Ahora que estamos ya todos en la nueva normalidad yo
voy a retomar en el blog una cosa de la normalidad vieja, o sea una cosa
realmente normal: escribir sobre mis viajes por esos mundos de Dios. Se supone
que este viaje pertenecería a la sección Do you speak English? (donde
cuento mis viajes al extranjero y no hablan español) pero también podría
pertenecer a la sección And Spanish? (donde cuento mis viajes donde sí
hablan español) porque el territorio visitado suscita controversia en muchos
aspectos, incluido el lingüístico. Y es que el lugar en el que estuve y sobre
el que voy a escribir, es nada más y nada menos que Gibraltar, lugar polémico
por excelencia.
Por polemizar que no quede porque el propio título
ya me imagino que puede soliviantar a algunos, pero espero explicarme
adecuadamente y que se me entienda a qué viene el título que he puesto.
En los tiempos en que éramos felices en nuestra
ignorancia sobre el virus que ya estaba preparándose para putearnos a base de
bien, es decir, el mes de diciembre pasado, hice una escapada a Gibraltar. De entrada,
ir allí no me seducía mucho, pero íbamos un grupo de amigos en plan senderista
y queríamos subir al famoso Peñón (de Gibraltar).
Los guías que nos acompañaron en aquella excursión
nos aleccionaron previamente sobre algunas ‘cosillas’ para no tener problemas
con los nativos. Esos consejos consistían en no hacer alusiones políticas sobre
la territorialidad del risco, no hablar mal a voces de su graciosa majestad (me
refiero a la majestad de los británicos, de la nuestra no dijeron nada) y, por
supuesto, nada de decir cosas como «Gibraltar español» porque la reivindicación
se penaba con una noche en el calabozo.
Yo, como soy muy cobarde y dormir en un lugar
rodeada de delincuentes (que es lo que supongo hay en un calabozo) me da mucho
miedo, me propuse firmemente seguir las instrucciones de nuestros guías. Tenía
muy claro que en cuanto traspasara la frontera que separa La Línea de la
Concepción (territorio español) con Gibraltar (territorio británico) había que
ser muy precavida. El problema es que entramos en la zona andando y como iba
charlando con otros compañeros y el puesto de la aduana más se parecía a la
garita de una estación de tren que a un puesto fronterizo, pues no me di cuenta
de que había cambiado de país.
Tan enfrascada estaba con la conversación de otra
senderista que ni siquiera me percaté de por dónde estaba caminando. Cuando había
recorrido unos cien metros, una extraña alarma, como las que se emplean para
avisar de que llega el tren en un paso a nivel, me hizo levantar la vista y
comprobar que a mi alrededor había bastantes aviones aparcados (¿se dice
aparcar en el caso de los aviones?) y que el suelo tenía pintadas unas
gruesas líneas y números en amarillo. Cuando un policía me dijo con acento andaluz,
pero con la palabra “police” escrita en su uniforme, que me diera prisa en
llegar “al otro lao, mi arma” me puse a correr a la vez que me le
quedaba mirando porque el acento y el uniforme me habían descolocado mucho.
Nada más llegar ‘al otro lado’, una barrera se bajó detrás de mí para
seguidamente escuchar un ruido como de motores. Alucinada comprobé que por
donde yo acababa de pasar estaba en esos momentos aterrizando un avión.
Resulta que para acceder a Gibraltar el paso de
peatones (y también de los coches) es la pista de aterrizaje del mini
aeropuerto gibraltareño. Eso lo hacemos en España y nos tachan de paletos e
insensatos en todas partes, especialmente en la Gran Bretaña.
En la confusión creada al evitar que no nos
atropellara un avión, la mitad del grupo de senderismo se quedó en un lado de
la pista y la otra mitad en el opuesto. Mientras esperábamos a que se
levantaran las barreras y pudiera cruzar el resto del grupo, un señor bajito y
con una gorra del Betis se me acercó y empezó a charlar conmigo. Tenía un
acento andaluz mucho más cerrado que el del policía de la pista de aterrizaje y
en algunos momentos me costaba entenderle.
―Todavía quedan dó avione má ―me dijo
graciosamente―. Hasta que no aterrisen tós no se pué pasar.
―¿Cuánto tiempo va a ser eso? ―pregunté preocupada
porque estábamos esperando al sol y ya empezaba a calentar.
―Unos dié o dose minutos. La torre de contró
de Sevilla dise que uno viene retrasao, iguá é una
miajilla má.
―Y usted, ¿cómo sabe eso?
―Es que yo he sío militá, sabe uté. Y
ahora, jubilao, pue me dedico a escuchá a las torres de contró
de la sona.
―¡Ah! ¿Y era usted del Ejército del Aire? ―pregunté
por lo de saber escuchar las torres de control, aunque esa actividad del
exmilitar me pareció ilegal por muy militar del aire que hubiera sido.
―Sí, yo pertenesí a la “rá”.
Lo de “rá” no lo entendí, pero como muchas de las
palabras que me estaba diciendo tampoco las pillaba bien (su acento andaluz era
cerrao, cerrao, cerrao) pues no le di mucha importancia.
―¿Y dónde estuvo usted destinado? ―le pregunté por
cortesía, al hombre se le veía con ganas de hablar y yo no tenía otra cosa que
hacer mientras que el avión retrasado llegaba a su destino.
―Primero en Londres, despué en Sujanton,
luego ya me vine aquí, y ya llevo sincuenta años.
Lo de ‘Sujanton’ tampoco lo entendí, pero lo de
Londres sí, aunque seguí sin entender que un militar español estuviera destinado
fuera de nuestras fronteras, al menos a un país en donde, se supone, no
teníamos conflictos bélicos. Menos mal que el anciano vino a aclarar mis dudas
con lo siguiente que dijo:
―Es lo que tiene pertenesé a la «rá», que uno
pué acabá en cualquier lugá, pero la royal force ―estas dos palabras las pronunció con un impecable acento british― no mira ná.
Resulta que la «rá» era la RAF (Royal Air Force), la
rama aérea de las Fuerzas Armadas británicas. ¡El señor ese era inglés! Ni en
un millón de años lo hubiera pensado.
Lo de acceder andando a otro país cruzando una pista de aterrizaje y
hablar con un exmilitar británico con acento andaluz fueron las dos primeras
cosas raritas que me pasaron en Gibraltar, pero no las únicas.
Cuando por fin aterrizó el último avión y las
barreras se levantaron, el resto del grupo se reunió con los demás y nos
dispusimos a ascender el Peñón. Allí también me ocurrieron más cosas… curiosas,
algunas estuvieron a punto de crear un conflicto diplomático, pero eso ya lo contaré
en otra publicación.
Continuará…
To be continued…
A continuasión…