No soy creyente, pero acorde a las contradicciones que caracterizan al ser humano, cuando llega la Semana Santa me da por rezar. Reconozco que no lo hago por devoción sino por interés: rezo para que haga buen tiempo. En cualquier caso, no me sirve de nada, se ve que el mandamás de allá arriba conoce perfectamente mis motivaciones y decide no hacerme ni caso.
Este año mi interés por el buen
tiempo era más intenso porque me iba a hacer senderismo a Galicia. Ir a Galicia
en primavera es seguridad absoluta de lluvia, pero si, además, tienes intención
de caminar por el monte, la tragedia está servida. Aun así, no desistí y me fui
para allá a pesar de los nefastos pronósticos meteorológicos.
No contaba con que se produjese un
milagro y brillara el sol, pero algo de milagro sí que tuve pues podría
considerarse prodigioso lo que me ocurrió allí.
El primer día de mi recorrido por
tierras gallegas recalé en el monte Barbeirón. Ese lugar es famoso porque en él
está enclavado el monasterio de San Pedro das Rocas un sitio donde antaño hubo
una comunidad de eremitas. La verdad es que el lugar invita al recogimiento y
la meditación. El entorno asegura la paz interior necesaria para hablar con el
hacedor; también asegura que te agarres una enfermedad reumática porque la
humedad se masca y buena prueba de ello es el musgo que todo lo cubre.
Antes de que los cristianos
eligieran ese enclave para sus oraciones hubo un pueblo que también vio ahí un
buen sitio para contactar con sus dioses: los celtas. Cerca de la iglesia de
San Pedro hay un monolito donde los druidas realizaban sus prácticas religiosas.
Después de que la guía local nos
explicara lo de los eremitas y lo de los celtas nos dieron tiempo para visitar
por dentro el monasterio o lo que queda de él porque está hecho trizas. Como ya
he comentado no soy religiosa, además andaba enfadada con el de arriba porque
estaba lloviendo bastante, así que en lugar de ir al interior del santuario
decidí quedarme merodeando por los alrededores a riesgo de calarme hasta los
huesos.
Cuando estaba fotografiando el
monolito que los antiguos celtas utilizaban para sus ritos se me acercó una
figura cubierta de la cabeza a los pies con lo que parecía una capa de agua.
—Es grandioso este lugar —me dijo
con una voz grave pero femenina.
—La verdad es que sí —le contesté
mientras seguía a lo mío haciendo fotos.
—Deberías dedicarte a ver más con
los ojos y dejar ese chisme a un lado —me reprendió señalando mi cámara
fotográfica.
«Vaya, ya está aquí la viajera engreída
que va de súper guay porque no se ajusta a los cánones típicos del turista» me
dije a mí misma. Intentando no resultar grosera la miré con una sonrisa
impostada y decidí alejarme de ella.
Cuando anduve un buen trecho, viendo
por el rabillo del ojo que no me seguía, me adentré en lo más espeso del bosque
y seguí fotografiando.
—¿Por qué eres tan terca? ¿Para
qué tanta foto? —oí a mis espaldas la misma voz de antes—. Los recuerdos
verdaderos son los que quedan fijados en nuestra mente y nuestro corazón.
Di un respingo y me topé con la
misma mujer. ¿Cómo había llegado hasta mí de nuevo sin hacer nada de ruido? Por
lo visto, la viajera impertinente había decidido darme la lata.
—Está lloviendo bastante —contesté—.
Quizás deberías entrar en el monasterio, te estás calando —la hice ver pues lo
que parecía una capa de agua resultó que era una túnica de paño con una capucha
y se estaba empapando. No es que me preocupara el bienestar de aquella tipa,
pero era una razón para que se largara y me dejara en paz—. Creo que la guía
está dentro explicando algo —añadí para terminar de convencerla.
—Antes bebería tejo macerado que
entrar en un templo cristiano.
«La viajera impertinente además de
grosera es anticlerical» pensé. No es que me pareciera mal, pero lo que no me
gustaba es que tuviera que expresar sus inoportunas opiniones a mi lado.
—El autocar está abierto —añadí
en un nuevo intento de desembarazarme de aquella pelma—. Puedes refugiarte ahí
de la lluvia.
—La lluvia no me asusta y no sé
por qué tendría que defenderme de algo que es natural yendo a un espacio que no
es el mío. ¡Autocar! Un invento más de los vuestros para facilitar la invasión
a la que nos tenéis sometidos. Llegáis como una plaga maldita, como la turba
que sois, con vuestras ínfulas de superioridad, fingiendo que os interesa lo
que veis cuando lo único que os mueve es la presuntuosidad y el fatuo intento
de presumir de unos viajes que no aprovecháis ni sabéis valorar porque ignoráis
la esencia de cualquier lugar en el que estáis. Miraos, haciéndoos
autorretratos, selfies los llamáis ahora, como si lo importante de esas
instantáneas que capturáis con la cámara o el teléfono fuerais vosotros y no el
lugar, su historia, lo que representa. Queréis dejar constancia de vuestro
paso, pero sois insignificantes, una muesca imperceptible en el transcurrir del
tiempo. ¡Sois patéticos!
¡Menuda bronca me había caído en
un momento! La filípica de aquella energúmena me descolocó.
—Perdona, creí que formabas parte
de nuestro grupo de excursionistas. ¿Has venido por tu cuenta?
—Vivo aquí —dijo abarcando el
lugar abriendo los brazos.
Miré en mi derredor y no vi
ninguna vivienda.
—¿Vives en el monasterio? —pregunté
desconcertada pues me acababa de decir que no le gustaban los templos
cristianos.
—¡Vivo en el bosque, estúpida!
—¡Eh! Sin insultar, ¿vale? Yo te
estoy hablando con respeto y eres tú la que se ha acercado a darme la tabarra,
así que vamos a tener la fiesta en paz.
—Es que no te enteras de nada —replicó
la mujer enfadada.
—Mira, no sé de qué vas. No sé si
eres una campista, una pirada o una aburrida a la que le gusta fastidiar —a
esas alturas yo también empezaba a ser poco respetuosa—, pero te agradecería
que te vayas a otro lugar a dar por saco. Esto es muy grande, hay sitio para
las dos sin necesidad de tener que estar juntas.
—¡¿Vienes a mi territorio a
echarme de mi casa?! —gritó la loca esa.
—Que no. Solo te sugiero que corra
el aire. Tú te vas por un lado y yo por el otro.
—Yo voy por donde quiero.
—Está bien. Pues dime a dónde te
vas que yo tomo la dirección contraria —dije conciliadora para quitármela de
encima.
—¡Todos sois iguales! Creí que tú
eras diferente, por eso me acerqué a ti. Me equivoqué —me dijo sacudiendo la
cabeza en un gesto de decepción.
Empezó a alejarse, que es lo que
yo quería, pero sus últimas palabras despertaron mi curiosidad.
—¿Creías que yo era diferente… en
qué?
La mujer se volvió y se quitó la
capucha, a pesar de que la lluvia arreciaba. Tenía un rostro agraciado. Sin ser
precisamente una beldad, sus rasgos eran armoniosos. Insertados en una piel
blanquísima brillaban unos ojos de un azul intenso. El pelo rubio y largo se
pegaba al cráneo por efecto del agua.
—He visto cómo te erguías
interesada cuando la mujer de las explicaciones hablaba de nuestra cultura y
mirabas ensimismada el altar —respondió señalando hacia donde se encontraba el
monolito celta—. Hay admiración cuando observas nuestro bosque, te detienes en
el musgo, en las hojas caídas de los robles, en los pequeños detalles. Además,
eres la única que no se ha hecho selfies ni ha posado para salir en las fotos. Pensé
que tenías una conexión con este lugar, sentí como si volvieras de un largo
viaje y regresaras a tu lugar de origen.
Me quedé desconcertada. Había
tanta decepción y tristeza en sus palabras que quise confortarla de alguna
manera haciéndole ver que no se estaba equivocando, al menos no mucho.
—Buenoooo… esto… puede que no
andes tan errada con eso de que he vuelto a mis orígenes. ¡Mi madre era
gallega!
La mujer volvió a sacudir la
cabeza con decepción en un gesto que empezaba a ser habitual en ella cuando yo
decía algo y que ya me estaba resultando cargante.
—Mira, déjalo. Siento haberte
molestado. Ha sido un error por mi parte. La soledad y la impotencia provocan
que mis sentidos no sean los de antes e interprete mal las señales.
—¡Dame otra oportunidad! —exclamé
arrepentida.
No sé qué tenía esa mujer. Era una
impertinente, pero al mismo tiempo desprendía un magnetismo que incitaba a
saber más de ella. Puede que el origen de ese atractivo radicara en que hablaba
poco claro planteando más incógnitas que certezas cuando quería decir algo. Desde luego, fijo que era gallega porque esa imprecisión al hablar
es típico de los habitantes de la zona.
—Si supiera quién eres a lo mejor
podría averiguar yo también si hay alguna conexión entre tú y yo —añadí insistente.
—Vivo aquí desde hace mucho tiempo
—fue la escueta información que me dio. Seguía empeñada en proporcionarme datos
con cuentagotas y sin aclarar, a mí, que necesito que me digan las cosas
despacito y sin ambages.
—Mucho tiempo no puede ser porque
eres joven —añadí por darle coba y por tirarle de la lengua.
—Antes de que llegaran los
eremitas con sus rezos y sus lamentaciones, yo ya estaba aquí celebrando mis
propios ritos religiosos.
—Pero… pero… Eso fue hace mucho
tiempo.
—Te lo acabo de decir. ¿No
escuchas? —La tregua de respeto que nos habíamos dado parecía a punto de
quebrarse. Esa mujer era enigmática, pero tenía muy poca paciencia.
—¿Tú, cuántos años tienes? —pregunté
a bocajarro para aclararme y por avanzar.
—Casi tantos como este bosque —respondió
una vez más evasivamente.
Cualquier otra persona que no
fuera yo hubiera pensado que esa tía era una pirada, pero como una servidora va
bien servida de fenómenos paranormales cuando viaja, encajé lo que acababa de
oír con bastante serenidad. Reuní en un segundo todos los datos que tenía y
llegué a una conclusión.
—¡Eres una druida!
La sonrisa que apareció en su
bonito rostro indicó que había acertado.
—El término exacto es druidesa. Te parecerá extraño —me dijo con un
mohín cómplice.
—Pues mira, no.
Esta vez fue ella la sorprendida.
—No eres el primer druida con el
que me encuentro —añadí dándome aires de importancia y dejándola aún más estupefacta—.
En Asturias conocí a un colega tuyo (Ultraje). Se llamaba Brigo y, al igual que me pasó contigo, empezamos mal
porque estaba muy enfadado por algo que, dicho sea de paso, no era
responsabilidad mía, pero luego acabamos siendo amigos.
—Entonces no me equivoqué al
fijarme en ti, sí que tienes una conexión con mi pueblo.
—Se me da bien hablar con gente
rara si es eso a lo que te refieres —dije bajando la mirada con falsa modestia
y haciendo círculos con el pie entre las hojas caídas de los robles que nos
rodeaban—. ¡Perdón! No quería decir rara, sino celta —rectifiqué, no quería
cagarla ahora que empezábamos a llevarnos bien.
—Mi pueblo no es celta.
—¡Ah! ¿No?
—Somos castrexos.
—¿Castrexos? ¿Eso qué es?
—Querida amiga, creo que tú y yo
vamos a tener que mantener una buena conversación. Tienes un vínculo con
nosotros, pero estás algo verde. Hay que pulir esa basteza. Intentaré poner
remedio a eso. ¿Tienes tiempo?
—Voy a estar por aquí cuatro días,
no sé si será suficiente para… pulirme —añadí algo mosca porque eso de «basteza»
no me había hecho mucha gracia.
—Lo intentaremos.
Aplaudí entusiasmada a pesar de
todo. Pasar cuatro días con una druida que me consideraba amiga suya se me
antojaba interesante. Parecía que el viaje desastroso por culpa del tiempo no
lo iba a ser tanto gracias a esa nueva amiga que había encontrado en el bosque.
Después de esta primera parte, ya se queda uno con ganas de más.
ResponderEliminarEstos viajes atemporales que realizas dan mucho de si por los personajes que teencuentras por el camino, cuevas y bosques. Me acuerdo de aquella bnruja de las Médulas o el legionario romano :)
Bueno, lo dicho, quiero saber más de esa enigmática mujer que parece conectar contigo.
Un beso.
Deseando saber que amistad tuviste con esa druida.....
ResponderEliminarMagnífico, Paloma. Sabes captar como nadie la atención. Una empieza a leer y ya está pillada. Lo peor es tener que esperar hasta la próxima entrada para saber cómo sigue la historia. Ojalá no lo demores mucho.
ResponderEliminarUn beso.
Estas historias tuyas, además de entreteidas y muy bien contadas, encierran una buena dosis de cultura que las hace aun más interesantes. Espero acabar de conocer el resto de esta aventura y saber lo que significa ser un castrexo.
ResponderEliminarUn beso.
-Se me da bien hablar con gente rara-, ja, ja, ja Como no van a pasar estas cosas a tu protagonista si ella misma es consciente de ello. El conocimiento es la base del todo, y tú con tus historias, no solo captas la atención del lector, con ese humor que provoca más de una carcajada, es que encima en el proceso de disfrute aprendemos y queremos saber más.
ResponderEliminarTu relato tiene historia, cultura, humor y pinceladas de crítica sobre el comportamiento humano. Me encanta.
A la espera de saber como continúa, Paloma.
Un beso enorme, y feliz fin de semana.
No hay como volver a leerte y te lo digo muy en serio, la verdad en estos tiempos difíciles para mí, la verdad es que me viene muy bien y como siempre no dejas de sorprenderme y por supuesto entretenerme.
ResponderEliminarEstoy deseando que haya una segunda parte de esa aventura con la druida, me encantan tus viajes donde a parte de disfrutar, dejas volar tu imaginación. me encanta.
Un besote.
Ah y las fotos son muy chulas.