Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

27 de agosto de 2021

El volcán esquivo (Vacaciones con Murphy II)

 

De regreso ya de las vacaciones veraniegas y tras recuperar un poco de sosiego, retomo la actividad en el blog y lo hago contando mis peripecias viajeras.

 Siempre me he quejado de mi mala suerte y sobre todo cuando esta se muestra al irme de viaje. Este verano no ha sido la excepción; mi amigo Murphy, un año más, se empeñó en acompañarme, no es la primera vez (Vacaciones con Murphy). Mi querido amigo ha estado conmigo tooodo el rato y dando por saco, como es su costumbre.

Que el viaje iba a ser complicado se me anunció nada más montar en el avión. Cuando la nave estaba a punto de despegar un pasajero, que se encontraba dos filas por delante de mí, comenzó a convulsionar, tras la voz de alarma que dieron otros viajeros, yo incluida, el avión dio un frenazo y acudieron a su asiento los auxiliares de vuelo; por megafonía se preguntó si entre los presentes se encontraba algún sanitario, pero no había ni uno (deben de estar todos, los pobres, en los hospitales y centros de salud afrontando la enésima ola de la pandemia), así que tuvimos que esperar a que llegara un médico del propio aeropuerto con la ambulancia pertinente.

El pasajero se recuperó, pero hubo de someterse a un reconocimiento básico en el propio avión por el personal médico y, entre pitos y flautas, despegamos una hora después. Cuando llegamos lo hicimos con retraso y cierto mosqueo porque el piloto del avión, y para rematar el viajecito, nos dijo que aterrizábamos en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, en lugar del de Tenerife que era el destino al que íbamos. Gracias a Dios, el comandante de la nave, advertido por su ayudante, nos dijo que era un error antes de que el pasaje pensara que se había roto el avión y habíamos tenido que regresar al punto de partida.

Respecto a la estancia en Tenerife la podría resumir con una sola palabra: escaqueo. Y es que tuve la sensación durante todo el tiempo que estuve allí que la isla pasaba de mí y de mi body.

Empecemos con el sol. Las Canarias presumen de sol asegurado, bueno pues cuando estuve yo anduvo remolón. Todas las mañanas se presentaban unas nubes densas que lo tapaban, sobre las once parecía que lo dejaban entrever y hasta llegó a lucir bien, pero como a regañadientes. De hecho, cuando estuve en la localidad de Tenerife con fama de tener sol prácticamente todo el año (Puerto de Santiago) estaba nublado. En esa localidad se encuentran los acantilados de Los Gigantes que, gracias a que son enormes (de ahí el nombre), se dejaron ver medianamente porque había una bruma tirando a niebla que dificultaba ver otras cosas.

Los coches de alquiler también andaban escaqueándose porque nos costó Dios y ayuda encontrar uno libre. Tras dar con una agencia que decía tener el único coche disponible de toda la isla y pagar una cantidad indecente por dos días (la ley de la oferta y la demanda es cruel), concertamos con dicha agencia alquilar dicho coche tal que un viernes. El jueves por la tarde me llaman para decirme que el coche se ha averiado y está en el taller, que la entrega se pospone dos días, hasta el domingo. Aceptamos, qué le vamos a hacer, si se ha roto, se ha roto y como no hay más coches disponibles habrá que arreglarlo y esperar.  Como desagravio por las molestias la agencia de alquiler nos regala cuatro entradas para el Loro Parque, a lo que yo me dije, mira qué majos son. Sí, sí, majos. Era una manera de contentarnos para lo que venía después y que consistió en que el domingo, día de entrega ―por fin― de nuestro anhelado ―y carísimo― coche, el auto que nos dan no se corresponde ni por asomo al modelo y potencia del que habíamos contratado. Nos dieron un Hyundai de la gama más baja donde cuatro personas entraban justitas, y gracias que ninguna teníamos sobrepeso. Lo de que tuviéramos todos los ocupantes un peso dentro de la normalidad también vino bien para poder subir los puertos que caracterizan a Tenerife y a los que hay que subir y bajar si uno quiere acceder a los lugares guays de la isla.

Porque si la costa de Tenerife tiene lugares paradisíacos, no lo son menos los sitios que se encuentran en sus alturas. Aunque, por culpa de la poca potencia del coche que nos tocó, no pudimos ir a algunos pues la pendiente no era compatible con la capacidad de tracción de nuestro paupérrimo auto.

Otra cosa que se escaqueó fue la capacidad de control para acceder a ciertos lugares, como el Parque Rural de Anaga. Tras pasar las de Caín para llegar hasta allí por culpa de la poca potencia del auto, el lugar tenía un aparcamiento para unas veinte o treinta plazas, y los coches que allí había antes de que llegara yo superaban el centenar. El zipitostio que se organizó fue de campeonato. Dejé el coche de cualquier manera, nos bajamos para dar un paseíto rápido por el bosque de laurisilva y cogimos el auto de nuevo para seguir subiendo hasta un pueblo perdido en la montaña del que ni el GPS tenía noticia de su existencia pero que resultó precioso y en el que no tuvimos ningún problema para aparcar porque allí no había ni un alma.

Fueron muchas las cosas que se escaquearon durante mi viaje: el sol, la seriedad del alquiler de coches, las plazas de aparcamiento, etc. Pero el que se llevó la palma en cuanto a evadirse y esconderse fue el Teide. El pico más alto de España se mostró esquivo con una servidora. Durante los días que estuve en la isla le dio por esconderse tras un velo de nubes, de mayor o menor densidad según los días, y no había forma de ver la cumbre. Ese volcán se ve prácticamente desde cualquier punto de la isla, incluso desde las islas aledañas, pero cuando yo estuve, no. Cámara en ristre anduve tras la instantánea que me permitiera ver la cima del volcán, pero durante cuatro días la misión resultó infructuosa.

Como soy una abnegada turista y a mí a terca no me gana casi nadie, me dije: si el Teide no va a Paloma, Paloma irá al Teide. Y así fue. Con nuestro ridículo Hyundai i10 nos fuimos en plan aventurero a las Cañadas del Teide. Tras subir otros puertos para llegar a otros lugares como Santiago del Teide (donde tampoco se dejó ver el puñetero volcán y eso que esa localidad se encuentra a los pies como quien dice) el coche ya nos había dado muestras que lo de subir no se le daba bien, pero nosotros, erre que erre y a las Cañadas que nos fuimos.

La potencia del coche no permitía correr, pero las condiciones climatológicas tampoco porque la niebla que había antes de llegar y para atravesar el anillo de nubes que suele estar a mitad de camino hacia el volcán, era de una densidad importante, o lo que es lo mismo: no se veía un carajo. En segunda, con las luces puestas, el limpiaparabrisas a tope y a paso de tortuga, fuimos subiendo; sin embargo, de golpe, en unos pocos cientos de metros, el clima cambió como por ensalmo (y la visibilidad también, menos mal): la oscuridad húmeda en la que estábamos sumidos se trocó en unos instantes en un sol espléndido con un cielo azul limpísimo.

En los territorios del Teide, el sol no se mostró esquivo y el volcán tampoco. Ahí pudimos disfrutar con la boca abierta de toda la majestuosidad de una de las montañas más fascinantes que hay en el planeta.

Lo de disfrutar del paisaje con la boca abierta fue literal, por un lado, por lo bonito del entorno, pero por otro por el calor que pasamos y eso que estábamos a más de dos mil metros sobre el nivel del mar.

Con la sensación de la misión cumplida seguimos disfrutando de otros parajes de la isla: La Orotava, San Cristóbal de la Laguna, Icod de los Vinos, Garachico, etc., etc., pero la impronta que nos dejó el Teide en la retina y en el recuerdo se quedó con una huella indeleble. Por algo es el señor de la isla.

 



NOTA: a continuación, os pongo un vídeo sobre ese volcán esquivo. La música que suena de fondo, Mount Teide de Mike Oldfield, estuvo rondándome la cabeza durante toda mi estancia en Tenerife.

Vídeo Teide


Hada verde:Cursores
Hada verde:Cursores