DÍA 27 (8/04/2020)
Harta de llamar la atención por no llevar mascarilla al ir al súper he decidido hacer la compra online. Aprovechando que me lo traen a casa he cargado el carrito de la compra a base de bien. Creo que tendré que almacenar en el rellano de la escalera todo lo que he pedido porque en mi cocina no va a caber todo.
He pedido a lo grande: cincuenta cajas de leche, veinte paquetes de macarrones, diez kilos de harina, cinco docenas de huevos, paquetes de café como para permanecer insomne los próximos diez meses, garbanzos para hacer cocido que alimente a todo un cuartel y, lo más importante, treinta paquetes de 24 rollos de papel higiénico; esto último, en realidad, no me hace falta, lo he pedido por joder. He visto que la web del hípermercado tenía a la venta mascarillas, así que también he añadido diez cajas de cincuenta unidades.
Cuando he terminado me han comunicado que el pedido me lo traerán diligentemente el próximo día 25 de junio, salvo uno de los productos: las mascarillas, esas me las enviarán el 30 de noviembre del 2024.
He validado el encargo igualmente porque no me fío del gobierno y los políticos, creo que le han cogido el gusto a tenernos confinados y ellos se encuentran muy bien sin manifestaciones de protesta ni oposiciones molestas populares.
He pensado ponerme a dieta para aguantar con lo que nos queda de comida hasta el 25 de junio que llegará el pedido, pero creo que no será suficiente. Mañana bajaré al súper del barrio a por más comida y que sea lo que Dios quiera.
DÍA 28 (9/04/2020)
Desde el Ministerio de Sanidad nos recomiendan usar mascarilla para no contagiar al prójimo, además dicen que los que no tenemos ningún síntoma somos los realmente peligrosos. Como no tengo mascarillas, ahora, cada vez que salgo a la calle, me siento como un asesino en serie.
Hoy tenía que ir al súper del barrio para poder comer hasta que me llegue el pedido de internet. He querido ser responsable y he buscado algo para taparme la nariz y la boca. La mascarilla que me hice con la botella de la leche sigue sin convencerme, así que me he colocado un pasamontaña y ahora parezco un terrorista de Isis. Me he puesto gamberra y he salido a la calle con el cuchillo jamonero en la mano para echarme unas risas asustando al personal y para que se olviden del virus por un rato.
En la calle no me he topado con nadie a quien gastarle la broma. Con quien sí me he topado ha sido con un coche de la policía municipal que se ha parado a mi lado, he guardado el cuchillo en la bolsa de la compra y he empezado a sudar. Uno de los policías me ha preguntado si me encontraba bien, le he dicho que sí, que estaba sudando porque el pasamontaña me daba calor; ha colado. Los dos patrulleros me han deseado buenos días y se han ido.
En el súper, y después de dejar el cuchillo en casa para evitar más encontronazos embarazosos, he visto a varios clientes llevar mascarillas fp2, las guays, las que protegen a quienes las llevan; me he imaginado que tenían cáncer de pulmón y por eso las usaban ellos en lugar del personal sanitario, de lo contrario me hubiera gustado tener el cuchillo jamonero para hacer justicia.
Como el pasamontaña me estaba sofocando me he puesto a tomar el fresco en la sección de congelados. Una señora se ha apiadado de mí y me ha regalado dos mascarillas de tela que ha sacado de su bolso y que había confeccionado ella misma. Esa buena samaritana me ha quitado el mal humor de ver mascarillas de alta protección en gente que no las merece.
Mañana, cuando baje a tirar la basura, podré estrenar la mascarilla de tela que me han regalado, con ella no parezco ni un pokemon, ni un terrorista: solo una víctima de la cuarentena que está aguantando como puede lo que se nos ha venido encima.
DÍA 33 (14 de abril)
Se empieza a hablar de ir dejando el confinamiento poco a poco. No me he enterado muy bien de qué va eso porque en cuanto he oído que este encierro se iba a poder acabar me han entrado palpitaciones y he empezado a hiperventilar.
Según algunos periodistas posiblemente dejen salir antes a los que tienen niños en casa. Primero fueron los que tenían perro, ahora son los que tienen niños. Está bien, porque yo perro no tengo, pero niña sí. Tiene 22 años, pero creo que puedo hacer algo para disimular la edad y ya estoy en ello porque no quiero que me pille desprevenida la posible orden gubernamental.
Entre las actividades para hacer parecer a mi hija más pequeña estoy pensando en ponerle dos coletitas con lazos. También le voy a tunear la ropa para hacerla más infantil. He pintado unos dibujos de unicornios y se los he pegado a las deportivas blancas (los dibujos me han salido tan mal que pueden pasar por la obra de una cría de cuatro años, así que me ha venido bien ser tan torpe dibujando). He recuperado un cuadro que le hice a punto de cruz de las princesas Disney y se lo he cosido a una sudadera, aunque me ha dado un poco de cosa porque he tenido que cargarme el marco que me costó una pasta, pero todo sea por salir de casa, la libertad tiene un precio, concretamente 60 euros.
Cuando le he enseñado la ropa a mi hija me ha dicho que no se pone eso ni de coña, que si me he vuelto loca. He intentado convencerla, pero se ha cerrado en banda. Que no, que no y que no. Como aún quedan unos días para entrar en esa fase de desconfinamiento parcial creo que podré hacerla cambiar de opinión.
Mientras espero, tengo que pensar mejor algunos puntos flacos de mi plan, lo de vestirla como una niña creo que puede colar. Lo que no sé es cómo hacer pasar por una cría pequeña a alguien que mide 1,70 metros de estatura, ahí tengo un problema, lo reconozco, porque la nena ha crecido bastante. De todas formas, no pierdo la esperanza, algo se me ocurrirá.
Continuará…