Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

27 de marzo de 2016

La Semana Santa y la Pasión


   La Semana Santa ya no es lo que era. Ha cambiado mucho, al menos para mí.

   Durante mi niñez-adolescencia solía pasarla en casa de mis abuelos paternos, en un pueblecito de Burgos con muy pocos habitantes, unos cincuenta aunque en esa semana se triplicaban, es decir, ciento cincuenta (hay más gente en mi comunidad de vecinos). Recuerdo que pasar allí esos días suponía para mí una Penitencia, algo que por otra parte era muy apropiado dado el significado religioso de esas fechas.

Pueblo de mi padre
   Mi abuela era la sacristana “de facto” del pueblo; el cargo oficial de sacristán lo ejercía un hombre, pero como la casa de mis abuelos estaba pegada a la iglesia era ella la que tenía las llaves y la que se encargaba de preparar la mayoría de los oficios y ceremonias que establecía la liturgia. Además, y aún no sé por qué, de todos sus nietos a quien elegía para que la ayudara era a mí. 

   De todas las tareas la que más me incomodaba era la de destapar las imágenes de la iglesia durante la Vigilia Pascual. Desde el Domingo de Ramos todas las pinturas y esculturas del templo estaban tapadas con unos lienzos morados en señal de luto y dolor, en las horas previas al día de la Resurrección se procedía a retirarlos. La tarea en sí no era desagradable, lo que me molestaba era que lo hacíamos la madrugada del sábado-domingo en un edificio del siglo XVII y con una iluminación escasa. Es decir, pasaba mucho miedo; en esas condiciones contemplar de cerca las escenas que aparecen en algunos cuadros -de dudoso buen gusto- daba bastante canguelo. 

Entrada de la iglesia y altar menor
   Cuando veo en Cuarto Milenio reportajes donde osados reporteros pasan una noche en una casa abandonada haciendo alarde de valentía yo me pregunto si serían capaces de pasar la noche del Sábado Santo en la iglesia del pueblo de mi padre, ahí les querría yo ver.

   Por supuesto también había procesiones. Muy sencillas y nada tumultuosas pero procesiones al fin y al cabo. Como mi abuela era la sacristana y yo su ayudante oficial siempre íbamos las primeras; bueno en realidad los primeros eran los Pasos y el cura, después ya íbamos nosotras. Vamos, que no podía escaquearme de ninguna de las maneras. Recuerdo que toda mi atención se centraba en que el cirio que portaba entre las manos no se apagara; parecerá una tontería pero en Burgos y en el mes de marzo hace un viento de aúpa y llevar una vela encendida por la calle tiene su mérito. 

   Me gustaría aclarar que las procesiones castellanas no tienen nada que ver con las, mucho más célebres, de Andalucía. Tuve la oportunidad de conocer la Semana Santa en Córdoba y en Sevilla y eso es otra cosa. En Castilla todo es más sobrio -en todos los sentidos- y por tanto bastante más aburrido. Los días transcurrían entre misas, oficios y rosarios. Siempre me pregunté dónde estaba la Pasión, porque mis vacaciones muy apasionantes no eran.

   Otra cosa que asocio con la Semana Santa son los atascos de tráfico. Tanto el Jueves Santo por la mañana como el Domingo de Resurrección por la tarde el tapón de vehículos en los accesos de Madrid era monumental. Entonces no había DVD en los coches ni aparatos electrónicos para pasar el rato. Lo único que se podía hacer era leer un libro pero si la luz natural escaseaba la lectura era imposible.  El viaje era un auténtico Calvario, suponía también otro tipo de penitencia. 


   Por todo esto mi recuerdo de las Semanas Santas de mi niñez no es muy divertido. Quizás porque me ha quedado un trauma de aquello o simplemente porque la experiencia da sabiduría ahora paso estos días de asueto de manera muy distinta.

Paseo de la Castellana, Jueves Santo, 19.30 h.
¡Sin tráfico!
   Para empezar, nunca viajo en estas vacaciones, salvo contadas excepciones; no estoy dispuesta a malgastar mi tiempo libre en un atasco y/o en la fila de facturación de un aeropuerto. Madrid en Semana Santa -al igual que en agosto- se queda desierto y es una gozada pasear por sus calles. No me importan las aglomeraciones -nací y vivo en una capital grande, estoy más que acostumbrada- pero, de vez en cuando, viene bien un poco de relax y yo aprovecho estos días para disfrutar de mi ciudad y sus alrededores (léase localidades aledañas). Por supuesto, no voy a ningún acto religioso; tantos ratos en una sacristía hicieron de mí una redomada agnóstica.

   Podría decirse que hago otro tipo de turismo, yo lo llamo cultural-gastronómico, lo que se traduce en ir de museos y ponerme morada de comida. 

   De hecho esta Semana Santa he aprovechado para ver una exposición de Chagall que, dicho sea de paso, me decepcionó un poco. También aproveché estos días de menos aglomeración para almorzar en un restaurante argentino al que le tenía ganas -he intentado comer allí varias veces y nunca había mesas libres-. El Sábado de Gloria en lugar de destapar santos me fui a dar un paseo por Toledo con mariscada incluida, porque a esa ciudad famosa por ser el lugar al que acudieron judíos, cristianos y musulmanes, también se fue a vivir un gallego que puso un restaurante donde se degusta un marisco excelente. 
Bife lomo alto argentino y novillo uruguayo

Frutos del mar

   Por cierto, la gastronomía argentina y la gallega tienen un punto en común: los postres son auténticas bombas calóricas pero tan ricos que no se puede resistir la tentación.

Dulce de leche y panacota

Filloa y helado


   Para eliminar tanta caloría y grasa saturada este Domingo de Resurrección por la mañana me fui a hacer un poco de ejercicio que lo cortés no quita lo valiente.




    Ahora, ya de vuelta de mi personal Vía Crucis -he ganado algo de peso- me reincorporo a la rutina, al bullicio urbano y a los cafés con los compañeros que me contarán sus fabulosos viajes y sus vivencias procesionales. Mientras, yo recordaré con nostalgia qué ricos estaban el lomo alto argentino y el bogavante gallego-toledano.

   Por cierto, hoy es día de regocijo y contento pues Cristo ha resucitado y vuelve a estar con nosotros. Brindemos por ello:




23 de marzo de 2016

Mi escritorio


    Hace unos días Julia C desde su blog Palabras y Latidos nos enseñó el lugar donde se pone a escribir: su escritorio. A modo de juego propuso que esta idea se extendiera entre los blogueros y que fuéramos mostrando nuestro rinconcito de trabajo. Las fotos del lugar donde se sienta a escribir eran muy bonitas y lo primero que pensé fue "como me pidan a mí que enseñe mi escritorio voy a quedar fatal". Julia nominó a otros blogueros y reconozco que respiré aliviada. Pero Chari, con su blog La voz de las olas, sí fue nominada y ahora me ha nominado a mí. Para más escarnio las fotos de Chari y su lugar de trabajo son igualmente preciosas. Voy a quedar fatal.

   Me gustaría aclarar que yo no tengo un solo escritorio, tengo varios. No, no vivo en una casa grande, lo que ocurre es que tengo que repartir espacio con otros inquilinos (mi marido y mi hija) y todos, a veces, necesitamos nuestro lugar de aislamiento. Afortunadamente la tecnología nos ha facilitado la faena con el invento del ordenador portátil. Según qué tarea me pongo a hacer elijo un lugar u otro. Vamos por partes.

   Trabajo puro y duro. Siempre que no tengo que hacer experimentos en el laboratorio o dar clase prefiero trabajar en casa. Las estadísticas y los artículos me los curro en una habitación donde se encuentran los libros y revistas que suelo consultar. Aunque ya casi todo se mira en internet yo aún recurro a los libros de texto, soy así de tradicional. Pensé poner una foto mona, con todo recogido y bien colocado pero luego pensé que no sería honesto, así que la foto es la apariencia que tiene mi escritorio después de una jornada de trabajo.


 Me gustaría aclarar que esa mesa es utilizada también por mi hija para estudiar y por mi marido para su trabajo. También me gustaría aclarar que yo soy muy ordenada pero mis compañeros de piso no, por lo que voy a explicar algunas cosillas de lo que sale en esta foto. El montón de hojas y libros que aparece a la derecha de la mesa no es mío, es de mi querida hija cuyo cerebro no procesa la palabra "recoger". El portátil que está en primer plano es mi ordenador y la pantalla que aparece al fondo es el ordenador de mi chico (las fotos pegadas en la esquina son de un viaje que hicimos a Bruselas hace varios años y un pequeño homenaje a los atentados de ayer). El tapete para el ratón es de Avengers Assemble: desde un punto de vista fisiológico no hay niños en la casa, pero mi esposo y nuestra hija son admiradores a ultranza de los héroes de Marvel. Ni que decir tiene que 'eso' lo eligieron ellos.

  Tengo cubiletes preciosos para guardar los bolígrafos, uno de ellos es de cerámica e imita un albarelo (un bote típico de las farmacias antiguas), sin embargo empleo una lata de refrescos para guardar los bolis y rotuladores que uso habitualmente. Resulta que entre mis compañeros de piso es muy corriente coger cosas prestadas y luego no retornarlas a su lugar de origen, como estoy harrrrrta de nunca encontrar el bolígrafo que me gusta o el marcador fluorescente he decidido usar el bote que veis en la foto por razones obvias ya que en mi casa madre no hay más que una y soy yo.



   Blog. Cuando escribo el blog me voy a otra zona de la casa, el rincón del salón que tiene un amplio ventanal, porque adoro la luz del día. Ahí puedo aprovechar la luz natural durante muchas horas y es mi lugar preferido para escribir. Cuando escribo una reseña suelo acudir a citas que previamente anoté en un cuaderno o bien al propio libro.


Mi rincón bloguero
Herramientas blogueras


    Lectura. Pero donde se pergeña todo, donde nace el blog realmente es donde leo y ese es mi lugar preferido de la casa, también es el lugar donde suelo comentar y participar en otros blogs, especialmente al final de la jornada, pues es el momento de relajarse y descansar.

Aquí empieza todo

   Otro lugar donde leo mucho es el Metro pero ahí no escribo nada con el ordenador así que no cuenta.

   De todas formas y para enmendar tanto desbarajuste y caos me gustaría enseñaros mi otro escritorio, el del ordenador. Ese está como yo quiero -es míiiiio- y ordenado como a mí me gusta. 



   Ahora voy a nominar a otros blogueros, no deseo poner en un compromiso a nadie pero citaré a tres para que no se rompa la cadena. No obstante que los nominados no se sientan en la obligación de nada: si queréis participar hacedlo y si no pues a otra cosa mariposa.

Arethusa de Arethusa Rococó.
María del Carmen Piriz de Alguien con quien hablar
Beatriz Morote de Gozar de la vida.

Kirke  

NOTA: Pido disculpas por la calidad de las fotos porque he utilizado el móvil, pero quería entregar esta entrada antes de desaparecer por unos días de la blogosfera. No sólo de blog vive el hombre, también de esparcimiento y recreo.


20 de marzo de 2016

Los aborígenes. La alimentación en la evolución humana.


 
   Siempre ha habido polémica entre los vegetarianos y los omnívoros. No voy a entrar en materia sobre los inconvenientes de las dietas vegetarianas y sus carencias nutricionales porque este no es el foro ni el momento adecuado.  Antes de proseguir también me gustaría dejar claro que quienes defienden o siguen este tipo de dietas tienen para mí todo el respeto que se merecen y si deciden no tomar carne están en su derecho, máxime cuando el motivo es ético y/o religioso.

   Pero de un tiempo a esta parte ciertas asociaciones animalistas defienden un “vegetarianismo antropológico” según el cual el ser humano siempre fue vegetariano y lo de comer carne es una perversión moderna. Dicen que nuestros antepasados fueron vegetarianos y que nosotros deberíamos volver a las costumbres ancestrales de nuestros primitivos antecesores. Se promulga una especie de vegetarianismo vintage

   Nuestros antepasados NUNCA fueron vegetarianos, y el que piense lo contrario que se lea este ensayo de Arsuaga o, en su defecto, el resumen que voy a exponer a continuación.  

   En este libro José Luis Arsuaga, reputado paleoantropólogo, expone de una forma clara y concisa los hechos probados que nos llevan a saber que el ser humano siempre fue omnívoro.

   Arsuaga parte de la morfología de un Autralopithecus, un primate homínido ya extinto; de una de sus especies se originó el género Homo, el género al que pertenece el ser humano, el nuestro.



   Los autralopitecos eran primates bípedos y tenían menos pelo que otros simios. De forma muy educativa Arsuaga nos explica lo que supone andar sobre dos piernas: la superficie expuesta a los rayos del sol es mucho menor –en el caso de un cuadrúpedo todo el lomo recibe directamente estos rayos-, el tener poco pelo favorece la sudoración que ejerce un gran poder termorregulador y todo esto conlleva el poder bajar de los árboles, el hábitat de los simios, y aventurarse en la sabana africana a plena luz del día -cuando la visión es mejor- ampliando el radio de acción para desarrollarse e interactuar con el medio. 

   Sin embargo el alejarse del medio donde se encuentran los frutos y los vegetales que formaban principalmente la alimentación de estos seres podía ser peligroso. El problema de una alimentación exclusivamente vegetal y/o granívora es que la digestión es muy lenta y requiere un gran gasto de energía y hay que ingerir alimento de forma casi continuada. Sólo algunos frutos  con alto contenido en ácidos grasos –como las nueces- eran muy energéticos.

   Pero, basándose en fósiles encontrados en diferentes lugares, se sabe que los australopitecos también eran carroñeros. La capacidad de utilizar herramientas –palos, piedras- les permitía romper los huesos de otros animales y así acceder al tuétano que se encuentra en su interior y que es rico en colágeno. Con este insólito hecho se descubre que el interior de los huesos esconde una sustancia que, además de ser muy sabrosa, proporciona más energía, lo que permite utilizar el tiempo que no se emplea en comer en realizar otras tareas. 

   El primer australopiteco al que se le ‘ocurrió’ comer el interior de un hueso fue imitado por sus vecinos, pues como ocurre con todos los primates estos viven en grupos sociales. Aquellos que decidieron seguir con esa práctica estaban mejor preparados para sobrevivir, y por tanto, tuvieron mayor probabilidad de procrear siendo así su descendencia la que prevaleció.

   Todas estas teorías se sustentan en la morfología de la mandíbula y de las piezas dentales de los fósiles encontrados: se observa un menor prognatismo y una capa más gruesa de esmalte si se compara con los cráneos de otros primates no bípedos. No voy a entrar en detalles para no extenderme mucho.

   También aporta pruebas químicas. Nos habla del carbono presente en los alimentos vegetales y el que se encuentra en los de origen animal, este carbono es distinto según las zonas y una vez ingerido se incorpora a los huesos de manera que al estudiarlos a posteriori podemos saber qué comió el espécimen al que pertenece el fósil en cuestión.

   Hay que tener en cuenta que en un mamífero el cerebro y el aparato digestivo son los órganos que más energía consumen.

   El comer carne supuso que el tubo digestivo se acortara. La digestión de las proteínas y las grasas presentes en la carne no es tan compleja como la de la celulosa de los vegetales, y así se formó un aparato digestivo con menos necesidades energéticas y más funcional (no había que estar comiendo y masticando tanto tiempo).

La Naturaleza no busca la espectacularidad, sino el diseño más rentable

    En resumen, la ingesta de carne supuso un ahorro de gasto energético en la digestión que se utilizó para emplearlo en el cerebro con las ventajas evolutivas que eso supuso. "Lo que se ahorraba en tripas se gastaba en sesos".

   En resumidas cuentas, el Autralopithecus ya comía carne y el Homo habilis es un descendiente de una especie suya, o sea, si los australopitecos no eran vegetarianos nosotros tampoco.

   Durante la lectura de este ensayo tomé un montón de apuntes, podría extenderme mucho más porque todas y cada una de las aseveraciones que en él aparecen están sustentadas en pruebas y estudios. Salvo algunas excepciones donde el autor se aventura a colgar alguna hipótesis todo está contrastado y razonado.

   En fin, que al próximo que me encuentre diciendo que nuestros antepasados eran vegetarianos ¡me lo como!


Esqueleto de Lucy (Autralopithecus afarensis)

Kirke  



17 de marzo de 2016

Cinco esquinas


   "Él había pensado que, después de todo, un periodista puede ser a veces útil. Y también peligroso".

   Esta frase podría ser la sinopsis y hasta el mismo argumento de “Cinco esquinas”.  El tema principal es el periodismo amarillo o sensacionalista; el que se basa en destapar escándalos de la vida íntima de personajes relevantes. 

   Quizás la propia experiencia del autor al respecto haya tenido mucho que ver para escribir sobre este asunto. Su romance extra-conyugal con una de las reinas de las portadas de revistas del corazón supuso ríos de tinta en este tipo de prensa y una merma considerable en las arcas del novelista pues estaba en trámites de separación con su esposa. Supongo que con esta novela habrá querido quitarse esa espina clavada en su corazón –y en su bolsillo–.

   La época en la que transcurre la acción es la dictadura de Fujimori cuando se utilizaban algunos medios de comunicación para extorsionar a determinados personajes con poder y así manipular a su antojo. En esta circunstancia tuvo un papel relevante Vladimiro Montesinos, Jefe del Servicio de Inteligencia Nacional del Perú y mano derecha de Fujimori. En la novela nunca aparece su nombre, tan sólo se le cita con el apodo de “ el Doctor”.

  El director de un semanario sensacionalista, Rolando Garro, decide chantajear a un poderoso empresario con las fotos subidas de tono tomadas en una fiesta donde se puede ver al industrial en situaciones comprometidas montándoselo con varias prostitutas. Todo el revuelo que se da al publicar las fotos desencadena una serie de hechos muy diversos y, algunos, increíbles.

   El propio autor define así esta novela: La idea de esta novela comenzó con una imagen de dos señoras amigas que de pronto una noche, de una manera impensada para ambas, viven una situación erótica. Luego se fue convirtiendo en una historia policial, casi un thriller, y el thriller se fue transformando en una especie de mural de la sociedad peruana en los últimos meses o semanas de la dictadura de Fujimori. También dijo que la novela empezó sin título, lo que le supuso un mayor trabajo, ya que el nombre me sirve de guía para escribir.

   Estas frases son sumamente esclarecedoras del resultado final de la novela y que yo resumiría en: la idea empezó de una manera, acabó desarrollándose de otra y terminó como pudo. 

   Se habla de la dictadura de Fujimori, del terrorismo de Sendero Luminoso y del MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru) pero de una manera tan superficial que destacar estos temas como parte del argumento  me parece exagerado y presuntuoso.


   La novela empieza con una relación lesbiana, este inicio tan peculiar me dejó algo descolocada, y me pregunté qué pintaba esa escena en la trama pero pensé que según se desarrollara el argumento tendría su explicación. Los encuentros amorosos entre las dos mujeres se repiten a lo largo de la historia y una vez terminado el libro sigo preguntándome qué pinta esto en todo lo demás. Quizás ¿añadir algo de picante a un libro insípido?

   Luego aparece el chantaje del periodista en cuestión y las reacciones que provoca. Siendo el periodismo amarillista el principal tema tampoco se trata, a mi juicio, con la profundidad que se podría esperar. Se plantea esa doble cara del periodismo, puede ser sucio si airea cotilleos o útil si denuncia ilegalidades, y quizá esta sea la única virtud o moraleja que se pueda extraer de toda la novela.

  Incluso las continuas referencias al poder en la sombra que mueve los hilos del escándalo y la extorsión, el Jefe de la Seguridad Nacional, el “Doctor”  (Vladimiro Montesinos), se hacen sin entrar demasiado en materia. 

   El propio Montesinos, que fue el fundador de un grupo paramilitar implicado en genocidios, violaciones de los Derechos Humanos y terrorismo de estado, podría haber sido el protagonista de una novela donde se quiere denunciar las prácticas ilícitas de un gobierno corrupto. Pero no, el autor ha preferido tratar todos estos temas de forma somera y sin sustancia.

   Me ha costado reconocer al Vargas Llosa al que estoy habituada. No conozco toda su obra, pero todas y cada una de las novelas que he leído me han gustado mucho. Hasta que leí ésta.

   Tengo la impresión que en esta novela no se ha implicado suficientemente. Como si la hubiera escrito en ratos libres y sin poner excesivo entusiasmo. Incluso el estilo narrativo de Vargas Llosa, tan rico en epítetos y giros espléndidos, aquí brilla por su ausencia; algunos diálogos me hicieron volver a leer la carátula para comprobar que era él quien firmaba el libro. Quizás su nuevo romance le tenga alborotado y no se haya podido concentrar. 

   Esperemos que todo se serene y vuelva el Vargas Llosa de antaño.

Kirke  





14 de marzo de 2016

La comunicación y el rigor informativo


   Quizás sea porque estoy leyendo la última novela de Vargas Llosa que trata sobre periodismo amarillo, quizás sea porque tengo que leer tres periódicos distintos para hacerme una idea real de lo que pasa en el mundo o quizás porque ando yo un poco filosófica, el caso es que llevo unos días dándole vueltas a lo importante que son las formas a la hora de contar algo, especialmente una noticia.

   Los que nos gusta leer, y ya de paso escribir, sabemos que la manera de relatar una historia es muy importante. El argumento de una novela puede ser apasionante, pero si la forma de narrarlo es mala se va al garete y el libro no gusta. En cambio, a la inversa, una historia mediocre puede convertirse en una lectura muy agradable si nos la presentan con una estupenda redacción. Qué importante es la forma, cuando a priori uno podría pensar que lo que realmente importa es el contenido. 

   En el caso de una noticia está claro que el contenido se presenta muy distinto según la forma que se utilice para mostrarlo.

  Hace meses vi un reportaje, insertado en un noticiario, donde se contaba que una universidad extranjera había hecho un estudio sobre los microorganismos que se solían encontrar en nuestros teléfonos táctiles. Se hizo un recuento y se vio que “había más bacterias por centímetro cuadrado en uno de estos teléfonos que en un inodoro” (sic). Dicho así, y sin especificar si el inodoro estaba limpio o sucio, uno se lleva las manos a la cabeza y lo primero que piensa es en volver a utilizar el teléfono de casa, el de las teclas, y olvidarse del whatsapp para siempre.

   No sé cuántas bacterias habrá en un teléfono móvil táctil ni, por supuesto, cuántas hay en un retrete; nunca se me ocurrió contarlas. Supongo que ese estudio universitario estará bien hecho. Lo único que no se hizo bien, con seguridad, es la forma de dar la noticia; al periodista “se le olvidó” un detalle: puede que el número de bacterias presentes sea mayor en un smartphone pero no son las mismas que las que se encuentran en un sanitario. Ese pequeño detalle implica que no nos infectemos por usar uno de esos aparatos y sí que podamos enfermar gravemente si no cumplimos unas mínimas normas de higiene al acudir al excusado.

   Hace unos meses la OMS emitió un informe sobre la carne roja y procesada alertando de su posible implicación en la aparición de algunos tipos de cáncer. Determinados periodistas llegaron a decir auténticas barbaridades como “las salchichas son tan peligrosas como el tabaco o el amianto”. No me pararé a replicar estos comentarios porque ya me despaché a gusto sobre el tema en su día (La OMS y sus informes). Ya aprovecho para informar a los que siguieron mis elucubraciones que una servidora contestó adecuadamente a dicho informe con un artículo publicado en una revista científica.

   A lo que voy es por qué ocurren cosas así. La noticia real, el contenido, se distorsiona gravemente por culpa de la forma, de la manera de contarlo. Cuando esto ocurre ¿es algo intencionado o simple torpeza del informador que no se informa adecuadamente? (valga la redundancia). ¿Se esconden intereses oscuros detrás de estas distorsiones o es una muestra más de la mediocridad que nos rodea? 

   Supongo que cuando la noticia versa sobre política o sobre deporte la intencionalidad se puede entender. Cada periodista toma partido por una u otra facción (léase partido político, equipo de fútbol), aunque si el medio donde se transmite la noticia no es un foro de debate la imparcialidad debería estar por encima de gustos y preferencias. Digo yo.

   Pero cuando la noticia trata de temas “neutros” como, por ejemplo, un avance científico ¿a qué viene contarlo mal? ¿Se busca confundir al público y/o alarmarlo innecesariamente? Yo misma he llegado a dudar de cosas aprendidas en mi carrera al oír algunas cosas explicadas por el reportero dicharachero encargado de hacer un reportaje sobre algún descubrimiento científico. Ahora me viene a la mente que a Einstein, poco después de enunciar su Teoría de la Relatividad, le entrevistó el encargado de la sección de golf de un prestigioso periódico americano. Si ya partimos de esa base…

   Creo que el periodismo además de velar por el anonimato y la confidencialidad de sus fuentes debería velar también por la ética de sus periodistas. Debería preocuparse de la veracidad de lo que cuenta y si lo que cuenta es inventado se debería crear en los periódicos (en los noticiarios) una sección que se llame “Relatos y otros Cuentos”. Viendo el poco rigor que se gastan en casi todas las noticias ese título a lo mejor lo deberían poner en primera plana. 


Kirke  


11 de marzo de 2016

La isla de Alice


   El marido de Alice, Chris, muere en un accidente cuando regresa de un viaje de negocios. Alice, embarazada de siete meses y con una niña de 6 años, queda sumida en el dolor. A esta pena se suma el saber que el lugar donde se estrella el coche de Chris no se encuentra en la ruta que se suponía debía seguir para volver desde la ciudad donde estaba trabajando.

   Es entonces cuando Alice quiere saber. Saber de dónde venía Chris cuando su coche se salió de la carretera, saber por qué le mintió, saber si su matrimonio feliz y perfecto no lo era tanto; saber la verdad.

   Como una forma de evadir la tristeza se pone a investigar a través de las cámaras de seguridad de diferentes establecimientos el itinerario que siguió Chris en su viaje fatal. Sus pesquisas la llevan hasta Robin Island, en Cape Cod.

   A la isla se va a vivir Alice para averiguar qué hacía allí Chris. Para resolver el misterio/secreto/mentira de Chris. Compra una casa y decide investigar a todos sus vecinos. Conocemos a través de las medidas de vigilancia de Alice una lista de personajes muy variopintos: Mark el veterinario, su mujer Julia, la escritora, Miriam, una agente inmobiliaria, la jefa de policía Margaret, la alcaldesa Gwen y muchos otros más. De todos estos personajes se lleva la palma Olivia, la hija de Alice, sus diálogos y su comportamiento son encantadores y reflejan muy bien la actitud de una niña de seis años. De todas formas tantos personajes llegaron a agobiarme y a perderme al principio, pues no ubicaba con el nombre a todos y cada uno de ellos. Cuando ya llevaba bien avanzada la lectura todos eran ya como de la familia.

   Alice está convencida que averiguará el misterio/secreto/mentira de Chris vigilando y espiando a sus vecinos. Hasta tal punto llega su obsesión que pierde el objetivo inicial, saber qué hacía Chris en la isla. Lo malo no es que Alice pierde el norte, lo malo es que el autor también. Entre tanto personaje, tanta historia adyacente y tanto ir de aquí para allá, de casa en casa de cada vecino yo desde luego me perdí. No es que no siguiera el argumento –está escrito de manera ágil, entretenida y con cierto sentido del humor- es que ya no sabía muy bien qué quería Alice, de qué iba en realidad la novela.
Robin Island
   Es curioso pero en un momento dado la protagonista se plantea el ir derecha al grano y preguntar por su marido y saber si alguien le conocía. Digo que es curioso porque eso es lo que pensé que habría hecho yo. Una vez que sabe de qué lugar venía su esposo lo lógico es preguntar directamente. Claro, que si hubiera actuado así no se podría escribir un libro de más de 600 páginas. Porque este es otro escollo: una novela demasiado extensa. 

   Suelo comentar que casi todas las historias que exceden las 500 páginas no necesitan tanta hoja para contarse. Esta no es una excepción. Mantuve el interés durante los dos primeros tercios de la novela. Después, no sé si porque la protagonista y su autor se pierden o porque ya estaba cansada de leer, empecé a hartarme un poco de la paranoia/obsesión de Alice.  El enigma con el que empieza la historia se dispersa entre demasiadas historias paralelas que no hacen más que recargar el argumento principal. Algunas escenas son prescindibles, y por inverosímiles a punto estuvieron de hacerme abandonar la lectura, como cuando la protagonista se hace un ‘selfie’ con Bill Clinton. Demasiado.

   La novela está escrita en primera persona por la propia Alice. Siempre que se utiliza esta técnica, me llama muchísimo la atención cuando la protagonista es una mujer y el autor es un hombre. Suele ser raro que un hombre se ponga en la piel de una mujer, mientras que al revés es más habitual –al menos en las novelas que yo suelo leer-. Al principio estuve gratamente sorprendida pues ese papel femenino estaba muy bien perfilado. Hasta que llegó la parte romántica, ahí se fastidió. No quiero profundizar demasiado para no destripar el argumento, pero contaré que hay un trío amoroso entre un hombre y dos mujeres donde las dos féminas entienden y consienten el papel de la otra y asumen a su vez “la dualidad” del varón; él necesita estar con las dos para poder quererlas, por separado no puede amar a ninguna. Siento que esto sólo puede salir de la mente (¿calenturienta?) de un hombre.

   Una novela que va de más a menos y con un final almibarado para mi gusto y, si no machista,  muy masculino por la actitud complaciente y/o condescendiente de algunos personajes femeninos ante determinadas situaciones. 

   Lamento no ser más explícita pero no quiero desvelar el final: ¡qué puñetas hacía en la isla Chris!

Kirke 

 


9 de marzo de 2016

Albert Einstein


“Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas”.
A. Einstein 

 El científico de la tercera entrega de Demencia, la madre de la Ciencia, es Albert Einstein.

   Cuentan que el poeta Paul Valéry le preguntó a Einstein si llevaba un cuaderno encima para anotar sus ideas,  a lo que él  contestó “No me hace falta. Tengo tan pocas veces una”. Puede que no tuviera muchas buenas ideas, pero las pocas que tuvo fueron excelentes; simplemente supusieron el punto de partida de la física moderna.

   Albert Einstein nació en la ciudad alemana de Ulm el 14 de marzo de 1879. Sus padres eran judíos y procedentes de Suabia. Con un año de edad se va a vivir a Munich. 

   Dicen que tuvo un desarrollo intelectual lento. Se ha recalcado que fue mal estudiante y esto siempre ha sido un comodín para los alumnos que sacan malas notas. No es por malmeter, pero la inmensa mayoría de malos estudiantes no acaban siendo unos genios de la ciencia en su madurez. En esto, como en muchas cosas más, Einstein fue la excepción.

   Cuando Albert tiene 15 años la familia se traslada a vivir a Milán pero él permanece en Munich para terminar sus estudios de secundaria. Dos años después ingresa en la Universidad de Zúrich. 

   Se enamora de una compañera de estudios, Mileva Maric, con la que se casaría después. A cuenta de este matrimonio corren ciertos rumores sobre unas condiciones que le impuso el genio a su esposa que, por machistas y denigrantes, no voy a plasmar aquí, además no hay demasiada seguridad de que sean reales –al menos eso espero yo pues la imagen de este genio se vería seriamente afeada–. Este matrimonio se acabó disolviendo y Einstein contrajo segundas nupcias con su prima Elsa.

   En 1900 se gradúa y a los pocos meses empieza a escribir artículos sobre física. En este momento de su biografía voy a hacer un paréntesis para ponernos en situación.

   Entramos en el siglo XX un mundo de partículas y antipartículas, se pasa de la macrofísica a la microfísica; las cosas se miden con una precisión tal que lleva a escalas mínimas, difíciles de comprender. Todo se vuelve más inaccesible y complicado. Entramos en la era cuántica que inauguró Planck y que Einstein desarrolló, revolucionando, ya de paso, la Física.

   Volvamos al inicio del siglo XX con Einstein. Al poco de terminar sus estudios entra a trabajar en una oficina suiza de patentes. Este trabajo le gusta porque le permite seguir investigando y escribir sus artículos. 

   Tres de estos artículos merecen mención especial. Uno analiza el efecto fotoeléctrico utilizando los postulados de Planck y  explica la naturaleza de la luz (establece un concepto revolucionario, la dualidad de la luz: la luz es una onda y un corpúsculo) y por el que le dan –bastantes años después– el premio Nobel. Otro artículo demuestra que los átomos existen, proporcionando pruebas. Y otro cambió el mundo con la que acabaría llamándose Teoría de la Relatividad.

   En 1909 deja las patentes y empieza a impartir clases en la Universidad de Zúrich; tras una estancia en Praga vuelve a la ciudad donde estudió. En 1933 y con Hitler en el poder renuncia a la ciudadanía alemana y se va a EEUU. 

  Durante el nazismo, como Einstein era judío, se urdió una guerra para desprestigiar sus investigaciones. Se editó un libro, “Cien autores en contra de Einstein”, donde cien científicos rebatían las teorías de nuestro protagonista. Ante esto Einstein llegó a decir: “¿Por qué cien? Si estuviese errado sólo haría falta uno”. 

   Se establece en Nueva Jersey y trabaja en el Instituto de Estudios Superiores de Princeton. Es en esta ciudad donde fallece el 18 de abril de 1955 a los 76 años.


   La famosa ecuación E=mc2,  que nos ha traído por la calle de la amargura a más de un estudiante de ciencias, viene a decir que la energía ni se crea ni se destruye, se transforma. Esta “sencilla” ecuación explica, entre otras cosas, por qué las estrellas pueden arder durante miles de millones de años ‘sin gastar combustible’ –dio explicaciones a las preguntas de muchos geólogos y astrónomos–y también establece que la velocidad de la luz es constante y suprema: nada la puede superar (ni siquiera los experimentos chapuceros del acelerador de partículas del CERN).


   La teoría de la relatividad viene a decir que el espacio y el tiempo son relativos, todo depende del observador y de la cosa observada. Pero no voy a entrar en detalles sobre las teorías de Einstein, para eso ya están los libros de Física. 

   Desde luego la teoría es complicada, y en su momento, al igual que ahora, no la entendió realmente casi nadie –el que diga que la comprende en su totalidad es altamente probable que esté mintiendo–. Un periodista preguntó al astrónomo Arthur Eddington si era cierto que él era una de las tres únicas personas del mundo que entendían las teorías de la relatividad y este contestó “Estoy intentando pensar quién es la tercera persona”. 

   Es difícil de comprender pero que The New York Times, para hacer un reportaje sobre el tema, enviara al corresponsal de golf de la plantilla no ayudó a divulgar precisamente la idea. Este señor evidentemente no se enteró de nada y lo interpretó todo al revés.

Einstein con Alfonso XIII durante su visita a España. Obsérvese que casi todos los que aparecen en la foto salen con los ojos cerrados. El señor que está a la derecha del rey incluso parece estar echando un sueñecito. Quizás la foto fue tomada después de una de las "incomprensibles" conferencias del científico

   Otro periodista le preguntó en una ocasión a Einstein, ”¿Me puede usted explicar la Ley de la Relatividad?” y Einstein le contestó “¿Me puede usted explicar cómo se fríe un huevo?” El periodista, extrañado, le contestó “Sí que puedo”, a lo que Einstein replicó “Bueno, pues hágalo, pero imaginando que yo no sé lo que es un huevo, ni una sartén, ni el aceite, ni el fuego”.

   De todas formas él mismo fue quien mejor supo explicar su teoría: “Pon tu mano sobre una estufa caliente durante un minuto y te parecerá una hora. Siéntate junto a una chica bonita durante una hora y te parecerá un minuto. Eso es la relatividad”.



  De Einstein se cuentan muchas anécdotas, no todas ellas ciertas, y siempre nos muestran un personaje despistado, ensimismado en sus pensamientos –se supone que sobre Física, claro-. 

   Se cuenta en una de sus biografías que el dormitorio de Einstein era como la celda de un monje, sin cuadros ni alfombras ni ornamentación alguna. También se dice que se afeitaba con jabón de fregar y que solía ir descalzo por la casa (espero que de esto último no se entere mi hija o echaré por tierra años de pelearme con ella para que se ponga las zapatillas). No le gustaban ni los calcetines ni los pijamas. Cuentan que detestaba los puños de las camisas porque se ensuciaban y había que lavarlos frecuentemente lo que para él era una pérdida de tiempo –y eso que el tiempo es relativo–. Decía que toda posesión es una piedra en el tobillo. Un auténtico asceta nuestro Einstein.

   Otra característica, y un icono para algunos, fue su rebelde pelambrera. Parece ser que tampoco le gustaban mucho los peines y de ahí esa imagen desaliñada que tanto contribuyó a la idea de un ‘científico loco’. Otra anécdota curiosa es la que refiere que en una ocasión mientras que llovía intensamente se quitó el sombrero y lo guardó debajo de su abrigo. Alguien le preguntó por tan extraña conducta y él contestó que la lluvia estropeaba el sombrero pero no el pelo.

   Este hombre supuso, con sus teorías, un antes y un después en la Física. Tuvo algunos errores –los genios también se equivocan– pero después de casi un siglo, sus postulados siguen vigentes. Incluso se encuentran “pruebas” de lo que él ya teorizó: hace poco se registraron ondas gravitacionales.

   En cualquier caso fue un personaje peculiar y algo gamberro. Como muestra –y despedida– dejo varias frases lapidarias que pronunció a lo largo de su vida y que demuestran su excepcionalidad.

“Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”

“Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”

“La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”

Pero, para terminar, yo me quedo con la que más me gusta:

“En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento”



Albert Einstein (1879-1955)

Kirke  

Hada verde:Cursores
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