Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

30 de junio de 2017

Peonías rojas (Primera parte)


  Con este relato participé en un taller de escritura de 'El Edén de los Novelistas Brutos'. Se propuso un reto para los amantes de la serie de televisión Expediente-X. El reto consistía en escribir un capítulo donde los agentes Mulder y Scully tuvieran una nueva aventura. Soy una fiel seguidora de esta serie y en cuanto me enteré, me apunté sin dudarlo.

   He de agradecer a los administradores de 'El Edén de los Novelistas Brutos' que me hayan dado la oportunidad de sumergirme en un tipo de escritura que nunca hubiera intentado de no ser por ellos. Es la primera vez que escribo un relato tan largo (debía tener al menos cuatro páginas de extensión), y nunca hubiera imaginado, cuando veía aquella serie, que yo daría vida a estos dos agentes ideando un episodio. He disfrutado mucho con esta experiencia. También doy las gracias por los comentarios de los participantes apuntándome algunos fallos que he subsanado en esta versión que aquí publico.

   Y sin más circunloquios aquí os presento un nuevo Expediente-X de Scully y Mulder.



Era una mañana soleada de mayo, el calor a pesar de ser muy pronto ya empezaba a hacerse notar de manera que más pareciera ser un día propio del verano. En la cuneta de una carretera secundaria, un Mondeo Berlina negro estaba parado, en su interior se encontraban los agentes especiales del FBI, Fox Mulder al volante y Dana Scully en el asiento del copiloto.
Mientras el agente Mulder manipulaba el GPS, la agente Scully miraba con cara de resignación por la ventana lateral al mismo tiempo que tamborileaba con los dedos impacientemente el salpicadero.
—Puedo aceptar que me hayas traído hasta este recóndito rincón de Nueva Jersey sin apenas informarme del nuevo caso –comentó Scully sin desviar la mirada de la ventanilla– pero que nos hayamos perdido y sigas en tu mutismo empieza a exasperarme.
—Tranquila, Scully –respondió Mulder mientras seguía tecleando coordenadas en el navegador del auto–. En cuanto me haga con la ubicación exacta de la casa de la familia McArthur te informaré detenidamente sobre este interesante caso. No te lo vas a creer.
—A estas alturas de ti me creo ya cualquier cosa, Mulder.
—¡Ya lo tengo! –exclamó Mulder mientras ponía en marcha el coche y retomaba la ruta–. En breve te presentaré a la interesante señora McArthur o Neville, su apellido de soltera y como ella quiere que la llamen desde que enviudó. Pero antes te pongo en antecedentes.
Así, el agente Fox Mulder empezó a relatar los extraños fenómenos que desde hacía varias semanas estaban afectando a una familia del condado de Somerset y que eran la comidilla de la pequeña población de Bridgewater.
Dos meses atrás, la matriarca de la familia McArthur empezó a tener un comportamiento extraño. Marjorie Neville, de sesenta y siete años, viuda desde hacía treinta y séis y con cinco hijos, se levantaba de su cama en plena noche dando alaridos y huyendo de no se sabía muy bien qué. Con una fuerza inesperada en una mujer de su edad se zafaba de todo aquel que quería hacerla volver en sí e intentar que se calmara. Entre balbuceos inconexos y con la mirada desorbitada gritaba aterrada en una especie de trance que nadie sabía cómo describir.
Después de unos momentos angustiosos la sonámbula, pues de sonambulismo creyeron sus hijos que se trataba el mal de la señora Neville, parecía despertar del todo y entonces caía inconsciente en el suelo. Tras recobrar el sentido, Marjorie no recordaba nada pero en su rostro se reflejaba un gran temor.
Al principio nadie dió importancia a estos sucesos nocturnos, ni siquiera la propia Marjorie; todos creyeron que se trataba de pesadillas que acabarían desapareciendo con unos tranquilizantes. Pero, poco a poco, los ataques se fueron recrudeciendo, a pesar de la medicación que el doctor de la familia le prescribió, y en algunas ocasiones los balbuceos inconexos se convertían en frases comprensibles en las que la señora Neville decía “No, por favor, no lo hagáis. Tened piedad” u “Os lo ruego, soy inocente, siempre fui leal a mi señor, el rey”.
A medida que transcurrieron las semanas Marjorie recordaba imágenes sueltas de sus pesadillas, entre las que siempre había un elemento común: un hombre con el torso desnudo y una negra caperuza se acercaba a ella con un hacha enorme. A veces, la señora Neville refería que ese mismo hombre levantaba un bulto con su mano izquierda y cuando se giraba hacia ella podía ver que ese bulto era la cabeza ensangrentada de la propia Marjorie.
Ni los ansiolíticos más potentes ni los neurolépticos más fuertes de la farmacopea consiguieron hacer desaparecer semejantes pesadillas y se barajó la posibilidad de ingresarla en un hospital psiquiátrico aunque ningún especialista en la materia supo diagnosticar su enfermedad.
El sheriff de Bridgewater, Jef Burton, había realizado un curso de actualización en las instalaciones de Quantico y allí supo de la existencia de Fox Mulder, el “Siniestro”. Burton, un hombre abierto a innovadoras alternativas y angustiado porque su amiga Marjorie empeoraba a ojos vistas decidió contactar con el agente Mulder y ponerle al corriente de su comportamiento. Este no se hizo de rogar, avisó a Scully de un nuevo caso  y sin comentarle nada más se personó delante de la casa de la familia McArthur.
Antes de acercarse a la vivienda contó la extraña historia a Scully, y esta asistió al relato con cierta actitud burlona.
   —¿Me estás diciendo que hemos recorrido doscientos kilómetros para ver a una mujer que padece de un trastorno del sueño? Mulder, te dije que de ti ya me creía todo pero me parece que me quedé corta. Esta vez te has superado.
   —No, Scully. La señora Neville no padece ningún trastorno, por eso la medicación no ha surtido efecto.
   —Bien, entonces según tú ¿qué es lo que le pasa a la señora Neville? –preguntó Dana Scully entornando los ojos y ladeando la cabeza.
   —La señora Neville es la reencarnación de Margaret Pole –respondió Mulder con todo el aplomo de quien está convencido de lo que dice.
Scully miró a Mulder con una media sonrisa en la cara y con cierto aire de conmiseración dudó antes de decir:
   —Reencarnación. Ya. Margaret Pole. ¿Quién es Margaret Pole, Mulder?
Mulder sonrió abiertamente pues estaba deseando compartir con su compañera toda la información que había recabado desde que el sheriff Burton contactó con él. Saliendo del coche e invitando a Scully para que hiciera lo propio, se dispuso a contar la historia de Margaret.
   —Prepárate, Scully, para aprender un poco de Historia británica.
Y mientras Scully se apoyaba en el capó del Ford Mondeo cruzando los brazos y con una expresión irónica en la cara, Mulder procedió a relatar el triste sino de Margaret Pole.
   —En la Inglaterra del siglo XVI, la condesa de Salisbury Margaret Pole fue ejecutada acusada de alta traición al rey Enrique VIII. Su fidelidad a la religión católica y su abierta oposición a la escisión de la Iglesia por parte del monarca la pusieron en el punto de mira de la cólera real y murió decapitada en la Torre de Londres, la madrugada del 27 de mayo de 1541. 
   —Te agradezco que me documentes sobre uno de los episodios más negros de la Historia de Inglaterra, Mulder. Pero ¿qué tiene que ver esto con lo que le ocurre a la señora Neville? –argumentó Scully.
   —Tú misma te vas a contestar esa pregunta en cuanto hables con Marjorie y ella te cuente de viva voz qué sueña y qué siente. Verás cuántas similitudes tienen sus sueños con lo que le pasó a Margaret Pole –dió como respuesta Mulder a la vez que enfilaba el camino de gravilla que conducía hasta la puerta de la casa que tenían frente a sí.
Mientras los dos agentes llegaban a la casa, les salió al paso una anciana con el pelo blanco, la tez pálida y con unas grandes ojeras que ensombrecían pero que no conseguían afear los preciosos ojos azules que evidenciaban una belleza ajada pero sumamente atractiva a pesar de su edad. Con un apretón de manos firme, más propio de un varón, saludó a los agentes y se presentó como Marjorie Neville.
Tras invitarles a entrar en la casa y una vez servido un refrigerio para aliviar el calor de un mes de mayo especialmente sofocante, Marjorie contó a los dos agentes sus angustiosos sueños.
—Al principio no era capaz de recordar nada de lo que soñaba –comenzó su relato Marjorie– pero con el transcurrir de los días los sueños han ganado en realidad y definición. Siempre empieza igual: siento una presencia extraña en la habitación, como un aliento que sopla en mi cuello, me despierto, o sueño que lo hago, no estoy segura. Entonces veo entre sombras un hombre corpulento con la cabeza y el rostro completamente cubiertos con una especie de gorro horadado por dos orificios a la altura de los ojos, en sus brazos porta una enorme hacha, se acerca a mí y entonces intento escapar. Luego todo se vuelve confuso y entre brumas veo cómo ese hombre se gira hacia mí llevando en una de sus manos mi propia cabeza decapitada y en la otra mano el hacha ensangrentada.
Durante unos segundos Marjorie calló y parecía que no podría continuar, pero se repuso tomando aire profundamente y siguió hablando.
—Cada día que pasa el sueño es más real. Ayer mismo noté cómo ese hombre me agarraba del pelo mientras profería insultos, me llamaba zorra católica, traidora y me avisaba de que mi muerte sería dolorosa.
En este punto Marjorie empezó a sollozar y no pudo continuar. Mulder intentó consolarla mientras que Scully permanecía en silencio. Tras unos minutos de conversación intrascendental se despidieron de la señora Neville pues ésta estaba sumamente afectada y ya no fue capaz de aportar más información.

(CONTINUARÁ)


27 de junio de 2017

Alan Turing

   De vuelta a la normalidad voy recuperando, poco a poco, las secciones de este blog. Hoy lo hago con Demencia, la madre de la Ciencia y traigo un personaje peculiar: Alan Turing.

   Esta publicación se la dedico a mi amiga Rosa Berros pues sé que siente cierta fascinación por este personaje y además será mi regalo de cumpleaños para Rosa y casi para el propio Alan Turing pues también nació en un mes de junio. Rosa, espero que te guste esto que viene a continuación, y sin ánimo de colgarme medallas, también espero que sepas valorar mi esfuerzo porque plasmar conceptos matemáticos me supone un labor hercúlea dada mi ineptitud con esta materia.

   Los padres de Alan Turing vivían en la India británica pues el señor Turing era un funcionario de la Administración Colonial, pero quisieron que su retoño naciera en el Reino Unido y se desplazaron hasta allí cuando la señora Turing estaba en el final de su embarazo. Alan nace el 23 de junio de 1912 en Paddington. Al poco tiempo toda la familia vuelve a la India y es allí donde pasa su niñez.

   En el colegio da muestras de una gran capacidad para la química y las matemáticas y se aficiona a correr llegando a realizar travesías de muchos kilómetros. También tiene una gran capacidad para rebelarse y mostrarse indómito ante algunas reglas y normas de la escuela lo que le da bastantes problemas.

   Regresa a Gran Bretaña y estudia en un internado de Dorset. Allí conocerá a un compañero, Christopher Morcom, que se convertirá en su primer amor. Éste muere de tuberculosis dejando a Alan sumido en la tristeza y en el desconcierto.

   Alan es un estudiante excepcional en las materias científicas, pero tiene un grave problema: no le gustan los clásicos. Dado que la educación de aquel entonces se basaba principalmente en el estudio de estas asignaturas, Turing suspende y no consigue una nota adecuada para ingresar en el Trinity, teniendo que conformarse con estudiar en el King’s College, su segunda opción.
   Tras graduarse se va a la Universidad de Princeton (EEUU), allí trabaja con el matemático Alonzo Church y juntos desarrollan diferentes teorías que revolucionan el campo de las matemáticas.

   Ahora voy a hacer un inciso. No me gustan las matemáticas, mi rechazo se basa principalmente en que no las entiendo. Al documentarme sobre la obra de este personaje he intentado entender algo, pero los conceptos en los que se basan sus estudios son inalcanzables para mí. Durante horas he buceado en diferentes fuentes para comprender qué hizo Turing, pero fue en vano: no me he enterado de nada.  No obstante, voy a poner aquí lo que yo he colegido de mis indagaciones y entrecomillaré lo que no comprendí (que fue casi todo).

   En los años 30 del siglo pasado, y en los ámbitos matemáticos, estaba en boga el Entscheidungsproblem o problema de decisión, este problema consistía en “un reto en lógica simbólica para encontrar un algoritmo general que decidiera si una fórmula de cálculo de primer orden es un teorema”. Church y Turing demuestran que es imposible escribir tal algoritmo. Supongo que tendrán razón, para mí ya es completamente imposible entender el enunciado del problema.

   De esto nacen dos conceptos: función computable y máquina de Turing y que se pueden resumir en “Todo algoritmo es equivalente a una máquina de Turing”, lo que viene a decir que “cualquier modelo computacional existente tiene las mismas capacidades algorítmicas, o un subconjunto, de las que tiene una máquina de Turing”. Partiendo de la base de que no entiendo qué es un algoritmo, no tengo ni idea de qué es la máquina de Turing.

   Parece ser que esa máquina es capaz de resolver problemas matemáticos que se representan mediante algoritmos y esto debe de ser muy importante porque al día de hoy la máquina esa se sigue estudiando en la teoría de la computación (habría puesto en qué consiste esa teoría si la hubiera entendido, pero no fue el caso).

   Además de la máquina de Turing, Alan trabaja con otros conceptos, igual o más enrevesados, como la hipercomputación (no entiendo muy bien lo que es la computación, así que la híper ni lo intento), la máquina oracle (esta máquina parece ser que resolvía los problemas que no podía resolver la máquina de Turing o los que no tienen algoritmos o algo así), los números definibles, etc.

   Turing crea el test de Turing (por lo que se ve este hombre poniendo nombres a sus creaciones no era muy original). Este test consiste en una prueba para catalogar a una máquina en “sensible” o “sintiente”. Llegados a este punto, confieso que estoy muy deprimida, porque no solo no entiendo los conceptos matemáticos, ahora tampoco entiendo los semánticos. El caso es que una variante de esta prueba dio lugar al test captcha que aunque no sé en qué se basa sí utilizo muchas veces cuando tengo que entrar en algunas webs donde quieren asegurarse de que soy un ser humano y no una máquina.


   Pero a Alan Turing se le conoce principalmente por desencriptar la máquina Enigma de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. La máquina Enigma era la que se encargaba de encriptar los mensajes que se intercambiaban los alemanes, de forma que si eran interceptados por el enemigo no era posible saber qué decían. Turing crea una máquina que efectúa cálculos combinatorios rápidamente y que consigue romper el código encriptado. Su aportación fue decisiva y dicen que consiguió acortar la guerra más de dos años.

   Después de esta actividad Alan es un matemático reputado y considerado en los círculos científicos. A finales de los años cuarenta es director del laboratorio de computación de la Universidad de Manchester.

    Sin embargo, todo se viene abajo cuando un amante despechado ayuda a un cómplice a entrar en la casa de Alan para robarle. Turing denuncia a la policía pero en la investigación sale a la luz su homosexualidad. Es entonces cuando el denunciante se convierte en denunciado y es procesado por comportamiento indecente. Tras el juicio es declarado culpable y le ofrecen dos salidas, a cual más denigrante: ir a la cárcel o someterse a una castración química. Elige la segunda pero los estrógenos que se inyecta le producen graves alteraciones fisiológicas. Alan vive recluido en su casa, sin apenas vida social y completamente desmoralizado.

   Dos años después del juicio, en 1954, Alan Turing aparece envenenado en el laboratorio de su domicilio. Hay varias versiones sobre su muerte. Oficialmente se trata el deceso como un suicidio, aparece una manzana mordida y dicen que contenía cianuro, por lo que las autoridades deducen que, incapaz de soportar el ostracismo al que fue sometido por su tendencia sexual, decidió acabar con su vida. Su madre, en cambio, siempre defendió que el almacenamiento de sustancias tóxicas en ese laboratorio fue el causante de una muerte accidental. Hay otros autores que van más allá, y piensan que Alan Turing fue asesinado por los servicios secretos, sus conocimientos relacionados con el espionaje podían ser peligrosos.

   El caso es que un genio de la ciencia que contribuyó con sus aportaciones a acortar una guerra y que sentó las bases de lo que hoy conocemos como informática, fue abandonado, relegado y humillado por no seguir los convencionalismos de su época, por querer vivir a su manera, por ser él mismo al fin y al cabo.

   En 2013, sesenta y un años después de la condena, el gobierno británico decidió indultar al científico y restaurar su buen nombre. Los ingleses, como siempre, haciendo alarde de su flema y de una diligencia que deja mucho que desear.

   Por cierto, dicen que el emblema de Apple, la manzana mordida, es un homenaje que quiso hacer Steve Jobs a Alan Turing.



   NOTA: Al inicio de la publicación comenté que aprovechaba este mes de junio como el mes del nacimiento de Turing y el de Rosa, para dedicarles esta entrada. Este mes de junio, y en esta semana precisamente, se celebra el World Pride en Madrid. Teniendo en cuenta los motivos que posiblemente acabaron con la vida de Alan Turing, aprovecho para apoyar con esta publicación la reivindicación de este movimiento. Estos días mi ciudad se convierte en la capital mundial de la tolerancia, algo de lo que me siento muy orgullosa.

21 de junio de 2017

La vida invisible de Eurídice Guimäo

   Esta es la historia de Eurídice y de su hermana Guida en el Brasil de los años 40-70 del siglo pasado. 

   Eurídice es una mujer brillante pero su luz se ve apagada por el escenario en el que el destino la ha colocado. Un escenario donde las mujeres no pueden pensar, no lo necesitan porque para eso ya están los hombres. 

   Pero Eurídice no solo puede pensar, lo hace y se da cuenta de que puede hacer muchas más cosas que las que la vida le asigna por su papel de mujer, madre y ama de casa. Porque capacidad no le falta, "si hubiera tenido delante un papel en blanco habría escrito clásicos pero la vida le puso delante calzoncillos sucios".

   Vencida por el peso de la realidad se doblega, se pliega a la opinión de su marido "que no tiene buena opinión de su mujer en particular y de ninguna mujer en general". En su sumisión cambia sus propios sueños por los que sus padres tenían para ella. Hace de la vida doméstica su misión en la vida. Aun así tiene iniciativas, primero crea recetas gastronómicas propias y elabora un recetario, luego se vuelca en la costura, ahí también muestra su creatividad confeccionando modelos salidos de su imaginación y de su mente activa.

   Pero harta de que en su vida nunca pase nada se pregunta si acaso la vida es eso.

   Guida, su hermana mayor no se pliega a los convencionalismos y se muestra más rebelde, pero esa rebeldía la condena al ostracismo y al repudio de su propia familia. Su indisciplina la hace más vulnerable y la expone a más peligros.

   Pero esta novela no solo es la historia de estas hermanas. Es la historia de muchos más personajes. Es la historia de Zélia, la chismosa del barrio, con una infancia marcada por la desaparición de su padre y con un matrimonio lastrado por el aburrimiento y un marido anodino y pusilánime. Es la historia de Antônio, el dueño de la papelería, un hombre dominado por su madre. También es la historia de Joao, el farmacéutico; de Amina, la dueña de la mercería; de Filomena, una ex-prostituta reconvertida en niñera; de Marcos, un joven criado entre algodones que al abandonar la protección familiar no sabe enfrentarse a la vida, etc, etc.

   Porque esta novela es un compendio de historias, donde cada personaje tiene un pasado y esas historias propias condicionan todos sus actos y en cierta manera los explica. Porque cada uno somos lo que hemos vivido y vivimos según lo que somos.

   Con una imaginación desbordante y una extraordinaria capacidad para idear, la autora cuenta con un lenguaje fluido, muy rico en expresiones y cierta ironía la vida de Eurídice, su hermana Guida y todo un amplio elenco de personajes.

   Desde la primera página el lenguaje tan bello y el tono irónico me enamoró, supe antes de terminar el primer capítulo que esta lectura me iba a encantar, y no me equivoqué. 

   Esta novela trata de la vida de Guida y Eurídice, y también del discurrir de la vida de diferentes personajes. Un discurrir apacible con algunos eventos que alteran esa apacibilidad, con puntos de inflexión que sirven para recapitular y hacer examen para preguntarse si lo que se está haciendo es lo que realmente se quiere hacer, si en lo que uno se ha convertido es lo que realmente uno quiere ser.

   Una reflexión para hacerse, en definitiva, una pregunta: ¿esto es la vida? Interesante pregunta y terrible también.




     
    

18 de junio de 2017

Doctoranda al borde de un ataque de nervios (y XVIII)

En el otro plato de la balanza


    Durante seis meses me he dedicado a contar las penurias pasadas al realizar mi tesis, durante seis meses me he lamentado y me he desahogado contando los inconvenientes de escribir una tesis doctoral.

    Una vez terminada, entregada y defendida la dichosa tesis y ya con mi flamante título de doctora en Farmacia bajo el brazo concluiré esta serie con una última publicación completamente diferente a lo acostumbrado en esta saga. No me voy a quejar, todo lo contrario.

   Porque en el otro plato de la balanza se encuentran muchas cosas buenas y que compensan sobradamente todo lo malo que haya podido sufrir. 

    No soy amante de la mal llamada fiesta nacional, los toros, pero sé que forma parte de nuestra cultura y muchas expresiones tienen que ver con ese espectáculo. Dado que uno de mis directores me dedicó unas palabras donde utilizó un símil taurino para alabarme como una torera valiente, voy a despedir esta serie de “Doctoranda al borde de un ataque de nervios” como si de una tarde de toros se tratara.

   He tenido que lidiar con una falta de “p” significativas en mis resultados, con revisores malintencionados que me han rechazado artículos y me han amargado la existencia, con citas bibliográficas, con diferentes versiones y correcciones que a punto estuvieron de ingresarme en un hospital psiquiátrico, con la burocracia, con Murphy y su maldita ley que se ensañó conmigo hasta el último momento, etc.

   Pero nada de todo esto pudo abatirme. Aunque el toro era de una ganadería muy brava conté con una buena cuadrilla que siempre estuvo al quite evitándome más de una cornada y que me enseñó cómo se ha de torear.

   Realizar la tesis implica un aprendizaje, una experiencia investigadora que hace del doctorando alguien más capacitado en cuanto a conocimientos, y así fue conmigo. Aprendí muchas cosas y ahora soy más sabia que cuando empecé.

   Ahora sé qué buena calidad profesional tienen todas las personas que de manera esporádica o permanente han trabajado a mi lado. Sus conocimientos y su generosidad para compartirlos conmigo me han servido de mucho.

   Ahora sé qué es el compañerismo, cuánto conforta una palabra amable, qué importante es saber que en las penurias hay alguien dispuesto a consolarte, a echarte una mano si te ves agobiada o simplemente a estar ahí, para lo que haga falta. Sé cuánto vale una sonrisa de ánimo o un gesto cómplice.

   También aprendí a regalar mi tiempo, a arrimar el hombro cuando es necesario y ayudar en lo que se pueda. Es muy gratificante saber que mi modesta aportación ha servido de ayuda.

   En este montón de cosas positivas se encuentran unos buenos directores, que me han asesorado, me han encaminado y me han animado. Me han enseñado que la investigación es una labor donde hay que demostrar rigor, responsabilidad y un trabajo constante y esforzado. Además con uno de ellos he establecido un vínculo que va más allá de lo estrictamente académico hasta el punto de crear lazos de amistad donde hemos compartido aficiones comunes como nuestro amor por las letras.

   He aprendido a compartir los malos momentos y también los buenos, el éxito de un compañero se convierte en propio y al igual que nos lamentamos de los resultados negativos, celebramos las situaciones alegres. Una publicación aceptada, una tesis entregada, una beca o un proyecto de investigación conseguido es un éxito compartido y celebrado por todos, independientemente de quién sea el protagonista del logro.

   Me he dado cuenta de algo que ya sabía pero que con esta tesis ha quedado más de manifiesto: tengo una familia maravillosa. Un marido que se hace fan de mis ídolos científicos y se acerca a ellos en busca de un selfie, una hija que ha resultado tener un radar especial para saber cuándo andaba necesitada de uno de sus abrazos, un padre orgulloso que se emociona cada vez que oye que su hija ya es doctora. En fin, que me ha tocado la lotería con ellos.

   Además he contado con el apoyo de una afición que desde el tendido de sol me ha animado con constantes “olés”, que han sacado los pañuelos para pedir trofeos y siempre dispuestos a pitar al palco taurino ante la eventualidad de que no me dieran las dos orejas y el rabo (con perdón). Ese respetable público habéis sido vosotros, los que por aquí me leéis.

   Entre la cuadrilla, el respetable y el apoyo de familia y amigos conseguí mi tarde de gloria saliendo por la puerta grande a hombros y con dos orejas y el rabo (con perdón).

   Pero antes de salir definitivamente de la plaza de toros me gustaría animar a todos aquellos que anhelan alcanzar una meta. Quiero decirles que al toro hay que mirarle de frente y plantarle cara, solo así se le puede vencer y aunque cabe la posibilidad de recibir alguna cornada, enfrentándose a él uno se da cuenta de lo que es capaz.

   Y ahora sí, dejo los trastos de matar. Me corto la coleta y desde hoy me dedicaré a ver los toros desde la barrera. O puede que alguna vez salte al ruedo en plan espontáneo. Nunca se sabe.

   En cualquier caso esta saga queda finiquitada. Gracias a los fieles seguidores que habéis soportado mis cuitas, gracias por ser tan generosos con vuestro tiempo y vuestros ánimos. Esta publicación va dedicada a todos vosotros.

   Va por ustedes, señores.

Glosario




15 de junio de 2017

Las vírgenes suicidas


   Nueva entrega de la sección Alalimón.

Las vírgenes suicidas, escrita por Jeffrey Eugenides
Las vírgenes suicidas, dirigida por Sofía Coppola, reseña de Chelo aquí.


 
    Una pequeña localidad norteamericana se ve conmocionada cuando un niña de 13 años intenta suicidarse. La conmoción y las especulaciones que se desatan no han hecho más que comenzar porque este será el inicio de una serie de sucesos luctuosos que se ceban en una familia: los Lisbon. En el intervalo de pocos meses las cinco hijas de esta familia, y que tienen entre 13 y 17 años, terminan quitándose la vida. Que nadie piense que acabo de destripar la novela porque esta información aparece en el primer párrafo del libro.

   Un chico que creció con ellas en el mismo barrio, y que fue testigo de estos hechos desgraciados, cuenta varios años después y en forma de crónica cómo se desarrollaron los acontecimientos. Aunque tampoco tengo muy claro que la intención de este testigo narrador sea esa, porque a lo largo de toda la novela se cuentan muchas cosas pero no todas relacionadas con el suicidio de las hermanas Lisbon, o puede que sí.

   Mi dudas se deben a que estuve perdida durante la mayor parte de la lectura. La forma narrativa me recordó en algunos momentos al realismo mágico de otros autores pertenecientes a países más al sur de EEUU. Abundan detalles absurdos y se cuentan situaciones rocambolescas como una huelga de enterradores que dura más de un año, la utilización de un farolillo chino que parpadea siguiendo un código Morse pero que nadie entiende porque el mensaje está en chino o la información sobre el tamaño más frecuente de los ataúdes.

   Supongo que en un intento por comprender la tragedia, también se nos suministran datos de la familia Lisbon, como una lista de la compra, el color de las bragas de las hermanas, qué tipo de tampones usaban o el estado de limpieza de las sábanas de sus respectivas camas. Además se ameniza todo esto con informaciones accesorias y minuciosas como la tala de los olmos para prevenir plagas, una comparativa entre las colas de las moscas del pescado y las de las langostas o cómo saber qué hora es por el sabor de los eructos.

   Además, no sé si mi ejemplar era una mala traducción del original, pero algunos párrafos me parecieron farragosos e incomprensibles, aunque puede que fuera yo que, una vez que me pierdo en la lectura, me cuesta ubicarme y entender.

   Lo normal, cuando se empieza esta novela, es preguntarse por qué se suicidaron todas las hermanas Lisbon, yo también me lo pregunté, pero a medida que avanzaba en su lectura me vinieron otras preguntas más importantes: ¿esto es una novela? ¿una crónica? ¿qué es? ¿qué pretende contar el autor realmente? Terminé el libro y esas preguntas quedaron sin respuesta. 

   También me hice otra pregunta más: ¿cómo se puede hacer una película de este libro? Pero esta pregunta no se va a quedar sin respuesta porque me voy a leer la reseña de mi compañera Chelo. Menos mal.





   

   
   

   

11 de junio de 2017

Por qué creemos en cosas raras

    Ahora que todo está volviendo a la normalidad retomo una actividad de este blog (la primigenia): hacer reseñas. Aunque esta reseña que ahora traigo no es una reseña en su sentido más estricto pues tiene mucho de reflexión.

   Durante la escritura de la tesis y dado que estaba plenamente poseída por la ciencia me leí este libro. No es una novela, es un ensayo donde se analizan diferentes aspectos relacionados con la investigación científica pero también donde se reflexiona sobre determinadas actitudes irracionales por parte de algunas personas que se empeñan en sustentar estas posturas dándoles un barniz científico y confundiendo, a propósito o no, a muchos otros en su afán de explicar lo inexplicable.

   El autor, Michael Shermer, es un historiador californiano y editor de una revista dedicada a investigar fenómenos sobrenaturales, Skeptic. También es famoso por su participación en debates televisivos donde se habla de religión y sucesos paranormales. Pero Shermer es ante todo un defensor a ultranza del escepticismo, algo que yo comparto con él plenamente.

   El escepticismo está definido en muchos libros pero creo que se podría resumir con esta frase: 
Si no me lo demuestras, no me lo creo”

   A partir de esta premisa Shermer cuenta cómo la ciencia es una herramienta muy útil para practicar el escepticismo. Todas las alusiones a la ciencia son muy buenas y dan muestra de lo bien que entiende este hombre lo que es la investigación y el método científico.

   El autor hace un repaso a distintas teorías o movimientos que intentan explicar fenómenos extraños con explicaciones más extrañas aún. La telepatía, las abducciones, las apariciones espectrales, y muchos temas más son analizados y cuestionados por Shermer. Ojo, él no niega la existencia de extraterrestres, de fantasmas, de poderes mentales o de dioses, él solo argumenta que por el momento nadie ha demostrado que existan. 

   Y es que el autor tiene muy claro que ciencia y creencia (entiéndase como creencia un concepto mucho más amplio que el de religión) no pueden estar juntas, han de ir separadas. De hecho son totalmente opuestas, mientras la ciencia evoluciona y cambia constantemente pues es provisional y está sujeta a nuevos conocimientos, la creencia no corrige, se perpetúa permaneciendo en esencia inmutable y se basa en la fe.

   Cada uno puede creer en lo que quiera pero lo que no es admisible es intentar dar validez a una creencia adornándola con explicaciones falsamente científicas. 

    Echa por tierra muchos axiomas falsos, como el que dice que todo es verdad hasta que se demuestra lo contrario. No es cierto. Toda verdad ha de demostrarse, de no ser así no es tal.

     Yo me declaro una escéptica de tomo y lomo. 

   Pero escéptico no es lo mismo que cínico, cuidado. Normalmente, los escépticos explican (explicamos) con razonamientos naturales los fenómenos aparentemente sobrenaturales; y cuando no hay razonamiento que valga ante un fenómeno extraño lo dejamos ahí, en el apartado de “por explicar”, ni más ni menos. Por eso el método escéptico es circunstancial, solo se mantiene hasta que aparece una explicación razonada.

   En este libro se hace también un estupendo análisis de cómo determinados sectores se aprovechan de la “necesidad de creer en algo” que tiene nuestra sociedad, cómo la realidad nos presiona y nos hace más crédulos convirtiéndonos en víctimas para algunos gurús oportunistas. Esto es una evidencia que no se puede soslayar, pero también propone un remedio: el conocimiento que es poder y un buen antídoto para el veneno de los embaucadores.

   En cualquier caso lo que también defiende Michael Shermer es pensar por uno mismo. Podemos creer, podemos explicar, pero siempre con criterio propio y para eso es necesario conocer, saber, indagar e incluso errar. Aunque esta postura es agotadora, pero ser humano consiste en pensar.

“Hay que estar eternamente en guardia, es el precio por nuestra libertad. Ser críticos con todo credo que esté basado en la supresión del pensamiento”




6 de junio de 2017

Doctoranda al borde de un ataque de nervios (XVII)

Sí se puede (We can do it)


    Dicen que no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista. Mi mal de tesis ya llegó a su fin, fue ayer y fue apoteósico.

    Quizás apoteosis pueda parecer un término exagerado para referirme a lo que ayer ocurrió, pero para mí no lo es. Dados los antecedentes en cuanto a contratiempos que referí en la publicación anterior todo podía pasar; pero no ocurrió nada malo, aunque los inicios parecían indicar lo contrario.

   Nada más salir de casa miré al cielo, comprobé que estaba despejado y lucía un sol espléndido por lo tanto que hubiera una tormenta que anegara la universidad no parecía probable y tampoco hacía nada de aire así que lo de que se desatara un huracán tampoco era de esperar.

    La lectura estaba programada para las 12 de la mañana, yo llegué con bastante antelación, comprobé que el ordenador y el proyector funcionaban correctamente y me dispuse a desayunar en la cafetería de la facultad; no tenía mucho apetito pero quería tener algo en el estómago y ahuyentar la posibilidad de que me diera una lipotimia durante la exposición y ofrecer un espectáculo extra a los miembros del tribunal (y al resto del público asistente).

    Cuando faltaba más o menos media hora y ya dentro de la sala, una ayudante del departamento se me acerca y me pregunta dónde está el secretario del tribunal, que tiene que darle unos documentos y no lo encuentra. Confieso que varias luces de emergencia se encendieron en mi cabeza. Pero solo fue un momento porque el secretario apareció por el pasillo. Menos mal.

   Cuando ya estaban todos los miembros del tribunal sentados y listos para comenzar, mi director número UNO se acercó a la mesa para colocar uno de los micrófonos y al hacerlo tropezó con el cable del que yo tenía en el atril con lo que el ordenador, la pantalla y el propio micrófono a punto estuvieron de desconectarse y encima dar con mi director en el suelo. No pasó nada pero yo empecé a temblar pensando que aquello no era un buen augurio.

   Pero todo salió a las mil maravillas y todas las desgracias que mi mente angustiada (y enferma) imaginó que pasarían no se hicieron realidad. Mi lengua no se convirtió en estropajo, el suelo no se abrió bajo mis pies, el techo no se desplomó y no se desató ningún cortocircuito con incendio incluido.

    Aunque sea una inmodestia, mi exposición fue correcta, no sé cómo lo hice pero me centré en lo que tenía que decir y me aislé de todo lo demás. Menos mal que el incendio de mis pesadillas no tuvo lugar porque me habría achicharrado de tan absorta como estaba. 

   Al terminar, el tribunal me felicitó y me premió con media hora extra de preguntas. Es decir, lo normal es que después de defender la tesis, el tribunal pregunte más o menos durante unos treinta minutos. A mí me tocó el doble. La verdad es que no me importó porque, y contra todo pronóstico, me sentí muy cómoda y casi lo vi más como un diálogo que como un interrogatorio. Por cierto, una de los miembros que sigue esta serie y aludiendo a la publicación en la que bromeaba y me quejaba sobre las “p” de mi tesis me hizo una dedicatoria que no puedo evitar reproducir aquí:

“Usted se queja de tener pocas “p” pero no es verdad, tiene muchas. Perfección en la realización de la tarea. Pasión por la ciencia. Perseverancia y paciencia, y ante todo profesionalidad. Además una preciosa presentación. Y para mí un placer y un privilegio haber podido estar aquí.”

   Confieso que se me saltaron las lágrimas y hube de tragar varias veces saliva para poder agradecerle esas bonitas palabras (con tantas “p”).

   Tras las deliberaciones pertinentes se me otorgó la máxima calificación: Sobresaliente Cum Laude.
Insignia de Doctor en Farmacia

   Después del acto académico oficial vinieron las felicitaciones de quienes tuvieron la amabilidad de estar presentes en el evento; abrazos, risas, alguna lagrimita y mucha alegría se repartieron a diestro y siniestro. La verdad es que yo me encontraba como en una nube, aún lo estoy, y algunas cosas las recuerdo envueltas en una nebulosa.

   Recibí también muchos regalos. Mi marido y mi hija me regalaron la insignia que me distingue como doctora en Farmacia, una amiga un colgante de una menina (tengo predilección por esa figura), mi director número uno y una compañera un collar precioso y mis compañeros de laboratorio un bolígrafo de Swarovski con un pen-drive incluido (elegancia y modernidad pueden ir de la mano) y algo que me dejó con la boca abierta: los primeros ejemplares impresos de la serie Doctoranda al borde de un ataque de nervios, además dentro tenía unas preciosas dedicatorias que me emocionaron. También me regalaron una “versión diferente” del cartel con el que he estado firmando esta serie y que podéis ver al final de esta publicación.


   Mi director número UNO, me dedicó unas palabras y utilizando un símil torero, me dijo que yo era de las que salía a torear al centro de la plaza, de las que iba a enfrentarme al toro de cara y sin rehuir la pelea, en clara alusión a las luchas con mis resultados y con los elementos varios que me obstaculizaron, pero no impidieron, que escribiera la tesis. Me sentí halagada y encantada, qué queréis que os diga.

   Según hablaba pensé que quizás mi futuro, ahora que ya estoy sin ocupación, podría ser el toreo; pero no. No me gusta el maltrato que sufren los pobres animales y sobre todo, y más importante, soy cobarde y a mí esos toros me dan pavor incluso cuando los veo en la tele.

   Más tarde, el tribunal, mis directores, mi marido y la recién y novísima doctora, o sea yo, nos fuimos a comer a una localidad cercana: El Pardo. El restaurante elegido estaba situado al lado del río Manzanares. Elegí ese lugar por ser un sitio tranquilo y agradable y porque el tener el río cerca me suponía una posible herramienta de venganza en el caso de que algún miembro del tribunal me tratara mal. Una mala caída desde el puente que cruza dicho río podría tomarse como un accidente y no levantaría sospechas. O puede que sí. Afortunadamente no tuve necesidad de recurrir a medidas tan drásticas y la comida transcurrió sin incidentes.

Mis compañeros de penurias y alegrías

    Y aquí estoy, después del día D, algo descolocada y como en estado de shock, como que no me lo creo aún. Tantas penurias, tantos agobios, tantos momentos malos (y buenos que contaré en otra ocasión) ahora me parecen como un sueño irreal, como algo perteneciente a otra dimensión.

   Supongo que poco a poco aterrizaré y volveré al mundo normal. De momento me encuentro en una especie de nube donde se está estupendamente y sin ninguna gana de bajar. Creo que me quedaré por aquí unos días a ver si me relajo, que buena falta me hace.



1 de junio de 2017

Doctoranda al borde de un ataque de nervios (XVI)

Maldita Ley de Murphy


   Hace tiempo que vengo quejándome de mi mala suerte, también es usual en mí decir que conmigo la ley de Murphy más que cumplirse, se ensaña. Por desgracia, y en estos últimos días antes de defender mi tesis, esa maldita ley no solo se ensaña, es tal el acoso y derribo que tiene con mi persona que me estoy planteando seriamente conocer al tal Murphy y cargármelo de una santa vez.

   Tenía en mente publicar dos entradas más de esta serie ‘Doctoranda al borde de un ataque de nervios’, una explicando cómo fue la defensa y la última despidiéndome de la serie y de la tesis. Pero una propone y el destino dispone. He tenido que reconsiderar mi planteamiento y aquí estoy escribiendo una publicación con la que no contaba. Una entrada para quejarme de mi maldita mala suerte, del mal fario o de los duendes revoltosos (y cabrones) que me están amargando estos últimos días de la tesis y para desahogarme, porque no sé qué hice en otra vida para merecer este último martirio añadido.

   Ya el día de la entrega de la tesis tuve mi buena dosis de adversidades (Parirás con dolor) pero desde que el Rectorado aceptó mi tesis y dio luz verde para defenderla todo han sido contratiempos. Al principio, y siempre en la idea de que lo peor ya había pasado, no les di demasiada importancia. Nunca he creido en el mal de ojo, pero ayer llegó un punto en el que mis firmes convicciones al respecto se tambalearon y hoy ya estoy decidida a acudir a un santero o a quien se encargue de sanar esto que me pasa para que me libre del cenizo de estos últimos días.

Empezaré por los primeros síntomas.

   Desde hace meses una amiga y una prima mía tenían pensado asistir a mi defensa, a ellas les hacía ilusión y a mí también. Resulta que a mi amiga le han cambiado la jefa en el trabajo y no va a poder pedir permiso, y a mi prima una pequeña intervención quirúrgica que tenía programada para septiembre se la han adelantado y tampoco podrá ir. Además, una compañera de laboratorio puede que tampoco pueda acudir porque ingresan a su suegro dentro de poco. Vosotros pensaréis que no es para tanto, y lo mismo pensé yo en ese momento. Ahora, visto lo visto, creo que fue una señal.

   Cuando el Rectorado me confirmó el tribunal lo primero que hice fue elegir una fecha que les viniera bien a todos los miembros elegidos; el día apropiado era el 5 de junio. Después de este trámite toca reservar aula para exponer la defensa. Yo estaba en la idea de un aula chiquitita, donde no hay capacidad para muchas personas pero la cercanía que da el poco espacio hace más relajado el ambiente. Pues bien, resulta que la semana del 5 de junio se celebran las pruebas de selectividad y muchas de esas aulas ya estaban pilladas por otros doctorandos que no podían usar las que se emplearían para los exámenes de ingreso a la universidad. Total, que tuve que conformarme, y gracias, con el Salón de Actos, es decir, la sala más grande de toda la facultad. ¿No querías caldo? Toma tres tazas. Tiene capacidad para casi doscientas personas y en la mesa del tribunal podrían comer los invitados a una boda gitana.

   Después de realizar la defensa se prepara un ágape en el departamento para picotear con los compañeros, los amigos y familiares que han asistido al evento. Luego, es tradición invitar al tribunal y a los directores de la tesis a una comida en un restaurante. Yo tenía pensado llevarlos a comer a uno que se encuentra dentro del Museo del Traje, que además de estar muy cerca de la facultad (solo hay que cruzar la avenida que pasa al lado del edificio) tiene unos menús muy buenos y económicos. Pero resulta que el día 5 de junio cae en lunes y los lunes algunos museos, como el del Traje, cierran.
Así que tuve que buscar otro lugar alternativo; un sitio próximo a la universidad, de lo contario podemos comer a la hora de la merienda,  donde se pueda aparcar fácilmente y donde no elijan el lunes como día de descanso para el personal. Encontrar un sitio que cumpliera todas estas premisas me costó lo mío.

   A pesar de estos indicios todavía no estaba en la idea de que algo se estaba torciendo irremisiblemente. A veces puedo ser muy optimista o más bien muy tonta.

Pero todavía quedaban más cosas por salir mal.

   Este martes, a falta de cinco días para la defensa y a las siete y media de la tarde, recibo una copia del correo de un miembro del tribunal comunicando a uno de mis directores que se ha puesto enfermo y que no podrá asistir a la presentación. En ese momento intenté serenarme a pesar de que yo notaba cómo mi cerebro empezaba a lanzar señales de alarma; respiré hondo y me dije: tranquila, Paloma, para casos así el Rectorado elige a los vocales suplentes, para sustituir a quienes por un motivo u otro no pueden acudir. Efectivamente, los suplentes están para sustituir a los que no pueden acudir… o para ponerse enfermos a la vez que el titular, que es lo que le pasó al que yo tenía en la reserva.

   Cuando al día siguiente se puso en conocimiento del Decanato que un titular y su suplente debían renunciar, por enfermedad, a formar parte del tribunal de una servidora, no se lo podían creer. Los trámites que siguieron a esta improbable, que no imposible al menos conmigo, eventualidad los realizaron la presidente del citado tribunal, la vicedecana de doctorado y mi director (adelanto que con resultados satisfactorios).

   Mientras, yo debía ensayar en el Salón de Actos, y allí la maldita mala suerte, el mal fario o los duendes revoltosos (y cabrones) volvieron a visitarme.  Conmigo estaba un técnico de medios audiovisuales para que me configurara el ordenador con el proyector de una manera concreta. El caso es que, cuando el técnico se agachó a desenchufar un conector, se arreó terrible golpe en la rodilla y se tiró en el suelo aullando de dolor y sin poder levantarse. Yo me lo quedé mirando como un pasmarote mientras decía por lo bajini “Esto no puede estar pasando. Esto es una pesadilla”, creo (no estoy segura) que me santigüé y todo. Tras unos minutos de indecisión por mi parte, pues no sabía si llamar al SAMUR o a un exorcista, el técnico consiguió levantarse pero ya no estaba en condiciones de configurar nada.

   De momento la cosa anda así. Todavía faltan tres días para que llegue el ya temido día 5 y aunque ya suponía que estaría nerviosa lo que no podía imaginar es que estaría muerta de miedo, pero no por lo que me pueda preguntar el tribunal (que también) sino porque no sé si sobreviviré a la experiencia. Me he fijado en el techo del Salón de Actos y no he detectado ninguna grieta, ese día los meteorólogos no pronostican ningún huracán ni fenómenos atmosféricos adversos, y desde ayer miro varias veces una calle antes de cruzarla, aunque sea peatonal.

  Después de todas las posibles desgracias que se me están pasando por la cabeza, lo de que el tribunal me acribille con preguntas difíciles me parece lo de menos y hasta deseable antes que otras cosas peores.

   Puede que esté somatizando mi nerviosismo en forma de mala suerte, pero si es así, yo me pregunto qué culpa tienen los miembros del tribunal que se han puesto enfermos (y el técnico lesionado).

   O puede que todo esto sea un mecanismo de defensa de mi psique enferma por la tesis y que se centra en estos hechos negativos para que mi mente se desvíe de la obsesión principal: meter la pata ante el tribunal. He estado mirando y no hay literatura al respecto, pero no lo descarto.

   De todas formas, si alguien ha visto a Murphy que me lo diga porque lo estoy buscando.


NOTA: Esta publicación está dedicada a Juana (presidente de mi tribunal) y a Begoña (vicedecana de Doctorado) por ser tan diligentes y eficaces  gestionando crisis. Mi más sincero agradecimiento para las dos.
Hada verde:Cursores
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