Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

25 de junio de 2021

Aires del norte

 

Por fin había llegado el día; el día para el que Firmino vivía el resto del año. Trescientos sesenta y cuatro días entrenando a todas horas para lucirse hoy.

En cuanto su trabajo en el barco pesquero le permitía unos momentos de tranquilidad y ocio, se volcaba en su pasión: la gaita. Si estaba en alta mar ensayaba en su camarote, a pesar de las protestas de sus compañeros.

―¡Carallo, Firmino, deja ya de tocar las narices! Nos vas a volver locos con tanta gaita. ¡Para quieto!

Una vez en tierra, en los días de descanso también se afanaba en tocar el artilugio, entonces era su mujer la que se quejaba.

―Firmino, ¿no puedes dejar eso un poco? ¿Es que no te cansas de tocarla? Suéltala ya, home, y vamos a dar una vueltiña que me tienes muy abandonada.

―Estrela, si quiero ser bueno en esto tengo que esforzarme, y la práctica hace la técnica. Quiero ser el mejor.

Sus esfuerzos serían visibles hoy, en A Xira, el día de la gaita. El primer domingo de agosto, cientos de gaiteros se reunían en Ribadeo para subir en romería hasta el monte de Santa Cruz al son de su música. Alegres acordes sonarían en el ascenso y él daría muestra de su pericia y buenhacer con su instrumento.

Varios miles de visitantes se congregaban para asistir a tan pintoresca y musical celebración. Entre ellos se encontraban las esposas de los gaiteros pertenecientes a la asociación Amigos da Gaita Galega, organizadora del evento. La fiesta servía también para que ellas se reunieran y aprovecharan para desahogar sus frustraciones devenidas de la afición de sus maridos: las ausencias provocadas por los frecuentes ensayos, los instantes de incertidumbre ante un recital donde iban a actuar, el drama cuando la gaita se estropeaba y había que llevarla a reparar, la espera del diagnóstico por si aquello se podía arreglar o había que sacrificar el instrumento y recurrir a otro nuevo que habría que domar. Acompañar en sus zozobras musicales a sus medias naranjas era muy duro. Muy sacrificado eso de ser esposa de gaitero.

―¿Este año ha venido más gente que el pasado? ¿O me lo parece a mí?

La que hablaba era Margarida, la mujer de Amaro, otro gaitero compañero de Firmino.

―¿Tú crees? No sabría decirte, ni que sí ni que no ―contestó Estrela.

―Puede. Lo que es cierto es que este año hay más gaitas… o puede que no. Quizás.

―Bueno, muller. Lo que importa, haya más o menos gente, es que nuestros maridos lo hagan bien ―añadió Estrela.

―¡Ay, filliña! No sé, no sé. Amaro no está en su mejor momento, lleva unos meses que no se centra y no la toca tan bien como antes. Yo creo que es cosa de la edad, siempre usa la misma y está ya vieja. Yo le digo que la cambie por otra más nueva, pero él dice que le cogió cariño y no quiere desprenderse de ella.

―Firmino también tiene la misma desde que se aficionó, y claro, como es más joven, está mejor, pero tampoco te vayas a creer.

―¡Manda carallo! ¡Qué te vas a quejar tú! Pero si Firmino es el mejor, a mí es el que más me gusta. Además, tiene una presencia imponente. Tan grandote y qué bien se mueve, con esas borlas colgando y balanceándose al compás. ¡Qué riquiño! ¡Da gusto verle! ―replicó Margarida con una sonrisa boba en la cara.

―Es que cuando hay gente delante se esmera más, pero en casa es muy poco virtuoso. A mí ya me empieza a aburrir. No sé, me gusta más cómo lo hacen otros, supongo que en la variación está el gusto.

―No busques fuera de casa lo que ya tienes dentro y no seas boba, muller. Lo que daría yo para que Amaro lo hiciera como tu Firmino. Si hasta le cuesta sujetarla, dice que le pesa mucho. Y el punteiro… aparte de que lo tiene más corto de lo habitual, no lo cuida nada y es lo más delicado de todo el aparato: si se pone húmedo ya no funciona y si queda seco, pues tampoco.

―¿Y con el soplete? ¿Qué tal? ¿Aguanta? ―preguntó Estrela mirando con cara de compasión a su amiga.

―¿Con el soplete? Pues mal, para qué te voy a mentir. No tiene ya fuerzas para soplar, ahora apenas es capaz de llenar todo el fuelle y si no se llena, luego no tiene nada que sacar. A veces me pide a mí que sople…

―¡¿Qué me dices, rapaza?!

―Lo que oíste. Llego reventada de mariscar en la ría y encima me toca soplar. Y hacerlo en casa, tiene un pase, pero con público delante… ahí tiene que hacerlo él soliño. Te digo que mi Amaro está mayor.

Cuando todos llegaron a la cima del monte de Santa Cruz, los músicos se reunieron alrededor del Monumento al Gaiteiro para tocar la «Muiñeira de Chantada» que hizo bailar a la mayoría de los asistentes, algunos con más fortuna que otros porque un norteamericano se arrancó por sevillanas que era lo que le había enseñado un colega de Ohio tras volver de la Feria de Abril.

Viendo al yanqui, y mientras se afanaba en soplar y llenar el fuelle, Amaro pensó que los turistas deberían aprobar un examen de costumbres locales antes de venir de vacaciones.

Cuando la famosa muñeira acabó, Amaro apenas podía respirar, estaba muy fatigado. De hecho, tuvo que terminar antes de tiempo dejando la faena algo deslustrada. Firmino, en cambio, aguantó muy bien; tenía potencia y estaba en muy buena forma, para eso servían tantas horas de práctica.

Margarida se quedó mirando a Firmino embobada mientras aplaudía a rabiar. Estrela también aplaudió, pero sin tanto interés. Tras los aplausos y mientras se encaminaban a un tenderete donde se estaba repartiendo orujo, Margarida exclamó.

―Tu Firmino es realmente bueno. ¡Qué bien lo hace! Qué envidia me das, Estreliña. Ojalá lo tuviera yo en casa, me tendría contenta a todas horas con esa manera de tocar. Vendríame bien que Amaro aprendiera algunas cosiñas de él.

―Si quieres te lo mando un día de estos para que te toque algo. Pero ya te dije que de puertas adentro es bastante más soso. No te hagas ilusiones. Pero bueno, puede que contigo y con Amaro delante se comporte porque se anima mucho cuando tiene espectadores.

―Entonces, ¿puede venir a mi casa?

―Cuando quieras. Y así yo también descanso un poco.

―¿El miércoles te viene bien?

―¿Y el jueves?

―Mejor el sábado, que no madrugo, porque entre diario a la mañana no doy levantado. Que venga después de cenar. ¡Ah, y que se traiga la gaita!

 




NOTA: Este relato corresponde a un imperativo del taller Bremen en el que participo desde hace unas semanas. En esta ocasión el tema a tratar era “El doble sentido”. Puede que, para algunos, el texto haya resultado procaz, pero he de aclarar que en todo momento Margarida y Estrela hablaban de las gaitas de sus maridos. ¿O no? ¿Quizás sí? ¿Quizás no? Puede ser.

Para los que se hayan imaginado cosas que no son, en la imagen de abajo vienen las partes de que se compone una gaita.  Por cierto, dicen los entendidos que de la longitud del punteiro depende la calidad del sonido que sale de la gaita. 

Y para los que no hayan oído nunca la muñeira de Chantada, os pongo un vídeo, no os la podéis perder, es realmente alegre. Seguro que os entran ganas de bailar, pero, por favor, que no sean sevillanas.




Muiñeira de Chantada


20 de junio de 2021

Viaje a Mordor (Segunda Parte)

 

Al día siguiente y después de recuperarme del ascenso a ese lugar inhóspito que está más allá de la Laguna Negra (y del susto de sentirme perdida en medio de la nada), decidí cambiar de zona, por ver si la meteorología era más benigna. Me fui a la provincia de Burgos, a visitar más lagunas, en este caso las de Neila.

Esa parte de Burgos también forma parte de la España vaciada y, por desgracia, se encuentra igualmente bajo los dominios del Señor de los Anillos porque sigue perteneciendo a Mordor; incluso más cerca del lugar donde habita Sauron porque si la niebla en la Laguna Negra era espesa, en Neila era una especie de sopa de agua que te empapaba hasta los huesos y dificultaba la respiración. O sea, salí de Guatemala para entrar en Guatepeor.

Pero la obstinación es un rasgo que caracterizaba a nuestro grupo y no nos amilanamos, seguimos adelante y nos dispusimos a visitar las lagunas de Neila.

Las lagunas de Neila son un conjunto de lagos formados en unos circos glaciares rodeados de picos de unos 2000 metros de altura, al sur de la sierra de la Demanda y al oeste del parque natural de la Laguna Negra. Son bastantes y tienen nombres variopintos: Negra, Cascada, Tejera, Haedillo, Larga, Pardillas, Patos, etc.

Creo que pasé bordeando la mayoría, pero no estoy segura porque lo único que acerté a ver fue un reborde con algo de agua y nada más. Si el día anterior se veía poco, el de Neila simplemente no se veía nada. De hecho, empecé a sospechar que estábamos, no ya no en Mordor, sino en el limbo donde van a parar las almas que no se merecen ni el paraíso ni el infierno y están condenadas a vagar eternamente; desde luego estuvimos vagando varias horas más perdidos que un pulpo en un garaje, y encima calados hasta los huesos porque la niebla era simplemente lluvia en suspensión (creo que la humedad relativa era de un 200%).

En algún momento de nuestro errático deambular pasamos por un sitio que era la Laguna Larga según se leía en un cartel (al que tuve que pegar la nariz literalmente para poder ver lo que ponía). Si la laguna era larga o corta yo no lo sabría decir, tan solo vi un palmo de agua, lo que había más allá era cuestión de echarle imaginación. Después estuvimos a los pies de la llamada Laguna de los Patos, no vi la laguna y mucho menos a los patos, pero el GPS del reloj de mi marido decía que estábamos ahí, así que así sería.

Laguna Pardillas, o puede que fuera la de Haellido, o un charco, no sé

Mirador desde el que se puede disfrutar de una fantástica panorámica de las lagunas de Neila (cuando hace sol, el día que fui yo no se veía un carajo).


Así pasamos la mañana, en busca de las lagunas perdidas o escondidas, sin ningún éxito porque, en esta ocasión, la niebla no solo no levantó, sino que se puso a llover y ahí ya sí que nos acabó de fastidiar.

Decepcionados por tan estéril caminata nos encaminamos al pueblo que da nombre a la zona: Neila.

El pueblo de Neila es un claro exponente de la España vaciada, con una población cercana a los 150 habitantes, sus calles respiran tranquilidad y una soledad absoluta.

Allí nos esperaba un guía local que dejó sus quehaceres diarios para documentarnos sobre la zona. El lugar de las explicaciones fue una antigua iglesia reconvertida en una especie de centro de visitantes (Casa del Parque de las Lagunas Glaciares de Neila); se suponía que ahí estaríamos resguardados de la suave pero persistente llovizna que estaba calándonos desde el principio de la mañana. Francamente, yo hubiera preferido que nos explicara en la calle, sí es verdad que en el interior no llovía, pero hacía un frío de mil demonios (y eso que era una iglesia), lo que sumado a las ropas empapadas que llevaba, provocó que me congelara.

Cuando el guía terminó su explicación sobre la flora y fauna del lugar, yo había ejecutado ya varios zapateados que hubieran sido la envidia de más de un bailaor flamenco; no es que me guste ese tipo de baile, pero o sacudía los pies contra el suelo o estaba segura de que mis piernas empezarían a necrosar por falta de riego sanguíneo a consecuencia del frío que allí estaba pasando.

Salimos al exterior e hicimos un corto recorrido por las calles del pueblo ―corto porque el pueblo se atraviesa en cuatro zancadas―. Durante el trayecto no nos cruzamos con nadie, nos dijo el guía que estaban todos en misa y yo deseé, por el bien del reuma de los habitantes de Neila, que en el interior de aquella iglesia hiciera más calor que en la que yo había estado escuchando las explicaciones del guía porque si no era como para que todo el pueblo se hiciera ateo sin remisión.

El paseo fue muy instructivo porque, además de conocer la casa donde se escondió el cura Merino (un bandolero/guerrillero eclesiástico que estuvo tocando las narices a las tropas de Napoleón cuando nos invadió), vimos las famosas ovejas churras y las ovejas merinas y me enteré de la diferencia entre unas y otras, aunque lo que no me quedó claro es por qué se dice que no se deben mezclar churras con merinas, porque ahí estaban todas mezcladas y revueltas y se las veía muy bien avenidas.

Ovejas churras y merinas mezcladas (el refranero no siempre acierta). Las ovejas churras son las que tienen manchas negras en la cara, las merinas son las otras.

Plaza de Neila, centro neurálgico del pueblo.


Casa donde residía el cura Merino cuando Napoleón le daba tregua y podía dejar el monte para pernoctar.


Después de tanto paseo y explicaciones se nos echó encima la hora de comer y nos dispusimos a comprar pan para hacernos unos bocadillos, pero nos quedamos con las ganas. Resulta que al panadero que se acerca al pueblo a suministrar el preciado alimento se le había roto la furgoneta por lo que ese día no había pan. Inconvenientes de la idílica y romántica España vaciada: mucha tranquilidad, mucho aire puro, pero como el panadero no pase la ITV te quedas sin bocata.

Regresamos a Madrid antes de tiempo, total allí no se veía nada y tampoco podíamos comer... En cuanto nos alejamos de la zona, un sol espléndido y un buen calorazo nos acompañaron de vuelta a la gran urbe. Una vez en Madrid, vimos que los transeúntes iban con tirantes y pantalón corto mientras que nosotros íbamos con forro polar y chubasqueros. Es lo que tiene viajar a Mordor: al regresar a la comarca natal el cambio es muy brusco.

FIN







10 de junio de 2021

Viaje a Mordor (Primera Parte)


 Hace mucho que no escribo nada para la sección sobre andanzas por esos  mundos de Dios «Do you speack English? And Spanish?». La situación de pandemia no favorece nada el turismo; la cosa está para pocos viajes.

El caso es que precisamente la pandemia y todo lo que he tenido que vivir a cuenta de ella, me han dado más ganas de viajar.

Al principio, el estado de alarma y los confinamientos en sus diferentes versiones (nacionales, autonómicos y/o callejeros) prohibían irse muy lejos (en mi caso, durante muchos meses no podía viajar más allá de la acera de enfrente de mi domicilio). Ahora, ya sin estado de alarma y con las autoridades llevándose la contraria, ya sí se puede viajar (más o menos). Sin embargo, irme por ahí con tanto virus (y gilipollas) suelto no me parecía ni seguro ni sensato. Pero también quería escapar, necesitaba alejarme de mi barrio, de mi entorno cotidiano de estos últimos meses porque desde antes de navidades lo más lejos que me he ido ha sido al parque del Retiro que se encuentra a dos kilómetros de mi casa. Me sentía como el oso de un zoológico que solo puede pasear por una jaula de dos por dos metros.

¡Qué dilema! ¿Me voy o no me voy?

Tomé una decisión salomónica: me iría, sí, pero a un lugar donde hubiera poca gente y que estuviera relativamente cerca porque solo tenía un finde para escaparme. Con esas condiciones lo primero que pensé fue irme a una biblioteca, pero con el confinamiento ya estaba bien servida de lectura, además quería moverme y hacer ejercicio. Lo de la biblioteca no me valía.

Al final encontré un lugar cerca y con poca gente: ¡¡¡la España vaciada!!!

Para Soria que me fui. Y como quería hacer ejercicio me decanté por visitar el Parque natural de la Laguna Negra y los Circos Glaciares de Urbión.

Haciendo honor al adjetivo de «vaciada», al llegar a la zona no nos recibió nadie, pero a cambio el clima se propuso hacer de anfitrión y lo hizo con una niebla densa, densa. No se veía un carajo.

En el lugar donde empecé a caminar la niebla ya era bastante espesa, como era temprano pensé que quizás según avanzara el día, la cosa mejoraría y comencé el ascenso. Llegué hasta la laguna, o eso creo porque la verdad es que apenas se veía nada, bastante tuve con mirar por dónde pisaba y no despeñarme. A mi derecha pude vislumbrar algo parecido a agua que, según dijeron mis acompañantes, era la famosa laguna (algo de agua parece que sí había, pero no estoy segura de si era la laguna o un charco grande producto de la lluvia de la noche anterior porque el radio de visión era de medio metro).

La laguna Negra es de origen glacial y se encuentra encajada entre paredes cortadas a cuchillo a unos 2000 metros de altura, o eso me dijeron los que iban conmigo porque si no vi la laguna, mucho menos vi las paredes de roca que la rodeaban.

Una vez alcanzado el objetivo inicial y no contentos con lo que estábamos sufriendo, decidimos continuar la subida sin ser conscientes de que la niebla según se sube en la montaña más espesa suele ser. Nuestra idea era llegar hasta otras lagunas que se encontraban más arriba y que eran más espectaculares.

Pero lo que no sabíamos es que en esa decisión haríamos un viaje alucinante porque con lo que no contábamos, ni mis acompañantes ni yo, era con que íbamos a ser víctimas de un hecho sobrenatural: en un momento dado debimos dar con un «agujero de gusano», es decir, un atajo a través del espacio y el tiempo y nos desplazamos a otro lugar y a otra época, concretamente a Mordor y a la edad del Señor de los Anillos.


Mis acompañantes decían que lo que estábamos bordeando era la llamada Laguna Helada, pero yo estoy segura de que era la Ciénaga de los Muertos donde están sumergidos los cuerpos de guerreros que cayeron en la Guerra de la Última Alianza entre Elfos y Hombres, al final de la Segunda Edad (el que no sepa de qué estoy hablando que se lea El Señor de los Anillos).

El terreno húmedo y el ambiente opresivo hicieron mella en mí, tanto que ni me atrevía a acercarme a la orilla porque estaba segura de que si me asomaba a las aguas esas se me aparecería el cadáver de un elfo. Había un cartel que ponía que aquello era la Laguna Helada, pero creo que solo era una manera de confiar al senderista insensato que se aventuraba a caminar por ahí con semejante climatología. Ni laguna helada ni caliente, ni circos glaciares de los Picos de Urbión; estábamos en Mordor, seguro.

De hecho, me crucé con un señor bajito con una capa de agua y estoy segura de que era Frodo, aunque iba solo porque a Sam no le vi. A Gollum tampoco lo vi, ni falta que hacía porque ese personaje es tope desagradable.

Tampoco vi a Sauron, aunque a ese sí me hubiera gustado encontrármelo, al menos a ese ojo a modo de faro que habría dado una luz que nos hubiera venido de perlas porque resulta que el guía que nos acompañaba se perdió; nos habíamos salido de la senda (ya he dicho que no se veía un carajo) y no dábamos con el GR (el que no sepa qué es un GR que se lea un manual para senderistas).

Perdidos en mitad de la nada (de Mordor), algunos dijeron de llamar a la Guardia Civil para que nos viniera a rescatar; yo miraba en lontananza (o, mejor dicho, donde habría estado la lontananza) por ver si el ojo de Sauron se encendía y nos hacía el favor iluminando la zona y encontrar así el puñetero camino GR.

Al final ni Sauron ni la Benemérita fueron necesarios, después de dar unas cuantas vueltas encontramos un camino que nos permitió volver a tomar ese túnel espacio-tiempo y retornamos a la Laguna Negra, además, esta vez, con mejor tiempo porque la niebla en ese punto había levantado y la laguna que tan esquiva fue al inicio de la caminata, a la vuelta se presentó en todo su esplendor y nos permitió disfrutar de un paisaje espectacular. Menos mal.







Continuará…





Hada verde:Cursores
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