Es de bien nacido el ser agradecido
Aunque aún no soy doctora y aún me queda alguna que otra publicación por colgar en este particular diario, a estas alturas tengo que cumplir con una "obligación" que no puedo postergar por más tiempo: dar las gracias.
Al inicio de la tesis, antes del índice y el texto propiamente dicho, se suelen escribir unas palabras para agradecer a las instituciones y a los compañeros la ayuda prestada para realizar la tesis. En este apartado el doctorando tiene libertad absoluta y no debe rendir cuentas a nadie, ni a sus directores ni a ningún organismo oficial. También es la parte de la tesis que se lee todo el mundo, por curiosidad y por saber si le citan.
El caso es que yo, aprovechando esa libertad para escribir sin ningún tipo de cortapisas, me he explayado de lo lindo. Tengo muchas personas a quienes agradecer su apoyo y su ayuda y esa deuda he intentado saldarla dedicando unas letras escritas con todo el alma y el corazón puestos en ellas. Entre estas personas os encontráis todos los que por aquí os habéis pasado y os habéis interesado por mí; nobleza obliga y aquí os cuelgo los agradecimientos donde os veréis reflejados. Aviso que el texto es bastante largo, así que, para el que no quiera tanta lectura, facilitaré la búsqueda avanzando que el párrafo donde hablo de vosotros es el quinto empezando por el final.
Gracias por vuestra comprensión y constantes apoyos. Gracias de corazón.
A mis padres porque con ellos empezó
todo.
A mi esposo y a mi hija porque con ellos
todo continúa.
La ciencia, como la poesía, está a un paso de la locura.
LEONARDO SCIASCIA, La
desaparición de Majorana,
Agradecimientos.
Muchas veces me han preguntado por qué
estudié Farmacia y sobre todo por qué me gusta tanto la investigación. Incluso
yo misma me lo he preguntado. Aún sigo haciéndolo, especialmente cuando las
cosas no salen como me esperaba. ¿Por qué?
Desde mi más tierna infancia yo ya decía
que quería ser científica aunque no sabía en realidad en qué consistía, pero la
imagen de un señor con tubos de cristal en la mano mezclando cosas para
conseguir líquidos de colores que desprendían humo me atraía mucho. Recuerdo la
ilusión que me hizo mi primer juego de química y los desaguisados que organicé
en la cocina de casa, para desesperación de mi madre.
Ya más mayor, las asignaturas que más me
gustaban eran la Biología y la Química; se me daban francamente bien y
disfrutaba mucho las clases. Debo decir que tuve unos excelentes profesores y
creo que ellos también tuvieron mucho que ver en esta predilección. Sabía
que quería estudiar una carrera universitaria, de ciencias, pero no sabía cuál
exactamente. Al final me decidí por Farmacia, porque se impartían muchas
asignaturas de química y enfocadas a la salud, otro tema que me gustaba/gusta
mucho. Si a esto le añadimos que soy muy curiosa y que a todo le quiero buscar
una explicación creo que mi destino estaba claro: investigar.
En la universidad descubrí que lo de
trajinar en el laboratorio me agradaba mucho, que llevar a la práctica y
visualizar las reacciones químicas previamente escritas en un papel me
fascinaba. La investigación más genuina la descubrí con la carrera ya terminada,
cuando realicé una tesina. Aunque es detrás de ese trabajo en el laboratorio
donde se encuentra la verdadera labor científica: analizar los datos y extraer
conclusiones.
Tuve otras experiencias laborales y alejadas de la investigación
por motivos prácticos –la investigación en este país no da para comer demasiado
bien–. Trabajé en oficinas de farmacia y también en un hospital. Con los años,
y por avatares del destino, la investigación se volvió a cruzar en mi camino.
Una antigua compañera y amiga de mis estudios universitarios en
Alcalá, contactó conmigo después de muchos años sin saber la una de la otra.
Tras ponernos al día de nuestras vidas, y conocedora de mi falta de ocupación
laboral, me ofreció la posibilidad de volver a mi sueño juvenil de investigar.
Más concretamente, me ofreció realizar una tesis doctoral.
Anteriormente he dicho que soy muy curiosa, a este rasgo de mi
personalidad hay que añadir que también soy muy impulsiva, por lo que sin
apenas recapacitar acepté tan insólita oferta. La artífice y la culpable de
tamaño desafío fue Mª José González. Pepa, gracias por ser tan valiente y tan
generosa con ese ofrecimiento, aunque después de los apuros pasados no sé si
realmente darte las gracias o retirarte la palabra porque en menudo berenjenal
me acabaste metiendo.
Así que con los años volví a investigar, e inicié una andadura
inesperada e insospechada dada mi edad. Una andadura que me reportó momentos de
auténtico frenesí, disfrute y agobio a partes iguales. Durante todo el proceso
de la realización de esta tesis doctoral me hice muchas preguntas, la mayoría
de índole técnica pero otras tuvieron un cariz más filosófico y entre estas se
encontraba una que se repetía constantemente: ¿por qué me decidí a investigar?
Después de mucho reflexionar creo que ya tengo la respuesta: ¡porque estoy
loca!
Me temo, además, que la locura es una característica de los que se
dedican a la Ciencia. Hace muchos años, la hinchada del equipo de baloncesto Estudiantes, ya lo avisó: la madre de la
Ciencia no es la experiencia; demencia es la madre de la Ciencia.
A lo largo de la Historia muchos han sido los científicos que
descollaron por sus descubrimientos y por sus aportaciones, ayudándonos a
conocer mejor el mundo que nos rodea. Algunos pasaron sin pena ni gloria, otros
aparecen en los libros de texto con su nombre escrito en letras de oro, pero
casi todos tuvieron un rasgo común: no estaban en sus cabales. Al menos no
tenían la cordura que se le supone a una persona ‘normal’.
Dicen de Isaac Newton que era presa fácil de la ira y que
protagonizó varios episodios de paranoia. Albert Einstein tenía aversión por
los calcetines y los pijamas, y se afeitaba con jabón de fregar. Nikola Tesla
dio muestras de ser un excéntrico hasta el punto de enamorarse de una paloma
–además, y según él, ella le correspondía–.
Nada más lejos que compararme con semejantes genios de la Ciencia,
estoy loca pero mi locura no llega a tales extremos. Sin embargo creo que estos
excepcionales científicos son un ejemplo de que la ciencia y la investigación
sólo es entendida o bien llevada si se tiene un punto de locura. De algunos
científicos incluso se llegó a decir que estaban poseídos por espíritus.
En mi caso no sé qué espíritu me poseyó induciéndome a realizar
tamaña tarea (una tesis doctoral), pero sí sé qué ánima me acompañó en esta
singladura, no como un ente poseedor que manipula, sino como un ser protector
que desde el más allá me confortó. Me estoy refiriendo a mi madre, y a ella va
dedicado mi siguiente agradecimiento. Mamá, desde donde quiera que estés, sé
que me has estado viendo y que te has estado preguntando cómo me he metido en
semejante historia, tú que siempre eras tan sensata y me reprochabas mi
impulsividad. Muchas veces, igual que cuando estabas físicamente a mi lado, y
en momentos de lamentaciones por mi parte, podía oírte decirme al oído: esto lo
has elegido tú, así que ahora no te quejes. En esta ocasión, como en muchas
otras más, tenías toda la razón, mamá.
Mientras que mi madre siempre fue el pragmatismo personificado, mi
padre, y supongo que para compensar, es el idealista que desde pequeña me enseñó
a ser ambiciosa en sueños y siempre me animó a emprender proyectos. Con él
aprendí que para convertir esos sueños en realidad es necesario luchar y que
las cosas verdaderamente valiosas son las que se consiguen con esfuerzo. Afortunadamente,
aún lo tengo a mi lado y en esta empresa siempre me ha estado apoyando, aunque
para sus adentros dude de mi salud mental. Gracias, papá, por legarme tu
idealismo.
Si en el plano emocional he tenido la ayuda de mis progenitores –y
de más personas que citaré más adelante–, en un plano más técnico también he
sido afortunada pues pude contar con la inestimable ayuda de mis tres
directores:
Francisco Jiménez Colmenero, práctico y eficaz, serio y ecuánime,
dando siempre un punto de vista crítico para llegar a buen puerto. Su visión
pragmática y sus certeros consejos han sido muy útiles para mí.
Begoña Olmedilla Alonso, inmune al desánimo, siempre con una
palabra alentadora y disponible en cualquier momento y lugar. Siempre dispuesta
a ayudar y con la mente llena de alternativas cuando el camino principal se
presentaba obstaculizado.
Y por último, el profesor Francisco José Sánchez Muniz. Su
trayectoria profesional avala una calidad investigadora excepcional. Con él he
aprendido lo que es el rigor y la rectitud a la hora de manejar los datos. Pero
además me ha enseñado, con su infinita paciencia y su inagotable capacidad para
el trabajo, otros valores que trascienden lo estrictamente científico. No solo
es un excelente profesional, también es una excelente persona. Gracias, Paco,
por compartir conmigo tu sabiduría, por demostrarme qué es la seriedad en la investigación
y, lo más meritorio, gracias por aguantarme. Eres, y serás siempre, un
referente para mí.
Agradezco al Instituto de Ciencia y Tecnología de los Alimentos y
Nutrición (ICTAN) del CSIC así como al departamento de Nutrición y Bromatología
I (Nutrición) de la Facultad de Farmacia de la UCM, y a su directora, Ana
López, que me permitieran utilizar sus instalaciones para realizar la fase
experimental que forma parte de esta tesis. También agradezco a Begoña Elorza,
vicedecana de Programación Docente y Doctorado, por su diligencia a la hora de gestionar todos
los trámites que la burocracia exige.
Gracias a los voluntarios que participaron en el estudio objeto de
esta tesis. Sin su contribución no hubiera sido posible esta investigación. La
ilusión y el talante colaborador que tuvieron todos y cada uno de ellos fueron
encomiables. Gracias a todos.
Esta tesis tampoco hubiera sido posible sin la generosa aportación
de muchas personas que, desinteresadamente, pusieron a mi disposición su buen
hacer y sus conocimientos profesionales en diferentes momentos y por lo que les
estoy eternamente agradecida. Gracias, Mar Ruperto, Pilar Oubiña, Rafaela
Raposo, Manuel Espárrago, María Sánchez, Laura Barrios. En este grupo se
encuentra Sara Bastida, que además ha supuesto un apoyo logístico y moral
constante, una hermana mayor cuya sombra protectora me ha estado cuidando en
todo momento; gracias Sara.
También he tenido la inmensa suerte de contar con compañeros que
me ayudaron mucho. No me gustaría dejarme en el tintero a ninguno pero si
alguien no se ve reflejado aquí le ruego me disculpe la torpeza: Laura, mi guía
inicial en el laboratorio y siempre con una sonrisa en la cara; Miguel, mi
profesor particular para medir la arilesterasa; Rocío, con quien compartí
muchas horas y batallas contra los elementos para determinar enzimas; Jorge, compañero de penurias y angustias
finales en la entrega de la tesis; Eva, siempre accesible para darme consejos y
enseñarme trucos; Ángela, en todo momento dispuesta a ayudar con la ilusión que
la caracteriza; Pilar, atenta y eficaz; Elvira y Juana, compañeras de cafés
matinales tan cargados de cafeína como de ánimo; Adrián, Feras y Pablo, los
tres mosqueteros del laboratorio, siempre con una frase o un comentario alegre
para animarme en el último tramo. Gracias a todos por ser tan pacientes y tan
generosos dedicándome vuestro tiempo.
Entre estos camaradas tengo que hacer una mención aparte para dos
compañeros.
Gonzalo, un colega con el que compartí la primera etapa de esta
tesis. Fue una ayuda imprescindible para recopilar todos los datos de los
voluntarios que intervinieron en el estudio y para orientarme por los
laboratorios del ICTAN. Gracias, Gonzalo.
La segunda mención aparte es para Alba. Su capacidad de trabajo es
muy grande pero su labor como consejera espiritual-paño de lágrimas-diván de
psicólogo fue tan buena que yo creo que tiene superpoderes. Gracias por tu
inestimable ayuda técnica pero sobre todo por estar siempre ahí, para lo que
fuera menester, por escucharme siempre y por tus constantes ánimos; ánimos que
fueron en muchas ocasiones decisivos para que no tirara la toalla. Me has
demostrado qué valiosa es la amistad, sobre todo en los momentos difíciles, y
cuánto conforta una palabra amable. Sin tu apoyo y tu visión positiva yo no
habría llegado hasta aquí. Gracias, amiga.
En estos agradecimientos también he de mencionar a todo un granado
y variopinto grupo de internautas que en el maravilloso mundo bloguero me han
estado animando constantemente. Desde mi bitácora y con la serie “Doctoranda al borde de un ataque de nervios”
he descargado tensiones escribiendo anécdotas de la tesis y en ese blog fueron
muchos quienes se interesaron por mi estado anímico. Gracias, compañeros, por
vuestros ánimos y vuestras letras. Además, a Francisco Moroz he de agradecerle
el diseño de la portada de la tesis y de la imagen que la ilustra.
También tengo que agradecer el soporte moral que me reportaron mis
amistades. Especialmente a dos de ellas, Pepa y Roberto, les agradezco su
interés por conocer el desarrollo de mi trabajo y las sobremesas en las que se
dedicaron a escucharme. Fueron muchas las horas que hemos compartido, yo
desahogándome y ellos atendiendo a mis lamentos con un estoicismo admirable. Gracias
por vuestra compañía y por vuestros sensatos consejos. Gracias, amigos.
Dejo para el final a dos personas que además de apoyarme han sido
una parte muy especial en este camino. Dos personas que fueron partícipes
emocionalmente, desde el primer día hasta el último, de todo este proceso de
realizar una tesis doctoral, soportando con disciplina espartana mis tensiones
y mis agobios. Esas dos personas son mi esposo y mi hija.
Almudena, gracias por aceptar mis ausencias y mis días de mal
humor cuando más absorbida me tenía la tesis, gracias por ser tan dulce siempre;
esos abrazos que me diste en los momentos álgidos de más tensión fueron un
precioso bálsamo para mí. Jose, gracias por tu continuo apoyo, has sido un
pilar importante en esta aventura. Además de ejercer como un competente
informático –que me ahorró más de un
disgusto con algunos ficheros ‘perdidos’–, de procurarme herramientas que me
facilitaron mucho la tarea de almacenar y escribir, y de realizar todo el
proceso de maquetado de la tesis, has sido un pozo de paciencia infinita y
también una fuente de serenidad en mis momentos de mayor nerviosismo. Nunca te
estaré suficientemente agradecida por compartir tu vida conmigo. Gracias a los
dos por vuestra comprensión y por vuestro amor. Os quiero mucho.
En resumen, gracias a todos los que, de una manera u otra, habéis
hecho posible que esta demente haya convertido en realidad su sueño más
alocado.