Leer, el remedio del alma

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Imagen creada por Ilea Serafín

2 de diciembre de 2024

Los jubilados de Patones

 Este relato corresponde a una propuesta del Colectivo literario Bremen de versionar cuentos de los hermanos Grimm, en este caso toca "Los músicos de Bremen", para los que no conozcan o no recuerden este cuento pongo el enlace al mismo y, seguidamente, el relato que se me ha ocurrido.

Cuento "Los músicos de Bremen"

LOS JUBILADOS DE PATONES

El ánimo en el Centro de Mayores de Patones de Arriba no podía ser más triste. El ayuntamiento había comunicado que no recibirían más fondos para su mantenimiento por lo que el local iba a cerrar en breve. La crisis económica del país y la rapiña del concejal de Ocio y Tiempo Libre que se había triplicado el sueldo, hacían inviable que el refugio para los jubilados del pueblo siguiera abierto.

Cuatro hombres jugaban a las cartas con semblante preocupado.

¾¿Y ahora qué vamos a hacer? ¾preguntó Paco, antiguo bibliotecario¾. Desde que dejé de trabajar este ha sido mi hogar. ¡Envido a la chica!

¾Jugador de chica, perdedor de mus  ¾contestó Juan, ex profesor de literatura en un instituto¾. No te preocupes, Paco, la vida nos da reveses, pero al final salimos adelante. Nuestra generación ha dado muestras de ser muy dura. Paso. ¡Envido a la grande!

¾¡Lo veo! No tengo yo muy claro qué haremos si este centro cierra, la verdad. Podríamos reunirnos en un bar, pero no creo que ahí nos dejen pasar toda la tarde con una sola consumición ocupando una mesa para jugar a las cartas. Esto del cierre es una putada muy grande y un ataque en toda regla al proletariado. Así nos pagan tantos años de esfuerzo y sacrificio. ¡Es intolerable! Deberíamos movilizarnos.

Quien así hablaba era Carlos, guardia de seguridad y sindicalista cuando estaba en activo.

¾¿Tienes pares, compañero? ¾dijo Antonio, ingeniero informático que se había acogido a la jubilación anticipada.

Juan contestó moviendo la comisura de los labios hacia un lado, asegurándose antes de que no vieran ni Paco ni Carlos esa seña de medias.

¾¡Envido! ¾reaccionó Antonio ante la señal de su pareja de mus anunciándole que tenía tres cartas iguales¾. Tienes razón, Carlos, este cierre es una putada. Pero poco podemos hacer.

¾Paso. No veo tus pares¾contestó Carlos¾. Como tampoco veo que no podamos hacer nada. Callados y conformes no vamos a ningún lado.

¾¿Alguien tiene juego? ¾dijo Paco mientras Carlos le guiñaba un ojo dándole a entender que llevaba treinta y uno.

¾¡Envido! ¾fue la respuesta de Juan.

¾¡Órdago! ¾contestó Paco.

¾No lo veo ¾replicó Juan sospechando la jugada pues Carlos era mano.

¾¿Te achantas? ¾contestó mosqueado Carlos¾. ¿No lo veis? Nos acobardamos a la primera de cambio.

¾Es pura lógica, Carlos ¾dijo Juan¾. Tus cartas suman treinta y una y vas antes que yo, los puntos son para ti. ¿A santo de qué voy a aceptar la apuesta si no voy a ganar? Cuando se sabe que la guerra está perdida es absurdo presentar batalla.

¾Estoy con Juan. Nuestros esfuerzos deben ir encaminados a algo productivo y con visos de éxito.

¾¿Cómo qué, Antonio? ¾preguntó Carlos beligerante.

¾He oído que en Madrid hay muchos centros para jubilados, con bastantes comodidades y mejor equipados que este. Podríamos probar suerte.

¾¿Y abandonar nuestras casas? No pretenderás que nos desplacemos hasta allí todos los días, se nos va la jornada en transporte, que ya no estamos para conducir tanto ¾replicó Carlos que se estaba empezando a enfadar, algo que resultaba intimidante porque de su etapa como guardia de seguridad aún mantenía una envergadura corporal considerable.

¾Vamos a ver ¾intentó conciliar Antonio¾: a nosotros ya no nos queda nada en este pueblucho. No tenemos pareja, nuestros hijos no viven aquí. ¿Por qué no probar suerte en la capital?

¾¿Y de qué vamos a vivir? Nuestras pensiones no nos van a alcanzar para mucho con los precios de la gran ciudad ¾dijo pesaroso Paco, mientras tiraba las cartas al centro de la mesa.

¾¡Vivamos una aventura! Dios proveerá ¾fue la contestación de Antonio.

¾¡Habló el ateo! ¾exclamó Juan.

Tras un buen rato discutiendo, los cuatro amigos decidieron hacer las maletas y encaminarse a Madrid. Tomaron un autobús que los dejó en la Plaza de Castilla. Ya era de noche y no sabían muy bien dónde alojarse mientras esperaban que la providencia divina los iluminara. Caminando sin rumbo fijo se toparon con una sucursal bancaria cerrada, como era de esperar dadas las horas.

¾¿Nos metemos aquí dentro? ¾propuso Carlos.

¾¿Cómo vamos a entrar? Estos sitios son fortines, por no mencionar que sería allanamiento de propiedad privada ¾dijo Juan.

¾¿Allanamiento? Estos de los bancos sí que nos han allanado a nosotros el camino para empobrecernos ¾respondió Carlos mientras sacaba un juego de ganzúas que guardaba de su época de guardia de seguridad.

Tras una breve manipulación, la puerta de la sucursal se abrió sin problemas y con otra hábil maniobra el ex segurata inactivó la alarma. Los cuatro hombres accedieron al interior y se acomodaron en los sillones dispersos por toda la sala. Además, se tomaron unos cafés de la Nespresso colocada en un rincón. Esta nueva moda de equipar los bancos como si fueran cafeterías era un chollo.

Mientras se disponían a dormir oyeron unas voces procedentes del despacho del director.

¾¡Joder! ¡Aquí hay gente! ¿Pero cómo pueden estar trabajando a estas horas? ¾exclamó alarmado Paco.

¾Quien quiera que sea no está trabajando ¾contestó suspicaz Carlos.

Sigilosamente se acercaron a la puerta del despacho para escuchar.

¾¿Estás seguro de no dejar huella alguna? ¾dijo una voz.

¾Segurísimo. La encriptación es perfecta, nadie sabrá dónde ha ido a parar el dinero ni, mucho menos, quién ha sido el que se lo ha llevado ¾contestó otra voz¾. Dentro de un par de días estaremos muy lejos de aquí viviendo a cuerpo de rey con nuestra reciente fortuna en un paraíso fiscal.

¾No sé… ¾dijo la primera voz¾. Nos estamos llevando el dinero de los ahorros de mucha gente.

¾¿Ahora te entran remordimientos? Cuando te camelabas a los clientes para invertir en fondos ruinosos no tenías tantos reparos. Si esa gente se hubiera gastado la pasta, en lugar de ahorrar como hormiguitas, estas cosas no les pasarían.

¾Hombre… Esa es una manera muy torticera de ver las cosas. Parece que se merecen que les roben.

¾¡Exactamente! No le des más vueltas. La operación ya está en marcha. Nos quedaremos esta noche aquí hasta asegurarnos de que el dinero está en la cuenta de Suiza. Mañana nos largamos antes de abrir la oficina.

Los cuatro amigos se quedaron estupefactos al escuchar la conversación desarrollada en el interior del despacho. Carlos sacó la porra que siempre llevaba encima (otro recuerdo de su trabajo como guardia de seguridad) dispuesto a acabar con esos dos ladrones a base de porrazos, pero sus compañeros se lo impidieron.

¾¡No podemos consentir esto! ¾dijo Carlos.

¾Tienes razón, pero hay que pensar fríamente ¾le calmó Antonio.

Se retiraron al salón procurando no hacer ruido. Cavilaron durante un buen rato y, tras ponerse de acuerdo, pasaron a la acción.

Delante de la puerta del despacho donde se escondían los dos trabajadores del banco, Paco se puso a estrujar las hojas de un libro, sacudiéndolas y restregándolas por el suelo produciendo un ruido siniestro.

¾¿Oyes eso? ¾dijo una de las voces¾ Hay alguien fuera.

¾¡¿Qué dices?! Estamos solos.

¾Es como alguien arrastrándose. Da mal rollo.

Durante un buen rato Paco estuvo deslizando las hojas por el pavimento de la oficina. Seguidamente, Juan se acercó a la puerta del despacho y, con voz cavernosa, empezó a recitar unos versos del Tenorio de Zorrilla.

¾ Por dondequiera que fui, la razón atropellé, la virtud escarnecí, a la justicia burlé. Ni reconocí sagrado, ni hubo ocasión ni lugar por mi audacia respetado; ni en distinguir me he parado al clérigo del seglar. A quien quise provoqué, con quien quise me batí, y nunca consideré que puede matarme a mí aquel a quien yo maté.

¾¡Joder! ¾dijo una de las voces¾ ¡Es un fantasma! ¡Y nos está amenazando!

¾¡No digas tonterías! Será alguna conversación de la calle que llega hasta aquí. De todas formas, vayamos a ver.

Cuando los dos empleados del banco salieron del despacho no encontraron a nadie, pero al ir hacia la sala principal, en contraluz vieron la imponente figura de Carlos empuñando la porra y agitando unas esposas. Los dos ladrones salieron corriendo despavoridos.

Antonio se introdujo en el despacho y se sentó delante del ordenador. Gracias a sus conocimientos informáticos desencriptó la encriptación y anuló la fuga del capital que habían planeado los dos facinerosos, recuperando el dinero de los clientes desplumados.

¾El dinero ya está en el lugar que le corresponde ¾dijo Antonio ufano ante la admiración de sus amigos.

¾Deberíamos denunciarlo a las autoridades ¾añadió Carlos¾ y que detengan a esos dos desgraciados.

Cumpliendo con el deber moral que sus recias educaciones les imponían, así lo hicieron.

La noticia trascendió y los cuatro amigos jubilados salieron en todos los informativos y en varias tertulias matutinas. La directiva del banco, para hacerse perdonar el fallo de seguridad, decidió correr con los gastos de los cuatro héroes para que vivieran en unos apartamentos de una de las zonas residenciales más lujosas de la ciudad, con campo de golf, piscina climatizada, gimnasio asistido por osteópatas, cobertura sanitaria las 24 horas del día y, por supuesto, una amplia sala de ocio donde se podía jugar al mus.





1 comentario:

  1. Voy en el bus tras el Taller. Te he vuelto a leer y me ha vuelto a gustar más aún si cabe, porque la literatura leída se disfruta más (yo al menos) cuando sólo es escuchada.
    Un beso

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Hada verde:Cursores
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