Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

15 de enero de 2024

Vamos a dar una vuelta (Parte II)

 

«Treinta y uno de marzo del año del Señor de mil quinientos y veinte.

»Nueve meses ha que zarpamos de España. Nos encontramos en la bahía que nuestro capitán ha bautizado como de San Julián. Rezamos a Dios para que este sea el paso que tan desesperadamente estamos buscando. Mucho me temo que, una vez más, estemos errados. Mas habremos de esperar para saberlo pues el tiempo ha empeorado y es imposible navegar.

»Grande decepción fue la que sufrimos hace más de dos meses, cuando la flota se internó bordeando la costa en lo que creíamos era el paso pero que, tras quince días de navegación, descubrimos con gran pesar que se trataba de la desembocadura de un gran río[1] al comprobar que el agua era dulce. Estas tierras nos ofrecen maravillas sin parangón, pero aún no existe el mar que agua salada no tenga.

»El señor Magallanes decidió seguir navegando dirección sur, con grande descontento de los otros mandos pues cuanto más al sur viajamos más nos internamos en el hemisferio donde el invierno llega cuando en tierras cristianas arranca el verano. Y así ha sido, pues ahora estamos esperando que el tiempo mejore.

»La tripulación está desmoralizada, pero lo peor es comprobar que nuestro capitán general también anda abatido. Poco comunicativo, como es su costumbre, pasa todo el día en su camarote, pero hasta el menos observador es capaz de darse cuenta de que no sabe dónde nos hallamos. La ruta de la que tanto alardeaba conocer ha demostrado no ser correcta pues perdidos nos encontramos al haber creído en varias ocasiones estar en el paso cuando solo eran bahías grandes y anchurosas. Bahías eran y no pasos la que llamamos de los Patos por las grandes aves[2] incapaces de volar que habitan sus costas y la que llamamos de los Trabajos por los grandes sufrimientos que padecimos con las tormentas que nos azotaron.

»Ahora solo cabe esperar que el tiempo mejore y que Dios se acuerde de nosotros en este lugar abandonado de su mano.»

El italiano deja de leer, la poca luz que hay tras ocultarse el sol le impide ver las letras, pero no quiere bajar al interior del barco, allí el hedor de los cuerpos hacinados y enfermos hace el aire irrespirable, prefiere el viento suave que corre por cubierta. Busca un parapeto entre varias jarcias y enciende una vela para seguir su lectura. Sabe que es peligroso, el aire o un vaivén del barco puede hacer que la llama prenda los papeles que tan primorosamente ha ido escribiendo, pero un placer malsano le incita a seguir leyendo los pasajes que cuentan lo más cruento del viaje, al menos de lo que llevan vivido pues el futuro no se presenta muy halagüeño y, aunque parezca imposible, cabe esperar que lo peor aún no haya llegado.

«Siete de abril del año del Señor de mil quinientos y veinte.

»Solo llevamos una semana en esta asolada bahía de San Julián y el ocio ya hace mella. La falta de alimentos es muy grande. El almirante nos ha racionado la comida y, ante el descontento de los mandos de las otras naos, ha cesado al capitán de la San Antonio y ha puesto a don Álvaro de Mesquita, un portugués, en su lugar, lo que ha enfadado grandemente a los ya enfadados capitanes españoles.

»Ahora las dos naos más grandes de la flota están en manos portuguesas, más la Santiago que es más pequeña pero que tiene a un portugués como capitán. Tres a dos. Esa es la razón, y no el hambre que padecemos, que se encuentra tras el asalto a la nao San Antonio por parte de don Juan de Cartagena, siempre belicoso ante nuestro almirante, y don Antonio de Coca, el depuesto capitán. Han engrilletado al señor Mesquita, han colocado al mando a don Juan Sebastián Elcano y se han declarado en rebeldía junto con los capitanes de las naos Victoria y Concepción, los señores Mendoza y Quesada respectivamente. Exigen al señor Magallanes que regresemos todos a España pues es más que evidente que la expedición ha fracasado porque el paso no se halla donde el capitán general creía.

»El señor Magallanes se ha encerrado en su camarote con el mutismo que ya es sello de su identidad y no ha dado muestras de responder a lo que todos entendemos como un motín que bien puede acabar con su vida. Quiera Dios que no corra la sangre y todos se avengan a razones.»

Una vez más Pigafetta sonríe ante el final de esa entrada de su diario. Recordando lo que sucedió después reconoce que sus oraciones no han sido oídas en ningún momento por un Dios del que cada vez es más incrédulo. Retoma la lectura.

«Ocho de abril del año del Señor de mil quinientos y veinte.

»Nuestro almirante ha salido de su camarote y ha ordenado al señor de Espinosa que se reúna con los capitanes rebeldes en la Victoria para dar respuesta a las demandas de los amotinados. Cuando Espinosa tiene ante sí al capitán Mendoza, este le exige una contestación contundente y clara sabiendo cómo Magallanes gusta de dar la callada por respuesta, ante lo cual el enviado le responde con una puñalada en el pecho. Todos quedan sorprendidos, especialmente Mendoza que muere desangrado, pero nadie niega que la respuesta ha sido contundente y muy clara.

»Mientras esto sucede en la nao Victoria, otros soldados abordan las demás naos sublevadas y el motín se zanja apresando y castigando a los cabecillas. A saber, don Gaspar de Quesada es decapitado y su cadáver, junto con el de Mendoza, descuartizado y repartidos sus pedazos por el páramo en el que nos encontramos para que sea pasto de las alimañas si es que existen porque en aqueste lugar no hay signos de vida; es más, de haber animales ya podríamos habernos alimentado con ellos.

»A don Juan de Cartagena, una molestia incómoda para el capitán general desde el primer día que zarpamos, se le ha condenado a ser abandonado en este lugar solo y sin ningún tipo de equipamiento, para que muera de inanición. Pero eso será cuando el tiempo nos permita irnos de aquí.

»A los demás amotinados, más de cuarenta, se les perdona la rebeldía no por magnanimidad de nuestro almirante, sino porque entre los enfermos y los muertos por congelación, andamos escasos de hombres y no es cuestión de perder el uso de las naves por falta de quienes las gobiernen. Este perdón ha sido bien recibido por los sublevados, especialmente por el capitán en funciones de la San Antonio, don Juan Sebastián Elcano.»

El cronista de la expedición sonríe de nuevo al ver el nombre de quien en principio fue un amotinado y ahora es uno de los mejores tripulantes con los que cuenta la expedición. Las bajas por inanición y por una extraña enfermedad[3] que les ataca primero la boca en forma de encías sangrantes y que acaba en enormes moratones por toda la piel hasta causar la muerte, han diezmado la tripulación, por lo que tener entre los supervivientes hombres con habilidad para gobernar un barco siempre es bienvenido, aunque sean poco de fiar en cuanto a lealtad al mando establecido.

CONTINUARÁ...



 



[1] Río de la Plata

[2] Pingüinos

[3] Escorbuto

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9 comentarios:

  1. Me tienes totalmente enganchada a estas Crónicas del descubrimiento, pero esta de la vuelta al mundo es la que más me está gustando. ese diario de Pigafetta es magnífico. ya he visto en tu respuesta a mi comentario que Pigafetta escribió un diario, pero que tu narración es inventada por ti, aunque rigurosamente basada en los hechos. Me lo había imaginado pues tienes gran capacidad para documentarte y relatar hechos históricos con tu lenguaje y tus aportaciones literarias. Pues nada, aquí me dejas esperando la tercera parte.
    Un beso.

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    1. Hola, Rosa.
      Cuando se trata de historia no me gusta inventar, al menos no demasiado. Lo mismo espero cuando leo novelas históricas, quiero, dentro de un orden, cierto rigor.
      Es cierto que con algunos sucesos no hay consenso a la hora de decidir qué pasó realmente y es ahí donde yo, o tiro por la calle de en medio, o me agarro a lo que más se acomoda a mi narración, pero siempre han sido excepciones. La regla es que lo que cuento sucedió así aunque la manera de interpretarlo el narrador sea algo distinta a como fue en origen.
      Sé que eres una visitante fiel a este blog, así que no te perderás ninguna entrega, pero ya te aviso que van a ser unas cuantas porque el primer viaje alrededor del mundo fue largo y les pasó de todo en casi todos los sitios por donde recalaron estos aventureros.
      Un besote.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Pues seguiremos con las andanzas de aquellos caballeros que hasta que no lograron el reconocimiento a su labor y bravura tuvieron que pasar muchas calamidades e icluso perder su vida. Al igual que a Rosa, me tienes enganchado a este relato, tanto por su forma como por su fondo.
    Un beso.

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    1. Hola, Josep.
      No sé cómo vivía esta gente en España o qué penurias pasaban para lanzarse a lo desconocido por mucha promesa de gloria y riquezas que les hicieran. Esta gente lo pasó francamente mal, los que peor lo pasaron la cascaron en el viaje, y los supervivientes quedaron muy mermados por tanta hambre y enfermedad sufrida. En fin, que yo me habría quedado en casa y que la gloria se la lleve otro, la verdad.
      Como le comento a Rosa, aún quedan unas cuantas entregas porque les llevó su tiempo circunnavegar el globo y porque donde paraban les sucedían cosas "interesantes". Esta historia la coge un guionista norteamericano y hace una serie más larga que la de Juego de Tronos.
      Un beso.

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  4. Es muy interesante esta crónica de una expedición temeraria y que fue tan dura. Ese capitán debió pasarlo fatal.

    Un abrazo fuerte

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    1. Hola, Albada.
      Estos marineros eran gente valiente y algo descerebrada, por mucha gloria que fueran a ganar, los padecimientos sufridos fueron demasiados y yo creo que no les salió a cuenta, ja, ja, ja.
      Gracias por tu fidelidad con estas crónicas. En tres días la siguiente.
      Un abrazo.

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  5. ¡Hola, Paloma! Madre mía, enfermedades, motines, desazón... y todo ello en las reducidas dimensiones de unos barcos perdidos en mitad del océano. Es que te lo imaginas conforme vamos leyéndote y se te ponen los pelos como escarpias. Sin duda que es la cara B de una de las grandes gestas de la Humanidad. Fantástica continuación. Un abrazo!

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    1. Hola, David.
      Las condiciones en las que estos aventureros afrontaban esos viajes inciertos son para echar para atrás al más pintado. Hay que tener mucho valor y aguante para soportar tanto a cambio de tan poco, porque yo creo que no les salía a cuenta.
      Aún les queda mucho por penar a esta expedición, porque según avanza el viaje los sufrimientos crecen, por increíble que pueda parecer.
      Un fuerte abrazo.

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Hada verde:Cursores
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