Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

17 de marzo de 2024

No fue para tanto

 


Qué mal llevan algunos que se les contraríe. Desde luego hay que tener mucho cuidado cuando se hace oposición. Milenios llevo pagando mi indisciplina y, de verdad, no fue para tanto.

Sigo pensando que mi rebeldía estaba fundamentada. Tanta norma y orden estrictos me pareció excesivo. Yo solo quería algo más de relax y un poco de diversión.

Soberbia dijeron que era mi pecado, y mi manera de actuar, orgullo y prepotencia. Que si me creía el amo, que si era un envidioso. Las altas esferas me denigraron y me rebajaron a lo execrable. De hecho, ahora encarno el mal. Peor que yo, nada ni nadie.

El asunto empezó cuando me postulé para un ascenso. Le propuse al jefe que me situara a su derecha y que me consultara cuando fuera a crear o dictaminar algo relacionado con el orbe y su funcionamiento, porque para algo me llamaba Lucifer, «portador de luz»: eso es lo que yo pretendía, aportar luz y esplendor. ¡Cómo se enfadó! Se puso hecho una furia. Empezó a lanzar rayos y truenos. Claro que yo también me alteré, primero porque no es soberbia querer prosperar, y segundo, porque quien no acepta consejos ese es el soberbio. Total, que no solo no me ascendió, sino que me despidió expulsándome del cielo.

Me sentó mal, las cosas como son, pero tampoco me importó demasiado. El cielo es muy aburrido y, además, el color blanco, muy soso; es mucho más elegante el negro. Eso sí, desde entonces no he recibido más que insultos, que digo yo que eso tampoco es muy caritativo, tanto que presumen de bondad allá arriba.

Fue tal el empeño en desprestigiarme que hasta el nombre me quitaron, ahora soy Satán, o Satanás, que significa «adversario». El apelativo no está mal, aunque a mí me hubiera gustado más «opositor», así me veo yo. Eso de que todos piensen igual, también es muy tedioso.

A veces, ni me nombran, sencillamente soy «el diablo». Y eso también me agrada porque si alguien dice «ángel» hay que especificar para diferenciar entre el ejército de adláteres de Dios, en cambio, si se dice «diablo» se refiere única y exclusivamente a mí. He ganado protagonismo, y que conste que Él, el de arriba, es quien me lo ha dado y eso que se quejaba de que yo era un egocéntrico.

Sigo pensando que fue un error expulsarme del organigrama celestial. A los humanos les infundo pavor (un miedo interesadamente incentivado por quienes quieren denigrarme para justificar mi despido), pero, lo cierto, es que les habría ido mucho mejor si hubiera estado a la derecha de Dios, para aconsejarle y evitar algunas salidas de tono cuando pierde los papeles: el jefe, al enfadarse, también tiene lo suyo, y si no que se lo pregunten a los de Egipto cuando les mandó las diez plagas.

Reconozco que a mí también me va la marcha, pero tengo otra visión muy diferente sobre qué es castigar.

Yo, por ejemplo, prefiero ofrecer tentaciones: sexo, gula, desenfreno. Quien acepta mi ofrecimiento se condena y no podrá ir al cielo, pero ¿y lo bien que se lo pasa mientras? Eso hay que tenerlo en cuenta.

Además, el cielo está sobrevalorado. A mí tampoco se me permite ir allí, pero ya estuve en él y puedo comparar. Ahora no tengo normas ni control. Es muy cómodo. Dispongo de absoluta libertad, hago lo que quiero y me da igual si alguien se ve perjudicado por mis acciones. Además, es muy fácil conseguir adeptos, apenas me tengo que esforzar, en cambio, mi oponente cada día pierde seguidores y es lógico, no pueden pecar y así la vida es muy aburrida.

Puedo estar en muchos sitios a la vez, una capacidad estupenda que no me fue retirada al castigarme y que me encanta. Uno de los lugares que más frecuento se halla en un parque de Madrid, allí se ubica una estatua en mi honor. Son pocos los escultores que se han atrevido a representarme, pero ésta, además, me muestra al natural. Normalmente me encarnan con cuernos, ojos de loco, una barba ridícula de chivo y pezuñas de cabra: un espanto. Sin embargo, en esa escultura estoy muy guapo, como yo soy (podría disculparme por la inmodestia, pero no lo haré porque esta es otra prerrogativa de ser el diablo). Es cierto que la postura en la que estoy es algo incómoda, pero ya me he acostumbrado.

Cuando por allí me quedo observo a los viandantes y las múltiples actividades que se desarrollan en la plazuela donde está mi escultura. Los viernes se ponen a hacer taichí unos ancianos patéticos que me hacen carcajear con sus poses pseudo orientales (¿de verdad se creen que eso que hacen es taichí?). Los sábados viene un grupo de patinadores principiantes, es divertidísimo ver los esfuerzos que hacen por mantener el equilibrio y no caerse: hace dos semanas, uno se estampó contra un árbol, se rompió varios huesos y se lo llevaron en ambulancia, fue para partirse de la risa. Los domingos acude a bailar rumba un nutrido grupo de mujeres que, más que bailar, lo que hacen es echarle los tejos al monitor, un mulato todo músculo y que sabe menear el trasero de maravilla; uno de esos domingos, en cinco minutos, conseguí desatar la lujuria en todas las participantes, incluidas dos septuagenarias que ya se habían olvidado de lo que significa un orgasmo. Me lo paso fenomenal.

Creo que, a Dios, castigándome, le salió mal la jugada porque ahora es cuando tengo lo que yo quería. Viendo cómo me va, no fue para tanto.

 


 



12 de marzo de 2024

Billete de ida y vuelta (Segunda Parte)

 

 

Jalisco (Nueva España[1]), 20 de noviembre de 1564

 ¡Este cura es un fastidio! ¡Mal rayo le parta!

Quien así protestaba era el estibador del puerto de Barra de Navidad. Desde hacía dos semanas la nueva expedición a las islas Filipinas traía de cabeza a todo el personal del puerto de Jalisco. Equipar las cinco naves con sus pertrechos para los trescientos cincuenta hombres que irían en ellas suponía un arduo trabajo, pero en este caso, además, se sumaba la concienzuda labor del fraile encargado de organizarla: Andrés de Urdaneta y Ceraín.

Pobre Andresillo exclamó un marinero observando al estibador desde la cubierta de una de las naos, anda como pollo sin cabeza.

Tiene razón en quejarse replicó un compañero que observaba también el trajín previo a la partida. Ese fraile es muy pesado, creo que se excede en embarcar tanta fruta a bordo.

Dice que es para que no se nos caigan los dientes durante la travesía. Que los alimentos frescos evitan la enfermedad que hace sangrar las encías[2]. Parece un hombre cultivado y que sabe lo que hace.

Puede, pero tanto coco y piña… Donde esté un buen potaje... Además, a qué tanto mandar, se supone que quien gobernará esta escuadra será el almirante Legazpi, ¿por qué no se encarga él del avituallamiento?

Porque es hombre de tierra, la única vez que se ha subido a un barco fue para venir desde España hasta aquí.

Mal empezamos, si no sabe gobernar un barco, difícil veo llegar a las Filipinas.

Eso pienso yo, pero tú tranquilo, en la nao capitana, la nuestra, será el fraile quien pilote, y ese es experto en navegación, así que nosotros nada hemos de temer.

¡Qué raro! Un monje navegante.

Antes fue militar, participó en varias expediciones y estuvo muchos años en las Molucas. Es viajado. Dicen que tiene un hijo, de su época de juventud. Se hizo agustino ya cumplidos los cuarenta años.

Un almirante inexperto, un fraile padre de un hijo y con pasado militar. Vive Dios que este viaje ya comienza de extraña manera. Quiera la Virgen que lleguemos sin contratiempos.

Amén.

 

Isla de Cebú (Filipinas), 25 de abril de 1565

Pues no se nos ha dado mal la travesía y la conquista, ¿verdad, páter?

Miguel López de Legazpi sonreía ufano desde el castillo de popa frente a la costa de una de las islas Filipinas. Su interlocutor, en cambio, presentaba un semblante serio.

No os confiéis. Bien es cierto que hasta ahora todo ha marchado estupendamente, mas creo que tenemos delante el principal escollo de nuestro viaje contestó Andrés de Urdaneta.

Vamos, padre. No seáis pesimista. El viaje hasta estas islas transcurrió sin problema, tan solo tardamos tres meses en atravesar el Pacífico y sin bajas que lamentar. He de reconocer que, la salvaguarda de la tripulación, fue gracias a vuestros desvelos e interés en embarcar grandes cantidades de alimentos frescos.

El fraile no pudo evitar sonreír ante el halago de su superior.

Además, en poco menos de cuatro meses hemos sometido casi todo el archipiélago. Ha sido realmente fácil.

Legazpi se sentía orgulloso de la campaña, una gran cantidad de islas habían sido conquistadas sin apenas esfuerzo. Guam, Samar, Leyte y muchas más estaban ya bajo su mando, algo que le agradaba sobremanera pues Felipe II, además de darle el cargo de almirante y general de la armada, también le había nombrado gobernador de las tierras conquistadas lo que ahora le convertía en un hombre poderoso.

No entiendo que os mostréis taciturno, señor Urdaneta insistió el almirante algo contrariado ante la actitud del fraile.

Vos mismo lo acabáis de decir. Hemos sometido casi todo el archipiélago. Delante tenemos la isla donde el jefe Humabon mandó asesinar en un banquete a casi treinta hombres de Magallanes después de que éste fuera muerto en la cercana isla de Mactán. Son gentes traicioneras estos isleños.

No os preocupéis, ese jefe hace años que está ardiendo en el infierno.

Cierto es, pero ahora gobierna su hijo, el rajah Tupas. De tal palo, tal astilla. Puede que nos espere el mismo trato. Quiera Dios que la delegación que habéis enviado traiga buenas noticias.

El agustino se santiguó mientras, en susurros, rezaba un padrenuestro.

Mirad, páter. Ahí están nuestros hombres.

En ese momento, una chalupa con la delegación a la que hacía alusión el fraile, llegó hasta la nao capitana. Una vez que los pocos integrantes estuvieron a bordo, el almirante fue a saber la respuesta al ofrecimiento que se les había hecho a los habitantes de Cebú que, básicamente, consistía en una rendición sin condiciones.

Legazpi se acercó al cabecilla de la delegación y, sin necesidad de preguntar nada, éste contestó ante la mirada inquisitiva del almirante:

Han dicho que no. Están reuniendo a los guerreros, he podido ver más de dos mil acantonados en las cercanías del palacio del jefe. Van a presentar batalla, señor.

Os lo dije, estos no son como los de las otras islas espetó el agustino.

Bien, pues yo no soy como los integrantes de la expedición de Magallanes. Si no aceptan por las buenas, será por las malas. Mañana sabrán mi respuesta.

Al día siguiente los habitantes de Cebú conocieron dicha respuesta por parte de Legazpi: estuvieron todo el día recibiendo cañonazos que dejaron arrasada toda la ciudad cercana a la costa. Cuando cesaron los cañonazos, una canoa fue al encuentro de la nao capitana.

Un emisario de Tupas se dirigió a Legazpi hablando en su lengua. El intérprete tradujo:

Dice que quieren firmar un acuerdo de paz.

Urdaneta sonrió satisfecho; le hubiera gustado tener delante a quienes cuestionaron su decisión de elegir a su primo Legazpi como almirante. Buenas razones asistían al fraile y en esos momentos estaba muy claro el porqué.

 

Isla de San Miguel (Filipinas), 1 de junio de 1565

 Dejo a vuestro gobierno, tal como os encomendó nuestro rey y señor, las islas y yo me pongo en manos de Dios y de Nuestra Señora para que nos acompañe en la búsqueda del tornaviaje.

Urdaneta dio un fuerte abrazo a su pariente y ahora gobernador de todas las islas Filipinas.

¿Estáis seguro por dónde regresar a Nueva España? preguntó Legazpi.

Creo que, yendo más al norte, hacia las islas del Japón, hay corrientes favorables que nos llevarán a las costas de donde partimos hace ocho meses. Con la ayuda de Dios llegaremos contestó el agustino.

Confío más en vuestro criterio que en el patrocinio celestial si os soy sincero, fray Andrés. Muchos hombres han desaparecido cuando, encomendándose a la Virgen y a Cristo, quisieron llegar a Nueva España y de nada les sirvió, ahora son pasto de los peces o, lo que es peor, presos de Portugal replicó Legazpi, un hombre pragmático a todas luces.

Sea como fuere, esperemos la ayuda de Dios.

 

Acapulco, 8 de octubre de 1565

 Alabado sea el Señor que nos ha concedido la merced de regresar a Nueva España. Somos los primeros en realizar tamaña hazaña.

Andrés de Urdaneta se arrodilló nada más pisar tierra. Habían encontrado la corriente favorable para ir por el Pacífico desde el este al oeste[3]. El viaje había durado ciento treinta días, recorriendo más de catorce mil kilómetros, a una media de ciento treinta al día, lo que se considera una proeza y a la que contribuyó seguir esa corriente propicia.

Señor, acabáis de entrar en la Historia añadió el segundo de a bordo. Y yo os agradezco, en nombre de toda la tripulación, vuestro empeño en embarcar gran cantidad de fruta, de lo contrario no habríamos llegado todos vivos dado lo largo del viaje.

He cumplido con la misión que se me encomendó. Ahora solo pretendo regresar a mi convento de Nueva España, recluirme y dedicarme a la lectura y a la contemplación. Esto de viajar es muy fatigoso.

Me temo, señor, que eso aún habrá de esperar. Debéis comunicar a nuestro soberano vuestro hallazgo.

El agustino asintió abatido, obedecer órdenes reales era más cansado de lo que uno podía pensar. Antes de cumplir con sus propios deseos debería realizar un último viaje. Agachando la cabeza y con una sonrisa de resignación se dijo:

Al menos, la ruta de ida y vuelta desde América a España ya está muy trillada.

FIN

 


NOTA DE LA AUTORA

A pesar de la modestia de su artífice, el llamado tornaviaje se convirtió en una ruta crucial para el comercio del imperio español y un punto de inflexión para conectar todas las posesiones del vasto territorio en manos de Felipe II.

 Las naves (conocidas con el genérico nombre de Galeón de Manila) podían cruzar el océano Pacífico entre los puertos de Nueva España en América y el de Manila en Filipinas. Esta ruta funcionó durante más de dos siglos, propiciando el comercio entre Asia y América y, por lo tanto, España. Tal importancia tuvo que la ruta era secreto de estado y solo los capitanes de las escuadras conocían el derrotero exacto bajo juramento y penas rigurosas si revelaban sus conocimientos.

Cincuenta años después de la muerte de Colón, los galeones de Manila cumplieron su sueño de llegar a Asia navegando por el oeste.

 




[1] México.

[2] Escorbuto.

[3] Actualmente se conoce como corriente Kuro Siwo

Hada verde:Cursores
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