Abandonamos las
playas del desembarco con un sabor amargo en el paladar por tanta muerte inútil
y yo, además, con un buen dolor de cabeza de resultas de mi experiencia
paranormal con los nazis y sus conversaciones telefónicas.
Nuestro siguiente destino era la ciudad de Ruan (Rouen en franchute) que
es la capital de Normandía, famosa por su casco antiguo medieval, su profusión
de iglesias góticas y porque allí se cargaron a Juana de Arco.
Temerosa de que me volviera a dar otro patatús que me hiciera viajar en
el tiempo y harta ya de tantos sobresaltos no me separé en ningún momento de
mis acompañantes. Así recorrí las estrechas calles de Ruan disfrutando de sus
iglesias, de su reloj astronómico y de un espectáculo de luces proyectadas en
la fachada de la catedral donde se hacía un repaso de la historia de la ciudad.
Imbuida de la historia guerrera de Ruan cuando fue asaltada por vikingos
que se asentaron allí y fundaron su propia dinastía con el jefe Rollon (según
la serie de TV «Vikings» era hermano de Ragnar Lodbrok) me paseé por sus calles
imaginándome que por ahí también anduvieron esos aguerridos combatientes
noruegos.
Llegamos hasta la plaza del Mercado Viejo (Vieux Marché en franchute)
donde los ingleses le dieron matarile a Juana de Arco (lo de que los ingleses
anduvieran por Ruan es cosa de la Guerra de los Cien Años, para más información
acudid a cualquier enciclopedia). Entre matojos y hierbas que estaban pidiendo
a gritos que los podaran había una placa que señalaba el lugar donde quemaron a
la alucinada de Juana cual falla valenciana en la Nit del Foc.
El morbo que me embargó estar donde chamuscaron a Juana de Arco hizo que
rompiera mi propósito de no separarme del grupo. Me adentré en la espesura del
jardín, que más parecía vergel salvaje por la falta de cuidados jardineros,
para leer bien la oculta placa. Y al hacer esto… la fastidié.
—¡Qué desagradecidos! —dijo una voz femenina.
No presté demasiada atención porque estaba intentando recordar el
franchute del colegio y traducir «bûcher».
—¡Después de todo lo que hice por ellos me trataron como a una bruja!
—continuó mi interlocutora.
—¡Hoguera! —exclamé yo cuando recordé qué significaba «bûcher» en
francés e ignorando a quien me hablaba.
—Efectivamente, en la hoguera acabé —replicó la voz.
Sin mirar a la dueña de la voz, cerré los ojos y me dije: «Jobar, tengo
al lado a Juana de Arco. Esto es un sinvivir.» Resignada y harta de tanta
aparición me giré hacia mi nueva acompañante. Era una mujer de unos cincuenta
años y no iba vestida de ninguna de las maneras a como representan a Juana, es
decir, con cota de malla y armadura, tampoco presentaba quemaduras en el
cuerpo, algo que agradecí internamente porque hubiera sido muy desagradable.
Aunque no encajaba lo que estaba viendo con quien suponía que tenía delante de
mí, le dije:
—Juana, supongo.
—Sí —me contestó inclinando levemente la cabeza.
A pesar de su afirmación seguía sin cuadrarme lo que veía. Juana de Arco
murió con 19 años y aquella mujer era más mayor. «Tener visiones y
guerrear castiga mucho el cuerpo» me dije.
—No te lo tomes a mal, pero te veo desmejorada. En la estatua que tienes
en tu capilla de la catedral sales bastante más joven.
—¿Yo tengo una capilla en la catedral? —preguntó con los ojos como
platos.
—Claro, porque primero te acusaron de brujería, pero luego rectificaron
y te hicieron santa. ¿No te enteraste?
—No tenía ni idea. ¡Qué cosas! Si me viera mi madre iba a alucinar. A
ella también la acusaron de brujería, pero como confesó solo la azotaron y la
desterraron. Lo mismo debería haberse dejado quemar y ahora también sería santa
—añadió lanzando una carcajada que dejó al descubierto una dentadura podrida y
maloliente.
—¿Tu madre también tenía visiones de dios? —pregunté al mismo tiempo que
me anotaba mentalmente volver a leer sobre Juana de Arco porque, evidentemente,
tenía lagunas al respecto.
—No. Curaba con plantas como hacía yo. No creo que viera a dios en su
vida, huíamos de las iglesias como de la peste —volvió a carcajearse
regalándome otra imagen maravillosa del interior de su boca.
—Vamos a ver —repliqué yo pinzándome el puente de la nariz— ¿de verdad
que eres Juana de Arco?
—No. Soy Juana Harvilliers. Bruja confesa y quemada en la hoguera, para
servirte a ti y al diablo —se carcajeó haciendo un reverencia.
—¡Otra Juana quemada aquí!
—A mí me ejecutaron en Ribemont, unos cientos de kilómetros más al
nordeste.
—¿Y qué haces en Ruan?
—Turismo. ¿Y tú?
—También, pero no sabía que los fantasmas… fueran turistas.
—Vagar por la eternidad es muy aburrido y hay que distraerse como una
puede. Vengo aquí porque hay mucha animación. Parece ser —se arrimó a mí en
gesto confidencial— que aquí quemaron a otra bruja por interés político: les
hizo un favor a los ingleses y luego se la quitaron de encima.
—Ya. Algo he oído yo también. ¿Y a ti por qué te quemaron?
—Por envidia. Se me daba bien curar, pero no iba a misa. Un granjero
enfermó y como no conseguí sanarlo dijeron que yo le había provocado la
enfermedad con solo mirarlo y que por eso había muerto. Un clásico. Me
arrestaron, me torturaron y confesé porque de aquella no iba a salir y cuanto
menos durara el suplicio eso que me ahorraba. Me quemaron y aquí estoy
—concluyó con un gesto de resignación.
—Sí, tienes razón, una historia habitual cuando de brujas se trata.
—Lo que no es tan habitual es que a algunas las hagan santas —dijo
señalando con la barbilla la placa que recordaba el lugar de la hoguera de su
tocaya.
—Ya ves. Ella —señalé yo también la placa— sí iba a misa. A lo mejor ahí
radica la diferencia.
—Puede. Te tengo que dejar, me voy a la catedral.
—¿A misa? —pregunté extrañada.
—¡Qué dices! No entré en ninguna iglesia cuando estaba viva, no lo voy a
hacer ahora que estoy muerta —contestó carcajeándose otra vez—. Voy a ver la
fachada, me he enterado de que ponen un espectáculo de luces muy bonito.
—¡Sí! ¡Mola un montón!
Juana se fue sin decir más despareciendo de mi vista al doblar una
esquina, aunque sus carcajadas siguieron oyéndose unos instantes más.
Con su risa en mis oídos me reintegré al grupo de mis compañeros y nos
encaminamos al hotel, cerca del Sena. Al día siguiente finalizaba nuestro viaje
por Francia, pero antes visitaríamos de nuevo París.
La visita a la capital de Francia, como todas las que he realizado, fue
estupenda, pero eso lo dejaré para otra ocasión porque París bien vale una
misa… y un buen relato aparte.
FIN (fin en franchute)
NOTA: Con esta entrada doy por finalizada la serie de relatos Un paseo por Francia, así como el año en el blog.
Aprovecho para desearos unas felices fiestas y un buen inicio de año.
GLOSARIO


