Tras atravesar la pista de aterrizaje nos internamos
en territorio inglés a través de callejuelas jalonadas de supermercados de
cadenas españolas y gasolineras de proveedores británicos.
Durante el ascenso hacia la reserva natural los
guías nos fueron informando sobre la flora y fauna del peñón. Sobre la flora
había poco que contar pues la zona no es precisamente un vergel y sobre la fauna
tampoco porque básicamente allí solo hay lagartijas y otra especie que da mucho
qué hablar: los monos de Gibraltar.
Estos bichos son lo más destacable del lugar, yo
diría que lo único (ex militares británicos con acento andaluz aparte). Se
trata de macacos de Berbería, y su particularidad reside en que son los únicos
monos “autóctonos” de Europa, en ningún otro lugar del continente europeo hay
monos en libertad. Esa es la principal característica desde un punto de vista
biológico, pero en realidad su principal peculiaridad es que tienen una mala
leche impresionante.
Nos dijeron que estos monos son una especie
protegida por dos motivos. Una, porque son raros (por lo de que son los únicos
de Europa) y otra, porque el gobierno de su graciosa majestad (la majestad
británica) los preserva basándose en una leyenda que dice que cuando no haya
monos en Gibraltar, este dejará de ser inglés, y como los ingleses cuando
trincan algo no lo sueltan ni a tiros pues quieren asegurarse de no perder el territorio.
Todo esto se traduce en que si le haces algo a un mono te buscas un lío, y la
premisa cuando visitas la reserva es no meterte con ellos.
Y yo me dispuse a no meterme con ellos, a no
acercarme, a no darles comida (está prohibidísimo); a intentar ignorarlos, en
suma. Pero ¿qué haces si son ellos los que no pasan de ti? ¿qué se hace cuando
te agreden? me tendré que defender ¿no? Vamos, digo yo.
Los monos (de Gibraltar) además son muy
traicioneros, desde el primer momento fueron a engañar. Los primeros que se
dejaron ver eran más o menos pequeños (sentados medirían medio metro), parece
ser que esas son las hembras, y fueron las que nos “recibieron”, estaban
quietas a los lados del camino e iban a lo suyo. Eso nos inspiró confianza,
hasta nos decidimos a hacer fotos y ellas, complacientes, se dejaban fotografiar.
A medida que ascendíamos ya se empezaron a ver otros
ejemplares más grandes, pero como estaban alejados de la senda ni parecían tan
grandes ni amenazadores, aunque a mí no me gustaba nada su forma de mirarnos,
es como cuando un atracador se fija en su próxima víctima centrándose en sus
puntos débiles para atacar. Desde que se empezaron a ver en la lejanía esos
monos más grandes, una servidora se puso en estado de alarma y muy tensa.
Mi intuición no me falló, porque cuando estábamos ya
casi arriba del peñón, los monos grandes (sentados medían más de un metro y
tenían la cabeza más grande que la mía) se situaban en el borde del camino. Si
en la lejanía sus miradas eran amenazantes, ahora que los podía ver a menos de
medio metro, sus miradas eran para acojonar al más pintado.
La fiesta comenzó cuando faltaban unos doscientos
metros para llegar al centro de visitantes que se halla en el lugar más alto al
que se puede acceder si no eres militar.
El primer ataque lo recibió un compañero que iba
delante de mí. Sin previo aviso y con total alevosía, un pedazo de mono que era
más alto que yo, se encaramó a la mochila de mi colega, este intentó zafarse
sacudiéndose la espalda y zarandeando la mochila. En el vaivén y dado que yo
iba justo detrás, el mono se acercó a mi cara, y por la parte menos agradable
de su anatomía, es decir, el culo. Entre la visión culera, los alaridos del
atacado y la cobardía que me caracteriza, salí corriendo en dirección contraria
mientras otro compañero que iba atrás, más valiente que yo, cogió un palo y se
dedicó a arrearle al mono agresor. En mi huida me crucé con otro mono que acudía
al lío, yo pensé que para ayudar a su compañero, pero no, iba a llevarse la
mochila del tío del palo que la había dejado en el suelo cuando acudió al
rescate del primer agredido. Los monos estos, tienen mala leche, son traicioneros
y unos ladrones; se ve que tanto tiempo viviendo en un nido de piratas les ha
afectado el genoma.
Cuando conseguimos llegar al centro de visitantes pensamos
que ya estábamos a salvo, pero tampoco. Allí dentro los monos se paseaban como
Pedro por su casa. Como están protegidos pueden hacer lo que les dé la gana,
incluso estar entre las mesas del bar. Los que no pudimos hacer algunas cosas
fuimos nosotros porque nos prohibieron sacar los bocatas y nos tuvimos que
salir a comer sentados en unas rocas. Mientras los monos estaban dentro de la
cafetería, los humanos estábamos fuera, en el monte. Esto es lo que pasa cuando
te encuentras en un país donde conducen al revés que los demás.
La ingestión del bocata fue bastante accidentada porque
acudieron algunos ejemplares a quitarnos la comida y también la cartera (uno de
ellos abrió la cremallera de una mochila con una facilidad pasmosa). Después de
comer fuimos a visitar O’Hara’s Battery, un cañón que se encuentra en la
punta más alta de la roca y que apunta a tierras africanas. Allí el guía nos explicó
la importancia estratégica militar del enclave porque un disparo de ese cañón
podía llegar sin problemas al otro continente (y también a España) y porque se
vigilaba todo el paso marítimo del estrecho. Las vistas eran espectaculares, se
podía ver la bahía de Algeciras, media costa de Cádiz y parte de la de Málaga;
o eso creí entender porque yo, más que el paisaje, estuve mirando los veinte o
treinta monos que se acercaron a nuestro grupo y que parecía estaban atendiendo
a las explicaciones del guía, pero lo que realmente esperaban eran un descuido
de alguno de nosotros para llevarse la mochila o lo que pudieran trincar. Tanto
interés por llevarse lo de los demás fue, para mí, la muestra más palpable de
que aquellos monos eran británicos hasta el último pelo.
Cuando ya regresamos a la ciudad de Gibraltar pude constatar
que la ciudad es fea como un demonio. No tiene nada destacable, solo las
tiendas de perfumes, alcohol y joyas que, se supone, son más baratas, y digo se
supone porque como fuimos un domingo resulta que estaban cerradas, así que no
pude comprobar esos precios tan sugerentes.
Para reponernos de tanto susto simiesco y de la
fealdad del lugar nos quisimos despedir de Gibraltar tomándonos una pinta de
cerveza en una terracita. Vimos un pub (inglés, claro) que tenía un nombre muy
british, “Lord Nelson” y allí fuimos a saciar nuestra sed. Para empezar a mí no
me gustó la idea porque ver tanta bandera británica por todas partes había
sacado la patriota que tengo muy, pero que muy, escondida en mi interior, y eso
de ir a un sitio con el nombre del almirante que nos dio estopa en Trafalgar,
pues me escocía un poco. Pero la sed era grande y mi patriotismo de escasa
duración, así que nos sentamos allí.
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A la izquierda de la imagen, dos productos típicos de Gibraltar: la cerveza (al fondo) y los monos (en primer plano). En la derecha de la imagen un ejemplar típico hispano (mi churri), tomándose una pinta de cerveza. |
En Gibraltar casi todo el mundo habla español, sobre
todo porque la mayoría de los trabajadores son de Cádiz y porque los llanitos
(los nacidos en Gibraltar) aunque su pasaporte ponga Gran Bretaña, son más
andaluces que la Torre del Oro. No obstante, hay mucho militar desplazado allí
eventualmente, pero incluso esos algo de español saben pues su ocio lo tienen
en Algeciras y alrededores. Bueno, pues nosotros dimos con el único habitante
de Gibraltar que no tenía ni pajolera idea de hablar español: el camarero y
dueño del pub. Debía de ser primo hermano de Gareth Bale, porque hay que ser
obtuso para vivir rodeado de gente que habla español y no aprender nada.
Inesperadamente tuve que acudir a mi rudimentario
inglés y la cosa acabó más o menos bien, aunque yo me bebí una jarra de cerveza
en lugar de una caña porque confundí los términos “small” y “big”. Tampoco me
importó mucho porque con el calor y la caminata, necesitaba reponer líquidos.
Con el sol acostándose en el horizonte abandonamos
Gibraltar. Ya en tierras españolas recapacité sobre el lugar: es una zona
abrupta, con una ciudad bastante fea y unos habitantes violentos y groseros (me
refiero a los monos). La verdad, por un lugar así yo no me molestaría en
luchar. Por mí los monos pueden quedarse en ese lugar todo el tiempo que
quieran, a ver si, con un poco de suerte, se encargan ellos solitos de dejar la
roca libre de británicos a base de incordiar.
¿Gibraltar español? No, gracias.