Con este relato participé en un taller de escritura de 'El Edén de los Novelistas Brutos'. Se propuso un reto para los amantes de la serie de televisión Expediente-X. El reto consistía en escribir un capítulo donde los agentes Mulder y Scully tuvieran una nueva aventura. Soy una fiel seguidora de esta serie y en cuanto me enteré, me apunté sin dudarlo.
He de agradecer a los administradores de 'El Edén de los Novelistas Brutos' que me hayan dado la oportunidad de sumergirme en un tipo de escritura que nunca hubiera intentado de no ser por ellos. Es la primera vez que escribo un relato tan largo (debía tener al menos cuatro páginas de extensión), y nunca hubiera imaginado, cuando veía aquella serie, que yo daría vida a estos dos agentes ideando un episodio. He disfrutado mucho con esta experiencia. También doy las gracias por los comentarios de los participantes apuntándome algunos fallos que he subsanado en esta versión que aquí publico.
Y sin más circunloquios aquí os presento un nuevo Expediente-X de Scully y Mulder.
Era
una mañana soleada de mayo, el calor a pesar de ser muy pronto ya empezaba a
hacerse notar de manera que más pareciera ser un día propio del verano. En la
cuneta de una carretera secundaria, un Mondeo Berlina negro estaba parado, en
su interior se encontraban los agentes especiales del FBI, Fox Mulder al
volante y Dana Scully en el asiento del copiloto.
Mientras
el agente Mulder manipulaba el GPS, la agente Scully miraba con cara de
resignación por la ventana lateral al mismo tiempo que tamborileaba con los
dedos impacientemente el salpicadero.
—Puedo aceptar que
me hayas traído hasta este recóndito rincón de Nueva Jersey sin apenas
informarme del nuevo caso –comentó Scully sin desviar la mirada de la
ventanilla– pero que nos hayamos perdido y sigas en tu mutismo empieza a
exasperarme.
—Tranquila, Scully
–respondió Mulder mientras seguía tecleando coordenadas en el navegador del
auto–. En cuanto me haga con la ubicación exacta de la casa de la familia McArthur
te informaré detenidamente sobre este interesante caso. No te lo vas a creer.
—A estas alturas de
ti me creo ya cualquier cosa, Mulder.
—¡Ya lo tengo! –exclamó
Mulder mientras ponía en marcha el coche y retomaba la ruta–. En breve te
presentaré a la interesante señora McArthur o Neville, su apellido de soltera y
como ella quiere que la llamen desde que enviudó. Pero antes te pongo en
antecedentes.
Así,
el agente Fox Mulder empezó a relatar los extraños fenómenos que desde hacía
varias semanas estaban afectando a una familia del condado de Somerset y que
eran la comidilla de la pequeña población de Bridgewater.
Dos
meses atrás, la matriarca de la familia McArthur empezó a tener un
comportamiento extraño. Marjorie Neville, de sesenta y siete años, viuda desde hacía treinta y séis y
con cinco hijos, se levantaba de su cama en plena noche dando alaridos y
huyendo de no se sabía muy bien qué. Con una fuerza inesperada en una mujer de
su edad se zafaba de todo aquel que quería hacerla volver en sí e intentar que
se calmara. Entre balbuceos inconexos y con la mirada desorbitada gritaba
aterrada en una especie de trance que nadie sabía cómo describir.
Después
de unos momentos angustiosos la sonámbula, pues de sonambulismo creyeron sus
hijos que se trataba el mal de la señora Neville, parecía despertar del todo y
entonces caía inconsciente en el suelo. Tras recobrar el sentido, Marjorie no
recordaba nada pero en su rostro se reflejaba un gran temor.
Al
principio nadie dió importancia a estos sucesos nocturnos, ni siquiera la
propia Marjorie; todos creyeron que se trataba de pesadillas que acabarían
desapareciendo con unos tranquilizantes. Pero, poco a poco, los ataques se fueron
recrudeciendo, a pesar de la medicación que el doctor de la familia le
prescribió, y en algunas ocasiones los balbuceos inconexos se convertían en
frases comprensibles en las que la señora Neville decía “No, por favor, no lo
hagáis. Tened piedad” u “Os lo ruego, soy inocente, siempre fui leal a mi
señor, el rey”.
A
medida que transcurrieron las semanas Marjorie recordaba imágenes sueltas de sus
pesadillas, entre las que siempre había un elemento común: un hombre con el
torso desnudo y una negra caperuza se acercaba a ella con un hacha enorme. A
veces, la señora Neville refería que ese mismo hombre levantaba un bulto con su
mano izquierda y cuando se giraba hacia ella podía ver que ese bulto era la
cabeza ensangrentada de la propia Marjorie.
Ni
los ansiolíticos más potentes ni los neurolépticos más fuertes de la farmacopea
consiguieron hacer desaparecer semejantes pesadillas y se barajó la posibilidad
de ingresarla en un hospital psiquiátrico aunque ningún especialista en la
materia supo diagnosticar su enfermedad.
El
sheriff de Bridgewater, Jef Burton, había realizado un curso de actualización
en las instalaciones de Quantico y allí supo de la existencia de Fox Mulder, el
“Siniestro”. Burton, un hombre abierto a innovadoras alternativas y angustiado
porque su amiga Marjorie empeoraba a ojos vistas decidió contactar con el
agente Mulder y ponerle al corriente de su comportamiento. Este
no se hizo de rogar, avisó a Scully de un nuevo caso y sin comentarle nada más se personó delante
de la casa de la familia McArthur.
Antes
de acercarse a la vivienda contó la extraña historia a Scully, y esta asistió
al relato con cierta actitud burlona.
—¿Me estás diciendo
que hemos recorrido doscientos kilómetros para ver a una mujer que padece de un trastorno del
sueño? Mulder, te dije que de ti ya me creía todo pero me parece que me quedé
corta. Esta vez te has superado.
—No, Scully. La
señora Neville no padece ningún trastorno, por eso la medicación no ha surtido
efecto.
—Bien, entonces
según tú ¿qué es lo que le pasa a la señora Neville? –preguntó Dana Scully
entornando los ojos y ladeando la cabeza.
—La señora Neville
es la reencarnación de Margaret Pole –respondió Mulder con todo el aplomo de
quien está convencido de lo que dice.
Scully
miró a Mulder con una media sonrisa en la cara y con cierto aire de
conmiseración dudó antes de decir:
—Reencarnación. Ya.
Margaret Pole. ¿Quién es Margaret Pole, Mulder?
Mulder
sonrió abiertamente pues estaba deseando compartir con su compañera toda la
información que había recabado desde que el sheriff Burton contactó con él.
Saliendo del coche e invitando a Scully para que hiciera lo propio, se dispuso
a contar la historia de Margaret.
—Prepárate, Scully,
para aprender un poco de Historia británica.
Y
mientras Scully se apoyaba en el capó del Ford Mondeo cruzando los brazos y con
una expresión irónica en la cara, Mulder procedió a relatar el triste sino de
Margaret Pole.
—En la Inglaterra
del siglo XVI, la condesa de Salisbury Margaret Pole fue ejecutada acusada de
alta traición al rey Enrique VIII. Su fidelidad a la religión católica y su
abierta oposición a la escisión de la Iglesia por parte del monarca la pusieron
en el punto de mira de la cólera real y murió decapitada en la Torre de
Londres, la madrugada del 27 de mayo de 1541.
—Te agradezco que me
documentes sobre uno de los episodios más negros de la Historia de Inglaterra,
Mulder. Pero ¿qué tiene que ver esto con lo que le ocurre a la señora Neville?
–argumentó Scully.
—Tú misma te vas a
contestar esa pregunta en cuanto hables con Marjorie y ella te cuente de viva
voz qué sueña y qué siente. Verás cuántas similitudes tienen sus sueños con lo
que le pasó a Margaret Pole –dió como respuesta Mulder a la vez que enfilaba el
camino de gravilla que conducía hasta la puerta de la casa que tenían frente a
sí.
Mientras
los dos agentes llegaban a la casa, les salió al paso una anciana con el pelo
blanco, la tez pálida y con unas grandes ojeras que ensombrecían pero que no
conseguían afear los preciosos ojos azules que evidenciaban una belleza ajada
pero sumamente atractiva a pesar de su edad. Con un apretón de manos firme, más
propio de un varón, saludó a los agentes y se presentó como Marjorie Neville.
Tras
invitarles a entrar en la casa y una vez servido un refrigerio para aliviar el
calor de un mes de mayo especialmente sofocante, Marjorie contó a los dos
agentes sus angustiosos sueños.
—Al principio no era capaz de recordar nada de lo que soñaba –comenzó su relato
Marjorie– pero con el transcurrir de los días los sueños han ganado en realidad
y definición. Siempre empieza igual: siento una presencia extraña en la
habitación, como un aliento que sopla en mi cuello, me despierto, o sueño que
lo hago, no estoy segura. Entonces veo entre sombras un hombre corpulento con
la cabeza y el rostro completamente cubiertos con una especie de gorro horadado
por dos orificios a la altura de los ojos, en sus brazos porta una enorme
hacha, se acerca a mí y entonces intento escapar. Luego todo se vuelve confuso
y entre brumas veo cómo ese hombre se gira hacia mí llevando en una de sus
manos mi propia cabeza decapitada y en la otra mano el hacha ensangrentada.
Durante
unos segundos Marjorie calló y parecía que no podría continuar, pero se repuso
tomando aire profundamente y siguió hablando.
—Cada día que pasa el sueño es más real. Ayer mismo noté cómo ese hombre me
agarraba del pelo mientras profería insultos, me llamaba zorra católica,
traidora y me avisaba de que mi muerte sería dolorosa.
En
este punto Marjorie empezó a sollozar y no pudo continuar. Mulder intentó
consolarla mientras que Scully permanecía en silencio. Tras unos minutos de
conversación intrascendental se despidieron de la señora Neville pues ésta
estaba sumamente afectada y ya no fue capaz de aportar más información.
(CONTINUARÁ)