«Veinte y ocho de abril del año
del Señor de mil quinientos y veinte y uno.
Dios nos ha abandonado y la suerte nos es aciaga, pero quien más abandonado se halla es nuestro almirante. En la isla de Mactán, que Dios la maldiga por toda la eternidad, se queda Magallanes. Allí permanecen sus despojos pues su alma subió a los cielos el día de ayer cuando una horda de indios enfurecidos le atacaron con saña y ferocidad salvaje.
»A fe mía que el cielo nos ha
dado la espalda por caer en el nefando pecado de la soberbia, pues magna arrogancia
fue querer enfrentarse a mil guerreros con poco más de medio centenar de
soldados, por muchos arcabuces y corazas que nuestras tropas lleven. Soberbia
fue, también, no celebrar misa antes del ataque, como hasta ahora veníamos
haciendo desde que partimos de nuestra añorada España.
»Magallanes, imbuido de una
seguridad rayana en la temeridad, se embarcó con un puñado de hombres a
doblegar una isla en pie de guerra. Los arrecifes que rodeaban el islote, como
si de una tropa auxiliar isleña se tratara, dificultaron el desembarco de
nuestros hombres que tuvieron que llegar a la orilla andando entre el agua, lo
que dificultó afinar la puntería para defenderse de los indios que esperaban en
tierra firme lanzando dardos envenenados.
»Grande error fue también que
nuestro almirante se significara con indumentaria llamativa, pues los indígenas
lo supieron reconocer como el jefe que era y fueron por él en manada. Ayudado
por sus hombres, Magallanes intentó retirarse mas fue herido en una pierna, además,
quiso el diablo que fuera la sana que tenía porque la otra ya la traía lisiada
de una herida antigua de cuando fue soldado al servicio de Portugal.»
»El capitán Duarte Barbosa toma
el mando de la armada e intenta parlamentar con los indios para recuperar el
cadáver de nuestro fenecido almirante y así poder darle cristiana sepultura,
mas es en vano: los indios se niegan. Quiera Dios que no profanen su cuerpo,
aunque nadie cree que nuestros ruegos sean oídos pues esos salvajes tienen
querencia por adornarse con pedazos amputados de sus víctimas que cuelgan de
sus cuellos a modo de trofeo y constatación de su proceder salvaje.
»Que Dios, en su infinita bondad, acoja en su
seno a don Fernando de Magallanes. Descanse en paz.»
«Siete de mayo del año del
Señor de mil quinientos y veinte y uno.
»El negro Enrique se ha
escapado, pero antes ha vertido en los oídos de don Carlos Humabon, el
ambicioso jefe indígena cuyo apetito de poder no tiene límites, la idea de
acabar con nosotros. El cacique, perdido su sueño de gobernar todas las islas
tras el ataque fallido a Mactán, decide traicionarnos.
»Ayer fueron invitados a un
espléndido banquete en el palacio del jefe Humabon el capitán al mando, don
Duarte Barbosa, el capitán Serráo y don Andrés San Martín, piloto versado en
ubicar las naos según la disposición de las estrellas. Junto a los tres
capitanes van veintiséis españoles más. Todos han sido masacrados en el
convite. El resto de la expedición, ante el giro dramático de los
acontecimientos, nos quedamos aterrados a la par que nos quedamos también sin
jefe… otra vez.»
«Ocho de mayo del año del Señor
de mil quinientos y veinte y uno.
»Zarpamos de este archipiélago maldito con la imagen de los compañeros vilmente apuñalados en el banquete felón tras la celada del cacique renegado. Hay controversia en quién nos dirigirá a partir de ahora. Hemos perdido dos almirantes en pocos días; algunos ven el gobierno de esta expedición como una sentencia de muerte y nadie quiere hacerse cargo.
»Se nombra al capitán Carvalho
como nuevo gobernador, éste acepta el mando sin demasiada ilusión. La primera
medida que toma es la orden de quemar la nao Concepción. Las bajas de estos
últimos días, guerreando contra los indios del jefe Silapulapu primero y siendo
víctimas de la perfidia del jefe Humabon después, no nos permiten tripular tres
naos por lo que hay que sacrificar una.
»Embarcados en la Victoria y la
Trinidad afrontamos un viaje incierto a través de un mar del que desconocemos
todo. Nuestras mermas son notables. Se echa en falta al negro Enrique que era
nuestro intérprete, también se hace notar la ausencia de don Andrés San Martín
y su pericia en leer las estrellas para navegar hacia un rumbo concreto,
aunque, no sabiendo bien dónde nos hallamos, nos da igual ir hacia un lado o
hacia otro si bien todos queremos seguir el derrotero de poniente.»
»Más de tres meses llevamos vagando por la mar océana. Sin rumbo definido y sin objetivo que alcanzar, tan solo el vago deseo de regresar a casa. El portugués Carvalho ha mostrado ser un pirata redomado, pues piratería es ir de isla en isla para atacar, robar y volver a las naos, así como asaltar las pobres embarcaciones que tienen la desgracia de acercarse a nosotros. A los compatriotas de Carvalho no les incomoda la actitud del capitán y la secundan animosos, mas los españoles no gustan de ese proceder.
»Si Dios no lo remedia, este
viaje seguirá lleno de calamidades, como viene siendo desde que zarpamos de
España.»
«Treinta de octubre del año del
Señor de mil quinientos y veinte y uno.
»Los españoles se han amotinado, después de seis meses se encuentran más que hartos de asaltar y vagar entre los islotes que por este anchuroso mar abundan. Han reducido al contingente portugués y toman el mando de la armada. El capitán Gómez de Espinosa gobierna la nao Trinidad mientras que la nao Victoria queda en manos del señor Elcano.»
»Que Nuestra Señora, madre del
Redentor, nos ampare y ayude en estas horas de incertidumbre.»
«Seis de noviembre del año del
Señor de mil quinientos y veinte y uno.
»Hemos atracado en la isla de Tidore[2], perteneciente a las llamadas islas de las Especias. Damos gracias a Dios por alcanzar nuestro inicial destino, después de tantos padecimientos. Hace más de dos años que partimos de España.
»Las gentes de la isla nos
acogen y nos agasajan regalándonos grandes cantidades de especias que aquí
abundan por doquier y que tan preciadas son en nuestro mundo.»
»Diez de febrero del año del
Señor de mil quinientos y veinte y dos.
»Llevamos más de tres meses fondeados en las islas de las Especias. Hemos aprovechado para reparar las mermadas fuerzas y los estropeados barcos. La Trinidad está malherida, necesita gran labor de carpintería y estos meses de trabajos para recomponerla no han sido suficientes, pero el tiempo juega en contra nuestra pues es menester zarpar cuando la climatología sea propicia para realizar la travesía que nos lleve a casa.»
«Quince de febrero del año del
Señor de mil quinientos y veinte y dos.
»Hoy zarpamos de Timor. La Trinidad no está lista para realizar el viaje de vuelta a España. Los capitanes deciden que, cuando pueda navegar con mayor seguridad, regrese por oriente a dominios españoles de ultramar. Su destino será Panamá.
»La Victoria, al mando del
señor Elcano, sigue el derrotero de poniente hacia España. Con él viajamos
cuarenta y seis españoles, diecinueve indígenas y un servidor.
»Las bodegas están repletas de
sacos de especias tan valiosos como si de oro se tratara. Si Dios nos lleva a
buen puerto, además de realizar una gran hazaña, seremos hombres ricos gracias
al preciado cargamento.»
El rebelde Elcano, poco amigo de
obedecer, tiene un instinto innato para salir airoso de situaciones
comprometidas como ya ha dado muestras en este viaje. Además, rebeldías aparte,
es un buen piloto. Su pericia, en todos los sentidos, salvará la vida de
muchos, aunque aún les esperan muchas penalidades antes de llegar a casa.
[1]
Si bien es cierto que Magallanes era cojo por culpa de una herida que sufrió en
el norte de África, el apodo es fruto de la invención de la autora.
[2]
Islas Molucas, Indonesia oriental.
[3]
Acuerdo entre España y Portugal donde se estableció un reparto de las zonas de
navegación y conquista del océano Atlántico y el Nuevo Mundo mediante una línea
que dividía en dos la zona.