La vida de las paredes es la primera novela de la ilustradora Sara Morante. Estos dos datos creo que son muy importantes a la hora de valorar esta historia.
La novela se desarrolla a principios del siglo XX y narra la vida de los habitantes del edificio situado en el número 16 de la calle Argumosa.
Quizás, sería más adecuado decir que narra la vida de todo lo que hay en ese edificio, pues la vidriera que hace de claraboya en la escalera o las gárgolas que custodian el tejado también tienen su protagonismo y algo que contar. Dentro de estos personajes inanimados las paredes cuentan igualmente otras historias, por ejemplo, las que encierran las fotografías que están colgadas en ellas.
Lo primero que hacemos nada más abrir el libro es conocer a los habitantes del edificio, La autora nos describe a estos personajes y al mismo tiempo acompaña dichas descripciones con ilustraciones de los mismos.
Así, vamos conociendo a los porteros, que viven en la planta baja. Un matrimonio con una triste historia de pérdida a sus espaldas.
Carmen y Emilio, los porteros |
Conocemos a la dueña del inmueble y habitante de la primera planta, Berta Noriega. Una mujer liberal y algo enigmática que vive a su aire, sin importarle mucho los convencionalismos.
Berta Noriega |
También conoceremos al matrimonio López y a su hijo, que viven en el primer piso donde las fotografías que adornan las paredes cuentan una desgraciada historia de amor y venganza.
Los López |
En el segundo piso vive Fernando Ruballo, un voyeur cuyas reprobables actitudes se muestran inquietantes -como es preceptivo en un voyeur-. En el piso aledaño se hospeda María, una bordadora con penurias económicas que trata de paliar patéticamente, vendiendo su cuerpo, y cuyo único solaz es la compañía de un jilguero.
Fernando y María |
Por último, en el ático se alojan un pintor y su Musa. La Musa fue una famosa equilibrista que se enamoró del pintor al que sirvió de inspiración y que, tras un desgraciado accidente, vive agarrada a una muleta.
La Musa |
Dentro de los protagonistas inanimados están las gárgolas y la preciosa vidriera que comunica el techo de la escalera con el tejado. Y, uniéndolo todo, las paredes; las paredes que son testigos mudos de la vida de los moradores del edificio, que acompañan en la dicha y en la desgracia a los habitantes y que a través de esos inquilinos tienen vida propia.
Más que una novela yo calificaría esta historia como un cuento. Un cuento bellamente ilustrado. Las imágenes me encandilaron desde que vi la portada y es lo que me mantuvo atenta a la narración. La sencillez de las ilustraciones me gustó mucho.
No sé si por hacer un guiño a ese estilo tan peculiar de pintar, la escritora ha utilizado también un estilo muy sencillo al escribir. El caso es que esa sencillez, que en los dibujos me gustó, no me agradó en la lectura. Me ha parecido demasiado plana la forma de contar el argumento -el escaso argumento, pues la trama no es nada complicada- y no he conectado con ninguno de los personajes. Asistí al devenir de los protagonistas con mucha frialdad y no me conmovió nada de lo que les ocurre -y eso que a algunos les ocurren cosas muy tristes-.
Una historia sencilla, de personas sencillas. Una historia muy bien contada a través de sus imágenes aunque no tanto a través de sus palabras.
Kirke
NOTA: Todas las imágenes pertenecen a la novela y son obra de la escritora.