Caminaba entre la frondosa vegetación que jalona el río Bellos y acompañada
únicamente por el ruido del agua y algún trino aislado de un mirlo acuático. Intentaba
no tropezar y acabar despeñada por no mirar al suelo, ya que las impresionantes
y verticales paredes calizas del cañón de Añisclo me invitaban a dirigir la
mirada hacia el cielo. Tanto me embelesé con las vistas que me separé del grupo
con el que me había internado en ese paraje espectacular del Pirineo aragonés.
Aunque me quedé sola no me preocupé, aún quedaban muchas horas de luz y
sabía que siguiendo el curso del río acabaría en la ciudad donde nos esperaba
el autocar. Así que me dispuse a disfrutar un buen rato de soledad en medio de
una naturaleza espectacular.
Me senté en una roca de la senda para tomar unos frutos secos y echar un
buen trago de agua. Oí unos pasos, supuse que sería algún excursionista
solitario como yo. El contraluz me impedía verle la cara con nitidez, pero su
silueta y la forma de caminar me resultaron conocidas, aunque lo que realmente
me llamó la atención fue su gran estatura. Quien hacia mí se estaba acercando a
través del camino era un gigantón. Antes de que relacionara lo que veía con mis
recuerdos, una voz estentórea y de sobras conocida por mí, me saludó:
―¡Por Zeus y las Erinias! ¡Kirke, mi hechicera favorita!
―¿Hércules? De verdad, ¿eres tú? ―pregunté alelada mientras un trozo de
avellana se escapaba de mi boca abierta.
―¿Qué te cuentas, bruja? ―prosiguió él como si tal cosa sentándose a mi
lado y provocando que la piedra donde estaba se hundiera unos centímetros más
en el suelo―. Los dioses nos regalan estar juntos.
Habían pasado más de siete meses desde la última vez que nos vimos, en Andalucía
y Gibraltar, pero él reaccionaba como si aquello hubiera ocurrido el día
anterior. Supuse que para los seres mitológicos el tiempo transcurre a un ritmo
muy distinto que para los mortales.
―Pues, bien ―contesté yo sin reaccionar aún al inesperado reencuentro.
―¿Alguna novedad desde la última vez que nos vimos? ―siguió preguntando
él.
―Pues… poca cosa. Tan solo que ahora hay una pandemia que me ha tenido encerrada
en casa durante más de dos meses, el sistema sanitario de todo el planeta está
colapsado y la economía mundial se va a la mierda por no hablar de los miles de
muertos que se está llevando un virus muy puñetero. Pero, en general… estoy… bien.
Cuando me aturdo por algo que no me espero, en este caso encontrarme de
nuevo con un héroe mitológico, suelo actuar como una auténtica estúpida y hablo
a tontas y a locas. Bueno, en realidad esto lo suelo hacer casi siempre, pero
en situaciones especiales, como esta, lo bordo y me supero a mí misma.
―Genial.
―¿Y tú? ¿Qué haces aquí?
―Pasear. Ya te dije que me gusta volver a los lugares en los que estuve.
―Creí que tu estancia en la península se limitó a hacer ese trabajo en
el sur. ¿También te mandaron curro en el norte?
Hércules me miró muy serio y me extrañó porque lo que más recordaba de
mis pocos, pero intensos, encuentros con él, era su alegría infantil y su
sonrisa desenfadada.
―No, aquí no vine a hacer ningún encargo. Si regreso por estos parajes
es por motivos más… personales ―añadió con un quiebro en la voz.
Nada más decir eso giró la cabeza de tal manera que no podía verle el
rostro y creí oír un sollozo. Esperé a ver si seguía hablando y me contaba el porqué
de su paseo por la zona, a ver con qué me salía esta vez. Mientras esperaba su
explicación me imaginé cosas como que el cañón de Añisclo era el resultado de
otro mamporro de los suyos ya que era tan aficionado a darle golpes a las rocas
liándola parda y cambiando la orografía del lugar por donde pasaba, o podía ser
que el río Bellos que discurría a nuestros pies fuera el resultado de una de
sus meadas. Con este hombretón ya me esperaba cualquier cosa.
Sin embargo, Hércules permaneció callado mirando al lado opuesto donde
estaba yo, como si rehuyera mi mirada. Mosqueada me incorporé y busqué sus ojos,
estaban acuosos y dos lagrimones resbalaban por el rostro moreno de mi héroe
favorito.
―¡Hércules! ¿Qué te pasa?
―Nada, no es nada ―respondió enjugándose los ojos y sorbiéndose los
mocos con un ruido que enmudeció al que hacía el río despeñándose entre las
rocas―. Es que este lugar me despierta recuerdos muy tristes.
―Vaya. Lo siento.
Debería haberme callado y dejar a Hércules con su dolor, pero la cotilla
que reside en mí no me lo permitió, así que no pude evitar preguntar:
―¿Qué te pasó aquí, Hércules?
―Es una historia un poco larga, Kirke.
―Bueno, no tengo nada que hacer ahora mismo, así que me la puedes
contar.
Hércules tomó aire profundamente y tras un largo suspiro, que hizo mover las ramas de los árboles más cercanos, empezó a hablar.
―Cuando iba camino de hacer mi trabajo más al sur…
―Lo de robarle las vacas al monstruo ese ―le interrumpí al recordar lo
que me contó la primera vez que nos vimos.
―Sí, ese. Bueno, pues al pasar por este llano boscoso…
―Perdona ―volví a interrumpirle― ¿llano boscoso? ¿Esto? ―señalé a
nuestro alrededor― ¿Estas montañas te parecen un llano?
―Cuando yo pasé por aquí, era un llano, y tenía bosques. Kirke, la
historia es un poco larga, pero si me interrumpes constantemente se va a hacer
más larga todavía.
Me miró mosqueado y decidí dejarle hablar dirigiendo dos dedos a mi boca
y haciendo el gesto de cerrar una cremallera.
―Como te iba diciendo, pasé por aquí y en un claro del bosque vi a la
mujer más bella que podía haberme imaginado y eso que he conocido a muchas
bellezas, y a la mayoría las conquisté, sin ningún problema.
«Vaya, en estos meses sin vernos, la egolatría del buen mozo no había
disminuido ni un ápice» pensé, pero me abstuve de decirlo por no interrumpirlo
de nuevo no fuera a mosquearse y al final no me contara la historia.
―Sin embargo, aquella chiquilla era especial. Ella me vio, hablamos y
enseguida nos enamoramos.
―¿Enamorado, tú? ―interrumpí a pesar de todo―. Vaya, al final resulta
que también tienes tu corazoncito ―bromeé.
Hércules me dirigió una mirada helada y entonces decidí callarme para
siempre porque me asustó bastante. Aquel hombretón estaba mostrándome una
faceta inesperada.
―Nos vimos varias veces más. Ella era la hija del rey Tubal, el dueño de
estas tierras, y como heredera de tan vasto reino, su padre le tenía destinado
un buen matrimonio donde un héroe de tres al cuarto como yo no era suficiente
para su adorada hija. En cuanto se enteró de lo nuestro le prohibió a ella que
se viera conmigo y a mí me expulsó de su reino. Me fui, pero solo para idear la
manera de estar con ella y burlar la prohibición de su padre. No debería
haberme ido, lo lamentaré toda mi inmortal vida.
Hércules hundió los hombros y otra vez rehuyó mi mirada, así que supuse
que, de nuevo, estaría llorando. La verdad, este cuarto encuentro me estaba
resultado completamente extraño. No entendía nada. ¿Dónde estaba mi alegre y
risueño hombretón?
Dejé que se repusiera de lo que parecían recuerdos dolorosos y, mientras,
me imaginé que la historia que me estaba contando iba a acabar como el rosario
de la aurora, algo que es habitual en todas las cosas que se relacionan con la
mitología griega. Además, recordé que cuando le hablé de la historia entre los
enamorados de Antequera (Crónicas hercúleas III) él me ofreció una solución bastante drástica y
sangrienta, así que supuse que, en este caso, y según la idea que tenía
Hércules de resolver este tipo de problemas, el padre de la princesa acabaría escabechado
y la enamorada rompiendo con su amante por dejarla huérfana. ¡Qué equivocada
estaba!
―En mi ausencia, Gerión, el dueño del rebaño que yo tenía que robar, también
se encaprichó de mi princesa. Llegó hasta aquí y pidió la mano a su padre; como
era un tío poderoso, al rey Tubal no le pareció mal pretendiente, pero mi amada
se negó en redondo. Gerión la acosó y ella huyó a lo más profundo del bosque.
Conocedora de los parajes que la vieron nacer supo esconderse, mientras daba
aviso de su situación a un águila para que me pusiera al corriente de lo que le
pasaba.
Hércules volvió a callar y tomó aire. Miró hacia el río y pareció que no
iba a continuar. Se notaba que le costaba recordar el episodio y que le
producía mucho dolor.
―Gerión, loco por no poder encontrar a la princesa, decidió quemar el
bosque para así hacerla salir y llevársela consigo. Sin embargo, ella resistió
esperando que yo llegara a rescatarla.
―Y llegaste ¿no? ―interrumpí arriesgándome a llevarme una bronca―. Por
favor, dime que llegaste. Los héroes siempre llegan a rescatar, porque eso es
lo que hacen, salvar a la gente, para eso son héroes.
Mi alocada verborrea era un signo evidente de que algo dentro de mí me
decía que la cosa acababa mal y que los buenos no siempre atinan y hacen las
cosas bien, que los héroes de la mitología no son como los de los cómics donde ellos
siempre ganan.
―Sí, llegué.
―¡Uf! ¡Menos mal!
―Llegué para recoger el cadáver de mi amada. Toda la zona había sido
arrasada por el fuego de Gerión, pero ella no quiso salir, no para acabar con
alguien que no fuera yo.
―¡Mierda!
―La sepulté entre las cenizas del bosque quemado. Para que ninguna
alimaña pudiera desenterrarla amontoné unas cuantas rocas encima. Cegado por la
ira y la desesperación, estuve varios días acumulando piedras encima de su
tumba, como una catarsis y como una manera de descargar mi furia haciendo lo
que mejor se me da: utilizar la fuerza. Al final, su sepultura se convirtió en
un mausoleo, un eterno recuerdo a ella.
Me quedé alelada. No soy muy amiga de las
historias de amor, pero lo que me estaba contando Hércules era mogollón de romántico,
triste, pero romántico a tope.
―Y ¿dónde está ese mausoleo?
―Aquí ―hizo un gesto abriendo los brazos.
―¿En el río?
―No. Aquí.
―¿En el cañón de Añisclo?
―Kirke, no seas simple. El mausoleo es TODO esto ―volvió a abarcar
lo que nos rodeaba con un gesto de los brazos, indicando incluso las montañas
más lejanas.
―¡¡¿Los Pirineos?!! ―exclamé asombrada―. Pues sí que es un mausoleo
grande, anda que tú, cuando te pones a hacer cosas… Para que luego digan de las
pirámides de los faraones.
―Mi amada Pyrene no se merecía menos ―añadió con lágrimas otra vez en
los ojos.
―¿Se llamaba Pyrene? Anda qué casualidad, se parece mucho al nombre de
la cordillera, Piri… ¡Ostras!
Me di cuenta de que el parecido de los nombres no era ninguna
casualidad, los Pirineos no solo eran la tumba de la chica de Hércules, también
llevaban su nombre como recuerdo a ella.
―¡Jo! ¡Qué guay! ¡Es súper romántico! Me ha llegado al cuore, de verdad.
Y lo siento mucho, Hércules, en serio. Me alegro de que le quitaras todo el
ganado al mamón de Gerión, se lo merecía.
―El ganado no fue lo único que le quité ―dijo con un brillo acerado en
los ojos.
―¡Ah! ¿Qué le quitaste además? ―pregunté sospechándome que la tragedia
griega aún no había terminado.
―La vida ―respondió encogiéndose de hombros―. Eso es lo que realmente se
merecía.
Aunque me alegra saber que los villanos reciben su merecido no quise
constatar mi alegría por no hacer apología de la violencia, pero el caso es que
Hércules tenía razón: Gerión se lo merecía.
―A ese no le enterrarías, ¿no?
―No… exactamente. Me llevé su cabeza como trofeo y la dejé por ahí
―señaló al oeste―, lejos de este lugar. A veces voy allí, además, los humanos
me construyeron en ese sitio una torre bastante chula que usaron como faro.
―¿La Torre de Hércules?
―Esa misma. Los mortales no son muy originales poniendo nombres, ¿no
crees? ―me dijo guiñándome un ojo y volviendo a parecer el Hércules que a mí me
gustaba.
―Pues yo la conozco bastante bien, porque la ciudad en la que se
encuentra es el lugar donde nació mi madre. Suelo ir allí de vez en cuando.
―Entonces seguro que nos volvemos a encontrar de nuevo, Kirke. Los
dioses nos han predestinado a encontrarnos y ellos son los que mandan. Si nos
vemos allí te contaré otras historias más alegres. Creo que hoy no he sido una
buena compañía, lo siento. Ahora me tengo que ir, cada vez que paso por aquí me
siento muy triste y aunque no puedo evitar regresar de vez en cuando, cada
visita me deja hecho polvo. Voy a ver si rompo algo y me animo un poco.
Antes de que me diera tiempo a despedirme de él, Hércules desapareció de
mi vista. Recordar su historia tan triste y tan dramática con Pyrene le había sentado
fatal y se ve que no tenía ganas de más plática. Natural. Mientras me disponía
a seguir la senda y llegar hasta donde debían estar esperándome mis compañeros,
anoté mentalmente hacer una visita a mi familia de La Coruña y acudir a ver de
nuevo la famosa Torre de Hércules.
El resto de la semana anduve visitando diferentes parajes del Pirineo
aragonés y francés. El valle de Pineta, Monte Perdido, Ordesa, los lagos de
Neouvielle, el circo Barroude y muchos otros sitios más me asombraron con su
orografía fabulosa, pero lo que realmente me sorprendió y me emocionó fue el saber
que estaba caminando sobre la tumba más grande construida en un gesto de amor.
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