Leer, el remedio del alma

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Imagen creada por Ilea Serafín

15 de septiembre de 2024

Centroeuropa me descentra (I)

 

Harta ya de tanta playa (a la que nunca fui muy aficionada, las cosas como son) y tanto sol y calor, propios de las fechas y de las latitudes en las que vivo, este año decidí cambiar radicalmente para irme de veraneo.

Hasta la fecha, y salvando el viaje a Bélgica, mis escapadas fuera de España se habían limitado a países mediterráneos (Grecia, Francia, Italia, Portugal…) por lo que siempre me sentí como en casa por la afinidad cultural que tienen estos países con el mío.

Esta vez, no. Me fui a Centroeuropa: República Checa, Eslovaquia, Hungría y Austria fueron los destinos elegidos. Durante más de diez días me dediqué a visitar sus capitales y, en alguna de ellas, sus alrededores.

No voy a ponderar las excelencias de las ciudades que visité, para eso está la Wikipedia y los documentales de la 2. Me voy a centrar en las peculiaridades que a mí más me sorprendieron (monumentos e historia, aparte) y cómo sentí yo esos rasgos distintivos.

En estos países, tan diferentes del mío, esperaba encontrar otra cultura y otro clima completamente distintos a los habituales para mí. Definir en qué consiste la cultura de un país puede ser complejo, así que me voy a centrar primero en la otra cuestión que yo buscaba diferente: el clima.

Mis expectativas en cuanto al clima no se cumplieron en ninguno de los países por los que anduve. Esperando encontrar temperaturas más benignas que las que el verano madrileño nos atiza en plan castigo divino, me di de bruces con una realidad muy distinta (o puede que con lo que me diera de lleno fue con el cambio climático).

Praga es una ciudad donde, según lo que nos contó la guía de allí, por lo general suele llover bastante, pero en verano el sol se asoma «aunque sea tímidamente» (sic). Tan solo el cielo aparece sin una sola nube una media de diez días al año. De esta situación se deriva, siempre según las estadísticas que nos proporcionó nuestra guía, que muchos praguenses tienen déficit de vitamina D y padecen osteoporosis de adultos, además la incidencia de raquitismo en los niños es una de las más altas de la U.E.

Bueno, pues de esos diez días sin una sola nube que tocaba este 2024, cuatro fueron los que pasé allí. No solo lució el sol, además lo hizo con una fuerza inusitada que se manifestó con una temperatura de 37ºC (una barbaridad para la zona). Dada la situación con la vitamina D de los habitantes de Praga, la cosa se tradujo en que los praguenses (y algún que otro turista nórdico) se colocaban en las zonas soleadas para exponerse al sol cual lagartos buscando calentar la sangre mientras que nuestro grupo de españoles andábamos buscando sombra como desesperados.


Vista de Praga (sin una sola nube, como se puede apreciar)

Karlovy Vary es una ciudad balneario donde los nativos de Chequia van a recuperarse de sus distintas dolencias gracias a las aguas termales que manan por varias fuentes y que tienen propiedades saludables. Pacientes con cáncer, enfermedades hepáticas, renales, digestivas… se benefician de esas aguas tan sanas. El día que estuve yo, también podría haber ido toda la población a recuperarse de su déficit de vitamina D porque el sol nos dio de lleno y a placer. Un calor que, sumado a la humedad, empañó disfrutar plenamente de los preciosos edificios que adornan la ciudad. Dicen que lo habitual, cuando se visita Karlovy Vary, es beber de las fuentes que se encuentran en puntos estratégicos. Yo no lo hice. Estas fuentes surten aguas con diferentes temperaturas, la más «fresquita» sale a 60ºC. Con el calor que hacía, una servidora no estaba por la labor; quizás, si hubiera tenido una bolsita de té, me habría preparado una infusión, pero no era el caso, así que me fui de allí sin beber nada.

Fuente termal en Karlovy Vary

 En Viena también tuvimos nuestra buena cuota de sol y calor, aunque en este caso estuvo acompañado de alguna que otra tormenta que vino a refrescar el ambiente y a regar los jardines que no suelen tener una atención especial por parte de los jardineros en cuanto a riego ya que la pluviosidad se hace cargo de esta cuestión, aunque a mí me parece que van a tener que cambiar esa práctica porque algunas praderas estaban bastante amarillentas.

Quiero resaltar una peculiaridad de las tormentas vienenses y es que están muy definidas; con severidad prusiana allí el agua cae a base de bien o no cae. En Viena el concepto «chispear» no existe. Me explico. Estando a las puertas del palacio de Schönbrunn noté cómo se acercaba una nube bastante oscura, el sol aún lucía, pero la nube estaba llegando. De repente, a cinco metros de donde yo me encontraba, la gente empezó a correr y gritar. Lo primero que pensé es que habían visto a un terrorista con una bomba adosada al cuerpo, porque yo no vi ninguna amenaza inminente. En seguida, un ruido ensordecedor acompañó a una cortina de agua donde estar cincuenta centímetros a un lado u otro era la diferencia entre no mojarte o calarte hasta los huesos. Tuve suerte de encontrarme pegada a la fachada y poder refugiarme debajo de una cornisa. Si llego a estar a un par de metros de la pared me hubiera mojado completamente, tal era la brusquedad repentina del agua que caía. La tormenta apareció jarreando agua de golpe. Menos mal que, igual que vino, se marchó y pudimos disfrutar de los preciosos jardines que tiene ese palacio.


Jardines de Schöbrunn

En las otras ciudades por las que estuvimos la lluvia no nos molestó, pero el sol sí. En Bratislava anduvimos de sombra en sombra para poder atender las explicaciones de la guía sin derretirnos en el intento. En Budapest, las nubes nos dieron un poco de respiro, pero hacía bastante calor y se notaba que no era habitual porque los nativos miraban mi inseparable abanico con algo de asombro y mucha envidia (creo que una señora, paseando por el Parlamento, quiso arrebatármelo, pero le adiviné la intención y me giré abortando sus intenciones). Cualquier brizna de brisa era bienvenida, de hecho, cuando hicimos un crucero por el Danubio pensé en sobornar al piloto de la embarcación para que durara más el trayecto y así aprovechar el fresquito que la velocidad del barco en el río nos proporcionaba (además de poder regodearme en las fantásticas vistas de Budapest que dicho crucero nos regaló).

Vista del Parlamento de Budapest desde un barco en el Danubio

Hasta en Salzburgo nos hizo calor. Antes de llegar, la imagen que yo tenía de esa ciudad es la que me quedó viendo «Sonrisas y lágrimas». Allí Julie Andrews iba vestida con trajes tupidos y bien abotonados; no le debió de hacer la temperatura que tuve yo porque, de ser así, hubiera muerto de una lipotimia cantando «Do, re, mi».

En fin, que el clima me decepcionó mucho. Yo esperaba huir del calor español y me encontré con altas temperaturas donde no suele haberlas. Para pasar esto no hacía falta salir de España, la verdad.

En cuanto a hallar una cultura diferente, en eso no hubo fraude. Como comento al inicio de esta publicación, definir qué es la cultura de un país resulta complicado, pero yo lo resumo muy fácilmente en tres cuestiones: historia, idioma y gastronomía.

De la historia no voy a comentar porque siguen estando ahí los documentales de la 2. Me centraré en los idiomas y en la comida, pero eso lo dejaré para el próximo post. ¡Ah!, también contaré cuando se me coló un chino en la habitación del hotel de Budapest.

CONTINUARÁ…




3 comentarios:

  1. Pues si hubierais ido ahora, estarías nadando o remado por las calles. Vaya diluvio el que ha caído por esos lares.
    Cuando, hace bastantes años, fuimos a VIena, no pudimos hacer la travesía por el Danubio hasta Salsburg porque dñuas atrás había llovido a mares y el río había alcanzado una altura que no permitía que el barco pasara bajo los puentes.
    Así

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  2. No sé qué c... pasa, pero otra vez se me ha disparado el comentario sin quererlo. De ahí los gazapos tipográficos.
    Sigo: Así que cuando uno viaja se expone a hechos así. Uno espera sol y encuentra agua y frío, y uno desea fresquito y se achicharra. Son los gajes de viajar.
    Un beso.

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  3. Veo que hicimos un viaje similar, aunque nosotros solo visitamos las capitales de los cuatro países. Esa vez no alquilamos coche y nos desplazamos en tren. Mi idea sobre el clima de esos lugares es totalmente distinta a la tuya. Son países del centro de un continente y esos climas suelen ser extremos, mucho frío y mucho calor. En Praga recuerdo haber pasado calor, en Viena y en Bratislava los cielos estaban más cubiertos y lloviznó, sobre todo en Viena, pero tampoco de esa forma que comentas. Recuerdo una llovizna de pasear con paraguas. En Budapest hizo sol sin demasiado calor. Te hablo un poco de recuerdos lejanos porque el viaje lo hice en 1994.
    Estoy deseando que nos hables sobre la gastronomía y, por supuesto del chino en tu habitación, ja, ja.
    Un beso.

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Hada verde:Cursores
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