Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

24 de junio de 2020

¿Gibraltar español? No, gracias (I)


Ahora que estamos ya todos en la nueva normalidad yo voy a retomar en el blog una cosa de la normalidad vieja, o sea una cosa realmente normal: escribir sobre mis viajes por esos mundos de Dios. Se supone que este viaje pertenecería a la sección Do you speak English? (donde cuento mis viajes al extranjero y no hablan español) pero también podría pertenecer a la sección And Spanish? (donde cuento mis viajes donde sí hablan español) porque el territorio visitado suscita controversia en muchos aspectos, incluido el lingüístico. Y es que el lugar en el que estuve y sobre el que voy a escribir, es nada más y nada menos que Gibraltar, lugar polémico por excelencia.
Por polemizar que no quede porque el propio título ya me imagino que puede soliviantar a algunos, pero espero explicarme adecuadamente y que se me entienda a qué viene el título que he puesto.
En los tiempos en que éramos felices en nuestra ignorancia sobre el virus que ya estaba preparándose para putearnos a base de bien, es decir, el mes de diciembre pasado, hice una escapada a Gibraltar. De entrada, ir allí no me seducía mucho, pero íbamos un grupo de amigos en plan senderista y queríamos subir al famoso Peñón (de Gibraltar).
Los guías que nos acompañaron en aquella excursión nos aleccionaron previamente sobre algunas ‘cosillas’ para no tener problemas con los nativos. Esos consejos consistían en no hacer alusiones políticas sobre la territorialidad del risco, no hablar mal a voces de su graciosa majestad (me refiero a la majestad de los británicos, de la nuestra no dijeron nada) y, por supuesto, nada de decir cosas como «Gibraltar español» porque la reivindicación se penaba con una noche en el calabozo.
Yo, como soy muy cobarde y dormir en un lugar rodeada de delincuentes (que es lo que supongo hay en un calabozo) me da mucho miedo, me propuse firmemente seguir las instrucciones de nuestros guías. Tenía muy claro que en cuanto traspasara la frontera que separa La Línea de la Concepción (territorio español) con Gibraltar (territorio británico) había que ser muy precavida. El problema es que entramos en la zona andando y como iba charlando con otros compañeros y el puesto de la aduana más se parecía a la garita de una estación de tren que a un puesto fronterizo, pues no me di cuenta de que había cambiado de país.
Tan enfrascada estaba con la conversación de otra senderista que ni siquiera me percaté de por dónde estaba caminando. Cuando había recorrido unos cien metros, una extraña alarma, como las que se emplean para avisar de que llega el tren en un paso a nivel, me hizo levantar la vista y comprobar que a mi alrededor había bastantes aviones aparcados (¿se dice aparcar en el caso de los aviones?) y que el suelo tenía pintadas unas gruesas líneas y números en amarillo. Cuando un policía me dijo con acento andaluz, pero con la palabra “police” escrita en su uniforme, que me diera prisa en llegar “al otro lao, mi arma” me puse a correr a la vez que me le quedaba mirando porque el acento y el uniforme me habían descolocado mucho. Nada más llegar ‘al otro lado’, una barrera se bajó detrás de mí para seguidamente escuchar un ruido como de motores. Alucinada comprobé que por donde yo acababa de pasar estaba en esos momentos aterrizando un avión.
Resulta que para acceder a Gibraltar el paso de peatones (y también de los coches) es la pista de aterrizaje del mini aeropuerto gibraltareño. Eso lo hacemos en España y nos tachan de paletos e insensatos en todas partes, especialmente en la Gran Bretaña.
En la confusión creada al evitar que no nos atropellara un avión, la mitad del grupo de senderismo se quedó en un lado de la pista y la otra mitad en el opuesto. Mientras esperábamos a que se levantaran las barreras y pudiera cruzar el resto del grupo, un señor bajito y con una gorra del Betis se me acercó y empezó a charlar conmigo. Tenía un acento andaluz mucho más cerrado que el del policía de la pista de aterrizaje y en algunos momentos me costaba entenderle.
―Todavía quedan dó avione má ―me dijo graciosamente―. Hasta que no aterrisen tós no se pué pasar.
―¿Cuánto tiempo va a ser eso? ―pregunté preocupada porque estábamos esperando al sol y ya empezaba a calentar.
―Unos dié o dose minutos. La torre de contró de Sevilla dise que uno viene retrasao, iguá é una miajilla .
―Y usted, ¿cómo sabe eso?
―Es que yo he sío militá, sabe uté. Y ahora, jubilao, pue me dedico a escuchá a las torres de contró de la sona.
―¡Ah! ¿Y era usted del Ejército del Aire? ―pregunté por lo de saber escuchar las torres de control, aunque esa actividad del exmilitar me pareció ilegal por muy militar del aire que hubiera sido.
―Sí, yo pertenesí a la “rá”.
Lo de “rá” no lo entendí, pero como muchas de las palabras que me estaba diciendo tampoco las pillaba bien (su acento andaluz era cerrao, cerrao, cerrao) pues no le di mucha importancia.
―¿Y dónde estuvo usted destinado? ―le pregunté por cortesía, al hombre se le veía con ganas de hablar y yo no tenía otra cosa que hacer mientras que el avión retrasado llegaba a su destino.
―Primero en Londres, despué en Sujanton, luego ya me vine aquí, y ya llevo sincuenta años.
Lo de ‘Sujanton’ tampoco lo entendí, pero lo de Londres sí, aunque seguí sin entender que un militar español estuviera destinado fuera de nuestras fronteras, al menos a un país en donde, se supone, no teníamos conflictos bélicos. Menos mal que el anciano vino a aclarar mis dudas con lo siguiente que dijo:
―Es lo que tiene pertenesé a la «rá», que uno pué acabá en cualquier lugá, pero la royal force  ―estas dos palabras las pronunció con un impecable acento british― no mira .
Resulta que la «rá» era la RAF (Royal Air Force), la rama aérea de las Fuerzas Armadas británicas. ¡El señor ese era inglés! Ni en un millón de años lo hubiera pensado.
Lo de acceder andando a otro país cruzando una pista de aterrizaje y hablar con un exmilitar británico con acento andaluz fueron las dos primeras cosas raritas que me pasaron en Gibraltar, pero no las únicas.
Cuando por fin aterrizó el último avión y las barreras se levantaron, el resto del grupo se reunió con los demás y nos dispusimos a ascender el Peñón. Allí también me ocurrieron más cosas… curiosas, algunas estuvieron a punto de crear un conflicto diplomático, pero eso ya lo contaré en otra publicación.

Continuará…
To be continued… 
A continuasión





16 de junio de 2020

Diario de un confinamiento (y X)

DÍA 96 (16 de junio)
Noventa y cinco días, cinco horas y treinta y dos minutos llevo confinada. La puñetera normalidad no llega a mi ciudad ni a tiros; es lo que tiene vivir tantas personas juntas, que viene un virus y la lía parda y no como en las aldeas perdidas donde la gente aprovecha que va a comprar el pan para socializar. 
Aunque en las dos últimas semanas algo ha cambiado: ya me tomo alguna que otra caña en una terraza, he visto a algunos familiares, me he reunido con amigos a los que solo veía por skype desde marzo y hasta he ido a comprar ropa. 
Pero esta vuelta a la vida no está saliendo como yo pensaba. Porque lo de tomar algo en un bar, o ir a una tienda a comprar algo que no sea comida me genera mucha ansiedad; nada más salir a la calle ya estoy pensando en volver a mi casa. No me reconozco. 
Supongo que esto es un aviso de lo que será la nueva normalidad, y no me gusta. Añoro la vieja normalidad y la vida que yo tenía antes de este virus del demonio. 
Los meses de confinamiento me están pasando factura y constatar que ya nada será igual me ha deprimido mucho. He pasado dos días sin ganas de nada, he apuntado el número de la consulta de un psicólogo para pedir cita, no me encuentro bien. 
Antes de llamar al médico he visto en internet un artículo de la revista científica Nature y he leído que el confinamiento ha salvado medio millón de vidas en España y que seguir las nuevas normas de convivencia puede salvar muchas más. He roto el papel donde tenía apuntado el número del psicólogo porque se me ha pasado la tristeza. El confinamiento y la nueva normalidad siguen sin gustarme, pero valen la pena. 
Intentaré ajustarme a la nueva situación, es la única manera de salir de esta. Ya lo dijo Darwin: «No sobrevive el más fuerte, sino el que mejor se adapta al cambio». No seré yo quien dude de alguien como ese señor, así que a cambiar y a adaptarse, porque de lo que se trata es de sobrevivir y poder contarlo.

FIN




Con esta entrada termino mi particular diario de un confinamiento.
Escribir este diario se ha convertido para mí en una válvula de escape en momentos en los que me sentía desbordada por la situación de alerta sanitaria. Las noticias que nos llegaban en lo más crudo de la pandemia eran desoladoras, y ridiculizar el día a día que yo estaba viviendo era la única manera de defenderme de tanta desgracia, de tanto dolor. Nunca he mencionado a las víctimas de la enfermedad porque no me pareció adecuado dado el tono de humor de estos escritos, pero en todo momento las he tenido muy presentes.
Quiero agradeceros a todos los fieles que habéis seguido esta serie de publicaciones, tanto por Facebook como por el blog «Leer, el remedio del alma». Muchos me habéis dado las gracias por haceros reír, pero soy yo quien está agradecida por haber compartido con vosotros estas experiencias que eran más o menos comunes a todos. Fue una manera muy bonita de no sentirme tan confinada.
También me gustaría dar las gracias a todos los sanitarios y a los que, de una manera u otra y dentro del caos que supuso una situación que nos desbordó a todos, consiguieron contener el desbarajuste y ayudaron a superarlo. Quiero dar las gracias a todos los que antepusieron el bien de los demás a su propia seguridad. Me consta que me han estado leyendo enfermeras, farmacéuticos, e incluso algún médico; también sé que, en momentos muy duros, mis letras les divirtieron, me siento honrada y orgullosa de ese pequeño granito de arena con el que he podido contribuir sobre todo porque, además de confinada, me sentí impotente de no poder hacer nada más; saber que, en un hospital, en una farmacia, alguien había sonreído leyéndome, alivió mi propia pena.
Por lo demás, ya poco puedo añadir. Solo desearos que os podáis adaptar a la nueva normalidad y así podáis sobrevivir; recordad a Darwin. Que el cambio os sea leve.

10 de junio de 2020

Diario de un confinamiento (IX)


DÍA 81 (1 de junio)
Llevamos una semana en fase 1 y yo sigo sin poder sentarme en una terraza a tomarme una caña. Estoy llevando esto peor que el confinamiento absoluto de las primeras semanas de cuarentena. Me pongo mala al ver las terrazas llenas y yo sin poder catarlas.
Hoy me he ido a pasear al cementerio, ahí al menos no hay mesas con gente tomando cerveza que me pongan los dientes largos. Entre cipreses y sepulturas he caminado divinamente porque todos los habitantes de la zona respetan la distancia de seguridad, es una gozada tanta educación. 
Sentada en una tumba me he puesto a rememorar tiempos pasados: cuando me iba a un bar y me comía con las manos un bocata de calamares rodeada de gente, o cuando tomando unas cervezas con los amigos comíamos aceitunas todos del mismo cuenco o una ración de patatas bravas y hacíamos mojete en el mismo plato. Me he puesto muy triste recordando esos tiempos pasados, tan lejanos, esas cosas que yo hacía… en el mes de febrero.

DÍA 86 (6 de junio)
No hay mal que por bien no venga. Ahora que no se puede estar rodeado de personas porque se considera un delito de salud pública, he aprovechado la reapertura del Museo del Prado con poca gente. Hoy abrían por primera vez desde que se declaró el estado de alarma, pero con aforo reducido y además con entradas gratuitas. Me he ido disparada para el museo a primera hora, mucho antes del horario de apertura, para ser de las primeras en la cola. 
Cuando he llegado no había nadie, y eso me pareció raro. Me he puesto delante de la taquilla a esperar a que abrieran y mientras, me he relamido pensando en la gozada de ver los cuadros de Goya sin tener que esquivar cabezas, o poder contemplar El Jardín de las Delicias de cerca para ver bien todos los detalles. ¡Qué ilusión! Justo cuando estaba imaginándome delante de las Meninas sin mogollón de turistas que me lo impidieran, ha venido un guardia jurado a interrumpirme la ensoñación. 
Que qué hago ahí, me dice, esperar para entrar en el museo, le digo yo, que si tengo entrada, me dice él, que estoy en la taquilla para cogerla, le digo yo, que eso se hace por internet, me dice él, pues ahora la pillo, le digo yo mientras accedía a la web con el móvil, que no me moleste me dice él riéndose, que ya están agotadas las entradas desde que se anunció la apertura, pues qué putada, le digo yo, pues tiene usted razón, me dice él, pero haga el favor de irse de aquí que no se puede estar parado en la calle a no ser que sea una reunión familiar. 
Me fui de allí cabizbaja mientras el vigilante se reunía con su compañero y le oía decirle algo de que soy una panoli.
Estaremos a punto de entrar en la fase 2, pero yo sigo sin poder hacer las mismas cosas que cuando estaba en la fase 0. ¡Qué asco!

DÍA 89 (9 de junio)
Después de intentarlo más de quince días, he conseguido tomarme una cerveza en una terraza de mi barrio. Incapaz de contener la emoción me he echado a llorar en cuanto me la han servido. El camarero, como me ha visto tan nerviosa, me ha preguntado si en lugar de cerveza prefería una tila; he agarrado la caña y la he sujetado fuertemente contra mí; si llega a quitármela lo escabecho. Creo que se me ha puesto cara de Gollum.
Voy con una fase de retraso. Estoy haciendo en la fase 2 lo que se supone se podía hacer en la fase 1 en la cual he seguido haciendo lo que era de la fase 0. Tanta ansiedad y pensar en las fases me han levantado dolor de cabeza, me he tomado un paracetamol. El camarero que no me ha quitado ojo, se ha acercado y me ha preguntado que si me sentía mal, que si tosía o tenía dolores musculares. Le he dicho que no, que solo me dolía la cabeza, se ha ido y ha vuelto con un termómetro. Le he mandado a paseo. Un cliente de la mesa vecina ha dicho que si tenía síntomas de coronavirus debía marcharme de allí, yo le he dicho que se metiera en sus asuntos y otro ha contestado que si estoy contagiada eso es asunto de todos. Al final me he tenido que ir y me he tomado la cerveza en mi casa. Vuelvo a estar en la fase 0. Tengo que aprender a dominar mis emociones o estaré confinada toda la vida.





Hada verde:Cursores
Hada verde:Cursores