Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

28 de enero de 2023

Calma


 

Diez de marzo del año del Señor de mil quinientos y treinta y cinco

Diario de Tomás de Berlanga, Consejero de la Corona, Legado Regio y Obispo de Panamá

 

«Comienzo este diario para dejar constancia de los avatares que Nuestro Padre Celestial tiene a bien concederme y para intentar aplacar el desánimo de mi espíritu ante este incierto viaje en el que me hallo inmerso.

»Siguiendo las órdenes de mis superiores en Cristo y obedeciendo como se espera de un buen cristiano y servidor de mi congregación, pretendo cumplir con mi deber de llegar al destino que previamente fue diseñado, aunque este no sea ahora mismo el que debiera pues nos encontramos en mitad de la mar océana desconocedores de nuestra ubicación.

»Con la intención de mediar en una disputa entre dos capitanes de la corona en tierras del Perú, los señores Pizarro y Almagro, que Dios confunda por sus mezquindades, inicié un viaje desde mi sede episcopal en Panamá hacia la Ciudad de los Reyes, o Limac, o Lima pues así es como la llaman los indígenas y así se la conoce.

»Era una ruta sencilla, yo mismo diseñé la singladura pues mis conocimientos de cartografía adquiridos en Salamanca, y bajo la tutela de mis hermanos dominicos, así me capacitan para ello. Deberíamos haber arribado a puerto hace días, pero no contábamos con los vientos adversos de estas latitudes, aunque sería más acertado decir que no contábamos con la falta de vientos, ni desfavorables, ni propicios.

»Dios nos ha abandonado pues todo han sido inconvenientes. Primero, una corriente inesperada nos desvió de nuestro derrotero y luego, una calma absoluta nos mantuvo, y sigue manteniéndonos, en una quietud exasperante.

»Rezo fervientemente para que Dios Nuestro Señor nos conceda la virtud de movernos y poder ir a algún sitio, no ya a Lima, sino a cualquier lugar que nos provea de agua y alimentos pues ya se acabaron y la sed nos atormenta sin clemencia. Sé que mi orden promulga la continencia y la sobriedad, pero una cosa es ayunar voluntariamente sabiendo que en la despensa nos aguardan las viandas que darán repuesto a la vil carcasa que es nuestro cuerpo, y otra es no tener absolutamente nada que llevarse a la boca sin conocer cuándo tocará restablecerse.

»Pido perdón por mi pecado de soberbia, mas esta calma chicha (así la llama la marinería) vuelve ateo a cualquiera, incluso a los más piadosos de la grey del Señor...»

—¡Fray Tomás! ¡Fray Tomás! la voz de un muchacho interrumpió el escrito del obispo.

Monseñor, Luisillo, monseñor, que dejé de ser fraile hace muchos años, ahora soy obispo.

Perdón, Monseñor Tomás. ¡Nos movemos!

—¡Bendito sea Dios! ¿Hemos retomado la ruta prevista?

El piloto no tiene ni idea de dónde nos encontramos, pero nos movemos. Algo es algo contestó el chico encogiéndose de hombros.

Mientras que el obispo recogía los enseres de escritura pensando en retomar la historia más adelante, se oyó barullo en cubierta.

¡Tierra! ¡Tierra a babor! gritó un grumete subido a la cofa del palo mayor.

¿A babor? Yo no veo nada —contestó el piloto Bernal Zamorano mirando por un catalejo—. ¿No será a estribor? —preguntó al grumete mientras se giraba al lado opuesto de donde estaba mirando—. Llevas un año conmigo y todavía no te aclaras con los lados del barco, Lope.

—Era a babor, lo juro, pero… ¡ha desaparecido!

—Ya estamos otra vez—intervino un marinero con la dentadura mellada—. El otro día hizo lo mismo. Como vuelva a tomarnos el pelo, escabecho al grumete y me lo como.

—Tiene razón Lope. Yo también he visto la costa, pero ahora una niebla lo cubre todo —acudió en defensa del muchacho otro marinero rubio y más joven llamado Guzmán.

—Os he dicho mil y una veces que la bruma y las nubes juegan malas pasadas a la vista y que…

—¡Tierra! —interrumpió a Bernal Zamorano el grumete subido a la cofa— ¡Tierra…! ¡Otra vez!

Todos acudieron a la borda del lado donde el muchacho señalaba con el brazo.

—Yo no veo nada —dijo un marinero.

—Yo tampoco —añadió Zamorano mirando con su catalejo.

—Yo me meriendo al niñato este ¡Qué se ha creído! —espetó el mellado.

—Ahora no se ve, otra vez la niebla la ha tapado, aunque esta vez se ha movido y ha aparecido un poco más a la derecha. ¡Es una isla encantada!

—Mira chaval le vas a vacilar a tu put…

—¡Calma, señores! ¡Calma! —interrumpió el obispo al de la falta de dientes.

—Calma, precisamente, monseñor, es lo que nos sobra —intervino el piloto—. Esta inmovilidad del demonio nos está volviendo locos.

—Pero el barco ya se desplaza ¿verdad? —preguntó el eclesiástico.

—Eso parece, mas muy lentamente y no tenemos referencias para orientarnos. Recorremos lugares por los que no han transitado cristianos nunca —respondió desolado Zamorano.

—¡Tierra! ¡Tierra!

—Sí, sí, ya te hemos oído.

—Que no, que esta vez se ve bien.

—¡Yo también la veo! ¡Allí! —señaló con el brazo el rubio Guzmán.

—¡Alabado sea Dios! Recemos en agradecimiento a Nuestra Señora y a su Santo Hijo y a…

—Monseñor —le interrumpió el piloto—, mejor vamos a desembarcar antes de que la línea de costa desaparezca otra vez. Ya no tenemos ni agua ni alimentos. Los rezos pueden esperar —añadió pragmático.

Arribaron a una playa minúscula a los pies de un farallón. El paisaje era abrupto y lleno de peñascos. Grupos de cactus festoneaban la arena.

—Aquí no parece que haya mucha agua para poder beber —se lamentó Luisillo rascándose la nuca.

—La lluvia no visita estos parajes, si acaso más pareciera que de llover sean piedras y no agua —añadió el piloto observando las rocas que abundaban por doquier.

Anduvieron un buen trecho entre quebradas volcánicas y tierra seca. De vez en cuando algún lagarto salía a su encuentro. Tras caminar media mañana atisbaron una nueva playa, unos extraños bultos grises se encontraban desperdigados por la arena.

—¿Qué será eso? —preguntó Lope.

—Más rocas, como en todo este maldito lugar —respondió el marinero de la dentadura mellada.

—Pues vas a tener razón con eso de que esto es una isla encantada, Lope —añadió Guzmán—. En la cristiandad no se da que las rocas se muevan, y esas de ahí lo hacen.

Asombrados comprobaron que, lo que supusieron rocas, comenzaban a moverse lentamente hacia el agua.

—¡Son rocas con patas! —exclamó Luisillo.

—¿Qué sandeces son esas? —dijo el obispo—. Vi algunos dibujos de esas criaturas en un grabado, pero aquellas eran más pequeñas y las llamaban tortugas. Es verdad que esas de ahí son gigantes. Me recuerdan a las sillas galápagos que mi padre empleaba para montar sus caballos.

—Parecen seres pacíficos, mas no me atrevería yo a montarlos como si fueran equinos —intervino el piloto Bernal—. Ciertamente nos hallamos en una tierra muy extraña —añadió mirando en derredor—. Es como si aquí se hubiera detenido el tiempo y nada hubiera cambiado desde que el mundo nació.

—A lo mejor se puede estudiar aquí la evolución de la vida —dijo Lope mirando embobado las tortugas gigantes.

—¿Qué dices, criatura? —interpeló el obispo—. ¿Evolución? ¿De dónde sacas tú esas palabras?

—Monseñor, ya os dije que este chaval nos toma el pelo. Deberíamos haberlo tirado por la borda hace semanas —añadió el mellado.

—No sé… —se disculpó el grumete—. Como don Bernal ha dicho eso de que aquí se ha detenido el tiempo… Lo mismo se puede saber cómo era la vida antes y compararla a como es ahora.

—Mira, niño, no digas tonterías que te monto un proceso inquisitorial aquí mismo y te condeno a la hoguera —le regañó Tomás de Berlanga—. La vida es tal cual la creó Nuestro Señor. Eso que dices es herejía, así que a callar. ¿Estamos?

El joven grumete se limitó a bajar la cabeza prometiéndose no volver a hablar del tema, aunque según la idea le vino a la mente le pareció que podía ser la base de un gran descubrimiento.  

—¡Señores! Basta ya de cháchara —arengó el piloto—. Sigamos explorando hasta encontrar algún manantial y cacemos algo que llevarnos a la boca, aunque sean lagartos que algunos son tan grandes como ovejas. Debemos salir de aquí cuanto antes y retomar nuestra ruta de una santa vez.

—Con Dios mediante —interrumpió monseñor Tomás de Berlanga.

—Con Dios mediante y con la ayuda de las estrellas que parece que la noche se presentará despejada —porfió Zamorano.

—¡Qué pena! —se dijo Lope—. A mí este lugar me place, tiene un no sé qué. Me hubiera gustado quedarme aquí para observarlo todo con más calma y conocer mejor esta tierra de… galápagos.

 

NOTA: Ante la poca documentación de este descubrimiento casual (como lo han sido casi todos) he tenido que inventarme los nombres del piloto y muchos otros datos. Siento el poco rigor. Lo que sí es cierto es que el dominico Fray Tomás de Berlanga era obispo de Panamá cuando acudió a intermediar en un tema de lindes de territorios entre los pendencieros Pizarro y Almagro, se perdió en el mar y acabó en las Islas Galápagos (el origen del nombre parece ser el que cuento en el relato)*.

Los marineros llamaron a esas tierras «Las Encantadas» por la “costumbre misteriosa” de aparecer y desaparecer cuando la niebla irrumpía intermitentemente, dando la sensación de que era la tierra la que se desplazaba y no el barco. Estas islas se harían famosas cuando Darwin encontró allí datos para desarrollar su teoría de la evolución de las especies.

*Galápago (R.A.E.) 9. m. Equit. Silla de montar, ligera y sin ningún resalto, a la inglesa.


18 de enero de 2023

Circe

 

CIRCE

No debería haberme sincerado. Siempre es igual. En cuanto conozco a alguien que creo puede ser mi media naranja me abro sin tapujos y luego pasa lo que pasa.

Creí que Manuel era distinto, siempre tan atento a mis palabras, siempre obediente con mis deseos. Pero es idéntico a los demás, los que le antecedieron.

¿Que eres la reencarnación de Circe? ¿La bruja que sale en la Odisea y que convirtió a la tripulación de Ulises en cerdos?

—¡No soy una bruja! ¡Soy una hechicera! Solo utilizo mis poderes malignos cuando me enfado. Casi siempre soy benévola. Tú mismo lo comprobaste cuando te curé esa herida de la mano.

Creí que fue por la pomada que me vendiste cuando acudí a tu farmacia.

La pomada y mi conjuro fueron los artífices de la sanación.

¿En serio? ¡Estás como una cabra!

No debería haber contestado eso. Grave error por su parte.

—Lolo, cuidado con lo que dices o tendré que convertirte en un animal.

¡Ya, claro! ¡Qué miedo! Lo que tienes que hacer es ir al psiquiatra. ¡Estás loca! Y no me llames Lolo. Mi nombre es Manuel.

No, esa no era la manera de hablarme. Manuel resultó ser igual que los demás. ¡Qué lástima!

Venga, Lolo, bonito, coge la correa. Vamos al parque con tus amiguitos. ¿Oyes cómo ladran? Así me gusta. ¡Qué obediente!

De todas las mascotas que he tenido, esta es la más dócil. En eso no me equivoqué: Manuel atiende siempre a lo que le digo.


NOTA: Según la mitología griega, Circe es una divinidad relacionada con las hierbas y la brujería. Además de elaborar pócimas para sanar diferentes dolencias, también podía convertir en animales a quienes la enfadaban.



Hada verde:Cursores
Hada verde:Cursores