Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

28 de marzo de 2024

Malos tiempos

 


Gruesos chorretones de agua recorren su cuerpo. El oscuro bronce de su piel brilla con el agua que la cubre por completo.

Una tormenta repentina ha venido a perturbar el idílico día primaveral del que estaban disfrutando los visitantes del parque. El brillante sol que lucía hace unos instantes se ha visto cubierto por negros nubarrones que, en cuestión de unos pocos minutos, vuelcan su cargamento de agua intempestiva convirtiendo el paraíso en un infierno de lluvia y viento.

Ella permanece impertérrita ante el aguacero que asola la zona. Son ya muchos los años que lleva viviendo allí, ya está acostumbrada a los bruscos cambios de clima característicos de la ciudad que la recibió hace más de un siglo. Se sintió parte integrante de la urbe desde el primer momento, fue acogida como suelen hacerlo sus lugareños: con naturalidad, alegría, demostrando que en esa villa nadie es forastero, ni siquiera Ella, una alegoría.

Nada más llegar la ubicaron en un lugar privilegiado, formando parte de un conjunto escultórico pletórico de simbolismos. Ella es la representación de la Ciencia, uno de los cuatro emblemas que simbolizan los pilares en los que el progreso se sustenta. La Industria, la Agricultura y las Artes son sus otras tres compañeras.

A sus pies un estanque custodiado por cuatro sirenas cabalgando enormes criaturas marinas y armadas con tridentes. En la superficie del agua los patos y las barcas conviven en armonía. El cadencioso chapoteo de los remos se mezcla con las risas de quienes bogan entre las miradas curiosas de las carpas que boquean en la superficie para, acto seguido, sumergirse en la pequeña profundidad del lago.  Y arriba, en un pedestal privilegiado y separado del suelo, el protagonista del monumento, un rey a caballo que, sable en mano, pasa revista a sus súbditos, aunque muchos de quienes a sus pies pasean no sepan ni su nombre ni cuándo ni cómo reinó.

Árboles centenarios la rodean procurando frescor en verano y una imagen de abandono en invierno, cuando se desnudan de hojas; entre las ramas todo tipo de pajarillos se esconden, sus alegres trinos se mezclan con las melodías de los músicos callejeros donde se alternan armoniosos valses al son de un violín con estridentes acordes de jazz emitidos por una trompeta.

La alegría la rodea, mas Ella está triste. Su mundo, el que Ella representa y del que es alegoría, se tambalea. La ignorancia va ganando terreno, su poder avasallador arrasa todo. La Historia que impregna el entorno, las piedras, los árboles, el agua, es desconocida por la mayoría de los paseantes, solo interesados en capturar con la cámara de sus teléfonos una instantánea que constate su paso por allí, sin saber que, en aquel lugar, pasaron muchos otros dejando huella. Una huella cada vez más difusa, más borrosa, apenas visible, oculta por tanta estulticia y oscurantismo.

A veces, Ella no puede evitar reír cuando esos cazadores de imágenes autocomplacientes pasan, sin hacerle una sola foto, delante de la compañera que custodia la entrada al monumento, ignorando que es la diosa Cibeles, la misma que se afanan en capturar con sus cámaras en una fuente cercana al parque.

Unas barcas permanecen abandonadas a unos metros de donde ella se encuentra. El chaparrón ha provocado que sus tripulantes desistieran de ir al embarcadero optando por huir de la lluvia saltando a la orilla más cercana. El desamparo de esas barcas, solas, sin ocupantes que las gobiernen, la sume más en la tristeza. Ella también se ha quedado sola, huérfana.

Nadie la observa ahora, y cuando la fotografían tampoco. Miran sin ver, observan sin entender. Un transportador de ángulos en la mano diestra, un libro abierto en la izquierda y varios tomos a sus pies representan los instrumentos con los que la Ciencia se vale.

Para qué tanto afán en representar símbolos si ya nadie sabe qué significan; la mayoría desconoce qué es un transportador de ángulos y mucho menos para qué sirve.

Cada nuevo plan de estudio demuestra ser más ineficaz que los que le precedieron. Las nuevas generaciones afrontan el futuro inmersas en la incultura donde la Matemática ocupa, de todas las ciencias, el dudoso honor de ser la más ignorada. Calcular una simple regla de tres se convierte en un problema insoluble; la proporción es una incógnita oculta, un arcano inaccesible e inextricable. La tecnología permite acceder a las imágenes de estrellas muy lejanas, a millones de años luz de distancia, pero muchos no saben convertir un metro en centímetros.

Corren malos tiempos para la Ciencia. No tiene amparo, ni patrocinio, ni sostén. Los pocos que aún la defienden abandonan la lucha agotados por el desánimo.

Cuando aquel filósofo huraño y malhumorado dijo «Que inventen ellos» sentenció la actitud de todo un país hacia la Ciencia. Aunque puede que lo único que hiciera con aquella malhadada frase fuese mostrar el carácter de sus gentes, amigas del disfrute y de dejar lo difícil e intrincado para otros. Pero al cascarrabias se le olvidó añadir que los logros y el avance tecnológico también serían para ellos.

Pequeñas olas producidas por el vendaval de la tormenta lamen los peldaños que llegan hasta la orilla del estanque; el chapoteo adormece, aletarga el dolor. Ella se deja mecer por el sonido; mientras, las nubes se van alejando más ligeras tras haber liberado su lastre de agua. Un tibio sol asoma, con timidez se empeña en sumir en el olvido la reciente tempestad. El agua que todo lo cubría unos momentos antes ahora solo está presente en algunos charcos aislados. Su piel de bronce se seca, pero Ella sigue llorando. 









17 de marzo de 2024

No fue para tanto

 


Qué mal llevan algunos que se les contraríe. Desde luego hay que tener mucho cuidado cuando se hace oposición. Milenios llevo pagando mi indisciplina y, de verdad, no fue para tanto.

Sigo pensando que mi rebeldía estaba fundamentada. Tanta norma y orden estrictos me pareció excesivo. Yo solo quería algo más de relax y un poco de diversión.

Soberbia dijeron que era mi pecado, y mi manera de actuar, orgullo y prepotencia. Que si me creía el amo, que si era un envidioso. Las altas esferas me denigraron y me rebajaron a lo execrable. De hecho, ahora encarno el mal. Peor que yo, nada ni nadie.

El asunto empezó cuando me postulé para un ascenso. Le propuse al jefe que me situara a su derecha y que me consultara cuando fuera a crear o dictaminar algo relacionado con el orbe y su funcionamiento, porque para algo me llamaba Lucifer, «portador de luz»: eso es lo que yo pretendía, aportar luz y esplendor. ¡Cómo se enfadó! Se puso hecho una furia. Empezó a lanzar rayos y truenos. Claro que yo también me alteré, primero porque no es soberbia querer prosperar, y segundo, porque quien no acepta consejos ese es el soberbio. Total, que no solo no me ascendió, sino que me despidió expulsándome del cielo.

Me sentó mal, las cosas como son, pero tampoco me importó demasiado. El cielo es muy aburrido y, además, el color blanco, muy soso; es mucho más elegante el negro. Eso sí, desde entonces no he recibido más que insultos, que digo yo que eso tampoco es muy caritativo, tanto que presumen de bondad allá arriba.

Fue tal el empeño en desprestigiarme que hasta el nombre me quitaron, ahora soy Satán, o Satanás, que significa «adversario». El apelativo no está mal, aunque a mí me hubiera gustado más «opositor», así me veo yo. Eso de que todos piensen igual, también es muy tedioso.

A veces, ni me nombran, sencillamente soy «el diablo». Y eso también me agrada porque si alguien dice «ángel» hay que especificar para diferenciar entre el ejército de adláteres de Dios, en cambio, si se dice «diablo» se refiere única y exclusivamente a mí. He ganado protagonismo, y que conste que Él, el de arriba, es quien me lo ha dado y eso que se quejaba de que yo era un egocéntrico.

Sigo pensando que fue un error expulsarme del organigrama celestial. A los humanos les infundo pavor (un miedo interesadamente incentivado por quienes quieren denigrarme para justificar mi despido), pero, lo cierto, es que les habría ido mucho mejor si hubiera estado a la derecha de Dios, para aconsejarle y evitar algunas salidas de tono cuando pierde los papeles: el jefe, al enfadarse, también tiene lo suyo, y si no que se lo pregunten a los de Egipto cuando les mandó las diez plagas.

Reconozco que a mí también me va la marcha, pero tengo otra visión muy diferente sobre qué es castigar.

Yo, por ejemplo, prefiero ofrecer tentaciones: sexo, gula, desenfreno. Quien acepta mi ofrecimiento se condena y no podrá ir al cielo, pero ¿y lo bien que se lo pasa mientras? Eso hay que tenerlo en cuenta.

Además, el cielo está sobrevalorado. A mí tampoco se me permite ir allí, pero ya estuve en él y puedo comparar. Ahora no tengo normas ni control. Es muy cómodo. Dispongo de absoluta libertad, hago lo que quiero y me da igual si alguien se ve perjudicado por mis acciones. Además, es muy fácil conseguir adeptos, apenas me tengo que esforzar, en cambio, mi oponente cada día pierde seguidores y es lógico, no pueden pecar y así la vida es muy aburrida.

Puedo estar en muchos sitios a la vez, una capacidad estupenda que no me fue retirada al castigarme y que me encanta. Uno de los lugares que más frecuento se halla en un parque de Madrid, allí se ubica una estatua en mi honor. Son pocos los escultores que se han atrevido a representarme, pero ésta, además, me muestra al natural. Normalmente me encarnan con cuernos, ojos de loco, una barba ridícula de chivo y pezuñas de cabra: un espanto. Sin embargo, en esa escultura estoy muy guapo, como yo soy (podría disculparme por la inmodestia, pero no lo haré porque esta es otra prerrogativa de ser el diablo). Es cierto que la postura en la que estoy es algo incómoda, pero ya me he acostumbrado.

Cuando por allí me quedo observo a los viandantes y las múltiples actividades que se desarrollan en la plazuela donde está mi escultura. Los viernes se ponen a hacer taichí unos ancianos patéticos que me hacen carcajear con sus poses pseudo orientales (¿de verdad se creen que eso que hacen es taichí?). Los sábados viene un grupo de patinadores principiantes, es divertidísimo ver los esfuerzos que hacen por mantener el equilibrio y no caerse: hace dos semanas, uno se estampó contra un árbol, se rompió varios huesos y se lo llevaron en ambulancia, fue para partirse de la risa. Los domingos acude a bailar rumba un nutrido grupo de mujeres que, más que bailar, lo que hacen es echarle los tejos al monitor, un mulato todo músculo y que sabe menear el trasero de maravilla; uno de esos domingos, en cinco minutos, conseguí desatar la lujuria en todas las participantes, incluidas dos septuagenarias que ya se habían olvidado de lo que significa un orgasmo. Me lo paso fenomenal.

Creo que, a Dios, castigándome, le salió mal la jugada porque ahora es cuando tengo lo que yo quería. Viendo cómo me va, no fue para tanto.

 


 



12 de marzo de 2024

Billete de ida y vuelta (Segunda Parte)

 

 

Jalisco (Nueva España[1]), 20 de noviembre de 1564

 ¡Este cura es un fastidio! ¡Mal rayo le parta!

Quien así protestaba era el estibador del puerto de Barra de Navidad. Desde hacía dos semanas la nueva expedición a las islas Filipinas traía de cabeza a todo el personal del puerto de Jalisco. Equipar las cinco naves con sus pertrechos para los trescientos cincuenta hombres que irían en ellas suponía un arduo trabajo, pero en este caso, además, se sumaba la concienzuda labor del fraile encargado de organizarla: Andrés de Urdaneta y Ceraín.

Pobre Andresillo exclamó un marinero observando al estibador desde la cubierta de una de las naos, anda como pollo sin cabeza.

Tiene razón en quejarse replicó un compañero que observaba también el trajín previo a la partida. Ese fraile es muy pesado, creo que se excede en embarcar tanta fruta a bordo.

Dice que es para que no se nos caigan los dientes durante la travesía. Que los alimentos frescos evitan la enfermedad que hace sangrar las encías[2]. Parece un hombre cultivado y que sabe lo que hace.

Puede, pero tanto coco y piña… Donde esté un buen potaje... Además, a qué tanto mandar, se supone que quien gobernará esta escuadra será el almirante Legazpi, ¿por qué no se encarga él del avituallamiento?

Porque es hombre de tierra, la única vez que se ha subido a un barco fue para venir desde España hasta aquí.

Mal empezamos, si no sabe gobernar un barco, difícil veo llegar a las Filipinas.

Eso pienso yo, pero tú tranquilo, en la nao capitana, la nuestra, será el fraile quien pilote, y ese es experto en navegación, así que nosotros nada hemos de temer.

¡Qué raro! Un monje navegante.

Antes fue militar, participó en varias expediciones y estuvo muchos años en las Molucas. Es viajado. Dicen que tiene un hijo, de su época de juventud. Se hizo agustino ya cumplidos los cuarenta años.

Un almirante inexperto, un fraile padre de un hijo y con pasado militar. Vive Dios que este viaje ya comienza de extraña manera. Quiera la Virgen que lleguemos sin contratiempos.

Amén.

 

Isla de Cebú (Filipinas), 25 de abril de 1565

Pues no se nos ha dado mal la travesía y la conquista, ¿verdad, páter?

Miguel López de Legazpi sonreía ufano desde el castillo de popa frente a la costa de una de las islas Filipinas. Su interlocutor, en cambio, presentaba un semblante serio.

No os confiéis. Bien es cierto que hasta ahora todo ha marchado estupendamente, mas creo que tenemos delante el principal escollo de nuestro viaje contestó Andrés de Urdaneta.

Vamos, padre. No seáis pesimista. El viaje hasta estas islas transcurrió sin problema, tan solo tardamos tres meses en atravesar el Pacífico y sin bajas que lamentar. He de reconocer que, la salvaguarda de la tripulación, fue gracias a vuestros desvelos e interés en embarcar grandes cantidades de alimentos frescos.

El fraile no pudo evitar sonreír ante el halago de su superior.

Además, en poco menos de cuatro meses hemos sometido casi todo el archipiélago. Ha sido realmente fácil.

Legazpi se sentía orgulloso de la campaña, una gran cantidad de islas habían sido conquistadas sin apenas esfuerzo. Guam, Samar, Leyte y muchas más estaban ya bajo su mando, algo que le agradaba sobremanera pues Felipe II, además de darle el cargo de almirante y general de la armada, también le había nombrado gobernador de las tierras conquistadas lo que ahora le convertía en un hombre poderoso.

No entiendo que os mostréis taciturno, señor Urdaneta insistió el almirante algo contrariado ante la actitud del fraile.

Vos mismo lo acabáis de decir. Hemos sometido casi todo el archipiélago. Delante tenemos la isla donde el jefe Humabon mandó asesinar en un banquete a casi treinta hombres de Magallanes después de que éste fuera muerto en la cercana isla de Mactán. Son gentes traicioneras estos isleños.

No os preocupéis, ese jefe hace años que está ardiendo en el infierno.

Cierto es, pero ahora gobierna su hijo, el rajah Tupas. De tal palo, tal astilla. Puede que nos espere el mismo trato. Quiera Dios que la delegación que habéis enviado traiga buenas noticias.

El agustino se santiguó mientras, en susurros, rezaba un padrenuestro.

Mirad, páter. Ahí están nuestros hombres.

En ese momento, una chalupa con la delegación a la que hacía alusión el fraile, llegó hasta la nao capitana. Una vez que los pocos integrantes estuvieron a bordo, el almirante fue a saber la respuesta al ofrecimiento que se les había hecho a los habitantes de Cebú que, básicamente, consistía en una rendición sin condiciones.

Legazpi se acercó al cabecilla de la delegación y, sin necesidad de preguntar nada, éste contestó ante la mirada inquisitiva del almirante:

Han dicho que no. Están reuniendo a los guerreros, he podido ver más de dos mil acantonados en las cercanías del palacio del jefe. Van a presentar batalla, señor.

Os lo dije, estos no son como los de las otras islas espetó el agustino.

Bien, pues yo no soy como los integrantes de la expedición de Magallanes. Si no aceptan por las buenas, será por las malas. Mañana sabrán mi respuesta.

Al día siguiente los habitantes de Cebú conocieron dicha respuesta por parte de Legazpi: estuvieron todo el día recibiendo cañonazos que dejaron arrasada toda la ciudad cercana a la costa. Cuando cesaron los cañonazos, una canoa fue al encuentro de la nao capitana.

Un emisario de Tupas se dirigió a Legazpi hablando en su lengua. El intérprete tradujo:

Dice que quieren firmar un acuerdo de paz.

Urdaneta sonrió satisfecho; le hubiera gustado tener delante a quienes cuestionaron su decisión de elegir a su primo Legazpi como almirante. Buenas razones asistían al fraile y en esos momentos estaba muy claro el porqué.

 

Isla de San Miguel (Filipinas), 1 de junio de 1565

 Dejo a vuestro gobierno, tal como os encomendó nuestro rey y señor, las islas y yo me pongo en manos de Dios y de Nuestra Señora para que nos acompañe en la búsqueda del tornaviaje.

Urdaneta dio un fuerte abrazo a su pariente y ahora gobernador de todas las islas Filipinas.

¿Estáis seguro por dónde regresar a Nueva España? preguntó Legazpi.

Creo que, yendo más al norte, hacia las islas del Japón, hay corrientes favorables que nos llevarán a las costas de donde partimos hace ocho meses. Con la ayuda de Dios llegaremos contestó el agustino.

Confío más en vuestro criterio que en el patrocinio celestial si os soy sincero, fray Andrés. Muchos hombres han desaparecido cuando, encomendándose a la Virgen y a Cristo, quisieron llegar a Nueva España y de nada les sirvió, ahora son pasto de los peces o, lo que es peor, presos de Portugal replicó Legazpi, un hombre pragmático a todas luces.

Sea como fuere, esperemos la ayuda de Dios.

 

Acapulco, 8 de octubre de 1565

 Alabado sea el Señor que nos ha concedido la merced de regresar a Nueva España. Somos los primeros en realizar tamaña hazaña.

Andrés de Urdaneta se arrodilló nada más pisar tierra. Habían encontrado la corriente favorable para ir por el Pacífico desde el este al oeste[3]. El viaje había durado ciento treinta días, recorriendo más de catorce mil kilómetros, a una media de ciento treinta al día, lo que se considera una proeza y a la que contribuyó seguir esa corriente propicia.

Señor, acabáis de entrar en la Historia añadió el segundo de a bordo. Y yo os agradezco, en nombre de toda la tripulación, vuestro empeño en embarcar gran cantidad de fruta, de lo contrario no habríamos llegado todos vivos dado lo largo del viaje.

He cumplido con la misión que se me encomendó. Ahora solo pretendo regresar a mi convento de Nueva España, recluirme y dedicarme a la lectura y a la contemplación. Esto de viajar es muy fatigoso.

Me temo, señor, que eso aún habrá de esperar. Debéis comunicar a nuestro soberano vuestro hallazgo.

El agustino asintió abatido, obedecer órdenes reales era más cansado de lo que uno podía pensar. Antes de cumplir con sus propios deseos debería realizar un último viaje. Agachando la cabeza y con una sonrisa de resignación se dijo:

Al menos, la ruta de ida y vuelta desde América a España ya está muy trillada.

FIN

 


NOTA DE LA AUTORA

A pesar de la modestia de su artífice, el llamado tornaviaje se convirtió en una ruta crucial para el comercio del imperio español y un punto de inflexión para conectar todas las posesiones del vasto territorio en manos de Felipe II.

 Las naves (conocidas con el genérico nombre de Galeón de Manila) podían cruzar el océano Pacífico entre los puertos de Nueva España en América y el de Manila en Filipinas. Esta ruta funcionó durante más de dos siglos, propiciando el comercio entre Asia y América y, por lo tanto, España. Tal importancia tuvo que la ruta era secreto de estado y solo los capitanes de las escuadras conocían el derrotero exacto bajo juramento y penas rigurosas si revelaban sus conocimientos.

Cincuenta años después de la muerte de Colón, los galeones de Manila cumplieron su sueño de llegar a Asia navegando por el oeste.

 




[1] México.

[2] Escorbuto.

[3] Actualmente se conoce como corriente Kuro Siwo

3 de marzo de 2024

Billete de ida y vuelta (Primera parte)

 


Esto es inaceptable. ¿Cómo que no se puede volver?

El monarca paseaba iracundo de un extremo a otro de la espaciosa y sobria sala en la que se encontraba con su secretario particular. Un frío helador se colaba por los resquicios de las ventanas mal encajadas del alcázar, aunque al rey no parecía afectarlo.

Las corrientes y vientos desfavorables hacen imposible regresar desde las islas Filipinas a nuestras posesiones en ultramar. La única forma de volver es por el oeste y ese es territorio de los portugueses, majestad.

Pero cómo voy a tener una propiedad en la que mis súbditos una vez que llegan se tienen que quedar para siempre ante la imposibilidad de volver. Así no hay manera de mercadear; de qué me sirve cargar naos con preciadas especias si no se pueden traer aquí. Además, de seguir mandando barcos que no regresan, esas islas acabarán llenas de gente.

El soberano se pasó la mano por sus rubios cabellos con el ceño fruncido.

Antonio, haz el favor de encontrar una solución, que para eso eres consejero y mi mano derecha.

Majestad, lo que os cuento no es capricho. Muchos son los que han intentado hacer el tornaviaje por el este sin éxito, lo único que han conseguido es perder gran cantidad de hombres para al final volver a la ruta occidental acabando con sus maltrechos cuerpos en una cárcel portuguesa.

Mientras esto decía, Antonio Pérez, el consejero de estado y hombre de confianza de Felipe II, se acariciaba la morena barba.

El asunto es harto complicado prosiguió el consejero. El primero en intentar dicho tornaviaje desde las islas, apodadas en vuestro honor Filipinas, fue el capitán Gómez de Espinosa, tripulante de la expedición de Magallanes que buscó llegar a Panamá con la perjudicada nao Trinidad y que tuvo que volver por occidente para ser apresado por los portugueses.

El monarca compuso un gesto serio. Aquella primera vuelta al mundo realizada en tiempos de su padre fue un hito de la navegación, aunque muchos quedaron por el camino, o muertos o presos, como el capitán Gómez de Espinosa que anduvo muchos años de cárcel en cárcel hasta que, después de intensas negociaciones y desembolsar buenos dineros, pudo regresar a España.

El siguiente en buscar la ruta de regreso por aguas españolas, para evitar el apresamiento de los lusos, fue Saavedra, un leal a don Hernán Cortés continuó su enumeración Antonio Pérez. Dos veces lo intentó y las dos fracasó. Llegó desde las costas de Nueva España[1] a las de Mindanao[2], pero regresar no pudo.

Sin embargo, descubrió nuevas tierras para nos y mayor gloria de Dios interrumpió Felipe II.

Las nuevas tierras a las que hacía alusión era la isla de Nueva Guinea[3], nombre sobrevenido porque el color oscuro de la piel y el pelo ensortijado de sus habitantes recordaron a Saavedra a los naturales de la otra Guinea situada en el continente africano.

Así fue, majestad, mas el retorno a Nueva España fue imposible. El tesón de Saavedra hizo que lo intentara de nuevo sin encontrar la deseada ruta marítima de regreso, mientras que lo que sí encontró fue la muerte.

Dios lo tenga en su gloria.

Amén. Hernández de Grijalva, Bernardo de la Torre, Ortiz de Retes son más nombres a añadir al fracaso de encontrar el tornaviaje desde las islas orientales a las posesiones de ultramar, majestad. Es imposible.

Imposible. Esa palabra no la acepto, Antonio. Imposible parecía conquistar un extenso y desconocido nuevo mundo con un puñado de hombres y aquí me tienes, gobernando unos territorios donde no se pone nunca el sol. Consejero, hay que buscar con más empeño. Además, ¿qué pasa con Villalobos? No pienso dejarlo en aquellas lejanas tierras, ha de regresar.

Majestad, Ruy López de Villalobos lleva veinte años en Mindanao desde que partió de Nueva España, él fue quien envió a Bernardo de la Torre a buscar la ruta de regreso y no hubo manera. Creo que ya se ha hecho a la idea de quedarse allí.

Siento que le estoy traicionando. Fue él quien nombró las islas Filipinas así, en homenaje a mi persona. Debemos hacer algo, querido Antonio.

Felipe II no era dado a sentimentalismos, pero, de vez en cuando, tenía arranques emocionales hacia sus súbditos más leales. Muchos pensaban que aquella faceta era la herencia portuguesa de su madre, María de Portugal; desde luego esa ternura no podía provenir de su padre, un flamenco (de Flandes) estirado y bastante antipático que tardó años en aprender el idioma del país que le proporcionó riquezas y prestigio, aunque, finalmente, aceptara quedarse a vivir en él por su benigno clima y su magnífica gastronomía, mucho mejores que los de su país natal.

La misión se presenta muy difícil, pero… quizás… Hay alguien que pudiera daros gusto majestad…

El secretario se quedó pensativo provocando que el rey le mirara intrigado. Así estuvo varios minutos.

¡Antonio, por Dios! ¡Desembucha, pardiez! Felipe II era adusto en el hablar, herencia flamenca (de Flandes) de su padre, pero, también de vez en cuando, le salía el lenguaje llano de Castilla al ser nacido en Valladolid.

Andrés de Urdaneta fue la escueta respuesta de Antonio Pérez a las exigencias de su soberano.

Viendo que el monarca empezaba a impacientarse, el consejero prosiguió.

Es un fraile agustino, versado en el arte de navegar, con grandes conocimientos en cartografía y muy ilustrado. Formó parte de la expedición de Loaísa[4]; estuvo viviendo en las Molucas más de diez años y allí aprendió y tomó buena nota de todos los que anduvieron buscando la ruta de regreso a nuestros territorios de ultramar. Se ha documentado bien basándose en los errores de sus predecesores.

Que sepa por dónde no hay que ir no quiere decir que sepa dónde está la ruta adecuada argumentó pragmático Felipe II que tenía una mente sumamente analítica, en este caso herencia flamenca (de Flandes) de su padre.

Tenéis razón, majestad. Mas él cree que hay que intentarlo por otra zona más al norte, cerca de las islas del Japón; una ruta diferente a las intentonas anteriores.

Evidente, esas fueron un fracaso, lo que demuestra que por ahí no se va. Es de cajón espetó el monarca aflorando sus raíces vallisoletanas. ¿Y dónde está ese agustino navegante?

En Nueva España. Quiere organizar una expedición que vaya hasta las Filipinas y desde allí retornar. Aunque exige condiciones. Desea que dicha expedición sea gobernada por Miguel López de Legazpi y… no sé yo.

Te veo reticente, Antonio. ¿Qué le pasa a ese Legazpi?

Es un buen militar, pero no tiene experiencia como marino, majestad.

Entonces no entiendo la petición del agustino, siendo como me dices tan versado en lo suyo, desear que gobierne una expedición marítima alguien que no sabe marinear.

Urdaneta cree que le será útil cuando estén en tierra firme. Esas islas son revoltosas y aún falta mucho para doblegarlas. Os recuerdo que en una de ellas a Magallanes le dieron matarile[5] Antonio Pérez, aunque estuviera delante del monarca más poderoso del planeta, también podía ser muy campechano en el hablar por ser nacido en Madrid.

Felipe II se quedó pensativo y, tras unos minutos de meditación, dictaminó con la majestuosidad que se esperaba de él.

Doy mi plácet. Sea.

El secretario hizo una elegante reverencia (aunque fuera madrileño sabía ser solemne cuando se lo proponía) y se dirigió a preparar los documentos que dieran plena potestad a Andrés de Urdaneta para organizar y preparar la expedición desde Nueva España a Filipinas con el propósito de encontrar la ruta de vuelta o tornaviaje.

Continuará…

 


 



[1] México.

[2] Segunda isla más grande de las Islas Filipinas.

[3] Isla al norte de Australia.

[4] Expedición marítima española que pretendió colonizar las islas Molucas, ricas en especiería, y cuya propiedad se disputaban las coronas de España y Portugal.

[5] Magallanes murió luchando contra los habitantes de la isla de Mactán (Filipinas).



Hada verde:Cursores
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