Esta novela tiene principalmente como escenario a Madrid pero en dos épocas diferentes que se van alternando a lo largo del libro.
En 2009
aparecen los restos de varios individuos con toda la apariencia de haber sido
ejecutados. Ana María Galíndez es una forense de la Guardia Civil y se
encargará de investigar qué les pasó a esas personas con la ayuda de un par de
profesoras de la Universidad Complutense. Por otro lado, se cuentan las actividades
del comandante Guzmán en el año 1953. Estos serían los dos grandes
bloques de la historia que acabarán convergiendo y relacionándose.
Además, y de forma esporádica, se
añaden breves pinceladas de un suceso acaecido en Badajoz en el año 1936 y que,
por supuesto, acaba teniendo también relación con todo lo anterior.
De entrada, tanto ir y venir a
través de tres épocas ya descoloca un poco, aunque eso no fue lo peor. Pero
vayamos por partes.
Leopoldo Guzmán, el protagonista
por méritos propios de esta historia, es el jefe de la Brigada Especial. Esta
brigada está compuesta por policías también muy especiales, sobre todo porque
no se dedican a perseguir delincuentes comunes, sino otros mucho más
peligrosos, al menos para la dictadura de Franco: comunistas.
“La
Brigada Especial nació al final de la guerra para seguir persiguiendo al
enemigo más allá del campo de batalla.”
En su afán de conservar la
Victoria, Franco elige a Guzmán, dándole total libertad de acción, para que
asegure el régimen cuidando de las amenazas domésticas, esas que están cerca de
casa y que pueden ser subversivas. La elección de Guzmán no es
gratuita porque él se implica con gusto y saña en su cometido. Es un psicópata
en toda regla que disfruta torturando y asesinando a los sospechosos de conspirar
contra el jefe del estado.
Esta sería la sinopsis de la
novela –me salió un poco larga pero es que el libro tiene más de quinientas
páginas-.
En principio, la novela no está
mal y el personaje central, Guzmán, está muy bien perfilado. De hecho, a mí me fascinó.
Que un personaje execrable, sanguinario, sin escrúpulos, te acabe cayendo
simpático denota cierta habilidad por parte del escritor que sabe jugar con el
lector y hacer algo así.
Desgraciadamente las habilidades
del escritor se quedaron ahí. Tuvo un montón de fallos que empañaron esta destreza.
Cuando un autor extranjero
escribe sobre mi país tiendo a recelar, no me fío del rigor a la hora de
describir hechos y escenarios. Reconozco, también, que cuando me pongo
tiquismiquis los árboles me impiden ver el bosque, me paro en detalles que
quizá no tengan tanta importancia y me olvido de valorar la historia global.
Pero cuando esos detalles “sin importancia” superan la veintena… pues me enfado bastante.
Si un libro está plagado de
errores abandono su lectura, pero con este hice una excepción por dos motivos.
El primero, porque el protagonista me resultó muy atractivo, a pesar de ser un
hijo de mala madre, y quería saber qué pasaba con él. El segundo, porque me
hice una apuesta conmigo misma para comprobar hasta dónde era capaz de llegar
el autor con sus meteduras de pata. Si los errores no superaban la decena me ganaba un
chocolate, si el número estaba entre diez y veinte, un chocolate con churros, y
si superaban la veintena reforzaría la ingesta con varios pasteles. Acabé
tomándome chocolate, churros, pasteles y una tila para calmar los nervios que suelen acompañar al cabreo que me agarro cuando un libro está mal escrito.
Según Google, Mark Oldfield –no
confundir con mi adorado Mike Oldfield- es un escritor inglés que ha vivido en
España, “testigo de excepción de la transición de un estado dictatorial a una
democracia, Oldfield aprovechó sus numerosas estancias para aprender más acerca
de la percepción de los españoles del momento que estaban viviendo, y sobre
todo de su pasado. Ha estudiando concienzudamente la guerra civil
española y el largo periodo que siguió”.
No sé cuánto tiempo estuvo
viviendo en España el autor, ni dónde lo hizo exactamente -lo mismo estuvo en Mallorca practicando balconing-. Tampoco sé qué entiende por “estudiar concienzudamente”; pero lo que sí sé es que todo eso no le sirvió para
aprender demasiado de este país en general y de Madrid en particular. O, al
menos, para plasmarlo en esta novela.
No voy a poner todos los fallos
de la novela, pero aquí van unas cuantas perlas.
· La acción que transcurre en 1953 se da en el mes
de enero; nieva copiosamente, a todas horas, las ventiscas son de antología, la
nieve se acumula por metros en todas partes, una climatología sumamente adversa
(aunque el cambio climático ha suavizado mucho las temperaturas, Madrid nunca
fue como Moscú, y los inviernos en los años cincuenta tampoco eran para tanto).
· Un edificio que lleva abandonado varias décadas
aún tiene corriente eléctrica cuando dos personajes se introducen en él a buscar unos
papeles (cuando un edificio se abandona lo primero que se hace en España es
cortar la luz, algunas veces incluso antes de que lo abandonen los inquilinos.
Si hay algo que aquí funciona es la diligencia por parte de las eléctricas para
no mermar sus pingües ganancias).
· En las habitaciones de los hoteles hay biblias (la
España de Franco era muy católica, apostólica y romana, pero me parece que esa
circunstancia nunca se dio, aunque es una práctica habitual en los hoteles norteamericanos).
· La acción que transcurre en 2009 se da en el mes
de agosto, en un momento dado un personaje se queja del tremendo calor que
asola Madrid a las cuatro de la tarde porque hay ¡33 grados! (en Madrid y en agosto
esa temperatura se tiene, con un poco de suerte, a las diez de la noche. A las cuatro de la
tarde el termómetro no baja de los 38º. Yo firmaba para tener 33º en esos días
y a esas horas, ¡es fresquito!).
· El tremendo calor que Madrid padece no es
impedimento para que aparezca un individuo vestido con un abrigo (33º es
fresquito, pero no tanto) o para que haya puestos callejeros de chocolate caliente (en
agosto, salvo en la verbena de la Paloma, vender chocolate caliente en Madrid tiene
menos futuro que vender helados en el Ártico).
· El uniforme de la Guardia Civil es marrón y se
la considera un tipo de Policía (el uniforme es verde y la Guardia Civil no es
una Policía, es… la Guardia Civil).
· Una casa del barrio obrero de Quintana, en el
año 1953, tiene portero automático (en 1953 el sistema para abrir los portales
no era nada automático, se recurría a las llaves o al sereno).
· Una casa de Lavapiés tiene una escalera de
incendios en 1953 (en ese barrio la mayoría de las casas son centenarias y ni
siquiera ahora tienen ese tipo de escaleras).
· Al lugar donde reside Franco se le llama la casa
de campo de El Pardo (no era una casa de campo, era y sigue siendo un palacio con todas las de
la ley).
· El protagonista se va andando desde Vallecas
hasta la Puerta del Sol y tarda diez minutos (en línea recta hay más de cuatro
kilómetros de distancia entre esos dos sitios, ni corriendo se tarda tan poco,
menos andando en enero con las calles lleeeeenas de nieve).
· Ya por último, el intento del golpe de estado de
Tejero fue en 1982 (siendo el escritor un "testigo de excepción de la transición española", por lo visto no prestó demasiada atención porque Tejero y sus colegas nos dieron el
susto padre en 1981).
Podría seguir escribiendo más errores
pero creo que lo voy a dejar.
Curiosamente, y a pesar de todo, la novela es
entretenida y por eso me la terminé. Pero tanto error, alguno
imperdonable, no me dejó disfrutar.
Dicen que el escritor está con la
segunda entrega –quiere escribir una trilogía sobre “las heridas abiertas de la
península ibérica"-. Miedo me da. Creo que esa segunda novela no la leeré, porque si vuelvo a darme otro atracón de chocolate por culpa de tanto gazapo acabo diabética. O con un ataque de ansiedad.
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