Por este espacio suelo contar cosas que me suceden en los viajes, o en
determinadas ocasiones especiales (la escritura de la tesis, experiencias en la
cuarentena, etc.). Por suerte o por desgracia, todo lo que cuento tiene muy
poco de inventado y mucho de real.
Hoy voy a contar algo que me sucedió hace bastantes años: mi nacimiento.
Dado que mi propio comienzo en esta vida tuvo sus más y sus menos, sospecho que
todo lo que me ha pasado desde entonces tiene algo de congénito porque la cosa
viene de antiguo, concretamente desde que estaba en la tripa de mi madre.
Aprovechando que hace unos días fue mi cumpleaños, voy a celebrar el aniversario
con el relato de cómo se desarrolló mi nacimiento. Aclararé que todo lo que
viene a continuación es una recreación hecha por mí basada en lo que me
contaron mis padres porque, evidentemente, una servidora no se acuerda de nada
de aquello.
El día que iba a nacer, Paloma mantuvo a todo el personal del hospital
en vilo. Enfermeras, médicos, matronas y hasta celadores estuvieron en jaque
durante casi dos días. La que estaba liando la criaturita, todo porque no
quería salir.
Paloma era reacia a aparecer en este mundo (lo mismo es que se imaginaba
lo que le esperaba y se desanimó). Sin embargo, ella bien que se encargó de
avisar su llegada. El día anterior a su nacimiento tuvo a bien despertar a su
madre pateándole con saña la barriga. A la incomodidad del calor propio de
agosto en Madrid, la madre primeriza tenía que añadir un futuro retoño con
ganas de incordiar ya que, encima, el pateado lo hizo a unas horas muy molestas:
las cuatro de la mañana.
―Este va para futbolista ―se dijo la embarazada.
Teniendo en cuenta que en la época de los hechos, los felices años
sesenta del siglo pasado, no existía el fútbol femenino ―un deporte masculino
por excelencia en la España de Franco―, lo que dijo la madre de Paloma podría
entenderse como una manera de reivindicar el papel de la mujer, pero no. La futura
mamá no estaba en condiciones de solidarizarse con nada, bastante tenía con
soportar los quince quilos de más peso que había ganado desde que se preñó. Si
dijo lo que dijo fue porque en los felices años sesenta no se sabía el sexo del
bebé hasta que nacía, por lo que, como tampoco existía el lenguaje inclusivo,
todos los bebés antes de nacer eran niños.
Ante la insistencia de Paloma, y ya que era imposible volver a conciliar
el sueño, su madre se levantó a beber un vaso de agua. En la cocina dejó correr
un buen rato el agua del grifo para ver si salía más fresquita porque los
primeros cinco litros que se habían quedado esperando en las cañerías, y dada
la temperatura agosteña, estaban cerca del punto de ebullición. Cuando creyó
que el agua que salía por el caño ya era bebible se llenó un vaso, al
acercárselo a los labios notó el suelo mojado.
―Vaya, se ha debido de romper el fregadero y tiene fugas ―dijo en voz
alta mientras llamaba a su marido.
Cuando el padre de Paloma acudió a la llamada de su esposa, comprobó que
el agua que estaba en el suelo no procedía de ninguna cañería sino de la futura
madre: había roto aguas, Paloma iba a llegar ya (o eso parecía).
Presa de los nervios tomó las llaves de la moto, entonces se dio cuenta
de que llevar a su mujer a punto de parir en una Vespa no era lo más adecuado.
Debería llevarla en taxi, pero ¿cómo conseguir uno a esas horas? (en aquellos
felices años sesenta no existía Radio-Taxi, ni tampoco Cabify). El sistema utilizado
en la época consistía en salir al medio de la calzada y parar un taxi al
original grito de «¡Taxi!». Pero esperar ver aparecer un taxi a las cuatro de
la mañana en un barrio obrero de la periferia era como esperar ver aparecer a
la Virgen del Pilar. El padre de Paloma se preocupó mucho, pero siempre fue un
hombre obstinado y consiguió su propósito. El vecino del primero C era taxista
y afortunadamente para los padres de Paloma ―para el taxista no― estaba en casa
durmiendo, así que el buen hombre se levantó, se quitó las legañas y con su coche
los llevó hasta el hospital.
En aquellos felices años sesenta que una madre primeriza tuviera
cuarenta años se consideraba una rareza además de una temeridad. La madre de
Paloma rozaba esa edad y los médicos de la Seguridad Social no le dieron muchas
esperanzas de que el embarazo fuera a acabar bien. Pero el padre de Paloma,
hombre tozudo y constante como buen burgalés, no se amilanó y cortó por lo
sano: si la Seguridad Social no se atrevía a llevar a buen término el embarazo
de riesgo, pues sería la sanidad privada quien lo conseguiría.
Toda la gestación fue tratada por un médico privado que, curiosamente,
también pasaba consulta en un hospital público. La consulta privada del doctor
Salmerón se encontraba en un sanatorio con nombre portugués, Virgen de Fátima, situado en la calle
Vizcaya, al lado de la plaza de Cascorro que preside la estatua del héroe de
Cuba, en el castizo barrio de La Latina (cincuenta años antes de que se
barajara el término “diversidad multinacional” aquella zona ya apuntaba
maneras). Los nerviosos futuros padres y el adormilado vecino taxista llegaron
hasta el sanatorio, pero, como en aquellos felices años sesenta no había cita
por internet ni teléfono móvil con el que dar aviso, cuando se presentó la
parturienta no estaba nadie esperándola, tan solo una monja que hacía de
recepcionista y a la que la intempestiva llegada la había pillado asistiendo en
la capilla a maitines (o rezando un rosario, en esto hay disparidad de
criterios porque los testigos no se ponen de acuerdo).
Tras esperar un rato en la puerta, al fin la sor apareció y tras avisar
a un par de enfermeras instalaron a la futura madre en una habitación mientras otra monja
intentaba contactar con el doctor Salmerón.
La eminencia médica que trataba a la madre de Paloma, como tal eminencia, tenía
renombre y también mucho dinero, al menos el necesario para poseer un chalet en
Cercedilla donde el galeno pasaba los fines de semana ―algo solo factible en
gente adinerada, no como ahora que tienen chaletes hasta los comunistas―. El
día en cuestión era sábado, por lo que el médico estaba allá, en la sierra de
Guadarrama. Ahora, con las autovías y carreteras actuales, se tarda una hora
escasa en llegar desde Cercedilla a Madrid, pero en aquellos años sesenta, más felices
para los que tenían chalet, la cosa era más complicada. Que el doctor no
atendiera a las llamadas de teléfono ―posiblemente porque estaría durmiendo como
un tronco― tampoco ayudó a que la asistencia fuera rápida.
―No consigo dar con el doctor Salmerón ―dijo preocupada sor Angustias a
la comadrona.
―Pues llame a su ayudante, ese vive en Lavapiés, que venga para acá
corriendo. El niño está encajado pero la madre no dilata. Mucho me temo que… ¡vamos
a necesitar una cesárea!
Al oír lo de “cesárea”, todo el personal sanitario se llevó las manos a
la cabeza y un par de monjas salieron disparadas camino de la capilla. Y es que
en aquellos felices años sesenta hacer una cesárea era algo muy serio, pocos
médicos se atrevían a practicarla porque conllevaba muchos riesgos tanto para
la madre como para el bebé. En concreto, en el sanatorio Virgen de Fátima el
único médico capacitado para hacer una intervención así era el doctor Salmerón que
se encontraba a más de sesenta kilómetros de distancia y, supuestamente,
durmiendo a pierna suelta sin enterarse del drama que estaba a punto de ocurrir
en su lugar de trabajo.
El doctor Mendizábal, ayudante de la eminencia ginecológica, llegó en un
plis plas; su casa en la calle de Argumosa no era tan fascinante como el chalet
del doctor Salmerón en Cercedilla, pero se tardaban diez minutos en llegar
caminando desde allí al hospital.
Cuando el joven médico exploró a la parturienta se encontró que el bebé,
o sea Paloma, estaba listo y presto para salir pero que tenía un pequeño
problemilla: no cabía por la salida natural pensada para estos casos (Paloma
nunca consiguió averiguar si el problema radicó en que su madre no dilataba lo
suficiente o era ella, que tenía la cabeza muy grande; con el paso de los años,
y viendo la talla que usa de sombrero, cree que fue lo segundo).
―Si ya no tiene líquido amniótico y está encajado, puede haber
sufrimiento fetal y eso no es bueno, claro ―el médico domiciliado en Lavapiés
sabía explicarse y hacerse entender, era una maravilla―. Señora, el bebé
debería nacer ya, pero parece que no está por la labor. La cosa está chunga
―añadió haciendo alarde de un lenguaje sanitario poco común entre los
facultativos.
―Lo entiendo, doctor ―dijo la parturienta con un gesto de dolor―. Yo
también quiero que el niño nazca para que no sufra y también porque esto duele
mucho, no sé si se hace cargo, que me imagino que no.
―¿Preparo el quirófano, doctor? ―preguntó sor Angustias.
―¿Seguimos sin tener noticias del doctor Salmerón? ―preguntó a su vez
él.
―Pues no. En su casa de Cercedilla no contesta nadie, y es raro, porque
alguien debería haber oído el teléfono.
―Este se ha ido a la playa. ¡Qué cabrón! Menudo embolao me ha
dejado el tío ―dijo en un susurro el doctor Mendizábal.
―¿Cómo dice, doctor? Perdone, pero no le he oído.
―Nada, sor Angustias, cosas mías. Vamos a esperar un poco más, a ver si
da señales de vida. Tendría que ser él quien haga la cesárea. Las pocas veces
que he asistido a alguna ha sido como simple observador ―contestó el médico
enjugándose el sudor de la frente―. ¡Joder, qué calor!
La monja se fue pasillo adelante con semblante serio, estos médicos
jóvenes eran muy malhablados.
Pasó toda la mañana del sábado y el doctor Salmerón seguía desaparecido,
la parturienta no paraba de gritar porque las contracciones cada vez eran más
fuertes y el padre de la criatura por nacer, aunque no tenía ningún tipo de
dolor, estaba pasándolo fatal ―los de Burgos son gente dura pero también tienen
su corazoncito― al ver cómo su mujer se retorcía de dolor y suponiendo que su
primogénito, Paloma, tampoco debía de estar en las mejores condiciones por eso
del sufrimiento fetal.
El día fue avanzando en el paritorio, otras madres entraban en él y
salían con sus retoños, pero los padres de Paloma seguían esperando. Cuando llegó
la madrugada del domingo, el doctor Salmerón seguía sin aparecer. Y Paloma
tampoco. Entonces, el joven ayudante se decidió.
―Dispóngalo todo ―le dijo a la monja supervisora―, voy a hacer la
cesárea yo y que sea lo que Dios quiera.
Nada más oír esto, otras dos monjas se fueron a la capilla para ayudar a
su manera en la intervención que el inexperto doctor Mendizábal estaba a punto
de realizar.
A las seis de la mañana de un domingo, 26 de agosto, el doctor
Mendizábal, dos jóvenes enfermeras y sor Angustias se introdujeron en el
quirófano, dentro les esperaba la futura mamá ya sin signos de dolor en el
rostro porque el anestesista de guardia ya se había encargado de dormirla. Antes
de empezar, todos los presentes rezaron un padrenuestro.
Tres horas después, tras una intervención que hizo sudar no solo al
doctor Mendizábal sino a todo el personal presente en la sala de operaciones,
una rubicunda niña de tres kilos y medio llegó a este mundo. La puñetera ni
siquiera lloró, tan solo se limitó a escupir, con un gesto de asco y desagrado,
algo de placenta que se le había metido en la boca. Encima de tardona y pesada,
la niña era una melindre.
Mientras entregaban la niña al recién estrenado papá, el doctor
Mendizábal se quedó en el quirófano porque, para su desgracia y más para la de su
paciente, la faena no había terminado: la madre se estaba desangrando.
A partir de aquí la historia no está clara porque hay dos versiones. Según
el padre de Paloma, su mujer salvó la vida porque, por fin, el doctor Salmerón
apareció y eso fue gracias a la pesada de sor Angustias que se tiró llamando
toda la noche anterior para dejar recado por todo Madrid pidiendo que se
personara en el hospital. Según la madre de Paloma todo el mérito fue de las
monjas que se quedaron rezando en la capilla: solo la virgen (no tenía claro
cual, si la de Fátima que daba nombre al sanatorio o la de la Paloma que daba
nombre a su hija) consiguió que ella pudiera contarlo.
Lo único cierto es que el doctor Salmerón hizo acto de presencia y
rescató a la madre de las garras de una muerte casi segura ―el inexperto doctor
Mendizábal le puso interés, pero no poseía la pericia necesaria―.
De tan estresante nacimiento quedaron algunas secuelas.
A la madre de Paloma se le quitaron las ganas de repetir otro parto y la
niña fue hija única.
A Paloma le quedó un miedo visceral por los sitios estrechos y oscuros ―cuando
visitó unos túneles volcánicos en Canarias tuvo que salir precipitadamente
porque sufrió un ataque de pánico―; entre sus peores pesadillas se encuentra
una en donde camina por una cueva que va estrechando sus paredes hasta cerrarse
tanto que es imposible salir al exterior. Afortunadamente, Paloma heredó la
reciedumbre de su padre burgalés y nunca dio importancia a tan inquietantes
sueños, de lo contrario, se estaría dejando una fortuna en psicoanalistas. Tampoco
soporta comer carne cruda, dice que le sabe a placenta.
NOTA: Los
nombres reales de los facultativos han sido cambiados para no provocar ningún tipo
de conflicto; la sanidad hoy en día ya tiene bastante con lo que le ha caído
encima.
El nombre de la
monja supervisora también ha sido sustituido por otro inventado porque ese
sanatorio estuvo envuelto en el turbio asunto de los niños robados. No he
querido liarla más.
Una buena historia contada con gracia nos cuentas Paloma. Hasta para nacer lo hiciste con ganas de vivir y cachondeo a pesar de que tu madre lo pasó bastante mal. Un abrazo.
ResponderEliminarCreo que llegué con ganas de vivir y sobre todo de incordiar. Genio y figura hasta la sepultura.
EliminarUn besote, Mamen.
Yo también nací en el Virgen de Fátima (julio 1956). Y también fue un parto complicado para mi madre: por lo que me cuentan iba yo con una pierna por delante... lo cual, bien mirado, tiene sentido. Después de todo si no sabes donde te metes salir al mundo asomando la cabeza no parece muy inteligente. Explicación alternativa: yo siempre he sido un poco despistadillo. Gracias Kirke por tu entrañable historia. Gonzalo
EliminarHola, Gonzalo.
EliminarSomos unos cuantos de la misma generación los que vimos la luz en ese hospital por lo que estoy comprobando. Lo de nacer con la cabeza delante a mí tampoco me parece buena idea, ja, ja, ja, pero creo que eso facilita bastante la tarea a la madre y a quienes atienden el parto (o eso dicen).
Me parto con eso de que eres despistado y por eso no encontrabas la salida, ja, ja, ja.
Gracias por la lectura y el comentario.
Un saludo.
Nacer es una muy buena decisión, lo malo es que no siempre todos los elementos se colocan en el orden debido. Tú, Paloma, lo hiciste todo bien: te encajaste como era debido, diste las pataditas necesarias, y empujaste también lo que se consideraba preciso. Sólo ocurrió que algo cabezota ya debías de ser y salir te era complicadillo. Afortunadamente todo salió bien y tu madre que lo pasó muy mal de la experiencia sacaría una dosis suplementaria de amor hacia su unigénita. Eso te has llevado tú, ración doble o triple de cariño durante toda tu existencia y eso, amiga mía, no tiene precio.
ResponderEliminarMuchos besos
No sé yo, Juan Carlos, si la terrible experiencia que pasó mi madre para que yo naciera le supuso más amor hacia mí. Lo que sí sé es que cuando yo misma me quedé embarazada mi madre se puso muy nerviosa y aunque mi parto nada tuvo que ver con el suyo, ella lo pasó fatal.
EliminarAfortunadamente las dos vivimos para contarlo, y viendo cómo estaba la ginecología en aquellos años sesenta (felices más para unos que para otros) nos podemos dar con un canto en los dientes.
Un besote grande, grande.
Saludos, Paloma.
ResponderEliminarAunque no viví "los felices años sesenta", sí que echo de menos esos tiempos pretéritos en que todo estaba mucho más definido que ahora. Ya sabes lo que opino del humor: que es una de las mejores herramientas de denuncia que tenemos a mano. Imagínate el placer que me proporcionó leer lo de "un chalet en Cercedilla donde el galeno pasaba los fines de semana -algo sólo factible en gente adinerada, no como ahora que tienen chaletes hasta los comunistas-. A sus pies, diosa Kirke. ; )
Por lo demás, un relato la mar de divertido; bien construido, con ritmo, con la dosis justa de información y con esas gotitas de humor que le dan ese sabor dulce que te empuja a lucir una sonrisa permanente durante la lectura. ¡Bravo!
Besos y abrazos, Paloma. : )
Hola, Pedro.
EliminarEs cierto que en los años sesenta todo estaba más concreto, o era blanco o era negro, como la televisión que era en ByN. Para los que estaban en el lado blanco... pues mira qué bien, lo malo era para los que les tocaba el negro, esos lo tenían más jodido.
En aquellos años sesenta hubo una explosión demográfica y los nacimientos se dispararon, afortunadamente no todos los nacimientos fueron como el mío porque si todas las madres hubieran tomado la misma decisión que la mía de no tener más hijos, el 'baby boomer' se habría ido al carajo.
Es todo un honor que alguien como tú que domina el humor-denuncia con maestría califique así mis escritos. No veas cómo me he inflado, parezco a punto de parir.
Muchas gracias, amigo. Me alegra mucho saber que te divertiste con esta crónica.
Un besote grande.
Jo, Paloma, menudo drama. Y encima, por lo que veo en tu nota final, podías haber sido robada. Qué historia se ha perdido la literatura. Aunque es un decir porque debe de haber por ahí historias al respecto...
ResponderEliminarSolo tú eres capaz de contar un episodio semejante con tu humor habitual. Y pienso yo, ¿no hubiera sido mejor un buen hospital público? Igual en aquellos tiempos no lo hubiera sido, pero ahora estoy segura de que sí.
Un beso.
Cuando yo nací, ya sabes en los felices sesenta, los hospitales públicos dejaban bastante que desear aún, las infraestructuras eran bastante deficientes y además, había muy pocos. Para que te hagas una idea, ni La Paz, ni el Gregorio Marañón (que al principio se llamó Francisco Franco) ni el Ramón y Cajal se habían construido. Es decir, ir a la sanidad privada era más seguro, y aun así mira cómo le fue a mi madre, aunque lo mismo en la pública la había diñado. A saber.
EliminarEl sanatorio de Fátima fue derruido hace ya muchos años, pero sé que alguna de las monjas que por allí pululaban estuvieron implicadas en el robo de niños. A mí no me trincaron, menos mal, puede que porque me vieron muy cabezona.
Un besote.
El relato de tu nacimiento me ha gustado mucho, con ese humor tan característico tuyo, que gracia tienes chiqueta como decimos por aquí los alicantinos de bien.
ResponderEliminarPobre de tu madre, lo que tuvo que pasar, ya te contaré ya que la pobre de la mía también paso la pobre lo suyo y eso que yo me adelante dos meses, uf, y primeriza también, sin embargo a ella si le quedaron ganas de repetir dos veces más a pesar de todo. Y también nací en los sesenta, o sea que te puedes imaginar.
Un beso
En aquellos años parir conllevaba un riesgo mayor que el que se da ahora. Afortunadamente la medicina ha evolucionado mucho y hay medios técnicos que evitan las complicaciones o las superan si aparecen igualmente. Estamos comprobando que los comentarios de algunos ya indican lo mal que lo pasaron sus madres, así que era moneda común.
EliminarLas mismas cesáreas que cuando yo nací eran tan raras y tan complicadas, ahora se practican a la mínima de cambio (y eso tampoco es porque la madre tarda más en recuperarse que si se trata de un parto normal).
Me lo tomo con humor porque la cosa acabó finalmente bien aunque con secuelas psicológicas ;)
Un besote, guapa.
Como siempre es un placer leerte Paloma, felicidades porque tienes una habilidad fantástica para relatar cualquier situación sacando sonrisas a los lectores por más complicada que sea la situación que cuentas. Con tu relato y sabiendo el buen desenlace podemos desde la distancia del siglo XXI leerte con humor pero entonces cualquier parto era una auténtica aventura, las madres eran mucho más sufridas y los padres con frecuencia se encontraban en fregados importantes, las matronas cubrían como podían a los médicos y estos más de una vez retrasaban a su antojo partos para poder dormir tranquilamente o estar de fin de semana sin tener muy en cuenta ni el sufrimiento de la madre ni por supuesto del bebé, eran otros tiempos y cada parto podía ser de mucho riesgo. Afortunadamente la medicina ha evolucionado mucho y los profesionales también. Pobre ayudante, el susto que debía tener por lo que se le venía encima...
ResponderEliminarBesos
Como bien comentas, Conxita, afortunadamente la cosa ha cambiado para mejor. El tema de los médicos también era especial, aquí he contado la "versión oficial". A mi padre le dijeron que no podían localizar al médico, pero él está en la idea de que sí contactaron con él pero acudió un día más tarde porque no estaba en la provincia de Madrid (y se suponía que no estaba de vacaciones). Al ayudante le cayó un buen marrón, y puede que su decisión me salvara la vida a mí, pero mi madre quedó tocada por su inexperiencia porque varios semanas más tarde tuvo que ser de nuevo intervenida por un prolapso uterino causado tras la cesárea.
EliminarEn fin, eran otros tiempos que, menos mal, han sido ya superados.
Un beso, guapa.
Una entrada de las tuyas, rebosante de humor placentario. O sea que da placer leer.
ResponderEliminarMe alegra el reencuentro con tus historias y más de las de este estilo autobiográfico y personal. Y menos mal que naciste, nos hubieras privado a todos de estas perlas tuyas.
Un beso Paloma de mis entretelas.
Algunos combatimos el drama con el humor, es un arma de defensa y si se puede (hay tema con los que no se puede hacer humor de ninguna de las maneras) pues es mejor reír que llorar.
EliminarDicen que la socarronería que me gasto me viene de mi familia gallega, concretamente de mi abuela materna, pero a mi madre lo mal que lo pasó con mi nacimiento nunca le hizo ninguna gracia, las cosas como son.
Yo también me alegro de haber nacido, aunque por motivos muy distintos a los que tú argumentas, ja, ja, ja.
Un beso grande, padrino.
Dicen que lo bueno se hace esperar y que está bien lo que bien acaba. Porque eras un bebé y, por lo tanto, sin uso de razón, porque de lo contrario diría que lo hiciste a posta y buscaste protagonismo, je,je.
ResponderEliminarDe un parto así no se olvida nadie de los que lo vivieron, especialmente la doliente madre y el angustiado padre.
Pero bueno, creo que valió la pena tanto sufrimiento, pues saliste tú, ja,ja,ja. De todos modos, entiendo que a tu madre se le quitaran las ganas de repetir. Con una experiencia como esa ya es más que suficiente.
Y pensar que habían mujeres en esa época que todavía parían en casa...
Una historia que, a pesar de su carga dramática, me ha resultado muy simpática.
Un beso.
Pues no andas desencaminado con lo de cobrar protagonismo, porque el sanatorio era muy pequeñito y "mi caso" corrió de boca en boca por todo el personal sanitario del centro. Mi madre se tiró bastante tiempo hospitalizada a consecuencia de las complicaciones, mientras yo me quedaba en el nido para que pudiera darme de mamar, aunque a mí sí me habían dado el alta, y creo que era la atracción de la maternidad por lo grave de mi nacimiento. Cuando, por fin, le dieron el alta a mi madre, y por tanto a mí también, nos salieron a despedir un montón de gente. Porque en aquellos felices años sesenta no existía el Instagram, si no lo habría petado.
EliminarUn besote, Josep Mª.
Hola Paloma, cómo me iba a perder el nacimiento en aquellos "felices años 60" jo pues si que tenemos cosas en común, aparte del sarcasmo, que se nos da requetebien en los escritos jejee, además le dimos la paliza bien dada a nuestras mamás. Yo le provoqué unos calambres de aúpa, no se cuánto tiempo la pobre aguantándome, dentro y salí, digo que salí, ¡con forces! yo creo que de ahí que tenga alguna vena loca, eso no es natural. A veces me toco por si la cabeza no me cerró bien jajaaja. Pues claro, con tan parto, quién se iba a atrever a tener más hijos. Y aquí quedamos tan solitas, tan estupendas y con cierto sentido del humor sobre lo que es nacer "protagonista". Un besoooooo. Feliz semana.
ResponderEliminarEme, creo que tú también tienes ahí una historia con tu nacimiento. ¡Madre mía, forces! Cuando yo parí, que pudieran utilizar eso con mi hija me daba auténtico pánico. En tu caso, fue para bien, porque te gastas mucha guasa.
EliminarComo le comento a Francisco, para algunos el humor, o el sarcasmo, es una herramienta para defenderse del dolor, o de algo que no gusta. Puede servir también como denuncia y así he querido yo usarlo en algunos momentos, ya que aquellos "felices" años sesenta no lo fueron tanto, había muchas carencias para algunos.
Un besote.
Hola Paloma!!
ResponderEliminarMe encanta tu estilo de narrar cualquier acontecimiento, y el de tu nacimiento es para un relato más largo, ha sido tan divertido (dentro del drama de la situación) que me hubiese gustado seguir leyendo. Has conseguido imágenes con tus palabras y por momentos parecía un guión cinematográfico. Desde luego que nuestras madres pasaron lo suyo para traer niños al mundo. Yo soy la tercera y en parte tenía el camino hecho, pero mi hermano, el primogénito, vino al mundo en casa y su nacimiento fue narrado siempre en todas las reuniones, después de él mi hermana y yo nacimos en el hospital.
Tu nacimiento desde luego refleja muy bien la época, más con los acontecimientos que comentas de las desapariciones.
Enhorabuena Paloma porque da gusto siempre leerte.
Un abrazo grande amiga y cuidaros mucho.
Hola, Xus.
EliminarDesde luego aquellos años sesenta (no tengo yo tan claro que fueran muy felices, supongo que mitad y mitad) fueron característicos y dejaron huella a quienes nacimos y vivimos la época esa.
Pertenecer a una de las explosiones demográficas con esa proliferación de nacimientos supongo que también deja su impronta. Mirándolo bien, y sabiendo cómo estaba la ginecología en aquellos años, me cuesta creer que hubiera tantos nacimientos, se ve que tanto las madres como los hijos éramos muy fuertes, ja, ja, ja.
Encantada de que te haya gusta mi forma de contar un suceso que con su dosis de drama, al final terminó bien.
Un besote, guapa.
Buena historia. Yo también nací en ese hospital, también en los felices sesenta
ResponderEliminarQué casualidad nacer en el mismo hospital y acabar leyendo esto. Lo de nacer en los felices sesenta ya no es tan casual porque en esos años nacimos muchos, tantos que ahora nos dicen que somos la generación del baby boom (y encima suponemos un problema para las pensiones, vaya por Dios).
EliminarUn saludo.
Yo nací allí en 1957 y me ha encantado tu relato.
ResponderEliminarVaya, qué casualidad. Me alegro de que te haya gustado, todo un honor. Un saludo.
EliminarYo nací el 1 de agosto de 1961 en el mismo sanatorio, bonita historia.
ResponderEliminarSaludos
Genial. Gracias.
Eliminarsegun mi madre yo naci en un hospital que habia EN LA CALLE VIZCAYA
ResponderEliminarHola, Luis.
EliminarSeguramente sería el mismo, no creo que en esa calle hubiera dos hospitales.
YO NACI EL 22 DE NOBIEMBRE DEL1960 EN UN HOSPITAL DE LA CALLE VIZCAYA BAJANDO DESDE ATOCHA POR SANTAMARIA DE LA CABEZA LA TERCERA CALLE QUE CRUZA LO QUE NO SE EL NOMBRE DEL HOSPITAL
ResponderEliminarHola. Posiblemente sea el mismo que yo cito, la calle Vizcaya no es demasiado larga y no creo que tuviera dos hospitales.
EliminarUn saludo.
El 5 de Febrero de 1956 yo Pablo Tera Guerrero también nací en ese hospital.
ResponderEliminarFelicito a toda la generación que en ese bendito centro nacimos.
Hola, Pablo.
EliminarCompruebo con alegría que muchos de los que nacieron ahí han leído este relato tan peculiar.
Sí, creo que somos una generación muy especial, no solo por el hospital sino por las décadas en las que llegamos a este mundo.
Un saludo.
Acabo de enterarme que nací en el hospital virgen de Fátima ,nací en enero de 1960 y el de mi madre fue muy complicado también tuvieron que hacerle cesárea mi madre siempre dijo que el doctor Mendizábal fue quien se la hizo y gracias a el sobrevivimos las dos pers ya no tuvo más hijos he sido hija única .
EliminarYo acabo de descubrir que nací en ese hospital mirando papeles pues mi madre solo se acordaba de la zona. Naci en el 63 y y por cesarea. Por fin voy a poner nombre al hospital. Voy a ver si encuentro mas informacion de el. No he ido por alli, creo que ya no está
ResponderEliminarEn el 63 y por cesárea... lo mismo tu madre tenía el mismo doctor que la mía. En aquellos años esa intervención la realizaban muy pocos, lástima que, en mi caso, tuvo que apañárselas el ayudante que, aunque se le agradece la intervención ante la falta del titular, dejó a mi madre al borde de la muerte, pero todo salió finalmente bien.
EliminarEl hospital fue derruido hace ya muchos años.
Un saludo.
Leyendo tu historia he descubierto el nombre del hospital donde yo nací porque mi madre no se acordaba. Sabía la zona pero no el nombre del hospital. Te agradezco el saber ahora dónde estaba, y voy a ver si puedo investigar un poco de su historia porque creo que ya no está
ResponderEliminarPerdona creo que se ha duplicado el mensaje. Escribí otro porque el primero no salía de
EliminarNo te preocupes, este mundo de Blogger funciona a veces regulín, ja, ja, ja.
EliminarBuenos días. Me ha gustado mucho la historia y me siento identificado en parte, y me explico.
ResponderEliminarYo nací en enero del 61 en la calle Vizcaya según mi partida de nacimiento y el libro de familia, que ya era númerosa al nacer yo y se agrandaría posteriormente, cosas de los felices sesenta.
Lo que no me cuadra es que la calle Vizcaya está por Delicias, siempre bromeo con que nací en Vizcaya y paseo por delicias, y aunque no he leído todas las reseñas quizás alguien pueda decir si es que cambiaron de nombre la calle, o la cambiaron de sitio directamente.
Lo que es seguro es que el hospital ya no existe, posiblemente se quemara o lo tirasen para edificar viviendas de protección oficial.
Enhorabuena en todo caso por el relato Paloma, muy apropiado el nombre.
Hola.
EliminarEl hospital ya no existe, pero la calle sí. Une el Paseo de las Delicias con el de Sta. María de la Cabeza.
Me alegro de que te gustara esta crónica.
Un saludo.
Yo también nací allí y no estaba cerca de Cascorro, sino de la estación de Atocha, en el Paseo de las Delicias.
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