Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

26 de abril de 2023

Érase una vez un blog


 

Hace diez años yo tuve una idea. En realidad, suelo tener unas cuantas de vez en cuando, pero a la que me refiero en concreto es una que fue acertada —de estas ya no tengo tantas— y que resultó ser muy buena: crear un blog. 

La idea no vino de repente en plan «¡Eureka!» ni nada parecido. Llevaba una temporada pensando en escribir lo que opinaba sobre los libros que leía. Cuando terminaba un libro que me gustaba mucho sentía la necesidad de compartir mi grata experiencia, de recomendar aquella lectura. Sin embargo, la inquietud de compartir mis impresiones era más acuciante cuando la lectura resultaba nefasta, ahí la mala leche que me sacudía por haber perdido el tiempo con una novela mediocre me instaba más insistentemente a despacharme a gusto y largar. 

La idea era esa, compartir mis impresiones lectoras, pero no sabía cómo.

Fue mi propia hija la que vino a rescatarme de mis cuitas.

—¿Por qué no creas un blog?

—¿Un qué?

—Un blog, mamá. Es muy fácil. Hay plataformas que te dan todas las herramientas necesarias. Una vez que lo diseñas, tú escribes ahí lo que quieras.

—¿Un qué? —insistí yo.

No sabía de qué me estaba hablando. No había leído nunca un blog así que la sugerencia me sonaba a chino. Tras indagar algo sobre qué iba el tema, me puse a la tarea. 

Seguí los pasos que Blogger me indicaba y poco a poco fui creando mi propio espacio, aunque en el proceso cometí algunos errores, unos los corregí y otros fueron de tal magnitud que permanecen hoy en día: en mi desconocimiento, cuando me pidieron la «dirección» yo puse la de mi correo electrónico de aquel momento, buscapina7, sin saber que ahí podría haber puesto el propio nombre del blog. Cosas de la ignorancia. 

Elegir ese nombre del blog me llevó bastante tiempo. Lo de poner títulos nunca se me dio bien y aunque no tenía muy claro en qué iba a acabar aquello, quería que fuera algo representativo y mostrativo de lo que en ese espacio habría (lo que viene a significar un título, vamos). Fue entonces cuando recordé algo que leí en algún sitio sobre el concepto que tenían los antiguos egipcios sobre las bibliotecas; para aquellos sabios eran hospitales del alma pues en ellas se encontraban los remedios que podían sanar el espíritu, y ahí me vino otra idea (de las buenas): llamaría a mi blog «Leer, el remedio del alma». Además, como soy boticaria lo de disponer de remedios para curar me molaba bastante.

Después vino otro dilema: el alias. Es cierto que podía poner mi nombre real pero mi hija, otra vez, acudió al rescate, o a la puesta al día.

—Lo normal en el mundo bloguero, mamá, es que utilices un nickname.

—¿Un qué?

—Un alias, un nombre ficticio, un…

—Un apodo.

—Lo que sea.

Eso me llevó bastante tiempo porque si no se me da bien inventar títulos, poner nombres tampoco. Andaba dándole vueltas a lo de procurar remedios, leer, el alma… y me vino la noción de pócima, de ahí pasé a la de bruja —tengo fijación por estos personajes, me gustan mucho— e, inmediatamente, me puse a buscar el nombre de alguna hechicera famosa. Tras darle muchas vueltas, pensé que qué mejor bruja que la primera de todas ellas: Circe. En mis indagaciones averigüé que el nombre original en griego de esa diosa/bruja era más sonoro: Kirke, y con esa versión me quedé.

Fui a Blogger toda decidida con mis «credenciales», pero resulta que me pedía un nombre y un «apellido» (si no rellenaba los dos campos no podía seguir con el proceso de abrir la cuenta), y ahí como ya no tenía el cuerpo para farolillos o, lo que es lo mismo, más paciencia para inventar o idear nombres, me fui a lo conocido, a la buscapina de mi correo y también, por culpa de mi metedura de pata, del blog. 

Tal día como hoy, 26 de abril, pero de hace diez años, arrancó a caminar «Leer, el remedio del alma» al mando de una tal Kirke Buscapina que no tenía muy claro cómo iba a funcionar aquello. 

La primera publicación fue la reseña de una novela de Rosa Montero, «La ridícula idea de no volver a verte». Aunque llamar reseña a tres párrafos donde contaba lo mucho que me gustó ese libro es una exageración o, lo que es lo mismo, no tener ni idea de en qué consiste reseñar. Cuando, más tarde, visité otros blogs donde sí reseñaban en serio me di cuenta de que lo que hacía yo era… otra cosa. Aun así, no me desanimé, aunque me deprimí un poquito, la verdad.

Fueron muchos los libros sobre los que opiné, primero muy brevemente, luego ya me fui extendiendo con más detalle. Tanto es así que incluso me animé a opinar sobre otras cosas que no tenían que ver con la literatura y así nació una sección colateral: «Las cosas de Kirke». Más tarde empecé a escribir sobre poetas, ponía una breve biografía de un poeta (el primero fue García Lorca) y terminaba con una poesía del protagonista; a esta sección la llamé «Poemas y Cantares». 

Entre publicación y publicación fue conociendo otros blogs, no todos de literatura, algunos versaban sobre cine, o sobre pintura. En uno de estos una bloguera especialista en arte un día sugirió que tomáramos uno de los cuadros que nos mostraba y que escribiéramos una historia. Yo nunca había escrito ficción, aunque siempre tuve el prurito de escribir algo, pero era una especie de quimera. Aquel reto me animó a sumergirme en el apasionante mundo de la escritura y nació mi primer relato: «La puerta abierta». Al igual que aquella primera reseña, este cuento era muy breve, pero en mi interior también se abrió otra puerta, la de escribir ficción y, de momento, no se ha cerrado.

Me apunté a más concursos/retos, dentro del mundo de los blogs y también fuera, en espacios que conocí gracias a otros blogueros.  Incluso llegué a ganar algún premio que otro. La puerta se había abierto de par en par.

El blog fue creciendo con más secciones. «Do you speak English?» fue el apartado donde contar mis desventuras con mis viajes allende nuestras fronteras; «Demencia, la madre de la Ciencia» resaltaba la vida de algunos científicos y, con el tiempo, abrió su propio espacio con un blog solo para ella: la demencia científica se convirtió en un spin off. Cuando me dispuse a escribir mi tesis doctoral apareció otra nueva sección: «Doctoranda al borde de un ataque de nervios» y fue la constatación de que escribir era mi pasión y mi desahogo porque aquello, además de divertirme, me sirvió para liberar las muchas tensiones que me generó el proceso de doctorarme.

Y es que escribir se ha convertido en una terapia de relajación para mí. Cuando la pandemia nos confinó a todos (a algunos más que a otros gracias a ciertos gobernantes chapuceros), «Diario de un confinamiento» vino a rescatarme de la depresión en la que hubiera podido caer por culpa del maldito coronavirus. 

«Crónicas hercúleas», «Crónicas astures» o «Crónicas bercianas» fueron sagas basadas en ciertas experiencias extrasensoriales en alguno de mis viajes por el territorio patrio. Ahora mismo, entre algún relato aislado y retos de la blogosfera, está en marcha «Crónicas del Descubrimiento», una saga sobre las (des)aventuras de los conquistadores de América. 

Hoy en día, en el blog las reseñas ya son casi historia (alguna publico, pero muy de tarde en tarde y siempre por motivos muy personales). Aquel espacio que se creó hace diez años ha ido creciendo, madurando y transformándose en lo que ahora es.


 


Pero en esta andadura, lo más extraordinario no ha sido el devenir del blog, sino los acompañantes que me he ido encontrando por el camino. 

Gracias a las reseñas, algunos autores se pusieron en contacto conmigo, y eso es algo que no me esperaba en absoluto. Que alguien leyera lo que yo publicaba ya me parecía asombroso, pero que entre los lectores se encontraran escritores ya consagrados me resultó una experiencia paranormal. Encima, y esto sí que es sorprendente, he llegado a mantener una relación de amistad con algunos de ellos. Entre estos se encuentran Dolo Payás y Luisa Ferro, dos estupendas escritoras y mejores personas. Una gozada total.

También, y según me iba haciendo conocer, conocí a mi vez a otros blogueros. Los seguidores aparecieron, unos fueron flor de un día (hicieron un par de comentarios y no volvieron a dar señales de vida, aunque siguen en la lista de seguimiento), pero otros permanecen en la actualidad junto a nuevas incorporaciones esporádicas.

Entre los fieles, guardo especial cariño a los que, además, se convirtieron en amigos. 

Una de mis primeras lectoras y comentarista fue Rosa Berros. Ella había creado un blog por la misma época que yo y andaba también «vagando» por la red. Iniciamos una relación muy cercana a pesar de la supuesta frialdad de internet; compartíamos impresiones sobre nuestras lecturas y, aunque no siempre coincidíamos en gustos, nos enriquecíamos mutuamente (ella me aporta mucho más a mí que yo a ella, que conste). Creo que desde la primera vez que me visitó no ha dejado de comentar ninguna publicación mía. Es la fidelidad encarnada en bloguera (además de una estupenda reseñista).

En los inicios de mi blog, apareció como por casualidad otro bloguero, Francisco Moroz, y además de darme su opinión en forma de comentarios tuvo la ocurrencia de otorgarme un premio de los que circulan por este mundo. Aquello fue como el pistoletazo de salida al espacio internauta porque las visitas se dispararon y llegaron más lectores. A Francisco le considero mi padrino bloguero.

Como he comentado, no todos los lugares que visitaba en calidad de bloguera tenían que ver con la literatura. Un día, no sé muy bien cómo, llegué a un blog donde la autora, Chelo, relataba el nacimiento de sus dos sobrinos al mismo tiempo que comentaba que le gustaba el cine. Sin ser temas, a priori, que me atrajeran mucho, decidí seguirla. Noté cierto feeling sin saber muy bien por qué. Aquella impresión se tradujo con el tiempo en una sección compartida «Alalimón» (reseñas de libros y de películas basadas en ellos) y en una amistad que trascendió el ámbito virtual. 

Josep Mª Panadès, Conxita Casamitjana, fueron otros blogueros que fui conociendo y con los que compartí impresiones a través de las experiencias relatadas en sus blogs bien en forma de relatos, bien en forma de opiniones sobre algún tema. La afinidad y el buen rollo se dieron desde el minuto cero y aún perduran.

Ya tenía asumido que mi publicaciones sobre los libros que leía no eran en realidad reseñas, pero Juan Carlos Galán me vino a confirmar que para reseñar hay que estar hecho de una pasta especial, concretamente de la que está hecho él. Cuando me pregunto cómo debe ser una buena reseña, me voy a su blog y ahí aprendo. Cuando tengo la suerte de verle en persona y charlar con él aprendo más de muchas otras cosas. Un profesor maravilloso.

De hecho, y esto es lo que más agradezco de aquella estupenda idea que tuve hace ya diez años, esa afinidad con otros blogueros se ha traducido en lo que venimos en llamar 'quedadas blogueras' y que consisten en reuniones en persona, en vivo y en directo, nada de pantallas de ordenador. En esas quedadas hablamos, reímos y nos lo pasamos fenomenal. Una amistad sincera y gratificante.

Mamen Piriz, Teresa Cloquell, Pedro Fabelo, David Rubio, Raúl Ógar y muchos otros más, fueron/son también compañeros de viaje en este periplo que me aportan mucho, cada uno a su modo.

Han pasado diez años ya. Echo la vista atrás y el balance es positivo, plenamente. «Leer, el remedio del alma» me ha dado mucho, ideas, satisfacciones, creatividad, desahogo, pero, ante todo, me ha dado la oportunidad de conocer gente maravillosa. Solo por eso ya es motivo más que suficiente para celebrar el aniversario de aquella idea que tuve hace una década.



Hada verde:Cursores
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