Miércoles, 6 de enero de 2021, por la noche.
―Dicen que el viernes va a nevar.
―Bueno, es lo normal, estamos en enero, y lo lógico es
que caiga algún que otro copo ―respondió Manuel a su mujer mientras leía las
últimas noticias en la tablet con el ceño fruncido.
―Creo que en esta ocasión van a ser algo más de unos
pocos copos, según dicen los del tiempo ―insistió ella.
―¡Bah! Esos son muy agoreros, con tal de acaparar
atención, exageran. Acuérdate de la nevada que avisaron hace unos años, todos
acojonados y el ayuntamiento echando sal como locos y luego resulta que ni
estuvo nublado siquiera. Ni nieve, ni nada de nada.
Manuel, que ya estaba de mal humor leyendo las
noticias, al recordar aquel episodio de nieve fallida se enfadó más aún. Tanta
sal en el asfalto le estropeó los neumáticos del coche aparcado en la calle.
―No sé, por si acaso deberíamos hacer mañana la compra,
Manolo.
―Que no, mujer, que no va a pasar nada. Al Mercadona
nos vamos el viernes, como siempre.
Ana se encogió de hombros y no insistió. Después de diez
años de matrimonio sabía que cuando su marido estaba de mal humor lo mejor era
no forzar ningún tipo de situación porque se enrocaba y era imposible razonar
con él.
―¡Qué barbaridad! Esto es inadmisible, es que no se
puede tolerar algo así, ¿cómo pueden pasar estas cosas? Primero la pandemia,
ahora esto. ¿Cuándo se van a acabar las desgracias? ―dijo Manuel mientras
seguía leyendo las noticias en la tablet.
―Eso digo yo ―apoyó Ana olvidándose de las predicciones
meteorológicas―. ¿Dónde vamos a ir a parar? Mucho presumir de democracia, pero
mira, han tenido su Tejero a su manera. ¡Qué cosas!
―¿Qué dices de Tejero, Ana? ―preguntó Manuel mirando a
su mujer con gesto de extrañeza.
―Lo que ha pasado ―contestó Ana señalando con la
barbilla la tablet de su marido― me ha recordado cuando entró la Guardia Civil
en el Congreso de los Diputados, el 23F.
―¿Lo que ha pasado? ¿23F? No te sigo.
―Lo que has dicho antes de que era una desgracia y una
barbaridad, ¿no te referías al asalto al Capitolio?
―¡No! ¡Qué va! Lo decía porque el Atleti ha sido
eliminado de la Copa del Rey por el Cornellá. Este Simeone… ―respondió Manuel
tirando la tablet sobre el sillón con gesto airado― Es que no se va una
desgracia, cuando nos viene otra.
―No sé por qué te pones así, total, ya deberías estar
acostumbrado.
―Me pongo como me pongo porque estoy harto de que
siempre se repita la misma historia ―añadió Manuel―. Aprovechando que los
cabezones están ya dormidos me voy a preparar un vinito a ver si se me pasa el
cabreo. ¿Me acompañas?
―Venga ese vinito; y no llames así a los niños, que no
me gusta.
Jueves, 7 de enero de 2021.
―¡Nieveeeeee! ¡Mamá! ¡Corre, ven! ¡Está nevando!
Ana se acercó donde estaba uno de los gemelos que, en
pijama y con el dedo extendido, señalaba la ventana.
―Sí, Dani, ya lo avisaron, que iba a nevar.
―¿Podemos salir a hacer un muñeco de nieve? Por fa, por
fa, mamá ―dijo Santi, el otro gemelo, mientras acudía junto a su hermano.
―Pues como queráis hacer un muñeco de nieve con esos
cuatro copos mal contados, vais a tardar un poquito ―contestó Manuel desde el
pasillo―. Eso no es nevar ―añadió mientras se iba a la cocina.
Ante la cara de decepción de los niños, Ana suavizó las
palabras de su marido.
―Bueno, ahora mismo no nieva mucho, pero si sigue así,
puede que esta tarde, si cuaja, podáis jugar con la nieve, o mejor mañana, que
es cuando dicen que va a nevar fuerte ―añadió recordando las previsiones del
tiempo.
―Pero qué ilusa eres, Ana ―dijo desde la cocina su
marido.
―Bueno, un poco de ilusión no viene mal, y los niños…
tienen siete años, Manolo. No me seas tan bruto.
Manuel se encogió de hombros mientras terminaba de
prepararse un café.
Viernes, 8 de enero, por la mañana, sobre las doce.
―Vamos a hacer la compra por la mañana, Manolo. Ya que
estamos de vacaciones, podíamos aprovechar para ir ahora.
Manuel, además de seguidor del Atlético de Madrid,
también era de costumbres fijas y poco amigo de cambiar rutinas.
―No, vamos por la tarde, como hacemos siempre. ¿Qué
pasa? Sigues asustada por lo que dicen del tiempo, ¿no?
―Bueno, ayer cayeron más de cuatro copos ―contraatacó
ella algo mosqueada―. De hecho, ha cuajado y todo.
―Sí, y el muñeco de nieve que intentaron hacer estos
―señaló con la barbilla a los gemelos que estaban mirando la tele― consistió en
una birria de bola con un pepinillo de nariz. Vamos, Ana, que te crees todo lo
que dicen por la tele.
―No sé… Está empezando a nevar otra vez.
―Que no, Ana, que no. Vamos a las cinco de la tarde,
como siempre.
Viernes, 8 de enero, por la tarde, sobre las seis
―¡Madre mía, qué manera de nevar!
Manuel miraba asombrado a través del parabrisas de su
coche cómo una ventisca propia de otros lugares más al norte y muy alejados de
su ciudad, azotaba la calle en la que estaban parados: un autobús urbano había
derrapado con la nieve y había golpeado a varios coches aparcados.
―¡Cómo mola! ―dijo Dani desde su sillita en la parte de
atrás del auto.
―Ahora sí que se puede hacer un muñeco de nieve ―dijo Santi.
―¿Y si nos damos la vuelta? Esto no me gusta nada ―dijo
una temerosa Ana.
―¿Pero no querías hacer la compra?
―¡La quería hacer ayer! ―contestó muy enfadada Ana y harta
ya― O esta mañana, pero ahora no. Te dije que iba a nevar, pero, claro, el
señorito sabe mucho más que los meteorólogos, porque como se ha graduado en…
donde sea que estudian los hombres del tiempo, y entiende de todo y…
―Vale, vale, ya lo he pillado. No hace falta que sigas.
Doy la vuelta ―la interrumpió Manuel mientras se disponía a girar en la
estrecha calle, una maniobra complicada porque los pocos coches que se atrevían
a circular lo hacían muy despacio a causa de la poca visibilidad que
proporcionaba la ventisca y por la nieve acumulada en el asfalto.
―Si hay mucha nieve, podemos tirarnos en trineo por la
cuesta que hay enfrente de casa ―dijo Santi.
―Sí, y le pedimos al vecino de arriba que nos preste su
pekinés para que tire de él y nos damos un paseo ―añadió Manuel riéndose.
―Deja ya de meterte con los niños, haz el favor
―replicó Ana, cada vez más enfadada.
Tras una buena media hora, y eso que estaban a unos pocos
cientos de metros de su casa, Manuel consiguió aparcar. Ana tuvo que pelear con
los gemelos para que salieran del auto, pues no querían regresar a su casa,
preferían quedarse en el parque a disfrutar de una nieve que empezaba
acumularse con sorprendente facilidad por todas partes.
―Jo, mamá, déjanos un ratito, por fa, por fa
―insistieron a coro los niños.
―Vale, pero solo un rato, está haciendo mucho frío.
Se encaminaron al parque aledaño a su casa y allí se pusieron
a jugar, no solo los niños, Ana y Manuel también disfrutaron tirándose bolas de
nieve.
―Mamá, ¿puedo ponerme la mascarilla en los ojos? Es que
con tanto aire se me mete la nieve y no veo nada ―dijo Dani mientras con las manos
enguantadas intentaba sacudirse la nieve de la cara.
―No, la mascarilla es para taparte la boca y la nariz,
ya te lo he repetido muchas veces.
―Pero si ya las tengo tapadas con la bufanda…
―¡Ponte la mascarilla como se debe poner!
―Vaaale ―aceptó el niño mientras regresaba junto a su
hermano a terminar el muñeco de nieve que esta vez sí que era de buenas
dimensiones. La nieve acumulada era mucha.
Ana y Manuel fueron paseando hasta un extremo del
parque desde el que se tenía una buena panorámica al estar situado en un
altozano. Mientras caminaban, la nieve amortiguaba sus pasos y el cielo encapotado
tenía una luz especial. Un silencio extraño impregnaba el ambiente con un halo
de irrealidad.
―¿Has visto? ¡La M-30 está llena de nieve! ―exclamó Ana
sorprendida―. Nunca había visto algo así. La nevada de hace unos años cubrió las
aceras y los jardines, pero las carreteras no.
―La verdad es que es alucinante. ¡Quién lo iba a decir!
―Los del tiempo. Ya lo avisaron ―replicó Ana que era
tan cabezota como su marido―. ¿Y esos coches qué hacen ahí parados?
―Se habrán detenido para mirar el paisaje ―contestó
Manuel con el ceño fruncido.
―¿En mitad de la autovía? ¡Qué raro! Es una temeridad,
pararse ahí, en medio.
Mientras miraban cómo cada vez la circulación por la
vía era más lenta, pudieron ver a lo lejos las luces parpadeantes de varios coches
policiales, así como las sirenas de los bomberos.
―Vámonos a casa, Manolo. Esto no me gusta.
―Que no, mujer, que no pasa nada. Es que aquí no sabemos
conducir cuando hay condiciones extremas, simplemente es una nevada un poco más
fuerte de lo habitual y ya está. No te asustes.
En ese momento se oyó crujir una rama; el peso de la
nieve empezaba a ser mucho y un árbol estaba inclinándose peligrosamente.
―Quizás sí sea buena idea irnos a casita ―rectificó Manuel
mientras iba a recoger a los gemelos.
Mientras se encaminaban a su casa, Manuel y Ana comprobaron
asombrados la transformación que se había dado en los alrededores y en pocos
minutos. Las calles estaban completamente cubiertas de nieve, los coches
aparcados apenas se veían parcialmente tapados por un manto blanco, dos
autobuses urbanos se encontraban varados en medio de la calzada mientras un
todoterreno de asistencia de los servicios municipales intentaba inútilmente
remolcar uno de ellos.
Cuando llegaron hasta su edificio, los propios gemelos
parecían muñecos de nieve pues estaban cubiertos de copos blancos; los pies se
hundían hasta los tobillos en el manto que hacía solo un par de horas no tenía
más de cuatro o cinco centímetros de espesor.
Antes de entrar en el portal, Ana dijo en un susurro:
―Esto no me gusta nada.
Continuará…