Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

30 de enero de 2024

Vamos a dar una vuelta (Parte V)

«Veinte y ocho de abril del año del Señor de mil quinientos y veinte y uno.

 Dios nos ha abandonado y la suerte nos es aciaga, pero quien más abandonado se halla es nuestro almirante. En la isla de Mactán, que Dios la maldiga por toda la eternidad, se queda Magallanes. Allí permanecen sus despojos pues su alma subió a los cielos el día de ayer cuando una horda de indios enfurecidos le atacaron con saña y ferocidad salvaje.

»A fe mía que el cielo nos ha dado la espalda por caer en el nefando pecado de la soberbia, pues magna arrogancia fue querer enfrentarse a mil guerreros con poco más de medio centenar de soldados, por muchos arcabuces y corazas que nuestras tropas lleven. Soberbia fue, también, no celebrar misa antes del ataque, como hasta ahora veníamos haciendo desde que partimos de nuestra añorada España.

»Magallanes, imbuido de una seguridad rayana en la temeridad, se embarcó con un puñado de hombres a doblegar una isla en pie de guerra. Los arrecifes que rodeaban el islote, como si de una tropa auxiliar isleña se tratara, dificultaron el desembarco de nuestros hombres que tuvieron que llegar a la orilla andando entre el agua, lo que dificultó afinar la puntería para defenderse de los indios que esperaban en tierra firme lanzando dardos envenenados.

»Grande error fue también que nuestro almirante se significara con indumentaria llamativa, pues los indígenas lo supieron reconocer como el jefe que era y fueron por él en manada. Ayudado por sus hombres, Magallanes intentó retirarse mas fue herido en una pierna, además, quiso el diablo que fuera la sana que tenía porque la otra ya la traía lisiada de una herida antigua de cuando fue soldado al servicio de Portugal.»

 Pigafetta rememora cómo algunos tripulantes, cuando Magallanes no los podía oír, se burlaban de él con el apelativo de «o cojinho[1]» (‘el cojito’, simulando portugués) debido a un proyectil que le afectó gravemente una pierna en la guerra de África, dejándole cojo de por vida.

 »Las dos piernas maltratadas le procuraron un grande impedimento para correr haciendo que su retirada fuera muy lenta y proporcionó ventaja a quienes querían acabar con su vida, alcanzándole y dándole muerte con grande saña. Nada se pudo hacer por su salvación.

»El capitán Duarte Barbosa toma el mando de la armada e intenta parlamentar con los indios para recuperar el cadáver de nuestro fenecido almirante y así poder darle cristiana sepultura, mas es en vano: los indios se niegan. Quiera Dios que no profanen su cuerpo, aunque nadie cree que nuestros ruegos sean oídos pues esos salvajes tienen querencia por adornarse con pedazos amputados de sus víctimas que cuelgan de sus cuellos a modo de trofeo y constatación de su proceder salvaje.

 »Que Dios, en su infinita bondad, acoja en su seno a don Fernando de Magallanes. Descanse en paz.»


 «Uno de mayo del año del Señor de mil quinientos y veinte y uno.

 »Hay discordia entre los mandos. La pérdida de nuestro jefe, sin ser un buen dirigente, se hace notar. El capitán Barbosa, rabioso por no recuperar los restos de quien nos llevó hasta aquí, paga su frustración con el negro Enrique que le recuerda que en el testamento de su difunto amo se hace reseñar que a su muerte el esclavo recupera la libertad. Barbosa monta en cólera y hace azotar al sirviente por su impertinencia. Muchos somos a los que nos embaraza esta actitud: no se puede ir en contra de los deseos de un muerto. Quiera Dios que no nos castigue por este comportamiento del capitán.»

 

«Siete de mayo del año del Señor de mil quinientos y veinte y uno.

 »Dios sigue enfadado con nosotros. Bien por la falta de fe o por la relajación que algunos hemos hecho de nuestros deberes cristianos, hemos perdido su amparo celestial pues las desgracias no hacen más que sucederse.

»El negro Enrique se ha escapado, pero antes ha vertido en los oídos de don Carlos Humabon, el ambicioso jefe indígena cuyo apetito de poder no tiene límites, la idea de acabar con nosotros. El cacique, perdido su sueño de gobernar todas las islas tras el ataque fallido a Mactán, decide traicionarnos.

»Ayer fueron invitados a un espléndido banquete en el palacio del jefe Humabon el capitán al mando, don Duarte Barbosa, el capitán Serráo y don Andrés San Martín, piloto versado en ubicar las naos según la disposición de las estrellas. Junto a los tres capitanes van veintiséis españoles más. Todos han sido masacrados en el convite. El resto de la expedición, ante el giro dramático de los acontecimientos, nos quedamos aterrados a la par que nos quedamos también sin jefe… otra vez.»

 

«Ocho de mayo del año del Señor de mil quinientos y veinte y uno.

 »Zarpamos de este archipiélago maldito con la imagen de los compañeros vilmente apuñalados en el banquete felón tras la celada del cacique renegado. Hay controversia en quién nos dirigirá a partir de ahora. Hemos perdido dos almirantes en pocos días; algunos ven el gobierno de esta expedición como una sentencia de muerte y nadie quiere hacerse cargo.

»Se nombra al capitán Carvalho como nuevo gobernador, éste acepta el mando sin demasiada ilusión. La primera medida que toma es la orden de quemar la nao Concepción. Las bajas de estos últimos días, guerreando contra los indios del jefe Silapulapu primero y siendo víctimas de la perfidia del jefe Humabon después, no nos permiten tripular tres naos por lo que hay que sacrificar una.

»Embarcados en la Victoria y la Trinidad afrontamos un viaje incierto a través de un mar del que desconocemos todo. Nuestras mermas son notables. Se echa en falta al negro Enrique que era nuestro intérprete, también se hace notar la ausencia de don Andrés San Martín y su pericia en leer las estrellas para navegar hacia un rumbo concreto, aunque, no sabiendo bien dónde nos hallamos, nos da igual ir hacia un lado o hacia otro si bien todos queremos seguir el derrotero de poniente.»

 Pigafetta hace un alto en su escritura y rememora al piloto San Martín. Amigo de leer las estrellas también era aficionado a confeccionar horóscopos que, según decía él mismo, le avisaban de las malas decisiones. El italiano llena sus ojos de agua cuando piensa que, desgraciadamente, las estrellas le fallaron a San Martín cuando resolvió acudir al banquete del traidor Humabon, pues allí él perdió la vida y la expedición un buen piloto.

 »Veinte y seis de agosto del año del Señor de mil quinientos y veinte y uno.

 »Más de tres meses llevamos vagando por la mar océana. Sin rumbo definido y sin objetivo que alcanzar, tan solo el vago deseo de regresar a casa. El portugués Carvalho ha mostrado ser un pirata redomado, pues piratería es ir de isla en isla para atacar, robar y volver a las naos, así como asaltar las pobres embarcaciones que tienen la desgracia de acercarse a nosotros. A los compatriotas de Carvalho no les incomoda la actitud del capitán y la secundan animosos, mas los españoles no gustan de ese proceder.

»Si Dios no lo remedia, este viaje seguirá lleno de calamidades, como viene siendo desde que zarpamos de España.»

 

«Treinta de octubre del año del Señor de mil quinientos y veinte y uno.

 »Los españoles se han amotinado, después de seis meses se encuentran más que hartos de asaltar y vagar entre los islotes que por este anchuroso mar abundan. Han reducido al contingente portugués y toman el mando de la armada. El capitán Gómez de Espinosa gobierna la nao Trinidad mientras que la nao Victoria queda en manos del señor Elcano.»

 Pigafetta levanta la vista, achica los ojos y reflexiona cómo la segunda vez que el mando de una nave recae en Elcano es, de nuevo, tras el amotinamiento de parte de la tripulación.

 »Grandes quebrantos estamos viviendo y las sublevaciones es una pesadumbre más que añadir para hacer, cada día que pasa, más inciertos el destino y el final de este viaje.

»Que Nuestra Señora, madre del Redentor, nos ampare y ayude en estas horas de incertidumbre.»

 

«Seis de noviembre del año del Señor de mil quinientos y veinte y uno.

 »Hemos atracado en la isla de Tidore[2], perteneciente a las llamadas islas de las Especias. Damos gracias a Dios por alcanzar nuestro inicial destino, después de tantos padecimientos. Hace más de dos años que partimos de España.

»Las gentes de la isla nos acogen y nos agasajan regalándonos grandes cantidades de especias que aquí abundan por doquier y que tan preciadas son en nuestro mundo.»

 

»Diez de febrero del año del Señor de mil quinientos y veinte y dos.

 »Llevamos más de tres meses fondeados en las islas de las Especias. Hemos aprovechado para reparar las mermadas fuerzas y los estropeados barcos. La Trinidad está malherida, necesita gran labor de carpintería y estos meses de trabajos para recomponerla no han sido suficientes, pero el tiempo juega en contra nuestra pues es menester zarpar cuando la climatología sea propicia para realizar la travesía que nos lleve a casa.»

 

«Quince de febrero del año del Señor de mil quinientos y veinte y dos.

 »Hoy zarpamos de Timor. La Trinidad no está lista para realizar el viaje de vuelta a España. Los capitanes deciden que, cuando pueda navegar con mayor seguridad, regrese por oriente a dominios españoles de ultramar. Su destino será Panamá.

»La Victoria, al mando del señor Elcano, sigue el derrotero de poniente hacia España. Con él viajamos cuarenta y seis españoles, diecinueve indígenas y un servidor.

»Las bodegas están repletas de sacos de especias tan valiosos como si de oro se tratara. Si Dios nos lleva a buen puerto, además de realizar una gran hazaña, seremos hombres ricos gracias al preciado cargamento.»

 Pigafetta está ilusionado. Por fin vuelven a casa, aunque hay un problema que todos saben pero que nadie se atreve a plantear en voz alta. La ruta es conocida, eso les da seguridad, pero, según el Tratado de Tordesillas[3], el mar por donde Elcano y sus hombres han de navegar no puede ser recorrido por naves españolas pues es dominio portugués. El italiano sabe que eso les complica el viaje, mas confía que el instinto de supervivencia que caracteriza a su nuevo almirante, Juan Sebastián Elcano, los salve de los problemas que puedan sobrevenir. No sabe hasta qué punto se cumplirá ese deseo.

El rebelde Elcano, poco amigo de obedecer, tiene un instinto innato para salir airoso de situaciones comprometidas como ya ha dado muestras en este viaje. Además, rebeldías aparte, es un buen piloto. Su pericia, en todos los sentidos, salvará la vida de muchos, aunque aún les esperan muchas penalidades antes de llegar a casa.


CONTINUARÁ...

[1] Si bien es cierto que Magallanes era cojo por culpa de una herida que sufrió en el norte de África, el apodo es fruto de la invención de la autora.

[2] Islas Molucas, Indonesia oriental.

[3] Acuerdo entre España y Portugal donde se estableció un reparto de las zonas de navegación y conquista del océano Atlántico y el Nuevo Mundo mediante una línea que dividía en dos la zona.

 


GLOSARIO


25 de enero de 2024

Vamos a dar una vuelta (Parte IV)

 

Pigafetta lleva varias semanas postrado en su catre sin fuerzas para retomar la lectura de lo que ya lleva escrito, y mucho menos para seguir escribiendo el diario que, está seguro, será su obra póstuma pues están navegando sin rumbo ni orientación alguna. El mar infinito, que por todas partes les rodea, es el único acompañante en una travesía incierta.

Unos días después, parece que ha recuperado algo las fuerzas y retoma la escritura.

 

« Primer día de marzo del año del Señor de mil quinientos y veinte y uno.

 »Estamos perdidos. Este mar calmo, que el almirante ha bautizado como Pacífico, nos lleva sin rumbo a la muerte, llevamos tres meses y quince días navegando por él. No tenemos alimentos frescos desde hace semanas. El bizcocho es un polvo mezclado con gusanos que hiede a orines de rata. El agua que bebemos está podrida y hedionda. Comemos pedazos de cuero de vaca que, previamente, dejamos remojando en agua para que no estén tan duros y poder así tragarlos. Comemos serrín y, quien tiene dinero para comprarlas, ratas, un alimento tan preciado como el mejor de los manjares de la mesa de un rey. [1]

»Una rara enfermedad ha atacado a gran parte de la tripulación: la boca se les llena de heridas sangrantes y les desprende los dientes como si niños fueran y no hombres bragados. Ya llevamos diecinueve muertos y veinticinco marineros están enfermos, inútiles para el gobierno de las naos.

»O Dios pone remedio o hemos de morir todos en esta loca aventura. Si Cristo no acude en nuestra ayuda, tendrá que ser su Santa Madre, la Virgen, porque, a fe mía, que Magallanes no será quien nos salve. Si ya demostró que no conocía con exactitud la ubicación del paso, patente ha quedado que tampoco conoce hacia dónde ir en este mar Pacífico, pues tomar el derrotero hacia el norte no es orden suficiente para dar con algún lugar habitado por seres vivos.»

 

«Diez de marzo del año del Señor de mil quinientos y veinte y uno.

 »Hemos avistado tierra, por fin. ¡Alabado sea el Señor! Los nativos se han acercado a las naos para darnos la bienvenida, aunque su manera de recibir a los viajeros es cualquier cosa menos agradecida. Se han subido a las naves y nos han robado abundantes pertenencias que por las cubiertas había. Tantos eran y tan debilitados estábamos por la falta de alimento que apenas pudimos evitarlo.

»Tomamos cumplida venganza tras reponernos de la sorpresa: asaltamos la aldea y nos apropiamos de todos los alimentos que podemos. Isla Ladrones[2] ha sido el nombre que le hemos dado a aquel lugar lleno de facinerosos.

 

«Diecisiete de marzo del año del Señor de mil quinientos y veinte y uno.

 »Por fin arribamos a una isla habitada por gentes de bien. Los nativos parlan una lengua parecida a la del esclavo que Magallanes trajo consigo desde Portugal: un indio que compró en Malaca bautizado como Enrique y nacido en las islas de las Especias. Es nuestro enlace con los nativos y eso hace afirmar al almirante que aqueste lugar pertenece a las islas que tan preciadas son por sus hierbas[3]. Mas yo creo que anda errado, porque si bien el parlar de estas gentes es similar al de Enrique, en algunos momentos se ve que no se entienden del todo. A mi parecer estamos en algún lugar cercano mas no es el que dice Magallanes.»

 

«Veinte y seis de marzo del año del Señor de mil quinientos y veinte y uno.

 »Con el estómago lleno y repuesto de tantos sufrimientos como padecimos antes de llegar hasta aquí, es grande placer ver los atardeceres en la isla, gozar de la compañía de las nativas complacientes y el buen acogimiento de los habitantes en general.

»Este tiempo de esparcimiento, que tan merecido tenemos, me hace reflexionar: si esta es una de las islas de las que procede el indio Enrique, éste ha dado una vuelta completa al mundo pues si partió desde su lugar natal para ser vendido como esclavo en Malaca, desde allí salió con su amo Magallanes hasta Portugal para seguir por el derrotero de poniente hasta llegar de nuevo al país que le vio nacer…, voto a Cristo que aqueste indígena es el primer hombre en realizar tamaña hazaña.»

 

En ese momento Pigafetta deja de escribir. Desde el lugar donde se halla, a la sombra de una palmera en la playa, observa al indio Enrique que, alejado de la línea del mar, está preparando la comida a su amo, Magallanes. El italiano enarca las cejas imaginando a los escribanos del rey registrando el nombre de un negro (así le llaman muchos, “el negro Enrique”) como el primer hombre en rodear el mundo. Acto seguido, retoma la escritura.

 

»Grandes cosas estamos viviendo, mas no creo que nos hallemos preparados para dar el mérito de algo así a un esclavo nacido en tierras sin cristianar. A buen seguro que la historia no recordará su nombre para que quede memoria de él los siglos venideros[4]

 

«Treinta de marzo del año del Señor de mil quinientos y veinte y uno.

 »Hoy hemos visitado una isla cercana a la que primero nos acogió. Los nativos la llaman Sugbo y nosotros hemos dado en llamarla Cebú, por ser más fácil de pronunciar. Enseguida notamos que la isla es lugar principal. Enormes canoas con velamen y aparejos muestran el grande comercio que tienen con otras tierras. El jefe que los gobierna, Humabon, está rodeado de lujo y siervos que le atienden con gran deferencia y respeto.

»El jefe Humabon ha invitado al almirante y a unos pocos de sus hombres, entre los que yo he sido elegido, para comer y parlamentar gracias a la presencia del negro Enrique que nos ayuda a entender su parla.

»Si ya vimos que el lugar nada tiene que ver con las otras islas que hasta ahora conocíamos, grande sorpresa nos llevamos cuando las viandas, ricas y variadas, nos han sido servidas en platos de porcelana de la China. Vive Dios que estas gentes no son salvajes ni desarrapados como los otros pueblos que hasta ahora hemos ido conociendo.»

 

«Diecisiete de abril del año del Señor de mil quinientos y veinte y uno.

 »Hoy es gran día de alborozo y de agradecimiento al cielo, el jefe Humabon ha abrazado la fe en Cristo y se ha bautizado, su nuevo nombre a partir de este día será Carlos en honor a nuestro amado rey y emperador.

»Siendo cristiano como ya es, Magallanes en nombre del tocayo del jefe, su Sacra Cesárea Católica Real Majestad Carlos I de España y V de Alemania, decreta que a partir de hoy es el rey de todo el archipiélago al que llamamos Islas de San Lázaro[5] y en el que nos hallamos (hace días que el almirante reconoció que aquestas islas no son las de las Especias, tal como más de uno sospechábamos desde el principio).

»El nombramiento se recibe con gran alegría de los habitantes de Cebú donde, de todos ellos, el más alegre es Humabon, ahora don Carlos.»

 

«Veinte y cinco de abril del año del Señor de mil quinientos y veinte y uno.

 »Hay contrariedades en este lugar que bien nos parecía el paraíso. El nombramiento de don Carlos Humabon como rey de todas las Islas de San Lázaro fue bien aceptado por las gentes de Cebú, pero no por los jefes de otras islas a quienes se les quita, con este nombramiento, la jefatura de sus tierras. Especialmente belicoso se muestra el jefe de Mactán, una isla muy pequeña pero guerrera y con el ánimo siempre presto a batallar. Este rey, al que llaman Silapulapu, no reconoce el poder concedido a don Carlos Humabon y este le pide a Magallanes que le ayudemos a afianzar su jefatura sobre todas las islas.

»El almirante accede a la petición de su nuevo protegido y va a enviar a sesenta hombres de la tropa con él mismo al frente en un bote para obligar a Silapulapu a doblar la cerviz. Muchos pensamos que son pocos españoles para tantos indios como les están esperando (unos mil), pero Magallanes confía en que su sola presencia será suficiente para convencer al rebelde caudillo.

»Quiera Dios que no esté equivocado, porque muchos esperamos con el corazón encogido el resultado de aquesta incursión en Mactán.»

 

Pigafetta deja de escribir, la luz de las velas en su pequeña cabaña inunda de sombras el habitáculo, con un mal presentimiento se acuesta en una hamaca aún sin saber qué funestas consecuencias tendrá la decisión de Magallanes de intervenir en la disputa entre los dos caciques.

CONTINUARÁ...


GLOSARIO


 



[1] Tomado del propio diario de Pigafetta.

[2] Isla de Guam, perteneciente a las Islas Marianas.

[3] Desembarcan en la isla Sámar que pertenece a las Islas Filipinas y no a las Molucas.

[4] Oficialmente, los primeros hombres en dar la vuelta al mundo fueron Elcano y los tripulantes de la nave Victoria.

[5] Años después se las llamó Islas Filipinas, en honor al entonces príncipe Felipe que luego sería Felipe II.



20 de enero de 2024

Vamos a dar una vuelta (Parte III)

 

«Quince de junio del año del Señor de mil quinientos y veinte.

 »Dos meses y medio llevamos aquí, en San Julián, el tiempo no solo no mejora, sino que cada vez es peor. Ni un alma viviente habíamos visto hasta ayer. Un hombre cubierto de pieles (no sabemos de dónde las habrá obtenido pues por aquí no hemos visto animales) se ha acercado hasta nuestro campamento en la playa congelada. Es un ser cándido, se ríe por todo, algunos pensamos que es retrasado mental (no vemos ningún motivo de risa con tanto frío como hace). Es muy alto y tiene unos pies muy grandes. Uno de los capitanes, leído y viajado, le ha llamado patagón que dice ser lo mismo que pata grande, a lo que los demás hemos dado por llamar a estos lugares abandonados de Dios, Patagonia, la tierra de los patagones pues suponemos que habrá más, aunque nosotros solo hemos visto a uno.

»Este encuentro nos ha sacado al menos de la apatía y el desánimo que se han agrandado tras un nuevo fracaso en esta malhadada expedición. Hace una semana, nuestro almirante decidió pasar a la acción, a pesar de las condiciones climatológicas, y envió a la Santiago, la nave más pequeña y manejable, a explorar el sur. Encalló en un arrecife y aunque conseguimos salvar a los náufragos, la nave ha quedado destrozada.

»El patagón ha decidido quedarse a vivir con nosotros. Ahora tenemos entre nuestras filas un hombre más y un barco menos.»

 Pigafetta recuerda al indígena que tan contento se mostraba en el campamento. Todos los intentos por comunicarse con él fueron infructuosos, ante cualquier gesto por parte de la tropa para intentar averiguar dónde había animales para alimentarse él se limitaba a sonreír de forma bobalicona.

 «Veinte y cuatro de agosto del año del Señor de mil quinientos y veinte.

 »El capitán Magallanes ha dado orden de zarpar. El tiempo, sin ser bueno, algo ha mejorado y nos vamos de esta maldita bahía de San Julián. Tal como hizo saber el día que se sofocó la revuelta, don Juan de Cartagena no partirá con nosotros, se quedará aquí para pasar lo que le quede de vida, que será poca pues no se le va a dejar ni agua ni comida. En el último momento el señor Magallanes decide proporcionarle compañía: un clérigo para que le ayude en el momento de morir, si no lo hace antes él y, también, para castigar al fráter por participar activamente en el motín. La primigenia idea de perdonar al resto de sublevados por ser necesarios para gobernar los barcos no se aplica en el fraile pues su única misión era la de rezar para que la expedición se desarrollara sin contratiempos y, vive Dios, que no la ha cumplido bien.

»El patagón ha sido invitado por el almirante a viajar con nosotros, algo reticente al principio ha accedido después, cuando uno de los capitanes le ha puesto una daga en el cuello. En previsión de un nuevo arrepentimiento, el almirante ha urdido una añagaza: le ha mostrado al gigante unos grilletes haciéndole creer que eran pulseras, el bobalicón se las ha puesto con su sempiterna sonrisa creyendo ser alhajas y así ha quedado amarrado a nuestro destino y a una traviesa de la bodega. Toda la tripulación recibió con risas tamaña felonía, el señor Elcano y este humilde servidor de Dios fuimos los únicos que no secundamos ese malhacer de nuestro almirante.

»Una vez todos en nuestros barcos emprendemos viaje más al sur, en busca del paso deseado. Quiera Dios que los vientos nos sean propicios.»

 «Dos de septiembre del año del Señor de mil quinientos y veinte.

 »El tiempo es adverso. Ventiscas de nieve, grandes fragmentos de hielo flotando a la deriva, temperaturas gélidas y tormentas infernales nos impiden avanzar. El almirante ha ordenado atracar al resguardo de la desembocadura de un río[1].

»Nuestra situación es desesperada. El hambre y el no saber dónde nos encontramos desanima a la tripulación que, cada día que pasa, está más débil. El patagón ha muerto, nada más embarcar dejó de sonreír y se negó a comer, lo que los demás agradecimos pues su ración añadía más cantidad a la nuestra. En cuanto vio que se alejaba de lo que suponemos su hogar se sumió en la tristeza; una congoja que ninguno entendimos pues no se entiende entristecer por abandonar un páramo helado e inhóspito.»

 Con tristeza, Pigafetta recuerda cómo toda la tripulación sintió la pérdida del sonriente patagón, aunque no podían comunicarse con él, su sonrisa complaciente era estimulante.

 «Veinte y uno de octubre del año del Señor de mil quinientos y veinte.

 »Casi dos meses llevábamos atracados en la desembocadura del río cuando el almirante ha dado fin a nuestra quietud ordenando zarpar hace dos días y hoy los cielos se han despejado para dejarnos contemplar un cabo que bien pudiera indicar que la costa ahí termina para virar hacia el oeste, aunque puede que sea otra bahía.

»El señor Magallanes ha enviado a la San Antonio y a la Concepción a internarse en ese entrante de mar para averiguar si es bahía, desembocadura fluvial o el fin del infierno, con la orden de regresar en cinco días. La Trinidad y la Victoria quedan en el exterior a la espera.

»Si es cierto que ahí se encuentra el paso, hemos estado retenidos dos meses a tan solo dos días de navegación del objeto de nuestra búsqueda. El mal concepto que tenemos todos, incluidos los más afines, sobre las aptitudes de Magallanes para este viaje no hace más que crecer.»

 El italiano observa cómo, a partir de ese momento, en su diario le apea el tratamiento de ‘señor’ al almirante. Él es su más firme defensor, pero ha de reconocer que el portugués les engañó a todos cuando se vanagloriaba de conocer una ruta para rodear el Nuevo Mundo y alcanzar el mar del Sur.

 «Uno de noviembre del año del Señor de mil quinientos y veinte.

 »Hay alborozo y alegría en la tripulación. La San Antonio y la Concepción han regresado con la mejor de las noticias: la entrada de mar no es una bahía cerrada. ¡Alabado sea el Señor! Por fin hallamos el paso. Magallanes lo ha bautizado de Todos los Santos dada la festividad que hoy se celebra.

»Esta noche ha habido fiesta y cantos en cubierta. Algo ha venido a añadir inquietud a la alegría general: se observan puntos de luz en el interior, lejos de la costa. Hay habitantes en estos lares. Esas luces parpadeantes han provocado que algunos llamen a este lugar Tierra de Fuego.

»Encomendándonos a Dios y con el ánimo crecido, mañana iniciamos la misión de atravesar el paso de Todos los Santos. Que Cristo y su Santa Madre, la Virgen, nos acompañen.»

 «Veinte y ocho de noviembre del año del Señor de mil quinientos y veinte.

 »Dios, en su infinita bondad, ha permitido que atravesemos el paso que nos ha llevado hasta el mar del Sur, aunque se ha cobrado un alto precio.

»Hemos dado vueltas y afrontado grandes penalidades antes de llegar al final de este maldito paso tan estrecho, lleno de arrecifes, islotes y corrientes adversas. Además, hemos perdido otra nao.

»En una encrucijada Magallanes envió a la San Antonio y la Concepción por un lado y un bote por otro. El bote regresa presto para comunicar que se ha divisado el final del paso. La Concepción también regresa para informar que por ese lado no hay salida y que perdió de vista a la San Antonio; dado el buen tiempo que imperaba cuando la dejó de ver se sospecha que su desaparición no se debe a un naufragio sino a una deserción: la San Antonio se vuelve a España.

»La alegría de saber finalizada la travesía del paso se empaña con esta pérdida. No solo duele la traición, además, en la San Antonio se almacenan las provisiones. Que Dios se apiade de nosotros.»

 CONTINUARÁ...

 

[1] Río Santa Cruz



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15 de enero de 2024

Vamos a dar una vuelta (Parte II)

 

«Treinta y uno de marzo del año del Señor de mil quinientos y veinte.

»Nueve meses ha que zarpamos de España. Nos encontramos en la bahía que nuestro capitán ha bautizado como de San Julián. Rezamos a Dios para que este sea el paso que tan desesperadamente estamos buscando. Mucho me temo que, una vez más, estemos errados. Mas habremos de esperar para saberlo pues el tiempo ha empeorado y es imposible navegar.

»Grande decepción fue la que sufrimos hace más de dos meses, cuando la flota se internó bordeando la costa en lo que creíamos era el paso pero que, tras quince días de navegación, descubrimos con gran pesar que se trataba de la desembocadura de un gran río[1] al comprobar que el agua era dulce. Estas tierras nos ofrecen maravillas sin parangón, pero aún no existe el mar que agua salada no tenga.

»El señor Magallanes decidió seguir navegando dirección sur, con grande descontento de los otros mandos pues cuanto más al sur viajamos más nos internamos en el hemisferio donde el invierno llega cuando en tierras cristianas arranca el verano. Y así ha sido, pues ahora estamos esperando que el tiempo mejore.

»La tripulación está desmoralizada, pero lo peor es comprobar que nuestro capitán general también anda abatido. Poco comunicativo, como es su costumbre, pasa todo el día en su camarote, pero hasta el menos observador es capaz de darse cuenta de que no sabe dónde nos hallamos. La ruta de la que tanto alardeaba conocer ha demostrado no ser correcta pues perdidos nos encontramos al haber creído en varias ocasiones estar en el paso cuando solo eran bahías grandes y anchurosas. Bahías eran y no pasos la que llamamos de los Patos por las grandes aves[2] incapaces de volar que habitan sus costas y la que llamamos de los Trabajos por los grandes sufrimientos que padecimos con las tormentas que nos azotaron.

»Ahora solo cabe esperar que el tiempo mejore y que Dios se acuerde de nosotros en este lugar abandonado de su mano.»

El italiano deja de leer, la poca luz que hay tras ocultarse el sol le impide ver las letras, pero no quiere bajar al interior del barco, allí el hedor de los cuerpos hacinados y enfermos hace el aire irrespirable, prefiere el viento suave que corre por cubierta. Busca un parapeto entre varias jarcias y enciende una vela para seguir su lectura. Sabe que es peligroso, el aire o un vaivén del barco puede hacer que la llama prenda los papeles que tan primorosamente ha ido escribiendo, pero un placer malsano le incita a seguir leyendo los pasajes que cuentan lo más cruento del viaje, al menos de lo que llevan vivido pues el futuro no se presenta muy halagüeño y, aunque parezca imposible, cabe esperar que lo peor aún no haya llegado.

«Siete de abril del año del Señor de mil quinientos y veinte.

»Solo llevamos una semana en esta asolada bahía de San Julián y el ocio ya hace mella. La falta de alimentos es muy grande. El almirante nos ha racionado la comida y, ante el descontento de los mandos de las otras naos, ha cesado al capitán de la San Antonio y ha puesto a don Álvaro de Mesquita, un portugués, en su lugar, lo que ha enfadado grandemente a los ya enfadados capitanes españoles.

»Ahora las dos naos más grandes de la flota están en manos portuguesas, más la Santiago que es más pequeña pero que tiene a un portugués como capitán. Tres a dos. Esa es la razón, y no el hambre que padecemos, que se encuentra tras el asalto a la nao San Antonio por parte de don Juan de Cartagena, siempre belicoso ante nuestro almirante, y don Antonio de Coca, el depuesto capitán. Han engrilletado al señor Mesquita, han colocado al mando a don Juan Sebastián Elcano y se han declarado en rebeldía junto con los capitanes de las naos Victoria y Concepción, los señores Mendoza y Quesada respectivamente. Exigen al señor Magallanes que regresemos todos a España pues es más que evidente que la expedición ha fracasado porque el paso no se halla donde el capitán general creía.

»El señor Magallanes se ha encerrado en su camarote con el mutismo que ya es sello de su identidad y no ha dado muestras de responder a lo que todos entendemos como un motín que bien puede acabar con su vida. Quiera Dios que no corra la sangre y todos se avengan a razones.»

Una vez más Pigafetta sonríe ante el final de esa entrada de su diario. Recordando lo que sucedió después reconoce que sus oraciones no han sido oídas en ningún momento por un Dios del que cada vez es más incrédulo. Retoma la lectura.

«Ocho de abril del año del Señor de mil quinientos y veinte.

»Nuestro almirante ha salido de su camarote y ha ordenado al señor de Espinosa que se reúna con los capitanes rebeldes en la Victoria para dar respuesta a las demandas de los amotinados. Cuando Espinosa tiene ante sí al capitán Mendoza, este le exige una contestación contundente y clara sabiendo cómo Magallanes gusta de dar la callada por respuesta, ante lo cual el enviado le responde con una puñalada en el pecho. Todos quedan sorprendidos, especialmente Mendoza que muere desangrado, pero nadie niega que la respuesta ha sido contundente y muy clara.

»Mientras esto sucede en la nao Victoria, otros soldados abordan las demás naos sublevadas y el motín se zanja apresando y castigando a los cabecillas. A saber, don Gaspar de Quesada es decapitado y su cadáver, junto con el de Mendoza, descuartizado y repartidos sus pedazos por el páramo en el que nos encontramos para que sea pasto de las alimañas si es que existen porque en aqueste lugar no hay signos de vida; es más, de haber animales ya podríamos habernos alimentado con ellos.

»A don Juan de Cartagena, una molestia incómoda para el capitán general desde el primer día que zarpamos, se le ha condenado a ser abandonado en este lugar solo y sin ningún tipo de equipamiento, para que muera de inanición. Pero eso será cuando el tiempo nos permita irnos de aquí.

»A los demás amotinados, más de cuarenta, se les perdona la rebeldía no por magnanimidad de nuestro almirante, sino porque entre los enfermos y los muertos por congelación, andamos escasos de hombres y no es cuestión de perder el uso de las naves por falta de quienes las gobiernen. Este perdón ha sido bien recibido por los sublevados, especialmente por el capitán en funciones de la San Antonio, don Juan Sebastián Elcano.»

El cronista de la expedición sonríe de nuevo al ver el nombre de quien en principio fue un amotinado y ahora es uno de los mejores tripulantes con los que cuenta la expedición. Las bajas por inanición y por una extraña enfermedad[3] que les ataca primero la boca en forma de encías sangrantes y que acaba en enormes moratones por toda la piel hasta causar la muerte, han diezmado la tripulación, por lo que tener entre los supervivientes hombres con habilidad para gobernar un barco siempre es bienvenido, aunque sean poco de fiar en cuanto a lealtad al mando establecido.

CONTINUARÁ...



 



[1] Río de la Plata

[2] Pingüinos

[3] Escorbuto

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10 de enero de 2024

Vamos a dar una vuelta (Parte I)

 

«Dos de febrero del año del Señor de mil y quinientos y veintiuno.

»Continúo con aqueste diario que tanta compañía me hace, especialmente en estos días aciagos de soledad en medio del mar.

»Se cumple un año y cinco meses de nuestra salida de España y han transcurrido ya tres meses desde que conseguimos atravesar el paso que nuestro almirante buscaba con ahínco y seguridad para ir hacia las islas de las especias[1] por el occidente. Un paso enrevesado, lleno de islotes y arrecifes que a punto estuvieron de hacernos perder la vida, riesgo ya harto padecido antes de llegar a él. Como si el diablo quisiera poner una traba más en nuestro deambular, una vez encontrado el paso nos hubo de costar grande esfuerzo atravesarlo, con idas y vueltas entre los recovecos de formaciones rocosas que amenazaban quebrar el endeble casco de nuestras naos en medio de grandes tempestades.

»Más de tres semanas de martirio y, al fin, atravesamos el paso para bordear la tierra que el almirante don Cristóbal descubrió para mayor gloria de Nuestro Señor. Salimos a un mar tranquilo, como una burla a las tormentas sufridas en aquel paso que nuestro capitán bautizó como de Todos los Santos[2] pues esa fue la festividad que se celebraba el día que pusimos fin a su recorrido.

»Mas nuestro alborozo poco a poco devino en angustia, porque si no fueron pocas las penalidades pasadas antes de llegar hasta aquí, una vez en este mar pacífico la calma y la ausencia de tierra donde avituallar los víveres ponen, de nuevo, en riesgo nuestra vida.»

El italiano deja de escribir, tiene la vista fatigada por la escasa luz que da el ocaso en la cubierta. Además, la sed y el hambre apenas le permiten sujetar la pluma con la que está escribiendo su diario. Mirando al horizonte que el calmo mar muestra desde hace meses, Antonio Pigafetta recuerda cómo ha llegado hasta allí y repasa el diario que tan primorosamente escribe a modo de legado para la posteridad y ahora, también, como lenitivo a la soledad y angustia que le atenazan al constatar estar tan cerca de la muerte. A pesar de la fatiga visual, relee sus escritos.

«Veinte de septiembre del año del Señor de mil quinientos y diecinueve.

»Con gran algarabía nos despide el pueblo de Sanlúcar de Barrameda. Es conmovedora la ilusión que mostramos todos ante esta travesía incierta, pero que seguro nos ha de traer la gloria y el recuerdo para la posteridad, de lo contrario no me habría embarcado. Me atrae la aventura y este viaje que iniciamos hoy lo es, pues aventurado es buscar un camino hacia el oriente tomando la dirección de occidente para así llegar a las islas de las especias sin transitar los territorios portugueses.

»Hoy, veinte de septiembre, las cinco naves que forman la flota partimos a las órdenes de don Fernando de Magallanes que capitanea la nao Trinidad, al mando de la San Antonio se encuentra don Juan de Cartagena, de la Concepción don Gaspar Quesada, de la Victoria don Luis de Mendoza y de la Santiago, don Joáo Serráo.

»Quiera Dios misericordioso que aquesta aventura llegue a buen puerto.»

Pigafetta sonríe releyendo la primera entrada de su abultado diario. Aún resuenan en su cabeza los gritos de alegría con que fueron despedidos en el puerto. La sonrisa se convierte en un rictus amargo cuando lee la última línea de ese día: si hubiera sabido los sinsabores que habrían de sufrir se hubiera lanzado por la borda para alcanzar a nado la orilla y evitarse tanto sufrimiento. Con un suspiro retoma la lectura.

«Trece de diciembre del año del Señor de mil quinientos y diecinueve.

»Casi tres meses de travesía y por fin tocamos Tierra Firme[3]. Demos gracias a Dios porque de haber tardado más en llegar al Nuevo Mundo, los capitanes españoles se habrían amotinado con consecuencias funestas para la expedición en general y para el señor Magallanes en particular. Aún no entiendo por qué nuestro almirante tomó un derrotero tan alejado de nuestro objetivo, estuvimos costeando África hasta muy al sur y eso ha hecho que los capitanes de las otras naos se enfadaran, más cuando al pedir explicaciones al señor Magallanes, este se encerró en ese mutismo tan habitual en él y que hace desconfiar a cuantos le tratamos.

»No seré yo quien apoye o secunde la sublevación, pero el carácter de nuestro capitán general no ayuda al buen entendimiento entre los mandos y, por tanto, al buen gobierno de la flota. Desde el inicio del viaje se ha mostrado hosco y taciturno, incluso despectivo con la tripulación. Se puede comprender que quiera mantener en secreto esa ruta que dice solo él conoce para llegar por occidente a las islas de las especias que se encuentran en el oriente, pero no querer informar del derrotero diario ni siquiera a los capitanes de las otras naos solo puede ser debido a dos motivos: recelo porque no confía en ellos o desprecio porque no los considera dignos de saber tanto como él. Tanto si es por una razón u otra, eso solo puede traer problemas. De hecho, ya los ha traído: dos semanas atrás don Juan de Cartagena no se presentó a la convocatoria diaria en la nao capitana desafiando las órdenes del señor Magallanes y este ordenó su apresamiento apartándole de la jefatura de la San Antonio, dejando como nuevo capitán a Antonio de Coca.

» A mi buen entender, el señor Magallanes debería ser algo más comunicativo y no tan antipático. Nadie hubiera esperado un carácter así en alguien de Portugal, pues sus gentes tienen el humor semejante al de los españoles e, incluso, al de los italianos. Por su gesto adusto y rictus de amargura más parece teutón que portugués, vive Dios.

»Ahora que ya estamos en Tierra Firme puede que se encauce la travesía y sea más placentero el viaje. Roguemos a Dios.»

Antonio Pigafetta vuelve a sonreír amargamente al terminar de leer la entrada en su diario del día que desembarcaron en Brasil. Ese ruego final a Dios se le atraganta y llena de agua sus ojos claros; ahora, quince meses después, se le antoja una burla del destino. Aun así, retoma la lectura.

CONTINUARÁ...





[1] Islas Molucas

[2] Estrecho de Magallanes

[3] Río de Janeiro


Hada verde:Cursores
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