Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

30 de septiembre de 2020

Crónicas hercúleas III

      


En nuestra última etapa por tierras andaluzas de aquel fin de semana de diciembre nos fuimos a Antequera. Subiendo por empinadas cuestas llegamos a la parte más antigua y elevada de la ciudad para contemplar un paisaje espectacular: en primer plano y a nuestros pies las viviendas de los antequeranos y al fondo la llamada Peña de los Enamorados que asemeja el perfil de una mujer (algo nariguda para mi gusto).

―Cuenta la leyenda que, durante la Reconquista, un comandante cristiano y la hija de un general musulmán se enamoraron perdidamente ―dijo el guía local―, ante la imposibilidad de su amor por la oposición del padre de ella ―no me quedó claro si la reticencia paterna se debía a cuestiones de religión o de incompatibilidades bélicas por eso de que suegro y yerno combatían en bandos contrarios― los enamorados decidieron despeñarse por el pico que ahora tiene ese nombre en su honor y recuerdo.

Tras oír tan romántica historia nos dirigimos al Arco de los Gigantes. En cuanto oí lo de gigantes pensé en mi amigo Hércules, y no hice mal porque ese nombre también es en su honor. Parece ser que cuando anduvo por la zona no solo se dedicó a romper cosas, también fundó ciudades y Antequera fue una de ellas. Como si mis pensamientos fueran el catalizador para convocarle, la voz de mi héroe favorito susurró en mi oreja.

―Para que luego te quejes de mí. Mira qué maravilla de ciudad hice.

―¡Hércules! ¡Qué alegría volverte a ver! ―exclamé con una amplia sonrisa. A ese grandullón le estaba cogiendo mucho cariño a pesar de sus defectillos.

Él también sonrió e infló el pecho supongo que ufano de ser tan bien recibido, algo que a su desmesurado ego siempre le venía muy bien.

―La verdad es que tienes razón. La ciudad es muy bonita y el entorno espectacular. Fíjate en esa montaña del fondo ―señalé la Peña de los Enamorados con su perfil femenino― es impresionante. Por cierto, tú no tendrás nada que ver con su formación, ¿no? ―añadí suspicaz, ya que mucha de la orografía que me estaba encontrando por la zona tenía su origen en alguna trastada del héroe fortachón.

―No, yo en eso ―hizo un gesto de desagrado― no intervine.

En su tono de voz me pareció percibir cierto desdén y me entró curiosidad, así que decidí tirarle de la lengua picándole.

―Pues mira, no estaría mal que te dedicaras de vez en cuando, y para variar, a hacer cosas chulas como ese perfil de mujer y no a romper montañas y provocar que el agua se salga ―le dije recordando cómo, según él, se había formado el mar Mediterráneo (Crónicas hercúleas II) o cómo se originó el desfiladero de los Gaitanes (Crónicas hercúleas I).

―¿Hacer figuritas te parece bien? ―me respondió con burla―. Y, encima, para homenajear a dos idiotas que se suicidaron por amor ―volvió a burlarse.

―¿Qué tiene de malo? A mí me parece muy romántico que dos enamorados se suiciden ante la imposibilidad de su amor.

―¡Por favor, Kirke! Me estás decepcionando. ¿Dónde está la hechicera que convertía en cerdos a los que le llevaban la contraria?

―Bueno, también me enamoré de Ulises ―le dije algo mosqueada y plenamente consciente de que yo no era la Kirke que él creía, pero me interesaba mantener el engaño en el que él se encontraba.

―Ya, pero cuando se fue de tu isla y te abandonó, no te suicidaste, seguiste con tu vida tan ricamente. Quien no supera un fracaso amoroso, es un patán ―dijo con desprecio.

―No seas tan duro. Pobrecillos ―pensé en aquella pareja a la que las circunstancias les impidieron estar juntos―. En una situación parecida ¿qué habrías hecho tú?

―Escaparme con la chica.

―Ya, pero su padre habría mandado ejércitos en busca de ellos.

―Vale, rectifico. Mato al padre primero y luego me escapo con la chica.

La simplicidad del razonamiento de Hércules era casi infantil, pero tenía que reconocer que el ser tan básico a veces facilita mucho las cosas y hace la vida menos complicada y dramática, por lo menos para los amantes del caso, aunque no para el padre de ella.

Iba a replicarle que su manera de resolver los problemas era demasiado violenta (aunque el suicidio tampoco es una solución dulce precisamente), pero entonces nuestro guía nos dijo que debíamos coger el autocar para ir al Torcal de Antequera, última parada de nuestro viaje. Aturdida por las prisas pues íbamos con poco tiempo no me despedí de Hércules.


El Torcal de Antequera es un paraje natural famoso por las sorprendentes formas que la erosión ha moldeado en las rocas. Las formas sorprendentes más que verlas las intuí porque había una niebla del copón y no se veía un carajo. A quien sí vi perfectamente fue a Hércules: ahí estaba de nuevo esperándome con las manos apoyadas en la cadera y, de golpe, se me quitó el disgusto de no poder contemplar en todo su esplendor el torcal.

―Rocas dignas de un titán ―dijo mirando a su alrededor y con la sonrisita de suficiencia que a mí me ponía de los nervios.

Pensé que, de nuevo, me iba a contar alguna historieta sobre la formación del torcal donde él, cómo no, tendría un papel protagonista, así que decidí adelantarme y contarle yo cómo se formó todo aquello.

―Esto que ves es una formación kárstica, y es el resultado de las reacciones químicas entre el agua y la roca caliza ―mi erudición no se debía a un repentino recordatorio de mis olvidadas clases de geología, sino a que me acababa de leer el folleto explicativo que nos habían entregado en la entrada―. Cuando el agua de la lluvia forma, con el dióxido de carbono del aire, ácido carbónico, este ataca la caliza y la transforma en bicarbonato cálcico que es soluble en agua y que es arrastrado por ella, creando en su trayectoria estas formas tan raras.

Tras mi discurso geoquímico, Hércules se quedó callado, por un momento creí que se había dormido de aburrimiento por mi charla, pero no fue así. Tras esos segundos de silencio, volvió a sonreír y dijo:

―Vaya. El agua, otra vez. Ya estamos con cuentos de viejas.

―Ahora me vas a decir que esto también lo hiciste tú, claro ―le rebatí mosqueada.

―No. Esto no lo hice yo, pero si hubiera querido lo habría hecho.

El grandullón era simpático, pero también insufrible cuando se ponía así.

―Claro, claaaaro. Y… ¿cómo lo habrías hecho exactamente?

―Pues… con las uñas ―me respondió tras tocar una de las rocas―. Esto es muy blando ―añadió tras llevarse entre los dedos parte de la piedra que se había desmenuzado con la presión de sus poderosas manos.

―Qué presumido eres. Será cosa del Olimpo, pero los de allí sois un pelín chulos, perdona que te lo diga ―le dije yo con tono chulesco a mi vez.

―Oye, no me provoques. Además, no presume quien quiere, sino quien puede.

Esto ya era el colmo, cuando se ponía así no lo soportaba. Al final, mi relación con el héroe iba a acabar mal. Decidí callarme para no liarla más, pero él volvió a sonreír.

―Para que veas que no miento, te voy a demostrar que sí puedo hacer algo así ―añadió conciliador.

Entonces, se giró y se inclinó sobre dos rocas. Como me daba la espalda no pude ver qué estaba haciendo, tan solo oía ruido como de arañazos. Tras unos pocos minutos, se irguió y apartándose me mostró lo que había hecho.

―Esto es para ti ―me dijo―. No sé muy bien qué significan estas mujeres, pero me he dado cuenta de que te gustan mucho ―añadió señalando mis pendientes y el broche que llevaba en la chaqueta.

Inconscientemente me los toqué y al tacto recordé que tanto el broche como los pendientes eran figuras que simulaban a las meninas; esas representaciones de los personajes de Velázquez que ahora abundan por doquier y que a mí me encantan pues las colecciono tanto en joyas, en figuritas de adorno o, incluso, en abanicos.

Cuando me fijé en la ofrenda que me hacía Hércules abrí los ojos con asombro: eran dos meninas. Flipé en colores y se me saltaron las lágrimas.


         

Mis meninas hechas por Hércules, ¿a que molan?

―¡Qué! Te has quedado alelada, hechicera. Esto no lo haces tú con tus pócimas, ¿a que no?

Aún impresionada fui incapaz de articular palabra. Hércules se acercó a mí, y me pasó uno de sus enormes y musculosos brazos por los hombros, lo que provocó que me hundiera los pies dos centímetros más en la tierra.

―Yo… esto… no sé qué decir. Es alucinante, pero creía que hacer figuritas no te gustaba.

―Por ser tú, he hecho una excepción. Además, te dije que yo puedo crear una formación kárstica ―dijo lo de ‘kárstica’ con retintín― en cuanto me lo proponga. Ahora, eso sí, yo lo llamaría de otra manera.

―¿Cómo?

―Piedras con formas raras.

Una vez más la simplicidad infantil de mi héroe favorito me hizo sonreír. Me hubiera gustado acariciarle la cara, como se hace con un niño cuando dice algo inocente, pero no lo hice porque su rostro estaba fuera de mi alcance ya que era tan alto que ni poniéndome de puntillas hubiera llegado a tocarlo con la punta de los dedos.

―Muchas gracias, Hércules. Es todo un detalle por tu parte ―miré embelesada «mis» rocas.

―De nada. Ya tienes un recuerdo mío, llévatelo y cuando lo mires podrás acordarte de mí.

―Bueno, lo de llevármelo, va a ser complicado.

―¿Por qué?

―Porque pesan un poquito y el tamaño no es precisamente como para guardarlas en cualquier sitio.

Me imaginé, en el hipotético caso de que hubiera podido arrancar esas dos rocas, intentando meterlas en el autocar primero y en mi casa después.

―Pero yo las he hecho para ti ―dijo Hércules con la frustración de un niño al que le niegan algo.

―Lo siento, no todos somos como tú, ni vivimos en tu misma dimensión.

Viendo la expresión abatida en el grandullón, me sentí como una madre cuando le enseña a su hijo que la vida no siempre nos da lo que queremos.

―Pero, mira, voy a hacer una foto, luego la enmarcaré y la tendré bien visible en mi casa para verla a todas horas y así recordarte ―le dije para animarle―. ¿Qué te parece?

―Vaaale. Está bien. ¿Seguro que la verás a menudo? ―me dijo con el ceño fruncido.

―Seguro. Te lo prometo. Y aunque no la viera, siempre me acordaré de ti ―añadí con un nudo en la garganta.

Hércules vio la tristeza en mi cara y entonces fue él quien me animó.

―De todas formas, nos seguiremos viendo, así que no podrás olvidarte de mí.

―Ya me gustaría, pero es que hoy regreso a casa, me voy de aquí ―abrí los brazos intentando abarcar así la amplia zona por la que nos habíamos estado encontrando.

Mi casa se encontraba en Madrid y allí, que yo supiera, Hércules no había estado haciendo ninguno de sus trabajitos, así que la probabilidad de reencontrarnos era nula.

―No des nada por seguro, Kirke. Los dioses son caprichosos y yo he estado por muchos sitios. Si a eso le añadimos que tú eres una viajera curiosa... No descartes que nos volvamos a ver en algún otro lugar. Que Hermes te acompañe en tu viaje para protegerte hasta tu morada y la vida te sea propicia. ¡Hasta la vista, hechicera!

Hércules me guiñó un ojo y caminando entre rocas sumidas en la niebla desapareció.

Deseé que sus últimas palabras fueran ciertas y me dije que quizás en el futuro sí podríamos reencontrarnos; los seres mitológicos son arrogantes y por eso mismo, impredecibles.  

FIN 

(de momento)







16 comentarios:

  1. Me ha encantado esta tercera parte, la verdad que encuentro.
    Y ya he descubierto algo nuevo sobre ti, te gustan las meninas y tienes colgantes, abanicos, es que las meninas son muy chulas.
    Antequera es una ciudad preciosa, yo fui cuando vivieron mis abuelos en Málaga y me encanto, junto a Ronda son dos poblaciones que daría lo que fuera por volver.
    Un besote

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, Tere, tengo bastantes cosas con esas meninas tan molonas: abanicos, colgantes, pendientes y figuras. No sé por qué, pero me resultan muy atractivas. Algunos ya saben de mi afición; si te fijas en el lado derecho del blog, hay una imagen creada por Francisco Moroz y que me regaló en forma de marcapáginas, es un diseño exclusivo para una servidora, un detallazo del que yo considero mi padrino bloguero.
      En fin, cada uno tiene sus manías, y la mía es coleccionar esas imágenes.
      Antequera es preciosa, además, fuimos en diciembre y ya estaban puestas las luces de Navidad, algo que contrastaba mucho con la temperatura porque era muy agradable. Una delicia.
      Un besote.

      Eliminar
  2. Yo de tu marido empezaría a ponerme celoso. Esta historia me recuerda a las de tantas películas en las que la chica empieza odiando, o bien no soportando, al fornido protagonista, para acabar rendida en sus brazos, ja,ja,ja.
    ¿Le preguntaste si había estado alguna vez en Madrid? A ver si esas muescas en la Puerta de Alcalá no son el resultado de unos proyectiles sino de un estornudo de ese hercúleo personaje, je,je.
    Un beso y que Hércules te acompañe.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bueno, mi marido ya sabe que es mi Ulises particular, así que creo que está bastante tranquilo. Además, la simplicidad de Hércules puede ser entrañable, pero yo creo que a la larga puede resultar aburrida, tampoco es que yo busque en mi media naranja hablar de metafísica, pero todo tiene un término medio.
      Jo, no se me ocurrió preguntarle si anduvo por Madrid, ni siquiera sé qué nombre tenía Madrid cuando él anduvo haciendo los doce trabajos, así que...
      Indagaré por si acaso y si hay algún lugar donde pudo estar me acercaré para hacerme la encontradiza y a ver si le pillo.
      Me da que las muescas de la Puerta de Alcalá son de proyectiles y no de estornudos porque suelo coger un bus allí bastante a menudo para ir a casa y nunca me he encontrado con Hércules. No obstante, la próxima vez que vaya por allí, prestaré más atención, por si acaso.
      Un beso grande

      Eliminar
  3. No, al final se nota que el fornido héroe semidiós ha hecho mella en ti.
    Al final el toque de simplicidad y ese ENORME detalle que ha tenido para contigo te ha dejado un pequeño poso nostálgico de tu viaje.
    Seguro que Hércules se volverá a encontrar contigo más adelante y por otros lares de nuestra península.
    Besos, hechicera.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues la verdad es que, sin yo saberlo, Hércules anduvo por la península ibérica bastante y cuando me fui este verano a hacer senderismo a los Pirineos... bueno, no adelantaré acontecimientos, pero ahí lo dejo.
      Sí que fue un detalle el regalarme esas meninas, pero como le comento a Tere, no es el único pues sé de "alguien" que me regaló un marcapáginas con una menina y una leyenda muy original (está puesto en el lateral del blog), no sé si sabes quién fue el creador de esa imagen, yo creo que sí ;)
      Un beso, padrino

      Eliminar
  4. Bueno, qué maravilla esa dos rocas con forma de meninas. No se me había ocurrido, pero son talmente.
    Recuerdo que la montaña que parece un perfil de mujer nos la enseñó un guía de un dolmen y nos explicó una serie de datos que he olvidado acerca de las distancias entre dólmenes y entre ellos y la montaña. Se me olvida todo, pero recuerdo que cuando lo explicó quedé muy sorprendida.
    Has construido un personaje tierno dentro de su fuerza y mala leche. Ojalá te lo vuelvas a encontrar por Madrid y nos sigas contando sus crónicas. Al fin y al cabo, los dioses todo lo pueden.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Los personajes básicos suelen ser muy primarios, pero, a veces, en su simplicidad radica cierta ternura, quizás porque estamos demasiado acostumbrados a la gente retorcida que a todo le da vueltas.
      El dolmen que citas no lo pudimos ver, andábamos con el tiempo justo y la niebla tampoco ayudó. No recuerdo eso que dices de las distancias, pero mi memoria tampoco es gran cosa, así que lo mismo también me lo dijeron y lo olvidé.
      A Hércules, de momento, por Madrid no me lo he encontrado, pero estaré atenta, aunque ahora con lo del confinamiento sí, confinamiento no, estoy algo aturdida y no sé muy bien por dónde puedo ir y por dónde no. De todas formas, lo que me dijo al final de nuestro encuentro en el torcal, era cierto. Sí que volví a verlo, pero esa es otra historia que contaré más adelante.
      Por cierto, cuando dices lo de que los dioses todo lo pueden no sé si te refieres al propio Hércules, si es así que no te oiga Zeus y sus colegas mitológicos llamar dios a Hércules; es un héroe, o un semidios porque es hijo de un dios (Zeus) y de una mujer mortal, así que, por lo visto, para los clasistas del Olimpo, le falta pedigrí para ser considerado uno de los suyos, aunque sí debe de ser inmortal, o al menos muy longevo porque yo lo vi hace poco y, además, estaba perfectamente de salud.
      Un besote.

      Eliminar
    2. Me refería a Hércules y cuando lo escribía dudé porque no tenía muy clara su condición de Dios. De todas formas, mira que son susceptibles estos dioses. Para ser tan poderosos los encuentro un poco lloricas en lo que se refiere a la importancia de cada cual.

      Eliminar
    3. ¿Lloricas? A mí me parece clasismo puro y duro, que mucho alardear de que se mezclan con los mortales y eso, pero en el fondo, les puede la casta.

      Eliminar
  5. Muy entretenida esa conversación con Hércules. Al final queda claro que todos tenemos nuestras cosillas. Si lo vuelves a encontrar espero que nos lo digas, je, je.
    Un abrazo, Kirke

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Dalo por hecho, Rita, que contaré mis encuentros con Hércules. Es un tío tan raro y excepcional que merece la pena contarlo.
      Me alegro que estés interesada en saber más cosas de él.
      Un abrazo grande.

      Eliminar
  6. ¡Hola, Paloma! Iba a comentar que desde luego el bueno de Hércules no contaba entre sus talentos la escultura, por el perfil de la Peña de los Enamorados que quizá parezca más al de una bruja o un filósofo francés que el de una bella damisela. Pero al ver las meninas, ¡ay! Ahí me has dao. Excelente cierre momentáneo de esta trilogía que no solo nos ha divertido, sino que nos ha servido, al menos en mi caso, para conocer unos datos geológicos y lugares de los que no había oído hablar. Medicina para la ignorancia y diversión. ¿Qué más se puede pedir? Un fuerte abrazo!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bueno, en honor a la verdad, el perfil de la Peña de los Enamorados no lo hizo Hércules, así que no le reprocharemos nada. Estoy contigo que lo de las meninas fue todo un puntazo, algunas veces los héroes se comportan como gente con su corazoncito y te dan sorpresas.
      Gracias por haber seguido mis peripecias hercúleas y me alegra saber que te han servido de diversión así como para conocer algunas cosillas. Nunca te acostarás, sin saber una cosa más.
      Un abrazo, David.

      Eliminar
  7. Hola Paloma me has hecho sonreír con tu Hércules.

    Me gusta la manera en que has humanizado a estos dioses. A tu Hércules aparentemente duro, lo imaginaba como esos tipos duros, de aspecto croissant, que corren por los gimnasios intentando impresionar, en este caso a la diosa Kirke con ese regalazo de sus meninas y es que el chicarrón entre medio de su ego también tenía su corazoncito jajaja

    Las meninas rocosas me han parecido geniales, realmente qué regalazo encontrarlas.

    Me parece interesante la mitología y hubo un tiempo (hace muchísimos años) en que leí varios libros y me parecía de lo más curioso ese mundo que se habían montado los griegos y sus dioses.

    Un beso enorme

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La verdad es que lo que una lee por ahí sobre Hércules no dice casi nada bueno de él, primero se cargó a su familia en un arrebato de furia, y por eso fue castigado a hacer los doce trabajos esos, luego se vio que era muy vengativo y también se extralimitó con algunos encargos... En fin, que no parece que fuera muy sociable precisamente, pero yo me encontré a un ser algo más cercano de lo que la literatura muestra, y como era semi-dios, se ve que afloró esa mitad humana que le hace más comprensible.
      A mí también me fascina la mitología, esa manera tan imaginativa de explicar algunos fenómenos naturales me encanta. El mismo Hércules sirvió para explicar cómo se separaron África y Europa, algo que es mucho más divertido y visual que lo de las placas tectónicas, dónde va a parar.
      Un besote, Conxita.

      Eliminar

Hada verde:Cursores
Hada verde:Cursores