Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

15 de mayo de 2025

Conversaciones con una druidesa (I)

 

No soy creyente, pero acorde a las contradicciones que caracterizan al ser humano, cuando llega la Semana Santa me da por rezar. Reconozco que no lo hago por devoción sino por interés: rezo para que haga buen tiempo. En cualquier caso, no me sirve de nada, se ve que el mandamás de allá arriba conoce perfectamente mis motivaciones y decide no hacerme ni caso.

Este año mi interés por el buen tiempo era más intenso porque me iba a hacer senderismo a Galicia. Ir a Galicia en primavera es seguridad absoluta de lluvia, pero si, además, tienes intención de caminar por el monte, la tragedia está servida. Aun así, no desistí y me fui para allá a pesar de los nefastos pronósticos meteorológicos.

No contaba con que se produjese un milagro y brillara el sol, pero algo de milagro sí que tuve pues podría considerarse prodigioso lo que me ocurrió allí.

El primer día de mi recorrido por tierras gallegas recalé en el monte Barbeirón. Ese lugar es famoso porque en él está enclavado el monasterio de San Pedro das Rocas un sitio donde antaño hubo una comunidad de eremitas. La verdad es que el lugar invita al recogimiento y la meditación. El entorno asegura la paz interior necesaria para hablar con el hacedor; también asegura que te agarres una enfermedad reumática porque la humedad se masca y buena prueba de ello es el musgo que todo lo cubre.

Antes de que los cristianos eligieran ese enclave para sus oraciones hubo un pueblo que también vio ahí un buen sitio para contactar con sus dioses: los celtas. Cerca de la iglesia de San Pedro hay un monolito donde los druidas realizaban sus prácticas religiosas.

Después de que la guía local nos explicara lo de los eremitas y lo de los celtas nos dieron tiempo para visitar por dentro el monasterio o lo que queda de él porque está hecho trizas. Como ya he comentado no soy religiosa, además andaba enfadada con el de arriba porque estaba lloviendo bastante, así que en lugar de ir al interior del santuario decidí quedarme merodeando por los alrededores a riesgo de calarme hasta los huesos.

Cuando estaba fotografiando el monolito que los antiguos celtas utilizaban para sus ritos se me acercó una figura cubierta de la cabeza a los pies con lo que parecía una capa de agua.

—Es grandioso este lugar —me dijo con una voz grave pero femenina.

—La verdad es que sí —le contesté mientras seguía a lo mío haciendo fotos.

—Deberías dedicarte a ver más con los ojos y dejar ese chisme a un lado —me reprendió señalando mi cámara fotográfica.

«Vaya, ya está aquí la viajera engreída que va de súper guay porque no se ajusta a los cánones típicos del turista» me dije a mí misma. Intentando no resultar grosera la miré con una sonrisa impostada y decidí alejarme de ella.

Cuando anduve un buen trecho, viendo por el rabillo del ojo que no me seguía, me adentré en lo más espeso del bosque y seguí fotografiando.

—¿Por qué eres tan terca? ¿Para qué tanta foto? —oí a mis espaldas la misma voz de antes—. Los recuerdos verdaderos son los que quedan fijados en nuestra mente y nuestro corazón.

Di un respingo y me topé con la misma mujer. ¿Cómo había llegado hasta mí de nuevo sin hacer nada de ruido? Por lo visto, la viajera impertinente había decidido darme la lata.

—Está lloviendo bastante —contesté—. Quizás deberías entrar en el monasterio, te estás calando —la hice ver pues lo que parecía una capa de agua resultó que era una túnica de paño con una capucha y se estaba empapando. No es que me preocupara el bienestar de aquella tipa, pero era una razón para que se largara y me dejara en paz—. Creo que la guía está dentro explicando algo —añadí para terminar de convencerla.

—Antes bebería tejo macerado que entrar en un templo cristiano.

«La viajera impertinente además de grosera es anticlerical» pensé. No es que me pareciera mal, pero lo que no me gustaba es que tuviera que expresar sus inoportunas opiniones a mi lado.

—El autocar está abierto —añadí en un nuevo intento de desembarazarme de aquella pelma—. Puedes refugiarte ahí de la lluvia.

—La lluvia no me asusta y no sé por qué tendría que defenderme de algo que es natural yendo a un espacio que no es el mío. ¡Autocar! Un invento más de los vuestros para facilitar la invasión a la que nos tenéis sometidos. Llegáis como una plaga maldita, como la turba que sois, con vuestras ínfulas de superioridad, fingiendo que os interesa lo que veis cuando lo único que os mueve es la presuntuosidad y el fatuo intento de presumir de unos viajes que no aprovecháis ni sabéis valorar porque ignoráis la esencia de cualquier lugar en el que estáis. Miraos, haciéndoos autorretratos, selfies los llamáis ahora, como si lo importante de esas instantáneas que capturáis con la cámara o el teléfono fuerais vosotros y no el lugar, su historia, lo que representa. Queréis dejar constancia de vuestro paso, pero sois insignificantes, una muesca imperceptible en el transcurrir del tiempo. ¡Sois patéticos!

¡Menuda bronca me había caído en un momento! La filípica de aquella energúmena me descolocó.

—Perdona, creí que formabas parte de nuestro grupo de excursionistas. ¿Has venido por tu cuenta?

—Vivo aquí —dijo abarcando el lugar abriendo los brazos.

Miré en mi derredor y no vi ninguna vivienda.

—¿Vives en el monasterio? —pregunté desconcertada pues me acababa de decir que no le gustaban los templos cristianos.

—¡Vivo en el bosque, estúpida!

—¡Eh! Sin insultar, ¿vale? Yo te estoy hablando con respeto y eres tú la que se ha acercado a darme la tabarra, así que vamos a tener la fiesta en paz.

—Es que no te enteras de nada —replicó la mujer enfadada.

—Mira, no sé de qué vas. No sé si eres una campista, una pirada o una aburrida a la que le gusta fastidiar —a esas alturas yo también empezaba a ser poco respetuosa—, pero te agradecería que te vayas a otro lugar a dar por saco. Esto es muy grande, hay sitio para las dos sin necesidad de tener que estar juntas.

—¡¿Vienes a mi territorio a echarme de mi casa?! —gritó la loca esa.

—Que no. Solo te sugiero que corra el aire. Tú te vas por un lado y yo por el otro.

—Yo voy por donde quiero.

—Está bien. Pues dime a dónde te vas que yo tomo la dirección contraria —dije conciliadora para quitármela de encima.

—¡Todos sois iguales! Creí que tú eras diferente, por eso me acerqué a ti. Me equivoqué —me dijo sacudiendo la cabeza en un gesto de decepción.

Empezó a alejarse, que es lo que yo quería, pero sus últimas palabras despertaron mi curiosidad.

—¿Creías que yo era diferente… en qué?

La mujer se volvió y se quitó la capucha, a pesar de que la lluvia arreciaba. Tenía un rostro agraciado. Sin ser precisamente una beldad, sus rasgos eran armoniosos. Insertados en una piel blanquísima brillaban unos ojos de un azul intenso. El pelo rubio y largo se pegaba al cráneo por efecto del agua.

—He visto cómo te erguías interesada cuando la mujer de las explicaciones hablaba de nuestra cultura y mirabas ensimismada el altar —respondió señalando hacia donde se encontraba el monolito celta—. Hay admiración cuando observas nuestro bosque, te detienes en el musgo, en las hojas caídas de los robles, en los pequeños detalles. Además, eres la única que no se ha hecho selfies ni ha posado para salir en las fotos. Pensé que tenías una conexión con este lugar, sentí como si volvieras de un largo viaje y regresaras a tu lugar de origen.

Me quedé desconcertada. Había tanta decepción y tristeza en sus palabras que quise confortarla de alguna manera haciéndole ver que no se estaba equivocando, al menos no mucho.

—Buenoooo… esto… puede que no andes tan errada con eso de que he vuelto a mis orígenes. ¡Mi madre era gallega!

La mujer volvió a sacudir la cabeza con decepción en un gesto que empezaba a ser habitual en ella cuando yo decía algo y que ya me estaba resultando cargante.

—Mira, déjalo. Siento haberte molestado. Ha sido un error por mi parte. La soledad y la impotencia provocan que mis sentidos no sean los de antes e interprete mal las señales.

—¡Dame otra oportunidad! —exclamé arrepentida.

No sé qué tenía esa mujer. Era una impertinente, pero al mismo tiempo desprendía un magnetismo que incitaba a saber más de ella. Puede que el origen de ese atractivo radicara en que hablaba poco claro planteando más incógnitas que certezas cuando quería decir algo. Desde luego, fijo que era gallega porque esa imprecisión al hablar es típico de los habitantes de la zona.

—Si supiera quién eres a lo mejor podría averiguar yo también si hay alguna conexión entre tú y yo —añadí insistente.

—Vivo aquí desde hace mucho tiempo —fue la escueta información que me dio. Seguía empeñada en proporcionarme datos con cuentagotas y sin aclarar, a mí, que necesito que me digan las cosas despacito y sin ambages.

—Mucho tiempo no puede ser porque eres joven —añadí por darle coba y por tirarle de la lengua.

—Antes de que llegaran los eremitas con sus rezos y sus lamentaciones, yo ya estaba aquí celebrando mis propios ritos religiosos.

—Pero… pero… Eso fue hace mucho tiempo.

—Te lo acabo de decir. ¿No escuchas? —La tregua de respeto que nos habíamos dado parecía a punto de quebrarse. Esa mujer era enigmática, pero tenía muy poca paciencia.

—¿Tú, cuántos años tienes? —pregunté a bocajarro para aclararme y por avanzar.

—Casi tantos como este bosque —respondió una vez más evasivamente.

Cualquier otra persona que no fuera yo hubiera pensado que esa tía era una pirada, pero como una servidora va bien servida de fenómenos paranormales cuando viaja, encajé lo que acababa de oír con bastante serenidad. Reuní en un segundo todos los datos que tenía y llegué a una conclusión.

—¡Eres una druida!

La sonrisa que apareció en su bonito rostro indicó que había acertado.

—El término exacto es druidesa. Te parecerá extraño —me dijo con un mohín cómplice.

—Pues mira, no.

Esta vez fue ella la sorprendida.

—No eres el primer druida con el que me encuentro —añadí dándome aires de importancia y dejándola aún más estupefacta—. En Asturias conocí a un colega tuyo (Ultraje). Se llamaba Brigo y, al igual que me pasó contigo, empezamos mal porque estaba muy enfadado por algo que, dicho sea de paso, no era responsabilidad mía, pero luego acabamos siendo amigos.

—Entonces no me equivoqué al fijarme en ti, sí que tienes una conexión con mi pueblo.

—Se me da bien hablar con gente rara si es eso a lo que te refieres —dije bajando la mirada con falsa modestia y haciendo círculos con el pie entre las hojas caídas de los robles que nos rodeaban—. ¡Perdón! No quería decir rara, sino celta —rectifiqué, no quería cagarla ahora que empezábamos a llevarnos bien.

—Mi pueblo no es celta.

—¡Ah! ¿No?

—Somos castrexos.

—¿Castrexos? ¿Eso qué es?

—Querida amiga, creo que tú y yo vamos a tener que mantener una buena conversación. Tienes un vínculo con nosotros, pero estás algo verde. Hay que pulir esa basteza. Intentaré poner remedio a eso. ¿Tienes tiempo?

—Voy a estar por aquí cuatro días, no sé si será suficiente para… pulirme —añadí algo mosca porque eso de «basteza» no me había hecho mucha gracia.

—Lo intentaremos.

Aplaudí entusiasmada a pesar de todo. Pasar cuatro días con una druida que me consideraba amiga suya se me antojaba interesante. Parecía que el viaje desastroso por culpa del tiempo no lo iba a ser tanto gracias a esa nueva amiga que había encontrado en el bosque.

 (Continuará...)



GALERÍA FOTOGRÁFICA



 


6 comentarios:

  1. Después de esta primera parte, ya se queda uno con ganas de más.
    Estos viajes atemporales que realizas dan mucho de si por los personajes que teencuentras por el camino, cuevas y bosques. Me acuerdo de aquella bnruja de las Médulas o el legionario romano :)
    Bueno, lo dicho, quiero saber más de esa enigmática mujer que parece conectar contigo.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  2. Deseando saber que amistad tuviste con esa druida.....

    ResponderEliminar
  3. Magnífico, Paloma. Sabes captar como nadie la atención. Una empieza a leer y ya está pillada. Lo peor es tener que esperar hasta la próxima entrada para saber cómo sigue la historia. Ojalá no lo demores mucho.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  4. Estas historias tuyas, además de entreteidas y muy bien contadas, encierran una buena dosis de cultura que las hace aun más interesantes. Espero acabar de conocer el resto de esta aventura y saber lo que significa ser un castrexo.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  5. -Se me da bien hablar con gente rara-, ja, ja, ja Como no van a pasar estas cosas a tu protagonista si ella misma es consciente de ello. El conocimiento es la base del todo, y tú con tus historias, no solo captas la atención del lector, con ese humor que provoca más de una carcajada, es que encima en el proceso de disfrute aprendemos y queremos saber más.
    Tu relato tiene historia, cultura, humor y pinceladas de crítica sobre el comportamiento humano. Me encanta.
    A la espera de saber como continúa, Paloma.
    Un beso enorme, y feliz fin de semana.

    ResponderEliminar
  6. No hay como volver a leerte y te lo digo muy en serio, la verdad en estos tiempos difíciles para mí, la verdad es que me viene muy bien y como siempre no dejas de sorprenderme y por supuesto entretenerme.
    Estoy deseando que haya una segunda parte de esa aventura con la druida, me encantan tus viajes donde a parte de disfrutar, dejas volar tu imaginación. me encanta.
    Un besote.
    Ah y las fotos son muy chulas.

    ResponderEliminar

Hada verde:Cursores
Hada verde:Cursores