Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

10 de septiembre de 2018

Ultraje

CRÓNICAS ASTURES III


Después de una noche en blanco dándole vueltas a cómo encontrar a la xana Ayalga me levanté de muy mal humor. Irse de vacaciones supone para mí descansar y disfrutar; sin embargo ni estaba descansando ni me lo estaba pasando muy bien con mi búsqueda absurda.

Repasando lo que el oso Furaco me contó (Legítima defensa), recordé que me dijo algo sobre que la xana se había encaprichado de un monje y que se había hecho cristiana. Esa información me dio una idea: ¿y si en vez de buscar en el río, hábitat de las ninfas, lo hiciera en un sitio donde hay monjes? Lo mismo la zona adecuada después de la conversión de la xana era una iglesia en lugar de un río.

No soy yo mucho de iglesias pero sabía que cerca de donde estaba mi hotel había una. Además era de la época de Favila, de hecho la mandó construir él para homenajear a su padre, don Pelayo. La iglesia en cuestión se llama de la Santa Cruz porque ahí se guardó la cruz de madera con la que Pelayo ganó la batalla de Covadonga. Como estaba cerca del Sella… igual Ayalga se había mudado allí por eso de ser cristiana. Estaba hecha un lío y como no se me ocurría otra cosa decidí probar suerte. Total, de perdidos al río, o mejor dicho, de perdidos a la iglesia, porque en el río precisamente no había tenido éxito.

Esa tarde me dirigí a la iglesia de la Santa Cruz. El cielo estaba cubierto de nubes que amenazaban tormenta. Cuando iba a entrar en el templo, una mujer con una tarjeta identificativa colgada del cuello, me impidió el paso; había que pagar una entrada para acceder. Ahora la iglesia ya no es un lugar de culto sino un mini museo donde se muestra una réplica de la Cruz de la Victoria y un dolmen que se halla situado debajo del templo. Así que en esa iglesia ya no se realizan ritos religiosos y desde luego no hay monjes.

¡Vaya chasco! Estaba claro que las pocas probabilidades de encontrar a la xana allí se habían evaporado completamente. Pero como estaba a punto de caer un buen chaparrón y como no llevaba paraguas decidí pagar la entrada y visitar por dentro la iglesia. Accedí a una pequeña capilla con media docena de bancos de madera, tras sentarme en uno de ellos la portera-recepcionista puso un documental proyectado en una de las paredes del recinto y se marchó. Yo era la única visitante en ese momento y la proyección se convirtió en un pase privado. Me sentí una ‘vip’.

La película duró unos diez minutos y en ella una voz en off contaba la historia de la iglesia, la de la Cruz de la Victoria y también la del dolmen que se encuentra debajo. Lo que contaban de la cruz me pareció curioso aunque algo retorcido (por lo visto esa cruz fue la que consiguió la victoria en Covadonga y los cientos de guerreros que las pasaron canutas en aquellos desfiladeros no tuvieron mucho que ver con que se ganara la batalla).

Pero lo que me resultó más interesante fue lo del dolmen. Parece ser que Favila no había encontrado lugar mejor para construir el templo en honor a su padre que un enterramiento celta con más de tres mil años de antigüedad. Que digo yo, con lo grande que es Cangas de Onís y con la cantidad de terreno libre que debía de haber en aquel lejano siglo VIII, ¿no podía haber elegido otro lugar?¿qué necesidad había de utilizar un sitio ya ocupado?

Eso estaba pensando al terminar el documental y apagarse la luz del proyector. Cuando me levanté para irme, la voz en off continuó. Me volví a sentar creyendo que venía otra película, pero el proyector seguía apagado, la única luz que había era la que entraba por un ventanuco. Extrañada esperé a ver qué pasaba y presté atención a la voz.

—¡Qué ultraje! ¡Maldita sea! ¡Qué ofensa, por Belenus!

Para ser el locutor de un documental se expresaba muy coloquialmente, pensé. El caso es que esa voz no era exactamente igual a la de la película que acaba de ver… Miré a mi alrededor por si había entrado otro visitante, pero yo estaba completamente sola. O no.

—¡Por Belenus y todas las xanas!¡Qué ultraje!

Alguien que no se dejaba ver seguía hablando y además había dicho ¡‘xanas’! Giré en redondo en busca de quien así hablaba pero seguía estando sola. Sentí un déjà vu y recordé cuando me encontré con el oso Furaco. Ya estamos otra vez, me dije. Lo de oír voces empezaba a ser una costumbre y, la verdad, no me gustaba nada. Pero esta voz había dicho ‘xana’ y eso era buena señal.

Al igual que en aquella ocasión con el oso, hablé al aire.

—Hola. ¿Quién eres?¿Cómo te llamas?¿Qué haces aquí?¿Qué te ha pasado?

Después de las experiencias vividas ya tenía aprendida la lección y no me anduve con rodeos. Había que ir al grano y dejarme de vaguedades.

—Que el cielo esté contigo, visitante. Mi nombre es Brigo —contestó la voz.

—Gracias... Brigo. Supongo que eres un sacerdote por el lugar en el que estamos y por esa manera de saludar —respondí.

—Así es, estimada dama.

—Y supongo también que eres de una época muy lejana pues nadie se dirige hoy a las mujeres con la palabra dama.

—Sí, tengo muchos años. Demasiados…

—Por tus lamentos te noto algo irritado y esa manera de maldecir en un lugar consagrado... es un poco irreverente ¿no crees?

—Vuelves a acertar. Pero de todos los años que llevo aquí, los últimos trece siglos están siendo exasperantes. Exactamente, mil doscientos ochenta y un años y doscientos sesenta días llevo enojado.

—Caramba ¡qué precisión! ¿Qué pasó para que tengas en cuenta tan exactamente el paso del tiempo? ¿Se trata de la fecha de tu muerte?

Si llevaba trece siglos enfadado deduje que quien hablaba estaba muerto. Por otra parte, la naturalidad con la que yo aceptaba que conversaba con muertos era para preocuparse; o para pedirle a Íker Jiménez que me contratara.

—No, mi enfado y mi indignación comenzaron cuando construyeron esta maldita iglesia.

—Pero has dicho que eres sacerdote y se supone que a vosotros os gustan los templos, ¿no?

—Claro que me gustan los templos, pero este edificio es un ultraje hacia mi persona y mi fe.

—¿Por qué? ¿No te gusta el arte visigodo? Esta iglesia es muy pequeña, pero no está nada mal —le contesté mientras miraba a mi alrededor y comprobaba que la capilla era acogedora.

—No me gustan los templos cerrados, con techos, paredes y puertas. Y menos me gustan los crucificados que los adornan. Ese dios cristiano acabó con todo. Los dioses se han de adorar al aire libre, en su mayor templo: la naturaleza.

—Oye, tú eres un cura un poco raro.

—Será porque no soy un cura.

—Dijiste que eras sacerdote.

—Sí. Soy un druida.

¡Acabáramos! Por eso maldecía en una iglesia y estaba tan a disgusto.

—Y ¿qué hace un druida como tú en un sitio como este? —dije arrepintiéndome al instante, por lo visto el asiduo contacto con los muertos estaba afectando a mi comunicación verbal con salidas de tono inapropiadas para hablarle a un druida.

—Intentar descansar eternamente. Pero es en vano porque los impertinentes cristianos me lo impiden al profanar mi túmulo funerario erigiendo una iglesia.

Nada más decir eso y con una rapidez de reflejos que me sorprendió, exclamé:

—¡Tú estás enterrado en el dolmen que hay aquí!

—Sí. ¡Qué ironía del destino! Yo, que tanto detesto a esa religión y a su cruz tengo que reposar para toda la eternidad en uno de sus templos. Quizás Belenus me castigó por decidir sobre mi propia muerte y ahora tengo que pagar mi suicidio.

—¿Te suicidaste? ¿Por qué?

—Me equivoqué en uno de mis vaticinios, creo que se me fue la mano con el beleño, y aseguré a los guerreros de mi castro que iban a ganar la batalla contra otra tribu enemiga, pero no fue así. El desastre de la derrota y la destrucción de nuestra aldea me sumieron en la desesperación.

—Lo lamento.

—Más lo lamento yo, porque lo peor estaba por venir. Nuestros clanes siempre han guerreado entre sí pero la tradición permanecía. Desde mi tumba, en esta preciosa colina, asistí a otro tipo de invasión mucho más destructiva y devastadora para nosotros.

—¿A qué te refieres?

—Al cristianismo. Nuestras tradiciones se transformaron por culpa de esa religión hasta el punto de ser una parodia de sí mismas. Ha sido muy duro ver cómo nuestra cultura se distorsionó en manos de los nuevos sacerdotes.

—¿Que vuestra cultura se distorsionó con el cristianismo? No lo entiendo.

—Esos monjes cristianos no tenían imaginación y utilizaron nuestros mitos para dar forma a su ideología. La mayoría de sus festividades religiosas están tomadas de nosotros. El día de difuntos, la noche de San Juan, la Semana Santa, son fiestas nuestras, Samhain, Beltane, Ostara, pero ahora tienen nombres cristianos. ¡Es un ultraje!

—Bueno, puede que las distintas religiones no sean más que la tradición que va evolucionando —dije por cortesía, pero la verdad es que tenía razón.

—A mí me indigna.

—Una cosita… ¿cómo te suicidaste? —con muertos o con vivos una servidora siempre ha sido bastante cotilla y algo morbosa.

—Con un brebaje de hojas de tejo. El árbol de la oscuridad fue un buen aliado para mi viaje al inframundo. Tras ingerir el bebedizo vino la somnolencia y la muerte.

—Sí, la taxina es un veneno muy potente. Produce parada cardiorrespiratoria —mi formación farmacéutica apareció casi sin yo quererlo.

—No en vano nuestro texu es el árbol que acompaña a los muertos. Hasta ese símbolo nos ha sido robado. Ahora hay tejos plantados cerca de muchos cementerios cristianos, ¡qué desfachatez!

—Pero en ese árbol no todo es veneno. ¿Sabes que también tiene una sustancia que sirve para curar algunos tumores?

Quién me iba a decir a mí, cuando estudiaba farmacología, que un día iba a compartir esos conocimientos con un druida. ¡Qué cosas!

—Vaya, tú también entiendes de plantas. ¿Eres una curandera? —exclamó Brigo con un tono de extrañeza.

—En la antigüedad a mis colegas de profesión se los consideraba así, pero ahora ya no, aunque sí conozco algunas cosas sobre plantas y sus propiedades.

—Así que eres una sanadora.

—Bueno, yo no diría tanto —contesté ruborizándome porque me pareció notar un deje de admiración en la voz de Brigo.

—Alguien que conoce las plantas ama la naturaleza y alguien que ama la naturaleza es agradable para mí. Sé bienvenida, mi señora.

Reconozco que ese halago me gustó. No veía a Brigo, pero su voz era muy sugerente. Mientras pensaba esto, el subconsciente me traicionó y dije en voz alta:

—¡Qué pena que no pueda verte!

—Si no me ves es porque no estás mirando hacia el lugar adecuado.

Abrí bien los ojos pero no vi a nadie.

—¿Quieres dejar de mirar al altar? Estoy aquí abajo.

Entonces me incorporé hacia donde estaba el dolmen, en un agujero excavado en el suelo de la iglesia y al que había que asomarse bastante pues estaba algo profundo. Allí, entre varias losas de piedra, se encontraba un hombre sentado. Y ¡qué hombre! Vestía una túnica oscura que dejaba la piernas y los brazos al descubierto, aparentaba unos treinta años, la melena le llegaba a los hombros y era morena al igual que la piel, los ojos eran muy claros y una barba corta hacía destacar unos dientes blancos en una encantadora sonrisa que me dedicaba enteramente a mí en ese momento. Era muy guapo.

Hasta esa ocasión nunca había visto druidas, pero siempre me los imaginé ancianos, con largas melenas y barbas blancas. Como Gandalf, pero en celta. Brigo desde luego no se parecía en nada al mago de Tolkien. En un acto reflejo me acicalé las greñas y recompuse la poco favorecedora sudadera que llevaba con unos vaqueros desgastados. ¡Qué pintas, por dios! Para un día que me encuentro con un druida yo voy hecha unos zorros.

—Encantada de conocerte, Brigo —balbucí con una risita idiota.

—Lo mismo digo… ¿Cómo te llamas?

—Paloma.

—Precioso nombre. Entre los celtas, la paloma simboliza la liberación de las almas. El arrullo de una paloma anuncia que un alma acaba de subir a los reinos celestiales. Quien te puso ese nombre ¿era conocedor de nuestra tradición?

—No lo creo. Fue más bien porque Paloma es el nombre de una de nuestras vírgenes (Mi nombre).

—¡No me lo puedo creer! ¿También nos han robado ese símbolo los cristianos? ¡Esto es indignante! ¡Inadmisible!

Brigo se levantó y, con una agilidad que me sorprendió, subió hasta donde yo me encontraba. De cerca pude comprobar que sus ojos claros tenían un precioso color azul que me encandiló aún más de lo que ya estaba, aunque ya no sonreía porque se le veía muy disgustado.

—Tranquilo, no te enfades. También me llamo Kirke —dije para aplacarlo.

—Y ese nombre ¿de dónde viene, de otra de vuestras vírgenes? —respondió burlonamente.

—En realidad es el nombre de una hechicera griega (De diosas y hechiceras).

—Bueno, eso está mucho mejor. En cuanto te vi entrar sentí una conexión especial contigo. Conoces las plantas, tienes el nombre de una hechicera… eres una de los nuestros —replicó sonriendo de nuevo y acercándose más a mí.

Llegados a este punto creo que empecé a babear, o al menos me quedé con la boca abierta, no estoy segura. La proximidad de ese druida  me puso algo nerviosa. Brigo era todo un seductor y pensé que cuando estuvo vivo debió de hechizar mucho y sin necesidad de ninguna planta ni conjuro.

Antes de perder por completo los papeles y caer como una pava rendida a sus pies me obligué a recordar el motivo de mi visita a tan extraordinario lugar.

—Al principio citaste a un tal Belenus, que no sé quién es, y a las xanas. ¿Conoces a alguna xana?

—Conozco a unas cuantas, mi estimada Kirke —respondió sonriendo aún más—. Las que habitan en el lago Enol son especialmente encantadoras y amigas de la alegría y la fiesta, por lo menos cuando yo las frecuentaba —añadió con una expresión pícara en la cara.

Sin perder la sonrisa Brigo siguió evocando mientras estiraba las piernas en el estrecho banco de madera.

—¡Qué tiempos aquellos! En Beltane, a la luz de las hogueras, yo participaba en los ritos de fertilidad. Las xanas acudían a nuestra fiesta y entonces yo me unía a ellas para…

Antes de que Brigo me contara detalladamente qué hacía exactamente en esos ritos fertilizantes decidí interrumpirle.

—Ya, ya. Pero entre todas esas xanas que conoces, ¿está una que se llama Ayalga?

—Ayalga. Me suena mucho. ¡Ah, sí! ya sé de quién hablas —contestó torciendo el gesto e incorporándose repentinamente serio— ¿Por qué preguntas por ella?

—Me gustaría conocerla, tengo un recado que darle de parte de un amigo común.

—¿Amigo? Ayalga no tiene amigos, al menos desde hace siglos. Traicionó a su estirpe y a sus congéneres. No es una compañía recomendable.

—¿Por qué dices eso?

—Cuando los monjes empezaron a llegar hasta estos montes ella se quedó prendada de un joven novicio. Era un lechuguino estirado y delgaducho. No sé qué vio en él, pero se enamoró locamente. Contraviniendo nuestras normas se le apareció un par de veces y el monje en lugar de corresponder a sus insinuaciones se encerró en un monasterio pues creía que ella era el demonio que venía a llevárselo al averno. Ayalga en aquella época era un bellezón, ¡y el frailuco la rechazó! De verdad, vosotros los cristianos no podéis ser más idiotas.

—¡Pobre Ayalga!

—De pobre nada, ese rechazo la convirtió en un ser amargado. Su resentimiento lo volcó en sus compañeras y renegó de su entorno. Dicen que se convirtió al cristianismo en un último intento de conquistar al mojigato novicio. Habrase visto, ¡una xana cristiana! Otro ultraje más —respondió airadamente Brigo negando con la cabeza.

—De todas formas me gustaría hablar con ella. ¿Sabes dónde puedo encontrarla?

—No lo sé. Al hacerse cristiana dejó de frecuentar nuestros lugares, aunque el río sería el mejor sitio donde mirar. Las xanas son seres acuáticos, necesitan estar cerca del agua. Aunque cambien de dios, su naturaleza es la que es.

Me sentí decepcionada al oír esto porque en el río ya había buscado sin resultados positivos. Después de todo, este personaje tampoco iba a ayudarme a encontrar a la xana. Brigo vio el desencanto en mi rostro y pasando su brazo por mi hombro me dijo.

—No te entristezcas. Aunque la encontraras tampoco creo que te sirviera de mucho. Es una loca.

—Sí, ya lo sé, una loca enamorada, y rechazada, pero…

—No. Cuando digo loca —me interrumpió Brigo— no estoy utilizando un recurso poético, estoy dando un diagnóstico. Está loca de verdad. Hace muchos lustros que no la veo pero la última vez iba desgreñada, hablando sola y diciendo incoherencias. Se ha desquiciado completamente. Está ida, chalada, majareta —insistió.

—Cuando la viste ¿dónde fue?

—Te digo que fue hace mucho ya, no creo que aún ande por ahí.

—Da igual. Dime el sitio, por favor.

—Cerca de aquí. En un recodo del río.

—Ya he estado en el Sella y no la encontré. Y no me apetece volver porque a quien sí vi fue a una joven que lloraba desconsoladamente y que me puso la piel de gallina (El beso).

—¿Una rubia con una túnica verde?

—Sí, ¿la conoces?

—Seguramente sería Froiluba. Desde que se quedó viuda le da por acudir cuando anochece a la orilla del río a lamentarse y a espantar a los pobres despistados que les da por frecuentar el lugar a esas horas.

—Sí me pareció que lloraba la ausencia de un amado. Me dio mucha pena.

—¡Que se fastidie! Por culpa de ella y de su llorado esposo estoy cabreado desde hace siglos. No me mires así. El amado por el que pena fue el que decidió construir una iglesia encima de mi tumba. Su marido era Favila.

—¡Arrea! Pues menos mal que no le pregunté por la xana porque si se llega a enterar que le quiero hacer un favor al que la dejó viuda…

Brigo puso cara de no entender nada pero se me estaba haciendo tarde y aunque me gustaba platicar con un hombre tan simpático —y guapo— decidí abreviar y no dar más explicaciones.

—Entonces, ¿el río es el único lugar donde puedo encontrar a la xana? Volveré al Sella, si no hay más remedio.

—La última vez que vi a Ayalga no fue en el Sella sino el otro río que está cerca de aquí, el Güeña —me respondió Brigo.

¡Es verdad! Había otro río en la zona. ¡¿Cómo no me había dado cuenta?!

En ese momento un trueno retumbó anunciando que la tormenta ya estaba encima.

—Parece que Ñuberu está aquí —dijo Brigo mirando por el ventanuco de la iglesia.

Ante mi cara de extrañeza él aclaró.

—Ñuberu, el que hace truenos. Uno de nuestros dioses.

—Será mejor que me vaya antes de que se ponga a llover. No he traído paraguas y me están esperando para cenar.

—¿Por qué no te quedas un poco más aquí, conmigo? —me sugirió Brigo acercándose otra vez a mí con su encantadora sonrisa.

Si nunca me había imaginado a los druidas con la pinta de Brigo, tampoco me los imaginaba tan ligones como él. Era un seductor en toda regla.

Hube de esforzarme para no caer en las redes del donjuán celta, pero ese conquistador fantasmal tenía más de tres mil años y era un poco mayor, incluso para mí. Tenía que centrarme en mi misión: la promesa hecha a Furaco. Debía encontrar a la puñetera xana e ir al Güeña a probar suerte allí.

—Gracias por tu oferta tan tentadora, pero tengo que irme, de verdad. También te agradezco la información que me has dado.

—Gracias a ti por tu grata compañía, Kirke. Ha sido un gran placer conocerte. Antes de irte, deja que te dé mi bendición.

—¿Bendición? ¿Eso no es cosa de los cristianos?

—Ese es otro de los rituales que nos robaron esos plagiadores insoportables —contestó Brigo volviéndose a enfadar.

—De acuerdo, está bien —le contesté para calmarlo. Este druida además de seductor era algo bipolar, pasaba del encanto al enfado muy fácilmente—. Dame esa bendición.

Brigo puso sus manos sobre mis hombros y dijo estas bellas palabras:

Que el camino salga a tu encuentro.
Que el viento esté siempre detrás de ti y la lluvia caiga suave sobre tus campos.
Y hasta que nos volvamos a encontrar, que los dioses te sostengan suavemente.

Mientras decía tan bonitas frases, me dejé acariciar por el suave tono de su voz cerrando los ojos, los abrí cuando terminó y comprobé que Brigo había desaparecido. Miré por todos lados, incluso donde estaba el dolmen, pero allí ya no había nadie.

Salí de la iglesia con las últimas palabras de Brigo resonando en la cabeza. Ojalá que todo lo que me había deseado se cumpliera, sobre todo porque en esa bendición se contemplaba la posibilidad de volvernos a encontrar.

Cuando, ya fuera del recinto, me reencontré con la recepcionista pensé que me recriminaría mi larga estancia en el interior pues mi plática con Brigo había sido bastante larga. Pero no, me despidió con una cordial sonrisa y unas frases dichas con el acento tan encantador de estas tierras. Extrañada miré mi reloj y comprobé que había estado en el interior de la iglesia tan solo diez minutos, los que había durado la proyección. No podía ser, si había hablado con el druida un buen rato. ¡Qué raro! Decidí no darle más vueltas al asunto y encaminarme al hotel de una vez.

 Afortunadamente Ñuberu tronaba pero aún no había empezado a soltar agua, por lo que pude llegar a mi hotel sin empaparme. Una vez más mi búsqueda de la xana no había sido fructífera pero había conseguido importante información que podría ayudarme a encontrar a Ayalga.

Mi próxima incursión sería en el río Güeña. Esperaba que allí se acabaran mis pesquisas pues aunque la visita a la iglesia había sido sumamente agradable —conocer a Brigo me había encantado— tanto indagar empezaba ya a hartarme un poquito.

Quizás fue el embrujo del druida encantador o esa bendición última que me dio, pero me sentía muy animada y segura de que mi búsqueda estaba a punto de llegar a su fin.

(Continuará…)




NOTA: La iglesia de la Santa Cruz se erigió en una pequeña colina y sobre un antiguo enterramiento. Lo que queda del dolmen de aquel monumento funerario se puede observar en el interior del pequeño templo a través de un orifico hecho en el suelo. He intentado obtener información sobre qué tipo de enterramiento era (celta, prehistórico, etc…) pero no conseguí averiguar mucho pues ni siquiera hay demasiado consenso a la hora de datar exactamente su antigüedad, así que me tomé la licencia literaria de ‘habitar’ esa tumba con un druida.

GALERÍA FOTOGRÁFICA

Iglesia de la Santa Cruz erigida por Favila.
Entrada y relieve donde se representa la Cruz de la Victoria.
Dolmen y altar de la capilla de Santa Cruz  (como no se me permitió fotografiar en el interior,  las fotos están tomadas de la red). Si me hubieran dejado hacer fotos me habría hecho un selfie con Brigo, pero no pudo ser.

Una de las múltiples representaciones de la Cruz de la Victoria, esta se encuentra en el puente romano que cruza el río Sella.
Uno de los muchos tejos (texu) que se encuentran en Asturias, este está situado delante del monasterio de San Pedro de Villanueva.

Lago Enol, donde Brigo se montaba fiestas con las xanas.

GLOSARIO

Crónicas astures I: Legítima defensa
Crónicas astures II: El beso
Crónicas astures III: Ultraje

24 comentarios:

  1. Ay lo que disfruto con tus relatos.
    Si alguna vez vuelves te diré por privado cual es la iglesia de mi pueblo(es cerca de Llueves, donde estuviste), te vas a enamorar porque además de antigua(es románica) tiene muchos misterios, aparecieron muertos medievales, enterramientos cuyo origen se desconocen, hay leyendas, historias de la guerra también...
    Besos y muy feliz semana.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Gemma.
      Te tomo la palabra, cuando vuelva por ahí (que volveré, no te quepa duda) me tienes que decir dónde está esa iglesia con aparecidos, ahí hay una historia que se puede contar, ja, ja, ja.
      Un beso grande, guapa.

      Eliminar
  2. Sin duda te ganaste el respeto de Brigo, jeje Y él logró encandilarte a ti y al resto… porque en estos momentos solo puedo decir: ains… y otra vez ains… Como me gusta y como estoy disfrutando, que no se termine nunca, necesitamos muchos más capítulos y continuará, :) Los diálogos se te dan perfectamente Paloma, forman parte de la historia de una manera que uno siente que está allí escuchándoos, de cotilla. Y es que no le falta de nada, lo tiene todo, todo; historia, fantasía, humor. Perfecto. Me has arrancado más de una sonrisa.
    Un beso grande.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Irene.
      No te puedes ni imaginar cómo me anima lo que me dices de los diálogos. Son una herramienta muy valiosa cuando se trata de contar y de agilizar una historia, pero también es un arma de doble filo, pues si no se hacen bien, si no son creíbles, todo se desmorona.
      Que me digas que has estado allí escuchándonos es un piropo que me infla como un globo ¡Gracias!
      También te agradezco que quieras muchos más capítulos de esta serie, pero ahí no voy a poder complacerte porque estas crónicas astures tienen los días contados (quedan dos capítulos más y se acabó). Aunque luego continuaré, en cierta manera, con las crónicas cántabras, pero con otro hilo argumental (sería como la segunda temporada de una serie de TV, ja, ja, ja).
      Un besote y muchas gracias por tu fidelidad con la serie.

      Eliminar
  3. El relato es genial y, como siempre te digo, con tu humor característico, pero lo que me parece más valioso aún es que con el pretexto del relato le haces rendir cuentas a la Historia y la la Religión y eso me encanta.
    Además, aprovechas para hacernos de guía turístico, no solo con los comentarios del final (los que pones en azul) y las fotos, sino con la propia narración. Vamos que me parece una labor de lo más completa la que estás haciendo con esta serie. Estás consiguiendo que me plantee si no resultaré muy repetitiva siempre con mis reseñas (bueno eso es casi totalmente broma)
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Rosa.
      No sé si es deformación profesional o falta de imaginación, pero cuando escribo un relato siempre parto de un hecho real y luego ya invento. La parte "real" (en este caso Historia) intento que sea muy fiel a lo que ocurrió y lo inserto en la historia inventada. Aunque en este caso, en la parte inventada uso mi prerrogativa de dar mi propia visión de la Historia (el paralelismo entre la religión celta y la cristiana es de traca).
      En este viaje norteño aprendí muchas cosas fascinantes y no pude sustraerme a contarlas en mis relatos.
      Gracias por tan bonito comentario.

      P.D. Entiendo como una broma que digas que tus reseñas son repetitivas, no hay más que ver la buena aceptación que tienen, así que eso de "repetitivo" no es verdad.

      Eliminar
  4. Brigo me recuerda a Almanzor, joven y con ojos azules, aunque este último no era druida, pero sí conquistador de tierras, corazones y montañas.
    La xana del Enol bien podría haber echado una mano más poderosa ayer a Valverde en la etapa de los Lagos pues alguien me contó que sus amores cambiaron de rumbo.
    Cuídate Kirke que te veo enamoradiza. Esperando ansioso tus astures IV antes de que se me disparen los tromboxanos.
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Paco.
      Lamentablemente cuando estuve en Córdoba no me encontré a Almanzor, así que no pude comprobar si era un conquistador como Brigo y tan guapo como él.
      Creo que Valverde tendrá que ganar las etapas solo porque, según mi experiencia, de las xanas uno no se puede fiar.
      La cuarta entrega vendrá en unos pocos días pero espero que tus niveles de tromboxanos no se alteren que te necesito sano y con la coagulación adecuada.
      Un beso.

      Eliminar
  5. Por qué será que cuando se visita algún lugar deseamos conocer un poco de la historia y a la vez de cultura sabremos un poco más del lugar. En tu caso en la búsqueda de la xana actúas y te metes en la historia. ¡Me encantas! como lo cuentas, la gracia que le das, esos diálogos tan buenos. ¡Genial! Esterando el próximo capitulo. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Mamen.
      Nuetra Historia está llena de pequeñas historias que a su vez dan material para contar otras cosas. Cuando uno visita un lugar y se entera de lo que pasó ahí es como sumergirse en el pasado. No sé tú, pero yo, cuando viajo y visito lugares "antiguos" me represento en la mente que yo estoy en la época del edificio, o del lugar en cuestión y me imagino rodeada de los pobladores correspondientes, ¿soy rarita? ja, ja, ja.
      Un beso y gracias por el comentario.

      Eliminar
    2. No eres rarita, eres auténtica, graciosa y estás muy bien documentada. La verdad que para comprender e lugar hay que pensar en cómo vivieron los antepasados. Me encanta leerte. Un abrazo.

      Eliminar
  6. Está claro Kirke que en cualquier momento te nombran cronista oficial de Asturias jajaja. Cada vez más interesante!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Norte.
      No sé si me nombrarán cronista oficial de Asturias, pero lo mismo sí me llaman para alguna sesión de ouija con esta manía que tengo de contactar con los muertos.
      Un beso.

      Eliminar
  7. Mira por dónde, que yo he estado en el lago Enol y no vi a ninguna Xana, claro que aquel día había una niebla del copón, tanta que casi me doy de bruces con una vaca que estaba pastando.
    Me encanta esta historia de fantasía con un fondo y paisaje real. Insisto en que tu viaje ha dado muy buenos frutos. Seguiré con mucho interés las pesquisas de Kirke la hechicera, jeje.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Josep Mª.
      Cuando estuve en el lago Enol yo tampoco vi ninguna xana. De hecho, y como puedes comprobar por estas crónicas, todavía no me he encontrado ninguna (ni Ayalga ni nunguna colega suya); son esquivas. Por lo que se ve a los druidas, o al menos a un druida como Brigo, a esos sí que se les aparecen.
      Gracias por seguir mis pesquisas. Ya queda poco para la resolución definitiva del "caso".
      Un beso.

      Eliminar
  8. ¡Yo quiero conocer a Brigo! Tienes que darme la dirección de esa iglesia sin falta.
    Me ha gustado mucho, Paloma, ese druida es un amor. Lo has descrito tan bien que lo he visto y yo también me he quedado alelada con su sonrisa y sus ojos azules.
    A la espera quedo de tu siguiente crónica en el río Güeña.
    Un besooooo.

    Lucía.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Lucía.
      Te daré la dirección cuando nos veamos, aunque no sé yo si le pillarás en la iglesia porque me da que le gusta mucho alternar, ja, ja, ja.
      En breve sabrás qué me pasó en el Güeña.
      Un besote.

      Eliminar
  9. ¡Fantástico relato, Paloma! A medio camino entre la ficción y crónica de viajes. Demuestras un gran conocimiento de la historia y mitología asturiana, tanto que consigues integrarlo en la ficción de manera natural. El relato fluye muy bien con los diálogos, simpáticos y ágiles. Me gusta que, aunque sea una serie, la historia sea comprensible por sí misma, en un medio como internet creo que es importante.
    Ya que mencionas a Iker Jimenez, es un clásico de su programa hablar de los llamados lugares de poder. Enclaves especiales en los que se aglutinan edificaciones religiosas. Todas las religiones buscan integrar dentro de sí las creencias anteriores. Es una forma muy eficaz de aglutinar fieles. Un fuerte abrazo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, David.
      Estas crónicas aunque tienen un hilo conductor, la búsqueda de la xana, se pueden leer independientemente pues cada personaje protagonista es una historia en sí. Sé lo complicado que es mantener al lector atento en internet y sé qué frágil es la fidelidad en este medio. Me alegra saber que el texto te ha parecido ágil porque soy consciente de que es un relato bastante largo para lo que se estila por estos lares, pero no quería cortarlo y quise ser fiel a la historia, puede que eso conlleve pérdida de seguidores pero lo asumo deportivamente ;)
      Estoy de acuerdo con Íker Jiménez en que hay lugares de poder, aquella ermita de la Santa Cruz lo era: ¡hablé con un druida! Bromas aparte, cuando estuve allí me sentí muy bien, no sé si fue la soledad y el silencio de la capilla o algún tipo de radiación electromagnética que emitía el dolmen, pero fue una estancia muy agradable.
      Un abrazo y gracias por tu visita y tu lectura.

      Eliminar
  10. Fantasía, humor, historia, que buena mezcla Paloma y sabía yo que esta me iba a gustar mas que la anterior, ala voy a por la siguiente, que buenas son.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Tere.
      De todos los personajes con los que me encontré en mi periplo astur, el druida fue el que más agradable me resultó. Un hombre tan encantador, en todos los sentidos, no deja indiferente ;)
      Un besote.

      Eliminar
  11. Ay Paloma te está saliendo la vena cuentista, me encanta. Esta serie me recuerdan esas historias para escuchar y contar cerca de un fuego. Me gusta mucho como combinas fragmentos de realidad y los aderezas de forma fantástica con la parte imaginada, esas historias que salen de tu imaginación y combinan tu toque de humor. Me he imaginado escuchando vuestros diálogos y se me escapaba alguna risilla, entiendo que el druida esté enfadado, con la de lugares que hay para construir que lo hicieran encima son ganas de fastidiar al pobre hombre.
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Conxita.
      Esa vena cuentista puede que sea algo genético porque mi abuela materna era muy dada a contarnos, a mis primos y a mí, muchas historias de su Galicia, además hacía muchos aspavientos y casi, casi, escenificaba lo que contaba. ¿De tal palo tal astilla?
      El druida estaba realmente enfadado pero puede que Favila buscara un lugar especial para homenajear a su padre y la pequeña en la que estaba asentada la tumba del celta era un sitio muy bonito (o simplemente vieron unas piedras bien enclavadas en el terreno y pensaron que podían aprovecharlas como cimientos, vete tú a saber).
      Un besote grande, grande.

      Eliminar

Hada verde:Cursores
Hada verde:Cursores