientes que podrían haber llegado a reinar ya habían muerto o estaban incapacitados para gobernar, como pasó con su madre, Juana I de Castilla, a la que encerraron en un castillo.

El rey extranjero no es bien aceptado por sus nuevos súbditos, especialmente en Castilla. Además, el nuevo monarca tampoco se esfuerza mucho por hacerse querer ya que lo primero que hace al llegar a España es convocar cortes en Valladolid para subir impuestos: necesita mucho dinero si quiere hacerse coronar emperador pues también es un candidato a heredar, por parte de padre, el Sacro Imperio Romano Germánico. En cuanto se asegura que va a cobrar su dinerito se larga a hacer campaña por tierras sacroimperiales y deja en Castilla a gente de su confianza, o sea, extranjeros que ni saben hablar el idioma local.

Nunca un monarca castellano había vivido fuera del reino que tenía que gobernar así que la gente de Castilla se agarra tremendo rebote y monta el pollo. Artesanos, gente del pueblo y pequeña burguesía, se queja porque les están sangrando con los impuestos. A través de gente letrada, o sea, los clérigos y monjes, hacen llegar a Su Majestad una serie de peticiones entre las que se encuentra que deje de pedir pasta y encima para gastársela fuera; el rey se pasa las reivindicaciones por el forro de la capa imperial y se desata la revuelta.

En principio es una revuelta popular donde los gremios más humildes ―carpinteros, curtidores, panaderos, etc.― se agrupan y constituyen comunidades con sus representantes elegidos por votación popular. Pero para enfrentarse a los soldados del rey tienen que recurrir a los hidalgos pertenecientes a la pequeña nobleza que son los que tienen las armas y los que han aprendido a manejarlas. No voy a contar más detalles porque el que quiera saber algo más de la “revuelta” comunera puede acudir a los libros de texto.

Olalla García recurre a personajes históricos y a otros ficticios para recrear de manera entretenida y muy bien documentada todo lo que ocurrió entre el inicio del levantamiento y el final que apenas llegó a dos años. Padilla, Bravo, Maldonado son los nombres propios por excelencia de los Comuneros, pero hubo otros con papel importante, como Juan de Zapata, el alcalde de Madrid y capitán de las tropas comuneras madrileñas. Se cuentan sucesos bastante conocidos y otros menos, como la oposición de Alcalá de Henares a las familias de la alta nobleza (los Grandes) que detentaban el poder y las tierras de la zona. De hecho, a mí lo que más me ha gustado es que los personajes inventados son de Alcalá y de Madrid, y desde sus respectivas vidas nos muestran cómo se vivió la guerra en esas localidades.

Un apartado importante es el papel que jugó en la confrontación la universidad de Alcalá (entonces se llamaba Colegio Mayor de San Ildefonso); por aquel entonces Cisneros, su fundador, hacía poco que había fallecido y los cimientos de la institución aún eran débiles por lo que el equilibrio y la neutralidad que quiere mantener el rector es muy difícil; aun así, se mostró justo. Saber esto me gustó porque mis vínculos con esa universidad son fuertes y me agradó saber que sus dirigentes supieron estar a la altura de las circunstancias a pesar de las presiones de uno y otro bando.

Además, una vez ejecutados los principales capitanes del levantamiento ―siento el spoiler, pero es de primero de básica saber que Padilla, Bravo y Maldonado fueron decapitados tras la derrota de Villalar―, las ciudades comuneras al sur de la Sierra de Guadarrama aún resistieron unos meses y siguieron oponiéndose al emperador extranjero.

Pero aún hay otra cosa más y es que la historia va más allá de la derrota de los comuneros y la inviabilidad de ver cumplidos sus sueños de una sociedad más justa; Olalla nos cuenta también qué pasó después: la purga y la revancha de los vencedores sobre los vencidos, el ensañamiento del que vio peligrar su estatus y la obsesión por arrancar la más pequeña brizna de sublevación; algo que a mí me hizo recordar lo que ocurrió cuando finalizó la Guerra Civil.

Hasta aquí la novela, una lectura que recomiendo porque el estilo literario de la escritora y su buena documentación ―estudiante primero y profesora después de Historia en la Universidad de Alcalá― son pluscuamperfectos. Da detalles rigurosos, pero sin excederse, los sabe dosificar de manera que la información es veraz pero tampoco agobia ya que la intercala con las vivencias de los personajes ficticios que también pasan sus penalidades.

Si he decidido publicar esta reseña tan extensa en el blog ha sido porque mi relación con los Comuneros viene de antiguo. Antes de estudiarlos en el instituto yo ya sabía de su existencia gracias a una prima mía más mayor que yo y que me los hizo conocer a través de la música.

En un viaje de Burgos a Madrid, en el coche de mi padre, ella, que estudiaba en la universidad, trajo su radio casete y puso una cinta de un grupo llamado Nuevo Mester de Juglaría. Con ritmos de jotas y seguidillas castellanas y al son de instrumentos típicos del folclore meseteño ―dulzainas, laúdes, bandurrias, almireces― los integrantes del grupo folk cantaban de manera resumida, pero rigurosa, la revuelta comunera. Los nombres de Padilla, Bravo y Maldonado me los aprendí tarareando estribillos que me sé de memoria: es lo que tiene el gran poder evocador de la música y su maravillosa forma de grabarnos cosas en el recuerdo para siempre.

«En Toledo los vecinos se han llegado a sublevar. Han elegido una junta que preside un capitán venerado en la ciudad, es su apellido Padilla, pero su nombre es Don Juan.»

«En Segovia al enterarse, los vecinos se concentran, es Juan Bravo quien les manda, Juan Bravo quien les arenga.»

«Maldonado Pimentel con sus salmantinos llega, después de haber expulsado a los nobles de sus haciendas.»

«Segovianos, segovianos, somos gente comunera. Venimos desde Madrid, Juan de Zapata en cabeza.»

Con esas canciones, y ayudada por mi prima mayor bastante revolucionaria ella, conocí que había un sentimiento de “identidad” castellano (cuando oí esa cinta por primera vez, Franco hacía poco que se había muerto y lo de las Comunidades Autónomas como que aún no había cuajado). Me enteré de que había un pendón de Castilla y que el color morado ―un color que ahora adoro por muchas otras cuestiones― era el distintivo de esa facción.

Con esa música, y lo que luego yo fui leyendo por ahí, entendí que hubo un tiempo en que el pueblo se rebeló contra el abuso del poder establecido ―algo que se dio en muchos otros lugares― pero que, en este caso, fue el pionero en intentar establecer lo que ahora se llama monarquía parlamentaria o medianamente controlada por el pueblo (tampoco podemos ahora echar las campanas al vuelo) y eso en pleno siglo XVI, mucho antes que los franceses la liaran parda contra los reyes y se los quitaran de encima. Es verdad que la cosa no cuajó, de hecho, la monarquía salió fortalecida porque se quitó de encima a los que podían darle problemas mediante el sistema de ejecutar a diestro y siniestro por el delito de traición a la corona.

Pero en mi ánimo siempre quedó esa idea romántica de los rebeldes, los que protestan y se revuelven ante lo que creen injusto, aunque luego pierdan, aunque luego parezca que no sirve de nada. Bueno, además de esa manera romántica de ver la vida me quedó cierta inquina hacia Carlos I (el V de Alemania) que al día de hoy me dura ―hubo una serie de TV con él de prota que dejé de ver por falsa y tendenciosa―. No me suelen caer bien los reyes en general, pero a este le tengo mucha manía ―y a Fernando VII, pero esa es otra historia―.

Para recordarme ese prurito reivindicativo y toca-pelotas que este hecho histórico me despierta hay una canción al final del álbum de Nuevo Mester de Juglaría que para mí casi es un himno; “Castilla: canto de esperanza”. En esta canción se habla de nunca perder la esperanza de recuperar los ideales, de hacerlos realidad a pesar de las derrotas previas. Del estribillo me quedo con una frase esperanzadora donde las haya: «Si los pinares ardieron, aún nos queda el encinar»





5 de febrero de 2021

Diccionario para una pandemia (I)

 



A lo largo de esta pandemia son muchos los términos que han salido a la luz, algunos pertenecen a la terminología más técnica de algunas especialidades científicas, y otros, simplemente se han inventado obligando a la RAE a ponerse las pilas, y es que la pandemia ha vuelto todo del revés, incluso el diccionario.

He recopilado algunas palabras y expresiones junto a su definición… digamos popular, de andar por casa. Además, en algunas he puesto dos versiones porque según quién utilice determinados términos el significado cambia.

 

Confinamiento estricto: todos encerrados en casa con un susto de tres pares de narices y muertos de miedo.

Desescalada: a salir todos de casa y vámonos que nos vamos, pero ya.

Mando único sanitario: yo (Mº de Sanidad) mando, tú (CCAA) obedeces y no me toques las narices.

Cogobernanza (según Mº de Sanidad): las medidas las tomas tú (CCAA), yo (Mº de Sanidad) me cruzo de brazos y allá te apañes con lo que pase.

Cogobernanza (según CCAA): yo mando (CCAA) y si sale bien el mérito es mío, pero si sale mal la culpa es tuya (Mº de Sanidad) que me dejaste solo.

Confinamiento perimetral decretado por el gobierno central: medida ineficaz propia de dictaduras opresoras.

Confinamiento perimetral decretado por las autonomías: medida necesaria para controlar la pandemia.

Restricción de la movilidad: qúedate en casa, pero sal a consumir a los bares que la economía está chunga.

Rectricción de la movilidad nocturna: lo mismo que antes pero que no sea de noche.

Situación delicada en hospitales: colapso hospitalario; los hospitales están petados.

Situación delicada en UCIs: como te dé un infarto ya puedes darte por jodido porque no hay camas en la UCI.

Curva ascendente: vamos como el culo.

Tendencia a la mejoría: estamos igual.

Curva aplanada: eso no te lo crees ni tú.

Curva descendente: eso te lo crees aún menos, pero que ni de coña, vamos.

Primera ola: inicio de contagios a toda pastilla, la población se asusta y empieza a tener cuidado.

Segunda ola: más contagios al mismo ritmo que la primera ola, parte de la población empieza a pasar del tema y se toma a chacota las medidas de seguridad.

Tercera ola (justo antes de Navidad): contagios que se suman a la segunda ola y que apenas se diferencia de la segunda porque en realidad es la misma.

Cuarta ola: más de lo mismo después de Navidades. Nos vamos a cagar.

Como una ola (tu amor llegó a mi vida): canción de Rocío Jurado que me ha venido a la mente ahora mismo.

Cena de Nochebuena antes de la pandemia: ritual insoportable para muchos porque aguantar a la familia, especialmente al cuñado de turno, es una tortura que se intenta llevar con resignación.

Cena de Nochebuena en pandemia: ritual absolutamente necesario que no se puede anular porque es imprescindible volver a ver al cuñado pesado, al que se echa de menos y se desea abrazar especialmente.

Burbuja social: conjunto reducido de personas con las que mantener trato mientras el virus no sea domeñado. El número de integrantes varía según el intervalo de edad de los afectados: dos-cuatro personas en los mayores de cincuenta años y cincuenta-cien personas para los de quince a treinta años.

Inmunidad de rebaño: inmunidad que se alcanzará cuando la población esté en su mayoría vacunada y que protegerá de contagios masivos. Según el Mº de Sanidad en España se conseguirá el verano que viene (según el ritmo de vacunación actual, es posible que sea en verano, pero del 2035).

Vacuna contra la Covid-19 (según los negacionistas): herramienta de manipulación genética que nos convertirá a todos en monos, cerdos o, lo que es peor, en chinos. Además, incluye un chip y/o chis que permitirá al gobierno localizarnos en todo momento sin necesidad de recurrir al móvil que todos llevamos encima permanentemente conectado a las antenas de telefonía.

Vacuna contra la Covid-19 (según la gente normal): pinchazo que no se nota nada de nada y que nos va a quitar un problema de encima, además de la mascarilla, y que permitirá que, por fin, podamos abrazar a nuestro querido cuñado.

Rastreo de contactos: seguimiento de los contactos mantenidos por un positivo en Covid con el objeto de controlar la expansión del contagio y que recae especialmente en el contagiado que se dedica a avisar a sus allegados de que se anden con cuidado y que se pongan el termómetro por si acaso. El sistema funciona regular porque el contagiado en cuestión se entera de que lo está unos diez días después de hacerle la prueba (si es que se la hacen).

Tasa de incidencia acumulada: número de contagios por cien mil habitantes que varía en función de la disponibilidad del personal encargado de contarlos y del político de turno según quiera colgarse una medalla (tasa incidencia baja) o echar la culpa a la población que es indómita y no le hace caso (tasa incidencia elevada).

ARNm (para la gente de ciencias): molécula descubierta a mediados del siglo pasado, se encarga de transferir el código genético del ADN que está en el núcleo a los ribosomas del citoplasma.

ARNm (para la población no de ciencias): molécula descubierta con la vacuna de la Covid; es una variante de repartidor de paquetes, pero en pequeñito y que inspira la misma confianza que con los repartidores, o sea, ninguna.

Científico (según los negacionistas): chalado encerrado en un laboratorio y vendido a los poderes fácticos que busca acabar con la Humanidad.

Científico (según la gente normal): chalado encerrado en un laboratorio del que no se acordaba nadie hasta que llegó la pandemia y que ahora es apreciado y hasta venerado en algunos templos.

Continuará…




Hada verde:Cursores
Hada verde:Cursores