Gruesos
chorretones de agua recorren su cuerpo. El oscuro bronce de su piel brilla con
el agua que la cubre por completo.
Una tormenta repentina ha venido a perturbar el idílico día primaveral
del que estaban disfrutando los visitantes del parque. El brillante sol que
lucía hace unos instantes se ha visto cubierto por negros nubarrones que, en
cuestión de unos pocos minutos, vuelcan su cargamento de agua intempestiva
convirtiendo el paraíso en un infierno de lluvia y viento.
Ella permanece impertérrita ante el aguacero que asola la zona. Son ya
muchos los años que lleva viviendo allí, ya está acostumbrada a los bruscos
cambios de clima característicos de la ciudad que la recibió hace más de un
siglo. Se sintió parte integrante de la urbe desde el primer momento, fue
acogida como suelen hacerlo sus lugareños: con naturalidad, alegría, demostrando
que en esa villa nadie es forastero, ni siquiera Ella, una alegoría.
Nada más llegar la ubicaron en un lugar privilegiado, formando parte de
un conjunto escultórico pletórico de simbolismos. Ella es la representación de
la Ciencia, uno de los cuatro emblemas que simbolizan los pilares en los que el
progreso se sustenta. La Industria, la Agricultura y las Artes son sus otras
tres compañeras.
A sus pies un estanque custodiado por cuatro sirenas cabalgando enormes
criaturas marinas y armadas con tridentes. En la superficie del agua los patos
y las barcas conviven en armonía. El cadencioso chapoteo de los remos se mezcla
con las risas de quienes bogan entre las miradas curiosas de las carpas que boquean
en la superficie para, acto seguido, sumergirse en la pequeña profundidad del lago.
Y arriba, en un pedestal privilegiado y
separado del suelo, el protagonista del monumento, un rey a caballo que, sable
en mano, pasa revista a sus súbditos, aunque muchos de quienes a sus pies
pasean no sepan ni su nombre ni cuándo ni cómo reinó.
Árboles centenarios la rodean procurando frescor en verano y una imagen
de abandono en invierno, cuando se desnudan de hojas; entre las ramas todo tipo
de pajarillos se esconden, sus alegres trinos se mezclan con las melodías de
los músicos callejeros donde se alternan armoniosos valses al son de un violín
con estridentes acordes de jazz emitidos por una trompeta.
La alegría la rodea, mas Ella está triste. Su mundo, el que Ella
representa y del que es alegoría, se tambalea. La ignorancia va ganando
terreno, su poder avasallador arrasa todo. La Historia que impregna el entorno,
las piedras, los árboles, el agua, es desconocida por la mayoría de los
paseantes, solo interesados en capturar con la cámara de sus teléfonos una
instantánea que constate su paso por allí, sin saber que, en aquel lugar,
pasaron muchos otros dejando huella. Una huella cada vez más difusa, más
borrosa, apenas visible, oculta por tanta estulticia y oscurantismo.
A veces, Ella no puede evitar reír cuando esos cazadores de imágenes
autocomplacientes pasan, sin hacerle una sola foto, delante de la compañera que
custodia la entrada al monumento, ignorando que es la diosa Cibeles, la misma
que se afanan en capturar con sus cámaras en una fuente cercana al parque.
Unas barcas permanecen abandonadas a unos metros de donde ella se
encuentra. El chaparrón ha provocado que sus tripulantes desistieran de ir al
embarcadero optando por huir de la lluvia saltando a la orilla más cercana. El desamparo
de esas barcas, solas, sin ocupantes que las gobiernen, la sume más en la
tristeza. Ella también se ha quedado sola, huérfana.
Nadie la observa ahora, y cuando la fotografían tampoco. Miran sin ver,
observan sin entender. Un transportador de ángulos en la mano diestra, un libro
abierto en la izquierda y varios tomos a sus pies representan los instrumentos con
los que la Ciencia se vale.
Para qué tanto afán en representar símbolos si ya nadie sabe qué
significan; la mayoría desconoce qué es un transportador de ángulos y mucho
menos para qué sirve.
Cada nuevo plan de estudio demuestra ser más ineficaz que los que le
precedieron. Las nuevas generaciones afrontan el futuro inmersas en la
incultura donde la Matemática ocupa, de todas las ciencias, el dudoso honor de
ser la más ignorada. Calcular una simple regla de tres se convierte en un
problema insoluble; la proporción es una incógnita oculta, un arcano
inaccesible e inextricable. La tecnología permite acceder a las imágenes de estrellas
muy lejanas, a millones de años luz de distancia, pero muchos no saben
convertir un metro en centímetros.
Corren malos tiempos para la Ciencia. No tiene amparo, ni patrocinio, ni
sostén. Los pocos que aún la defienden abandonan la lucha agotados por el
desánimo.
Cuando aquel filósofo huraño y malhumorado dijo «Que inventen ellos»
sentenció la actitud de todo un país hacia la Ciencia. Aunque puede que lo
único que hiciera con aquella malhadada frase fuese mostrar el carácter de sus
gentes, amigas del disfrute y de dejar lo difícil e intrincado para otros. Pero
al cascarrabias se le olvidó añadir que los logros y el avance tecnológico
también serían para ellos.
Pequeñas olas producidas por el vendaval de la tormenta lamen los peldaños que llegan hasta la orilla del estanque; el chapoteo adormece, aletarga el dolor. Ella se deja mecer por el sonido; mientras, las nubes se van alejando más ligeras tras haber liberado su lastre de agua. Un tibio sol asoma, con timidez se empeña en sumir en el olvido la reciente tempestad. El agua que todo lo cubría unos momentos antes ahora solo está presente en algunos charcos aislados. Su piel de bronce se seca, pero Ella sigue llorando.