“Exageraba su miedo por coquetería, poseía
en alto grado esa gracia femenina tan apreciada por los hombres. Le encantaba
ser protegida. Le gustaba exagerar sus miedos y sus debilidades.”
Anna
Leffler
Todos somos
víctimas de la época que nos toca vivir, pero algunos parece que acusan este
estigma de manera más pronunciada. El personaje que hoy traigo para
protagonizar Demencia, la madre de la
Ciencia, es un producto del siglo XIX en el que vivió, el siglo del romanticismo
por antonomasia. Porque esta protagonista alternó una mente brillante en el
campo de las matemáticas con una personalidad melancólica donde la dependencia
emocional le impidió desarrollar todo su potencial (o quizás ocurrió al revés).
Además, los sucesos que jalonaron su vida sentimental la marcaron y la
convirtieron en un personaje de novela romántica.
Sofia
Vasílievna Kovalévskaya (Sofia Kovalevsky en términos occidentales y para
abreviar) nace en Moscú el 15 de enero de 1850 pero su infancia discurre en
Bielorrusia. Su padre era un teniente general de artillería que detestaba a las
mujeres cultas aunque, paradójicamente, él mismo se casó con una ya que la
madre de Sofia era la hija de un eminente matemático y astrónomo que le procuró
una buena educación.
Sofia se
inicia en el mundo de las matemáticas de un forma bastante original. Cuando
estaban tapizando las paredes de la casa que la familia tenía en Bielorrusia
hubo un error de cálculo y se quedaron sin tapiz para forrar todas las
estancias, entonces se decidió que la habitación de juegos de los niños se empapelara
con hojas de conferencias de Ostrogradsky, un célebre matemático ucraniano de
la época, y que andaban por ahí en un cajón pues al padre de Sofia le gustaban
mucho las matemáticas. Así la pequeña Sofia, en lugar de dedicarse a jugar con
muñecas, se tiraba las horas muertas tratando de descifrar los textos que
adornaban las paredes.
Con catorce
años estudia trigonometría de manera autodidacta con un libro de su vecino
Tirtov —un matemático que vivía en la casa de al lado— y desarrolla el concepto
de “seno” sin ayuda de nadie. Esto deja patidifuso al propio Tirtov y convence
al padre de Sofia (recordemos que a este señor no le gustaban las mujeres
instruidas) para que reciba clases especiales de matemáticas.
Cuando Sofia
tiene dieciocho años, la familia se va a vivir a San Petersburgo. Con
preceptores privados se adentra en la geometría analítica y el cálculo. Pero
Sofia no quiere estudiar en el ámbito doméstico, quiere compartir experiencias
y debates con otros estudiantes: quiere asistir a la Universidad. Sin embargo
hay un gran problema para que el deseo de Sofia se cumpla ya que es una mujer
rusa, y las mujeres rusas no pueden ingresar en la Universidad.
En Rusia, a
mediados del siglo XIX, las mujeres que querían acceder a estudios superiores
debían hacerlo en el extranjero, y para esto se necesitaban dos requisitos:
dinero para pagar el estipendio y el permiso de un varón para pasar la
frontera —el permiso del esposo si la viajera estaba casada o el permiso del
padre si estaba soltera—. Sofia sí tenía dinero pero era soltera y su padre no
estaba por la labor de que la niña se educara tanto.
Con este
panorama a la joven Sofia solo le cabe una salida: casarse. El elegido es Vladimir
Kovalevsky (del que toma su apellido Kovalévskaya como es preceptivo en Rusia).
Vladimir aunque estudia leyes se interesa mucho por las ciencias y dedica sus
ratos libres a traducir obras de Darwin, Huxley y otros naturalistas.
Sofia realiza
un matrimonio de conveniencia con Kovalevsky en el que los dos cónyuges no
comparten lecho y que Sofia considera la más pura muestra de amor imbuida por
sus lecturas novelescas (estamos en el siglo romántico por excelencia). El
matrimonio cambia sucesivamente de domicilio en diferentes ciudades europeas:
San Petersburgo, Viena, Londres, Heidelberg.
En Heidelberg,
Vladimir se pone a estudiar paleontología y Sofia asiste a clases de
matemáticas y física gracias a una dispensa especial. Sofia también quiere
estudiar química, pero el departamento de esta materia lo dirige un tal Bunsen
(descubridor del elemento químico cesio e inventor del mechero que lleva su
nombre). Este señor además de ser un buen químico es un misógino de tomo y
lomo, y proclama a los cuatro vientos que ninguna mujer va a entrar en su
laboratorio. Sofia habla con él y le convence para que la acepte como alumna
(dicen que años después Bunsen alegó que Sofia le había engañado con sus
encantos y que era una mujer muy peligrosa).
Mientras
Vladimir se convierte en un reputado paleontólogo, Sofia se va a Berlín a
estudiar más matemáticas con Weiterstrass, un célebre matemático y tan misógino
como Bunsen, por lo que le impide asistir a sus clases. Una vez más Sofia recurre
al contacto directo entrevistándose con él para hacerle cambiar de opinión,
pero el alemán es un hueso duro de roer y para quitársela de encima le plantea
una serie de problemas de difícil solución y así alegar que no tiene nivel. Sin
embargo Sofia los resuelve y el terco profesor queda tan impresionado que le da
clases particulares completamente gratuitas ante la negativa de la propia
universidad para que ella asista a clase. El contacto directo con Sofia hace
que Weiterstrass no solo cambie su opinión sobre las mujeres sino que se convierta
en un defensor de sus derechos, al menos de los derechos de Sofia pues se pelea
con media universidad para que le concedan el doctorado a su alumna preferida
que le tenía completamente sorbido el seso (se rumoreó que la relación entre
ellos dos traspasó los límites estrictamente académicos).
Y es que la
‘frágil’ Sofia era tímida, o eso decía ella, pero le proporcionó buenos
resultados aprovechar la idea de que las mujeres son lánguidas y quebradizas
florecillas (estamos en el siglo romántico por excelencia). Se mostraba
insegura ante los varones haciendo que su desvalimiento despertara el afán
protector en el sexo contrario. En el caso de su profesor le convenció de que
su timidez y su mal dominio de la lengua alemana unidos a su condición femenina
le supondrían un impedimento para conseguir el doctorado si tenía que exponerse
a un examen oral. Sus razonamientos calan y a cambio de no defender su grado presenta
tres trabajos (ni uno, ni dos, sino tres) como tesis doctoral. Al final, con
veinticuatro añitos consigue su grado de doctora in absentia y summa cum laude
por la Universidad de Göttingen, siendo así la primera mujer en obtener un
doctorado en matemáticas.
Con su título
de doctora en matemáticas bajo el brazo, Sofia vuelve con su marido de
conveniencia a Rusia. Allí se emplea como maestra de aritmética para niñas
bien, pero enseñar las tablas de multiplicar no es su ambición. Solicita ser
profesora en la universidad pero si en Rusia no permiten que las mujeres estudien en las universidades menos van a consentir que impartan clase, así que el propio ministro de Educación en persona le deniega la solicitud.
Decepcionada y melancólica (estamos en el siglo romántico por excelencia), Sofia abandona las matemáticas y se dedica a escribir reseñas teatrales y artículos científicos en un periódico. El tiempo libre que le concede dejar de estudiar matemáticas parece que lo emplea en consumar, por fin, su matrimonio de conveniencia con Vladimir. Queda embarazada de su hija Fufú (qué nombre más propio del siglo XIX, ese que es el romántico por excelencia) y ante la insistencia de su querido profesor Weiterstrass retoma la labor matemática. Da una conferencia sobre integrales abelianas en un congreso de médicos rusos y deja a todos con la boca abierta (no me pararé a explicar qué es una integral abeliana porque ya me resulta complicado explicar qué es una integral a secas).
Decepcionada y melancólica (estamos en el siglo romántico por excelencia), Sofia abandona las matemáticas y se dedica a escribir reseñas teatrales y artículos científicos en un periódico. El tiempo libre que le concede dejar de estudiar matemáticas parece que lo emplea en consumar, por fin, su matrimonio de conveniencia con Vladimir. Queda embarazada de su hija Fufú (qué nombre más propio del siglo XIX, ese que es el romántico por excelencia) y ante la insistencia de su querido profesor Weiterstrass retoma la labor matemática. Da una conferencia sobre integrales abelianas en un congreso de médicos rusos y deja a todos con la boca abierta (no me pararé a explicar qué es una integral abeliana porque ya me resulta complicado explicar qué es una integral a secas).
Pero mientras
la estrella de Sofia empieza a brillar con fuerza, la de Vladimir se empieza a
apagar, las deudas los acosan y deben cambiar su modo de vida y alojarse en un
pequeño apartamento de Moscú. Vladimir no levanta cabeza y Sofia, en un acto de
amor propio de las novelas románticas que gusta leer, estudia geología e
historia natural para alentar a su marido en su trabajo. Pero no sirve de nada,
Vladimir anda triste y cabizbajo (estamos en el siglo romántico por excelencia).
Sofia deja a su hija con una amiga y se va a Berlín para continuar sus
investigaciones en 1880 a petición de Weiterstrass que anda tentándola con
nuevos campos de estudio. Tras unos pocos meses vuelve a Moscú para
reconciliarse con Vladimir pero él no colabora mucho pues sigue sumido en su
tristeza y melancolía. Entonces Sofía se marcha a París y esta vez se lleva a
su hija.
En París la
eligen miembro de la Sociedad Matemática y ya es una reputada científica. Sin
embargo siguen sin permitirle impartir clases como profesora en ninguna
universidad. Mientras, Vladimir sucumbe a la desesperación y acaba suicidándose
(estamos en el siglo romántico por excelencia). Sofía se queda viuda a la edad
de treinta y tres años.
Al año
siguiente se va a Estocolmo con el objetivo de convertirse en profesora de su
universidad. Allí la reciben de manera muy diversa, algunos la califican de
princesa de la ciencia y otros de bruja perniciosa que quiere aprovecharse de
la galantería que caracteriza a los suecos para conseguir un puesto que puede
ostentar mucho mejor cualquier matemático varón. Sofía se enfada pero no porque
la llamen bruja, ni perniciosa, sino porque quiere que le demuestren que hay
algún varón en Suecia que sea mejor matemático que ella. La ‘frágil’ Sofia
tenía su genio, y redaños.
Pero Sofia
consigue su propósito y la nombran profesora de matemáticas, aunque con unas
condiciones que nada tienen que ver con las de sus colegas masculinos: da
clases tres veces por semana sobre los temas más novedosos del momento (algo
que la obliga a actualizarse continuamente), supervisa el trabajo de gran
cantidad de estudiantes y se dedica a investigar también.
Con un curriculum espléndido vuelve a Berlín
para asistir como estudiante y una vez más comprueba, atónita, que le deniegan
el ingreso.
Menos mal que
en Estocolmo no son tan obtusos como en Berlín y, cuando tiene treinta y cinco
años, la hacen también profesora de mecánica.
Sin embargo
Sofia es una mente inquieta y una vez que resuelve un problema se desentiende
de él, o lo que es lo mismo: una vez que consigue su objetivo, este le resulta
aburrido. Las matemáticas ya no son un desafío para ella y dar clases en la
universidad tampoco. La etérea Sofia (estamos en el siglo romántico por
excelencia) busca su realización interior en la literatura y se pone a escribir
en sueco, francés y ruso. Escribe obras de teatro de corte feminista que
publica bajo pseudónimo. También escribe cuentos, poemas, novelas y hasta una
autobiografía que se convierte en el best
seller del momento (Recuerdos de
infancia).
Sumergida en su
labor como escritora le regresa el prurito investigador cuando se entera de que
la Academia de Ciencias francesa ofrece un premio (el Prix Bordin) a quien haga
el mejor trabajo sobre la rotación de un cuerpo rígido alrededor de un punto
fijo, un problema que intentaban solucionar sin éxito varios físicos y
matemáticos de aquella época. Como Sofia había tratado ya ese tema previamente,
decide presentarse y gana tan preciado galardón en 1888. Además, lo hace tan requetebién
que el jurado decide aumentar la dotación económica del premio como una muestra
de la gran calidad de su trabajo.
Al año
siguiente consigue un puesto vitalicio en Estocolmo como profesora, pero ella
quiere vivir en París o en Rusia, Suecia no le gusta nada. Además, hay otras
pasiones que la desvían de su pasión matemática. A Sofia le gusta que la cuiden
y la mimen, busca que un enamorado caballero se encargue de sus intereses pues
ella se siente incapaz de llevar esas cuestiones prácticas —puede resolver
complejos problemas matemáticos pero no sabe llevar las cuentas de la casa—. Entonces
aparece en su vida otro Kovalevsky pariente lejano de su marido y llamado
Maxim, un eminente sociólogo e historiador ruso que la enamora y que a punto
está de alejarla de las matemáticas. La relación pasa por altibajos donde las
rupturas se alternan con reconciliaciones. En una de esas reconciliaciones se
va a Niza a hacer senderismo con su amante y allí le da un infarto. El susto le
hace tomar una drástica decisión, se casará con Maxim y por amor abandonará su
profesión de profesora (estamos en el siglo romántico por excelencia). Pero el
destino no le permite llegar a realizar ni el casamiento ni el abandono de la
docencia porque empeora y fallece el diez de febrero de 1891 en Estocolmo.
Tiene cuarenta y un años.
He comentado
que Sofia es un producto de la época que le tocó vivir y no pudo desprenderse
de los clichés que predominaban en el siglo donde la mujer era un delicado
objeto que había que proteger y cuidar. Ella misma alentó esa supuesta fragilidad
con mucha destreza y eso le permitió poder acceder a lugares que de antemano le
estaban vedados por su condición femenina, para al llegar allí (ya superados
los impedimentos impuestos por las convenciones sociales) demostrar su verdadera
naturaleza y su valía.
Algunos
historiadores creen que si no hubiera sido tan emocionalmente dependiente habría
podido llegar más lejos. Yo creo que esa dependencia era puro artificio para defenderse de una sociedad hostil y que, además, supo manejar muy bien para que le procurara más
beneficios que daños. Consiguió manipular una situación adversa para obtener
resultados positivos. Todo un ejemplo de que no sobrevive el más fuerte, sino quien mejor
sabe adaptarse al entorno.
Para Sofía*.
Ojalá alcances todo lo que te propongas y espero que nunca encuentres tantos obstáculos
como los que tuvo que salvar tu tocaya.
*Esta
entrada se la dedico a mi sobrina Sofía por compartir nombre con la
protagonista y por estar ligada a las matemáticas desde que nació.
Desconocía por completo la existencia de esta ilustre matemática. Saber si habría llegado más lejos de lo que llegó si no hubiera sido tan emocionalmente dependiente es difícil de saber y más en el XIX cuando como tú has muy bien señalado la mujer necesitaba siempre que un hombre a su lado la introdujese en a Universidad, en los círculos científicos, ..., ¡en todo! Qué mejor, entonces, que ligarse emocionalmente, sinceramente, a la persona que precisas.
ResponderEliminarBesos
Hola, Juan Carlos.
EliminarPor ahí se dice que si no puedes contra tu enemigo que te unas a él. Creo que esto debió de pensar la Kovalesky, en su caso el enemigo era la misoginia congénita en la educación y una sociedad donde la mujer solo tenía cabida en el hogar y en labores relacionadas con la familia.
Está claro que sin la ayuda de un varón una mujer no iba muy lejos, afortunadamente siempre hubo hombres que tampoco seguían los convencionalismos sociales.
Un beso grande.
Vaya entrada más completa. Caray con la Kovalevsky y el "siglo romántico por excelencia". De este sí sabía algo, pero de la reputada matemática no tenía ni idea. Parece mentira que en Alemania no le dejaran estudiar ni dar clase en la Universidad. De Rusia me resulta más fácil creerlo, pero de Alemania. Bueno, la verdad es que era una época que tampoco se pude juzgar con supuestos actuales. Que una mujer estudiara puede que hasta yo lo hubiera visto mal. A saber cómo sería yo en esa época.
ResponderEliminarGenial la entrada, de verdad. Y muy instructiva.
Un beso.
Hola, Rosa.
EliminarHas citado una cuestión clave para entender lo que se pensaba en otras épocas, y es que a saber cómo pensaríamos nosotras si nos hubiéramos criado en una sociedad donde cada sexo tenía un papel muy concreto asignado. Muchas veces he criticado la actitud de algunas madres que impedían en esos tiempos que sus hijas se dedicaran a otras labores fuera del hogar, pero quizás no era ni más ni menos que la reproducción de un rol aprendido desde antes de nacer.
Por lo menos ahora se deja impartir clase a las mujeres en todas las universidades occidentales, doy fe. Algo hemos avanzado.
Un besote.
Me ha encantado descubrir a esta matemática genial a través de tí. No sabía de ella nada más que el nombre. Thanks.
ResponderEliminarHola, Nieves.
EliminarMe alegro que sepas de la existencia de esta heroína gracias a esta entrada. Y me alegra mucho más saber que me lees.
Kisses, mi "arma".
Hola Paloma, está claro que el siglo XIX fue "el siglo romántico por excelencia", ja,ja,ja, muy bueno. No conocía a la matemática así que ha sido una entrada muy instructiva, y muy bien redactada. Desde luego la vida de la Kovalevsky daría para un buen biopic cinematográfico con aires de road movie. Al final, como bien dices, y es algo que firmaría cualquier biólogo la adaptación del individuo es más importante que la fortaleza del mismo. estupenda la dedicatoria a tu sobrina Sofía. Abrazos para ambas.
ResponderEliminarHola, Miguel.
EliminarCuando sé de vidas como la de esta matemática, yo también creo que los guionistas de cine o incluso de TV lo tienen fácil, no hay nada más increíble que la cruda realidad y estos personajes dan material más que de sobra.
Me alegra saber que has conocido a esta mujer excepcional gracias a una servidora.
Un beso.
De verdad lo que se aprende contigo.
ResponderEliminarNo conocía la existencia de esta Matemática, pero desde luego lo que es increíble como tuvo que luchar para ganarse un lugar en el mundo y sobre todo que le dejarán ejercer su sueño, madre mía.
Lo malo, que murió muy joven, una autentica pena.
Un besote y seguro que a tú sobrina le encanta.
Hola, Tere.
EliminarEl siglo XIX, además de ser el siglo romántico por excelencia (supongo que esto ha quedado bastante claro) también se caracterizó por una esperanza de vida muy baja, algo que comparte con todos los siglos anteriores. Cualquier patología por nimia que fuera podía ser mortal. Si algo tiene de bueno esta época moderna en la que vivimos es que la medicina ha avanzado muchísimo y que llega a todos los estamentos sociales, al menos en el mal llamado mundo desarrollado.
Me alegro de que conozcas a Sofia Kovalesky gracias a esta publicación.
Un besote.
Qué súper entrada, Paloma. No conocía a esta mujer, y mira que soy diplomada en Estadística.
ResponderEliminarMe gusta mucho esta sección tuya, en la que nos descubres la vida de muchos personajes de la historia. Las mujeres no lo han tenido nada fácil, la verdad, menos mal que ahora podemos dedicarnos a lo que queramos y ser independientes (no en todo el mundo, pero vamos avanzando).
Por cierto, ¿te has planteado escribir una biografía de algún personaje histórico?? Creo que te quedaría un libro genial, y sería una manera de unir todo lo que se te da bien: la investigación, el detalle de la vida del personaje y sobre todo, escribir. Podría ser formato novela o de ensayo, las dos opciones quedaría bien.
Un besito, siempre nos haces aprender!!
PD: Fufú me suena más a nombre de gato que de hija, pero cada uno...
Hola, María.
EliminarCreo que esta mujer no es conocida por la mayoría de los matemáticos y eso sí que tiene delito, pero ya sabemos cómo se ha ninguneado a la mujer en los ámbitos científicos y académicos. Si con mi modesta contribución puedo ayudar a enmendar esto ya me siento satisfecha.
Lo de escribir una biografía se me antoja súper complicado. En este espacio, el blog, me siento más libre. Te aseguro que compruebo cada dato que cuento y, si es posible, en más de una fuente; pero escribir un libro sobre alguien que existió conlleva una labor de documentación exhaustiva y muy rigurosa, algo que me da mucha pereza. De hecho, una revista científica me ha pedido artículos para su sección de Historia de la Ciencia, y me estoy haciendo la remolona ya que elaborar las citas bibliográficas es un coñazo.
De todas formas, no descarto hacer algo algún día con estas vidas de científicos y científicas. Gracias por los ánimos.
Un besote grande, grande.
P.D. Fufú, Fifí, Cuqui.... a mí también me parecen nombres para animales de compañía y de los pequeños que no veo yo a un pastor alemán con esos nombres. Pero en la época romántica había cierta dosis de cursilería. Qué se le va a hacer.
Muy buena entrada Paloma, otra más que desconocía que existía y que me alegra conocer en esta sección.
ResponderEliminarEstoy contigo que Sofía supo aprovechar perfectamente esa supuesta fragilidad que justamente le abrió unas puertas que aún estarían más cerradas si se hubiera mostrado fuerte y convencida.
Estoy contigo que no sobrevive el más fuerte sino el que mejor se adapta y esta matemática es un ejemplo porque acabó haciendo lo que quería y le gustaba pese a los impedimentos. Bien por ella.
Besos
Hola, Conxita.
EliminarEn todos los sitios que he leído cosas sobre la Kovalevsky ponen que era un ser desvalido y frágil, pero yo veía que en su desvalimiento y fragilidad al final conseguía lo que se proponía (estudiar en el extranjero, dar clases en la universidad...) y entonces yo no veía esa debilidad por ningún lado, por lo que he llegado a la conclusión de que todo era una añagaza para conseguir sus propósitos. Hasta su amiga íntima, la novelista feminista Anna Leffler, dijo de ella que exageraba esa debilidad.
Bien por todas las Sofías que saben manejar en beneficio propio las situaciones adversas.
Un besote, guapa.
¡Halaaaaa lo que aprendo contigo!
ResponderEliminarMe ha encantado descubrir a esta mujer. Me encanta el siglo XIX y el romanticismo, pero en la literatura, en otros campos perjudicó a muchas mujeres, que no podían sar un paso sin un hombre al lado.
Muy feliz semana y gracias por este descubrimiento.
Hola, Gemma.
EliminarAl menos la Kovalevsky supo elegir bien los hombres adecuados para poder moverse a su antojo, algo que también requiere una habilidad que no todos poseen.
Me encanta que aprendas conmigo en esta sección.
Un besote y buen lunes.
Vaya con Sofía (la del siglo romántico por excelencia), Si hubierta llevado pegado al cuerpo un GPS (y de haber existido dicho artilugio), habríamos visto un sinfín de movimientos por Europa. De aquí para allá constantemente. Un culo y un alma inquietos, jeje. Realmente esos genios y genias (?) tuvieron una vida muy movida, y no solo geográficamente sino anímicamente. Sabores y sinsabores, éxitos y fracasos contínuos, enemigos y aliados por doquier. Un sinvivir.
ResponderEliminarEstando rodeada de matemáticos y de amantes de las matemáticas no es extrato que se decantara hacia esta materia, aunque el don no le faltaba, la sabiduría y la insistencia. Ha habido un momento que me la he imaginado como una mosquita muerta, de esas que se salen con la suya manipulando a los hombres. Claro que con esa sarta de cabestros, bien merecido se lo tenían.
Lo que más me ha llamado la atención es que le permitieran doctorarse sin tener que leer la tesis por problemas idiomáticos. Ahí les sirvió en bandeja una excusa para que no se lo permitieran, y en cambio lo hizo. A pesar de estar en el siglo XIX le permitieron un trueque singular: tres trabajos escritos a cambio de una presentación oral, jeje. NO creo que hoy en día pudiera salirse con la suya en este aspecto. No sé si alguien que hace el doctorado en la Sorbona podría eludir la defensa de la tesis porque no sabe francés (¿ni inglés?).
Una vida corta tuvo la buena de Sofía, pero desde luego muy muy agitada.
Una estupenda reseña de una estupenda científica.
Un beso.
Hola, Josep Mª.
EliminarA mí también me llamó la atención lo que comentas de que pudiera tener un doctorado sin presentarse a defenderlo y en cambio no le dejaran asistir a clase. Son cosas incongruentes de una sociedad intransigente y sin sentido.
Sea como fuere, ella lo consiguió. Creo que es una muestra más de cómo sabía manipular las situaciones adversas para poder aprovecharlas a su favor. No lo he puesto en el post por no alargarme, pero el trabajo principal de su tesis (un de los tres que tuvo que hacer) fue considerado en las universidades como un tratado excepcional al que le sacaron mucho provecho. Desde luego calidad no le faltaba a esta mujer.
Lo de viajar por media Europa y poder tener preceptores privados es cosa de las clases pudientes, y no solo del siglo XIX, sino de toda la vida: el que tiene dinero se puede permitir este tipo de cosas, y el que no pues que se apunte a una beca Erasmus y que la aproveche como pueda.
Gracias por tu visita y generoso comentario.
Un beso grande.
Para haber fallecido a tan pronta edad, la protagonista de hoy tuvo una biografía muy completa en todos los sentidos. Quizás tendrías que haber hecho una segunda entrega de haber llegado a los sesenta, por ejemplo. En cualquier caso estoy de acuerdo contigo, su fragilidad era más una pose que la beneficiaba que una realidad.
ResponderEliminarYo odio las matemáticas, siempre me han dado terror y me han parecido insufribles, no comprendo cómo alguien puede encontrarlas tan fascinantes y dedicarles su vida. Solo por eso Sofía ya tiene toda mi admiración y mis respetos.
Una biografía interesantísima, Paloma, ¡gracias por instruirnos un poquito!
Un beso.
Hola, Julia.
EliminarCreo que la fascinación de Sofia por las matemáticas en concreto fue otra cosa más de las 'rarezas' de esta mujer. Que se interesara precisamente por una materia tan poco accesible para el común de los mortales, da muestra de que fue una mujer excepcional.
A mí tampoco me gustan las matemáticas, básicamente porque no las entiendo; lo más básico, sí, es decir, sumar, restar, dividir y multiplicar. Pero cuando pasan al nivel que yo llamo 'filosófico', es decir, cuando pasan al terreno abstracto y se empieza con los logaritmos e integrales para llegar a los algoritmos y esas funciones raras... ahí ya me pierdo y no me entero de nada.
Por eso Sofia Kovalevsky me parece tan fantástica.
Me alegra saber que a ti también te ha gustado saber de ella.
Un besote.
Jo, tiene muchísimo mérito conseguir que un artículo biográfico tenga ritmo y unidad, que no se haga pesado en acumulación de detalles. Lo has logrado, Paloma. Te prometo que he leído la vida de esta matemática como si de un relato se tratara. Has sabido mostrar la persona que está detrás de la personalidad. Como apuntas, creo que esta mujer no solo era inteligente, sino que además era lista y sabía muy bien cómo moverse en la sociedad que le tocó en suerte.
ResponderEliminarEs sorprendente que aprendiera matemáticas contemplando las hojas desordenadas que empapelaban la pared, ¡yo no me enteré de nada en los ocho años de EGB con un mis libros y cuadernos!
También me ha impresionado ese espíritu renacentista, parece que esta mujer necesitaba continuamente de retos intelectuales. Y en este sentido es antológico ponerse a estudiar Geología (¡geología! como diría Sheldon Cooper) solo para animar a su marido. Si eso no es amor romántico por excelencia...
Una nota biográfica muy pero que muy amena, además de instructiva. Me encanta esta sección!
Hola, David.
EliminarLa verdad es que la vida de esta mujer me lo puso fácil para contarla de manera amena, porque le pasaron tantas cosas y viajó a tantos sitios que era difícil no engancharse a esta historia. De todas maneras mi intención con esta sección es presentar al ser humano que hay en estos científicos más que su obra en particular.
En el caso de otros científicos sí podría hablar de su obra, aunque no lo hago por los motivos que he expuesto, pero en este caso concreto me hubiera sido imposible porque, al igual que tú, a mí las matemáticas se me antojan materias casi casi esotéricas.
Cuando me enteré de que estudió geología para animar a su marido... ¡yo también pensé en Sheldon! ¿Geolgía? ¿en serio? ja, ja, ja.
Me encanta que te encante esta sección. Tú aprendes pero te aseguro que yo también lo hago al indagar sobre las vidas de estos seres excepcionales.
Un abrazo.
Una científica completísima que pone en entredicho lo de la debilidad y falta de voluntad del ¿Sexo débil? y la necesidad de dependencia del ¿Sexo fuerte?
ResponderEliminarCreo que es un claro ejemplo de fémina con redaños, inteligencia y ambiciones. Con metas bien definidas y afán de saber.
Los desvalimientos fingidos o no son propios del siglo pues recuerda por si no lo sabes que estamos en el siglo romántico por excelencia.
Muy ameno e instructiva entrada que como siempre pone a las mujeres en su justo lugar.
Besos
Hola, Javier.
EliminarMe alegra saber que lo de que el siglo XIX fue el siglo romántico por excelencia haya quedado bien explicado, no estaba segura de si me había expresado con suficiente claridad, ja, ja, ja.
Lo de sexo débil desde luego no es nada apropiado en esta mujer, quizás sería mejor decir 'sexo inteligente' porque supo muy bien manejar la situación y sacar provecho.
Un besote.
¡ Cómo se aprende contigo Kirke !
ResponderEliminar¿Quién diría que la biografía de una matemática sería tan interesante? Gracias por revelarme los grandes esfuerzos que tuvo que hacer ante tanta oposición. Digno de admirar.
A veces vemos en simposios y universidad mujeres con el rostro muy digno y muy serio, de mirada intimidante, de facciones duras y en realidad se nos pasa que son personas con un corazoncito que podría ser vulnerable. Naaaa nunca pienso en eso, siempre pienso: ¿por qué les gusta estudiar tanto? Yo solo quiero dormir y leer.
Hola, Fany.
EliminarA mí también me admiran estas mujeres y más si se dedican a materias tan difíciles para mí como pueden ser las matemáticas, por eso tienen doble mérito.
Quienes así destacan, sean hombres o mujeres, está claro que además de talento tienen disciplina para dedicarse en cuerpo y alma a su pasión porque como dijo Einstein, el genio está compuesto de un uno por ciento de talento y un noventa y nuevo por ciento de trabajo.
Un abrazo.