Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

30 de mayo de 2021

Lo superarás

 


No podía fallar. Hoy era el gran día. El veinticinco aniversario del internado. Todo el claustro de profesores se iba a congregar para celebrarlo y él sería también, a su manera, protagonista. «Tranquilo, Ernesto, lo superarás».

Dar de comer a treinta personas no era cualquier cosa, aun más si esas personas significaban tanto para él. Ernesto trajinaba por la gran cocina, su nuevo feudo; entre fogones y cacerolas se movía como un rey entre sus súbditos. Solo hacía dos meses que había conseguido el puesto y ya se había ganado la admiración de profesores y alumnos por su creatividad a la hora de cocinar. Pero hoy más que nunca debía destacar; hoy todo debía ser perfecto, nada podía fallar. «Tranquilo, Ernesto, lo superarás».

Don Rogelio, el director. Don Pedro, el de Latín. Don Leonardo, el de Geografía. Don Anacleto, el de Matemáticas. Estaban todos. Los conocía bien de su etapa estudiantil en el centro. Estaban todos y Ernesto se iba a esmerar en agasajarles. «Tranquilo, Ernesto, lo superarás».

De primer plato una crema con puerro, patata, cebolla, leche y nata. Un homenaje a don Pedro, amante del puerro sobre todas las cosas. Don Pedro Puerros le llamaban en clase cuando él no los podía oír. Su aliento siempre fétido avisaba de su llegada mucho antes de que hiciera acto de presencia. «Tranquilo, Ernesto, lo superarás».

De segundo, estofado de pavo. Un guiso que le recordaba a don Leonardo, siempre presumido, siempre henchido, siempre ufano y siempre dispuesto a hablar de sí mismo, pero no de los demás. Un tutor que no sabía escuchar ni mucho menos tutelar. «Tranquilo, Ernesto, lo superarás».

Como guarnición con el pavo preparó níscalos a la flor de sal de romero con cebada. Ese iba a ser su plato estrella. La temporada de lluvias otoñales propició una buena cosecha de hongos, y Ernesto daría el do de pecho con su guiso. «Tranquilo, Ernesto, lo superarás».

Coció la cebada con esmero mientras su mente viajaba atrás en el tiempo, cuando el colegio iniciaba su andadura y él acababa de ingresar en el internado. Era un alumno brillante, un alumno especial, querido por muchos profesores, incluso por el director. «Tranquilo, Ernesto, lo superarás».

Limpió los níscalos con suavidad, retiró los restos de tierra y hojas. Laminó los hongos con cuidado, con precisión milimétrica, con la exactitud que exigía en los problemas de matemáticas don Anacleto; y con la misma precisión con que eludía las ecuaciones más difíciles planteadas por sus alumnos. «Tranquilo, Ernesto, lo superarás».

Entre lágrimas acertó a picar varios dientes de ajo. El olor acre le recordó otros olores de veinticinco años atrás. Olores, sabores, sensaciones que permanecían agazapadas en un rincón de su memoria y que acudían y le asaltaban con el ímpetu de una ola en pleno temporal. «Tranquilo, Ernesto, lo superarás».

En la sartén cubierta por una película verde de aceite de oliva, salteó los níscalos con el ajo. Regó todo con un fuerte y áspero vino de Toro, fuerte como el cuerpo de don Rogelio, áspero como la barba de don Rogelio. Mientras las volutas de alcohol y vapor de agua ascendían hacia el techo de la cocina, los recuerdos de Ernesto se fueron con ellas, su mente se evadió. Se le daba bien evadirse, lo había aprendido hacía mucho tiempo, cada vez que el director acudía a su dormitorio.  «Tranquilo, Ernesto, lo superarás».

Doró la cebada en otra sartén y añadió pimienta negra; tan negra como la oscuridad que se cernía sobre él cuando don Rogelio abandonaba su cama. Cató la mezcla y comprobó que se había excedido con la sal al romero. Estaba demasiado salado, sabía a lágrimas; tenía el mismo sabor que su almohada tras esas noches largas y dolorosas de veinticinco años atrás. «Tranquilo, Ernesto, lo superarás».

Por último, añadió su ingrediente secreto. Ernesto había ganado fama gracias a la creatividad que desplegaba con el uso de algunas plantas. Empleaba un condimento diferente según la ocasión, un toque genuino que le hacía ser un cocinero tan especial.

Desde la cocina oyó el alboroto propio de la celebración. Risas y algún que otro vítor se dejaban escuchar entre el ruido de los cubiertos y el chocar de las copas al brindar. Tras el café, don Rogelio se dispuso a dar un pequeño discurso. Tan solo hizo falta un leve carraspeo por parte del director para que todos a una callaran. El ruido de la conversación desapareció de repente. Como si de una coreografía ensayada al milímetro se tratara, todo el claustro enmudeció en un instante ante la figura del director en pie. Una sincronización perfecta. Ernesto no se extrañó, llevaban veinticinco años entrenando cómo obedecer al director, cómo callar. Llevaban veinticinco años practicando el silencio. «Tranquilo, Ernesto, lo superarás».

Pero esta vez sería distinto. En esta ocasión callarían definitivamente. Ernesto había puesto mucho cuidado en ello. Gracias a él, el silencio del claustro de profesores sería perpetuo. Gracias a él y al condimento especial de la guarnición. Entre la sal al romero y el vino de Toro había añadido beleño negro que, en unas horas, haría su trabajo. Primero una ligera sensación de sopor, después la parálisis muscular; los pulmones dejarían de funcionar y la falta de aire los haría enmudecer, como lo venían haciendo desde hacía veinticinco años, pero esta vez para toda la eternidad. «Tranquilo, Ernesto, lo superarás».

 





17 de mayo de 2021

Dios los crea y ellos hacen juntas

 


―Se abre la Junta Extraordinaria para aprobar el presupuesto y la derrama correspondiente para el arreglo del tejado.

―Don Teodoro, ¿no sería mejor esperar un poco para ver si llegan más propietarios? ―dijo la vecina del 3ºB.

―Leonor, hemos esperado media hora, es más que suficiente.

―Ya, pero es que, si no están luego se quejan con lo de la derrama, que vamos a tocar un tema peliagudo.

―Como siempre, Leonor. Cuando se trata de apoquinar todos protestan, pero si quieren discutir lo que sea que vengan a las reuniones ―intervino el vecino del 2ºC―. Si hay quorum, adelante, don Teodoro.

―Lo hay, don Rufino ―contestó el aludido―. Se inicia la sesión, digo la junta ―añadió dando un sonoro golpe en la mesa con un mazo.

―Vale, lo que usted diga, pero ya verá como luego hay lío ―porfió Leonor encogiéndose de hombros.

―Como ya les anuncié en la convocatoria de la junta, hay que reparar los desperfectos del tejado y a tal efecto es necesario mirar los diferentes presupuestos que aquí les traigo para elegir el que creamos más conveniente y así iniciar las obras.

―Lo del tejado ¿tan grave es? ―interrumpió Rufino―. ¿Se va a caer o algo así?

―No, pero doña Luisita tiene una gotera en el salón por culpa del desperfecto ―añadió Teodoro mientras la aludida cabeceaba asintiendo con una tímida sonrisa.

―¿Y le cae mucha agua, Luisita? ―preguntó Rufino.

―Pues… pues caer, lo que se dice caer agua… pues no. Pero… tengo una mancha de humedad muy grande en el techo y…

―¿Y qué? ¿No te hace juego con las cortinas del comedor? ―interrumpió el vecino del 4º A con chulería y sonrisa socarrona.

―Ese tono, Juancho. Ante todo, respeto. Si Luisita tiene un problema hay que solucionarlo; es nuestro deber ―reprendió Teodoro al tiempo que hacía sonar con un golpe el mazo.

―Vamos a ver, esta casa tiene más años que la tos, y si nos paramos a arreglar cualquier chuminada, no vamos a terminar nunca. Si tiene una mancha que se la pinten y ya está ―porfió Rufino.

―No es tan sencillo. Hay que abordar el problema, no enmascararlo ―replicó Teodoro.

―Es que cuando no es el tejado, es el portal, y cuando no, la escalera, pero estamos soltando pasta todo el día. Esto es una ruina ―insistió Rufino.

―Si no te gastaras todo el dinero en copas y mujerzuelas no estarías arruinado, so golfo ―intervino la vecina del 1º A.

―¡Doña Remedios! ―la reconvino Teodoro con un golpe de mazo.

―Ya me parecía a mí. Mucho estaba tardando esta en dar por saco ―dijo en voz baja Leonor.

―En qué me gasto el dinero es asunto mío, señora. ¡Qué sabrá usted! ―replicó Rufino.

―Lo sé porque no sales del bar en todo el día y te vienes a casa con cada pelandusca que… Un día de estos vas a coger cualquier cosa y la palmas lleno de pústulas y bichos.

―Preocúpese de sus cosas y déjenos a los demás vivir tranquilos. Menos cotillear, doña Remedios ―respondió el aludido.

―Si es que está todo el día vigilando quién entra y quién sale asomada a la ventana, solo se va de ahí para pegarse a la mirilla ―añadió Juancho.

―Nos estamos desviando del tema ―dijo Teodoro.

―Juancho, bonito, fúmate un porro de los tuyos y deja a los mayores hablar ―respondió Remedios ignorando el comentario de Teodoro.

―Pues no me vendría nada mal. Jefe, ¿me da permiso?

―¡Ni se te ocurra! ―respondió Teodoro―. Según la ley 42/2010 de 30 de diciembre, se prohíbe fumar en espacios de uso público como…

―Vale, que sí, que ya lo he pillado, deje de dar la brasa ―le interrumpió Juancho―. El caso es que aquí, el golfo ―prosiguió haciendo caso omiso del golpe de mazo que dio Teodoro para llamarle al orden― tiene razón. Estamos todo el día con derramas, y sale por un pico tener un piso tan viejo.

―Sobre todo a ti, que no has dado un palo al agua en tu vida ―añadió Remedios―. Gracias a que tu abuela se murió y heredaste su piso, si no ¿de qué? No tendrías dónde caerte muerto, que hasta tus padres te echaron de casa por drogata… y por vago.

―Doña Remedios, como persista en su actitud me voy a ver en la obligación de echarla de la junta ―reconvino Teodoro mientras golpeaba con el mazo.

―No tienes huevos ―le respondió ella―. Muchos humos te das, pero tu mujer se fue con otro porque se moría de aburrimiento contigo que eres muy triste y muy seco y muy cansino.

―La vieja no se calla ni debajo del agua ―añadió Rufino.

―Tengamos la fiesta en paz. Vamos al tema de esta junta…

―Señora, lo mismo debería usted fumarse uno de mis porros y dejar el anís ese de garrafón que se gasta; se le sube a la cabeza y no dice más que tonterías.

―Tú sí que tienes la cabeza podrida, macarra ―respondió la aludida―. ¡Guárdate tus mierdas para ti!

―Pues si doña Remedios no quiere, yo sí que aceptaría liarme un canuto, porque creo que drogada es la única manera de aguantar esta reunión.

―Leonor, usted no añada más leña al fuego, haga el favor ―volvió a encararse Teodoro―. Bastante tenemos con lo que tenemos.

― Ejem. Bueno... Si lo de mi gotera es problemático, lo dejamos. No quiero ser motivo de molestias ―intervino tímidamente Luisita.

―Lo dejamos, dice ―se revolvió Rufino―. Nos hace reunirnos porque tiene humedad en el salón y ahora dice que lo dejemos. Después de la que ha liado. Si es que son ganas de fastidiar.

―Rufino, modérese ―respondió Teodoro con un nuevo golpe de mazo―. Doña Luisita, si usted tiene un problema se lo vamos a solucionar.

―Este se la quiere encamar ―dijo Remedios―. Claro, que le haría un favor y de paso nos lo haría a todos los vecinos, porque el verdadero problema de Luisita es que se le ha pasado el arroz hace años y está muy necesitada.

―¡Doña Remedios, no se lo repito más! ―interrumpió Teodoro golpeando el mazo―. Modere su actitud y deje de incitar a la discordia.

―Y tú deja el martillo ese quietecito. Qué manía con dar golpes, nos tienes a todos hasta el moño.

―Si es que la vieja está amargada y quiere amargar a los demás. Como no tiene hijos a los que incordiar se desquita con nosotros ―dijo Juancho.

―Para tener hijos como tú, prefiero estar sola, yonqui de mierda.

―Nada, que no se calla. Que alguien le traiga un copazo de anís, a ver si se calma ―dijo Rufino.

―Cree el borracho que todos somos como él. ¡Desgraciado! ―le respondió Remedios.

―¡Váyase a dormir al sarcófago! ―añadió Juancho.

―¡Vete tú, colgao!

―¡Orden! ¡Orden! ¡Hagan el favor! ―gritó Teodoro golpeando frenéticamente el mazo― Deben guardarse las rencillas personales para… ¡Doña Luisita! ¿Qué le pasa? ¡Está sangrando!

―¡Hostias! El mazo ha salido volando. ¡Menudo golpe! En todo el gepeto le ha dado ―dijo Juancho riéndose a carcajadas.

―Tanto aporrear con el martillito de los cojones… Se veía venir ―dijo Remedios.

―La que no lo ha visto venir ha sido la pobrecilla ―dijo Rufino mientras asistía a Luisita que tenía una brecha en la ceja izquierda.

―Voy a llamar a los del SAMUR ―respondió Teodoro con el móvil en la mano.

―Llame también a los del manicomio para que se lleven a la vieja ―dijo Juancho.

―Y a la perrera para que te lleven a ti, zopenco ―dijo Remedios.

―Y a Radio Taxi para me lleven a mí. Me voy a vivir al chalet de mi hermana ―dijo Leonor.

 



12 de mayo de 2021

Entre bichos anda el juego

 


«El Señor de los Bichos» era su apodo y el terrario del zoológico su feudo. Ofidios de varios tamaños, letales escorpiones y arañas, gráciles escalopendras y ranas multicolores eran los súbditos que Basilio gobernaba con habilidad.

Con su excelente currículum consiguió un puesto para el que estaba más que cualificado. Basilio sabía recrear con paciencia infinita los diferentes hábitats que cada animal necesitaba. Su serenidad manipulando las especies más peligrosas consiguió que desaparecieran los habituales accidentes responsables de la vacante que él acabó ocupando de manera definitiva.

Un día que Basilio manejaba el nido de una viuda negra sintió revolotear algo delante de él. No le prestó especial atención pues su interés se centraba en no ser mordido por la mortífera araña; sin embargo, aquello acabó posándose en su brazo. Aterrado comprobó que era una polilla: gorda, peluda, con unas largas antenas y probóscides que se movían amenazantes.

Basilio sacudió el brazo para deshacerse de aquel bicho asqueroso (aunque inocuo). Con el movimiento volcó la urna donde se encontraba la araña y, en un efecto dominó, los receptáculos de los escorpiones y las serpientes también cayeron de sus peanas. Entre ruido de cristales y los alaridos de Basilio, la estampida de reptiles, anfibios y otros especímenes sembró el caos en la sala.

Para desgracia de los diez visitantes que se encontraban en ese momento en el terrario, y que sufrieron las graves picaduras de los animales sueltos, en el excelente currículum de Basilio no se especificaba que padecía motefobia.

 

Motefobia: Miedo a las polillas.

Definición ampliada:

Se define como un persistente, anormal e injustificado miedo a las polillas.

 

También se utiliza este nombre para la fobia a las mariposas, que no tiene una denominación oficial. También se conoce la fobia a este tipo de insectos como lepidopterofobia (porque la clase de los lepidópteros incluye a las mariposas, polillas, etc.).

Entre quienes padecen de este trastorno, caracterizado por el temor o la aversión hacia las mariposas o las polillas, está la actriz Nicole Kidman (y la que esto suscribe también).

Es una fobia relativamente común. Las personas dan diferentes “razones” para su fobia, algunas de las cuales incluyen los patrones erráticos de vuelo, los colores reales y las imágenes en sus alas, su tamaño, e incluso cómo se les siente al tacto (en mi caso es que sencillamente me dan mucho, pero que mucho asco, prefiero mil veces una cucaracha o un escarabajo pelotero que tocar una polilla). Es clave recordar que las fobias son miedos irracionales.







7 de mayo de 2021

LA SOLEDAD ES MALA COMPAÑERA

 

Ayer me incorporé a un club literario virtual donde varios adictos a esto de escribir se reúnen cada dos semanas para compartir escritos e impresiones. En cada reunión se elige un tema o un estilo narrativo como base a la hora de escribir el relato correspondiente. El de ayer era LA SOLEDAD. Aquí va lo que me salió a mí.

La SOLEDAD es mala compañera. Hasta mi madre me lo dijo, pero qué quiere que le diga a usted, yo nunca fui de hacer caso a los demás, ni siquiera a mi madre, que era una santa.

En el colegio ya me decían que era un raro porque no me juntaba con nadie; no era de hacer amigos, esa es la verdad. Tan solo el Pecas se acercaba a mí, pero es que era bizco, sabe usted, y yo era el único que no le insultaba ni me burlaba, más por no hablar que por no ofenderle, no se vaya a usted a creer, y él se venía conmigo para estar tranquilo.

Sí, siempre he sido raro. Hasta me llevaron al médico cuando era chaval, y me dieron unas pastillas, pero como me atontaban mucho dejé de tomarlas. Pero eso no tiene nada que ver, la culpa de todo ha sido de la SOLEDAD, ya lo vengo diciendo desde hace tiempo. Se lo dije a los dos musculitos que llegaron a mi casa, que, por cierto, vaya manera de aporrear la puerta, que no eran horas para andar haciendo tanto ruido, las dos de la mañana y unas voces… ¡Policía Nacional! gritaban. Un escándalo. Con llamar al timbre hubiera sido suficiente, pero ellos no, venga a gritar y todos los vecinos al loro, claro, como para no salir a la escalera a ver qué pasaba. Yo hubiera hecho lo mismo, pero bastante tenía con ponerme el chándal encima porque estaba en pelotas, sabe usted, por eso tardé tanto en abrir, bueno por eso y por culpa de la SOLEDAD, que es la responsable de todo este malentendido, fíjese lo que le digo.

Después de que me esposaran, de muy malos modos, las cosas como son, y en el coche patrulla, les insistí a los polis que todo era culpa de la SOLEDAD, pero ellos ni caso, oiga. Que si era mejor que estuviera calladito y no sé qué de que si conocía a un abogado, me decían. Pero qué abogado ni qué abogada, no me conozco a mis vecinos, que son todos una panda de ignorantes, voy a conocer a un abogado. Desde luego, es que tiene unas cosas la policía.

En la comisaría también les dije a los compañeros de los dos energúmenos que me llevaron de mi casa que toda la culpa era de la SOLEDAD, pero igualmente pasaron de mí. Me hicieron fotos; que estaba yo para fotografiarme, todo despeinado y sucio, con barba de una semana y salpicaduras de sangre por toda la cara. No me dejaron ir al baño para acicalarme un poco y salgo con unas pintas… parezco un delincuente.

No le quiero dar demasiados detalles por no aburrirla que la veo cara de enfado. ¡Ah! Que sí quiere detalles, que para eso está usted aquí. Pues nada, lo que usted diga, que se ve que aquí es la que manda, porque en cuanto usted apareció vaya manera de ponerse tiesos los dos maromos que me vigilaban, eh, que solo les faltó hacerle una reverencia, y menuda coba que se gastaron. Que si su señoría por aquí, que si su señoría por allá. Se ve que es usted gente de calidad, lo noté enseguida; yo tengo muy buen ojo para medir a las personas, aunque no soy muy viajado, tan solo salí del barrio para ir al pueblo de mi madre cuando se murió que quería la pobre que la enterraran allí y no sé por qué, que ella se marchó de esa aldea miserable porque se moría de hambre y de asco y… Que me ciña a lo que pasó anoche. Sí, perdone, iré al grano, es que hacía tiempo que no tenía a nadie con quien hablar, o más bien, hacía tiempo que no encontraba a nadie que me escuchara con atención, como lo está haciendo usted ahora mismo. Y mucho menos que se apunte y escriba lo que digo.

Bueno, pues como le estaba diciendo, yo no he viajado nada y es que… No, no, no se me impaciente, que lo de no viajar viene al caso, espere un poco, ya verá. Pues eso, que si yo no he viajado ha sido por culpa de la SOLEDAD, ¿no ve como sí tiene relación? Porque todo es por culpa de ella.

Bueno, por ella y por los del Billy. No, el Billy no es un amigo, que yo no tengo amigos, señora señoría. El Billy es el bar de debajo de mi casa donde voy a desayunar un café con churros antes de ir al parque a sentarme y pasar la mañana, todo por no estar en el piso, que no soporto a la SOLEDAD, en el parque al menos veo a gente y… Sí, es verdad, me voy por las ramas.

Pues eso, que los del Billy, los del bar, llevaban una temporada venga a decirme que la SOLEDAD era mala compañera, que debía buscarme una mujer como dios manda, que no sé yo qué me querían decir con eso, pero que no podía seguir así, con esas pintas que llevaba, que tenía mala cara y que los moretones de los ojos no se podían tolerar y yo que no, que no eran morados que eran ojeras, de no dormir, pero ellos venga a machacar, que si la SOLEDAD por aquí, que si la SOLEDAD por allá. Tumba y dale. Eran muy pesados, sabe usted. El caso es que todas las mañanas me calentaban mucho, y me dejaban la cabeza como un bombo. 

Total, que, entre unos y otros, pues me harté. Ya llevaba unos días muy cansado, como a punto de mandarlo todo a paseo, sabe usted. Y anoche… pues que no estaba yo para tonterías. Que uno puede ser un vago, desapasionado lo llamo yo, que no es lo mismo, pero lo que no soy es un… un… ¿Cómo me llamaba ella? Un comemierda. Cada vez que me decía eso me daba mucha rabia, primero porque no sé qué quiere decir, yo no he comido mierda en mi vida, y eso que he pasado hambre muchas veces, pero es que, además, me daba mucho asco. ¿De dónde se sacaría esa palabra tan rara? De los culebrones que veía a todas horas, seguro. Que yo seré un vago, pero ella no movía su culo gordo del sofá. Enganchada a la tele estaba, mire usted.

En fin, que ayer por la noche, cuando llegué de darme una vuelta por el barrio, la SOLEDAD me recibió a voces. Que mira qué horas son, que no sé por qué te consiento lo que te consiento, que si eres un tal, que si eres un cual. Parecía un disco rayado, fíjese lo que le digo. Que no son horas, SOLEDAD, que es muy tarde y la vamos a liar. Y ella a chillar más y a seguir insultándome, porque no soporta que le lleven la contraria, sabe usted. Y entre una lindeza y otra va y me suelta lo de comemierda. Bueno, ya está bien, Manolo, me dije, hasta aquí hemos llegado, así que me dio un pronto y le solté que no la aguantaba más y que me largaba de casa. Entonces va ella y se echa a reír. Largarte tú, me dijo, que a dónde me iba a ir yo, y venga a reírse. Y ahí ya, no sé qué me pasó. Se me nubló todo, notaba las cosas como medio borradas, tan solo veía bien un cuchillo grande, el que usamos para cortar el queso. Ahí estaba, encima de la mesa de la cocina. Si le digo que me habló no me creería, ¿verdad? Debió de ser una lucinación o algo así, pero yo oí que el cuchillo me decía que lo usara. Y lo usé, vaya que si lo usé. De un viaje le rajé la garganta a la SOLEDAD. Oiga, y fue efectivo, se calló enseguida, tan solo hizo un ruido como de burbujas mientras se llevaba las manos al cuello. Aunque, antes de despatarrarse en el suelo, creo que me llamó cabrón. No sé, no estoy seguro. Eso lo tengo algo confuso, pero comemierda no me lo llamó, mire usted. Sí, fue buena idea lo del cuchillo. Aunque se puso todo de sangre…, un asco.

Violencia de género. ¿Eso qué es? ¿Y lo de prisión preventiva? ¿Qué dice de mis facultades mentales? Perturbado. ¿Yo? ¿Homicidio con qué? Alevosía. No le entiendo nada, señora señoría, habla usted muy raro.

¿Culpable? Que no, que yo no soy culpable de nada, que lo único que hice fue quitarme de encima a esa mala pécora porque vivir con ella no era bueno para mí. Si ya me lo dijeron todos: la SOLEDAD es mala compañera.

 




Hada verde:Cursores
Hada verde:Cursores