Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

23 de abril de 2024

Escribir, el remedio del alma

 


Siempre he pensado que todo amante de la lectura lleva en su interior el germen de un escritor. Creo que los que amamos la lectura anhelamos emular a quienes nos gusta leer, es decir, a los autores de las obras que nos hacen disfrutar.

Cuando estoy leyendo un libro que me gusta mucho desearía escribir algo parecido y me encantaría saber expresar igual de bien esas emociones, esas descripciones que, en el momento de la lectura, me atrapan y me admiran.

Hace más de diez años decidí crear este blog. En sus inicios era un espacio dedicado a reseñas literarias, aquí plasmaba mis impresiones sobre las lecturas de diferentes novelas. Al principio constaban de apenas un par de párrafos, luego se fueron haciendo más extensas de manera que, además de opinar sobre el libro en cuestión, también reflexionaba sobre el tema tratado en el argumento.

Poco a poco fui explorando otros registros y añadí nuevas secciones en las que daba rienda suelta a mis impresiones sobre diferentes temas y no todos relacionados con la literatura. El blog se convirtió en un rincón donde dar alas a mis ansias de escribir y poner en forma de letras mis reflexiones, unas veces en clave de humor, otras completamente en serio pues los temas a tratar no se prestaban a risa.

Con el tiempo fui más allá y, venciendo la vergüenza que suele aparecer en estos casos, empecé a escribir relatos. Los primeros eran muy cortos, pero, poco a poco, las historias se hicieron más complejas necesitando más espacio para desarrollarse.

Una vez perdida la timidez inicial mi osadía me llevó a presentarme a concursos de relatos con mayor o menor fortuna. Unas veces llegué al pódium, las más no me comí una rosca, pero en todas me lo pasé fenomenal.

Un curso de escritura creativa y el sentirme muy cómoda escribiendo ficción acabaron por aficionarme a esto de poner negro sobre blanco las historias que me vienen a la cabeza.

Sin embargo, aún me quedaba un escalón por subir, un reto mayor: contar una historia más larga, con un argumento y unos personajes que requirieran desarrollo, espacio, mucho más trabajo; quería escribir una novela.

Este nuevo reto anduvo mucho tiempo en el cajón de las quimeras, ese donde guardo mis deseos que creo imposibles de alcanzar, pero que, al igual que ocurre con los sueños, me resisto a renunciar a ellos.

La historia estaba en mi cabeza, el escenario y los personajes principales también, el desarrollo y los detalles vinieron después cuando, en un arranque de optimismo, decidí ponerme a la tarea.

Fue un esfuerzo mayúsculo. Durante todo el proceso fui consciente del trabajo que hay detrás y qué diferencias tan grandes existen entre un relato, más o menos extenso, y una novela, una historia con muchos más matices.

Resultó una tarea más ardua de lo que me esperaba. Sufrí horrores, pero también disfruté muchísimo. Cuando, por fin, la terminé vino la segunda parte: ¿Qué hago yo con esto?

«Esto» se quedó guardado en una carpeta de mi ordenador casi dos años. Pensaba que debería darle salida, pero no sabía cómo. Además, había otra cuestión que frenaba la exposición de mi trabajo: me daba muchísima vergüenza. ¡Qué cosas!

Vale que escribiera relatos y los mostrara, pero una novela… ¿En serio? Me pareció una petulancia por mi parte y ahí se quedó el resultado, guardadito en el disco duro de mi portátil hasta que un día dije que por qué no darle/darme una oportunidad.

Lo primero que hice fue presentarme a un concurso de una afamada editorial, Edhasa, (tenía mucha vergüenza de mostrarme como «novelista», pero una vez superado el escollo me vine arriba sin cortapisas). El concurso, entre plazos de presentación, normativas de jurado y veredicto, tardó casi un año en dar los resultados. Ni que decir tiene que no me comí un colín, pero me había lanzado a la palestra y ya no había marcha atrás.

Después del fiasco del concurso (no por esperado, menos doloroso) me puse en contacto con unas agentes literarias que conocí a través de una amiga escritora con varias novelas ya editadas. Estas agentes, después de varios meses, me contestaron que la novela «estaba muy bien escrita» (no tiene faltas de ortografía) pero que «no era del estilo» que ellas trabajaban. Supongo que esas dos expresiones son eufemismos que se emplean en el mundo editorial para mandar a paseo a los escritores que no interesan.

A pesar de este nuevo rechazo, no me amilané, aunque sí sentí flaquear el ánimo. Me puse a buscar editorial. Contacté con varias que presumen de «apoyar» a «escritores noveles» (eufemismo para nombrar a los autores a los que no los conoce ni el Tato). El «apoyo» resulta bastante interesado pues esas editoriales apoyan a los escritores noveles siempre y cuando estos apoquinen una pasta previa, es decir, siempre y cuando uno pague por publicar; el montante oscilaba entre mil y dos mil euros, aproximadamente.

Cuando tomé la decisión de mostrar mi primer retoño en forma de novela, nunca pretendí ganar dinero, pero tampoco pensé que tendría que poner yo el capital. Me negué en redondo a seguir el juego a esas editoriales que se aprovechan de la ilusión de los «escritores noveles».

Entre pitos y flautas, ya habían transcurrido casi dos años desde que decidí dar luz a mi pretendida novela y la pregunta «¿Qué hago yo con esto?» seguía sin respuesta.

Decidida a recurrir a la última opción, o sea Amazon, vino a ayudarme otra amiga escritora, alguien cuyo nombre desvelaré en otro momento, pero a quien le debo muchísimo y que homenajearé debidamente a su debido tiempo.

Pues bien, esta escritora y amiga me habló de una editorial, muy modesta y sencilla, que sí se dedica a dar oportunidades a los escritores noveles (y a los no tan noveles) pero sin aprovecharse de ellos, es decir, sin cobrarles un euro.

Mandé el manuscrito con muy pocas expectativas porque, hasta el momento, la experiencia no estaba siendo lo que se dice alentadora.

Después de varios meses, ya convencida de que me iban a mandar otra vez a la porra, recibí un escueto correo de la editora:

 

Hola, Paloma:

Podemos hablar de la publicación de la novela ya que me ha gustado mucho. Tienes una gran narrativa y es algo que no había leído antes, te felicito.

 Lo único que puedo decirte es que no será para ya su publicación porque tengo otros pendientes primero.

Aquí me tienes para lo que necesites.

 Un abrazo.

 

Recuerdo que abrí ese email en el metro, en medio de otros viajeros que me miraron asombrados cuando, nada más leerlo, solté un «¡Toma, toma, toma!» en voz alta que los pilló por sorpresa. Juro que se me saltaron las lágrimas de la emoción. Noqueada tardé horas en reaccionar.

Varios días después me puse en contacto telefónico con la editora, una mujer encantadora que rezuma ilusión y amor por su trabajo; un ánimo contagioso que me puso en órbita.

En aquella conversación me dijo que, tal como avisó en el correo, debería ser paciente porque sus recursos son limitados y había varias publicaciones por delante, que debería esperar hasta el verano. Después de dos años con el manuscrito dando tumbos de un lado a otro, unos pocos meses más no me parecieron una molestia.

La editorial se llama Meiga Ediciones, lo que tiene su retranca porque ya sabéis mi querencia por las brujas, especialmente las gallegas al ser mi madre nacida en la provincia de La Coruña y, por tanto, poseer media genética procedente de aquellos lares. Para más redundancia resulta que el tema de la novela a publicar trata de… ¡Ay, no puedo decir más! No obstante, iré relatando por aquí el proceso que se avecina fascinante. Publicar con el respaldo de alguien tan ilusionado como yo o más seguro que da para una buena historia.

Hace semanas que sé la decisión de esta editorial, pero, siguiendo indicaciones de «mi editora», he esperado al Día del Libro para dar la primicia.

¡Feliz Día del Libro! Yo, este año, lo celebro con UN libro muy especial para mí.




 


15 de abril de 2024

Operación Triunfo

Negros nubarrones cubrían el generalmente soleado cielo de Sevilla; la bruma del Guadalquivir añadía más gris al color de acero del día.

Pedro Guzmán de Alcalá se acercó a su puesto de escribanía y observó ceñudo la larga fila de hombres que aguardaban frente a su mesa. La jornada se presentaba complicada y la negrura del cielo parecía ser la constatación meteorológica de las impresiones del escribano. Tomó asiento con un resoplido y, tras ordenar su material de escritura, dio venia al primero que encabezaba la hilera.

Buenos días nos dé el Señor. Vuesamerced dirá.

Buenos días nos dé el Señor y su Santa Madre. Vengo a registrarme como descubridor de nuevos mares. Mi nombre es Vasco Núñez de Balboa[1].

Perdonad, creo que no os he entendido bien, ¿qué es lo que queréis que registre?

Mi capacidad para descubrir nuevos océanos.

No os entiendo. ¿Cómo queréis que registre eso?

Anotando lo que os digo en un papel. Sois escribano ¿verdad? ante el gesto de afirmación del susodicho, siguió hablando. ¡Ea! Ya estáis tardando, llevamos esperando desde antes de la amanecida para que nos contraten.

¿Contraten? ¿Cómo que contraten?

Vamos a ver, esta es la Casa de Contratación de Indias el escribano volvió a asentir. ¿Pues qué vais a contratar? ¡Soldados y tripulantes para ir allí! ¿O, acaso, estabais pensando en fregonas para limpiar los barcos?

El resto de los integrantes de la fila celebró con grandes carcajadas la respuesta del que decía llamarse Vasco.

Mirad, señor, creo que os estáis confundiendo. Cierto es que aquesta es la Casa de Contratación de Indias, mas su función es la organización de las flotas, supervisar los barcos, fiscalizar la hacienda pública…

¡Y contratar! le interrumpió el descubridor de mares desconocidos. Espabilad, señor, os veo abotargado y algo disperso.

De nuevo, los presentes aplaudieron y jalearon al futuro conquistador que se encaraba al escribano.

Lo siento mucho, pero aquí no nos dedicamos a esos menesteres.

La concurrencia recibió con pitos y abucheos esta última frase.

Pedro Guzmán de Alcalá se rascó la incipiente calva que asomaba en su coronilla. Lo de que el día se presentaba complicado iba a cumplirse con largueza.

¡Pues yo vengo a lo mesmo que, aquí, el caballero pretende! gritó desde atrás un hombre corpulento al que le faltaban varios dientes y le sobraba mala leche.

¡Y yo!

¡Y yo!

La fila se convirtió en un corrillo que rodeaba la mesa del escribano. Todos los integrantes se mostraban desafiantes y en actitud amenazadora.

Ante la algarabía, un anciano elegantemente vestido se acercó acompañado por un alguacil.

¿Qué ocurre, don Pedro? inquirió el recién llegado.

Aquestos hombres, que vienen a que se les contrate para ir a las Indias. Les he aclarado a qué nos dedicamos aquí, pero no se avienen a razones.

El anciano miró a los levantiscos y, con un gesto de confianza, agarró el hombro del escribano mientras se acercaba a su oído para que nadie más que él oyera lo que le iba a decir.

Seguidles la corriente. Anotad todo cuanto os digan y luego quemad los papeles. No es menester alborotos, bastante tenemos ya con los diezmos reales que estos desarrapados miró con desprecio a los demás nos intentan robar cuando en las Indias descubren algo.

Gracias, don Rodrigo contestó el amanuense. Lamento que el tesorero tenga que venir a encargarse de asuntos tan mundanos.

No os preocupéis, ante todo que no haya ningún tumulto.

Está bien. Contadme qué queréis que anote aceptó resignado el escribano tras la marcha de su superior.

Que sé descubrir mares (Vamos de excursión a la playarepitió el aludido con un gesto de cansancio. ¡Ah! también sé criar cerdos, puede que monte una granja en La Española. En mi Badajoz natal aprendí todo lo que hay que saber sobre los gorrinos.

¿Pero no sois vasco? le preguntó riéndose el compañero de al lado.

Vasco de nombre, extremeño de nacimiento contestó con displicencia pues la broma le cargaba bastante por repetitiva. Si le hubieran dado un maravedí cada vez que habían bromeado con su nombre y su lugar de origen no le haría falta irse a las Indias a buscar fortuna.

Anotado queda. Si no necesitáis reseñar nada más, dejad paso al siguiente.

Vasco Núñez de Balboa se apartó y otro hombre le sustituyó.

Soy Juan Ponce de León[2] y yo sé… ¡descubrir penínsulas!

Descubrir penínsulas repitió el escribano pinzándose el puente de la nariz. ¿Algo más?

Esto… Buscar fuentes… podría valer (Juventud, divino tesoro).

Como digáis. ¡Siguiente!

Me llamo Andrés de Urdaneta[3] y soy ducho en el arte de navegar. Puedo encontrar el camino de vuelta de las Indias o tornaviaje.

Disculpad, señor, digo, padre rectificó el escribano al percatarse de que quien tenía enfrente vestía el hábito de los agustinos. El camino de vuelta de las Indias ya lo descubrió nuestro almirante don Cristóbal Colón tras hallar, previamente, el de ida.

Yo me refiero a la ruta de vuelta desde las Indias de verdad, las que buscaba el almirante en principio, y además por mares españoles (Billete de ida y vuelta).

Como gustéis aceptó el escribiente que ya no quería porfiar con esa panda de locos, además, se le estaba levantando dolor de cabeza. ¡Siguiente!

Francisco Pizarro[4] y hermanos dijo desabridamente un tipo malencarado con pinta de facineroso al que acompañaban cuatro hombres más con rasgos físicos similares. Sabemos someter y humillar, y robar.

—Bueno, eso no es nada original. ¿Algo más?

También sabemos secuestrar, pedir rescate y no cumplir la palabra dada (Ya lo veremos)

¡Siguiente!

Francisco de Orellana[5]. Me gusta viajar por ríos grandes y ver mujeres guerreras con los pechos al aire (Mujer tenías que ser).

A mí también me gusta añadió el escribano cabeceando al tiempo que tomaba nota de las inclinaciones del tal Orellana.

¿Viajar por ríos anchurosos?

No, ver mujeres desnudas, preferiblemente que no sepan guerrear, por si acaso. ¡Siguiente!

Álvar Núñez Cabeza de Vaca[6]. Yo podría curar y escribir cuadernos de viaje.

¿Sois cirujano? ¡Sabéis sanar! Por fin alguien con conocimientos de utilidad, se dijo el amanuense.

¿Quién yo? No, no tengo ni idea, pero pienso aprender (Sana, sana, colita de rana).

Pedro Guzmán de Alcalá se tapó la cara con las dos manos y empezó a sudar. Era una tortura escuchar tanta incoherencia y la migraña cada vez era más intensa; le iba a estallar la cabeza.

Juan Sebastián Elcano[7]. Sé dar vueltas al mundo (Vamos a dar una vuelta).

Tened cuidado, no os vayáis a marear. —Ante el gesto hosco de quien tenía delante, decidió añadir—: Por lo de dar vueltas. Era una chanza 

En Guetaria no somos amigos de la guasa.

Ya veo. ¡Siguiente!

Hernán Cortés[8]. Sé descubrir un imperio y fundar un país; lo llamaré México (El que oye llover).

—¡Qué obsesión con los imperios! ¡Siguiente!

Lope de Aguirre[9]. Busco oro (En busca de El Dorado perdido).

Como todos. ¡Siguiente!

Fray Tomás de Berlanga[10]. Descubro islas, las llamaré Galápagos por las extrañas criaturas que las habitan (Calma).

Pedro de Valdivia. Voy a descubrir tierras al sur de las Indias y las llamaré Chile.

Hernando de Soto[11]. Navegaré por un gran río, le llamaré Misisipi. También sé hacerme amigo de emperadores indios secuestrados.

Alonso de Ojeda. Puedo organizar expediciones marinas por el Caribe, tengo mucho valor y muy poco entendimiento. Soy algo bruto, pero en el fondo buena persona: mi mujer india me va a adorar.

Gonzalo Guerrero. Me gustan los indios y pienso convertirme en uno de ellos, aunque me llamen traidor. Seré el símbolo del mestizaje.

Jerónimo de Aguilar[12]. Se me dan bien los idiomas, los aprendo rápido sobre todo si los indios me convierten en un cautivo; puedo hacer de intérprete.

—Álvaro de Mendaña. También descubro islas, se me da tan bien que cuando vuelvo a una de ellas, descubro otras diferentes. Las voy a llamar Salomón a las primeras y Marquesas a las segundas. 

Durante cuatro horas estuvieron desfilando ante Pedro Guzmán de Alcalá hombres con las más variopintas habilidades, cada cual más increíble.

Tras tomar nota de todos ellos, el escribano recogió el montón de pliegos resultante de su trabajo y se dirigió a otra sala donde el fuego de una enorme chimenea restaba humedad al ambiente cargado por la lluvia que amenazaba desde el inicio de la mañana.

Mientras lanzaba a la hoguera los papeles que había escrito, el escribano de la Casa de Contratación de Indias no pudo por menos que compadecer a esos pobres desgraciados. Todos los días conocía casos de desventurados que iban a las Indias huyendo de la miseria para encontrar solo sufrimiento y muerte en lugar de las riquezas que desde España se les prometía. Seguro que ese sería el destino de quienes hoy habían ido para que se anotaran sus virtudes convertidas en proezas.

Mientras el papel, donde estaban volcados los sueños de un grupo de desdichados, se convertía en cenizas, el escribano se masajeó las sienes. El dolor de cabeza le estaba matando.

Ojalá hoy hubiera venido alguien que supiera inventar algún remedio para el dolor de cabeza, lo llamaría Aspirina.

 

 

NOTA DE LA AUTORA

Muchos de los nombres que por aquí aparecen ya han sido protagonistas de Crónicas del Descubrimiento (los enlaces a sus entradas aparecen resaltados en paréntesis) por lo que pueden resultar conocidas sus andanzas y entender mejor a qué se deben los comentarios que hacen. Otros están pendientes de su momento de gloria en este blog y aún no he contado nada sobre ellos, pero todo se andará.

Todas estas crónicas tienen un tono gamberro que ya avisé desde su inicio, pero reconozco que este episodio se lleva la palma en cuanto a situaciones descabelladas. De vez en cuando me vengo arriba y los disparates se me desatan. También es verdad que tenía que cumplir los requisitos del taller de escritura en el que participo y el tema era casting, así que me he montado una Operación Triunfo algo particular y completamente absurda.



[1] Descubrió el océano Pacífico.

[2] Descubrió la península de La Florida y buscó la fuente de la eterna juventud.

[3] Descubrió el viaje de vuelta desde las Islas Filipinas a América utilizando la ruta del este por mares de la Corona de España.

[4] Conquistador del Perú. Mantuvo preso al inca Atahualpa y cuando recibió el rescate lo asesinó.

[5] Descubridor del río Amazonas.

[6] Anduvo perdido por el norte de América, mientras fue esclavo de un chamán aprendió la utilidad de las plantas medicinales.

[7] Completó la primera circunnavegación de la Tierra.

[8] Conquistador de México. Sometió el imperio azteca.

[9] Integrante de una de las expediciones en busca de El Dorado.

[10] Descubridor de las Islas Galápagos.

[11] Primer europeo en navegar por el Misisipi. Cuando Pizarro secuestró a Atahualpa se convirtió en su amigo y le enseñó a leer y escribir español.

[12] Fue cautivo de los mayas y aprendió su idioma. Sirvió de intérprete a Hernán Cortés.





28 de marzo de 2024

Malos tiempos

 


Gruesos chorretones de agua recorren su cuerpo. El oscuro bronce de su piel brilla con el agua que la cubre por completo.

Una tormenta repentina ha venido a perturbar el idílico día primaveral del que estaban disfrutando los visitantes del parque. El brillante sol que lucía hace unos instantes se ha visto cubierto por negros nubarrones que, en cuestión de unos pocos minutos, vuelcan su cargamento de agua intempestiva convirtiendo el paraíso en un infierno de lluvia y viento.

Ella permanece impertérrita ante el aguacero que asola la zona. Son ya muchos los años que lleva viviendo allí, ya está acostumbrada a los bruscos cambios de clima característicos de la ciudad que la recibió hace más de un siglo. Se sintió parte integrante de la urbe desde el primer momento, fue acogida como suelen hacerlo sus lugareños: con naturalidad, alegría, demostrando que en esa villa nadie es forastero, ni siquiera Ella, una alegoría.

Nada más llegar la ubicaron en un lugar privilegiado, formando parte de un conjunto escultórico pletórico de simbolismos. Ella es la representación de la Ciencia, uno de los cuatro emblemas que simbolizan los pilares en los que el progreso se sustenta. La Industria, la Agricultura y las Artes son sus otras tres compañeras.

A sus pies un estanque custodiado por cuatro sirenas cabalgando enormes criaturas marinas y armadas con tridentes. En la superficie del agua los patos y las barcas conviven en armonía. El cadencioso chapoteo de los remos se mezcla con las risas de quienes bogan entre las miradas curiosas de las carpas que boquean en la superficie para, acto seguido, sumergirse en la pequeña profundidad del lago.  Y arriba, en un pedestal privilegiado y separado del suelo, el protagonista del monumento, un rey a caballo que, sable en mano, pasa revista a sus súbditos, aunque muchos de quienes a sus pies pasean no sepan ni su nombre ni cuándo ni cómo reinó.

Árboles centenarios la rodean procurando frescor en verano y una imagen de abandono en invierno, cuando se desnudan de hojas; entre las ramas todo tipo de pajarillos se esconden, sus alegres trinos se mezclan con las melodías de los músicos callejeros donde se alternan armoniosos valses al son de un violín con estridentes acordes de jazz emitidos por una trompeta.

La alegría la rodea, mas Ella está triste. Su mundo, el que Ella representa y del que es alegoría, se tambalea. La ignorancia va ganando terreno, su poder avasallador arrasa todo. La Historia que impregna el entorno, las piedras, los árboles, el agua, es desconocida por la mayoría de los paseantes, solo interesados en capturar con la cámara de sus teléfonos una instantánea que constate su paso por allí, sin saber que, en aquel lugar, pasaron muchos otros dejando huella. Una huella cada vez más difusa, más borrosa, apenas visible, oculta por tanta estulticia y oscurantismo.

A veces, Ella no puede evitar reír cuando esos cazadores de imágenes autocomplacientes pasan, sin hacerle una sola foto, delante de la compañera que custodia la entrada al monumento, ignorando que es la diosa Cibeles, la misma que se afanan en capturar con sus cámaras en una fuente cercana al parque.

Unas barcas permanecen abandonadas a unos metros de donde ella se encuentra. El chaparrón ha provocado que sus tripulantes desistieran de ir al embarcadero optando por huir de la lluvia saltando a la orilla más cercana. El desamparo de esas barcas, solas, sin ocupantes que las gobiernen, la sume más en la tristeza. Ella también se ha quedado sola, huérfana.

Nadie la observa ahora, y cuando la fotografían tampoco. Miran sin ver, observan sin entender. Un transportador de ángulos en la mano diestra, un libro abierto en la izquierda y varios tomos a sus pies representan los instrumentos con los que la Ciencia se vale.

Para qué tanto afán en representar símbolos si ya nadie sabe qué significan; la mayoría desconoce qué es un transportador de ángulos y mucho menos para qué sirve.

Cada nuevo plan de estudio demuestra ser más ineficaz que los que le precedieron. Las nuevas generaciones afrontan el futuro inmersas en la incultura donde la Matemática ocupa, de todas las ciencias, el dudoso honor de ser la más ignorada. Calcular una simple regla de tres se convierte en un problema insoluble; la proporción es una incógnita oculta, un arcano inaccesible e inextricable. La tecnología permite acceder a las imágenes de estrellas muy lejanas, a millones de años luz de distancia, pero muchos no saben convertir un metro en centímetros.

Corren malos tiempos para la Ciencia. No tiene amparo, ni patrocinio, ni sostén. Los pocos que aún la defienden abandonan la lucha agotados por el desánimo.

Cuando aquel filósofo huraño y malhumorado dijo «Que inventen ellos» sentenció la actitud de todo un país hacia la Ciencia. Aunque puede que lo único que hiciera con aquella malhadada frase fuese mostrar el carácter de sus gentes, amigas del disfrute y de dejar lo difícil e intrincado para otros. Pero al cascarrabias se le olvidó añadir que los logros y el avance tecnológico también serían para ellos.

Pequeñas olas producidas por el vendaval de la tormenta lamen los peldaños que llegan hasta la orilla del estanque; el chapoteo adormece, aletarga el dolor. Ella se deja mecer por el sonido; mientras, las nubes se van alejando más ligeras tras haber liberado su lastre de agua. Un tibio sol asoma, con timidez se empeña en sumir en el olvido la reciente tempestad. El agua que todo lo cubría unos momentos antes ahora solo está presente en algunos charcos aislados. Su piel de bronce se seca, pero Ella sigue llorando. 









17 de marzo de 2024

No fue para tanto

 


Qué mal llevan algunos que se les contraríe. Desde luego hay que tener mucho cuidado cuando se hace oposición. Milenios llevo pagando mi indisciplina y, de verdad, no fue para tanto.

Sigo pensando que mi rebeldía estaba fundamentada. Tanta norma y orden estrictos me pareció excesivo. Yo solo quería algo más de relax y un poco de diversión.

Soberbia dijeron que era mi pecado, y mi manera de actuar, orgullo y prepotencia. Que si me creía el amo, que si era un envidioso. Las altas esferas me denigraron y me rebajaron a lo execrable. De hecho, ahora encarno el mal. Peor que yo, nada ni nadie.

El asunto empezó cuando me postulé para un ascenso. Le propuse al jefe que me situara a su derecha y que me consultara cuando fuera a crear o dictaminar algo relacionado con el orbe y su funcionamiento, porque para algo me llamaba Lucifer, «portador de luz»: eso es lo que yo pretendía, aportar luz y esplendor. ¡Cómo se enfadó! Se puso hecho una furia. Empezó a lanzar rayos y truenos. Claro que yo también me alteré, primero porque no es soberbia querer prosperar, y segundo, porque quien no acepta consejos ese es el soberbio. Total, que no solo no me ascendió, sino que me despidió expulsándome del cielo.

Me sentó mal, las cosas como son, pero tampoco me importó demasiado. El cielo es muy aburrido y, además, el color blanco, muy soso; es mucho más elegante el negro. Eso sí, desde entonces no he recibido más que insultos, que digo yo que eso tampoco es muy caritativo, tanto que presumen de bondad allá arriba.

Fue tal el empeño en desprestigiarme que hasta el nombre me quitaron, ahora soy Satán, o Satanás, que significa «adversario». El apelativo no está mal, aunque a mí me hubiera gustado más «opositor», así me veo yo. Eso de que todos piensen igual, también es muy tedioso.

A veces, ni me nombran, sencillamente soy «el diablo». Y eso también me agrada porque si alguien dice «ángel» hay que especificar para diferenciar entre el ejército de adláteres de Dios, en cambio, si se dice «diablo» se refiere única y exclusivamente a mí. He ganado protagonismo, y que conste que Él, el de arriba, es quien me lo ha dado y eso que se quejaba de que yo era un egocéntrico.

Sigo pensando que fue un error expulsarme del organigrama celestial. A los humanos les infundo pavor (un miedo interesadamente incentivado por quienes quieren denigrarme para justificar mi despido), pero, lo cierto, es que les habría ido mucho mejor si hubiera estado a la derecha de Dios, para aconsejarle y evitar algunas salidas de tono cuando pierde los papeles: el jefe, al enfadarse, también tiene lo suyo, y si no que se lo pregunten a los de Egipto cuando les mandó las diez plagas.

Reconozco que a mí también me va la marcha, pero tengo otra visión muy diferente sobre qué es castigar.

Yo, por ejemplo, prefiero ofrecer tentaciones: sexo, gula, desenfreno. Quien acepta mi ofrecimiento se condena y no podrá ir al cielo, pero ¿y lo bien que se lo pasa mientras? Eso hay que tenerlo en cuenta.

Además, el cielo está sobrevalorado. A mí tampoco se me permite ir allí, pero ya estuve en él y puedo comparar. Ahora no tengo normas ni control. Es muy cómodo. Dispongo de absoluta libertad, hago lo que quiero y me da igual si alguien se ve perjudicado por mis acciones. Además, es muy fácil conseguir adeptos, apenas me tengo que esforzar, en cambio, mi oponente cada día pierde seguidores y es lógico, no pueden pecar y así la vida es muy aburrida.

Puedo estar en muchos sitios a la vez, una capacidad estupenda que no me fue retirada al castigarme y que me encanta. Uno de los lugares que más frecuento se halla en un parque de Madrid, allí se ubica una estatua en mi honor. Son pocos los escultores que se han atrevido a representarme, pero ésta, además, me muestra al natural. Normalmente me encarnan con cuernos, ojos de loco, una barba ridícula de chivo y pezuñas de cabra: un espanto. Sin embargo, en esa escultura estoy muy guapo, como yo soy (podría disculparme por la inmodestia, pero no lo haré porque esta es otra prerrogativa de ser el diablo). Es cierto que la postura en la que estoy es algo incómoda, pero ya me he acostumbrado.

Cuando por allí me quedo observo a los viandantes y las múltiples actividades que se desarrollan en la plazuela donde está mi escultura. Los viernes se ponen a hacer taichí unos ancianos patéticos que me hacen carcajear con sus poses pseudo orientales (¿de verdad se creen que eso que hacen es taichí?). Los sábados viene un grupo de patinadores principiantes, es divertidísimo ver los esfuerzos que hacen por mantener el equilibrio y no caerse: hace dos semanas, uno se estampó contra un árbol, se rompió varios huesos y se lo llevaron en ambulancia, fue para partirse de la risa. Los domingos acude a bailar rumba un nutrido grupo de mujeres que, más que bailar, lo que hacen es echarle los tejos al monitor, un mulato todo músculo y que sabe menear el trasero de maravilla; uno de esos domingos, en cinco minutos, conseguí desatar la lujuria en todas las participantes, incluidas dos septuagenarias que ya se habían olvidado de lo que significa un orgasmo. Me lo paso fenomenal.

Creo que, a Dios, castigándome, le salió mal la jugada porque ahora es cuando tengo lo que yo quería. Viendo cómo me va, no fue para tanto.

 


 



12 de marzo de 2024

Billete de ida y vuelta (Segunda Parte)

 

 

Jalisco (Nueva España[1]), 20 de noviembre de 1564

 ¡Este cura es un fastidio! ¡Mal rayo le parta!

Quien así protestaba era el estibador del puerto de Barra de Navidad. Desde hacía dos semanas la nueva expedición a las islas Filipinas traía de cabeza a todo el personal del puerto de Jalisco. Equipar las cinco naves con sus pertrechos para los trescientos cincuenta hombres que irían en ellas suponía un arduo trabajo, pero en este caso, además, se sumaba la concienzuda labor del fraile encargado de organizarla: Andrés de Urdaneta y Ceraín.

Pobre Andresillo exclamó un marinero observando al estibador desde la cubierta de una de las naos, anda como pollo sin cabeza.

Tiene razón en quejarse replicó un compañero que observaba también el trajín previo a la partida. Ese fraile es muy pesado, creo que se excede en embarcar tanta fruta a bordo.

Dice que es para que no se nos caigan los dientes durante la travesía. Que los alimentos frescos evitan la enfermedad que hace sangrar las encías[2]. Parece un hombre cultivado y que sabe lo que hace.

Puede, pero tanto coco y piña… Donde esté un buen potaje... Además, a qué tanto mandar, se supone que quien gobernará esta escuadra será el almirante Legazpi, ¿por qué no se encarga él del avituallamiento?

Porque es hombre de tierra, la única vez que se ha subido a un barco fue para venir desde España hasta aquí.

Mal empezamos, si no sabe gobernar un barco, difícil veo llegar a las Filipinas.

Eso pienso yo, pero tú tranquilo, en la nao capitana, la nuestra, será el fraile quien pilote, y ese es experto en navegación, así que nosotros nada hemos de temer.

¡Qué raro! Un monje navegante.

Antes fue militar, participó en varias expediciones y estuvo muchos años en las Molucas. Es viajado. Dicen que tiene un hijo, de su época de juventud. Se hizo agustino ya cumplidos los cuarenta años.

Un almirante inexperto, un fraile padre de un hijo y con pasado militar. Vive Dios que este viaje ya comienza de extraña manera. Quiera la Virgen que lleguemos sin contratiempos.

Amén.

 

Isla de Cebú (Filipinas), 25 de abril de 1565

Pues no se nos ha dado mal la travesía y la conquista, ¿verdad, páter?

Miguel López de Legazpi sonreía ufano desde el castillo de popa frente a la costa de una de las islas Filipinas. Su interlocutor, en cambio, presentaba un semblante serio.

No os confiéis. Bien es cierto que hasta ahora todo ha marchado estupendamente, mas creo que tenemos delante el principal escollo de nuestro viaje contestó Andrés de Urdaneta.

Vamos, padre. No seáis pesimista. El viaje hasta estas islas transcurrió sin problema, tan solo tardamos tres meses en atravesar el Pacífico y sin bajas que lamentar. He de reconocer que, la salvaguarda de la tripulación, fue gracias a vuestros desvelos e interés en embarcar grandes cantidades de alimentos frescos.

El fraile no pudo evitar sonreír ante el halago de su superior.

Además, en poco menos de cuatro meses hemos sometido casi todo el archipiélago. Ha sido realmente fácil.

Legazpi se sentía orgulloso de la campaña, una gran cantidad de islas habían sido conquistadas sin apenas esfuerzo. Guam, Samar, Leyte y muchas más estaban ya bajo su mando, algo que le agradaba sobremanera pues Felipe II, además de darle el cargo de almirante y general de la armada, también le había nombrado gobernador de las tierras conquistadas lo que ahora le convertía en un hombre poderoso.

No entiendo que os mostréis taciturno, señor Urdaneta insistió el almirante algo contrariado ante la actitud del fraile.

Vos mismo lo acabáis de decir. Hemos sometido casi todo el archipiélago. Delante tenemos la isla donde el jefe Humabon mandó asesinar en un banquete a casi treinta hombres de Magallanes después de que éste fuera muerto en la cercana isla de Mactán. Son gentes traicioneras estos isleños.

No os preocupéis, ese jefe hace años que está ardiendo en el infierno.

Cierto es, pero ahora gobierna su hijo, el rajah Tupas. De tal palo, tal astilla. Puede que nos espere el mismo trato. Quiera Dios que la delegación que habéis enviado traiga buenas noticias.

El agustino se santiguó mientras, en susurros, rezaba un padrenuestro.

Mirad, páter. Ahí están nuestros hombres.

En ese momento, una chalupa con la delegación a la que hacía alusión el fraile, llegó hasta la nao capitana. Una vez que los pocos integrantes estuvieron a bordo, el almirante fue a saber la respuesta al ofrecimiento que se les había hecho a los habitantes de Cebú que, básicamente, consistía en una rendición sin condiciones.

Legazpi se acercó al cabecilla de la delegación y, sin necesidad de preguntar nada, éste contestó ante la mirada inquisitiva del almirante:

Han dicho que no. Están reuniendo a los guerreros, he podido ver más de dos mil acantonados en las cercanías del palacio del jefe. Van a presentar batalla, señor.

Os lo dije, estos no son como los de las otras islas espetó el agustino.

Bien, pues yo no soy como los integrantes de la expedición de Magallanes. Si no aceptan por las buenas, será por las malas. Mañana sabrán mi respuesta.

Al día siguiente los habitantes de Cebú conocieron dicha respuesta por parte de Legazpi: estuvieron todo el día recibiendo cañonazos que dejaron arrasada toda la ciudad cercana a la costa. Cuando cesaron los cañonazos, una canoa fue al encuentro de la nao capitana.

Un emisario de Tupas se dirigió a Legazpi hablando en su lengua. El intérprete tradujo:

Dice que quieren firmar un acuerdo de paz.

Urdaneta sonrió satisfecho; le hubiera gustado tener delante a quienes cuestionaron su decisión de elegir a su primo Legazpi como almirante. Buenas razones asistían al fraile y en esos momentos estaba muy claro el porqué.

 

Isla de San Miguel (Filipinas), 1 de junio de 1565

 Dejo a vuestro gobierno, tal como os encomendó nuestro rey y señor, las islas y yo me pongo en manos de Dios y de Nuestra Señora para que nos acompañe en la búsqueda del tornaviaje.

Urdaneta dio un fuerte abrazo a su pariente y ahora gobernador de todas las islas Filipinas.

¿Estáis seguro por dónde regresar a Nueva España? preguntó Legazpi.

Creo que, yendo más al norte, hacia las islas del Japón, hay corrientes favorables que nos llevarán a las costas de donde partimos hace ocho meses. Con la ayuda de Dios llegaremos contestó el agustino.

Confío más en vuestro criterio que en el patrocinio celestial si os soy sincero, fray Andrés. Muchos hombres han desaparecido cuando, encomendándose a la Virgen y a Cristo, quisieron llegar a Nueva España y de nada les sirvió, ahora son pasto de los peces o, lo que es peor, presos de Portugal replicó Legazpi, un hombre pragmático a todas luces.

Sea como fuere, esperemos la ayuda de Dios.

 

Acapulco, 8 de octubre de 1565

 Alabado sea el Señor que nos ha concedido la merced de regresar a Nueva España. Somos los primeros en realizar tamaña hazaña.

Andrés de Urdaneta se arrodilló nada más pisar tierra. Habían encontrado la corriente favorable para ir por el Pacífico desde el este al oeste[3]. El viaje había durado ciento treinta días, recorriendo más de catorce mil kilómetros, a una media de ciento treinta al día, lo que se considera una proeza y a la que contribuyó seguir esa corriente propicia.

Señor, acabáis de entrar en la Historia añadió el segundo de a bordo. Y yo os agradezco, en nombre de toda la tripulación, vuestro empeño en embarcar gran cantidad de fruta, de lo contrario no habríamos llegado todos vivos dado lo largo del viaje.

He cumplido con la misión que se me encomendó. Ahora solo pretendo regresar a mi convento de Nueva España, recluirme y dedicarme a la lectura y a la contemplación. Esto de viajar es muy fatigoso.

Me temo, señor, que eso aún habrá de esperar. Debéis comunicar a nuestro soberano vuestro hallazgo.

El agustino asintió abatido, obedecer órdenes reales era más cansado de lo que uno podía pensar. Antes de cumplir con sus propios deseos debería realizar un último viaje. Agachando la cabeza y con una sonrisa de resignación se dijo:

Al menos, la ruta de ida y vuelta desde América a España ya está muy trillada.

FIN

 


NOTA DE LA AUTORA

A pesar de la modestia de su artífice, el llamado tornaviaje se convirtió en una ruta crucial para el comercio del imperio español y un punto de inflexión para conectar todas las posesiones del vasto territorio en manos de Felipe II.

 Las naves (conocidas con el genérico nombre de Galeón de Manila) podían cruzar el océano Pacífico entre los puertos de Nueva España en América y el de Manila en Filipinas. Esta ruta funcionó durante más de dos siglos, propiciando el comercio entre Asia y América y, por lo tanto, España. Tal importancia tuvo que la ruta era secreto de estado y solo los capitanes de las escuadras conocían el derrotero exacto bajo juramento y penas rigurosas si revelaban sus conocimientos.

Cincuenta años después de la muerte de Colón, los galeones de Manila cumplieron su sueño de llegar a Asia navegando por el oeste.

 




[1] México.

[2] Escorbuto.

[3] Actualmente se conoce como corriente Kuro Siwo

Hada verde:Cursores
Hada verde:Cursores