Leer, el remedio del alma

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Imagen creada por Ilea Serafín

22 de mayo de 2025

Conversaciones con una druidesa (II)


—¿Qué es eso de castrexos? —pregunté a mi nueva amiga en cuanto nos adentramos en la espesura del bosque, alejadas de miradas indiscretas.

—La cultura castrexa o castreña empezó en la Edad del Bronce y permaneció hasta la llegada de los cristianos; esos monjes entrometidos lo fastidiaron todo —me contestó la druidesa con un tono enfadado—. Nuestros dominios abarcaban todo el noroeste de la península, desde el norte del Duero hasta el río Navia, lo que ahora llamáis Galicia y parte de Portugal, incluso algo de Asturias, León y Zamora también.  

—¡Caray! Pues sí que ocupabais terreno, sí. Perdona, pero yo siempre creí que esa zona de la que hablas estuvo habitada por celtas, digamos que… hispanos, pero celtas.

—¿Tú me ves pinta de celta? —me espetó, ahora sí muy enfadada y mostrando sus ojos glaucos llenos de ira.

—Si te soy sincera nunca he visto un celta. El único que podría considerarse así, fue mi amigo el druida Brigo, pero si dices que vuestros dominios abarcaban algo de Asturias, lo mismo él también era castrexo o castreño o… ¡yo qué sé!

—La gente de ahora quiere simplificarlo todo, para no tener que pensar. Nosotros no somos celtas. ¡Somos castrexos!

—Y el nombre viene de…

—De vivir en castros.

—¡Anda! ¡Igual que los celtas!

—Nosotros tenemos nuestra propia idiosincrasia. Veneramos a la Naturaleza, los druidas y las druidesas nos encargamos de conectar con los espíritus en días señalados como el equinoccio del otoño o el de la primavera, conocemos las propiedades de las plantas, tanto las que curan como las que arrebatan la vida.

—¡Igual que los celtas!

—Te reitero que no somos celtas. Los celtas provienen del centro de Europa y nosotros somos del noroeste de la península.

—Pues la guía nos dijo que vuestra lengua es un derivado del celta, así que algo tendréis que ver con ellos, digo yo —insistí tercamente. Tantos años hablando de los celtas gallegos y enterarme ahora de que no lo eran me dejaba una sensación de abandono y también de estafa.

—¡No somos celtas! ¡Carallo!

—Vaaale, vale —decidí claudicar—. Por cierto, no nos hemos presentado, yo me llamo Kirke —me decanté por mi alias bloguero porque soy reticente a dar demasiados datos a los desconocidos, especialmente si son algo raritos como mi acompañante de ese momento—. ¿Y tú?

—Me llamo Aira.

—¡Qué nombre más bonito!

—Significa aire o espíritu en celta.

—¿En celta? Pero no habíamos quedado en que… Venga, vamos a dejarlo. Este lugar es impresionante —dije cambiando de tema para no cabrearla.

—Antes de que vinieran los eremitas con sus rezos y lamentaciones era más puro, más genuino. Los cristianos sois muy blandos y cuando llegaron aquí ese grupo de calamitosos y paupérrimos monjes no podían soportar la lluvia y el frío del invierno por lo que perforaron la roca para construirse sus míseros chamizos. Si vienes al monte tienes que asumir lo que hay y si no, pues te largas. ¿Qué es eso de destrozar la naturaleza para construirse una casa para pasar una temporada?

Mientras ella hablaba yo miraba unas oquedades en la roca. Al parecer, los primeros cristianos que por aquí se asentaron se construyeron remedos de cabañas adosadas a la roca y, los más fuertes, empotraron las vigas de la techumbre horadando la piedra que les servía también de pared. Una tarea de titanes si se tiene en cuenta que apenas tenían herramientas.

A pesar de la queja de Aira, a mí el resultado del paso de los eremitas por la zona no me parecía un destrozo. Estaba claro que la druidesa no conocía Benidorm, ni la más cercana Sanxenxo. Llega a ver esas dos monstruosidades fruto del turismo y le da un patatús.

—Entiendo que vosotros los celtas, digoooo los castrexos, no hacéis eso de construir en la roca —a pesar de no existir ya la cultura a la que pertenecía Aira yo le hablaba de su pueblo como si aún perdurara.

—No. En nuestros castros levantamos cabañas, pero los druidas cuando vivimos en lo más profundo del bosque afrontamos lo que la Naturaleza nos envía, así sea viento, lluvia o nieve sin alterar nada del entorno.

—Pues qué valor, porque aquí debe de llover casi siempre —añadí observando el musgo que todo lo cubría y colocándome mejor la capucha pues seguía cayendo agua con intensidad.

—El propio bosque nos da lo que necesitamos. Cobijo en sus cuevas, alimento con sus frutos y sus animales, agua y peces con sus riachuelos. Y la contemplación del poder de los dioses con sus obras magníficas —me dijo señalando las fastuosas formaciones rocosas.

El monte Barbeirón en el que nos encontrábamos se caracteriza por unas paredes de granito cubiertas de vegetación, líquenes y musgo. Los robles y abedules que se yerguen entre las paredes pétreas confieren al lugar un halo de misterio aumentado con el sonido de la lluvia al caer sobre las hojas que tapizan el suelo. Excavado en esas rocas se halla el monasterio de San Pedro de Rocas, una joya galaica del arte rupestre cuyo origen se remonta al siglo VI de nuestra era, aunque mi acompañante se empeñaba en asegurar que el lugar había sido descubierto antes por su pueblo celta, o castrexo.

—No me extraña que los monjes vinieran aquí a aislarse del mundanal ruido y de las tentaciones que lo acompañan —exclamé sobrecogida por el paisaje.

—¿Aislados? ¡No me hagas reír! Sí que venían aquí a rezar, pero mientras no pegaban un palo al agua, la comida se la traían de las aldeas cercanas los habitantes que con sus dádivas se creían ganar un puesto en ese cielo cuya puerta custodia precisamente el santo al que han dedicado ese engendro de construcción —añadió Aira otra vez enfadada y señalando el monasterio.

—¡Mujer! Llamar engendro a eso, me parece injusto. Tiene mucho mérito tallar en la roca ese campanario. Por no hablar de las tumbas que hay dentro, excavadas en la dura piedra. Reconoce que eso tiene mucho curro.

—¡Bah! —exclamó despectiva— ¡Dónde esté una buena incineración que se quiten los enterramientos!

—¿Vosotros incineráis a vuestros muertos? ¡Igual que los celtas!

La mirada asesina que me dirigió Aira consiguió que me pusiera a andar más deprisa. Entre las virtudes de mi acompañante no sabía si se encontraba la de convertir a los caminantes impertinentes en gusanos o cualquier otro bicho. Por si las moscas, decidí alejarme unos pasos de ella y me encaminé hacia el monasterio pues se acercaba la hora de irnos al hotel. Al mismo tiempo, como gesto de buena voluntad y para hacerme perdonar mi insistencia en comparar a los castrexos con los celtas, le dije.

—Me encanta estar contigo, pero me tengo que ir. Por cierto: ¿Vosotros cultiváis vino? Lo digo porque mañana vamos a visitar la Ribeira Sacra, dicen que la zona está plagada de viñas.

—¡Puag! ¡Vino! ¡Qué asco! Ese fue un invento de otros pelmas que vinieron antes que los cristianos a fastidiar por aquí: los romanos. ¡Malditos!

—¿Tampoco te caen bien los romanos?

Aira parecía maja, pero su animadversión hacia todo aquel que no formara parte de su pueblo castrexo la convertía en un ser amargado y muy poco amigable. Desde luego no tenía convenientemente desarrolladas las habilidades sociales.

—Ellos iniciaron nuestro declive. Fueron el principio del fin —contestó con un deje de amargura para después añadir—: Aunque el vino es una costumbre foránea intentaré acompañarte en tu periplo para que estés bien informada y no te creas todo lo que te cuentan esos guías sabihondos.

Me alegré de su propuesta, aunque tuve que pasar por alto lo de que el vino era una costumbre foránea porque en esta piel de toro se ha bebido vino desde tiempo inmemorial, pero se ve que en el mundo particular de los castrexos eso era una injerencia exterior.

—Vale, mañana te mando ubicación —espeté dándome cuenta al instante de lo absurdo de mi propuesta porque esa mujer no tendría móvil (si el vino le parecía foráneo lo del teléfono sería casi, casi un insulto). Quiero decir… no sé cómo contactar contigo.

—No es preciso. Yo sabré dónde encontrarte. Nos vemos, Kirke.

Y sin más se fue. Literalmente se esfumó. Pensé que aquella desaparición era fruto de la bruma y la lluvia que caía de manera impenitente, el caso es que por mucho que agucé la vista no conseguí verla ni cerca ni lejos. Había desaparecido.

 

Continuará…


Tumbas excavadas en la roca. Monasterio San Pedro de Rocas.


 





  

6 comentarios:

  1. Recuerdo que cuando empecé a estudiar Geografía e Historia me sorprendió mucho cuando el profesor de Historia Antigua nos dijo que los Celtas nunca habían estado en Galicia. Han pasado muchos años y ya no recuerdo la explicación que nos dio, pero ese detalles e me quedó grabado. Si tú sabes algo del tema me encantará que nos lo cuentes.
    Por lo demás, magnífico de nuevo este diálogo con la druidesa. Parece que escribes como respiras, sin darte cuenta, de corrido y con una soltura que apabulla. Imagino que es solo apariencia y que todo tendrá su trabajo por detrás. magnífico, de verdad.
    Un beso.

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    1. Lo de los orígenes celtas (o no) de los gallegos lo explico en la tercera entrega de esta serie. Te adelanto que no está demasiado claro el tema porque las similitudes con los celtíberos (estos sí que sí celtas) son demasiadas para responder a una "contaminación" producto de la vecindad.
      Gracias por las palabras que dedicas a mi manera de escribir.
      Un besote, amiga.

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  2. Desde luego, estamos ante una druidesa castrexa (o celta renegada) de armas tomar. La historia nunca fue mi fuerte en el bachillerato, en cambio ahora le encuentro un gran valor para comprender de dónde venimos, qué somos y por qué somos como somos, valga la reiterada redundancia. Si, como dice, Rosa, o mejor dicho, su porfesor de historia, los celtas no pisaron Galicia, no tengo ni la mas mínima idea. Celtas, celtíberos, todos me suenan igual, je, je. Siento mi incultura. Pero tú, o tu druidesa, sí que me podéis sacar de mi ignorancia. Así que espero la continuacipon de esta historia, como agua de mayo.
    Un beso.

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    1. Tal como voy contando en la tercera parte, los celtíberos sí que son celtas "de verdad", mientras que en Galicia parece ser que no están tan claro. El algo confuso el tema y mi suspicacia me hace sospechar que esa polémica puede estar corrompida por interpretaciones... interesadas. No sé.
      La verdad es que de origen celta o de origen castrexo, Galicia es mágica y fabulosa. Punto.
      Un beso.

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  3. La verdad es que es muy entretenido leerte y eso se agradece y mucho.
    Y lo que de los Celtas no pisaron Galicia sinceramente la historia no era mi fuerte y desconozco ese dato.
    Y menudo genio se gastaba la druida, uf, no se como pudiste lidiar con ella pero madre mía, me ha recordado a una persona que también tiene mas o menos ese genio y lidiar con ella es misión casi imposible o mueres en el intento.
    Me encantara leerte en la próxima, o sea que espero con ilusión ese "continuara"
    Ah y voy a Galicia el próximo 22 de Junio pero no me va a dar para mucho, Jorge nos llevará a Finisterre y la Coruña e visitar el propio Santiago y poco más, una pena no poder visitar esa parte que tu has recorrido, pero bueno ya habrá ocasión, o eso al menos espero. Me va a venir de perlas ir a visitar a Jorge y disfrutar de Galicia que siempre es una gozada.
    Un beso.

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    1. Hola, Tere.
      Finisterre es otro lugar mágico y fuente de muchas leyendas. Los acantilados de esa zona quitan el hipo.
      La Coruña es una ciudad preciosa y Santiago, ídem de ídem. Vas a disfrutar mucho de esa estancia, ya lo verás. Y vas a comer como una reina, aunque esto se pude decir de cualquier lugar de España.
      Un besote.

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Hada verde:Cursores
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