Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

26 de marzo de 2018

La literatura norteamericana y yo



Aunque en esta publicación voy a hablar de tres libros vaya por delante que esto no es una reseña triple. Dado que los tres libros en cuestión están escritos por norteamericanos y que los tres me han dejado sensaciones parecidas –en diferentes grados pero en realidad la misma sensación– voy a reflexionar sobre la literatura norteamericana y yo.

Hace unos meses, en este mismo blog, comenté el desencuentro que hay entre el arte moderno y yo (Historia de un desencuentro), pues creo que algo parecido me pasa con la literatura estadounidense, o quizás sería más correcto decir “cierta” literatura de Estados Unidos. Podría argumentar varios motivos por los que no me llevo bien con algunos autores de aquel país, pero se puede resumir básicamente en uno: me aburro.

Los libros que a continuación comento exponen muy bien este problema que tengo yo. Iré de menos a más en cuanto a aceptación a la hora de leerlos.

"Música de cañerías" - Charles Bukowski

Había oído hablar mucho de Bukowski y casi nada bueno, pero siempre he pensado que cuando de opinar se trata lo mejor es hacerlo con conocimiento de causa así que me decidí a leer algo de él. Confieso que no lo hice espontáneamente, fue una sugerencia que surgió en el curso de escritura creativa que estoy realizando.

Mi primera toma de contacto –y casi que puedo asegurar que será la última– con este autor fue con una serie de relatos cortos. Debería decir sobre qué tratan más o menos estos relatos, pero no lo haré, entre otras cosas porque no sabría por donde empezar, o terminar. Lo que sí tengo claro es que, ahora que ya he leído a Bukowski, he de darle la razón a los que le ponen de vuelta y media, aunque quizás no por los mismos motivos.

De Bukowski se dice que es obsceno y procaz escribiendo. Es verdad, el lenguaje utilizado no es precisamente gazmoño. El primer relato que inicia este libro comienza con la siguiente frase: “Me envolví en una toalla el pene ensangrentado”, a lo que yo me dije, ‘empezamos bien’. Los vocablos “follar”, “hija de puta” y cosas así, abundan por doquier. Pero a mí esto no es lo que me molestó –acepto que cada autor se exprese con el vocabulario que más le guste–, lo que me incomodó fue la ausencia de argumento, los textos se suceden unos a otros y al final la pregunta que permanece es: ¿qué ha pasado?

 “Es maravilloso, pero ¿de qué está hablando?”

Sé que hay lectores que no buscan una historia cuando leen, que lo que les gusta es la forma de narrar lo que sea, aunque ‘lo que sea’ en realidad no sea nada. Yo no estoy en ese grupo. Pero es que, para mí, Bukowski tampoco escribe bien, y que conste que es mi opinión personal. Así que no le veo yo el mérito a este señor.

Dicen que Bukowski era alcohólico, que el lugar donde más tiempo pasaba era en un bar. Algo que se refleja en muchos de sus relatos –hay un personaje común en casi todos ellos, el barman–.

—¿Por qué bebes tanto?
—Porque me aburro mucho.

No sé hasta qué punto este diálogo de uno de los relatos es un sarcasmo del autor o una incitación para que sus lectores compartamos vicio con él. Desde luego yo estuve a punto de darme un par de lingotazos para combatir el sopor de tanto texto sin sentido.

"El guardián entre el centeno" - J. D. Salinger

De este libro se han escrito ríos de tinta, sobre todo desde que se supo que lo habían leído algunos asesinos famosos por atentar contra celebridades. Quizás imbuida por el morbo yo también quise leerlo, además varias veces. Las dos primeras no conseguí terminarlo. Como dicen que no hay dos sin tres y que a la tercera va la vencida, insistí tras leer la semblanza de la novela que hizo mi compañera Rosa Berros en su blog.

Esta tercera vez sí que lo terminé, pero más por una cuestión de amor propio que porque me gustara. Siento disentir con mi adorable amiga Rosa, pero a mí el libro me pareció un tostón. Las aventuras de Holden me resultaron insulsas y algo absurdas –el trajín que se trae con los cinco dólares de más que le quiere cobrar una prostituta me dejó flipando–.

No sé por qué exactamente llevaba encima este libro el asesino de John Lennon cuando perpetró el homicidio, pero que se pusiera a leerlo justo después de matar al ex Beatle fue un signo inequívoco de que era un tarado –como todos los asesinos, dicho sea de paso–. Supongo que cuando uno mata a alguien lo lógico es echar a correr y no pararse a leer por mucho que te guste el libro. Pero si encima el libro que se pone a leer es este… ya no entiendo nada.

"Sukkwan Island" - David Vann

Esta novela ha sido un exitazo en gran parte de Europa. El autor, David Vann, se basó en una traumática experiencia personal para escribirla. Parece ser que cuando tenía trece años su padre le invitó a pasar una larga temporada en Alaska. El niño se negó y su padre se suicidó dos semanas después. Para combatir el sentimiento de culpa, Vann escribió esta novela.

En ella un niño también de trece años, Roy, se va a Alaska con su padre, Jim. Una vez allí, en una isla deshabitada y con una climatología sumamente adversa, Jim empieza a dar muestras de inestabilidad mental que pone en peligro la vida de los dos. Con estas premisas se inicia una historia que de manera muy lenta, pero que muy lenta, llevará a un final sorprendente en la primera parte, para seguir con una segunda parte algo más movidita pero con un ritmo demasiado lento también.

Si digo que hay movimiento en la segunda parte es porque en la primera, con excepción de pescar salmón e ir detrás de un oso sumamente esquivo que les putea bastante, no ocurre na-da. Tan solo al final, entonces sí, de golpe y porrazo todo se da la vuelta. Supongo que es una técnica como otra cualquiera, pero tener que leerme cien páginas para encontrar acción… es un sacrificio que se me antoja excesivo.

***

Bukowski tiene firmes defensores, de hecho está considerado como un escritor muy influyente además de ser el principal representante del llamado realismo sucio. El guardián entre el centeno es todo un referente de la literatura norteamericana, y Sukkwan Island ha recibido críticas elogiosas por parte de medios prestigiosos; así que empiezo a sospechar que el problema lo tengo yo. Que no capto la esencia de cierta literatura norteamericana.

Porque en estas tres obras yo no vi lo que otros lectores argumentaron.  Tanto el libro de Bukowski como el de Vann fueron comentados en una mini-tertulia en el curso de escritura que estoy realizando y las supuestas excelsitudes de esas dos obras que allí ponderaron mis compañeros yo no las noté cuando leí los libros. 

Voy a tener que hacérmelo mirar.



21 de marzo de 2018

Un segundo de una vida


El texto que viene a continuación se basa en un ejercicio donde había que redactar un 'haiku' para luego escribir un relato relacionado con él. Un 'haiku' es un poema de origen japonés basado en el budismo zen. En este tipo de versos se trata de concentrar en 17 sílabas repartidas en tres versos (5-7-5) la esencia del poema y de la filosofía zen. Si partimos de la base de que una servidora no tiene ni la más remota idea de en qué consiste la filosofía esa, el ejercicio se me antojó desde sus inicios ya muy complicado; si, además, añadimos que soy una negada absoluta para la poesía en general y para la poesía nipona en particular, redactar el dichoso 'haiku' ya fue por sí solo todo un desafío.
A continuación, el resultado.

UN SEGUNDO DE UNA VIDA


Haiku
Es un segundo,
y todo se derrumba,
nada es igual.


De joven, en aquellas borracheras universitarias después de los exámenes, jugaba con sus compañeros a imaginar qué harían si pudieran retroceder en el tiempo.  Qué cambiarían de sus vidas, qué harían de otra forma o qué dejarían de hacer para llegar a otro punto distinto del que se encontraban. Entre risas estridentes provocadas por el alcohol hablaban de besos no dados o de bocas equivocadas a las que fueron a parar. No dejaba de ser un juego estúpido, pero ahora, en medio de aquella incómoda sala del hospital, ese recuerdo le traía un sabor amargo y un dolor en el estómago que le provocaron una arcada.

El objeto de aquel juego pueril se le antojó ahora una pretensión imposible, pero deseaba con desesperación que se hiciera realidad. Ojalá pudiera retroceder en el tiempo a un segundo concreto, solo uno, aquel en que decidió hacer caso a Luisa y bajar el volumen de la música. Mientras ella intentaba calmar a Rubén, que en su silla se revolvía inquieto, él solo desvió un segundo la vista de la carretera para acceder a los mandos de la radio en el salpicadero. Fue tan solo un segundo. No hizo falta más. Un segundo después, cuando levantó la mirada, un camión se abalanzaba sobre ellos y todo se derrumbó.

Por megafonía una voz sin alma llamaba a los familiares de un desgraciado que estaría luchando por su vida; sus allegados tenían que saber el resultado de esa lucha, si había ganado o si había perdido. Pero él estaba concentrado en capturar los instantes previos al derrumbamiento. Los gorgeos de Rubén en la parte de atrás, la voz de Luisa tarareando la canción que sonaba. ¿Era Melendi? ¿O era Juanes? No, era Bisbal, o el guaperas del hijo de Julio Iglesias ¿Cómo se llamaba? Luisa tamborileaba con los dedos en la parte baja de la ventanilla mientras cabeceaba al compás de la música. No conseguía recordar qué estaba sonando. Se lo preguntaría a ella. En ese instante, otro segundo, la voz metálica de la megafonía le devolvió a la sala del hospital y al presente. No podría preguntarle nunca a Luisa qué canción sonaba en aquel momento, como tampoco podría preguntarle si le gustó el regalo de cumpleaños que le había comprado, ni si el olor de las flores que estaban escondidas en el maletero le evocaban aquella primera tarde que se citaron los dos solos y, como un pánfilo, se presentó con un ramo parecido. Ya nunca podría preguntarle esas cosas, y él se quedaría con la duda, sin saber la respuesta.

 Cuando los sanitarios del Samur se llevaron a Rubén en un tumulto de ruido y luces de colores parpadeantes, él vio por última vez el rostro de Luisa, el rostro después de ese segundo maldito, un rostro sin vida, un rostro muy distinto al de un momento antes, cuando sonreía y tarareaba aquella canción de Juanes. No, era Malú.

Uno de los enfermeros le dijo que su esposa había sufrido politraumatismos muy graves e incompatibles con la vida. Muerta. Luisa está muerta. ¿Por qué dan tantos rodeos? ¿Por qué no llaman a las cosas por su nombre? Pero intentaremos salvar a su hijo, prosiguió el hombre vestido de amarillo.

La megafonía seguía citando nombres de desconocidos, anunciando a los familiares que la sentencia definitiva ya estaba preparada para ser comunicada por el doctor. Entonces, esa voz metálica pronunció el nombre de su hijo.

Él se levantó y se dirigió a un pasillo iluminado, con paredes blancas que reflejaban aún más la luz hasta casi deslumbrar. Al final de ese pasillo, le esperaba una mujer vestida de verde y con las manos enfundadas en guantes de látex. Estuvo tentado de dar media vuelta y escapar, no quería saber lo que esa desconocida le tenía que decir, no quería que en un segundo su vida se derrumbara de nuevo, esta vez contundente e irremisiblemente. Quería huir y volver a ese instante antes de manipular la radio del coche. Pero no lo hizo, siguió adelante, al encuentro de la doctora.

¿Qué le diría esa mujer? ¿Que las lesiones de su hijo fueron incompatibles con la vida? ¿Que Rubén estaba vivo? ¿Que su vida, la de él, ya no tenía sentido o que, en medio de la desesperación, había un resquicio de luz? En un segundo saldría de dudas.

NOTA: Para el profesor el texto estaba muy bien (del haiku no opinó). Me puso un par de objeciones. Hice caso a una de ellas y a la otra no. Como ejercicio paralelo, y como viene siendo habitual últimamente, esperaré vuestros comentarios y si alguno objeta lo mismo lo tendré en cuenta. Solo adelantaré que si no hice caso a esa segunda observación del profesor fue porque, a mi entender, estaba más relacionada con su gusto personal que con una valoración objetiva del texto. Esperaré a saber qué opináis quienes por aquí pasáis y, si acaso, ya desvelaré al final qué objeción fue esa.






16 de marzo de 2018

¿Dónde?


Este texto corresponde a un ejercicio que consiste en escribir un monólogo interior. En él hay que reflejar el caos del pensamiento, aún a riesgo de no ser comprensible para el lector. Así que os pido disculpas por el cacao (y por los puntos y seguido).

¿DÓNDE?

¿Dónde las habré metido? Joder, pero si estaban aquí. Nada. Estarán en el otro bolso. Pero ayer usé este. Aquí tampoco están. Qué oscuro, va a llover, encima. Tengo que llevarme el paraguas. Los cristales ya no los limpio, total. ¿Y esto? ¿Pero qué hace esto aquí? Luego lo miro. Qué dolor de cabeza, ya estamos. Necesito un café. Menos diez, no me da tiempo. Como no me lo tome voy lista. Qué bien, se ha acabado. Aquí todos a lo suyo. Joder, se ha acabado y no hay más. Sí, sí hay. ¿Y las tijeras? ¿Pero por qué no las dejan en su sitio? Ya está lloviendo. Con estos zapatos no. Las botas mejor. El bolso marrón, ahí estarán. Tampoco. Joder. Se las ha llevado, va a su bola y pasa de todo, luego la tonta que se apañe, ¿pero cómo se las va a llevar? Le mando un wasap y que me diga. ¿El móvil? Pero si lo dejé aquí. En la cocina, el café. Diez correos, pues ahora no, en el metro. ¿Dónde las habré metido? El abrigo de ayer. ¿Qué llevaba yo ayer? Joder. El café, y el ibuprofeno. Uno de los correos es de secretaría, que me falta algo, seguro. Por triplicado, no te jode. Y las veces que meo también, mierda de burocracia. Aquí no están. Se las ha llevado. No llego. Que espere, por una vez, o dos. Madre mía la que está cayendo. El paraguas grande, y el maletín de tela no, el otro. El maletín de tela, ahí. No, ayer no lo usé y ayer abrí yo, por la tarde. No, era ya de noche, íbamos juntos pero abrí yo. No. Si miré el buzón abrí yo. ¿Miré el buzón? Sí. No. Le llamo y le digo que llego más tarde. Pero luego tiene clase. ¿Dónde las habré metido? Los pantalones. No tienen bolsillos. Ahí no. Voy a ver. No. La chaqueta, ¿pero cómo las voy a poner en la chaqueta? Llevaba el abrigo, ¿o era la gabardina? Ayer no llovió, estaba nublado. El paraguas grande y el otro maletín. El libro de genética lo devuelvo. Ni lo leí. Menudo tostón. Para las prácticas no hace falta tanto. Si me da tiempo les hablo de lo de Ordovás, pero no han dado nada de genética aún, ¿o sí? Se lo tengo que preguntar. Mejor para cuando lo de los transgénicos, pero también vale para mañana. Son dos grupos, mejor no, lo dejo, pero estaría bien, aunque en el laboratorio no es cómodo; paso. El abrigo negro, hacía frío pero no llovió. ¿Qué hacen los guantes en el suelo? Qué desastre. ¡Están aquí! Putas llaves.




NOTA: Supongo que, como en ocasiones anteriores, querréis saber qué dijo el profesor. Sin ánimo de condicionar la vuestra, ni a favor ni en contra, os diré que la opinión de mi profesor fue muy positiva (oé, oé, oé, oé). Una vez más, cito textualmente: es un texto 'canónico' en cuanto a la técnica, pues refleja fielmente el pensamiento de una persona, donde no se dan nombres ni detalles aunque, a la vez, el lector averigua cosas de la protagonista. ¿Qué cosas son esas? Eso lo tendréis que concluir vosotros. Os aseguro que lo que coligió el profe se acercó mucho a la realidad  aunque en algunas cosas se columpió bastante (por si no quedó claro, la protagonista soy yo).




12 de marzo de 2018

"Lavinia"-Ursula K. Le Guin

Lavinia es la hija del rey del Lacio que al unirse a Eneas engendró la estirpe de la que procedieron Rómulo y Remo, los fundadores de Roma. O al menos así nos lo hizo creer Virgilio con su obra La Eneida.

Pero en ese poema Lavinia apenas tiene relevancia, es un personaje secundario. Sin embargo, Ursula K. Le Guin le da protagonismo y a través de ella nos contará cómo llegó Eneas a la península itálica para convertirse en rey. En realidad es La Eneida narrada por uno de sus personajes, donde la historia no se detiene en el final del poema sino que sigue un poco más para contarnos los antecedentes de la que sería la ciudad más importante del mundo antiguo: Roma.

Con la maravillosa prosa característica de Le Guin, Lavinia nos cuenta su infancia, sus inquietudes, la relación tan estrecha con su padre y tan difícil con su madre así como quiénes son los pretendientes que aspiran obtener el poder de su familia casándose con ella.

Lavinia es “hija de un pueblo duro y áspero, hecho de roble, de temperamentos propensos a inflamarse y con las armas siempre a mano”. Sigue las tradiciones y acude en busca del consejo de los espíritus de sus ancestros para que la guíen y la asesoren pues una profecía avisó a su propio padre de que la entregara a un extranjero para fundar un imperio.

El bosque sagrado de Albunea, situado bajo una colina y con manantiales de azufre, es “un lugar que está tan cerca del inframundo que las sombras de los muertos pueden ir y venir desde allí con facilidad”. En ese bosque contacta con el espíritu de su creador. Virgilio agoniza en un barco e instantes antes de su muerte viaja retrocediendo en el tiempo para presentarse ante Lavinia y revelarle su destino, que él conoce bien pues fue quien lo escribió muchos siglos después.

Como si de un juego malabar se tratara, el poeta que aún no ha nacido en el tiempo de Lavinia le cuenta a esta lo que le habrá de suceder a ella misma. Y como si de un sueño se tratara, el poeta y su creación hablan de lo que todavía no ha ocurrido aunque ya esté escrito en un papel.

Virgilio le avisa a Lavinia que su destino está ligado a un extranjero y que ha de rechazar a todos los pretendientes que acuden a su padre para casarse con ella.

Una brillante fama y una brillante gloria coronarán a Lavinia, pero traerá la guerra a su pueblo



El peculiar oráculo avisa a Lavinia de su gran destino pero también de su gran desgracia. Le predice la guerra y la muerte que siempre la acompaña. También le anuncia la llegada por mar de un hombre que ha sufrido y que ha perdido mucho, que ha cometido muchos errores y que ha pagado por todos ellos, que ha descendido a los infiernos y ha regresado: Eneas.

Para los que no recuerden el poema de Virgilio, Eneas es sobrino del rey de Troya, Príamo, y huye con su padre y su hijo tras la derrota en la guerra que asedió su ciudad durante más de diez años. Tras muchas vicisitudes –que se relatan en La Eneida recala en las costas itálicas.

Lavinia: ¿Cómo termina?
Poeta: Con el triunfo del héroe.
Lavinia: ¿Quién es el héroe?
Poeta: Eneas.
Lavinia: Mata como un carnicero ¿por qué es un héroe?
Poeta: Porque hace lo que tiene que hacer.
Lavinia: ¿Por qué tiene que matar hombres indefensos?
Poeta: Porque así es como se fundan los imperios.

A lo largo de toda la novela aparecen unos diálogos sorprendentes, pero los que se dan entre Lavinia y Virgilio son toda una declaración de intenciones.

Ursula K. Le Guin siempre sintió fascinación por la cultura romana, según ella misma declaró, porque el papel de la mujer era bastante más relevante que en otras culturas. En esta novela se respira feminidad entre cada línea. La visión de una mujer en un mundo gobernado por hombres se muestra muy bien en un diálogo que se da entre Eneas y Lavinia.

Lavinia: Poseía valor, pero no carácter. Era codicioso.
Eneas: No es fácil pedirle a un joven que sea desinteresado.
Lavinia: Pues es algo que se suele esperar de las mujeres.

O este otro entre Virgilio y Lavinia:

Poeta: Sin guerra no habría héroes.
Lavinia: ¿Y qué tendría eso de malo?
Poeta: Oh, Lavinia, esa es una pregunta de mujer.

En la novela, además de recordar el destino ya escrito de Eneas o de otros personajes famosos por la pluma de Virgilio, como Latino, Ascanio o Turno, se reflexiona sobre la muerte y sobre qué implica conocer el futuro. Lavinia sabe cuándo Eneas se irá de su lado y aprovecha esta información para disfrutar de su compañía hasta el último segundo. Saber cuánto le queda de felicidad ayuda a valorarla mucho más.

“¿Qué queda después de la muerte? Todo lo demás. El sol que un hombre vio alzarse desciende luego, aunque él no vea cómo se pone.”


En mi adolescencia hube de leer La Eneida por imperativo del característico plan de estudios de mi instituto, y no me gustó. Además, tener que leer algunos párrafos en el latín original contribuyó a que le tomara ojeriza a Eneas y todo lo que le rodeó. Sin embargo esta versión tan original de Le Guin es muy buena y un estupendo acercamiento para los que no conozcan esa obra clásica. Incluso esta particular versión de Le Guin es mucho más ‘terrenal’, aquí –al contrario que en La Eneida no aparece ninguna deidad para intervenir decisivamente en la sucesión de los hechos y esto es algo que para mí le da un plus de calidad. En el poema primigenio tanto dios humanizado apareciendo por todas partes y entrometiéndose a todas horas me resultó cargante.



En La Eneida, Virgilio no solo no le da importancia a Lavinia, tampoco le da un final, no se sabe qué fue de ella una vez que se unió a Eneas y engendró un heredero. Pero Le Guin se encarga de este vacío y reconduce la omisión del poeta para hacer de Lavinia un ser inmortal, como todo aquel que queda registrado en las páginas de un libro.

“El poeta, en su cantar no me dio vida suficiente para morir. Solo me dio inmortalidad

Virgilio dio vida a seres legendarios con sus palabras para hacerlos inmortales y Le Guin le ha dado vida a Lavinia con sus letras para otorgarle el protagonismo que el poeta le negó. Así, no solo los héroes, sino también las mujeres de los héroes y hasta el propio poeta, siguen viviendo eternamente gracias a esta novela. Gracias a Ursula K. Le Guin.




8 de marzo de 2018

Ya no


Este relato corresponde a un ejercicio donde hay que mostrar el desarrollo de una relación de pareja a través de diálogos. Aquí el narrador no debe tener protagonismo para dejar que sean los propios personajes los que se definan y describan cómo es su relación.

YA NO

—Mira qué flores más bonitas te he traído. Peonías rojas, las que tanto te gustan —dijo él.

—Gracias —respondió ella.

—Eva, podías ser más entusiasta. Encima que me he acordado de elegir tus flores favoritas. No creas que es fácil encontrarlas, tuve que buscar en varias floristerías.

—Eres muy amable. Ya te he dado las gracias.

—Qué desagradable puedes llegar a ser cuando quieres —le dijo él sentándose enfrente de ella y cruzando las piernas—. ¿Todavía estás enfadada?

—No, ya no. Es que estoy cansada; pero hubiera preferido en lugar de flores una disculpa.

—Esta es mi manera de disculparme, ¿no te has dado cuenta? Tan listilla conmigo para unas cosas y tan tonta para otras, Eva.

—Da igual, Vicente. Son muy bonitas. No quiero discutir más contigo. Ya no.

—Si discutimos es porque tú quieres. Te gusta mucho buscarme las cosquillas, me tocas las narices con tonterías y claro, yo luego respondo y tú te enfadas. Ahora mismamente, te traigo flores y te pones muy borde.

—Por favor, Vicente. Déjalo ya. He dicho que no quiero discutir.

—Sí, claro, no quieres discutir, pero mírate, toda seria y con cara de vinagre. No te hagas la ofendida, sabes que tengo un pronto muy fuerte, me conoces desde hace muchos años, Eva. ¿Cuántos llevamos juntos? ¿Quince, dieciséis?

—El mes pasado se cumplieron catorce, Vicente.

—Es verdad. Menuda cara de cordero degollado me pusiste porque se me olvidó el aniversario. Yo soy muy malo con las fechas, Eva, lo sabes. De sobra lo sabes. Pero te empeñas en que me comporte como si fuera uno de esos moñas que solo están pendientes de su chica, como el marido de tu amiga Encarna, que está todo el día con regalitos y cenas sorpresa. Yo no soy así, nunca lo fui. No sé a qué viene que te pongas a estas alturas tan exquisita conmigo.

—No quiero cenas sorpresa ni nada parecido. Ya no. Lo que siempre he querido ha sido un poco de atención, Vicente, solo eso. Que me escucharas, que me tuvieras en cuenta. Y respeto. ¿Es mucho pedir?

—Mira, no empieces, Eva. Ya estás otra vez. ¿Respeto? No paras, cuando te da por un temita no lo sueltas. Eres una obsesiva de compulsión, o como se diga eso que tienen algunos y que les hace repetir las cosas una y otra vez.

Un silencio incómodo se instaló entre Eva y Vicente, como un paréntesis. Tras un minuto, Vicente se levantó y se acercó hacia donde estaba Eva. Mientras le acariciaba la mejilla le dijo:

—Venga, no nos enfademos. Sabes que tú eres lo más importante para mí, todo lo que hago es por ti y para ti. Por eso me preocupo tanto cuando llego a casa y no estás o cuando te llaman por teléfono y no sé quién es. Tú eres muy confiada, Eva, y la gente es mala; no te das cuenta pero es así. Pero para eso estoy yo, para cuidarte y protegerte. Lo malo es que de puro buena eres tonta y no sabes ver las cosas y es entonces cuando yo pierdo los nervios, Eva. Ya sabes cómo soy. Tengo un pronto muy fuerte y se me va la mano, pero sabes que es porque tú me lo pones muy difícil, nena. Por eso ayer la cosa se complicó un poco.

Eva no dijo nada y Vicente dejó de acariciarla para seguir hablando, esta vez en un tono de voz más elevado.

—¡Qué terca eres! Si sabes que me molesta que la cena no esté a su hora ¿por qué ayer tuviste que llegar tarde y sin avisar de que te retrasarías?

—Me quedé sin batería en el móvil y solo me retrasé diez minutos, Vicente, por favor.

—Ya estamos con lo de la batería del teléfono. A mí no me engañas, Eva, ¿te crees que soy tan tonto como tú? No, te olvidaste de avisarme porque estarías muy entretenida, vete tú a saber con quien. Y si hay algo que detesto más que cenar tarde es que me tomen por idiota.

—Vicente, esto no va a ninguna parte. Vamos a dejarlo. Ya da igual.

—No, no da igual. ¿No quieres hablar y que te escuchen? Pues a mí me pasa lo mismo. Yo también quiero hablar y explicarme. Si la cosa ayer acabó tan mal fue porque tú llegaste tarde y no me diste ninguna explicación y ya sabes que tengo un pronto muy fuerte. Lo sabes, Eva, lo sabes.

—Sí, lo sé. También sé cómo terminan tus prontos. Pero ya me da igual. Se acabó, Vicente. No insistas, por favor, ya no.

—¡Cómo que ya no! –dijo Vicente a voz en grito.

En ese momento las personas que estaban cerca dejaron de hablar y miraron hacia donde estaba la pareja.

—Insisto porque la culpa la tuviste tú, como las demás veces —siguió gritando Vicente—. Luego la Policía siempre me acaba deteniendo a mí, pero sabes que yo no soy culpable porque me dejas volver. Tú lo sabes, lo sabes perfectamente.

Tras un momento de silencio y cuando los demás dejaron de prestar atención a la escena, Vicente volvió a bajar el tono de voz y en un susurro le dijo a Eva:

—Pero ya pasó todo, cariño. Aquí estoy, con esas flores que tanto te gustan. Venga, Eva, no seas rencorosa.

—No, Vicente, ya no pienso volver más, no quiero estar contigo. Te dejo. Ya no me importan tus estúpidas explicaciones, ni tus patéticos arrepentimientos, ni tus prontos, ni tus flores. No me importan nada. Ya no.

En ese momento dos hombres uniformados entraron en la sala.

—¿Señor Bejarano?

—Si, soy yo –contestó Vicente.

—Tenemos que cerrar el ataúd de su esposa. El sepelio saldrá camino del cementerio en quince minutos.

Mientras esto decían, una pareja de policías se acercó a Vicente para escoltarlo.

—Por favor, agentes —dijo Vicente— ¿podrían quitarme las esposas? Me gustaría entregarle este ramo de flores a mi mujer cuando me despida de ella. Son peonías rojas. Sus preferidas. Solo quiero dejarle unas flores, no le voy a hacer nada malo. Ya no.




NOTA: Como sé que muchos de vosotros me vais a preguntar la opinión del profesor os la cuento ya. El ejercicio estaba mal hecho y no le gustó. Creo que si hubiera puesto nota me habría cascado un cero. Me dijo, y cito textualmente, que el relato es inverosímil porque los muertos no pueden hablar. Cuando le argumenté que era un diálogo imaginado de Vicente, me contestó que entonces no estaba bien expresado, que debería haberlo redactado con la forma de un diálogo interior. También me dijo, y vuelvo a citar textualmente, que los finales sorpresa están sobrevalorados en literatura.
Por suerte o por desgracia, soy bastante rebelde y en este caso no he seguido las indicaciones del profesor por lo que he publicado el texto tal como lo escribí. Díscola que es una. O terca.





5 de marzo de 2018

"Muerte en Madrid"-Mark Oldfield

Esta novela tiene principalmente como escenario a Madrid pero en dos épocas diferentes que se van alternando a lo largo del libro.

En 2009 aparecen los restos de varios individuos con toda la apariencia de haber sido ejecutados. Ana María Galíndez es una forense de la Guardia Civil y se encargará de investigar qué les pasó a esas personas con la ayuda de un par de profesoras de la Universidad Complutense. Por otro lado, se cuentan las actividades del comandante Guzmán en el año 1953. Estos serían los dos grandes bloques de la historia que acabarán convergiendo y relacionándose.

Además, y de forma esporádica, se añaden breves pinceladas de un suceso acaecido en Badajoz en el año 1936 y que, por supuesto, acaba teniendo también relación con todo lo anterior.

De entrada, tanto ir y venir a través de tres épocas ya descoloca un poco, aunque eso no fue lo peor. Pero vayamos por partes.

Leopoldo Guzmán, el protagonista por méritos propios de esta historia, es el jefe de la Brigada Especial. Esta brigada está compuesta por policías también muy especiales, sobre todo porque no se dedican a perseguir delincuentes comunes, sino otros mucho más peligrosos, al menos para la dictadura de Franco: comunistas.

“La Brigada Especial nació al final de la guerra para seguir persiguiendo al enemigo más allá del campo de batalla.”

En su afán de conservar la Victoria, Franco elige a Guzmán, dándole total libertad de acción, para que asegure el régimen cuidando de las amenazas domésticas, esas que están cerca de casa y que pueden ser subversivas. La elección de Guzmán no es gratuita porque él se implica con gusto y saña en su cometido. Es un psicópata en toda regla que disfruta torturando y asesinando a los sospechosos de conspirar contra el jefe del estado.

Esta sería la sinopsis de la novela –me salió un poco larga pero es que el libro tiene más de quinientas páginas-.

En principio, la novela no está mal y el personaje central, Guzmán, está muy bien perfilado. De hecho, a mí me fascinó. Que un personaje execrable, sanguinario, sin escrúpulos, te acabe cayendo simpático denota cierta habilidad por parte del escritor que sabe jugar con el lector y hacer algo así.

Desgraciadamente las habilidades del escritor se quedaron ahí. Tuvo un montón de fallos que empañaron esta destreza.

Cuando un autor extranjero escribe sobre mi país tiendo a recelar, no me fío del rigor a la hora de describir hechos y escenarios. Reconozco, también, que cuando me pongo tiquismiquis los árboles me impiden ver el bosque, me paro en detalles que quizá no tengan tanta importancia y me olvido de valorar la historia global. Pero cuando esos detalles “sin importancia” superan la veintena… pues me enfado bastante.

Si un libro está plagado de errores abandono su lectura, pero con este hice una excepción por dos motivos. El primero, porque el protagonista me resultó muy atractivo, a pesar de ser un hijo de mala madre, y quería saber qué pasaba con él. El segundo, porque me hice una apuesta conmigo misma para comprobar hasta dónde era capaz de llegar el autor con sus meteduras de pata. Si los errores no superaban la decena me ganaba un chocolate, si el número estaba entre diez y veinte, un chocolate con churros, y si superaban la veintena reforzaría la ingesta con varios pasteles. Acabé tomándome chocolate, churros, pasteles y una tila para calmar los nervios que suelen acompañar al cabreo que me agarro cuando un libro está mal escrito.

Según Google, Mark Oldfield –no confundir con mi adorado Mike Oldfield- es un escritor inglés que ha vivido en España, “testigo de excepción de la transición de un estado dictatorial a una democracia, Oldfield aprovechó sus numerosas estancias para aprender más acerca de la percepción de los españoles del momento que estaban viviendo, y sobre todo de su pasado. Ha estudiando concienzudamente la guerra civil española y el largo periodo que siguió”.

No sé cuánto tiempo estuvo viviendo en España el autor, ni dónde lo hizo exactamente -lo mismo estuvo en Mallorca practicando balconing-. Tampoco sé qué entiende por “estudiar concienzudamente”; pero lo que sí sé es que todo eso no le sirvió para aprender demasiado de este país en general y de Madrid en particular. O, al menos, para plasmarlo en esta novela.



No voy a poner todos los fallos de la novela, pero aquí van unas cuantas perlas.

·      La acción que transcurre en 1953 se da en el mes de enero; nieva copiosamente, a todas horas, las ventiscas son de antología, la nieve se acumula por metros en todas partes, una climatología sumamente adversa (aunque el cambio climático ha suavizado mucho las temperaturas, Madrid nunca fue como Moscú, y los inviernos en los años cincuenta tampoco eran para tanto).
·      Un edificio que lleva abandonado varias décadas aún tiene corriente eléctrica cuando dos personajes se introducen en él a buscar unos papeles (cuando un edificio se abandona lo primero que se hace en España es cortar la luz, algunas veces incluso antes de que lo abandonen los inquilinos. Si hay algo que aquí funciona es la diligencia por parte de las eléctricas para no mermar sus pingües ganancias).
·   En las habitaciones de los hoteles hay biblias (la España de Franco era muy católica, apostólica y romana, pero me parece que esa circunstancia nunca se dio, aunque es una práctica habitual en los hoteles norteamericanos).
·    La acción que transcurre en 2009 se da en el mes de agosto, en un momento dado un personaje se queja del tremendo calor que asola Madrid a las cuatro de la tarde porque hay ¡33 grados! (en Madrid y en agosto esa temperatura se tiene, con un poco de suerte,  a las diez de la noche. A las cuatro de la tarde el termómetro no baja de los 38º. Yo firmaba para tener 33º en esos días y a esas horas, ¡es fresquito!).
·      El tremendo calor que Madrid padece no es impedimento para que aparezca un individuo vestido con un abrigo (33º es fresquito, pero no tanto) o para que haya puestos callejeros de chocolate caliente (en agosto, salvo en la verbena de la Paloma, vender chocolate caliente en Madrid tiene menos futuro que vender helados en el Ártico).
·       El uniforme de la Guardia Civil es marrón y se la considera un tipo de Policía (el uniforme es verde y la Guardia Civil no es una Policía, es… la Guardia Civil).
·       Una casa del barrio obrero de Quintana, en el año 1953, tiene portero automático (en 1953 el sistema para abrir los portales no era nada automático, se recurría a las llaves o al sereno).
·       Una casa de Lavapiés tiene una escalera de incendios en 1953 (en ese barrio la mayoría de las casas son centenarias y ni siquiera ahora tienen ese tipo de escaleras).
·      Al lugar donde reside Franco se le llama la casa de campo de El Pardo (no era una casa de campo, era y sigue siendo un palacio con todas las de la ley).
·      El protagonista se va andando desde Vallecas hasta la Puerta del Sol y tarda diez minutos (en línea recta hay más de cuatro kilómetros de distancia entre esos dos sitios, ni corriendo se tarda tan poco, menos andando en enero con las calles lleeeeenas de nieve).
·      Ya por último, el intento del golpe de estado de Tejero fue en 1982 (siendo el escritor un "testigo de excepción de la transición española", por lo visto no prestó demasiada atención porque Tejero y sus colegas nos dieron el susto padre en 1981).

Podría seguir escribiendo más errores pero creo que lo voy a dejar.

Curiosamente, y a pesar de todo, la novela es entretenida y por eso me la terminé. Pero tanto error, alguno imperdonable, no me dejó disfrutar.

Dicen que el escritor está con la segunda entrega –quiere escribir una trilogía sobre “las heridas abiertas de la península ibérica"-. Miedo me da. Creo que esa segunda novela no la leeré, porque si vuelvo a darme otro atracón de chocolate por culpa de tanto gazapo acabo diabética. O con un ataque de ansiedad.


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Hada verde:Cursores
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