Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

21 de enero de 2022

Unidos por un anillo

 

El día era apacible en La Comarca. Dos hobbits miraban atardecer fumando sendas pipas sentados en la puerta de su casa.

¿Has estado mirando el Palantir(1), Frodo?

Sí, estuve hablando un rato con Pippin.

¿Qué se cuenta?

Le va muy bien en el bosque de Fargorn(2), el vivero que tiene allí ha sido un negocio redondo, como no necesitan abono las plantas crecen sin apenas cuidados.

Un chollo y una gran visión empresarial añadió Sam.

También informó sobre Gandalf; está peor. Trae de cabeza a los del psiquiátrico. Por las noches enciende el bastón iluminando todas las habitaciones como si fuera de día y no deja dormir a nadie, otras veces les llena el jardín de águilas gritando que nos debe rescatar. En fin, que los tiene a todos tan locos como lo está él.

Pues yo recibí carta de Eowyn. Tenemos boda. Aragorn se ha separado de Arwen y se ha ido a vivir con la hermana de Éomer.

Se veía venir. Hacen muy buena pareja, tienen intereses comunes. Recuerdo cuando entrenaban juntos con la espada mientras la elfa pavisosa se dedicaba a bordar un estandarte: ya ves tú, lo mismo tiene cargarse un nazgul(3) como hizo Eowyn que ponerse a bordar. No hay color.

Pues estamos invitados al casorio; además, tú eres el padrino. No sé qué ponerme contestó Sam.

Utiliza el mismo traje que usaste para nuestra boda respondió Frodo. Estabas guapísimo.

Gracias, cariño. Eso haré. Y tú encárgate de llevar los anillos.


NOTA: El relato está basado en personajes de El Señor de los Anillos. No sé hasta qué punto puede ser entendido por quienes ni han visto la trilogía cinematográfica ni han leído los libros de Tolkien. Al   final   de esta nota aclaratoria he puesto la definición de algunos nombres que sonarán a chino a quienes no están familiarizados con esta obra.
Se me hacer difícil hacer un resumen de una historia tan larga para poner en situación. Tan solo comentar que Sam y Frodo fueron los dos hobbits que llegaron hasta las tierras de Mordor donde estaba Sauron para destruir el anillo que podía darle un poder absoluto al señor de Mordor. Juntos pasan multitud de penalidades y formaron una pareja entrañable donde Sam demuestra una fe y una lealtad inquebrantable hacia Frodo.
Eowyn es una guerrera que se enfrentó a un nazgul, lo mató ella solita. Arwen es una elfa que renuncia a su origen para unirse a un humano, Aragorn, guerrero él también. Mientras Eowyn, Aragorn y muchos otros más las pasan canutas para luchar contra Sauron, Arwen se dedica a esperar los acontecimientos a salvo de todo y con el cabreo de su padre porque quiere que huya con su pueblo, borda el estandarte de la casa de Aragorn para utilizarlo en la coronación de este.
(1) Palantir: es una piedra vidente, con forma esférica, sirve para ver acontecimientos o lugares distantes y, también, para comunicarse con el usuario de otra de ellas.
(2) Fargorn: bosque de una exuberancia tal que hasta algunas personas crecen si viven en él.
(3) Nazgul:  jinete negro con un gran poder destructor. El que se cargó Eowyn además iba montado en un dragón.

16 de enero de 2022

El secreto de la (in)felicidad

 

No podía seguir así. Tenía que cambiar, lo que estaba viviendo no era soportable. Había que bloquear esa desazón que todas las mañanas la embargaba y que la llegaba a paralizar e impedir que saliera de la cama.

Remedios nunca había tenido mucha fortuna en nada, pero de un tiempo a esta parte la suerte adversa se estaba ensañando con ella. Estaba acostumbrada a que en los sorteos o cualquier otro tipo de juego de azar no le tocara nunca nada, aunque eso era lo de menos; había otros aspectos en los que la suerte también le era esquiva y donde las consecuencias eran mucho más dramáticas.

Porque dramático fue que se quedara sin líquido de frenos cuando estaba bajando el puerto de Somosierra, algo que los mecánicos que inspeccionaron el coche después del siniestro no se explicaban porque el auto era nuevo (se lo habían entregado el día anterior). «Ha sido mala suerte, señorita» le dijo el guardia civil que la atendió tras el accidente y mientras la introducían en la ambulancia para llevarla al hospital.

También fue catastrófica aquella vez que se le incendió la casa.  Un escape de gas tuvo la culpa, pero Remedios se preguntó en aquella ocasión por qué el gas acabó acumulándose en su piso si ella tenía todo eléctrico. «A veces el gas se filtra por grietas y acaba en los sitios más insospechados» le comentó el agente del seguro cuando fue a dar parte del siniestro y a comunicarle que los escapes de gas, propios o vecinales, no estaban contemplados en la póliza.

No, a Remedios le acompañaba la desgracia. “Pupas” le llamaban sus amigos, el mismo mote que recibía el equipo de fútbol del que era aficionada. Quizás su infelicidad venía de una simbiosis íntima con el club de sus amores.

Eran muchas las desgracias que jalonaban la vida de Remedios y eso la sumía en un estado depresivo que solo se atenuaba malamente a base de medicación. Pero debía de haber otra solución.

Un compañero de trabajo le dijo que la mala suerte no existía, que cada uno era dueño de su propio destino y que cada uno elige lo que le pasa. Remedios no entendió muy bien qué quería decir con eso y tampoco tuvo ocasión de pedirle a su colega que se lo aclarara porque el jefe de personal ese mismo día le comunicó que estaba despedida y ya no volvió por la oficina, aunque le pareció entender que lo había leído en un libro clandestino, oculto… o algo así.

Recordando ese preciso día hizo memoria y visualizó el libro de marras que, además, habían leído bastantes más miembros de su lugar de trabajo. Se trataba de El Secreto. Decidió adquirir un ejemplar por internet, pero como ese día se había quedado sin conexión ―estaban realizando unas obras en las conducciones del gas― decidió bajar a la librería aledaña a su casa a comprarlo en vivo y en directo.

Remedios abrió el libro convencida de que en él encontraría remedio a su adversidad. Cayó en la cuenta de la redundancia de su propósito con su nombre y enseguida vio ahí una señal: la propia Remedios remediaría su situación. Sí que iba a ser cierto que uno elige lo que le ocurre.

Acomodada en el sofá del comedor se sumergió en la lectura, pasaron las horas y Remedios no podía dejar el libro concentrada en lo que estaba leyendo. Su entrega no era tanto debida al interés de lo que allí se contaba sino más bien a que no entendía casi nada de lo que ahí se decía. Subrayó algunas frases y las copió en un papel para analizarlas detenidamente y ver si obtenía alguna conclusión que le sirviera a su caso en particular por lo de concretar y no divagar que para divagaciones ya estaba la autora de la obra que tenía entre manos.

­­­«Cuando quieres cambiar tus circunstancias, primero debes cambiar tus pensamientos». Esta frase la copió en rojo. Sabía que ahí había miga, aunque lo de cómo llevarlo a la práctica se le antojaba más complicado. A ella, por ejemplo, le gustaría cambiar de trabajo ―desde que la despidieron solo había conseguido un puesto como repartidora de comida rápida y aunque lo de ir en bicicleta le había ahorrado la cuota del gimnasio, el curro no le terminaba de convencer―. El día anterior precisamente, y mientras pedaleaba entre el tráfico infernal de la ciudad para llevar una ensalada César y un yogur desnatado a una clienta, pensaba que era la directora de marketing en la misma empresa de la que fue despedida, pero ese pensamiento no le había cambiado nada, seguía trabajando dándole al pedal.

«Es imposible sentirnos mal y tener pensamientos positivos al mismo tiempo». Esta frase la apuntó con un boli de color verde, no por importante, sino por ser una perogrullada. En el momento de escribir aquello la autora debía de estar recién levantada después de una noche de juerga. Al menos eso le pasaba a Remedios cuando estaba con resaca; le venían a la mente ideas simples, aunque se mostraran en ese momento como algo excelso: me duele la cabeza y no se me va a quitar como no me tome una aspirina.

«Cuando más utilices tu poder interior, más poder atraerás hacia ti». Esta oración la apuntó en color azul y flanqueada por dos signos de interrogación. ¿Qué es el poder interior? Ella conocía casos de poderes especiales, como el de Spiderman para moverse como una araña, o el de Superman que podía volar ―ese poder sí que molaba, cómo le gustaría tenerlo cuando llegaba tarde para realizar una entrega―. Aunque en esos casos se trataba de “súper” poderes, y ahí se hablaba de poder a secas, interior, pero normal. Aun así, ella no tenía nada de eso.

«Has de rellenar el espacio en blanco de la pizarra de tu vida con aquello que más desees». Esto ya lo había hecho Remedios antes de leer el libro. Cuando faltaban quince días para Navidad compró un décimo de lotería y escribió el número en la única pizarra que tenía, una magnética pegada en la nevera de la cocina. Todas las mañanas, y hasta que llegó el día del sorteo, miraba el número y lo repetía mentalmente pidiendo que le cayera el Gordo. Ni la pedrea le tocó. Remedios apuntó la frase para, acto seguido, tacharla por inexacta.

«Eres la energía y la energía no puede ser creada o destruida. La energía simplemente cambia de forma». Esta frase le recordó las clases de física del instituto. ¿Eso no lo había dicho antes Einstein?

«Tu trabajo eres Tú. A menos que primero te llenes a ti mismo, no tendrás nada que dar a nadie». Esta fue la primera frase que tuvo sentido para Remedios. Era una verdad como un templo. En su trabajo como no llenara la cesta térmica con los pedidos no podría dárselos a los clientes. La apuntó con el boli verde, el de las perogrulladas.

«Aquello a lo que te resistes es lo que atraes, porque estás fuertemente enfocado en ello con tu emoción». Tuvo que leer este enunciado unas diez veces, no lo entendía. Remedios era una mujer pragmática y todo lo visualizaba con hechos tangibles. Después de darle muchas vueltas, creyó ver lo que quería decir. Era como aquella vez, de pequeña, cuando estaba aprendiendo a andar en bicicleta: se encontraba en una explanada vacía donde tan solo había una farola en medio. Su padre, que le estaba enseñando, le avisó que fuera por cualquier lado menos por donde estaba el poste de la luz, el único lugar que entrañaba peligro para una ciclista en ciernes, pero, inexplicablemente, sus manos movieron el manillar para dirigirse derechita a la farola que la atrajo como un imán. De aquella experiencia sacó en claro, además de un chichón en la frente y sendos moratones en las rodillas, que hay que alejarse de los elementos susceptibles de chocarse cuando vas en bici; esto le fue de gran ayuda, quién se lo iba a decir, en el trabajo como repartidora, pero seguía sin ver la utilidad para acabar con su mala situación.

«En lugar de enfocarte en los problemas del mundo, pon atención y energía en el amor, la confianza, la abundancia, la educación y la paz». Esta frase la anotó porque la puso como una moto. Después de leerla varias veces le entraron ganas de apuntarse a tres ONG, hacerse voluntaria en un comedor social y alistarse en el ejército para ir como casco azul a alguna zona bélicamente conflictiva. Cuando sospechó que eso no le ayudaba a superar su estado de melancolía y menos a tener mejor fortuna, decidió desecharla porque seguro que en una guerra el primer obús que se lanzara le daba de lleno a ella.

«La única razón por la que la gente no tiene lo que quiere es porque piensa más sobre lo que no quiere que sobre lo que quiere». Tras el apunte de esta oración Remedios añadió «El perro de San Roque no tiene rabo porque Ramón Rodríguez se lo ha robado».

Las horas fueron pasando entre la lectura y los apuntes hasta que unos pitidos insistentes en su móvil hicieron que saliera de su concentración. Tenía 23 mensajes de WhatsApp, algunos de sus nuevos compañeros de trabajo, los cuatro últimos de su jefe que habían sido enviados con una separación de diez minutos entre sí. Fueron estos los que la hicieron soltar el libro de golpe: «Se puede saber dónde estás???!!!» «Hace DOS HORAS que deberías haber empezado a repartir tus pedidos!!!» «Como no aparezcas enseguida te despido!!!» «Estás DESPEDIDA!!!!»

¡Maldito libro! Se suponía que su lectura la sacaría del hoyo en que se encontraba y ahora se había hundido un poco más porque al enfrascarse en su lectura había perdido el trabajo. Cerró enfadada el manual e inspiró profundamente para serenarse un poco. A pesar de todo quiso ser positiva y se consoló pensando que, ya que no tenía que ir a trabajar, podría ver la final de la Champions que se jugaba en Lisboa y en la que participaba por segunda vez en su historia el equipo de sus amores y, en esta ocasión, además, enfrentándose al eterno rival de los derbis madrileños.

Encendió la televisión y nada más ver salir al campo de juego a los dos equipos, recordó otra cosa que había visto en un tutorial de YouTube: «Si quieres modificar el rumbo de tu vida empieza por modificar algunas cosas de tu vida».

«¿Y si me cambio de equipo y deseo que gane el adversario?» pensó Remedios, al fin y al cabo, el otro club también era de su ciudad y la deserción le pareció más tolerable. Buscó una camiseta blanca para mimetizarse con su nuevo equipo y se dispuso a ver el partido. Como si de lanzar una moneda a cara o cruz se tratara, decidió que lo que ocurriera en esa final le daría, o no, la razón y sería la señal de que a partir de ese momento su vida sería distinta. El árbitro dio el pitido de inicio del juego; en dos horas, más o menos, Remedios sabría si su infelicidad tenía fecha de caducidad.


 

NOTA: Soy muy crítica con algunos libros de autoayuda, pero respeto, como no podía ser de otra manera, a quienes ven en ellos una herramienta útil para afrontar determinados problemas. Pido disculpas si con este relato he podido ofender a quienes gustan de leer ese tipo de literatura en general y a quienes “El Secreto” les sirvió de ayuda en particular.




Hada verde:Cursores
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