Leer, el remedio del alma

Leer, el remedio del alma
Imagen creada por Ilea Serafín

5 de octubre de 2025

Un paseo por Francia: El pirata con contrato.

 

Tras varios días recorriendo el valle del Loira nos desplazamos al norte de Francia, a Bretaña. El primer lugar de esa región donde recalamos fue Dinan, un pueblecito digno escenario para el cuento de La Bella y la Bestia. Tras visitar sus preciosas y coquetas calles nos fuimos a Saint-Malo.

Cuando viajo busco lugares muy diferentes a los que frecuento, por eso de que en la variación está el gusto. Por donde yo me muevo suele haber bastante gente ya que vivo en una gran ciudad. Las aglomeraciones no me asustan, pero tampoco me agradan, aunque esté acostumbrada. Por eso, cuando llego a un lugar donde hay pocas personas me relajo y disfruto del momento.

En Saint-Malo no me relajé nada de nada, porque aquello estaba petado de turistas. La localidad está situada en pleno Canal de la Mancha y tiene unas bonitas playas.

Debido a su emplazamiento (si uno se pone a nadar todo tieso para el norte llega a Gran Bretaña) tiene un pasado marítimo lleno de episodios bélicos. En esta ciudad se atrincheraron los alemanes en la Segunda Guerra Mundial cuando desembarcaron los aliados unas cuantas playas más al este. Pero antes de la confrontación mundial, Saint-Malo vivió momentos de luchas intensas pues llegó a ser una república independiente a caballo entre el ducado de Bretaña y el reino de Francia. Tanto los bretones como los franceses se querían apropiar de Saint-Malo y el pequeño estado tuvo que defenderse. Todo lo anterior explica por qué toda la ciudad es una auténtica fortaleza amurallada.

Además, su situación geopolítica propició que la ciudad fuera el refugio de corsarios y piratas. De hecho, todo el merchandising turístico está focalizado en esta cuestión, de tal manera que más parece un parque temático sobre piratas que una ciudad costera.

Intentando alejarme de la aglomeración turística y de las tiendas con maniquíes de Jack Sparrow, me interné entre sus estrechas callejuelas. Fuera ya de las vías principales hallé la paz deseada. Callejeando y sin saber muy bien a dónde iba me topé con una construcción llamativa.




     Se trataba de una casa con una pequeña torre adosada. La torre en sí ya era admirable porque su base era circular, pero arriba tenía la forma de un octógono, terminando en un tejado puntiagudo. En la casa, un coqueto balcón sobresalía de la fachada, mientras que las ventanas blancas, a juego con la puerta, destacaban en la piedra marrón. El acceso a la pequeña torre se hacía a través de una sugestiva puerta roja.

El cartel que se encontraba al inicio del callejón explicaba que en aquella casa se había alojado la duquesa Ana. No tenía ni idea de quién era esa señora (probablemente la guía lo habría contado en el bus, pero, de nuevo, yo había aprovechado el trayecto para dormir), así que busqué en Google.

Ana de Bretaña fue duquesa de ídem y reina de Francia en el siglo XV, resultó ser una buena gobernante del ducado y mecenas de las artes. Hasta aquí, su currículum me dejó bastante fría. Lo que me impactó fue averiguar que estuvo 14 veces embarazada, pero de esos embarazos solo llegaron a término 7 y de esos siete hijos tan solo dos sobrevivieron. Ya sabemos todos que la mortalidad infantil ha sido muy elevada hasta hace bien poco, pero, aun así, el sufrimiento de esta madre tuvo que ser enorme. Encima, la pobre mujer, se murió con 36 años.

Mientras estaba fotografiando la construcción, oí un ruido estridente de goznes mal engrasados. En el silencio de aquel callejón ese estrépito retumbó en mis oídos haciéndome dar un respingo. Buqué el origen del escándalo, y resultó que procedía de la puerta roja de la torre: se estaba abriendo lentamente. Como era de día y lucía un sol espléndido no sentí temor, pero esa escena me ocurre de noche y me falta calle para salir corriendo.

Me quedé parada esperando ver quién se disponía a salir de tan peculiar lugar. Lo primero que pensé, dada mi experiencia y tendencias paranormales, es que me iba a encontrar con Ana de Bretaña, al fin y al cabo, esa fue su casa.

Sin embargo, quien surgió no se parecía a ninguna duquesa. No es que yo tenga mucha experiencia en el trato con duquesas del siglo XV (ni de ningún siglo), pero me da que no llevan trabuco ni espada al cinto como el señor que se me plantó delante. A las armas que portaba había que añadir a su atuendo unos pantalones embutidos en unas botas de caña muy alta que le tapaban las rodillas y una casaca entallada de un color parecido al rojo llena de lamparones y remiendos. Un sombrero de tres picos coronaba su cabeza dejando entrever una larga melena recogida en una coleta. La barba, que le tapaba media cara, estaba entrelazada por diminutas trenzas.

—¿Quién será este? Por las pintas parece un pirata —me pregunté y me contesté a la vez.

Tanto la pregunta como la respuesta las hice en voz alta por lo que el susodicho me oyó.

—Distinguida dama, erráis en vuestro juicio pues no soy ningún pirata bandido.

Tras asegurarme de que se dirigía a mí (lo de «distinguida dama» me había hecho pensar que había alguien más en la escena) le contesté:

—Perdone. Como toda la ciudad está dedicada a los piratas me he dejado llevar por el ambiente.

—Perdonada estáis. Os confieso que os ha salvado vuestra condición femenina, de haber sido un varón habría pagado con su vida el llamarme pirata.

—Lamento haberlo ofendido. ¿Entonces, cuál es vuestra profesión? —insistí porque seguía pensando que las pintas que llevaba eran típicas de los piratas, por muy ofendido que se sintiera.

—Me llamo René Duguay-Trouin, soy corsario al servicio de su majestad Luis XVI.

¡Corsario! O sea, pirata con «patente de corso», una autorización por la que un estado concedía al propietario de un buque particular la posibilidad de ir armado y atacar los intereses (barcos, ciudades…) de un país enemigo. Corsarios, piratas, a mí siempre me parecieron iguales: ladrones que asaltaban buques, ni más ni menos. Dada la beligerancia de quien tenía delante no me atreví a mostrar mi opinión abiertamente; aun así, le dejé entrever qué pensaba yo de los corsarios.

—Así que, usted ataca barcos en alta mar y los… desvalija.

—Barcos enemigos —puntualizó él ajustándose la casaca.

—Ya. Barcos enemigos con ricos tesoros que ustedes se quedan.

—Bueno, algo habrá que cobrar por los servicios prestados —sonrió enseñando una dentadura cariada.

—Claro, porque su rey no les daba un sueldo, ¿no?

—El acuerdo firmado con su majestad dictamina que los emolumentos dependen del botín obtenido. En los asaltos incautamos lo que encontramos y nos lo quedamos. Lo pone en el contrato.

—Pero eso es lo que hacen los piratas —le espeté a riesgo de que se olvidara de mi condición femenina y decidiera darme matarile con el trabuco o con la espada.

—Estáis equivocada, señora mía. Los piratas actúan por su cuenta. Los corsarios lo hacemos por orden real, tenemos permiso. ¡Firmamos un contrato!

Me pareció una respuesta hipócrita, pero lo cierto es que lo dijo con una candidez que demostraba lo convencido que estaba de actuar con corrección.

Mi débil instinto patriota afloró pensando en cuánto oro y plata procedente de América perdieron los españoles por culpa de ese tipo de ataques, aunque, la verdad sea dicha, la mayor parte acabó en el fondo del mar a causa de las tempestades. No obstante, no pude evitar seguir tocándole un poco las narices.

—Si tan enemigos son los buques asaltados, ¿no sería mejor que los atacara la armada del país contrario en lugar de enviar a los pira… corsarios?

—Es que, la mayoría de las veces, no se disponen de suficientes navíos, por eso recurren a nosotros —contestó encogiéndose de hombros.

—Acabáramos. Es decir, recurren a mercenarios.

—Corsarios.

—Vale. Y… ¿no saca usted mucho rédito? —le pregunté mirando el mal estado de su ropa.

—Mi indumentaria no es la adecuada para un servidor del rey, lo reconozco —respondió dándose cuenta del porqué de mi pregunta—, pero es que Saint-Malo no es la corte. Aquí me relajo y soy más yo. Aflora mi verdadero ser.

«El de un ladrón», me dije a mí misma y teniendo mucho cuidado de no decirlo en voz alta.

—Lo que obtenemos mis hombres y yo por asaltar a los ingleses y a los holandeses, preferimos gastarlo en juego y mujeres —prosiguió.

—¿Ingleses y holandeses?

—Sí. Son nuestros enemigos. No los dejamos ni a sol ni a sombra. Para ellos somos un grano en el culo —espetó riéndose a carcajadas.

Saber que no atacó barcos españoles hizo que mi débil sentido patriótico (que en el extranjero se hacía más fuerte) volviera a aflorar y empecé a mirarlo de otra manera. Si les daba caña a los británicos y a los altivos y violentos holandeses que tanto nos incordiaron a nosotros pues bien merecido lo tenían. Donde las dan, las toman.

Con otra percepción sobre su persona tras saber quiénes eran objeto de su rapiña, decidí averiguar más sobre él.

—¿Todos los ataques que ha realizado han sido exitosos? Es decir, supongo que los barcos asaltados se defienden, ¿nunca ha tenido que abandonar alguna presa?

—El intríngulis consiste en atacar barcos que no sean de la armada, o sea, barcos que transportan mercancías. Primero porque llevan botín y, segundo y no menos importante, porque no están tan bien armados como los militares. No obstante, he sufrido algún que otro revés. Una vez fui apresado y encarcelado en Inglaterra.

—¿Cómo salió de allí? ¿Pagando un rescate?

—Utilizando mis armas.

—¿Estaba en la cárcel armado? —exclamé con los ojos como platos— ¿No le cachearon antes?

—Bueno, el arma que empleé no me la podían quitar. Cuando digo arma no me refiero a estas —dijo mirando el trabuco y la espada—, sino a otras… que no se ven a simple vista.

Creí que se refería a su locuacidad porque los franceses son únicos mareando la perdiz. Lo mismo, a este le dio por aturdir al carcelero con una interminable verborrea y le dejó libre con tal de no oírle, aunque eso me parecía poco serio viniendo de los ingleses.

El propio corsario me sacó de dudas. Se me acercó y, con sonrisa picarona, me dijo al oído.

—Enamoré a una inglesa.

Enarcó las cejas y sonrió ampliamente. Tras unos instantes de confusión, enseguida pillé de qué arma hablaba. No pedí más explicaciones por no sufrir otra de las características de los franceses: lo ufanos que están de sus capacidades amatorias. Allá por donde vas, presumen de que nadie liga y hace el amor mejor que ellos. Yo creo que no se puede generalizar. En cualquier caso, al corsario que tenía delante aquello le funcionó si consiguió salir de prisión. Detrás de toda leyenda siempre hay algo de verdad.

—Si me vieran mis padres… Ellos, que querían que fuera cura.

—¿En serio?

—Sí. Estaba destinado a ser eclesiástico, pero yo prefiero usar las armas. Todas… —añadió enarcando de nuevo las cejas—. Menos mal que no me doblegué a los designios paternos. Anda que no me lo pasé yo bien en Brasil. ¡Qué mujeres!

—¿Brasil?

—En once días tomé Río de Janeiro, y eso que se suponía que la ciudad tenía unas fortificaciones inexpugnables. Me tuvieron que pagar un buen caudal en forma de rescate y encima les obligué a liberar más de 1.000 presos franceses. Aunque yo solo me limité a seguir las cláusulas del contrato, no es de extrañar que Luis XVI me tenga en tan grande estima,

«Y que los portugueses te tengan manía» añadí yo para mis adentros.

—Lo siento, encantadora dama, pero tengo que asistir a una partida de naipes y no quiero hacer esperar a mis camaradas.

Una vez más, miré a mi alrededor por ver si había alguien más ya que no me di por aludida con lo de «encantadora dama». Tras hacerme una reverencia se alejó a la vez que añadía sin volverse:

—No todo ha de ser asaltar barcos. Los corsarios también tenemos derecho a tiempo de asueto. Lo pone en el contrato.






10 comentarios:

  1. No recuerdo los años que hace que fui a Bretaña, pero sí puedo decir que fue entre 1995 y 1997 por la casa en la que vivía en Santander. Dinan me impresionó por su belleza, efectivamente, de cuento de hadas. Saint-Malo, donde hicimos noche, lo recuerdo ya en aquellos momentos, lleno de turistas, aunque si lo viera ahora como lo vi entonces, me parecería vacío. No quiero ni imaginar cómo lo habréis encontrado.
    Me ha encantado tu conversación con el corsario. Hasta entre los ladrones siempre hubo clases y los hay que robaban con permiso de instancias más altas. Bueno, como ahora si a eso vamos. Y qué terrible la historia de la pobre Ana. Si murió a los 36 años ¿cómo pudo estar catorce veces embarazada? Madre mía, si no le da tiempo. Creo haber contado ya que mi abuela materna tuvo catorce hijos y le sobrevivieron cinco. Tampoco sé si todos los embarazos llegaron a término o alguno de los desaparecidos fue un aborto, pero siempre oí hablar de muertos, nunca de abortos. Murieron todos en mantillas, como decía ella, salvo uno que murió con cinco años. Yo creo que estaban tan acostumbradas a que algunos hijos se morían que se lo tomaban con más resignación de lo que lo haríamos ahora. Ahora basta la muerte de un hijo para arruinarte la vida, no quiero imaginar lo que sería que se te murieran nueve, o doce, como a la pobre Ana, aunque siete fueran abortos. Me ha encantado leer estas historias verídicas y de ficción, aunque la base fundamental es muy verídica.
    Un beso.

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    1. A mí, la historia de Ana de Bretaña, me sobrecogió. Puede que tuvieran asumida como algo casi cotidiano la elevada mortalidad infantil, incluso la de los adultos, y quizás lo sobrellevaran mejor que si nos ocurriera ahora, no sé.
      El tema de los corsarios siempre me ha parecido de una hipocresía supina. No sé cómo se puede tener tanta jeta.
      Te puedo asegurar que, salvo lo de que me encuentro con los personajes, todo lo demás que cuento es real, al menos así me lo hicieron creer a mí cuando me lo contaron. El tal René existió y atacó Río de Janeiro llevándose un buen botín y mogollón de prisioneros, como un héroe le trataron en Francia cuando no dejaba de ser un vulgar asaltador de puertos y barcos. En fin.
      Me alegro de que te estén gustando estas crónicas francesas. La próxima tratará del desembarco de Normandía. A ver si te gusta también.
      Un besote.

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  2. Qué buen relato, y como siempre, ameno, incluso divertido. La próxima vez que vayas de viaje, me avisas e iré contigo, pegado a tu espalda, para ver con mis propios ojos esas apariciones. Aunque bien pensado, quizá solo las puedes ver tú, gracias a tus "poderes brujos", je, je.
    Yo también intento evitar las aglomeraciones cuando viajo en grupo, pero tiene el inconvenente de que si vas por tu lado no te enteras de casi nada de lo que ves porque te pierdes las exlicaciones del guia, o de la guía. Aunqe en tu caso también te las pierdes por culpa de la cabezadas que das en el autobús, ja, ja, ja.
    La historia en sí, es muy alecccionadora, pues nos adentra en los usos y costumbres de aquella época en cuanto a esa práctica tan arragiada por aquel entonces de asaltar barcos extranjetos con total impunidad y con el permiso real.
    Como bien sabes, en inglaterra, al pirata Francis Drake lo nombró Sir la reina Isabel I de Inglaterra, mira por dónde.
    Me ha encantado ese repaso histórico y el modo de contarlo.
    Un beso.

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    1. Cuando viajo tengo la costumbre de imaginarme el lugar en la época de la que me hablan los guías. En este caso, me imaginé Saint-Malo lleno de piratas aunque tampoco me costó mucho porque estaba lleno de figurantes disfrazados de Jack Sparrow. Aun así, en las callejuelas donde no había tanta gente (ni disfrazados) evadirse era más placentero. El lugar está muy bien, pero la masificación que se ha instalado por todas partes, dificulta el disfrute, pero todos tenemos derecho a viajar, así que ajo y agua.
      Como le comento a Rosa, el tema de los corsarios me parece una desfachatez de juzgado de guardia. El país que les da la patente de corso los considera héroes pero no son más que vulgares atracadores.
      No sé si serías capaz de ver los personajes con los que me encuentro aunque fueras conmigo, creo que son fruto de mi mente calenturienta cuya imaginación se dispara fácilmente. Lo mismo debería ir a un neurólogo o a un psiquiatra, ja, ja, ja. Aunque creo que es mejor dejarme como estoy, que me lo paso muy bien cuando me voy por ahí.
      Un beso.

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  3. Qué grandes mujeres la de siglos pasados. Como Ana de Bretaña, sin duda. Mujeres que contribuían a la perpetuidad de la especie.

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    1. No sé yo si la perpetuidad de la especie dependía de estas señoras porque el rendimiento no es que fuera muy bueno...

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  4. Buenos dias Paloma:
    Tenía yo pendiente pasarme por aquí y esta es la mañana que tengo un hueco, no paro, entre unas cosas y otras, y me he decidido a leerte .
    Como siempre entretenida y divertida, con ese repaso histórico, sabía que no iba arrepentir en absoluto de asomarme y leerte.
    La verdad es que los franceses y lo sé de buena tinta son muy suyos para todo y el para todo incluye en cuestiones amatorias y otras cosas, son los mejores, en fin, cuanto he tenido que aguantar a mi tio materno, con que iba a decir hasta un poco de chulería muchas veces, cuestionaba todo, y lo nuestro no valía nada en comparación con lo que Francia alberga, en fin, discusiones al respecto miles entre mi padre y mi tío, unas cuantas. Eso si son los primeros montando fiestas, chica se lo ven hecho, siempre he flipado con eso.
    Y con respecto a los nacimientos, la madre de mi bisabuela materna, tuvo 22 hijos, ya no te se decir yo cuantos le sobrevivieron, no lo recuerdo, pero si se que fueron 22, como lo hacían, no lo sé. Y la madre de mi padre me contaba que a su madre se le murieron dos niños con dos y cinco años respectivamente, era algo muy común por lo visto.
    Me alegro mucho como siempre haberme pasado por aquí y leerte, y siempre me sacas unas risas y en estos momentos lo agradezco un montón.
    Un beso.
    TERE

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    1. Hola, Tere.
      Los franceses son muy suyos y tienen sus cositas que pueden resultar a veces irritantes, aunque debo reconocer que en este viaje la mayoría se han comportado educadamente y hasta simpáticos.
      Creo que la mala fama la dan los parisinos, esos sí que son insufribles por lo pagados de sí mismo que se sienten, pero fuera de París la gente es mucho más amable y cercana. Al menos esa es la impresión que yo he sacado en este viaje. En Normandía, hasta los policías me saludaron cuando me vieron deambulando por una callejuela de Arromanches.
      La mortalidad infantil ha sido muy elevada hasta hace nada de tiempo. Con todo y con eso, algunas mujeres conseguían tener muchos hijos. Mi abuela tuvo 19 hermanos, aunque 11 fueron hijos de su madrastra y los otros 8 de su madre biológica. En cualquier caso, una barbaridad. Esas mujeres se tiraban media vida embarazadas.
      Aún me quedan dos entregas más de este viaje por Francia, espero que te gusten también.
      Un beso.

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  5. Está claro que juegas con el lector como te da la gana. Has empezado tu historia verídica del viaje realizado hace unos meses, y de pronto nos metes en otro relato totalmente ficticio pero con visos de realidad. Cuando aparece el personaje, después del chirrido quejumbroso de la puerta roja, pensé que se trataba de un figurante, de esos que interactúan con los turistas para sacarse unas perras. Pero cuando he visto con que fluidez dialogabas con él en francés, me he percatado de tu trampantojo descarado.
    Me ha encantado como todas las tuyas. Ese "tonito" que le pones a esos pensamientos y reflexiones tuyos, a veces incautamente en voz alta, me hacen aflorar sonrisas inesperadas.
    Un beso, querida Paloma.

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    1. La facha del corsario con el que me topé era tan auténtica que enseguida supe que no era un figurante. Además, ya estoy acostumbrada a que se me aparezca gente rara por lo que asumo lo extraordinario con facilidad (quizás con demasiada facilidad, lo que debería preocuparme, ja, ja, ja).
      Me divierto contando cosas reales con personajes no tan reales en la actualidad, aunque existieron en su momento. Me alegra saber que vosotros también os divertís.
      Un beso grande, Javier.

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