Jalisco
(Nueva España[1]), 20
de noviembre de 1564
—¡Este cura es un fastidio! ¡Mal rayo le parta!
Quien así protestaba era el estibador del puerto de Barra de Navidad.
Desde hacía dos semanas la nueva expedición a las islas Filipinas traía de
cabeza a todo el personal del puerto de Jalisco. Equipar las cinco naves con
sus pertrechos para los trescientos cincuenta hombres que irían en ellas suponía
un arduo trabajo, pero en este caso, además, se sumaba la concienzuda labor del
fraile encargado de organizarla: Andrés de Urdaneta y Ceraín.
—Pobre
Andresillo —exclamó
un marinero observando al estibador desde la cubierta de una de las naos—,
anda como pollo sin cabeza.
—Tiene
razón en quejarse —replicó
un compañero que observaba también el trajín previo a la partida—. Ese
fraile es muy pesado, creo que se excede en embarcar tanta fruta a bordo.
—Dice
que es para que no se nos caigan los dientes durante la travesía. Que los
alimentos frescos evitan la enfermedad que hace sangrar las encías[2]. Parece
un hombre cultivado y que sabe lo que hace.
—Puede,
pero tanto coco y piña… Donde esté un buen potaje... Además, a qué tanto
mandar, se supone que quien gobernará esta escuadra será el almirante Legazpi, ¿por
qué no se encarga él del avituallamiento?
—Porque
es hombre de tierra, la única vez que se ha subido a un barco fue para venir
desde España hasta aquí.
—Mal
empezamos, si no sabe gobernar un barco, difícil veo llegar a las Filipinas.
—Eso
pienso yo, pero tú tranquilo, en la nao capitana, la nuestra, será el fraile
quien pilote, y ese es experto en navegación, así que nosotros nada hemos de
temer.
—¡Qué
raro! Un monje navegante.
—Antes
fue militar, participó en varias expediciones y estuvo muchos años en las
Molucas. Es viajado. Dicen que tiene un hijo, de su época de juventud. Se hizo
agustino ya cumplidos los cuarenta años.
—Un
almirante inexperto, un fraile padre de un hijo y con pasado militar. Vive Dios
que este viaje ya comienza de extraña manera. Quiera la Virgen que lleguemos
sin contratiempos.
—Amén.
Isla de Cebú (Filipinas), 25 de abril de 1565
—Pues no se nos ha dado mal la travesía y la conquista, ¿verdad, páter?
Miguel López de Legazpi sonreía ufano desde el castillo de popa frente a
la costa de una de las islas Filipinas. Su interlocutor, en cambio, presentaba
un semblante serio.
—No
os confiéis. Bien es cierto que hasta ahora todo ha marchado estupendamente,
mas creo que tenemos delante el principal escollo de nuestro viaje —contestó
Andrés de Urdaneta.
—Vamos,
padre. No seáis pesimista. El viaje hasta estas islas transcurrió sin problema,
tan solo tardamos tres meses en atravesar el Pacífico y sin bajas que lamentar.
He de reconocer que, la salvaguarda de la tripulación, fue gracias a vuestros
desvelos e interés en embarcar grandes cantidades de alimentos frescos.
El fraile no pudo evitar sonreír ante el halago de su superior.
—Además,
en poco menos de cuatro meses hemos sometido casi todo el archipiélago. Ha sido
realmente fácil.
Legazpi se sentía orgulloso de la campaña, una gran cantidad de islas
habían sido conquistadas sin apenas esfuerzo. Guam, Samar, Leyte y muchas más
estaban ya bajo su mando, algo que le agradaba sobremanera pues Felipe II,
además de darle el cargo de almirante y general de la armada, también le había nombrado
gobernador de las tierras conquistadas lo que ahora le convertía en un hombre
poderoso.
—No
entiendo que os mostréis taciturno, señor Urdaneta —insistió el almirante algo
contrariado ante la actitud del fraile.
—Vos
mismo lo acabáis de decir. Hemos sometido casi todo el archipiélago.
Delante tenemos la isla donde el jefe Humabon mandó asesinar en un banquete a casi
treinta hombres de Magallanes después de que éste fuera muerto en la cercana
isla de Mactán. Son gentes traicioneras estos isleños.
—No
os preocupéis, ese jefe hace años que está ardiendo en el infierno.
—Cierto
es, pero ahora gobierna su hijo, el rajah Tupas. De tal palo, tal astilla.
Puede que nos espere el mismo trato. Quiera Dios que la delegación que habéis
enviado traiga buenas noticias.
El agustino se santiguó mientras, en susurros, rezaba un padrenuestro.
—Mirad,
páter. Ahí están nuestros hombres.
En ese momento, una chalupa con la delegación a la que hacía alusión el
fraile, llegó hasta la nao capitana. Una vez que los pocos integrantes
estuvieron a bordo, el almirante fue a saber la respuesta al ofrecimiento que
se les había hecho a los habitantes de Cebú que, básicamente, consistía en una
rendición sin condiciones.
Legazpi se acercó al cabecilla de la delegación y, sin necesidad de
preguntar nada, éste contestó ante la mirada inquisitiva del almirante:
—Han
dicho que no. Están reuniendo a los guerreros, he podido ver más de dos mil
acantonados en las cercanías del palacio del jefe. Van a presentar batalla,
señor.
—Os
lo dije, estos no son como los de las otras islas —espetó el agustino.
—Bien,
pues yo no soy como los integrantes de la expedición de Magallanes. Si no
aceptan por las buenas, será por las malas. Mañana sabrán mi respuesta.
Al día siguiente los habitantes de Cebú conocieron dicha respuesta por
parte de Legazpi: estuvieron todo el día recibiendo cañonazos que dejaron
arrasada toda la ciudad cercana a la costa. Cuando cesaron los cañonazos, una
canoa fue al encuentro de la nao capitana.
Un emisario de Tupas se dirigió a Legazpi hablando en su lengua. El intérprete
tradujo:
—Dice
que quieren firmar un acuerdo de paz.
Urdaneta sonrió satisfecho; le hubiera gustado tener delante a quienes
cuestionaron su decisión de elegir a su primo Legazpi como almirante. Buenas
razones asistían al fraile y en esos momentos estaba muy claro el porqué.
Isla de San
Miguel (Filipinas), 1 de junio de 1565
—Dejo a vuestro gobierno, tal como os encomendó nuestro rey y señor, las islas y yo me pongo en manos de Dios y de Nuestra Señora para que nos acompañe en la búsqueda del tornaviaje.
Urdaneta dio un fuerte abrazo a su pariente y ahora gobernador de todas
las islas Filipinas.
—¿Estáis
seguro por dónde regresar a Nueva España? —preguntó Legazpi.
—Creo
que, yendo más al norte, hacia las islas del Japón, hay corrientes favorables
que nos llevarán a las costas de donde partimos hace ocho meses. Con la ayuda
de Dios llegaremos —contestó
el agustino.
—Confío
más en vuestro criterio que en el patrocinio celestial si os soy sincero, fray
Andrés. Muchos hombres han desaparecido cuando, encomendándose a la Virgen y a
Cristo, quisieron llegar a Nueva España y de nada les sirvió, ahora son pasto
de los peces o, lo que es peor, presos de Portugal —replicó Legazpi, un hombre
pragmático a todas luces.
—Sea
como fuere, esperemos la ayuda de Dios.
Acapulco, 8
de octubre de 1565
—Alabado sea el Señor que nos ha concedido la merced de regresar a Nueva España. Somos los primeros en realizar tamaña hazaña.
Andrés de Urdaneta se arrodilló nada más pisar tierra. Habían encontrado
la corriente favorable para ir por el Pacífico desde el este al oeste[3]. El
viaje había durado ciento treinta días, recorriendo más de catorce mil
kilómetros, a una media de ciento treinta al día, lo que se considera una
proeza y a la que contribuyó seguir esa corriente propicia.
—Señor, acabáis de entrar en la Historia —añadió el segundo de a bordo—. Y yo os agradezco, en nombre de toda la tripulación, vuestro empeño en embarcar gran cantidad de fruta, de lo contrario no habríamos llegado todos vivos dado lo largo del viaje.
—He
cumplido con la misión que se me encomendó. Ahora solo pretendo regresar a mi convento
de Nueva España, recluirme y dedicarme a la lectura y a la contemplación. Esto de
viajar es muy fatigoso.
—Me
temo, señor, que eso aún habrá de esperar. Debéis comunicar a nuestro soberano vuestro
hallazgo.
El agustino asintió abatido, obedecer órdenes reales era más cansado de
lo que uno podía pensar. Antes de cumplir con sus propios deseos debería
realizar un último viaje. Agachando la cabeza y con una sonrisa de resignación se
dijo:
—Al
menos, la ruta de ida y vuelta desde América a España ya está muy trillada.
FIN
NOTA DE LA AUTORA
A pesar de la modestia de su artífice, el llamado tornaviaje se
convirtió en una ruta crucial para el comercio del imperio español y un punto
de inflexión para conectar todas las posesiones del vasto territorio en manos
de Felipe II.
Las naves (conocidas con el
genérico nombre de Galeón de Manila) podían cruzar el océano Pacífico entre los
puertos de Nueva España en América y el de Manila en Filipinas. Esta ruta funcionó
durante más de dos siglos, propiciando el comercio entre Asia y América y, por
lo tanto, España. Tal importancia tuvo que la ruta era secreto de estado y solo
los capitanes de las escuadras conocían el derrotero exacto bajo juramento y
penas rigurosas si revelaban sus conocimientos.
Cincuenta años después de la muerte de Colón, los galeones de Manila
cumplieron su sueño de llegar a Asia navegando por el oeste.
La conquista de las Filipinas parece mucho más fácil que la de otros territorios . Pero siempre pienso en la mentalidad de aquellos conqusitadores, el esfuerzo de ese tipo de personas, y el desconcierto de quienes les veían llegar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Albada.
EliminarEse choque entre modos de vida tan distintos debió de ser traumático para todos, aunque para unos más que para otros. No obstante, a pesar de estar en el mismo archipiélago, los habitantes de algunas islas eran menos belicosos y/o estaban sometidos por los de otras islas más grandes por lo que "unirse" a los extraños les suponía vengarse de quienes los ganaron en su momento.
Un abrazo.
Está claro que las hazañas históricas se cobraron muchas vidas, tanto de la parte "conquistadora" como, sobre todo, de la de los "conquistados". Valiente manera de cumplir con el mandato real. Pero así era la mentalidad de la época y no solo fueron los españoles quienes empredieron aquellas "proezas" que, por viejas y rentables, ahora pueden parecer normales.
ResponderEliminarUn beso.
Se podría decir eso de quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. De hecho, en las islas donde más oposición encontraron fueron en las que anduvieron los portugueses intentando apropiarse de ellas e hicieron tantos desmanes que en cuanto veían un blanco les lanzaban flechas y dardos envenenados.
EliminarEl tornaviaje fue un hito en la navegación, pero hay que reconocer que tanto afán estaba movido por el dinero, conseguir una ruta segura para el comercio. Igual ocurrió en el siglo pasado, las dos guerras mundiales fueron el motor para el avance de la química y la física. Por desgracia, ganar dinero o terreno es lo que mueve el mundo.
Un beso.
Caray con Urdaneta. Sí que era un fraile avispado. No solo descubrió la forma de atravesar el Pacífico de Oeste a Este sino que se dio cuenta de que la fruta fresca era la solución al escorbuto. Y yo no hubiera sabido nada de todo esto de no haber sido por ti (y por la Wikipedia que consulté gracias a ti, ja, ja.
ResponderEliminarPues quedo a la espera de lo que tengas a bien contarnos en tu próxima crónica del Descubrimiento. Sea lo que sea, seguro que es interesante.
Un beso.
Urdaneta era un hombre observador y que obtenía conclusiones de lo que veía a su alrededor. Encontró el tornaviaje tomando buena nota de las rutas erróneas de sus antecesores y teniendo en cuenta las rutas hacia otras islas.
EliminarIgual se puede deducir de saber que si había alimentos frescos el escorbuto no aparecía, sin tener ni idea de qué era la vitamina C y ni como se llamaba la enfermedad. En travesías cortas los productos frescos eran suficientes, en largas se agotaban y aparecía la enfermedad, dos más dos, cuatro. Siguió, ni más ni menos, la base del método científico.
Aún no tengo decidido con quién seguir estas crónicas.
Un beso.