Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

17 de diciembre de 2022

Lecturas para regalar(se)

 

En estas fechas tan señaladas, donde todos andamos cual pollos descabezados comprando regalos, es muy típico recomendar libros como una opción para solucionar la incógnita de qué comprarle al cuñado, a la suegra o al amigo invisible.

En los blogs de literatura es habitual que en el mes de diciembre se publiquen entradas con un resumen de las lecturas del año donde se destacan las que más han gustado. Pero no solo el espacio bloguero se dedica a esto, en diferentes ámbitos internautas (todos relacionados con la literatura, claro) es común que nos den un ranking de los libros más vendidos, o más aclamados o lo que sea que haga que una lectura destaque sobre las demás.

Yo no voy a ser menos. Pero no voy a aburrir a nadie con las novelas que he leído este año, ni con estadísticas sobre cuántas me gustaron mucho, un poco o nada. Este año voy a recomendar libros para regalar, y cuando escribo regalar me refiero tanto a los compromisos con familiares y amigos como a uno mismo: libros para obsequiar a terceros o para agasajarse pidiéndoselos a Papá Noel, a los Reyes Magos o a una prima directamente.

Además, las recomendaciones que vienen a continuación son muy especiales porque algunas se refieren a escritores que inician su andadura en esto de publicar y me gusta colaborar a darles luz, dentro de mis escasas posibilidades porque este blog no tiene una «audiencia» muy elevada, aunque sí muy selecta.

En otros casos, los escritores ya tienen un buen currículo literario, aunque eso no me impide insistir para que se lean igualmente. Cuando un producto es bueno hay que promocionarlo y compartirlo como se nos dice en la Biblia (ahora que estamos en fechas tan pías): «Y al que enseña la palabra, que comparta toda cosa buena con el que le enseña.» (Gálatas 6:6).

Así que si no sabéis qué regalar esta Navidad aquí tenéis unas cuantas ideas. Por otra parte, si ya lo tenéis pensado lo mismo podéis cambiar de opinión y, en lugar de los calcetines o el pijama de turno, dais la campanada con una buena sorpresa.

Libros de RELATOS

Irreal como la vida misma (Josep M. Panadés)

Irreal como la vida misma 2 (Josep M. Panadés) 

Relatos sin rumbo fijo (Francisco Javier Morales Orozco)

Solo hay una clase de monos que estornudan (Ezequías Blanco)

La ventana (Raúl Ógar)

Absurdamente: antología del absurdo (Pedro Fabelo)

Moldeando palabras (Varios autores)*

Ahora que nadie nos oye: déjame que te cuente (Varios autores)*

Arcanum Fabulis: relatos de la España misteriosa (Varios autores)*

*En estas antologías aparecen relatos de una servidora. Espero se me perdone la inmodestia.


NOVELAS

El Círculo del Alba (Luisa Ferro)

Solo sombras (Dolores Payás)

Lerna. El legado del Minotauro (Javier Pellicer)

Opopónaco (Raúl Ógar, José Martínez Vargas y Luis del Val Carrasco)

El pozo de las luciérnagas (Luisa Ferro)

La sanadora del emperador (Luisa Ferro)


¡Hala! Hay para elegir. Como me entere de que aún hay alguno que se esté preguntando qué regalar, le tiro de las orejas.

Aprovecho la ocasión para desearos a todos unas Felices Fiestas y que os traigan muchas cosas buenas Papá Noel o los Reyes Magos. O vuestra prima.



3 de diciembre de 2022

El que oye llover

 

Amaneció oscuro, un cielo encapotado ensombrecía el paisaje. El día anterior el capitán había podido observar la inmensa ciudad desde un altozano y disfrutar de la maravilla de sus construcciones, donde destacaban unas enormes pirámides escalonadas, más los canales que atravesaban la magnífica urbe, pero hoy el ambiente cargado de humedad amenazando lluvia dificultaba la visión.

Lástima que el día no acompañe porque esta nueva Venecia es digna de contemplar con admiración dijo el jefe de la expedición a su lugarteniente.

¿Estuvisteis allí, capitán?

No, don Pedro, pero en Cuba hablé con veteranos de la guerra en Italia que me contaron de aquella ciudad asentada en una laguna y donde las calles son ríos, al igual que sucede aquí.

—Con tanta humedad, mal lugar para huesos viejos replicó Antón de Alaminos. Tanto en aquesta villa como en la cristiana de Italia.

No lo diréis por vos —contestó el capitán—. Acostumbrado habéis de estar a las humedades siendo piloto como sois y marino desde que vuestra madre os destetó.

—Siendo marino o labrador, el reuma y los achaques a todos nos llegan con la vejez —porfió el piloto.

—Mas no me negaréis qué grandeza es contemplar tamaña ciudad con grande trabajo de ingeniosos constructores que realizaron este portento —argumentó el capitán extendiendo los brazos hacia delante.

Hernán Cortés, tras replicar a su subalterno, se sumió en sus recuerdos. Cuando salió de Cuba buscaba nuevos territorios que le dieran riqueza y gloria; sobre todo riqueza. Lo de la gloria no estaba mal, pero tampoco era prioritario. Mas nunca pudo imaginar que aquella búsqueda resultara tan ardua y al mismo tiempo tan fascinante pues había atravesado territorios variopintos, con gentes belicosas y amables (más de las primeras que de las segundas) y con paisajes asombrosos (aún permanecía en su retina la imagen del volcán humeante Popocatepétetl).

Mucho habían penado desde el desembarco en la isla de Cozumel, nueve meses atrás. Aun así había merecido la pena. Los nativos que fueron conociendo en su deambular informaban de que en el interior se hallaba una urbe importante, no los villorrios paupérrimos que habían encontrado por Yucatán. Los totonacas hablaban de una ciudad poderosa, y lo hacían con admiración y respeto teñidos de temor. Las poblaciones sometidas por las que pasaron veneraban a los dueños de aquel país por el miedo a que las masacraran. Precisamente, ese miedo había generado mucho odio y el capitán supo utilizarlo en su beneficio. De qué manera, si no, iba a contar en sus filas con los fieros tlaxcaltecas, guerreros formidables que manejaban con precisa habilidad sus arcos disparando mortíferas flechas. Para ponerlos de su lado él también empleó el miedo, en este caso el de la pólvora. Nunca habían visto un arcabuz y eso ayudó mucho. Si los tlaxcaltecas eran buenos arqueros, los soldados españoles eran buenos tiradores. Aunque se tardaba más en recargar el arma de fuego que el arco, el destrozo que producía una bala sobre la carne era mayor que el de una flecha, así que los pobres diablos con plumas, a pesar de su valentía y arrojo, se acogotaron bastante.

Los caballos también fueron una buena baza para convencerlos. Los tlaxcaltecas eran fieros, pero algo pardillos, pensó el capitán, mira que creer que montura y jinete eran un mismo ser. De una manera u otra, en Tlaxcala consiguió añadir a sus menguadas fuerzas un gran ejército de buenos luchadores. Es cierto que los tlaxcaltecas eran bastante rencorosos y cuando llegaban a las aldeas afines a sus odiados mexicas se ensañaban con la población, sin embargo, solo el odio es capaz de vencer el miedo.

En Cholula se excedieron un poco, las cosas como son, pensó el capitán, no había ninguna necesidad de matar tanto, aunque, cuando no se tienen todas consigo, mejor que sobre que no que falte. En cualquier caso, gracias al rencor, y a los certeros flechazos de sus aliados, Cortés había podido llegar hasta el corazón del imperio azteca. Sí, habían pasado muchas calamidades (sobre todo los de Cholula), pero mereció la pena. De momento.

—Mirad, señor. Ya están aquí.

La tronante voz de su lugarteniente sacó a Hernán Cortés de sus pensamientos. Una canoa adornada con dibujos representando animales avanzaba por el canal aledaño al islote donde se encontraba la delegación de expedicionarios (los trescientos soldados junto a los tres mil tlaxcaltecas se habían quedado a las afueras en actitud expectante con los arcabuces y las flechas bien visibles, por alardear y por asustar también).

De la embarcación bajaron varios personajes a cuál vestido de la manera más llamativa. Casi todos llevaban grandes penachos de plumas multicolores, uno de ellos portaba un casco con la forma de una cabeza de pájaro y otro con la de una serpiente. Unos llevaban largas túnicas de diferentes texturas, otros lucían el torso descubierto y tan solo ocultaban sus vergüenzas con un taparrabos, los más llevaban petos ornamentados con huesos, más plumas y cuentas de plata. Escudos con filigranas, capas coloridas y collares de jade, ónix, turquesas y oro completaban el atuendo de los recién llegados. Se suponía que en dicha comitiva se encontraba el emperador de aquel vasto territorio, pero era tanta la suntuosidad de las vestimentas que fue imposible averiguar quién de todos ellos era.

—Yo creo que el rey es el de la cabeza de pájaro —dijo el capitán Diego de Ordás con cierto aire de suficiencia pues desde que había subido el primero a la cima del volcán Popocatepétetl se las daba de entendido en todo.

—No, el jefe va a ser el de la capa de plumas y oro —replicó el piloto Alaminos.

—Mucha pluma lleva ese para ser el que manda —dijo Portocarrero, otro capitán de la expedición.

Un hombre, con una túnica blanca ribeteada con hilos de oro y con la cabeza rapada sobre la que llevaba un casco de plumas verdes, se adelantó.

—Mah cualli xihualacan.

—Doña Marina, haced el favor —inquirió Cortés haciendo señas a una bella mujer con una larga melena negra y ostentosos pendientes de oro.

Ki'imak k óol taale'ex waye' —dijo la mujer traduciendo del náhuatl[1] al maya[2].

—Don Jerónimo, haced el favor —volvió a hablar el capitán, esta vez sin hacer gestos, a un fraile que también se acercó para replicar:

—Bienvenidos —dijo el monje traduciendo del maya al español.

—Decidle que gracias —contestó Cortés.

Yuum bo'otik —dijo Jerónimo dirigiéndose a la mujer en maya.

Tlazohcamati miyac —dijo doña Marina dirigiéndose en náhuatl al de la túnica blanca con el casco de plumas verde.

—Esto de comunicarse en tres idiomas es harto complicado —dijo por lo bajini Portocarrero—. O doña Marina aprende el español o don Jerónimo aprende además del maya el náhuatl ese que hablan los mexicas. Ya llevamos un rato y solo se han dicho dos frases. Nos van a dar las uvas.

—Y encima está empezando a llover —añadió Alaminos mirando al cielo.

Después de las salutaciones de rigor, el emperador Moctezuma se dio a conocer. No era ninguno de los que suponían los hombres de Cortés. El rey resultó ser un hombre más bien bajito al que el penacho de plumas en forma de abanico que llevaba en la cabeza no conseguía ocultar su corta estatura. Collares de turquesas y oro adornaban su cuello, brazaletes de bella manufactura se enroscaban en sus morenos y delgados brazos.

Mientras doña Marina y Jerónimo de Aguilar traducían lo que Cortés y Moctezuma se decían, la incipiente lluvia se había convertido en un aguacero de tomo y lomo. La comitiva decidió seguir con la reunión en un palacio cercano donde, además, se instalarían Cortés y sus capitanes. Los soldados españoles y tlaxcaltecas tendrían que buscarse la vida y el resguardo por su cuenta, fuera de la ciudad.

Una vez dentro de un edificio adornado con murales multicolores repletos de representaciones de animales (jaguares, serpientes, águilas…), Moctezuma se dispuso a hablar con Cortés a través de los intérpretes. No se dijeron gran cosa, pero el parlamento duró horas. En la conversación intervinieron tanto los integrantes del séquito del emperador como los ayudantes del capitán de la expedición. Entre estos últimos la voz potente de Pedro de Alvarado era la que más se escuchaba, achantando un poco a los mexicas por el vozarrón y también por el color rubio de la barba y el pelo que tan extraño les resultaba. Aquel grandullón más parecía un dios enfadado que un simple extranjero.

En la delegación azteca había un participante que se mantuvo callado durante toda la reunión. Llevaba un tocado engalanado con plumas, cómo no, y ocultaba el rostro tras una máscara tallada en turquesa donde dos grandes orificios permitían a su portador ver sin que los demás lo vieran a él.  En el lugar de la boca sobresalían dos grandes colmillos y unas orejas promintentes, también de turquesa, adornaban los laterales. El individuo, mientras los demás departían, se limitó a permanecer en silencio; parecía atender al ruido del exterior por su querencia en orientar sus oídos hacia una de las aberturas que, a modo de ventana, daba luz y dejaba entrar el aire.

—¿Y ese qué hace? —preguntó Portocarrero a Diego de Ordás.

—Parece que está escuchando los sonidos de fuera.

—Fuera solo se oye llover.

­Le gustará el sonido de la lluvia.

Estos mexicas son gente rara.

Bueeeno… concluyó Ordás encogiéndose de hombros sin darle importancia. Después de subir a la cima del volcán Popocatepétetl ya nada le impresionaba.

Terminado el encuentro, la delegación azteca se retiró al palacio de Moctezuma. 

No sé aún si son dioses o mortales. Los signos son confusos dijo el emperador mientras suspiraba de alivio cuando un esclavo le quitó de encima el penacho de plumas (pesaba un montón).

Hay que sacrificarlos cuanto antes fue la respuesta de un sacerdote (el de la túnica blanca que había dado la bienvenida a los extranjeros).

¿Estás seguro, Toyatzin? preguntó Moctezuma masajeándose las sienes. El gorro de plumas tan pesado y la conversación en tres idiomas le habían levantado dolor de cabeza.

Segurísimo. Nuestros cuchillos de obsidiana abrirán sus pechos y sus corazones derramarán sangre caliente en el altar. Eso complacerá a los dioses.

No sé, no sé. ¿Has visto al gigante con el pelo color de fuego? preguntó de nuevo el emperador haciendo alusión a Pedro de Alvarado. Es igualito a Tonatiuh[3].

Ahí el sacerdote Toyatzin debía reconocerle a su jefe que algo de razón tenía. El tipo ese tenía una presencia imponente y más parecía dios que mortal. Aun así, él quería ver a todos los forasteros abiertos en canal en la cúspide de la pirámide del templo mayor dedicado a Hitzilopochtli[4] y a Tlaloc[5].

¿Qué opinas tú, Chimalpopoca? Moctezuma se dirigió al individuo con la máscara de turquesa que no había abierto la boca en toda la reunión con los barbudos.

Los extranjeros nos traerán la aniquilación.

—¿Te lo ha dicho Tlaloc a través de la lluvia?

Me lo han dicho las miradas de avaricia que he visto en sus rostros cuando se internaban en nuestra ciudad. Que hayan insistido en llegar hasta aquí después de los regalos que les has enviado según avanzaban por tus dominios es otra muestra que da idea de sus intenciones. No se van a ir por las buenas.

¿Pero eso te lo ha dicho la lluvia enviada por Tlaloc o no? insistió el soberano azteca.

No, pero…

Si no es Tlaloc, no me valen tus consejos. Tu misión es oír llover, no interpretar los gestos de nuestros invitados, porque invitados son insistió mirando esta vez a Toyatzin que estaba acariciando un cuchillo de obsidiana. Les trataremos con cortesía, no quiero enfadar a los dioses. Ya veréis como los convencemos para que se vayan.

Durante un buen rato tanto Toyatzin como Chimalpopoca intentaron hacer cambiar de parecer a su señor, pero este se limitó a escuchar el aguacero que descargaba fuera de palacio. Se encogió de hombros y mantuvo la misma actitud que el sacerdote de Tlaloc durante la recepción a los extranjeros: como el que oye llover.

 

 


 

NOTA

«Como el que oye llover» es una expresión que se refiere a alguien que no presta atención a lo que decimos. Su origen se remonta a la llegada de los conquistadores españoles a América, concretamente a su encuentro con los aztecas en 1519. Cuando Hernán Cortés se reunió con Moctezuma, el emperador americano llegó con todo su séquito, en el que se incluía un joven muchacho que ocupaba el cargo de Quiahuitlacapoc, una especie de sacerdote de Tlaloc, dios azteca de la lluvia. El Quiahuitlacapoc (que viene de quiahuitl, lluvia, y de acapoc, escuchar, sentir) tenía la función de escuchar e interpretar el sonido de la lluvia, ya que los aztecas creían que Tlaloc les enviaba mensajes a través de cada aguacero, ya fueran proféticos (pluviomancia) o, sencillamente, de orientación y organización de la vida y la sociedad. Este Quiahuitlacapoc llamó poderosamente la atención de los soldados españoles, que lo veían presente en los encuentros entre Moctezuma y Cortés pero ensimismado, ajeno a la conversación y escuchando la lluvia mientras su emperador se jugaba la suerte de su imperio. Tanto les sorprendió su papel y su abstracción que acabó siendo el centro de sus burlas. «El que oye llover», como le apodaron, pasó a tener por tanto su significado actual, el de alguien presente en una conversación, pero perdido en sus propios pensamientos.

 

Fuente: https://emitologias.wordpress.com/2015/02/26/como-el-que-oye-llover-origen/



[1] Lengua de los aztecas.

[2] Lengua de la península del Yucatán.

[3] Dios azteca del sol.

[4] Dios azteca de la guerra.

[5] Dios azteca de la lluvia.


23 de noviembre de 2022

Maldito italiano

 


—¡Maldito italiano! Es endemoniadamente bueno. ¡No puedo con él! Siempre ha sido una piedra en mi zapato. ¡Cómo le odio!

El hombre que así maldecía se paseaba con angustia por la pequeña habitación en la que estaba viviendo desde hacía meses. Sus ingresos habían mejorado bastante. Su última ópera parecía que había sido bien acogida por el público.  El estreno de «La flauta mágica» con él mismo como director fue todo un éxito. ¡Por fin! Su talento como compositor operístico se veía reconocido. Aunque ese maldito italiano lo había conseguido mucho antes que él.

El italiano del demonio había obtenido un gran triunfo en La Scala de Milán con tan solo veintiocho años. Se implicó a conciencia en el encargo de su majestad María Teresa de Austria y lo hizo muy bien, el maldito. Después le siguieron muchas óperas más y el reconocimiento de la familia imperial. ¡Menuda traición! ¿Cómo se puede alabar el trabajo de un extranjero por encima del de un súbdito leal?

El compositor se mesaba los cabellos de su peluca ya de por sí bastante despeinada pues en los últimos tiempos había descuidado mucho su aspecto y su higiene. Su hermana y su esposa intentaban cuidarlo, pero él no se dejaba. Tenía que componer, debía superar a ese maldito italiano. Pero la inspiración no llegaba. La fiebre que solía aquejarle desde niño ahora era una compañera molesta y fiel que se negaba a abandonarlo. Le dolían mucho las articulaciones y un molesto sarpullido le salpicaba todo el cuerpo.

¡Me están envenenando!

Wolfgang, no digas tonterías le dijo su hermana Sophie. Estás muy débil porque apenas comes, ni duermes. Te niegas a seguir los consejos del médico que te propone reposo y tranquilidad.

¡Tranquilidad! ¿Cómo voy a estar tranquilo? Ese maldito italiano me está calumniando por los salones de Viena. No parará hasta acabar conmigo.

¿Ya estás otra vez? Sophie tiene razón, debes descansar. Tú mismo te estás matando con esa obsesión por el pobre Antonio que no pisa Viena desde hace mesesdijo Constanze, la esposa del compositor, en ayuda de su cuñada.

¿Obsesión? ¿Obsesión dices? ¡Ja! No, señoras mías. Vosotras, que sois espíritus buenos, no podéis ver la maldad, pero yo sí. Ese maldito italiano es el demonio encarnado.

El compositor empezó a revolver entre un amasijo de papeles desperdigados sin orden encima de una mesa atestada de cachivaches.

¿Dónde está? ¿Qué habéis hecho con mi obra?

¿Qué dices, Wolfgang? preguntó Sophie.

¡Estaba aquí! La partitura que escribí ayer. La dejé en esta mesa y ahora ha desaparecido.

Querido esposo, ayer no escribiste nada. Permaneciste todo el día en el jardín, gritando, para mayor desesperación de nuestros vecinos que ya no te soportan más. ¡Por el amor de Dios, serénate!

¡Ya sé lo que está ocurriendo! Él os ha embaucado ¿verdad? ¡Confesad! Os ha pagado para que le entreguéis mi trabajo y así luego apropiárselo. Como ya lo hizo cuando yo era un chaval. ¡Maldito italiano!

No vuelvas con lo mismo otra vez, hermano. Sabes que ese pobre hombre nunca te hizo mal. Nunca se apropió de nada tuyo, ni de nadie. No le hace falta, Wolfgang. Es un hombre rico y respetado en su país y en el nuestro. No necesita…

¡Cállate! la interrumpió el compositor. No soporto ver cómo os ponéis de su parte.

Mientras deambulaba como un poseso por la habitación, Mozart recordó lo humillante que fue el duelo de óperas que, tantos años atrás, el emperador José II, ese asqueroso traidor, propuso para averiguar cuál era el mejor estilo operístico: el italiano o el alemán. Su obra fue precisa y virtuosa, pero el maldito bastardo de Italia hizo una creación que encandiló al público presente. Aún resonaban en su cabeza los aplausos que llevaron al emperador José a proclamar a Salieri como el mejor compositor de Europa. 

Pero claro continuó con sus recuerdos en voz alta, el traidor del emperador ya prefería al italiano desde mucho antes. ¡Le incluyó en el cuarteto del que él mismo formaba parte con tan solo dieciséis años!

Wolfgang, tú tocabas el piano con cuatro… No te hagas mala sangre y deja de pensar en Antonio, por favor.

Si yo hubiera tenido mejor salud… Seguro que habría cosechado éxitos antes que él prosiguió enajenado y obviando el consejo de su esposa. Pero el destino me ha sido aciago siempre, me dio una constitución débil. Esa maldita viruela que contraje al llegar a Viena me impidió asistir a la audición de la emperatriz madre. La mala suerte siempre fue mi compañera.

De tu mala salud no tiene la culpa el destino, hermano. Ni la mala suerte. Si padre no te hubiera paseado por media Europa en condiciones insalubres para ganar el respeto que ansiaba… todo habría sido muy distinto argumentó Sophie.

Padre quería lo mejor para mí.

¿Estás seguro? Solo le interesaba la fama y el dinero. Tu salud física y mental nunca le preocupó. Fue toda su vida un hombre amargado y me temo que acabó por contagiarte su frustración y su paranoia con conspiraciones y ataques que solo su mente enfermiza veía.

Cuando tildó de traidor a nuestro emperador no era paranoia, era verdad siguió porfiando el músico.

Reconocía que su padre había sido un tirano, obsesionado con demostrar a propios y extraños las excelencias de su hijo con la música, pero, aun así, sabía detectar los peligros de la corte donde, por otra parte, tanto deseaba introducir a su hijo.

¿Traidor, el emperador José? Cuando, por patriotismo, quiso promocionar la música alemana por encima de la italiana, tu odiado contrincante tuvo que volver a Italia, y solo entonces tú pudiste descollar. Reconócelo, esposo mío. ¡Y descansa, por todos los cielos! Estás ardiendo de fiebre.

¡Sois unas arpías! Todos estáis en contra mía. ¡Estoy solo! Pero seré el más grande. Algún día se me reconocerá.

Mientras, entre su hermana y su esposa, metían casi a empujones a Mozart en la cama, este siguió despotricando.

Seré reconocido como el más grande compositor de todos los tiempos. Sin necesidad de duelos de óperas ni estupideces cortesanas. Y si hace falta adornar algunos hechos, que así sea.  Seguro que algún director de cine se encargará de versionar mi vida de una manera más amable, aunque sea mentira. Tanto me da. Y a ese maldito italiano lo pondrán a bajar de un guindo.

¿Cine? ¿Qué es eso, Sophie? preguntó Constanze a su cuñada.

Ni idea. La fiebre le hace delirar e inventa palabras extrañas.

Ya veo el título de la película: «Amadeus». Será un éxito de taquilla.

—¿Película? ¿Taquilla? ¿Pero qué dices, Wolfgang? preguntó con extrañeza la esposa.

—Dice incoherencias. Es la fiebre, seguro —insistió Sophie—. No le hagas ni caso.

—Lo único que no me gustará de esa película será la risita idiota del actor protagonista. Pero no importa. Salieri será el villano. Y lo mejor: le echarán la culpa de mi muerte —añadió con una sonrisa—. ¡Maldito italiano!

 

NOTA HISTÓRICA: el  compositor Antonio Salieri fue un reputado músico alabado y laureado durante toda su carrera profesional. En la corte de José II de Habsburgo ganó fama y reconocimiento. En los años ochenta del siglo pasado, el director de cine Milos Forman versionó la vida de Mozart en la película "Amadeus" que es considerada por los entendidos en música como un compendio de errores históricos y musicales. Entre esos errores se halla la imagen de Salieri, un personaje completamente diferente de la realidad.



19 de noviembre de 2022

Vuelvo al blog (que conste que no es una amenaza)

Por fin regreso a este blog después de una ausencia de cuatro meses. El parón veraniego fue más largo de lo que tenía pensando. Proyectos literarios me han tenido alejada de este espacio. Dos aventuras ilusionantes no me han permitido dedicar el tiempo necesario para atender correctamente el blog. Ahora que esos dos proyectos están encauzados es hora de volver.

Sin desvelar demasiado por eso de que puede traer mala suerte, contaré que uno de los proyectos ha consistido en rematar y terminar mi primera novela (dado el trabajo que me ha dado lo mismo también es la última).

Además de estrenarme como «novelista» (perdonadme lo pretencioso del término) he enviado el manuscrito a un certamen de una editorial de peso, es que yo me vengo arriba con mucha facilidad y tengo más moral que el Alcoyano. Supongo que en dicho concurso no me voy a comer una rosca, pero lo cierto es que el desafío me ha proporcionado un estímulo enriquecedor y por eso, independientemente del resultado, yo ya estoy satisfecha.

Escribir una historia más larga de lo que supone un relato, el género en el que me he estado moviendo hasta ahora, es un reto e implica un arduo trabajo. He disfrutado mucho perfilando personajes, dándoles vida, dirigiendo sus destinos y decidiendo qué iba a pasar con ellos: a este me lo cargo, a este le salvo...

Además, he descubierto que la historia evoluciona según vas escribiendo. Siempre creí que cuando un escritor se ponía a realizar una novela tenía pensado el principio, el desarrollo y el final desde el inicio. También es cierto que en algunas entrevistas de autores famosos estos decían que cuando se ponían a escribir no tenían ni idea de cómo iba a terminar la historia. Bueno, sin ponerme yo al mismo nivel de esos escritores tan laureados, tengo que confesar que a mí me ha pasado algo parecido. Empecé escribiendo una idea y una historia y algunos personajes aparecieron para ganar más protagonismo al mismo tiempo que otros, en origen, más importantes pasaban a un segundo plano. También la deriva de estos fue muy distinta a la que yo tenía en mi cabeza al empezar. Qué cosas.

Me ha costado muchísimo trabajo y he contado con la ayuda inestimable de una amiga sin la que este desafío no habría llegado a buen puerto. Pero, a pesar de esas «penurias», me lo he pasado pipa. Tanto me he divertido que ya estoy escribiendo la segunda novela. Hala. Ya os he dicho que me vengo arriba enseguida.

El segundo proyecto en el que me he embarcado es también una obra literaria, pero esta vez con otros escritores.  Sin adelantar demasiados detalles por los mismos motivos que antes, puedo contar que se tratará de una antología de relatos con un «motivo» común y en la que una servidora participa con diez cuentos. En cuanto vea la luz ya os presentaré el resultado.

Y estas son las razones por las que he estado desaparecida, mas ya estoy de vuelta. Poco a poco retomaré mis historias del descubrimiento de América y volveré a poner voz a esos conquistadores tan locos y fanáticos. También espero reengancharme a los retos que otros blogueros proponen en forma de micros o de relatos sobre algún tema. En fin, que me reincorporo después de esta excedencia autoimpuesta.

¡Qué contenta estoy de volver!



20 de julio de 2022

Bilogía DONDE MUEREN LOS DRAGONES DE JADE

 

Bilogía DONDE MUEREN LOS DRAGONES DE JADE – Luisa Ferro

El pozo de las luciérnagas

Marzo de 1279, en la desembocadura del río Perla se desarrolla una batalla naval, las tropas de Kublai Kan dan un serio varapalo a los chinos, tan serio que derroca a la dinastía Song y los mongoles serán los nuevos gobernantes de China.

Akame asiste al final de esa dinastía y se pierde en sus recuerdos. La historia retrocede unos años para trasladarnos al hogar de esta mujer, hija de un médico que regenta una botica en la capital del imperio Song del Sur. Rodeada de plantas medicinales y remedios de toda clase, aprende junto a su padre el arte de sanar.

La historia la cuenta ella, Akame, y nos relata cómo es su vida, la vida de una mujer en la China del siglo XIII. Una vida rodeada de otras mujeres, todas relegadas al papel que la sociedad de la época les asigna: obedecer y procrear. Una mujer que no da descendientes varones a su familia es un ser inútil.

«Supe entonces que, por el mero hecho de haber nacido mujer, mi sino sería el sufrimiento y la obediencia.»

Pero algunas mujeres, como Akame, aspiran a algo más e intentan rebelarse a su manera.

En el mundo femenino en el que se desenvuelve no siempre reina la paz. Si los hombres luchan por el poder económico, político y social, las mujeres luchan entre ellas también por el poder. Las concubinas por ganarse el favor de su señor, la primera esposa por ser la que gobierne sin cortapisas el acotado, pero no exento de intrigas, hogar familiar.

En este primer libro de la bilogía nos adentramos en ese mundo femenino sujeto a las convenciones de la época: el torturador proceso del vendado de pies para frenar su crecimiento, la contratación de casamenteras que ponen en contacto a las familias para concertar un matrimonio, etc.

Con un preciosismo digno de admiración Luisa Ferro nos muestra el hogar de Akame. Es tal el detalle y está tan bien contado, que olí las flores del jardín, oí el roce de la seda de los vestidos y sentí las emociones de la protagonista. Fue como vivir allí. Toda la exuberancia y el exotismo de Oriente plasmados con el verbo excelente de Ferro, con un lenguaje cuidado libre de pedantería.

Pero a mí lo que más me gustó fue el “otro” mundo de Akame: la botica donde aprende a preparar remedios para diferentes dolencias. Luisa Ferro cuenta con detalle, pero sin caer en el abuso, las diferentes prácticas de medicina de la época. Akame, rodeada de mujeres, atiende los problemas exclusivos de las féminas: asiste a partos, cuida de los neonatos, regula menstruaciones, palía los efectos de la menopausia.

A la luz de lo que cuento, cabría pensar que esta novela es feminista. A mí no me lo ha parecido. Es mucho más, es una novela femenina, donde las mujeres y su particular mundo son los protagonistas. Sujetas a la mentalidad de la época, y actuando acorde al momento en el que les ha tocado vivir, cada mujer de esta historia reacciona según su forma de ser. Algunas, como Akame, se preguntan por qué no pueden aspirar a algo más que a obedecer a un marido impuesto y a parir sucesores. A lo largo de la historia de la Humanidad siempre ha habido seres que han querido ir más allá, ellos (en este caso, ellas) son los que han hecho que este mundo cambie a mejor.

La sanadora del emperador

En la segunda novela de la bilogía, asistimos al ascenso de Akame como sanadora. Su reducido mundo se amplía cuando, por avatares del destino que se cuentan en la primera novela, recala en la Ciudad Imperial para asistir a una de las concubinas del emperador. En la vida de Akame no solo aparece el éxito profesional, también entra el amor encarnado en Cao Ren, un personaje que forma parte de ese preciado elenco de seres que quieren ir un paso por delante de los demás (esos que mejoran el mundo). Su mentalidad abierta para la época hará que Akame caiga rendidamente enamorada. Así que en esta historia maravillosa también hay romanticismo y pasión. A este respecto he de remarcar que Luisa Ferro no recurre a la ñoñería ni al almíbar para contarnos el romance entre los dos personajes, algo que yo le agradezco de corazón porque suelo ser demasiado sensible con el azúcar y algo intolerante también.

Pero no nos olvidemos que Kublai Kan está acosando el imperio. El ejército mongol va ganando poco a poco terreno y esa amenaza condiciona todo lo que pasa en esta segunda novela. En «El pozo de las luciérnagas» la narración es más pausada, pero en «La sanadora del emperador» impera más la acción. Este cambio de ritmo también me encantó y demostró que quien hace algo así es alguien que sabe escribir muy bien: Luisa Ferro. La autora no solo domina el lenguaje, también los tiempos y el ritmo de la narración haciendo que el lector se enganche a la historia, o quizás sería mejor decir historias, porque varios personajes nos muestran aquí sus antecedentes y pasado.

El exotismo propio del escenario y la época, en esta segunda novela también está presente. Una delicia.

Por otra parte, la labor de documentación de la autora es de aplausos y hasta de reverencias. El rigor y el detalle caracterizan la forma de trabajar de Luisa Ferro y en estas novelas lo demuestra: Historia, farmacopea, costumbres sociales, ritos de todo tipo y muchos temas más los aborda con seriedad y profesionalidad, pero sin aburrir con datos innecesarios. Da información sin pasarse; así es como se debe escribir novela histórica y esa es la novela histórica que a mí me gusta, porque aprendo y también me divierto.

Una bilogía para leer y para releer. Es de esas historias que sabes que volverás a ellas releyendo y que yo, cuando me ocurre esto, suelo hacer adquiriendo el libro en papel, algo que en este caso no podrá ser porque solo está disponible en versión digital, una pena. En fin, nada es perfecto.

Este verano aún no me he ido de vacaciones, pero en realidad leyendo esta bilogía sí que lo he hecho. He viajado a la China imperial, he visitado lugares exóticos y he conocido personajes de lo más interesantes, además he tenido también acción porque había un ejército de invasores pisándonos los talones. Una gozada de viaje.

 



11 de julio de 2022

Sana, sana, colita de rana (Segunda Parte)


 Pater noster, qui es in caelis, sanctificetur Nomen Tuum. Adveniat regnum tuum, fiat voluntas tua, sicut in caelo, et in terra.

Mientras Álvar posaba las manos sobre la cabeza del indígena que yacía en un catre, el resto de los habitantes del pequeño poblado guardaba un silencio reverencial tan solo roto por la voz del barbudo curandero rezando en latín.

Tras terminar la oración, Álvar se incorporó y se dirigió a la compañera del enfermo.

Hierbe en agua las hojas de esta planta dos veces al día y dale de beber la infusión, verás cómo irá mejorando. Yo vendré a rezar mañana. No temas, mujer.

Gracias, sanador, desde que estás aquí el ritmo del corazón se ha apaciguado. Que los dioses te acompañen siempre respondió ella bajando la cabeza y besando las manos de Álvar.

—Son la Virgen y Nuestro Señor quienes lo consiguen replicó él haciendo la señal de la cruz sobre la indígena—. Yo solo soy su humilde instrumento.

Tras dejar a la mujer al cuidado del enfermo, el jefe de la tribu se acercó a Álvar.

—No sé qué mal hemos hecho, pero hay varios enfermos en el poblado. Gracias por recalar en nuestro pobre hogar para sanarnos. Pídeme lo que quieras y te lo daré si está en mi poder.

—Un mapa cristiano no estaría mal como pago —respondió en español Estebanico que, junto a Alonso y Andrés, había asistido a la escena final.

—Calla de una vez —le reconvino también en español Álvar—. Gracias a las atenciones de esta buena gente estamos vivos, no seas quejica. Acércate a la choza de la izquierda y rézales una avemaría, luego iré yo y prepararé una tisana para la tos de la anciana que desde aquí la oigo toser.

—Sabes que los rezos no hacen nada, ¿verdad? —intervino Alonso—. Si no fuera por tus conocimientos de las plantas que por aquí crecen, esta gente estaba más que muerta de sus achaques.

—Claro que lo sé, Alonsillo. Pero debemos hacernos valer; que crean que nuestros rezos tienen poderes curativos nos procura una calidad especial sobre los demás curanderos. Parece mentira que después de tantos años no te hayas dado cuenta. Jefe Nitchuá, no te preocupes por nosotros —se dirigió al indígena volviendo a la lengua náhualt[1]—, con que nos proporciones un lugar tranquilo para reponer fuerzas es suficiente.

—Y algo de oro —replicó Estebanico otra vez en español.

Tras acomodarse en una de las mejores chozas que la tribu tenía, los cuatro expedicionarios comieron fruta que los nativos les habían servido en unos cuencos.

—Está buena esta… cosa —dijo Andrés mientras daba cuenta de un fruto oleaginoso con un gran hueso en su interior.

—Se llama ahuacatl[2] —respondió Alonso—. Sí que está bueno, sí. Deberíamos cultivarlo.

—¿Antes o después de irnos de aquí? —rezongó malhumorado Estebanico—. Lo que deberíamos es pensar en regresar con los nuestros. Ya estoy harto de vivir entre salvajes.

—Pues yo no echo en falta nada —contestó Alonso—. Desde que este —señaló a Álvar— curó de esa herida tan fea a aquel guerrero pima [3]nos reciben a cuerpo de rey por donde vamos: tenemos comida, alojamiento, mujeres… y todo por rezar en latín, igual que si fuéramos curas.

Las sonoras carcajadas de Alonso sacaron de su ensoñación a Álvar que estaba rememorando el momento al que aludía su compañero. La punta de flecha que tenía clavada aquel pima estaba alojada muy cerca del corazón, extraerla sin matar al herido casi fue un milagro, puede que los rezos algo tuvieran que ver porque ni él mismo creía que su pericia fuera tan buena. La noticia corrió como la pólvora y su fama de curandero era conocida en miles de millas a la redonda.

 Antes de aquello, tuvieron que vivir momentos muy duros. El río por el que ascendieron resultó ser un lugar peligroso lleno de corrientes profundas y fuertes, con remolinos que succionaban todo lo que se ponía a su alcance. Realmente era un río muy bravo. Afortunadamente consiguieron escapar de una muerte segura cuando se desviaron en uno de sus afluentes, los nativos lo llamaban Sinaloa, donde la corriente era menor, aunque tampoco nada desdeñable.

 Ocho años llevaban recorriendo aquel vasto territorio que no tenía fin. Álvar nunca pudo imaginar que vería lugares y gentes tan asombrosos: indígenas ataviados de las formas más llamativas que uno pudiera pensar, con costumbres y ritos variopintos que él iba anotando en un cuaderno de viaje[4]; praderas infinitas donde los pastos llegaban hasta donde la vista alcanzaba, sin una sola montaña alrededor, y donde pacían unos animales imponentes y majestuosos parecidos a los toros, pero con una joroba en el lomo[5].

Realmente Álvar había descubierto muchos pueblos y lugares, su afán de conocer había sido más que saciado, pero añoraba su tierra, estar rodeado de gente afín, no solo de Alonso, Andrés y Estebanico. Sí, ya era hora de pensar en volver.

—Puede que tengas razón, Estebanico. Es hora de regresar a casa.

—Pero, hasta ahora no hemos encontrado una ruta que nos lleve a Nueva España, y mira que lo hemos intentado —replicó Alonso al que la idea de volver no le hacía demasiada gracia porque su mirada azul y su largo pelo rubio hacían estragos entre las nativas que le dedicaban mejores y más intensos favores que al resto de sus compañeros.

—Tendremos que prestar más atención a lo que nos dicen los pobladores de esta zona. ¿Os habéis fijado que hace unas semanas, en aquel poblado a la orilla del río Sinaloa, sus gentes no se extrañaron al vernos? Normalmente se asustan cuando ven nuestras barbas y los ojos claros de Alonso, pero allí no. Eso demuestra que han visto a alguien parecido a nosotros. Deberíamos tirar por ahí.

—Eso en realidad no demuestra nada —insistió Alonso mientras daba una calada a su pipa.

—A ti lo que te pasa es que te has aficionado a fumar, el humo no te deja pensar con claridad. Esa planta no puede ser buena —dijo Estebanico al que las objeciones de Alonso ya le estaban empezando a fastidiar.

—¿Esto? —respondió el aludido señalando su pipa—. Esto no es malo. Al contrario, esto quita todos los males —aspiró el humo cerrando los ojos.

—No lo parece cuando toses por las mañanas —recalcó Andrés al que, al igual que a Estebanico, le parecía que Alonso estaba demasiado pendiente de su pipa, de hecho, cuando se le terminaba el tabaco se ponía de muy mal humor.

—Descansemos esta noche y mañana emprendemos camino al poblado del río —zanjó la discusión Álvar.

Al día siguiente y después de rezar el avemaría prometido al nativo con problemas cardiacos y tras asegurarse que las tisanas de moyotli[6] le estaban haciendo efecto, se despidieron del jefe Nitchuá y embarcaron río arriba.

Cerca del poblado al que había hecho referencia Álvar, encontraron un indígena que llevaba puesto un morrión.

—¡Por las barbas de mi abuelo! —dijo Estebanico saltando de alegría—. ¿Dónde has conseguido eso? —añadió en náhualt.

El indio les indicó un lugar cercano, al otro lado del río. Según sus explicaciones por ahí estaban acampados más barbudos como ellos.

—No nos hagamos ilusiones, lo mismo son más almas perdidas como nosotros… —añadió sin mucha convicción Alonso que ya empezaba a añorar la buena vida que tenía y que, probablemente, no mantendría cuando estuviera rodeado de compatriotas.

En el lugar que el nativo les indicó encontraron un campamento de expedicionarios españoles procedentes del asentamiento de Culiacán[7]. Tras ser recibidos como los náufragos perdidos que eran, y con el asombro debido por tantos años de vagar por tierras desconocidas, los cuatro compañeros se volvieron a vestir con las ropas que ya les parecía pertenecían a otra vida.

El capitán de la expedición acogió en su tienda a Núñez Cabeza de Vaca.

—Vive Dios que vuestra odisea es digna de ser registrada en los libros de historia.

—Bien creí que nunca nadie sabría de mis vivencias pues más de una vez pensé que entregaría mi alma rodeado de extraños y sin dar fe de lo vivido a alguien que pudiera contarlo a mis iguales —respondió Álvar saboreando la copa de vino tinto que el capitán le había ofrecido.

—Seguro que el rey, nuestro señor, os dará prebendas y buenos dineros para que descanséis en vuestro Jerez natal, porque ya se os habrán quitado las ganas de explorar —rio el capitán brindando con su invitado.

—No sé si daros la razón, señor. La verdad es que vi tan grandes cosas y tan singulares que… puede que mi Jerez natal me resulte demasiado pequeño. Ahora que ya he visitado el norte tengo curiosidad por saber qué hay al sur.

—¿Estáis seguro de querer seguir pasando penalidades? Hay muchos peligros en estas tierras dejadas de la mano de Dios.

—Bueno, si vienen mal dadas… siempre puedo dedicarme a ser curandero. Y a rezar.


FIN



Recorrido de Núñez Cabeza de Vaca en su primer viaje a América.

 


NOTA: Álvar Núñez Cabeza de Vaca regresó a España y fue nombrado adelantado. Tres años después se volvió a América; su segundo viaje le llevó al sur del continente.

 

 




[1] Lengua del noroeste de México.

[2] Aguacate en náhualt.

[3] Grupo indígena de Sonora (México).

[4] Álvar Núñez Cabeza de Vaca recogió las primeras observaciones etnográficas sobre las poblaciones indígenas del golfo de México, escribiendo una narración titulada Naufragios, considerada la primera narración histórica sobre los territorios que hoy corresponden a Estados Unidos.

[5] Bisontes o búfalos americanos.

[6] Planta con propiedades cardiotónicas.

[7] Noroeste de México.

Hada verde:Cursores
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