Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

12 de julio de 2020

Secuelas del confinamiento


Dicen los psicólogos que los meses de confinamiento nos pasarán, o nos están pasando, factura. Los duros momentos vividos a costa del puñetero coronavirus han dejado huella en nuestra psique y las consecuencias se manifiestan de maneras diversas según la idiosincrasia de cada uno y la particular manera de reaccionar de cada cual.
Entre las múltiples manifestaciones de ese confinamiento, se encuentra el llamado “insomnio post cuarentena”. Parece ser que algunos no pueden dormir bien y dicen que es por una especie de estrés post traumático. Yo, la verdad, sigo durmiendo a pierna suelta, o lo intento, pero no me dejan los que parece sí padecen de ese tipo de insomnio. Me explicaré.
El martes pasado, una vecina del bloque de al lado no podía dormir por culpa del maldito insomnio ese y decidió a las tres y media de la madrugada hablar a voces con su novio, aunque, más que hablar lo que hizo, a tenor de los decibelios de la conversación, fue discutir con él. Algunos días del mes de julio en Madrid la temperatura no baja de los treinta grados en ningún momento por lo que casi todos los vecinos solemos dormir con las ventanas abiertas y eso me permitió escuchar con total nitidez la bronca telefónica.
―¡Tío, eres un cabrón! ¡Siempre pones por delante a tu amigo y a mí no me haces ni caso! ¡Tío, eso no se hace!
Tras unos segundos en que, supongo, contestó el aludido tío cabrón, la tipa continuó:
―¡Que no, tío! ¡Que no! ¡Mañana, no, ahora! ¡Siempre me haces lo mismo, tío!
Después de un rato de (bendito) silencio que debería corresponder a lo que fuera que dijera el tío al otro lado de la línea telefónica, ella volvió a gritar. Completamente desvelada, me asomé a la ventana para escuchar mejor, y a punto estuve de pedirle a la tiparraca que pusiera el manos libres y así tener una información más completa del desarrollo de la riña.
A pesar de no escuchar al otro interlocutor, me hice una composición de lugar: parece ser que el novio de la chica prefería darle la razón a un amigo suyo antes que a ella, y la gritona le pedía que eligiera: su amigo o su novia. Cuando estaba a punto de enterarme qué elegía el interfecto, el vecino que vive en el piso de debajo de mí, me chafó la escucha:
―¡¿Te quieres callar?! ¡Que aquí hay gente que queremos dormir!
Tras esto, la chica se metió adentro de su casa con lo que la discusión ya no se podía entender, se oían voces pero eran ininteligibles. Estuve en un tris de reconvenir a mi vecino porque me había dejado con la intriga de saber por quién se decantaría el abroncado, si por el amigo o por su novia.
Me volví a la cama a intentar pillar el sueño. Cuando estaba a punto de volverme a dormir, la chica salió otra vez al balcón dando las mismas voces y esta vez con un tono histérico que a mí ya me empezó a preocupar.
―¡No, por favor! ¡No me digas eso, por favor! ¡No, tío! ¡No! ¡No! ¡Por favor, te lo pido!
Segura de que el vecino de abajo iba a saltar por la ventana en plan Spiderman para llegar hasta la terraza de la gritona y estrangularla con sus propias manos, resulta que se asoma el vecino de mi piso de arriba para decir:
―¡Un poquito de dignidad, por favor! Si no te quiere, pues no te quiere. Déjalo ya, hija mía.
Tras esto, no sé si la chica cerró la ventana, cortó la comunicación o se dedicó a seguir la conversación por wasap, pero el caso es que ya no se la volvió a escuchar. Decepcionada por no saber el desenlace, pero aliviada de poder estar otra vez en silencio, me volví a la cama, pero antes una carcajada se hizo oír en todo el bloque: fui yo. No pude evitarlo, y pido perdón porque sé que algún que otro vecino se despertó por culpa de mi risa. O puede que se despertara por culpa del insomnio post cuarentena.

NOTA: Juro por lo más sagrado que lo que he contado es real como la vida misma. No he inventado absolutamente nada, palabrita del Niño Jesús.





4 de julio de 2020

¿Gibraltar español? No, gracias (y II)


Tras atravesar la pista de aterrizaje nos internamos en territorio inglés a través de callejuelas jalonadas de supermercados de cadenas españolas y gasolineras de proveedores británicos.
Durante el ascenso hacia la reserva natural los guías nos fueron informando sobre la flora y fauna del peñón. Sobre la flora había poco que contar pues la zona no es precisamente un vergel y sobre la fauna tampoco porque básicamente allí solo hay lagartijas y otra especie que da mucho qué hablar: los monos de Gibraltar.
Estos bichos son lo más destacable del lugar, yo diría que lo único (ex militares británicos con acento andaluz aparte). Se trata de macacos de Berbería, y su particularidad reside en que son los únicos monos “autóctonos” de Europa, en ningún otro lugar del continente europeo hay monos en libertad. Esa es la principal característica desde un punto de vista biológico, pero en realidad su principal peculiaridad es que tienen una mala leche impresionante.
Nos dijeron que estos monos son una especie protegida por dos motivos. Una, porque son raros (por lo de que son los únicos de Europa) y otra, porque el gobierno de su graciosa majestad (la majestad británica) los preserva basándose en una leyenda que dice que cuando no haya monos en Gibraltar, este dejará de ser inglés, y como los ingleses cuando trincan algo no lo sueltan ni a tiros pues quieren asegurarse de no perder el territorio. Todo esto se traduce en que si le haces algo a un mono te buscas un lío, y la premisa cuando visitas la reserva es no meterte con ellos.
Y yo me dispuse a no meterme con ellos, a no acercarme, a no darles comida (está prohibidísimo); a intentar ignorarlos, en suma. Pero ¿qué haces si son ellos los que no pasan de ti? ¿qué se hace cuando te agreden? me tendré que defender ¿no? Vamos, digo yo.

Los monos (de Gibraltar) además son muy traicioneros, desde el primer momento fueron a engañar. Los primeros que se dejaron ver eran más o menos pequeños (sentados medirían medio metro), parece ser que esas son las hembras, y fueron las que nos “recibieron”, estaban quietas a los lados del camino e iban a lo suyo. Eso nos inspiró confianza, hasta nos decidimos a hacer fotos y ellas, complacientes, se dejaban fotografiar.
A medida que ascendíamos ya se empezaron a ver otros ejemplares más grandes, pero como estaban alejados de la senda ni parecían tan grandes ni amenazadores, aunque a mí no me gustaba nada su forma de mirarnos, es como cuando un atracador se fija en su próxima víctima centrándose en sus puntos débiles para atacar. Desde que se empezaron a ver en la lejanía esos monos más grandes, una servidora se puso en estado de alarma y muy tensa.
Mi intuición no me falló, porque cuando estábamos ya casi arriba del peñón, los monos grandes (sentados medían más de un metro y tenían la cabeza más grande que la mía) se situaban en el borde del camino. Si en la lejanía sus miradas eran amenazantes, ahora que los podía ver a menos de medio metro, sus miradas eran para acojonar al más pintado.
La fiesta comenzó cuando faltaban unos doscientos metros para llegar al centro de visitantes que se halla en el lugar más alto al que se puede acceder si no eres militar.
El primer ataque lo recibió un compañero que iba delante de mí. Sin previo aviso y con total alevosía, un pedazo de mono que era más alto que yo, se encaramó a la mochila de mi colega, este intentó zafarse sacudiéndose la espalda y zarandeando la mochila. En el vaivén y dado que yo iba justo detrás, el mono se acercó a mi cara, y por la parte menos agradable de su anatomía, es decir, el culo. Entre la visión culera, los alaridos del atacado y la cobardía que me caracteriza, salí corriendo en dirección contraria mientras otro compañero que iba atrás, más valiente que yo, cogió un palo y se dedicó a arrearle al mono agresor. En mi huida me crucé con otro mono que acudía al lío, yo pensé que para ayudar a su compañero, pero no, iba a llevarse la mochila del tío del palo que la había dejado en el suelo cuando acudió al rescate del primer agredido. Los monos estos, tienen mala leche, son traicioneros y unos ladrones; se ve que tanto tiempo viviendo en un nido de piratas les ha afectado el genoma.
Cuando conseguimos llegar al centro de visitantes pensamos que ya estábamos a salvo, pero tampoco. Allí dentro los monos se paseaban como Pedro por su casa. Como están protegidos pueden hacer lo que les dé la gana, incluso estar entre las mesas del bar. Los que no pudimos hacer algunas cosas fuimos nosotros porque nos prohibieron sacar los bocatas y nos tuvimos que salir a comer sentados en unas rocas. Mientras los monos estaban dentro de la cafetería, los humanos estábamos fuera, en el monte. Esto es lo que pasa cuando te encuentras en un país donde conducen al revés que los demás.
La ingestión del bocata fue bastante accidentada porque acudieron algunos ejemplares a quitarnos la comida y también la cartera (uno de ellos abrió la cremallera de una mochila con una facilidad pasmosa). Después de comer fuimos a visitar O’Hara’s Battery, un cañón que se encuentra en la punta más alta de la roca y que apunta a tierras africanas. Allí el guía nos explicó la importancia estratégica militar del enclave porque un disparo de ese cañón podía llegar sin problemas al otro continente (y también a España) y porque se vigilaba todo el paso marítimo del estrecho. Las vistas eran espectaculares, se podía ver la bahía de Algeciras, media costa de Cádiz y parte de la de Málaga; o eso creí entender porque yo, más que el paisaje, estuve mirando los veinte o treinta monos que se acercaron a nuestro grupo y que parecía estaban atendiendo a las explicaciones del guía, pero lo que realmente esperaban eran un descuido de alguno de nosotros para llevarse la mochila o lo que pudieran trincar. Tanto interés por llevarse lo de los demás fue, para mí, la muestra más palpable de que aquellos monos eran británicos hasta el último pelo.
Cuando ya regresamos a la ciudad de Gibraltar pude constatar que la ciudad es fea como un demonio. No tiene nada destacable, solo las tiendas de perfumes, alcohol y joyas que, se supone, son más baratas, y digo se supone porque como fuimos un domingo resulta que estaban cerradas, así que no pude comprobar esos precios tan sugerentes.
Para reponernos de tanto susto simiesco y de la fealdad del lugar nos quisimos despedir de Gibraltar tomándonos una pinta de cerveza en una terracita. Vimos un pub (inglés, claro) que tenía un nombre muy british, “Lord Nelson” y allí fuimos a saciar nuestra sed. Para empezar a mí no me gustó la idea porque ver tanta bandera británica por todas partes había sacado la patriota que tengo muy, pero que muy, escondida en mi interior, y eso de ir a un sitio con el nombre del almirante que nos dio estopa en Trafalgar, pues me escocía un poco. Pero la sed era grande y mi patriotismo de escasa duración, así que nos sentamos allí.
A la izquierda de la imagen, dos productos típicos de Gibraltar: la cerveza (al fondo) y los monos (en primer plano). En la derecha de la imagen un ejemplar típico hispano (mi churri), tomándose una pinta de cerveza.

En Gibraltar casi todo el mundo habla español, sobre todo porque la mayoría de los trabajadores son de Cádiz y porque los llanitos (los nacidos en Gibraltar) aunque su pasaporte ponga Gran Bretaña, son más andaluces que la Torre del Oro. No obstante, hay mucho militar desplazado allí eventualmente, pero incluso esos algo de español saben pues su ocio lo tienen en Algeciras y alrededores. Bueno, pues nosotros dimos con el único habitante de Gibraltar que no tenía ni pajolera idea de hablar español: el camarero y dueño del pub. Debía de ser primo hermano de Gareth Bale, porque hay que ser obtuso para vivir rodeado de gente que habla español y no aprender nada.
Inesperadamente tuve que acudir a mi rudimentario inglés y la cosa acabó más o menos bien, aunque yo me bebí una jarra de cerveza en lugar de una caña porque confundí los términos “small” y “big”. Tampoco me importó mucho porque con el calor y la caminata, necesitaba reponer líquidos.
Con el sol acostándose en el horizonte abandonamos Gibraltar. Ya en tierras españolas recapacité sobre el lugar: es una zona abrupta, con una ciudad bastante fea y unos habitantes violentos y groseros (me refiero a los monos). La verdad, por un lugar así yo no me molestaría en luchar. Por mí los monos pueden quedarse en ese lugar todo el tiempo que quieran, a ver si, con un poco de suerte, se encargan ellos solitos de dejar la roca libre de británicos a base de incordiar.
¿Gibraltar español? No, gracias.




Hada verde:Cursores
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